Madre dormida, madre follada
Tras una bronca con mi madre, aprovecho que toma unas pastillas y se queda profundamente dormida para follármela
Era un día muy caluroso de principios de septiembre de hace muchos, muchos, años, posiblemente yo tuviera entonces unos 17 años y mi madre 39.
No sé si fue por el calor sofocante que hacía, que enardecía nuestros ánimos, pero ese día ocurrió algo que quiero narrar.
Mi padre no estaba en casa, posiblemente estuviera viajando por motivos de trabajo, por lo que solamente estábamos mi madre y yo con toda la casa para nosotros dos.
No recuerdo la chispa que encendió todo, pero la bronca que tuve con mi madre fue monumental.
Volvíamos de la calle, por lo que allí debió empezar todo, y en casa el fuego se avivó.
Nos dijimos de todo, y si no nos matamos, fue porque, dado el terrible calor que hacía, nos hubiera supuesto un inmenso esfuerzo que nos hubiera derretido, como si fuéramos mantequilla sobre una plancha ardiendo.
Me encerré en mi habitación, pegando voces y cerrando de un portazo la puerta.
Olvidado algo en el salón, tuve que salir para recogerlo, pasando delante de la cocina donde mi madre estaba tomando unas pastillas.
Supuse que eran las que a veces se tomaba para dormir y casi siempre después de una bronca.
Aproveché para insultarla a gritos, llamándola drogata, yonqui y no sé qué cosas más, antes de volver a mi habitación.
Al principio no me podía concentrar en nada, pero poco a poco me fui tranquilizando, aunque la mala leche seguía estando presente.
No se escuchaba ya ningún ruido en la casa, por lo que supuse que mi madre dormía profundamente, así que me dispuse a robarla dinero como venganza.
Volví a salir de mi habitación, buscando su cartera. No tenía casi nada, y, si se lo quitaba, se daría cuenta.
Dudando que hacer, caí en la cuenta que muchas veces guardaba dinero en su dormitorio y, como seguramente estuviera dormida, no se daría ni cuenta.
Abrí la puerta cerrada de su dormitorio, y allí estaba ella, tumbada sobre su cama de matrimonio.
Se había quitado el vestido y el calzado que llevaba en la calle, que estaba tirada descuidadamente en el suelo, pero no le había dado tiempo a ponerse algo para estar en casa, así que descansaba solamente con bragas y sostén.
Las píldoras habían hecho su efecto tan rápidamente que ni pudo recoger su ropa ni ponerse algo encima.
Como estaba bocarriba, algo inclinada hacia un lado, dándome un poco la espalda, podía ver levemente una de sus nalgas, apenas cubiertas por sus bragas, así como su cadera, que, juntamente con sus largas y torneadas piernas, la hacían provocativamente hermosa.
Abrí con cuidado el armario, y bajo las toallas encontré un par de billetes, de escaso valor, que recogí.
Al cerrar el armario di, sin querer, un portazo, que me sobresaltó, pero mi madre ni se inmutó.
Pensé asustado que podía haberse pasado con las pastillas y hubiera entrado en algún tipo de coma, por lo que me acerqué a ella pero su pecho subía y bajaba plácidamente, estaba profundamente dormida.
Me puse otra vez furiosa con ella, hasta durmiendo me estaba irritando.
La contemplé desde arriba, como subían y bajaban sus abultados senos que parecía que reventaban el sostén, incluso un pezón estaba medio fuera, exhibiéndose con su aureola oscura, casi negra.
El hermoso color de su piel morena, brillaba por la luz que entraba por la ventana, y la hacían provocativamente apetecible.
La furia dejó paso al deseo, al deseo de aprovecharme sexualmente de mi madre, incentivado por el también deseo de la venganza.
La miré a la cara por si se había despertado y me vigilaba, pero dormía plácidamente, con una expresión que entre plácida y traviesa.
Sus ojos, con una ligera sombra rosa en sus párpados, permanecían suavemente cerrados.
De su boca entreabierta, de turgentes labios brillantes y anaranjados, asomaban unos dientes blancos perfectamente alineados y la punta de su lengua sonrosada.
