Madre e hija

Una historia de cómo se llegó a un trío morboso sólo existente en las fantasías de pocos. Podía ir en otras categorías pero pienso que ésta es la más conveniente pese a que hay hetero, lésbico, trío y anal. OJO: No se lee en 5 minutos.

La vida es imprevisible y caprichosa lo que puede convertir una vida monótona y aburrida en la más increíble de las historias.

Me llamo Roberto y soy un moreno de 41 años, alto, de ojos grisáceos, antes atlético pero por mi edad actual he perdido algo de tono (aunque me mantengo aún bastante bien) y con un carácter extrovertido y muchas veces bastante golfo. Vivo solo puesto que nunca me he querido atar a nadie y tampoco he sentido esa necesidad. Además, el perfil de la candidata tendría que ser tan... especial digamos que lo hace muy poco común y aún no he visto que ninguna cumpla los requisitos precisos, aunque si ha habido varias que cumplían una parte muy alta de ellos.

Sexualmente soy muy activo, vicioso y morboso y he cumplido con casi todas las experiencias, digamos normales, y muchas de las más consideradas fuertes. He practicado sexo 'normal', anal, tríos, en grupo, orgías, intercambios, dominación y BDSM (en plan Light y siempre consensuado), sexo con travestis e incluso algo de gay (como activo),... A lo único que me he negado ha sido a las prácticas más escatológicas y a la violencia extrema. Es fácil suponer que, con estos gustos, es difícil encontrar a alguna mujer lo suficientemente liberal o de mente abierta como para participar en estas prácticas.

Bueno, al meollo del asunto. En mi trabajo (soy consultor) conocí en una ocasión a Belén, una encargada de tecnología de una empresa de informática que tenía un proyecto bastante importante entre manos y que precisaba de un asesoramiento de mercado e infraestructuras muy determinado, por lo cual contaron con mis servicios. Las sesiones de trabajo empezaban por la mañana y se solían alargar hasta bastante entrada la tarde–noche. Por ello era muy común que saliéramos a comer y a cenar con mucha asiduidad lo que permitió que conociera su vida. Belén era madre soltera de una chica que, en aquel momento, contaba con 17 años pero a la que le quedaba poco para la mayoría de edad). Éste era el motivo por el que la relación con ella se había tensado por los continuos enfrentamientos entre ellas (ya se sabe, los temas de la prepotencia que se tiene de joven y que se piensa que se sabe todo).

Por cierto, Belén es una preciosa mujer rubia (teñido) con ojos color miel, preciosa de cara, labios carnosos y bien definidos, con un cuerpo generoso, no con sobrepeso pero si exuberante, pecho generoso aunque ya perdiendo turgencia y culo redondo con los mismos “peros” que la piel (no caído pero tampoco terso). A mi forma de entender, con 39 años estaba de muy buen ver y de mejor catar. Es lógico suponer que comencé con mis estrategias para, tarde o temprano, acceder a sus… favores.

Poco a poco conseguí que se fuera abriendo con piropos en los momentos oportunos, pequeñas invitaciones, etc. Vamos… esos pequeños gestos que hacen que se consigan grandes logros por lo que, al poco tiempo la tenía comiendo de mi mano. Ahora además pienso que la abstinencia que sufría en aquella época y la cercanía de la famosa 'crisis de los 40' propició que me diera acceso a su persona.


Todo se desató un viernes tras la salida de otra maratoniana jornada.  Fuimos a tomar unas tapas a modo de cena y entre la charla, las bromas picantes y los vapores del alcohol ingerido, empezamos con el flirteo mutuo. A ella se la notaban más los efectos alcohólicos por lo que me situé en posición de espera, como un cazador que acecha a la presa y no dispara hasta que sabe que tiene el 100% de posibilidades de acertar. Dejé que se fuera soltando. La daba pie a que siguiera y canalicé la conversación hasta el punto que me interesaba. En un momento dado, me dijo:

- La verdad es que hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien con nadie. Esto de estar sola a veces tiene grandes inconvenientes.

- ¿Por? –me hice un poco el tonto– ¿A qué te refieres exactamente?

- Joder Rob (me llama así fuera del trabajo), no me seas pardillo –(Jajajajaja, ¿yo?)– Ahora mismo lo que menos me apetece es llegar a casa sola y menos si voy a acabar discutiendo con mi hija.

  • Bueno, siempre dicen que dos no discuten si uno no quiere.

  • No me refería solo a eso. Hace mucho que no me doy un homenaje adecuado y hasta el final.

  • Si te refieres a lo que tengo en la cabeza, no sé exactamente dónde está el problema.

  • Pfffff –resopló – No creo que sea muy ético que lleváramos nuestra relación más lejos en lo personal.

Me sonreí para mí mismo. Ahora era el momento en que me tocaba a mí dar el empujón.

- Que yo sepa no somos médico-enfermo ni abogado-cliente. Sólo estamos desarrollando un proyecto y no creo que nuestra situación personal tenga que afectar a nuestro trabajo. Además, yo estoy para guiar y depende de ti que me hagas caso o no. Aparte, tampoco afecta el tema de pasta por lo que tus jefes no tendrían motivos para aducir problema alguno.

  • Sí, peroooo… –empezaba a dudar. Eso era bueno para mis intereses.

  • Ni pero ni manzano. No te quiero convencer de nada, allá tú. Yo no soy el que se ha quejado de nada ni el que echa nada en falta.

  • No si ya sé que tú no tienes problemas de esa clase. Tienes pinta de conseguir a toda mujer que se te cruce.

  • ¡Eeeeeehhhh, para el carro! Que yo escojo y mi nivel está muy alto. Vamos que no le doy luz verde a cualquiera.

Se quedó unos segundos mirándome de forma inquisitiva, pensando que es lo que debería de decirme. Notaba la lucha en su interior entre sus reparos y las ganas que tenía. Finalmente, esbozó una sonrisa.

- Vaya, si es así, si me aceptas… ¿te tomarías la última en mi casa?

Ya estaba echado el órdago y no iba  a ser yo quien no lo quisiera. Sólo de pensar lo que haría con ella ya me tenía enfermo. Además, ¿cómo negarse a una invitación tan directa? No seré yo quien le niegue el pan al hambriento. A modo de respuesta, me levanté, tome su mano y salimos del local rumbo al aparcamiento donde tenía el coche. Durante el corto camino hasta su casa no hablamos. En cada semáforo aprovechábamos para besarnos y acariciarnos mutuamente. Pude ver a través de su blusa como los pezones se marcaban en la tela, denunciando la excitación de la propietaria. Además era algo muy contagioso puesto que yo tenía una tienda de campaña más que evidente en mis pantalones, tienda que no tendía a disminuir debido a los constantes magreos que le dedicaba a mi pelón amigo la estimada mano de Belén.

Aparqué en su plaza de garaje y ya en el ascensor hasta su casa no pudimos contenernos más. Nuestras lenguas se fundían y exploraban la boca del otro frenéticamente mientras nuestras manos palpaban y buscaban el contacto directo con la piel del contrario. Cuando estábamos a punto de entrar en su casa:

- Por favor, no hagas ahora ruido que mi hija estará en su habitación durmiendo.

- Vale. No me había acordado de tu hija. Procuraré no hacer ruido. –la dije mientras mis manos seguían jugando, una en su ombligo y la otra tocando su sexo por encima de su ropa interior.

Su casa está muy bien puesta y decorada. Desde la puerta de entrada parte un pasillo que distribuye al resto de las habitaciones, siendo la de Belén la última, cosa bastante corriente en las habitaciones destinadas a matrimonios. La de su hija está en el lado contrario a la de Belén con un aseo entre medias lo que proporcionaba un extra de intimidad a la alcoba de cada una. Entramos en su cuarto y seguimos devorándonos mutuamente. Empecé a desvestirla lentamente, primero sacándola la blusa por la cabeza (¿para qué perder el tiempo desabrochándola?), pasando el canto de la mano por sus antebrazos, rozando con la punta de los dedos su espalda, subiendo al cuello. Belén respondía a las caricias con respiraciones profundas, como si la faltara el aire, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás lo que me permitió el siguiente ataque que no era otro que besar su cuello, chuparlo llevando la lengua desde su tráquea hasta los lóbulos de las orejas.

El resultado fue el surgimiento desde su garganta de suspiros de placer que ganaron en intensidad cuando mis manos, descendiendo por su espalda, bajaron la cremallera de su falda permitiendo que ésta cayera hasta los tobillos, y apoderarse de los glúteos que, gracias al tanga que llevaba, me daban acceso a esa masa de carne (que aunque no muy prieta) no está nada mal.

Me comenzó a desabrochar la camisa hasta que consiguió quitármela, dejándome con la corbata aún puesta y descendiendo hacia el cierre de mis pantalones que amenazaban a reventar por la ingente acumulación de sangre que tenia a esas alturas mi compañero de fatigas. En cuanto quedé libre de los pantalones, se agachó rápidamente (aprovechando para liberarme también de mi slip) y se metió mi trozo en la boca, rápidamente, con urgencia, empezando una mamada que me hacía ver, ya no sólo las estrellas, sino constelaciones enteras. Su lengua pasaba rápida por la punta de mi glande mientras sus labios  aprisionaban mi falo, con rápidos movimientos de mete saca y su mano alternaba entre mis testículos y movimientos de masturbación. Intenté en un par de ocasiones que parara puesto que con semejante tratamiento mis defensas estaban al mínimo de su resistencia. Como no me dejaba abandonar su boca decidí disfrutar de la felación hasta que el punto de no retorno quedó a mis espaldas.

- ¡¡Arggg, no aguanto más… me voy a correr!!

Aumentó la velocidad mientras me sujetaba con la mano que la quedaba libre del culo para que no me retirara por lo que, sin más que objetar, mi esperma se liberó en el interior de esa cálida boca que me ordeñaba como hacía tiempo que no me vaciaba ninguna mujer. Por la comisura de sus labios veía escapar la mezcla de semen y saliva mientras corría descendiendo hacia su cuello y goteaba sobre sus pechos que recibían el néctar de aquel formidable orgasmo que Belén me proporcionaba. Cuando los espasmos de mi pene terminaron, me miró desde abajo con una cara de vicio y deseo sin límites. Desde luego ella también había disfrutado del sexo oral que me había hecho.

Como buen caballero que soy, me preparé para devolverle el placer proporcionado. La ayude a incorporarse mientras dejaba la luz de habitación en unas sensuales penumbras y la liberaba del tanga, única prenda que ella conservaba (por cierto, yo lo único que tenía puesto aún era la corbata y no quiero ni pensar lo ridículo que tenía que estar)  y la recostaba en la cama mientras la besaba, notando mi propio sabor algo que nunca me ha dado reparos.

Enterré mi cabeza entre sus piernas comenzando el cunnilingus porque ya, a esas alturas, no nos íbamos a poner a aumentar la lívido más de lo que ya estaba. Le pasaba la lengua a lo largo de toda su vagina, desde el perineo hasta más arriba de su clítoris, órgano al que procuraba dar tratamiento más especial mientras mis dedos hacían la doble función de separar sus labios y acariciar bien tanto el exterior como el interior de su sexo. Belén estaba realmente encharcada. Su coño destilaba flujos como una posesa, casi como si estuviera meándose. Realmente estaba salida como una perra y no mentía cuando comentaba las ganas ‘atrasadas’. Calculo que no debió de durar más de dos o tres minutos la comida de coño que la hice antes de notar como los temblores se apoderaban de ella. Su cuerpo se empezó a poner rígido mientras su cara se contraía en un rictus de puro placer, casi doloroso y estalló en un orgasmo que me alucinó. Noté claramente como expulsaba caldos del interior de su vagina. Había oído eso de la ‘eyaculaba femenina’ pero nunca hasta ese momento una de mis amantes me había regalado uno de ellos. Temblaba (y lo digo literalmente) de placer mientras mi cabeza hacía verdaderos esfuerzos por permanecer en contacto con su vulva, que se alejaba cada vez que sus piernas se cerraban en el acto reflejo del orgasmo.

Lo cierto es que ese orgasmo de Belén me volvió a poner como un lancero bengalí y decidí no dar tregua a ese cuerpo que me estaba comiendo. Me puse entre sus piernas y de una certera estocada la enterré mi pedazo de carne hasta que mis pelotas acariciaron el peladito coño de mi querida compañera. La cabalgada que la dediqué fue de todo menos tierna. Metía mi polla hasta el fondo y luego la retiraba hasta que casi se salía por completo, volviendo a repetir la operación. Cuando me cansaba de aguantar la posición, me tumbaba sobre ella sin sacarle la polla del coño y aprovechaba para chuparle los pezones rosita claro que coronaban sus pechos,  grandes, turbadores,… tentadores.

