Madre e hijo, experiencias eróticas I

Un hijo y su madre, comienzan a tener acercamientos en forma de situaciones un tanto eróticas, que con el tiempo, trascendería a puntos jamás imaginados por Paul.

Mi nombre es Paul, tengo 28 años, un cuerpo bastante bueno, me cuido y hago deporte. Mi madre, Nati, tiene casi 60 años, a pesar de ello, se conserva bien, es muy guapa, lleva el pelo corto y platino, tiene sus curvas, tetas grandes aunque algo caídas, y un culo un poco grande, redondo y apetecible. Mi padre tiene 66, y por lo que yo sé, ya no suelen hacerlo nunca, sobre todo porque mi madre suele ponerse a la negativa.

Esta historia, como otras, comienza conmigo, teniendo fijación por las mujeres maduras desde adolescente, y continua con el momento en que empecé a pensar en mi madre como mujer atractiva para masturbarme.

Esto, por supuesto, lo llevaba en secreto, pues no es algo que uno pueda expresar abiertamente. Mi madre, siempre ha sido una mujer que no ha tenido pudor en casa, era habitual verla salir del baño desnuda, cosa que a mí me encantaba, pues podía verla desnuda discretamente. Con los años yo fui subiendo el nivel, masturbándose con sus bragas, en su cama, etc. También encontré algunas fotos de mi madre medio desnuda que mi padre le debió tomar en la playa en algunas vacaciones, las cuales guardé para masturbarme, pero nunca me atreví a hacer nada más.

Con los años ella quería mantener algo la forma y me pedía ayuda y consejos para entrenar en casa, a lo que yo accedía claro. En ocasiones, cuando le daba pereza me pedía que entrenase con ella, así que yo, claro está me animaba a ello.

La ayudaba con las sentadillas, con las pesas, momentos en los cuales era inevitable algún roce, sobre todo cuando me ponía detrás de ella para ayudarla con la postura de las sentadillas. Para mi había un momento donde la erección era inevitable, y sé que mamá lo notaba.

Con el tiempo, y algunos entrenamientos más, mamá se fue comprando ropa de deporte más entallada, unos leggins, y un top que le apretaba y subía las tetas de forma muy sexy, y que me excitaba mucho.

Tras una de esas sesiones de entrenamiento donde sudamos y entrenamos bastante bien mientras mi padre se había ido a cuidar de mi abuelo todo el día, mi madre me dijo algo que me sorprendió:

-Ahora habrá que darse una ducha, que hemos sudado muchísimo eh Paul.

-¡Si! -le conteste- ¿Te duchas primero tu o entro yo?

-Podemos ducharnos los dos juntos, ¿o te da vergüenza?, como cuando eras pequeño y a veces te bañabas conmigo.

Yo, impactado en mi mente, tarde unos segundos en reaccionar, hasta que logre articular algunas palabras:

-Vale, vamos a la bañera grande que sino no cabremos.

Nos dirigimos al baño, dejamos la ropa sudada en el cesto y mamá entro primero a la ducha. Yo, tarde un par de segundos en entrar. Mamá abrió el agua de la ducha y empezó a caerle encima, mientras algo de agua me salpicaba a mí una vez había entrado.

La vista era increíble, el agua cayéndole por encima, su culo mojándose, sus tetas, algo caídas pero muy apetecibles mojándose, sus pezones grandes y rosados goteando agua que les llegaba. Su entrepierna tenía algo de bello ya empapado por el agua que se notaba que estaba cuidado.

Al poco mi madre me dijo:

-Pasa bajo el agua que cojo el jabón y el champú.

Cambiamos el sitio en la ducha y me rozó con una de sus tetas, yo hacía esfuerzos por no tener una erección, aunque ya empezaba a sentir que mi pene se estaba irguiendo. Cuando mamá se agachó un poco para coger el champú pude ver levemente su coño, algo que hizo que mi pene empezase a aumentar.

Cuando se incorporó mamá con el champú empezó a echárselo en la cabeza y a frotarse el cabello, para mí era como ver a la diosa Afrodita bañarse. Me pasó el bote y me empecé a echar también yo el champú en la cabeza. Ella tomó el gel del cuerpo, y comenzó a enjabonarse los pechos de forma suave, yo hice lo propio también. Al ver esa escena yo estaba ya totalmente erecto, y mi madre se dio cuenta, pero no dijo ni tampoco hizo gesto alguno.

Al poco se giró dándome la espalda y me pidió que la enjabonase, yo accedí y mi pene quedo a escasos milímetros de su culo, yo procuraba no rozarlo para evitar que fuera incomodo, aunque a veces era inevitable leves roces.

-Girate hijo -me dijo mi madre- que te voy a enjabonar ahora yo. Mi madre se recreaba en mi espalda con sus manos.

-Que cuerpazo tienes eh, eres un adonis –me decía.

Nos aclaramos el jabón y salimos finalmente de la ducha, yo lógicamente seguía totalmente erecto.

Mientras mamá se secaba los pechos, a mis ojos de forma sugerente y trataba de secarme disimulando con poco éxito mi erección, por lo cual mi madre esbozaba una sonrisa divertida.

Cuando nos secamos y aun desnudos, mi madre me dijo:

-Gracias por el entrenamiento cariño –y me dio un beso cerca de la comusira de los labios.

Mamá salió del baño con la toalla en el brazo y veía como se iba al cuarto con sus nalgas moviéndose a cada paso.

Cuando llegó la noche y mi padre había vuelto, yo seguía alucinado por la experiencia de esa mañana. Mis ganas de masturbarme eran intensas, pero quería esperar a que se fueran a dormir mis padres, y así evitar una interrupción. Finalmente se fueron al cuarto, y escuchaba a mi madre decirle a mi padre:

-Ay, quita, que estoy muy cansada anda, no seas pesado.

Como era habitual casi siempre, mi madre no le daba sexo a mi padre.

Cuando deje de oír ruido, empecé a masturbarme, sencillamente recordando las experiencias de esa mañana. Tal era mi morbo y excitación, que apenas dure minutos.

Pero aquella sería la primera de una serie de experiencias que trascenderían hasta puntos que jamás habría imaginado.