Madre desnuda

Historia de una mujer...

MADRE DESNUDA

La madre cepillaba espesa cabellera negra. Una y otra vez iba y venía con el cepillo suave. Luego pasó sus manos por  la piel canela. Pasa la espesa y perfumada crema por sus codos, por sus brazos desnudos.

Las tetas voluminosas, llena de pecas con los pezones firmes y parados, son repasados una y otra vez, generando un gozo profundo y único.

La mujer es bella. Grandes ojos negros. Boca carnosa y sensual. Roja. La espalda marcada por lunares infinitos y pequeños. Un cuello largo y deseado por infinidad de hombres.

Las piernas son frotadas. Largamente. Pausadamente, mientras la madre bella goza de cada auto caricia. Masajeando. Estira la crema, suspira casi al borde del gemido.

Pasa los dedos por el borde de su vagina depilada. Fresca. Con un leve surquito de vello púbico como un hilo hacia arriba casi llegando al ombligo.

Roza su botoncito. Desliza los dedos por sobre la raja húmeda y abierta. Con el largo dedo índice acaricia, va y viene sobre todo el largo que se abre. Es una flor deliciosa que necesita ser probada. Un hilo de jugo se desprende lentamente de aquella cueva del deseo.

Abre las piernas. Juega con un dedo que entra despacio, con tiempo, hasta que se pierde en las profundidades dulces y salobres. Chupa su dedo. Vuelve a hundirlo. Juega con la vulva infinitamente caliente. Vuela. Sueña. Gime. Se siente una hembra en celo. Perdidamente desquiciada. En la espera fatal que la vuelve salvaje y ardiente. Caliente como una noche de verano. Suelta sus orgasmos al aire.

Sabe que la puerta se abrirá en cualquier momento. Ella está deseando.  Por eso está preparada y dispuesta.

Se siente el golpe de la puerta de la calle. Entra como un rayo el jovenzuelo rubión, alto y de cuerpo torneado. Apenas unos incipientes músculos. Cara angelical y tan joven que se diría el hijo de aquella madre desnuda.

Se coloca ella la bata. Sedosa y transparente que muestra con un leve velo todos sus curvas que el chico conoce tan bien.

Abre la puerta del dormitorio apenas sombrío.

__¡Cariño!

__¡Madre!

__¿Como ha estado tu día?

__¡Bien!

__Te esperaba

__¡No veía la hora de estar en casa!

__¿A si?¿y por qué?

__¡Tu sabes porque!__ mientras habla y dice eso, el joven se quita la camisa, el pantalón. La mujer sentada sobre el borde de la cama. Observa sonriendo. Lame sus dedos, esperando ansiosa.

__¡Madre, estoy tan caliente!!

__¡Uhh bebe, no digas así, yo también estoy muy cachonda!!

__¿De veras mamita?__ el chico preguntaba, en tanto, se quitaba el calzoncillo y una poderosa verga sólida y saltarina apareció a la vista de la mujer.

Se sentó al lado de la bella mujer de cabellera larga. La madre abrió la bata, para que los pechos erguidos y poderosos aparecieran a la vista. La boca se le fueron al humo. Chupando un pomelo a la vez, rosados, gordos, firmes aún.

__¡Ohh cariñito despacio, no te atragantes!!__ los pezones eran tragados por el chico impetuoso. Los adoraba. Lamiendo y mamando. Un pecho, luego otro, los amasaba, levantándolos, estrujándolos para que la madre gozara entre gemidos cortados y suspiros largos.

Las manos del hijo contraen esas tetas que tanto le gustan, que cuando no está cerca, desea de forma casi salvaje. De forma casi primitiva.

La bata cae hasta la cintura de la bella madre, mientras el joven no deja de succionar apasionadamente las frutas jugos de la bella mujer.

__¡Así bebe, chupa las tetas de mamá!!__ la mujer vibra a cada segundo. Los dedos del joven llegan a la jugosa cueva. Corre un poco el velo, un poco más, Abre las piernas la mujer, cede su espacio. Quiere que los dedos entren allí. Y allí van, se hunden, toman los jugos y luego el chico los lleva a los labios carnosos de la madre que los bebe, los limpia para que el joven vuelva a clavarlos.

El botón erguido da golpecitos eléctricos que hace que la mujer convulsiona. Se retuerce. Abre la boca y da pequeños grititos.

__¡¡Ahhh chiquillo así, haz que mamita goce, ahhh, ay, ay si, si sigue ahí!!__ los dedos recorren la raja, se quedan escarbando el lugar. Repasan una y otra vez, mientras la madre tiene un orgasmo, y luego otro. El hijo hace feliz a la mujer de cabellera larga, que es su madre y a la cual adora desde siempre.

Luego de un rato el joven se meterá de lleno entra las piernas de la mujer, que se ha recostado ahora, a lo largo de la cama.

La lengua sorbe, lame, llena de saliva, hunde ahora la lengua. Huele tan rico. Ese oscuro objeto, huele a perfume salobre, casi como el mar.

__¡Ahhh querido, así, si, ay, chupa mi almeja, querido, ohhh!!!__ levanta las piernas, las mueve, sus caderas se elevan y entonces el chico, su chico, alcanza con la punta de la lengua el anillo de la madre, primero hace esfuerzos para llegar. Luego de la forma en que se abre la mujer, le facilita la llegada al agujero hambriento.