Así estuve bastante más tiempo puesto que mi orgasmo anterior me permitía aguantar la tentación de correrme ya que, cuando lo hago, tardo bastante en recuperarme, algo que noto que se agrava con la edad. De esa forma estuve follándome a Belén hasta que su cuerpo volvió a tensarse en un nuevo orgasmo, menos intenso que el anterior pero sí más duradero e igual de arrollador. Me cogía de la nuca cada vez que podía para acercarme y besarme mientras exhalaba su placer en suspiros roncos y profundos

Tras ese orgasmo se quedó desmadejada y sin fuerzas sobre la cama, quedándose por completo a mi merced. Intenté seguir con la follada pero me esquivaba. No hace falta ser muy listo para imaginarse la sensibilidad que tendría en sus partes. Me levanté para que el aire me diera en todo mi sudoroso cuerpo ya que ambos lo hacíamos copiosamente ayudados por el calor que ya comenzaba a hacer. Despreocupadamente me dirigí a la cocina a buscar alguna bebida fría con la que refrescarnos. Cuando estaba delante de la nevera agenciándome un par de refrescos caí en un detalle que a otros les habría pasado por alto.

¡La puerta!

Yo entré al dormitorio detrás de Belén y estoy seguro que deje la puerta cerrada y sin embargo al ir a la cocina no estaba cerrada por completo sino que había un pequeño hueco entra la puerta y el marco, el espacio justo para poder ver lo que ocurría en el interior de la alcoba. Estaba claro que ‘alguien’ había abierto la puerta y ese mismo ‘alguien’ habría estado fisgando.

¡¡Joder con la nena!! Por lo visto disfrutaba espiando a su madre.

Tomé las dos latas y me encaminé de vuelta con Belén pero esta vez prestando más atención a mi entorno. La puerta de Irene (por cierto, aún no os había dicho como se llama la hija) estaba cerrada y no se oía ningún ruido en el interior, cosa que tampoco era de extrañar fuera cual fuere la situación en la que se encontrase la fisgona.

Entré de nuevo en la habitación de Belén, sin comentar nada y dejando la puerta algo más abierta adrede para poder vigilar si nuestra indiscreta fisgona volvía a las andanzas. Me tumbe a su lado tal que podía tener la puerta a la vista sin tener que hacer grandes movimientos que desvelaran mis intenciones y nos abrazamos mientras nos tomábamos nuestro refresco.

- Hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien. En verdad, mucho tiempo. –me decía Belén con una encantadora sonrisa en los labios.

- Pues no ha hecho más que empezar, si es que así lo quieres. Me excitas sobremanera y pienso darme un atracón de ti hasta que me digas basta.

Hice que se volviera a tumbar boca arriba, poniéndome recostado entre sus piernas. Me acordé de la escena de 9 semanas y media cuando Mickey Rourke juega con un hielo con Kim Basinger. A falta de hielo, eché un chorrito de mi frío refresco sobre la despistada vagina de mi compañera lo que provocó un pequeño grito ahogado por la impresión y el susto y me lancé de nuevo a acariciar con mi cálida lengua los pliegues de esa vagina que estaba despachando. Rápidamente Belén comenzó de nuevo a suspirar y a retorcerse, buscando más profundidad en mi lamida. Notaba como lentamente la temperatura de ese órgano sexual aumentaba lo que indicaba la subida en la excitación.

En un rápido vistazo a la puerta pude comprobar con cierta satisfacción que no me había equivocado. De nuevo estaba mirando la hija como le estaba dando placer a su madre. Decidido a mostrar a esa niñata como se hacían las cosas, puse a su madre a cuatro patas sobre la cama y de forma que se viera todo el costado de ella desde la puerta. Apunté con mi polla en la babosa almeja de Belén y de un certero envite se la introduje hasta que mis huevos toparon con su perineo. El suspiro ahogado de Belén daba aprobación a la maniobra por lo que se la estuve sacando completamente y volviendo a metérsela de la misma forma lo que me vino en gana. Cuando me cansé del jueguito, me tumbé sobre la cama y la puse a ella encima de mí, con mi pistón apuntando a la entrada pero sólo con el glande metido. Empecé ahora yo a moverme a toda velocidad. Mi ariete se metía dentro de su ser cada vez que levantaba yo el culo de la cama. La ventaja de esta posición es que con la mano izquierda la sobaba las tetas mientras que con la derecha la dedicaba a sobreexcitar el clítoris, que a esas alturas era ya casi como un micro pene de lo abultado que lo tenía.

- ¡¡Diosssss!! Me matas… me matas –Belén estaba que ya no daba más de sí– Córrete conmigo Rob, yaaa.

Belén temblaba de puro placer. Los tendones de sus ingles no podían estar más en tensión, como su cabeza y brazos. Su cara “casi” parecía el retrato de Dorian Grey dado el rictus que tornaba. Su cuerpo transpiraba tanto como el mío, aunque era yo quien llevaba toda la acción del movimiento. El caso es que esa visión terminó por derrotar a mis defensas y por segunda vez me vacié en su coño mientras el temblor de Belén se convertía en pura tiritona (no está mal para un cuarentón; tres polvetes en un par de horas). Poco a poco me empapé el vientre con el semen que escurría desde el coñito unido con los números caldos que volvió a segregar Belén, resbalando éste hasta acabar sobre la cama formando un charco de flujos que se unió al del sudor de mi cuerpo.

Yo nunca me he tenido por un superdotado sexual. ¡Ni mucho menos! Pero la forma de disfrutar de Belén me subió el ego hasta niveles astronómicos. ¡¡¡Qué torrente de mujer, que forma de disfrutar,… de correrse!!!

Aproveché a mirar hacia la puerta a la vez que aumentaba la luz y mi mirada se cruzó con la de nuestra espía. Sus ojos, fijos en los míos, estaban abiertos como están aquellos que son sorprendidos en falta pero con un brillo en los ojos especial. Su boca estaba ligeramente entreabierta, incluso me pareció ver rubor en sus mejillas. Y lo más interesante, una de sus manos reposaba sobre uno de sus pechos y la otra se enterraba en el interior del pequeño short de su pijama. Sonreí de oreja a oreja y en ese momento despertó de su letargo, desapareciendo del hueco de  la puerta. Lo cierto es que disfruté de la situación y me la imaginaba tumbada en la cama, masturbándose para calmar su calentura.

Deposité a Belén sobre la cama. La pobre no se podía ni mover. Casi en el mismo momento en que su cabeza tomó contacto con la almohada, tras regalarme un tierno beso y una gran sonrisa, se quedó dormida con el sueño de los justos.

Las normas de la buena conducta me decían que era el momento de levantarme, vestirme y salir de la casa, dejándolas a ambas tranquilas. Pero, ¡qué coño! Algo en mi interior me decía que no debía irme, al menos por el momento. Consecuentemente, me tumbé al lado de Belén y yo también me deje llevar por los brazos de Morfeo. Mañana ya se vería que pasaba.

–––

Me desperté sobre el medio día, al principio desorientado al no reconocer la habitación en la que me encontraba. Poco a poco fui recordando lo sucedido y al mirar a mi lado vi a Belén con una cara de paz extrema y durmiendo plácidamente. Recordé la noche de sexo que habíamos pasado juntos, esa noche de viernes tan apasionada e intensa. Belén me había hecho gozar como ninguna mujer antes y me había gustado mucho ser yo quien la diera a ella el placer que, yo sabía, necesitaba.

En esos pensamientos me encontraba cuando mi vejiga me recordó que tenía un trabajo urgente que hacer. Me levanté y me fui corriendo al baño para aliviar la presión. Mientras orinaba recordé la situación producida por la hija de Belén, como nos miraba desde la puerta a su madre y a mí haciendo el amor. ¿Cómo nos íbamos a comportar cuando nos enfrentáramos? ¿Debería hablar con ella antes para aclarar la situación o debería descubrirla ante su madre?

Como estaba muy a gusto, la opción de un enfrentamiento no me era agradable. Decidí que fuera ella la que decidiera la opción, si hacía algún comentario, si reaccionaba violentamente por mi presencia o si, simplemente, lo ignoraría. Tome una toalla de una estantería cercana y resueltamente me dirigí a la ducha, dispuesto al menos a darme un duchazo a gusto antes de nada. Mientras estaba en la bañera oí cómo se cerraba la puerta y un chorro caía con fuerza en el inodoro. Mi pene empezó a tomar rigidez y vigor pensando que Belén vendría a la ducha conmigo hasta que una voz desconocida me dejó helado.

- Bueno. Y ahora, ¿qué? ¿Te vas a ir sin decir adiós o al menos te despedirás de mi madre?

- ¡Coño! –exclamé haciéndome el ofendido amparado por la puerta de la mampara de la ducha– ¿A ti no te han enseñado a esperar tu turno en el baño o es que te gusta invadir la intimidad ajena? –dije con doble intención.

- Mira, si te refieres a lo de anoche, que folles con mi madre me da igual y no me motiva especialmente ver como un tío se la tira… –el léxico de esta niña era directo y un poco basto– Fui primero porque, con el ruido que hicisteis, despertaríais hasta a los vecinos del quinto. Luego… bueno, quería comprobar cómo tratabas a mi madre.

- Pues para darte igual como dices, esa curiosidad no encaja. ¿No sería por otro motivo?

La niña se quedó así como cortada, con la boca abierta queriendo replicar pero sin salirle las palabras. Pero se repuso enseguida y clavó sus ojos con los míos aguantándome la mirada. Me hacía gracia la chiquilla. En ese momento oímos a Belén que me llamaba desde su habitación. Salí a su encuentro y entré en su dormitorio envuelto en una toalla.

- Hola bella durmiente, veo que ya te has despertado.

- Buenos días. –contestó con cara de sueño y, ego aparte, cara de satisfacción– Veo que te has duchado ya.

- Sip… Y también estaba hablando con tu hija.

- ¡Vaya! Ya os habéis conocido. Me hubiera gustado presentarte yo misma a Irene.

- Tranquila Belén, ya nos hemos tratado un poco. Creo que me ha echado un poco la bronca por encontrarme de sopetón en el baño.

- Esta chica no tiene caso. ¿Qué es lo que te ha dicho?

- Me pilló cuando me estaba secando y me reprochó el ‘ruido’ que hicimos anoche –Belén, con cara de circunstancias se sonrojó un poquito– Tú tranquila, –insistí– creo que ya eres mayorcita para tener que dar explicaciones a nadie. Y menos aún a tu hija.

- Sí Roberto, tienes razón. Pero la situación sigue siendo violenta… al menos para mí. Tendré que ir a hablar con ella a ver qué es lo que la pasa por la cabeza.

Salió de la habitación y, por no quedarme plantado sin hacer nada, decidí vestirme. Cuando terminé me presenté en la cocina, donde estaban las dos hablando y las ofrecí, para romper un poco el hielo, acercarme a por unos churritos con chocolate para desayunar. La idea cayó bastante bien y tras informarme de por dónde estaba la churrería más próxima, desaparecí para cumplir con el encargo prometido.

–––

La puñetera tienda estaba a tomar por c… por lo que, entre eso y la cola que había, tardé casi una hora en volver a casa de Belén. Me abrieron las dos la puerta y literalmente se abalanzaron sobre mí (bueno, más concretamente a por los churros). Nos sentamos los tres en la cocina y devoramos todo. Durante el desayuno vi que había bastante buen rollo conmigo por parte de ambas (me extrañaba sobre todo por Irene). Las bromas se sucedieron y el buen ambiente consiguió relajarme y olvidarme de la intensa sesión de la noche anterior.

Por fin terminamos el desayuno. Belén y yo decidimos salir a dar un paseo para tomar el sol (esa bola amarilla que está en el cielo mientras nosotros estamos al “amor” de los tubos fluorescentes de la oficina). Irene, por su parte, dijo que iría a ver a unas amigas. En lo que su madre se vestía, ella se calzó un top deportivo a modo de sujetador, una camisa blanca y atada sólo sobre su ombligo y una minifalda vaquera que la quedaba a medio muslo… Una joyita de nena que iba a poner bien “contentos” a los chicos con los que se cruzase. Salió en cuanto estuvo lista, gritando una despedida a su madre que estaba en baño, dando un portazo (no exagerado pero con la función de hacer saber a su madre que ya se había ido, me imagino).

Me senté en el salón a esperarla, poniendo la tele para entretenerme. Desechados los programas infantiles no había nada más que ver. Apagué y me fui con Belén, apoyándome en el marco de la puerta del baño mientras ella se maquillaba en tanga y sujetador. Mi bulto empezó a hincharse y apretar contra el pantalón. Para estar más cómodo sólo se me ocurrió sacármela por la bragueta. Y. claro está, cuando me pegué a Belén para besar su cuello, mi amigo quedó alojado entre los cachetes del culo y bien aprisionados. Mientras Belén dejaba los trastos de maquillaje y gemía, yo la besaba el cuello, los lóbulos de las orejas (soplándoselas para enervarla con la temperatura) y la acariciaba los pechos y el vientre en dirección a su entrepierna. Cuando llegué al elástico baje su tanga a medio muslo y, mientras mis dedos buscaban su clítoris, mi polla se colocó entre sus piernas y por debajo  de su vulva de forma que, con cada movimiento, mi glande se restregaba en sus labios vaginales, humedeciéndose por los jugos que empezaban a caer de su coñito.

- Aaahh –gemía Belén– Por favor, ahora no, que aún lo tengo sensible…

- ¿Estás segura que no te apetece? –la tenté para tantear si había oportunidad o no.

