Madre e hijo, experiencias eróticas II
Continúan los momentos eróticos maternofiliares entre Paul y su madre Nati, donde las cosas comienzan a tornarse algo mas cercanas.
Pasó una semana desde aquella ducha erótica junto a mamá, donde yo no podía quitarme lo ocurrido de la cabeza. Solo con pensarlo levemente, me excitaba.
Al llegar el sábado y quedarnos nuevamente solos, yo unicamente pensaba en repetir el entrenamiento con mamá y confiar en que quisiera que nos duchásemos después.
Así pues, el sábado llego, y le ofrecí a mama entrenar juntos, a lo que ella accedió muy alegremente. Se puso su ropa ajustada, y un top nuevamente que hacia sus pechos muy sugerentes. El entrenamiento fue bien, sudamos, nos rozamos, y llego el momento de la ducha.
Yo ansiaba escuchar a mi madre sugerir la misma idea, y para mi fortuna, así fue:
-Bueno Paul, ¿nos pegamos otra ducha juntos? –dijo sonriente.
-¡Claro! -Accedí yo, haciendo énfasis en el entusiasmo que ello me suponía.
Nos desnudamos en el baño, y entramos de nuevo a la ducha juntos. Siguiendo un proceso parecido a la última vez. Mamá tomo el jabón y comenzó a enjabonarse los pechos, en un movimiento suave, circular y constante mientras me observaba con una suave sonrisa. Yo la miraba mientras iba echándome jabón por el pecho. Entonces, ella se acercó a mí, con sus manos llenas de jabón y comenzó a masajearme el pecho, situándose cerca de mí y de la erección que en ese momento tenía. Al poco me dijo:
-Venga date la vuelta, que te enjabono.
Yo, haciendo caso, le di la espalda y me deje hacer.
Mamá comenzó a pasar sus manos por mi espalda, frotando en círculos suave y maternalmente. Al poco, comenzó a pasar las manos hacia mi pecho bajando desde mis hombros. Para poder llegar más cómoda, se acercó a mí, y fue entonces cuando pude notar sus pechos en mi espalda, y el roce de sus pezones erguidos, y como los movía sutilmente en mi espalda, a la par que me acariciaba el pecho.
-Enjabóname tú ahora cariño –me dijo.
-Claro mamá, gírate –dije yo.
Me dio la espalda y comencé a enjabonársela. Me acerque mucho a ella y, tras dudarlo un poco, forcé el roce de mi pene erecto en sus nalgas. Pude darme cuenta que mamá dio un leve respingo cuando lo notó. Decidí intentar hacer el mismo movimiento que ella había hecho conmigo. Comencé a frotar sus hombros y empecé a bajar despacio por delante, haciéndole una especie de masaje. Mamá soltaba leves gemiditos de gusto, y me colocó sus manos sobre las mías. Por lo que no me atreví a bajar más hacia sus pechos.
Nos aclaramos el jabón con el agua, y salimos de la ducha. Nos comenzamos a secar frente a frente. Mamá se frotaba los pechos con la toalla, mientras yo me secaba el torso dejando ver mi erección. Pude observar que mama me recorría con los ojos de arriba abajo y percibí una pequeña sonrisa disfrutona en su rostro. Cuando se terminó de secar, se acercó a mí y me dio un abrazo. Notaba sus pechos pegados al mío, y mi pene erecto rozando su vientre.
-Gracias cielo –me dijo mientras me daba un beso de nuevo cerca de los labios.
Y se marchó a su cuarto a vestirse mientras yo observaba su culo moverse mientras se alejaba.
Esa noche claro está, me masturbe recordando sus pechos en mi piel y mi pene erecto rozando sus nalgas.
Al fin de semana siguiente, mi padre no tenía que cuidar de mi abuelo, así que como no iba a poder entrenar y luego ducharme con mamá, opté por irme a entrenar a la calle solo.
Cuando volvía a casa vi un mensaje de whatsapp de mamá, que decía:
“Que pena, hoy he echado en falta nuestro entrenamiento, y sin duda una duchita juntos, ducharme sola no es tan divertido (emoticono de guiño con lengua)”
Los días pasaron y yo solo deseaba que mi padre no estuviera ese fin de semana siguiente.
El jueves a la tarde fue mi madre quien me dijo:
-Oye, papá no está el finde, se va con el abuelo, así que a ver si entrenamos juntos –mientras me guiñaba un ojo.
Yo esboce una sonrisa y respondí afirmativamente, y lo cierto es que no cabía de la emoción.
El día llegó, y no hizo falta mediar mucha palabra, pues ambos queríamos entrenar. Así lo hicimos y esta vez fue yo quien le dije:
-Bueno, vamos a darnos esa duchita que me decías el otro día ¿no? –sonriendo.
-Pues si, que además hoy me va a sentar muy bien que me masajees –dijo mamá.
Nos desnudamos y entramos a la ducha.
Mamá se puso bajo el chorro de agua, ya que entró primero, y decidí acercarme a ella mientras me daba la espalda con idea de que notase mi erección en su culo. Entonces ella se giró, y quedamos frente a frente muy pegados mirándonos fijamente, quedando la punta de mi pene rozando su bajo vientre. En esos segundos que nos quedamos así, se sentía una tensión sexual muy potente. Finalmente mamá me dejo pasar bajo el agua y ella cogió el champú y el jabón.
Comenzamos a enjabonarnos, y llegó el momento en que mamá me pidió que me diera la espalda para enjabonarme, y para mi sorpresa me abrazó por la espalda pasando sus manos por mi pecho y abdomen. Cuando frotaba esta zona rozaba en ocasiones mi pene con el dorso de la mano haciendo ver que era sin querer. Yo en esos momentos estaba muy excitado, por ese roce, notar su vientre en mi lumbar, casi pudiendo notar su vello púbico rozándome y sus generosos pechos apretados contra mi espalda.
Me tocó el turno de enjabonarla, y repetí el proceso de la última ocasión, juntándome mucho a ella dejándola sentir mi erección en su culo, salvo que esta vez ella lo esperaba ya. Cuando llevaba un rato masajeándole los hombros y la espalda, mamá tomó mis manos con las suyas, las deslizo por el lateral de sus pechos, permitiéndome fugazmente rozarlos, bajo hasta sus caderas, y me hizo rodearle el vientre con sus manos, quedándome esta vez yo muy pegado a ella. Tan pegado estaba que mi pene estaba aprisionado contra el culo de mamá, y además ella se movía ligeramente haciendo que mi pene le rozase las nalgas.
Finalmente y tras un rato así mama se giró me dio un beso en la mejilla, y dijo:
-Vamos a aclararnos ya cielo.
Ella se empezó a remojar y salió primero y se rodeó el cuerpo con la toalla. Cuando salí de la ducha ella abrió la toalla, brindándome una imagen deliciosa de todo su cuerpo desnudo, ese cuerpo que deseaba desde hacía años, y que ahora parecía más accesible a mis deseos sexuales. Nos rodeó a ambos con la toalla para secarnos, y quedamos pegados frente a frente, sus pechos con mi torso, su vagina próxima a mi pene erguido.
Al cabo del rato se separó de mi, me volvió a dar su ya habitual beso en la comisura de los labios, y me dijo:
-Gracias cielo, me encantan estos ratitos –con una amplia sonrisa de satisfacción en la cara.
Yo para variar, aquella noche, no pensé más que en aquello mientras me masturbaba.
No obstante, algunos días después descubriría que no era el único que se masturbaba en casa…