Explota, se revuelca, deshilachada. Se contorsiona. Grita desbordada de placer. Lujuria. Placer. Todo eso se lo brinda su macho, que es su hijo. La lengua bífida, se mete, se enrosca como las manos pasan debajo de las nalgas firmes y levanta las caderas dejando a merced del joven el agujero palpitante del ojete de la mujer. Allí se hunde, en aquel lugar oscuro y que conoce tan bien, y que sabe que a su madre le da infinito placer. Se vuelve loca cuando su hijo se mete con su boca, y le da sonoros besos, como si fuese un pequeño ojo, un pequeño rostro, diminuto y a la vez grandioso.

__¡Allí, allí, ohhh, si salvaje, besa mi culo, ohh, si bebe, ohhh, eres lo máximo!!!__ grita ahora la bella mujer con las piernas levantadas, sostenidas por unas caderas huesudas y fuertes, hermosas.

Chupa el joven, ese hermoso ojete que tiene para el y que por ahora no comparte con nadie, al menos eso cree él, y es lo que su hembra le hace creer. El vive contento con eso.

El chico, va y viene de su almeja hasta su culito. Se detiene en ambos, los moja, están llenos de líquidos y jugos derramados.

Besitos sonoros en una y en otro. Abre las flores. La mujer le ofrece sus manjares, el los bebe, los come, los adora, los acaricia con labios, dientes y lengua. Hasta la nariz se ha metido en aquellos fangosos terrenos. Charcos de líquidos sexuales.

__¡¡Ohh mi chico, ese es mi bebe, quiero besarte, quiero que me des tu palo, ponlo en mi boca, dámelo!!__ el joven se gira, y en seguida hace que su mástil se introduzca en la boca de la madre. La bella mujer succiona, chupa, da mordiscos suaves, y el chico da gritos desgarradores.

__¡Ohh madre, eres exquisita, chúpame, así, dame tu boca!!!__ grita el chico mientras la mujer se traga el sable. Lo acaricia con los dientes. Muy duro está el pedazo en las manos y la boca que lo mama.

Las bolas para completar el panorama son tragadas por la mujer bella de cabellera espesa y negra.

El joven sigue con la lengua paseando por los genitales de la madre abierta en flor.

__¡¡No me hagas acabar madre!!__ ruega el muchacho

__¡Aguanta!!__ dice la madre y sigue tragando las bolas y hasta le acaricia el hoyito, mete su lengua allí, escarba, su hijo se retuerce, aguanta, aprieta los dientes, para soportar los embates de la mujer que tiene su espada metida hasta el fondo de la garganta.

Sale del lugar el chico. Levanta las piernas de la mujer por sobre sus anchos hombros. Las coloca allí y busca con su miembro rocoso, la entrada trasera que tanto adora. La madre guía la herramienta, sabe lo que quiere su hijo, y lo que a ella le encanta. Tener una buena poronga en el culo.

Resbala el portentoso pedazo de carne, entra en ella. Se abre su ojete. Se dilata. La poronga se clava definitivamente en el ansiado anillo.

__¡Despacio, cariño, ahh, ay, ay, tranquilo, disfruta es todo para ti!!

__¡Claro que es mío putita, ahhh me encanta este agujero!!__ empuja hasta las bolas. La mujer se queja y disfruta. Tiene eléctricos sacudones, chorrean jugos por su vagina abierta.

Buscan los labios de uno y de otro, se comen las bocas, las lenguas, las mejillas, se chupan, se lamen, babean, gimen todo a un ritmo frenético y veloz. Humanos. Perdidos. Seres calientes. Amantes prohibidos. Y ese es el juego que les gusta jugar.

El hijo empuja su pelvis, sabe que no aguantará demasiado. Bombea, taladra, muerde el cuello de la hembra en celo. Se muerden las orejas y las lenguas moluscas, anchas, gordas.

El vaivén es perfecto. Los gruñidos empiezan a anunciar lo que vendrá. Se inflama el miembro un poco más. Empuja. Golpea las nalgas. Apura las embestidas. Penetra. Grita el chico, grita la madre, cuando empieza a sentir los chorros que golpean en el interior, las tremendas descargas. El ojete empieza a rebalsar de tanta leche, el hijo afloja los bombeos, se va calmando, muerde despacio las tetas hasta caer casi desmayado sobre el pecho generoso de la mujer bella de cabellera espesa, que es su madre, siente que el garrote empieza a desinflarse dentro de su culito precioso. Chorrea jugos y leche por todas partes, manchando abundantemente las sábanas,

Se besan otra vez, ahora más calmados. Sale el garrote de las entrañas y ahora terminan de salir en catarata los líquidos.

Desnudos los dos quedan un rato, el chico sabe que el padre volverá en la noche, que aún faltan unas horas, se acurruca pegado al cuerpo femenino.

La madre sabe que el hijo pronto se marchara, que en la casa lo espera la esposa joven, pero ella no tiene mayores contratiempos con eso, sabe que el chico volverá una y otra vez.

Sabe que ella tiene lo que nadie. Por ahora se entrelazan en un nuevo abrazo, que ella pronto recorrerá  el cuerpo joven y esbelto, que pronto meterá a la boca ese garrote que tanto le gusta, que volverá a endurecerlo, que volverá  a tenerlo hundido en su cuerpo brutalmente sexual.-