Se lo pensó por unos instantes. De pronto bajó la mano para agarrarme la polla y colocó la puntita sobre su esfínter anal. Yo no me lo podía creer. Llevaba deseando follarla por su culito desde casi el primer día que se lo vi. Se me empezó a inflar como en mi vida se me había puesto el nabo… se puso más dura que un garrote y, si no fuera porque sé que no es posible, juraría que me había crecido tanto a lo largo como en grosor.

Dejándome llevar por ella puse un poco de saliva sobre la punta de mi pene para lubricar la entrada. Belén restregaba mi glande sobre su anillo y hacía pequeños intentos de metérsela pero sin llegar a meter apenas la puntita. Yo seguía lubricándomela con saliva. Decidí no tomar las riendas y que fuera ella la que eligiera cómo y cuándo hacerlo. Tras unos minutos de “calentamiento” para dilatar el redondo músculo, me la agarró fuerte y se metió el glande y unos pocos centímetros de polla en su recto.

- Mmmmfffggggg… Aaaahhhh… –gemía Belén en una mezcla de dolor y placer.

- Uf, ¡qué apretadita estás cariño! –sus entrañas me apretaban fantásticamente.

- Hace muchos años… aggg… que no me enculaban… arff… con una polla tan grande.

- Pues si te gusta… mmmmm… te vas a hartar porque me estás volviendo loco.

- Uff, fóllame Rob, por favor. Ve despacio pero fóllame yaaaaa –gritó Belén presa del calentón.

Dicho y hecho. Inicié un suave movimiento de bombeo, procurando que mi verga entrara lo más recta posible por el interior de su apretadito culo. Notaba las paredes de su recto abrazar mi polla y el suave roce de su intestino en mi glande proporcionándome un gran placer. Definitivamente, Belén se había destapado ante mí como una mujer extremadamente caliente, gustosa de recibir placer sexual, proporcionarlo y experimentar. Toda una hembra para el macho que la poseyera.

Al notar que el culo de Belén estaba perfectamente acostumbrado ya a mi grosor aumenté el ritmo de la follada anal, poco a poco, hasta llegar a un ritmo frenético. Como ya no soy un chavalín, los polvazos del día anterior me estaban dando gran capacidad de aguante por lo que mi orgasmo, a pesar de la excitación, se encontraba lejos aún. Mi pubis y mis huevos daban secos golpes sobre las nalgas de Belén que todavía pedía más (je, menos mal que también estaba sensible todavía de la noche anterior). Para intentar complacerla, la empecé a frotar con saña su vulva, buscando sobreexcitar su clítoris. Esto ya la volvió loca por completo.

Lo siguiente no sé ni cómo se me ocurrió. Soltando sus caderas (que estaba agarrando con mi otra mano) la agarré un poco fuerte del pelo para echarla la cabeza hacia atrás. A la altura de su oído le empecé a soltar barbaridades que salían de mi interior sin pasar por el control de mi cabeza (seguramente, debido a la falta de riego sanguíneo al estar todo dedicado a tan tremenda follada):

- ¿Te gusta lo que te hago, putita viciosa?

- ¡¡¡Síiii!!!!

- ¿Estás segura que no quieres que pare y te suelte? –la dije simulando que me salía de ella…

- ¡Noooooo! ¡¡¡Sigueeeee… fóllameeeeee fuerte!!!

- ¿Quieres más, eh zorrita mía?

- Síiiiii… Másssss… Necesito… mássssss… Hacía mucho… que no me… follaban… ASÍIIIIIIIII

Belén se empezó a correr con fuerza. Si no hubiera sido porque la tenía apoyada sobre el lavabo, clavada por mi polla por el culo y agarrada por la cabeza se habría metido la hostia padre al quedarse sus piernas tan agarrotadas que había perdido la capacidad de controlar el equilibrio. Además, las convulsiones que sufría tampoco ayudaban a ello. La cara de Belén (que veía en el reflejo del espejo) era la del placer en estado puro, la cara del éxtasis completo. Además de eso, mis dedos estaban cada vez más impregnados de los jugos vaginales procedentes de su coño y que, además, caían por sus piernas llegando casi a sus tobillos.

Pero esta visión, lejos de hacer que parara y la dejase continuar, me volvió totalmente loco por el morbo. Arrecié al límite de mi aguante las culeadas que la daba en su, ya maltrecho, anito, buscando mi propio placer pero sin desatender el machaqueo sobre su clítoris (que notaba endurecido y más grande que ninguno anterior que yo hubiera visto).

- Eres una guarrona. Estás chorreando y sigues.

- Aaahhh… Arrgggg… Mmmffff… –no era capaz de hablar y sólo soltaba sonidos inconexos…

- Es una pena que… no haya nadie… comiéndote el coño… para beberse tus caldos… –la calentura hablaba por mí pero me llevé la sorpresa padre.

- Arggg… Síiii… una lengua que me devore… Aahh, aaaahhhhh, aaaaAAARRGGGGG.

Belén convulsionó en un nuevo orgasmo más fuerte (si cabe) que el anterior. En ese momento escuché junto a la puerta del baño un claro gemido (que pasó desapercibido para Belén al estar en pleno goce). Sonriendo discretamente y mirando de igual forma por el espejo del baño para que no me viera, contemplé cómo Irene se encontraba de rodillas en el suelo con la falda enrollada en su cintura, mostrándome sus encantos y cómo tres de sus dedos se enterraban con violencia en su joven chochito mientras chupaba otros tantos dedos para contener sus gemidos. Esa visión terminó de subir mi lívido al máximo.

  • ¡¡¡Diosss!!! Me voy a correr en tu culooooo… Te lo voy a llenar de lecheeee.

  • Hummppff… Arggg… Síiiiiiiiii.

El grito de Belén coincidió con el bombeo de mis huevos que expulsaban toda la leche que tenía en mi cuerpo hacia las profundidades del culo de mi compañera. Cada latigazo de mi polla era respondido por un espasmo en el cuerpo de Belén que había prolongado en el tiempo su orgasmo al sentir el mío. Cuando terminé de vaciarme dentro de ella miré hacia la puerta para “pillar” a la niña pero sólo vi que se marchaba ya, sujetándose a la pared, arrastrando los pies y aún con el culo al aire. Pude comprobar que Irene había heredado las formas de su madre, menos marcadas al ser más joven y no haber pasado por el trámite de la maternidad, pero inequívocamente dibujaba la misma genética… Estaba muy rica también la condenada. Perversas ideas venían a mi “sucia” mente.

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Nos duchamos de nuevo para quitarnos el sudor del último combate mientras nos dábamos besitos y carantoñas, presas de una complicidad surgida del relajamiento del momento. Enjaboné a Belén al igual que ella hizo después conmigo, repasando con mimo nuestros cuerpos en profundidad (pero ya sin tensión sexual por medio). Según salimos de la ducha me puse un pantalón elástico de chándal que me dejó Belén (irónicamente por cómo me quedaba que hay que decirlo todo) y ella se puso un vestido liviano de andar por casa sin nada debajo lo que me permitía acceso franco a su anatomía. Debo decir que en ese aspecto estábamos empatados puesto que mi pantalón se ceñía sobre mi paquete marcándolo en toda su plenitud (aun estando en estado de reposo). Las ganas de salir se habían esfumado por arte de birlibirloque así pues decidimos preparar algo ligero y rápido de comer entre los dos.

Una lechuga, un par de tomates, un pepino (que, una vez pelado, pasé por el chochito de Belén para hacerla rabiar), una zanahoria (Belén se echó para atrás riendo cuando me vio con ella en la mano), una cebolla, maíz, guisantes y huevo duro formaron la ensalada del primer plato. Unos filetes de ternera a la plancha formaron el segundo plato.

Mientras Belén terminaba de poner la mesa y se terminaban de hacer los filetes, me pidió que fuera a avisar a Irene para que viniese a comer. Estaba pensando en lo a gusto que estaba con Belén mientras me encaminaba a la habitación de la nena por lo que me acerqué (sin tenerlo preparado) sigilosamente.

Cuando llegué a la puerta, ésta se encontraba entornada. Mi mano se quedó parada en el aire cuando oí la conversación que tenía Irene consigo misma.

- Mmmmm, síiii… Fóllatela fuerte… Métele la polla a tope, sácasela por la boca… arrgggg. Mami, ¿te corres? ¡Córrete en mi cara! ¡¡Suéltame tu flujo en la boca mientras te folla este cabrónnnn!! Te voy a secar el coñooooo… ¡¡¡¡argggg!!!!! –se tensó como un acordeón.

Irene estaba desatada, corriéndose como una desesperada con un consolador metido en el coño, dos (o tres, que no lo pude ver bien) dedos metidos en su culo y mientras se pellizcaba los pezones, tironeándoselos con saña, haciéndose un poco de daño que parecía aceptar de buen grado. Parece que la zorrita de la hija de Belén era aún peor que la madre y se ponía bruta con ella. Porque lo que sí tengo claro es que mi participación en su fantasía se limitaba a ser el “follador” de su madre, siendo ésta la que realmente ponía a la niña. De repente esos perversos pensamientos que tuve se transformaron en ideas fijas para “comerme” a ambas mujeres.

Pero claro, lo difícil era provocar la situación. Si bien tengo claro que sería más o menos fácil “liar” a Irene para que se follara a su madre, lo chungo sería vendérselo a Belén. A pesar de lo caliente que había resultado ser me resultaba difícil de tragar que aceptara de forma fácil y de buen grado una relación incestuosa con su hija (eso sin contar que sería una relación lésbica). Estaba claro que tendría que pensar mucho sobre esto…

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Retrocedí por el pasillo, haciendo ruido para alertar a Irene. Al llegar a su puerta, aunque ésta seguía entornada, no se veía rastro de ella por lo que supuse que estaría metida en el ángulo que “protegía” la puerta.

- Irene, dice tu madre para te avise que vamos a comer.

- ¡¡No entres, por favor, que estoy vistiéndome!! –me respondió a través de la puerta.

- Vale. Sólo venía a avisarte. La mesa está puesta en la cocina.

- De acuerdo. Ahora voy. Gracias. –volvió a contestar sin aparecer de nuevo.

Acabábamos de sentarnos a la mesa Belén y yo cuando Irene hizo su entrada por la puerta. Venía vestida con un trajecito de andar por casa que más parecía un pijama que otra cosa. Se sentó sin decir nada y empezó a comer sin decir ni pum.

- Irene, ¿te pasa algo hija? Te noto un poco rara y estás algo colorada. ¿Te sientes bien?

- Sí mami, estoy bien, no te preocupes. Sólo es que tengo un poco de calor y me estaba quedando dormida.

- No te he sentido cuando has entrado en casa. –dijo un poco preocupada Belén por la posibilidad de que nos hubiese visto antes mientras la rompían el culete– ¿Cuándo has vuelto?

- ¿Eh? ¡Ah!, cuando estabas en la ducha, creo… –contestó  bajando la cabeza mientras el rubor volvía a aparecer en su cara.

Yo no me pude aguantar y solté una carcajada que provocó que ambas mujeres me miraran, una con curiosidad y la otra con asombro. Casi lo fastidio por ese arrebato.

- ¿Por qué te has reído así? – me preguntó Irene un poco seria.

- No, era porque pensaba que no era ella sola la que se “duchaba”… –la contesté aguantándola la mirada, cosa que vi que la dijo más de lo que ella hubiese preferido.

- Joder, Roberto, no hacía falta que se lo dijeras. –espetó contrariada Belén.

- Relájate, que no pasa nada. No creo que a Irene la moleste, ¿verdad? –me giré hacia Irene para preguntarla.

- No, no… ¡Qué va, mami! No me importa, de verdad –contestó preocupada porque ya se había dado cuenta que yo sabía que nos había estado espiando y puede que, incluso, que la hubiese pillado mientras se pajeaba viendo el espectáculo.

- ¿Ves? Asunto cerrado. –dije con una gran sonrisa.

Parece ser que coló porque ninguna de las dos volvió sobre el tema (o prefirieron no darse por aludidas). Cambiaron ambas a hablar de temas sin trascendencia para que se olvidara el temita en cuestión. No voy a decir que no disfruté del momento como un enano viendo a las dos actuando así. Tampoco es que las ayudara mucho que yo estuviera todo el rato soltando pequeñas puyitas que sólo entendía una de las dos.

Esto duró hasta bastante después de la hora del café, momento en que Irene dijo de irse a su habitación para echarse una mini siesta (bueno, y para alejarse de mí también). Belén me preguntó si quería ir con ella a dormir también pero, desgraciadamente, tenía que pasarme por mi casa. Recordad que no tenía más ropa que lo que me había prestado Belén y la ropa usada del viernes que estaba un poco sudada. Decidí que me iría a mi casa y así se lo dije a Belén. Me puso unos morritos adorables de niña pequeña…

- Jajajajaja, vale. Quédate tranquila que cuando tenga ropa limpia me vuelvo a buscarte y salimos por ahí esta noche. –la dije con una gran sonrisa por esa actitud tan pueril.

- Me arreglaré muy bien para estar bien guapa y que presumas como un pavo real.

- Bueno, no te será muy difícil… pocas hay por ahí tan guapas como tú.