Nunca me había fijado mucho, pero la cara de mi madre siempre había sido muy atractiva, y ahora me parecía perversamente atractiva.
Recorrí con mi vista su cuerpo, de la cabeza a los pies, su escote, sus abultados senos, su vientre plano, sus anchas caderas.
Sus blancas braguitas apenas cubrían su entrepierna, pero la transparente tela permitía ver lo que se escondía debajo, una fina franja de vello púbico apenas cubría su vulva.
Un rato estuve absorto contemplado su entrepierna, pero continué mi recorrido por sus piernas largas y torneadas, por sus fuertes muslos, y por sus hermosos y cuidados pies de uñas esmeradamente pintadas de color violeta.
Ni un gramo de grasa ni celulitis, todo cuidado al más mínimo detalle.
Volví a su cara por si me vigilaba, pero seguía como antes, durmiendo con los ojos cerrados.
Bajé mi vista a mi entrepierna, y allí mi cipote tieso y duro, levantaba el calzón que llevaba, como si fuera una tienda de campaña, y casi se salía por su parte superior.
Pose suavemente mis manos sobre sus pies, sin dejar de mirar por si despertaba, y se los acaricié, subiendo poco a poco mis manos por sus piernas.
Para poder alcanzar sus muslos, me desplacé lo suficiente por el lateral de la cama más próximo a donde estaba tumbada, e inclinándome hacia delante se los acaricié, primero uno, de arriba abajo, por fuera y por dentro y luego el otro.
Continué subiendo por su cadera, por su nalga que estaba disponible a mis manos, arriba y abajo, derecha e izquierda.
Recorrí con mis dedos su entrepierna, bordeando sus bragas, acariciándola por encima de ellas, y, metiendo dos dedos bajo ellas, las levanté un poco para ver lo que había debajo: su vulva jugosa.
Desplacé sus bragas a un lado y con dos dedos la toqué el sexo, se lo acaricié, estaba húmedo.
Volví a taparla con sus bragas y, subiendo por su vientre, llegue a sus pechos, que bordee con mis dedos, acariciándolos por encima del ligero sostén, llegando a su aureola y a su pezón descubierto, que también acaricié insistentemente.
Seguía sin despertar, y yo estaba cada vez más salido, así que la empuje suavemente hasta que estuvo totalmente bocarriba, y, metiendo los dedos de mis manos a cada lado de su braguita, tiré de ella hacia abajo y se la fui poco a poco bajando, mostrando su vulva en todo su esplendor.
Una vez totalmente descubierta, me detuve un momento contemplando su sexo. Bajo su corto vello púbico se podían ver perfectamente sus labios.
Continúe tirando de su braguita, y una vez sobrepasados sus glúteos, se la bajé sin problemas, quitándosela por los pies y la dejé caer al suelo cerca del vestido que se había quitado.
Mi cipote palpitaba de deseo bajo mi ropa y temí que pudiera eyacular allí mismo, dada la congestión que tenía, pero pude sobreponerme después de unos pocos segundos.
Quería verla completamente desnuda, así que la voltee un poco hacia un lado para soltarla por detrás el sostén, y, una vez colocada otra vez bocarriba, se lo quité de inmediato.
Sus enormes tetas, libres de toda atadura, parecían que se habían expandido, que habían crecido, pero no se derramaban por todas partes, sino que mantenían su forma redonda y compacta.
Parecía imposible que algo tan grande y hermoso pudiera haber estado aprisionado en una cárcel tan pequeña como el sostén que llevaba.
Sus pezones negros, del tamaño de cerezas maduras, apuntaban al techo, emergiendo de unas grandes y redondas aureolas.
También el sostén fue a parar al suelo, próximo a sus braguitas.
Ahora quedaba lo mejor, follármela.
Me quité rápidamente el calzón y la camiseta, dejándolos caer también al suelo.
Totalmente desnudo, me coloqué a los pies de la cama, sujeté a mi madre por los tobillos, y tiré de ella poco a poco hacia los pies de la cama.
Cuando tenía su culo al borde de la cama, la separé lo suficiente las piernas para ver perfectamente la entrada a su vagina, y las coloqué sobre mis hombros.