- Adulador –soltó una risa cristalina por mi halago– A ver. Son casi las seis. ¿Quedamos a la ocho y media? Pero hoy pago yo la cena, que ayer no me dejaste hacerlo.

- ‘Tá bien… –contesté con un guiño– pero el sitio lo elijo yo. Nos vemos en un rato.

Salí de su casa. Estaba pensando en este momento que me estaba comportando más como un novio, pareja o rollo fijo que como algo más ocasional. No era a lo que yo estaba acostumbrado pero lo cierto es que, por una vez en mi vida, me sentía realmente a gusto con una persona. Me sorprendí a mí mismo pensando en situaciones como mudanzas para vivir juntos, paseos juntos, teniendo sexo apasionado y tierno,… Definitivamente me estaba empezando a pillar con Belén y, sorprendentemente a mis costumbres, me gustaba esa idea de estar en pareja con ella.

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A la hora convenida me presenté frente al portal. Poco esperé tras avisar a Belén puesto que ésta bajó casi inmediatamente. Y bajaba ciertamente espectacular. Se había maquillado de forma sutil pero realzando su belleza natural. El pelo lo había dejado suelto y con su rizo ondulado normal y caía sobre sus hombros desnudos ya que se había puesto un vestido de noche negro y blanco de tirantes que marcaban un escote en V por delante y caía sin tela hasta el final de su cintura permitiendo ver al completo su espalda. Sus pechos parecían estar libres ya que no se apreciaba ropa interior pero sí llevaba esos sujetadores adhesivos que se ponen bajo el seno porque sus pechos apuntaban muy altos (cosa que sabía que no era exactamente así). Además el vestido se ceñía a sus caderas, marcándose sensualmente y el corte asimétrico de la falda la quedaba de infarto ya que mostraba toda su pierna izquierda desde el tobillo hasta medio muslo y ocultaba la derecha que sólo salía a la luz cuando daba pasos largos. Menudo empalme me dejó la señora. Me daban ganas de pillarla por banda de nuevo y volver a follármela de lo que me calentó…

Pero haciéndome el perfecto caballero, tras alabar sobradamente su aspecto la abrí la puerta del coche mientras la tendía la mano para ‘ayudarla’ a meterse en él, mano que tomó con la suya haciendo una graciosa flexión de piernas continuando con la broma.

Conduje hacia un restaurante poco famoso pero que yo conocía en la carretera de El Escorial a Villalba y que escogí al estar retirado del bullicio de Madrid y por tener una zona de comedor al aire libre en un jardín muy bien arreglado e íntimo, ideal para parejitas. Además la comida también es excelente y nada cara para la calidad de la misma.

Huelga decir que a Belén la encantó. Pedimos una mesa en el jardín en un medio rinconcito tras una fuente de piedra que nos daba la intimidad perfecta. Hicimos nuestros pedidos (no es por dar envidia, pero me pedí unos pimientos rellenos de bacalao con gambas en salsa de boletus y una corvina al horno que quitaban el sentido mientras que ella pidió unos raros espárragos trigueros a la plancha con acompañamiento de salmón y níscalos y merluza a la vasca) regados por un vinito blanco que estaba de muerte.

Comimos tranquilamente, hablando poquito pero con mucho sentimiento. Repito… me estaba acostumbrando muy rápido a su compañía y no sé si, incluso, no me estaría enamorando de ella. Con muy muy muy poquita gente me había sentido tan a gusto y con nadie había estado tan conectado. La verdad es que no lo sabía aún pero me había tocado la lotería con Belén. Pero no voy a adelantar acontecimientos.

Cuando terminamos de cenar y con los postres obligatorios y un café, tocó paseo por un boulevard muy bien arreglado y bonito. Charlábamos todo el rato entre risas de trivialidades, de nuestras vidas, otras experiencias profesionales, cosas normales de la vida e incluso algo de política. Era muy fácil para ambos hablar ya que, en las cosas que coincidíamos era fácil y en lo que chocábamos exponíamos nuestros pensamientos sin intentar influenciar ni convencer al otro (¿verdad que es así como debería ser siempre?).

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Sobre las dos de la mañana cogimos el coche (más o menos cuando calculamos que el efecto del vino de la cena se habría evaporado) y volvimos a su casa. Tras aparcar me convenció para ir a tomar una última copa a una coctelería cercana. Pedimos dos combinados de ron (coincidimos también en el licor favorito), un mojito para mí y una piña colada para ella, y nos sentamos en unas cómodas butacas de mimbre no muy cerca de los altavoces a pesar que el volumen de éstos permitía hablar fácilmente.

Mientras hablábamos nos íbamos acercando el uno al otro. Está claro que esto llevó a que empezáramos a besarnos pero, a diferencia de otras veces, estos ósculos eran tiernos, lentos, con mucho sentimiento… Y a mí me seguía gustando y seguía sintiéndome cómodo. Creo que fue aquí donde me di perfecta cuenta de los sentimientos que albergaba por Belén. Con toda esta intimidad empezamos a hablar de temas picantes y, sin saber cómo, estaba cantando como un canario al respecto de mis andanzas sexuales.

- ¿Todo eso es cierto o te estás quedando conmigo? –me preguntó ella sorprendida.

- No, es 100% real. Creo que puedo decir que he sido lo suficientemente afortunado… o lo suficientemente golfo –la dije guiñando un ojo– para poder hacer todo lo que te he contado.

- ¡Joder! No es que no me lo crea pero no había conocido nunca a nadie que hubiera hecho tríos.

- Pues no te digo nada de cuando me cogieron entre cuatro y nos lo montamos todos juntos.

- ¿Tú y cuatro chicas? –abrió Belén tanto los ojos que, cuando sus cejas volvieron a bajar traían casi hasta nieve.

- Nooo, exagerada. Eran tres chicas y un amigo de ellas. Aunque como era bisexual y acabé también dándole por culo, ¿cuentan como cuatro para mí?

- ¿También te has calzado a tíos? Eres una caja de sorpresas. Desde luego das el tipo de golfete, pero… tanto, tanto, no.

- Bueno, realmente a sólo tíos sólo fue esa vez. Pero sí he estado varias veces con travestis a las que he dejado el culo como la bandera de Japón. –puse cara de salido, haciendo a la vez gestos que hicieron romper a Belén a reír de forma algo nerviosa.

- ¿Y cómo coño te las ingenias para cumplir con varias? –Belén hizo una breve pausa– Bueno, realmente sí lo sé. –se ruborizó de una forma encantadora, algo que no pegaba mucho con la charla pero que me encantó.

- Con dos no hay muchos problemas. Es cuestión de racionarte y saber jugar con ellas, controlando para que no te puedan destrozar. Ya sabes, con sexo oral y caricias. Y luego, algunas veces, las chicas no tenían problemas en interactuar entre ellas. –la miré fijo a los ojos esperando su reacción.

- ¡Joooder! –Belén estaba sorprendida y muy cortada con mi sinceridad, eso se veía a la legua. No era capaz de seguir ya la conversación y me decidí por atacar a mi vez.

- ¿Nunca has tenido la oportunidad o la fantasía de hacerlo?

Para mi sorpresa, Belén tomó esa pregunta por otro lado y su contestación me hizo pensar en algo que estaba en mi mente como fantasía, pero que me apetecía intentar conseguir.

- Nunca he estado íntimamente con otra mujer. Cuando era muy jovencita, con una amiga, para saber cómo era y cómo saber hacerlo, nos estuvimos besando una temporada y en alguna ocasión nos acariciamos, pero siempre por encima de la ropa… –Belén se tornó del color de la grana  mientras confesaba esto y seguía ‘cantando’– Alguna vez, viendo alguna peli porno, cuando dos mujeres estaban con el hombre y se tocaban o se… Vamos, me excitaba… un… poco… –bajó la voz tanto que no paso de ser un susurro.

- Pero no has contestado a mi pregunta. ¿Has fantaseado con hacértelo con otra mujer?

- Bueno… sí. Pero siempre si había un hombre. Lo que se dice un trío MHM. No creo que fuera capaz de acostarme sólo con otra mujer. –Belén bajó la cabeza, seguramente muerta de vergüenza por lo que me acaba de confesar.

- Mmmmm. –fingí meditar mucho mucho mucho– Si quieres probarlo conmigo, creo que podría facilitártelo.

- ¿Cómo?

- Creo que tengo una conocida que se prestaría a estar contigo y conmigo. Sé de seguro que la gustarías y que sería un placer estar contigo… –dejé caer la bomba sobre ella.

- No sé si sería capaz de hacerlo…

  • ¿Pero lo quieres intentar o no? –obviamente me estaba aprovechando del alcohol ingerido y la conversación calentita anterior para facilitar las cosas con ella.

- Me gustaría, pero no sería plan si al verla me desmotivo y corto el rollo…

- Eso no es problema. Hay algo que ya he probado y que te lo pondría a huevo. Te tapo los ojos con una venda de seda y así sólo podrías sentir el placer del contacto y, como los ojos no te traicionarían, tu placer subiría muchos enteros… Pero claro, si no confías en mí no vale… –la solté el comentario a mala leche para que saltara y no lo pensara tanto, como de hecho pasó.

- Sí que me fío de ti, claro. Pero… –la corté para dejarla sin opciones.

- Vale. Hablo con ella y, si te parece bien, quedamos en mi casa el fin de semana que viene. El sábado mejor, ¿verdad?

Se quedó completamente bloqueada. La veía abrir la boca y cerrarla, seguramente buscando una forma en la que salir del embrolló al que la había metido sin saber siquiera cómo había ocurrido. Para que se relajara la dije un escueto “ Ya verás cómo te va a gustar” y me lancé a besarla con cariño pero con decisión para que no pensara más. Y lo conseguí ya que, a los pocos minutos, nos comíamos los morros con mutuo deleite.

Esa noche volvimos a acostarnos los dos pero opté, de forma sabia, hacerlo con ella con mucho mimo y dulzura para que se tranquilizara. No hubo ni alardes ni fogosidades. Lo hicimos una vez en la postura del misionero y, tras recuperarnos, otra vez con ella encima de mí buscando el máximo contacto de nuestras pieles hasta que, satisfechos, con quedamos dormidos.

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El domingo y la primera parte de la semana transcurrieron de los más normal. Me fui de su casa tras comer y, hasta el miércoles, nos absorbió el trabajo. El miércoles, Belén debía quedarse a una reunión interna y ése fue el momento en que aproveché para ir a buscar a Irene (como imagino que ya habríais imaginado) para hacer el trío con su madre. Si aceptaba lo que la propondría cumpliría mi mayor fantasía sexual… follarme a la vez a dos mujeres y que fueran madre e hija. Pensando en ello me cogí yo solo un empalme de narices. Menos mal que iba en el coche y no di el espectáculo.

Llegué a casa de Belén donde Irene, con gran sorpresa, me recibió y me franqueó la entrada, muerta de curiosidad ante mi intención de querer hablar con ella y no con su madre (y también con un poco de nervios tras lo ocurrido el fin de semana anterior).

- Quiero hacerte una pregunta Irene. Y antes de hacer nada piensa bien lo que me dices. –la dije un poco serio, lo que la acojonó un poco.

- Dime, ¿qué quieres?

- No se trata de lo que yo quiero sino de lo que quieres tú. ¿Te quieres follar a tu madre?

- ¡¡¡¡¿Quéeeeee?!!!!

- Recuerda pensar antes de nada. Y escúchame si te digo que te vi perfectamente cuando la estaba enculando a tu madre y cómo te metías los dedos.

- Per… pe… –la pobre no sabía cómo reaccionar.

- Mira. No sólo vi cómo te masturbabas en el pasillo con nuestro espectáculo sino también como lo volvías a hacer en tu habitación mientras me “mandabas” darle más caña a tu madre y tú te corrías como una burra.

- Entiendo. Y ahora, para que no le digas nada a mi madre quieres follarme, ¿verdad? –me respondió muy cabreada y totalmente a la defensiva.

- No me has hecho caso antes. Te he dicho que pensaras y que si TE quieres follar a TÚ madre. De ti no he dicho nada. Te digo que sé que te pajeaste y que fue con la imagen de  tu madre con la que lo hiciste, no con la mía. Por eso te vuelvo a preguntar por última vez. ¿Quieres follarte a tu madre?

La cara de Irene era un poema. Se quedó pálida por el lado en que la había dicho que sabía exactamente todo lo que había hecho y dicho en sus furiosas pajas y se quedó perpleja por el ofrecimiento tácito que estaba haciéndola para estar con su madre. La única duda que yo tenía era si la había juzgado bien o si se echaría atrás por mi causa. Tras un tenso minuto, por fin Irene dijo.

- ¿Qué es lo que tienes pensado para que acepte? Porque no me trago que mi madre quiera follarse a su hija como la hija quiere hacerlo con ella… –aceptó implícitamente mi ofrecimiento.

- Eso ya lo tengo resuelto. La he convencido para hacer un trío con otra mujer y conmigo. Como ves, yo estaré mientras te la follas pero sólo te tocaré a ti si tú me lo pides claramente. En caso contrario sólo follaré a tu madre mientras tú, si quieres, la dejas el coño seco… –la dije en clara alusión a sus propias palabras.

- ¿En serio? ¿No me tocarás para nada?

- No si tú no me lo pides.

- ¿Y cómo vas a conseguir que mi madre no nos monte el pollo cuando me vea?

- De ninguna forma porque no te verá. Estará con los ojos tapados porque no se fiaba de poder hacerlo llegado el caso aunque haya fantaseado con ello.

Los ojos de Irene se pusieron como platos cuando le dije que su madre fantaseaba con mujeres. La aclaré que no me había dicho eso exactamente sino que, lo que la ponían eran los tríos.

Al final aceptó y la cité en mi casa el sábado después de comer. Debía decirle a su madre que quedaba con amigas y que se iba. De esa forma mataba dos pájaros de un tiro. Belén se podría preparar tranquilamente para venir e Irene y yo prepararíamos la fiesta en mi casa. El resto de la semana fue normal a pesar de que ya pude notar los nervios de Belén al acercarse el día señalado. Estuve con ella lo más tranquilo, atento y cariñoso que pude para tranquilizarla, algo que vi que me agradeció.

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Irene llegó a mi casa sobre las cinco y media de la tarde. Se la veía súper nerviosa y súper excitada por la tarde que tenía por delante. Estuvimos “montando” el dormitorio para la sesión. O mejor dicho, sacamos todo el mobiliario y las decoraciones de la habitación (con excepción de un espejo y un sifonier enorme que quedaron en un rincón para no estorbar. Eso hizo que Irene se relajara un poco pero se veía que la pobre estaba echa un matojo de nervios. Hice que me acompañara al enorme baño junto a mi dormitorio y se quedó atónita cuando vio el enorme jacuzzi para cuatro personas que tengo como bañera y que ya tenía lleno y preparado a la temperatura adecuada. La dije que se metiera ella un rato mientras yo terminaba otras cosas para que se relajara un poco.

Me salí para dejarla tranquila y me marché a la cocina donde tenía preparadas algunas cositas especiales. Preparé un bol con unas fresas (que me contaron un riñón encontrar) para combinar con una botella de champagne francés, nata montada y chocolate derretido en una fundé. También preparé una selección de música adecuada a la ocasión y entorné ventanas y cortinas para bajar la luz exterior y dejar que la iluminación ambiente que tengo montada en el piso causase su efecto. Cuando terminé me volví a duchar rápidamente para quitarme algún resto de sudor de mi cuerpo (ya me había preparado antes de la llegada de la chica).

Media hora después volví a entrar al baño para llevar a Irene una toalla para que se secara y un jabón de mujer. La dije que traía uno de una marca muy rara y que sabía que ellas no usaban para evitar que su madre pudiera reconocerla (o sospechar) si olía su fragancia.

- Muy bien pensado. A mí no se me habría ocurrido.

- Me pareció que no deberías parecerte a cómo eres habitualmente y pensé en el aroma. También debes evitar hablar y hacer ruidos que ella pueda identificar.

- Entonces hay una cosa que tengo que pedirte. –de repente se puso un poco colorada– Mi madre sabe que no me gusta llevar mis partes sin pelo. ¿Me puedes afeitar tú? Es que a mí me da pánico acercarme la cuchilla y siempre es ella la que me arregla ahí…

Rompí a reír sin poderlo evitar. ¿Mis partes? ¿Ahí? ¿Ésta es la que se quería follar a su madre y que andaba ahora con eufemismos hablando de su coño? Me disculpé con ella al ver cómo se empezaba a mosquear pero no pudo tampoco evitar sonreír por lo que ella misma había dicho. Cogí una toallita, la espuma de afeitar y una cuchilla nueva para mi maquinilla. Hice que se sentara en el borde del jacuzzi y que se abriera de piernas que, por cierto,  la costó bastante (ante mi nueva mueca irónica). Pasé de puntillas sobre el pudor que la daba y, “profesionalmente” extendí una generosa capa de espuma sobre su rajita. Lo tenía lleno de pelo salvo lo que se dice “por la raya del bikini” así que quité bastante pelo. Debo reconocer que me “prodigué” un poco de más en los toqueteos que la daba para estirar su piel, apurar en su intimidad y esas cosas. Solía tener siempre un dedo sobre su clítoris o acariciando cerca de la entrada de su vagina. Lo que al principio empezó incomodándola la terminó por excitar. No se notaba mucho el flujo pero sí el incremento de temperatura que indicaba la excitación de la propietaria de dicha vulva. Ya la tenía sin pelo alguno en el monte de Venus y en las ingles y tenía que apurar los labios. Metí los cuatro dedos por debajo de los mismos y tiraba con el gordo para tensar la piel y, a muy mala leche, movía lenta pero continuamente los dedos arriba y abajo haciendo que mis nudillos rozasen la entrada de su vagina y su botoncito. Su respiración se empezó a acelerar pero yo seguí sin dar muestras aparentes de conocer su estado.

Poco a poco iba subiendo su calentura. Cuando terminé la hice ponerse a lo perrito con la excusa de afeitar también su ano. Tras un primer momento en que se lo pensó reaciamente, acabó por darse la vuelta, poniéndose tal y como la pedí. Tras volver a extender un poco de espuma la fui afeitando con cuidado de no pellizcarla con la cuchilla en alguna rugosidad del mismo. Así, en “Cinemascope” comprobé que la genética de Belén se había reflejado en Irene para beneficio de la humanidad. El culo que tenía esta niña era también precioso, igual que el de su madre, pero duro y firme como corresponde a un cuerpo que había abandonado la adolescencia hacía poco tiempo. Huelga decir que mientras seguía “profesionalmente” depilándola, seguí con mis manejos sobre su intimidad y un poco sobre su culo. Cuando terminé ella estaba calentita pero yo estaba como el palo de un churrero. A pesar de ello me incorporé y la conminé a que se duchara y preparara ya que su madre llegaría no tardando mucho.

Dicho y hecho. Según entró la hija en la ducha llamó la madre a la puerta. Tras besarla suavemente para tranquilizarla (cosa que evidentemente no conseguí mucho) la acompañé al dormitorio.

- Bueno, ¿muy nerviosa?

- Ufff, pues sí, no te voy a mentir. Estoy hecha un flan.

- Tranquila que ella sabe que es tu primera vez y será muy tierna y cuidadosa contigo. Te cuidará como a una madre. –reconozco que lo solté con un poco de mala leche riéndome para mí mismo– De todas formas sabes que estaré a tu lado en todo momento. Y cuando no esté a tu lado, estaré dentro de ti…–dije con sarcasmo que pilló al vuelo.

- Jajajajaja, que cabrito eres. Vale. Pero mímame, por favor. De verdad, estoy aterrada.

- ¿Y excitada? –la pregunté metiendo mi mano bajo su vestido y acariciando su coñito por encima de sus braguitas.

- Mmmm. Eso también.

Comprobé que, efectivamente, había humedad en su braguita lo que quería decir que era cierto que venía cachonda y nerviosa. La acaricié suavemente mientras la besaba con suavidad para intentar desterrar sus miedos. Belén se abrazaba a mí, suspirando con las caricias, con sus ojos clavados en los míos en actitud de entrega. Si digo que no me gustó que se abandonara a mí mentiría como un bellaco. Me sentía su dueño y señor y fiel responsable de su felicidad… (¿a que no se nota nada que estoy pillándome yo solo?)

De esta guisa fue desnudándola, la llevé hasta la cama y la hice tumbar con suavidad mientras nuestros labios seguían con su labor. La hice saber que nuestra “amiga” estaba en la ducha y que iría a avisarla que ya estábamos esperándola. Belén dio un pequeño respingo pero se limitó a asentir, luchando un poco por tragar saliva y disimular los nervios… sin conseguirlo.

Tras avisar a Irene y darla un par de indicaciones, volví al dormitorio. Ya llevaba la venda que usaría con Belén en la mano bien visible para que la viera y supiese que empezábamos. Me desnudé por completo (sonrió cuando vio mi congestionadísimo amigo) y me tumbé en la cama, haciéndola rotar para ponerla sobre mí, momento en el que la puse la venda. Sin concederla un solo segundo para que pudiera pensar la devoré de nuevo los morros. Se aplicó con esmero a la tarea y, de paso, ya que tenía las manos libres, se puso en cuatro sobre mí para poder restregar nuestros sexos el uno contra el otro. No creo que haga falta decir cómo nos pusimos los dos. Mi líquido seminal se mezclaba con los calditos que segregaba su coñito.

Poco después entró Irene a la habitación, desnuda tal como la dije que entrase ya y con un artilugio que la había dicho que cogiera. Al vernos se quedó parada un momento para no perderse el espectáculo (imagino que el de su madre) que dábamos. Su mirada se puso fija en las posaderas de su madre al ser lo más obvio de lo que tenía enfrente mientras su lengua humedecía sus labios y su mano libre se deslizaba a su entrepierna que empezó a acariciar.

La dejé mirar un rato. Me estaba dando un morbazo impresionante ver como la hija se pelaba su chochito mientras la madre refregaba su coñito sobre mí. No quise aguantar más y me fui moviendo poco a poco de tal forma que mi pene encontrase el lugar donde estaba siendo requerido… dentro de Belén. Al sentir mis manejos imitó mis movimientos, facilitando la labor de penetración. Apenas treinta segundos después mi pene se encontraba totalmente insertado en su coñito y empezamos a movernos cada vez más vigorosamente.

Llamé la atención de Irene con un gesto y vino hacia nosotros. Belén estaba ya tan desatada que ni sintió el movimiento de la cama cuando su hija se puso de rodillas junto a nosotros. Sólo se dio cuenta cuando la empezaron a acariciar cuatro manos. Las mías llevaban un rato jugueteando con sus pezones así que, las que tocaron su espalda y su culo debían ser las de la otra mujer. Sin embargo, para mi sorpresa ya que no me esperaba que reaccionara así, ni siquiera se sobresaltó sino que se incorporó un poco y giró la cabeza hacia los lados buscando a quien se había unido.

Cuando Irene entendió lo que quería su madre se acercó lentamente. Cuando sus alientos chocaron y Belén “localizó” a la que faltaba se lanzó a ese lado abriendo la boca, buscando besarse con su compañera. Irene tardó décimas de segundo en juntar la boca con la de su madre, empezando a darse un lascivo beso que me puso al borde del orgasmo hasta tal forma que tuve que parar para no correrme, aumentando las caricias sobre Belén acariciando también su vientre (es muy sensible en esa zona).

Irene y Belén estaban besándose con fruición. Los pezones de ambas estaban duros por la excitación y sus respiraciones eran veloces. Belén se sentó sobre mi polla, encajándola de nuevo en su interior y se irguió para poder acariciar el cuerpo femenino con el que estaba, dándome ligeramente de lado. No me importó porque mejoró ostensiblemente la panorámica del momento. Ambas mujeres se acariciaron el cuerpo entero: cuello, cara, caderas, pechos, vientres,… fueron manoseados frenéticamente. Sabía que Irene respondería así pero me estaba llevando una agradable sorpresa con Belén. Al final estaba resultando ser tan lanzada (cuando se calentaba debidamente) como CASI yo (je, todavía saco algo de ventaja en ese aspecto).

Tras haber “descansado” un poquito y bajar mi excitación, hice que se separaran. Coloqué a Belén en la posición de perrito y volví a introducirme en su interior. Tras una indicación mía Irene se puso abierta de piernas delante de su madre. Haciendo un poco de presión sobre la cabeza de Belén, ésta puso su boca sobre el filial chochito y, tras apenas un segundo de duda, comenzó una comida de coño brutal, a una velocidad endiablada que ni Irene ni yo esperábamos. Los esfuerzos que hacía la hija con la comida de la madre para reprimirse eran muchísimo más que evidentes. Belén estaba combinando largas lamidas con la lengua sobre el coñito que comía con succiones sobre labios vaginales y clítoris provocando que el orgasmo de Irene se precipitara. Con la respiración entrecortada, la cara intensamente colorada y con una expresión rígida se corrió como una burra.

Pero parece que Belén tenía otros planes que no eran sólo hacer que la otra mujer se corriera. Bajó el torso hasta que sus tetas quedaron sobre la cama, manteniendo el culo elevado para seguir disfrutando de mis arremetidas, y se sujetó fuertemente a las piernas de Irene que mantuvo abiertas y evitando que se pudiera apartar. Aunque parezca mentira, consiguió subir la violencia y velocidad del cunnilingus que daba a la pobre Irene. Sin dejarla descansar para nada, el tratamiento que hacía sobre el coñito de su hija no hacía otra cosa que machacar sobre machacado. Apenas le duraron las molestias por la sensibilidad de sus partes íntimas a Irene unos 20 segundos. Empezó a respirar como si la faltara el aire, como un buceador que sale a la superficie tras una larga inmersión. Tampoco pudo reprimir ya los gemidos ni los jadeos que, poco a poco, pasaban de discretos a auténticos alaridos.