Tomé con una mano mi verga tiesa y dura, y se la restregué lentamente por toda la vulva, por sus labios, una y otra vez, arriba y abajo, hasta que poco a poco se la fui metiendo.
No se la metí toda al principio, sino que se la fui metiendo y sacando, cada vez más profundamente, cada vez más rápido, con más energía.
Mis manos ahora la sujetaban por las caderas para facilitar la penetración y no frenar el ritmo.
El sueño de ella era imperturbable, a pesar de las embestidas a las que la sometía.
Sus tetas se bamboleaban descontroladamente y una de mis manos fue a ellas, sobándolas a conciencia, disfrutando de su suavidad, de su carnosidad.
Pero no quería eyacular tan pronto, sin haber disfrutado de su culo prieto y macizo, admiración de todo el vecindario, así que la desmonté y, tirando lentamente, de ella, la puse bocabajo sobre la cama, no sin antes haber colocado la almohada doblada bajo su pelvis, que permitía ver su culo en pompa.
La sobé las nalgas, se las amasé. Eran espléndidas, redondas, turgentes, suaves al tacto, pero duras y macizas, brillando por la luz que entraba por la ventana.
La abrí de piernas y allí estaba sus dos agujeros, uno de ellos dilatado por la penetración que acababa de sufrir, y el otro prieto y demasiado estrecho para poder violarlo sin problemas, así que me dediqué a este último orificio, sobándolo y metiendo poco a poco los dedos, utilizando las cremas de mi madre para facilitar la penetración.
No era cuestión de estar todo el día, con riesgo de impedir que también me lo follara, así que, después de unos dos o tres minutos, consideré que estaba lo suficientemente dilatado, me coloqué con mi cipote otra vez listo para entrar en acción, y lentamente se lo fui introduciendo.
Era evidente que era virgen, o que hacía mucho tiempo que no la habían dado por culo, por lo que mi madre se agitó, dentro de su pesado sueño, pero sin llegar nunca a despertar.
Ya dentro, troté un poco al principio, con cuidado, pero luego fue todo cabalgar, azotando sus nalgas con mis manos, sobándola las tetazas, tirando de sus pezones, hasta que eyaculé todo mi esperma dentro de su intestino, rugiendo, libre de toda atadura, por el gigantesco orgasmo que tuve.
Más de un minuto estuve, entre gozar y descansar, después del polvo con mi cipote dentro de su culo, hasta que la desmonté.
Entre la gran cantidad de esperma blanquecino que salía de su ano, se podía observar un poco del color rojo de su sangre.
Fui al baño y me limpié con agua la polla que goteaba esperma y algo de sangre.
Al volver a su dormitorio, todavía desnudo, la giré, colocándola bocarriba.
¡Y ostias, estaba con los ojos abiertos, mirándome! ¡más bien mirando fijamente mi polla, todavía húmeda, que colgaba morcillona!
Pegué un brinco hacia atrás de más de un metro, chocando con una cómoda que había a mis espaldas, tirando lo que había sobre ella, pero sin romper nada.
Con el corazón a punto de salirse de mi cuerpo, miré aterrado a mi madre, sin saber ni qué decir ni qué hacer, paralizado, pero ella de pronto, manteniendo siempre un rostro inexpresivo, cerró los ojos y continuó durmiendo.
Tarde varios minutos en reponerme mínimamente y colocar, sudando copiosamente y con una más que acusada taquicardia, lo que se cayó del mueble.
Salí precipitadamente del dormitorio dejando a mi madre desnuda, tendida bocarriba sobre la cama, y su ropa esparcida por el suelo, cerrando la puerta tras de mí.
No sé cuánto tiempo estuvo durmiendo ya que no la volví a ver despierta hasta la tarde del día siguiente, cuando volví de la calle.
Me miró con ojos todavía somnolientos, pero no me dijo nada sobre lo sucedido el día anterior, aunque eso sí, caminaba con las piernas bien abiertas y expresión dolorida.
Estuve deseando volver a discutir acaloradamente con mi madre, pero desde entonces fue mucho más dócil.
¿Tuvo conciencia de lo que la hice?