Tras otros tres minutos intensísimos Irene volvió a correrse emitiendo un grito ronco desgarrador. Tal como había visto en su madre, Irene también era capaz de tener eyaculaciones puesto que, aparte del río que ya había salido de su coñito, soltó varios chorretones de flujo que fueron a parar a la cara y boca de Belén. Como yo por mi parte, había intentado imitar la velocidad de la follada que mantenía con Belén al ritmo que ésta se encargaba de su hija, sumado al espectáculo de ambas mujeres, hicieron precipitar uno de los más intensos orgasmos que he tenido. Parecía que mi vida se escapaba por la punta de mi polla por la cantidad y potencia de mis disparos en el interior del coño de Belén. Y parece ser que las corridas de nosotros dos ayudaron también a que ella tuviera otro de la misma intensidad. Como ella se corrió justo después de mí, las contracciones de su vagina parecían que estaban pensadas en ordeñarme por completo, alargando un  poquito más mi propio placer.

Tras nuestros orgasmos, Belén y yo caímos sobre la cama mientras que Irene, como estaba sentada sobre la cama y apoyada en el cabecero, dejaba caer brazos y piernas de forma laxa. Ya habíamos casi terminado de normalizar las respiraciones cuando empezó a hablar Belén.

- ¿Desde cuándo querías hacerlo? –dijo Belén.

- Desde el otro día. Me vino a la mente. Tenía la duda de si aceptarías pero apostaba a que, si conseguía vencer tus reparos iniciales, disfrutarías de la experiencia. –la contesté.

- No, Rob. No te lo decía a ti. Se lo estaba preguntando a Irene. –nos soltó Belén de golpe, sorprendiéndonos a ambos. Aunque lo dijo muy tranquila intenté (de momento) intentar tapar el fuego.

- ¿Y por qué crees que es Irene la que está con nosotros? ¿Crees que te haría yo eso?

- Evidentemente ahora sé que sí. No me tomes por tonta. Si creéis que no soy capaz de reconocer a mi propia hija, es que ambos estáis muy equivocados.

Diciendo eso se llevó las manos a la cara para liberar los ojos. Estuve tentado de negarlo y evitar que lo hiciera pero decidí correr el riesgo. Ante la aterrada mirada de Irene, Belén se terminó de quitar la venda, clavando la mirada en su hija. Seguía calmada, al menos aparentemente.

- Bueno, ¿qué? ¿Me lo dices o lo voy a tener que adivinar? –apremió a su hija.

- Yo… No, es que… Mami no… –la pobre Irene no era capaz de dar pie con bola.

- ¡Venga coño! Ni mami ni ostias. ¡¡¡Habla!!! –gritó Belén aunque en su voz no detecté enfado.

- Desde siempre. Cuando me empecé a despertar al sexo y me empecé a masturbar, me imaginaba que estaba con alguien pero me imaginaba con tu ropa, con tu maquillaje, con tus joyas… Imagina que me poseían como lo harían contigo hasta que me di cuenta que, realmente, en la que pensaba era en ti. –Irene empezó a llorar, seguramente por los nervios, mientras se confesaba a su madre– Al principio me masturbaba imaginando como te correrías y, poco a poco, empecé a imaginar que era yo misma la que hacía que te corrieras, que era conmigo con quien follabas y que era yo sólo a la que querías. Pero tú no te dabas cuenta de mis sentimientos, de mis deseos… Te veía quedar con los que te ibas de juerga, tus compañeros, tus amigas y se me llevaban los celos al imaginar que podrías acabar follando con cualquier cabrón mientras que yo, que te quería, no existía.

  • No me lo puedo creer. ¿Y por eso te ponías desagradable conmigo?

- ¡Tenía que hacerlo! Por un lado esperaba que me hicieras el caso que quería pero, por otro sabía que no lo tendría y que nunca podría decirte nada, que me odiarías, que me repudiarías… ¡Tenía que intentar sacarte de dentro de mí! Y… yo… no podía… tenía que…

Irene aguantó hasta aquí. Se derramó en un llanto totalmente desgarrador. Belén, tras una ligerísima duda, encerró a su hija entre sus brazos, intentado consolarla, mientras Irene lloraba y anegaba de lágrimas el pecho desnudo de su madre.

Entendía perfectamente por todo lo que debería haber pasado puesto que yo mismo, durante una etapa de mi vida, creí estar enamorado de mi hermana aunque luego supe que sólo fue la tensión sexual de la adolescencia y que me fijé en la primera forma femenina que tenía más a mano (menos mal que no fue mi madre). Entendía ese sentimiento de frustración por tener lo que más anhelas a tu lado y no tener oportunidad de conseguirlo, cómo te devanas los sesos en buscar formas de acercamiento y cómo has de reprimirte porque, ante todo, quieres mucho a esa persona y una metedura de pata semejante puede romper la relación con un familiar tan cercano. En este momento me enternecí mucho con Irene, por ese saber del infierno en que se habría visto sometida.

Por un momento me entró algo parecido a un sentimiento paternal. Me levanté, dejándolas un rato a solas y me dirigí al baño. Revise la temperatura del jacuzzi y la elevé, añadiendo unas sales relajantes. Cuando el agua estuvo lo bastante caliente volví a entrar al dormitorio. Ambas mujeres seguían abrazadas pero Irene ya no lloraba (aunque aún hipaba algo por la llorera).

- Anda, ven conmigo. Te he preparado un baño relajante para que se te pase un poco. –Sin esperar contestación alguna la cogí como a una niña pequeña, por debajo de los brazos y de las piernas y me la llevé al jacuzzi, donde directamente me metí para dejarla con mimo en el agua.

- Gracias. –me dijo sólo eso pero en sus ojos había agradecimiento. Se dio perfecta cuenta que no había intenciones escondidas y que sólo la quería ayudar.

- De nada hija. Belén, –me giré hacia ella– ¿por qué no te metes con Irene en el baño y os relajáis ambas? Pienso que, ahora mismo, os vendrá mucho más que bien.

- ¿Y tú, qué vas a hacer? –me preguntó Belén mirándome a los ojos.

- Creo que lo mejor que puedo hacer ahora mismo es daros algo de espacio para vosotras. Debéis hablar acerca de la situación y yo sería más un estorbo o un intimidador si me quedo. Voy a acercarme a preparar algo de cena para cuando salgáis.

Me fui del baño y me dirigí al otro a darme una ducha para limpiarme. No quise decirlo pero yo necesitaba también tiempo para pensar en mis propios sentimientos acerca de la situación. Y las conclusiones a las que llegué me hicieron sentirme incómodo conmigo mismo. A ver si soy capaz de explicarme:

a) Por un lado, había tenido un fallo enorme de cálculo con Irene. Me había dejado llevar por mi eterna fantasía de “calzarme” a una madre e hija a la vez y no había medido las consecuencias (ni la situación) actuales. No digo que tuviera que haberme dado cuenta de los sentimientos de Irene hacia Belén, pero por mi propia experiencia, al menos debería haber tenido en cuenta el impacto afectivo en este incesto. El fantasear con su madre no tenía por qué haber sido más que un calentón en un momento de excitación, sobre todo tras vernos follar a los dos como hizo Irene, pero también podía indicar sentimientos tan profundos. Aunque los casos típicos de incesto no suelen ser entre personas del mismo sexo (imaginad el porcentaje de gente que hace incesto y unidlo al porcentaje de gente homosexual) hay que tenerlo en cuenta. En problema es que lo di por imposible y únicamente me centré en el lado morboso y sexual del trío. Ahora tenía entre manos a una mujer enamorada de otra (o que creía estarlo), siendo ésta además su madre. La relación que habría entre ellas a partir de este momento ya no sería la misma de ninguna de las maneras, tanto si acababa bien o mal.

b) Belén estaba claro que no albergaba más amor hacia Irene que el de una madre a su hija y acababa de ponerla una losa tremenda sobre ella. Si ya había tenido mala suerte con las relaciones, ahora una de ellas la había llevado a follar con su hija (y digo follar, no hacer el amor). Ahora se encontraba ante un camino muy distinto con respecto a su futuro con su hija. Y, por si no fuera poco, la persona en la que había confiado y a la que empezaba a querer para iniciar una nueva relación (de esto ya era perfectamente consciente a estas alturas) la había metido una puñalada trapera de este calibre. ¡Bonito panorama el que tenía ahora por delante!

c) Y yo, para mi sorpresa, me acababa de dar cuenta que quería a Belén para mí. No voy a decir que estuviera enamorado de ella porque no estoy seguro al 100%, pero no me cabía la menor duda que me encantaba estar con ella, trabajar con ella, hablar con ella, hacer el amor con ella (y digo hacer el amor, no follar) y que mi sentimiento hacia ella era que fuera feliz. ¿Sería ahora feliz? No, evidentemente. La había jodido pero bien con ella. No creo que fuera capaz de seguir o volver a confiar en mí.

Sólo me quedaba una cosa. Disculparme con ellas y salir de sus vidas para no herirlas más. Me dolía darme cuenta que mi falta de “relaciones serias” habían sido las causantes de este desaguisado por mi falta de experiencia. Pero no podía echar la culpa a nadie que no fuera yo mismo porque fui quien eligió mi modo de vida tras el sufrimiento con lo de mi hermana y con la primera y única relación que tuve muy joven que terminó mal dejándome muy tocado y amargado (no entraré a contar qué pasó porque tampoco viene al caso ahora). Eso fue lo que me hizo alejarme de la gente en cuanto veía que alguien se ponía en serio a por mí.

–––

Salieron casi a la hora de estar en el baño. Ambas estaban envueltas en dos enormes toallas que había dejado para ellas y yo me encontraba sentado en el salón, tomándome una copa y viendo (sin ver) la tele, esperándolas con un pantalón corto. Las hice un gesto para que se sentaran en la mesa donde ya tenía preparada una cena fría (no me iba a arriesgar a poner algo caliente al no saber cuándo vendrían) a base de ensalada, una tabla de quesos y unos embutidos ibéricos más el pan y una botella de tinto. Empezamos a comer en silencio. Creo que todos queríamos hablar pero ninguno quería ser el primero en hacerlo.

Al final, mi sentimiento de culpabilidad me hizo ser quien iniciara la conversación. Lo primero sería pedirlas las disculpas oportunas y asumir la responsabilidad de lo que pudiera acontecer. Ya que no podría hacer otra cosa, al menos esto sí se lo debía a ambas.

- Quiero pediros perdón por lo que ha ocurrido. Por no pensar con la cabeza adecuada os he llevado a una situación violenta e incómoda. No voy a dar ninguna excusa puesto que no la tengo así que sólo me queda apelar a vuestra generosidad para que me disculpéis.

- Esto no ha sido culpa tuya Rob. –me contestó Belén seria pero sin enfado.

- Sí Belén, sí que lo ha sido. He hecho que te acostaras con tu propia hija llevado por el morbo… ¡¡No!! ¡Por la lujuria!... sin pensar en los sentimientos de ambas. Esto es una verdad absoluta como lo es que ahora, a toro pasado, me dé cuenta del daño que os he causado y me arrepienta hasta maldecirme por ser tan insensible.

- Mi madre no lo sabía pero yo sí. Me tenía que haber dado cuenta que me podía haber descubierto y que se habría liado como se ha hecho. La culpa es mía por no haberlo evitado. –replicó Irene.

- Irene, cariño. Sé cómo te sentiste de tentada y la clase de sentimientos que debiste tener por lo que es mi responsabilidad no haberlo evitado. Tenía que haber pensado en ti y en tu madre con el corazón y no con la polla, como parece ser que he hecho. Además tengo más experiencia que tú en la vida y sobre mí caen, y deben hacerlo, todas las responsabilidades. Ante todo os quiero decir que lamento profundamente el daño que os he hecho. Me disteis confianza y cariño, sobre tú Belén, y ahora no creo merecer nada de vosotras. Sólo os pido que cuando os vayáis, no me odies demasiado por esto y entenderé si no queréis que me vuelva a cruzar en vuestra vida pese a que me encantaría seguir en ella.

- ¡¡¡No!!! –dijo Belén dejándome a cuadros.

- Bueno, entiendo que no me quieras perdonar pero por… –me interrumpió.

- ¿Es cierto que quieres seguir en nuestra vida?

- Sí, si fuera posible aunque entiendo que ahora mismo no… –me volvió a interrumpir.

- Entonces, no. No quiero que salgas de nuestra vida. Es cierto que esta situación es rara, por no llamarla surrealista… Pero se ha dado y ahora hay que tener en consideración otras cosas. Lo primero es que, y creo que hablo por las dos, no tenemos nada que perdonarte. Y si crees que lo necesitas, tienes nuestro perdón. Pero ahora necesitamos que nos ayudes, y mucho, a afrontar y superar esto. –la expresión de Belén era conciliadora pero detecté también que me estaba evaluando o calculando mi reacción.

  • Tú dirás… si está en mi mano lo tenéis hecho. En caso contrario, intentaré por todos los medios conseguir lo que necesitéis.

  • Es muy sencillo. Pero ante todo tengo que hacerte una pregunta para ver hasta donde debo pedirte. –volvió a callarse mirando mis reacciones– ¿Tú me quieres un poquito? –me soltó a bocajarro.

Aunque no os lo creáis, decidí mi vida futura en los diez segundos que tardé en contestarla. Pensé rápido y, por una vez en mi vida, decidí que, si ella me quería a mí, estaba deseando intentarlo de verdad con ella. En el poco tiempo que habíamos estado juntos (tanto en el trabajo como relacionándonos más íntimamente) reconozco que me había llegado al corazoncito y se había instalado allí. Y si ella me necesitaba, ahí estaría por y para ella.

- Sí. Te quiero mucho más de lo que creía. Te quiero para mí y quiero ser para ti, siempre y cuando tú estés dispuesta. –se lo dije con mucha solemnidad que podría hacerla pensar en ser fingida pero es que fue tal como me salió de dentro.

- Y yo quiero que estés conmigo –por primera vez me sonrió de esa forma que tanto me gusta en ella– Y es por ello por lo que necesito que me ayudes a hacer algo por mi hija. Creo que está demasiado confundida con respecto a su vida y sus sentimientos y necesitaré un hombre que me dé el apoyo y la estabilidad que ambas necesitamos. Y quisiera que ese hombre fueras tú, Rob.

Toda una declaración de intenciones. Y yo, el súper macho alfa, el experimentado amante que hacía con las mujeres lo que quería, el cuarentón independiente… sólo pude asentir con la cabeza por el nudo que se me había formado en la garganta. Tomé la cabeza de Belén con mis manos y la di el primer beso de amor puramente dicho. Un beso que no albergaba más que sentimientos procedentes del corazón. Y un beso que fue devuelto de la misma forma, con entrega, con amor, sin prisas…

Cuando terminamos de besarnos y nos separamos, vi lágrimas cayendo por las mejillas de ambas mujeres. Las de mi Belén las entendía pero me despistaban las de Irene. ¿Eran tristeza por perder a su madre, alegría por ella, o por ambos…? No lo tenía claro aunque pronto lo sabría.


Nos levantamos de la mesa y, tras recoger los platos y hacernos unos cafés, nos sentamos a hablar en el salón. Para no hacerlo muy extendido (porque la conversación duró hasta la noche) resumiré lo que se dijo.

a) Para empezar, Irene era aún virgen (raro en estos tiempos). Si bien se había roto el himen al masturbarse con un vibrador, aún no había estado íntimamente con nadie.

b) Belén creía que la atracción de Irene hacia ella se debía más a un cariño mal entendido y a una admiración hacia ella (más bien pienso que al estilo de Belén) y equivocado por sus carencias afectivas.

c) Irene no había estado con nadie porque tenía un pánico exagerado a llevarse algún palo con nadie. Esto era por experiencias que había visto en algunas amigas (incluyendo un intento de suicidio de una chica de su instituto que vino a raíz de un engaño amoroso) y que la habían condicionado haciendo que, al tener que dar el paso para acercarse a alguien o que alguien lo diera hacia ella, se echaba atrás espantada.

d) Si bien Irene fantaseaba con chicas, siempre era pensando que penes de chicos eran los que las daban placer por lo que Belén reafirmaba sus sospechas acerca de la “confusión“ sexual de su nena.

Lo mejor de todo fue la conclusión a la que llegó Belén para ayudar a su hija. Ella creía que tendría que ayudar a Irene a tener una relación completa con otra persona de cada uno de ambos sexos. De esta forma podría evaluar si era cierto que era lesbiana, bisexual o hetero “reprimida” (reconozco que éste término de Belén me hizo gracia). Por lo que la solución que se planteaba ante sus ojos era esa. Y sé que ahora, mientras se está leyendo esto y a toro pasado, todo el mundo habrá caído en la solución de Belén. Pero yo, al estar metido en el ajo y a pesar de toda mi experiencia, no me olí que lo que tramaba Belén es que Irene tuviera su primera experiencia con el sexo masculino con mi persona…

Cuando me lo soltó me pilló fuera de juego al no esperármelo. Yo creía que quería que la diera apoyo, opinión, o cualquier otra ayuda… no que me calzara a la niña. Recordad que yo, con Irene, había quedado en no tocarla si ella misma no me lo pedía. Y ahora, a empujones, Belén me invitaba a follar con su hija. Pero también he de reconocer que, viendo la expresión de aplomo de Belén, la decisión era firme y seria. NO puedo decir que no la comprendiera. Al saber de tan extraña circunstancia, ella sabía que tendría suficiente tacto como para ser suficientemente delicado con Irene y suficientemente fuerte como para hacerla disfrutar hasta el extremo.

Estuve callado un par de minutos meditando qué decirlas antes de hablar.

- Por mí no hay problema en ayudar a Irene. Pero eso sí, sólo lo haré si ella misma me dice que quiere que lo hagamos y me lo dice sin dudar. No quiero luego tener que lamentar.

- No te digo que no tengo miedo –dijo Irene– pero después de hablar con mi madre, pienso que tampoco pierdo nada por probar. Además, si no me gustara o no pudiera soportarlo, pararías inmediatamente, ¿verdad?

- Eso por descontado. Si en algún momento dices no es que no. Y si dices basta, será basta. –me giré hacia Belén– Y dime, ¿habéis pensado cómo será? ¿Quieres estar presente? ¿Qué quieres que la haga?

- Sí, quiero estar presente para poder ver cómo se desenvuelve y por si me necesitase. Y quiero que la revientes y, al ser posible, por todos lados. Sé que no es virgen de nada por lo que quiero que la experiencia sea completa y lo más intensa posible. Hemos quedado las dos que mañana, si se encuentra dispuesta, lo haré yo con ella para que tenga la otra vista.

- ¿Ahora mismo entonces? ¿Así, en frío?

- Bueno… –saltó Irene– tampoco será en frío. Con la conversación me he puesto “tontilla”. –bajó la cabeza sonrojándose ligeramente.

Miré a Belén y, ante un asentimiento mudo por su parte, abracé a Irene, pasando un brazo por sus hombros y levantándola la cabeza. Cuando me miró a los ojos me acerqué a sus labios y la besé con toda la ternura que fui capaz de imprimir, acariciando sus labios con mi lengua sin intentar introducirla aún en su boca. Poco a poco Irene se relajó y, tímidamente, empezó a colaborar en el beso, entreabriendo los labios dando permiso a mi lengua en el avance de la exploración. La metí en su boca y me moví despacio, sobre el inicio de la misma, para que fuera ella la que buscase con la suya el encuentro.

Poco después estaba relajada y colaborando plenamente, Nuestras lenguas se enroscaban cada vez más rápido. La acaricié con la mano del brazo de los hombros la cara, cuello y toda la superficie de su cuerpo al alcance de la misma. Mi otro brazo acariciaba sus piernas, buscando el roce más íntimo pero sin acercarme aún a su sexo. Irene empezó a jadear en mi boca y decidí subir un peldaño más. Con suavidad la despojé de la camiseta que llevaba puesta y, cambiando un poco mi postura, seguí con mis caricias en las piernas a la vez que acariciaba su espalda y torso, pechos incluidos. Los pequeños pezones de Irene estaban durísimos delatando la excitación de la chica.

Cuando por fin deslicé un dedo por su entrepierna soltó un ronco gemido. Su coñito era un lago de caldos. Con tanta lubricación fue fácil iniciar una masturbación por todo lo largo de rajita, dedicando especial atención a su botoncito del placer.

Dos minutos: tiempo que tardó Irene en alcanzar su primer orgasmo, un tibio pero prolongado orgasmo que la puso en tensión. Cuando se relajó fue cuando, tumbándola, bajé mi hambrienta lengua a su rajita para devorarla. Tan pronto notó mis caricias volvió a gemir y jadear como si no se hubiese corrido apenas un minuto antes. Viendo que estaba más caliente que una caldera, metí dos dedos dentro de su vagina, simultaneando los movimientos de los mismos al de la lengua que machacaba sobre machacado en su clítoris. Arqueé los dedos para que buscaran su monte de Venus desde el interior, buscando la zona rugosa del interior de su sexo en donde se localiza el famoso punto G. Efectivamente, al aumentar tanto la velocidad como la presión de los dedos sobre esa zona Irene alcanzó un nuevo orgasmo… pero uno intenso, fuerte, destructivo y muy húmedo. Tal como me ocurriera con Belén, Irene comenzó a soltar flujo por su coñito como si se estuviera meando viva. Al igual que su madre, su cuerpo temblaba frenético ante la intensidad de sus sensaciones, llegando al borde de la inconsciencia.

Irene, con mucho esfuerzo, logró que la soltara aovillándose sobre sí misma cerrando la puerta de su intimidad. Necesitaba tiempo para recuperarse de los dos orgasmos anteriores y fue la única forma que logró imaginar para que la dejáramos descansar.

Pero mis planes eran distintos.

Conseguí meter los brazos para cogerla en volandas y me la llevé al dormitorio para ponerla estirada sobre la cama, boca abajo, y con una almohada debajo de su vientre, consiguiendo que parara el culito. Como tampoco soy un sádico y sé que necesitaba reposar su vulva, me lancé a comerla los duritos y turgentes glúteos de la niña, repasando también con mi lengua sobre su esfínter, humedeciéndolo y preparándolo. Desde que la vi el culito se me había antojado poseerlo y éste sería el momento adecuado… aprovechar mientras estuviera tan “rota” que no pudiera defenderse. Efectivamente, al estar recuperándose, no cayó en mis intenciones y sólo se abandonó a la sensación placentera de la caricia. Se dio cuenta tarde, cuando la punta de mi cimbel apretaba sobre las rugosidades exteriores de su hoyito aunque tampoco opuso resistencia. Suave pero continuamente hundí mi polla en los intestinos de Irene hasta que mis bolas chocaron con los cachetes de su culo. Quedé quieto, esperando a que se acostumbrara a la invasión anal mientras la besaba la espalda, cuello, lóbulos de las orejas,… todo lo que se me ocurrió para relajarla lo más rápido posible.

Cuando la vi preparada comencé una sutil follada, entrando y retirándome de su interior con suavidad pero con firmeza. Me apretaba la polla deliciosamente como sólo un culito joven y casi virgen puede hacer. Su esfínter apretaba tanto que, con cada movimiento de entrada o salida, acompañaba en parte a mi miembro saliendo y colocándose de nuevo en su sitio. Aumenté gradualmente la velocidad de penetración según comprobaba que Irene respondía satisfactoriamente.

Una vez más, mis dedos atacaron su botoncito y vagina. Tres fueron los dedos que se metieron en su cueva alternando su entrada con la salida de mi miembro de su recto mientras el dedo gordo estimulaba, de nuevo, el hinchado clítoris que había aumentado de tamaño por el trote sufrido.

Cinco minutos más tarde Irene se corría fortísimamente de nuevo, volviendo a licuarse por el coño. Pero esta vez, por la presión adicional, me fue imposible retenerme y cinco largos chorros llenaron el interior de Irene, semen que se unió al flujo procedente de su vagina empapando las sábanas de la cama. Irene quedó absolutamente rota del todo. Su respiración entrecortada y las gotas de sudor que perlaban su joven cuerpo clamaban a gritos por un descanso. Al fin y al cabo, hay que recordar que a Irene, con 17 años todavía, aún la quedaba mucho rodaje por hacer y no era tampoco cuestión de matarla como a las cucarachas… a polvos.

Me senté junto a Belén que miraba a su hija con una sonrisa dulce. No había tenido que implicarse en ningún momento y sólo había sido testigo de la experiencia de su hija.

- Gracias Rob. Muchas gracias por hacer esta experiencia inolvidable a mi hija.

- No hay de qué. Ha sido un placer pero tampoco creo que haya sido para tanto.

- ¿Qué no? Ojalá alguna de mis primeras veces hubiera sido así. En parte me da mucha envidia mi hija por haberse “casi” –soltó una cristalina carcajada– desvirgado así la nena.

Qué decir que mi Ego subió como la espuma. Si una mujer opinaba así, no voy a ser yo el inconsciente que discuta con ella. Hace tiempo que esas guerras aprendí a esquivarlas. De todas formas quería saber la opinión de Irene pero, al menos de momento, quedaría retrasada. Se había quedado total y absolutamente frita sobre la cama. Belén y yo nos levantamos y la tapamos con una mantita para que no cogiera frío y nos volvimos al salón a seguir hablando.

- Al final no te las has follado, amor. –me dijo Belén con una cara socarrona, socarrona.

- ¿Y qué querías? ¿Qué la matara? Si la hubiera vuelto a rozar más aborrecería el sexo más que amarlo y no queremos eso, ¿verdad?

- Claro que no, tonto. Eso ya lo sé. A ver qué narices dice mañana y me deja de volver loca, que a este paso acabo en el frenopático…

Nos juntamos los dos en un nuevo beso, un beso cargado de sentimientos. Si alguien se lo pregunta, le contestaré que sí. Belén y yo hicimos por primera vez el amor siendo pareja oficial (creo). Fue algo suave e intenso, fogoso y sutil, lento y desenfrenado,… Creo que lo que lo hizo sublime fueron los sentimientos que, por primera vez y de forma fuerte y clara, mostraba hacia la otra persona. Por primera vez quería brindar placer a mi pareja pero no sólo placer sexual… placer completo y en mayúsculas.

Por este motivo me vas a permitir que esta primera vez quede en nuestra intimidad y, lamentándolo mucho, os dejaré con la ganas de saber cómo fue. Aunque, como pista, aquellos que han amado y se han entregado al ser amado, sabrán cómo es este primer momento.


A la mañana siguiente me desperté con una agradabilísima sensación de calor y humedad en mi miembro. Me relajé pensando que Belén me estaba despertando con una mamada maravillosa pero, al estirar el brazo hacia mi lado detecté otro cuerpo en la cama. Al abrir los ojos me encontré que Belén estaba tumbada al revés, mirando cómo su hija me la comía y dándola instrucciones para mejorar la técnica (se notaba que la mía era la primera polla que había probado en las rozaduras con los dientes que me hacía en tan sensible zona).

Poco tiempo necesitó para depurar la técnica lo suficiente como para subir mi nivel de excitación (que tras los combates amorosos de la anterior noche con su madre estaba bajito) y hacer que mi falo volviera a erguirse desafiante. Cuando Belén consideró que mi pene estaba más que listo colocó a su hija abierta de piernas sobre él con su vagina perfectamente enfilada. Irene se frotaba con la punta del glande en su zona íntima con movimientos cortos, buscando que sus labios se fueran entreabriendo y permitiendo que la “cabezona uniojo” fuera introduciéndose en su interior.

Cuando el glande estaba ya dentro de Irene se dejó caer de golpe, enterrándose la verga por completo en su interior (haciéndonos a ambos un poquito de daño, he de decirlo). Con los huevos bien pegados a su coñito y rozando sus labios, Irene comenzó a gozar con un hombre en sus entrañas. Dibujó pequeños círculos con las caderas generando placenteras sensaciones en los dos hasta que estuvo lo suficientemente lista (a mi juicio) para iniciar el auténtico combate.

Me agarré a sus caderas y la empecé a culear, aumentando el ritmo cada vez más. De nuevo su cuerpo comenzaba a transpirar, sus pezones a contraerse poniéndose duros y su coño a licuarse en un mar de caldos que resbalaban desde nuestros sexos hacia la cama, pasando por mi culo que también empapó. Es increíble cómo estas dos mujeres lubrican y eyaculan (¡¡porque eyaculan!!). Mis dedos se enterraban en su carne, marcando las caderas con marcas enrojecidas para sujetarla en lo posible porque, a estas alturas, mi polla salía casi entera y se volvía a enterrar hasta el fondo a un ritmo de 2-3 veces por segundo. Claro que si ella sudaba imaginad cómo estaba yo, el charco que había debajo de mí. Entre eso y el dolorcillo de riñones y piernas por la salvajada que estaba cometiendo con Irene no me acercaba ni de coña al orgasmo mientras que ella iba cuesta abajo y a toda velocidad hacia él.

Irene mojó mi polla como si se hubiera meado. ¡Qué forma de correrse la niña! Como siguiera espabilando así está claro que va a dejar a su madre muy atrás (y eso que Belén está bien avanzadita). El orgasmo que la sacudió la hizo gritar de placer (qué pensarían los vecinos), sudar como una puerca y tensarse como un acordeón pero, a pesar de todo, fue capaz de seguir en movimiento alargando su máximo placer durante un lapso de tiempo de casi tres minutos. ¿A qué ahora sí os explicáis cómo pudo mojarme tanto?

Por fin cayó sobre mí muerta del todo. Y en este momento, el diablillo que tengo dentro se aburrió de matar moscas y se le ocurrió jugar con el rabo de otra forma. Hice rotar nuestros cuerpos poniéndome yo sobre ella. Hice que mi falo se rozara de nuevo contra la vulva de Irene que respingó al sentir de nuevo contacto con su hipersensibilizada zona. Intentó evitarlo sin éxito ya que me introduje de nuevo en su interior, follándola a un ritmo más reposado que me permitiera llenar su chochito con mi esencia. Afortunadamente para ella no tardé demasiado en vaciarme en su interior… apenas cinco agónicos minutos en que su excitación volvió a subir pese a que no pudiera llegar a correrse de nuevo (como nos confesó ella a posteriori).

Una vez vacías mis reservas de leche (aunque ya lo dije anteriormente, para un cuarentón ya tuve bastante aguante J) me tumbe sobre la cama a su lado, acariciando su cuerpo y disfrutando de la vista del juvenil cuerpo que acababa de disfrutar.

Belén tuvo otras ideas.

- Uhmm, se está saliendo tu lechita, cariño. Habrá que evitar que se manche más la cama, ¿verdad?

Diciendo esto se lanzó sobre la vagina de su hija y, ante mi atónita mirada, se dedicó a comerla el coño a su hija, metiendo la lengua dentro y recolectando mi néctar, tragándoselo ostensible y poniendo un cara de salida súper morbosa. El respingo que dio de nuevo Irene fue de escándalo.

- Nooo, mamá… ¡¡¡por favor, no!!! Me matas… Arggg… me matasssss

Se agarró a la sábana de la cama poniendo los nudillos blancos por la fuerza y sacándola de su embozo, tensando todo su cuerpo tomando un rictus mitad placer mitad dolor  (sólo la mueca). Belén devoraba a su hija alternando lamidas con la lengua, estimulación con sus labios sobre los de su hija negando con la cabeza y mientras la enculaba con 2 dedos metidos por completo en su joven recto que aún tenía restos de marcas del día anterior. Al rato Irene volvía a estar cachonda como una perra (porque no tiene otro nombre) y pedía más…

- Síii… ¡¡¡joder qué buenoooo!!!! MMMMmmm Arggg, másss, MAAASSSS –los gritos que daba eran como la sirena de los bomberos– Sigueeeee mami… dame más duro… méteme el puño por el culooooooorrrrrgggggggggg

Irene se tensó una vez más, como una vez más un baño de jugos salió expelido de su interior, caldos que fueron devorados también por su madre que, presa de la lujuria, se estaba masturbando furiosamente buscando correrse con su hija cosa que sucedió al poco de acabar el orgasmo de Irene.

Ésta, como para vengarse de su madre, se metió por debajo de su madre acabando en una postura de 69 y se dedicó también a comerla el coño como buenamente pudo (también acusaba la inexperiencia). Afortunadamente para ella (y para Belén) pudo usar su propia experiencia con su cuerpo para buscar darlo al cuerpo de su madre que, para variar, ya convulsionaba y se volvía a inundar ante la estimulación oral.

Con tanto sexo, tanta excitación y tanto espectáculo visual reaccioné para mi sorpresa con una brutal erección. Aunque me molestaba un poco el roce y sabía de sobra que no podría expulsar más leche de mi cuerpo, mi pequeño primo no se quiso dar por enterado y se puso firme en estado de revista ante las dos damas que luchaban por dar placer a la otra. Ante la postura que tenían no cabían complicaciones para poder follármelas a ambas por el agujerito que me apeteciera. Así que, lubricando un poco mi polla, por si las moscas, me coloqué sobre el culo de Belén y me metí en su interior introduciéndola por su coñito. Pese que no veía su cara su cuerpo me alertó del respingo y del placer que sintió con la intromisión.

Bombeé durante un rato hasta que Irene me pidió que la follara la boca. Así pues alternaba un rato el chochito de Belén para recolectar calditos que luego daba para que degustara Irene de mi propia polla para, cuando quedaba limpia de ellos, volver a meterla dentro de Belén con la lubricación de la saliva de Irene. Belén llegó al orgasmo entre mis penetraciones y las lamidas de su hija sobre su vagina, soltando de nuevo muchos jugos que fueron tragados por la insaciable boca de su nena.

Cambié de postura y me puse al alcance de la boca de Belén que se tragó mi polla de un movimiento todo lo que fue capaz de hacer dada la postura (aunque la llegó hasta la garganta seguro). Mientras mamaba mi polla metía de nuevo tres dedos en el culo de Irene ya bastante dilatado y, ante un gesto mudo por su parte, metí de nuevo mi polla en los intestinos de Irene, traspasando de nuevo su esfínter anal. A pesar de todo, me apretaba el tallo de mi pene de forma deliciosa. Como la vez anterior, cada poco tiempo la sacaba del culo y Belén me pedía que se la diera, que quería comerse mi polla con el sabor del culo de Irene. Eso sí, mientras mamaba no dejaba de follarse a su hija con los dedos, ya fuera por el culete o por el chochete…

Para terminar este polvo, metí de nuevo mi verga en el chochito de Irene, volviendo a darla con fuerza mientras que Belén frotaba con furia y saña el joven clítoris que, a estas alturas, había cuadruplicado su tamaño natural. E Irene no dio para más. Comenzó a correrse a lo bestia, bramando como si la estuvieran torturando, empapando mi polla y la mano de Belén con sus jugos, encadenando varios orgasmos consecutivos que machacaban sobre machacado hasta que hicieron incluso perder el conocimiento a Irene (tuve que avisar a su madre que parara cuando vi sus ojos en blanco y espuma saliendo de su boca). Antes de esto me volví a correr aunque apenas salieron dos gotitas de mi nabo.


Irene apareció por la tarde noche por el salón donde hablábamos nosotros dos y nos hacíamos carantoñas. Puso un mohín de enfado y cachondeo cuando nos reímos madre y “novio” de los andares que traía que eran cómicos. Parecía que la habían dado por culo de cómo andaba… Uy, se me olvidaba que sí la habían dado por ahí, jejejeje.

- Míralos qué graciositos los dos. –nos dijo un poquito mosca Irene– Cómo se nota que a vosotros nos os escuece ni tenéis agujetas en todo el cuerpo.

- Psss, qué pena de juventud. Se quejan por todo… –dijo Belén aumentando nuestras risas.

- Pues me he tenido que poner crema en el coño porque estoy que rabio del escozor. Y ya del culo ni hablamos… Me habéis destrozado, sádicos. ¡¡¡Más que sádicos!!!

Rompimos ya los tres en carcajadas. Era cierto que se veía que la pobre de Irene iba jodida, pero bien jodida (y no hablando sólo en plata). Estuvimos el resto de la tarde hablando de todo, dando nuestra opinión de lo vivido (sobre todo ellas) y de qué haríamos en el futuro.


Para acabar ya esta historia que os quería contar, la cosa quedó aclarada. Irene no es lesbiana ni por el forro de los cojones. Le va la polla a la jodía más que a un niño las chuches. Aunque Belén y yo somos ya pareja formal para todo el mundo ya que me he mudado a vivir con ellas (era  lo más factible) hemos seguido teniendo encuentros sexuales con Irene (por decirlo finamente). Lo cierto es que durante un año follamos los tres como leones cuando nos juntábamos y eso pasaba al menos una vez a la semana. El resto del tiempo creo que respetaba la relación de pareja de su madre conmigo y no hacía el amago ni de acercarse a nosotros. Aunque, eso sí, la relación entre ellas se suavizó como una balsa de aceite y ahora son las mayores amigas. ¿Será por compartir hombre? Me gusta pensar egocéntricamente que sí.

Pero dónde realmente explotó Irene fue con las relaciones personales. Se abrió como una flor en la mañana. Cuando no estaba con nosotros se iba con una peña a la que se unió. Sabemos positivamente que varios de ellos (y alguna de ellas) cayeron entre sus piernas en relaciones esporádicas. Un poco antes de cumplir Irene los veinte años empezó a salir con un chaval muy majo que nos gustó a todos y con el que “formalizó” relaciones. Es un muchacho un poco callado e introvertido pero muy cabal y maduro para su edad. No es que pegara demasiado con Irene pero se veía que él la quería mucho y la trataba como a una reina. Mientras, Irene se dejaba hacer como tal. Aunque la sorpresa vino algo después cuando un día en que volvimos Belén y yo a casa por sorpresa, por motivos que no vienen al caso, nos los encontramos a los dos haciendo un trío con una chica que resultó ser una amiga de Irene de la pandilla y que era hermana de Carlos (el chico de Irene). Al parecer los dos hermanos llevaban años manteniendo relaciones entre ellos, enterándose Irene que pidió a la chica conocer a su hermano y hacer un trío los tres. Y el resultado posterior fue que ambos se gustaron mucho y no negaron el amor a la hermana, que evitó quedar desplazada. Obviamente, si nos lo contaron fue porque Irene ya les había contado a ellos nuestra situación, por lo que cada uno vio buena la situación por sus propias circunstancias.

Con el tiempo los tres chicos se han consolidado como “pareja de tres” y viven juntos en mi antiguo piso ya que estaba libre, aunque siempre que pueden o quieren se pasan por casa para estar en familia ya que los padres de los hermanos habían muerto en un accidente hace tiempo. Alguna vez han intentado que Belén y yo participemos juntos o separados con ellos a lo que nos hemos negado diplomáticamente. Irene se acostó con nosotros un par de veces más tras empezar con Carlos pero ya se ha centrado en su “ extraña pareja ” y nosotros nos tenemos mutuamente para satisfacernos. Y no me quejo porque Belén ha resultado ser toda una guarrilla (dicho con cariño, ojo) y siempre está dispuesta a lo que sea conmigo, donde sea conmigo y cuando sea conmigo. No nos cansamos del otro.


Y aquí termina esta historia. De cómo pasé de golfo redomado y no estar atado con nadie a tener una mujer maravillosa, una hija que nunca esperé (con la que me llevo fenomenal con independencia de lo que intimáramos) y unos futuros “ yernos ” majísimos.

Estoy a gusto. Estoy contento. Soy feliz…

® EtnamA