Madre depresiva

Fuera miramientos y prejuicios. Es tal mi satisfacción y mi grado de felicidad actual, habiendo superado mi estado depresivo y mi aversión a los hombres, que hasta me he atrevido a incluir en esta narración el hecho tan horrendo al que fui sometida en el pasado.

Fuera miramientos y prejuicios. Es tal mi satisfacción y mi grado de felicidad actual, habiendo superado mi estado depresivo y mi aversión a los hombres, que hasta me he atrevido a incluir en esta narración el hecho tan horrendo al que fui sometida en el pasado.

Doy marcha atrás al tiempo en el que era joven, demasiado joven. A pesar de estar bien desarrollada, apenas había cumplido los 16 años cuando me vi atenazada y obligada a meterme dentro de un coche. Eran las fiestas de mi pueblo y tenía permiso de mis padres para llegar a casa a una hora un poco más alejada de lo habitual. Había estado con mis amigas en el baile de la plaza y al acabar, nos dirigimos cada una a nuestras casas. Mi vivienda estaba más alejada de la plaza que la del resto de mis amigas por lo que el último tramo lo hacía sola. Y en esta parte fue cuando ese automóvil se detuvo a mi lado.

Fue tal el sobresalto al verme dentro de un vehículo con dos desconocidos que me quedé estupefacta. Cuando reaccioné y quise gritar, una mano oprimió mi boca e impidió salir tales alaridos. Una mano en mi boca y con la otra atenazándome el resto de mi cuerpo, imposibilitaba mis movimientos. Lo único que conseguí fue patalear, pero una tremenda bofetada me dejó aturdida y sin saber qué hacer. Esos dos miserables, sí sabían que querían hacer. No tardé en encontrarme dentro de una caseta de campo con un pañuelo amordazándome la boca y mientras uno me sujetaba con sus fuertes brazos, el otro iba despojándome de mi vestimenta.

Desnuda me dejaron y comencé a sentir por todo mi cuerpo sus manoseos y sus constantes besuqueos. Sus bocas evidenciaban una sobrada injerencia de alcohol, pero eso no les dificultaba ponerse de acuerdo en su sobeo sobre mis carnes hasta que me tendieron en el suelo para cumplir con esa ansiada apetencia de sus miembros: hundirlos en mi virginal vagina.

El tener mi rostro completamente bañado en lágrimas, más que  apenarles les producía mayor excitación. Sin la menor consideración, más bien con extremada violencia, y alternándose, fueron introduciendo sus respectivos penes en mi hasta entonces hermética   vulva. Sus constantes e impetuosas penetraciones produjeron en mí tal dolor y angustia que estuve a punto de desmayarme. Quizás hubiera sido lo mejor.

Qué decir después de este infernal hecho. Mejor no recordar más detalles y solo manifestar que de ese infame suplicio quedé embarazada. ¿A quién de esos dos energúmenos había que atribuir el engendrarme? Es igual. Los dos eran auténticos desconocidos y de nada sirvió el ir mis padres a la policía para denunciar el haber sido su hija violada. A pesar de dar detalles de los rasgos físicos de esos energúmenos, nunca los encontraron y desde luego, yo jamás los he vuelto a ver. Quizás tampoco deseaba visualizar de nuevo sus asquerosos rostros.

Bueno, pues mi vientre fecundó una criatura. Se barajó la posibilidad de abortar pero al final no se produjo. Dentro de mis penalidades hubo algo positivo y fue el llegar a parir un hermoso niño. ¿En verdad lo deseaba?

Casi se puede decir que no me enteré del crecimiento y desarrollo de mi hijo. Fueron mis progenitores los que ejercieron de auténticos padres. Sí, era mi hijo, pero creo que mi comportamiento con él no era el de una verdadera madre. Lo quería, claro que lo quería, pero no con ese amor de madre que se debiera tener.

Pues bien, los años han ido pasando y ahora me encuentro con 38 años, soltera y sin querer relacionarme con ningún hombre. Estoy por entero volcada a mi profesión de enfermera y a ella dedico mi vida. ¿Y qué es de mi hijo? Pues la verdad, a sus 22 años se ha convertido en un bello ejemplar y lo digo solo por la buena planta que tiene. Por lo demás, decir que es un aplicado estudiante y este año da por acabados sus estudios de ingeniero agrónomo. Estudios en los que si alguno ha influido para elegir esa rama no he sido yo, sino su abuelo. Hasta en la educación dejaba que mis padres actuaran como progenitores. Y es que yo, una chica alegre, divertida y desenvuelta hasta ese fatal día en el que fui violada, no era la misma. Sumida en constantes depresiones, estaba alejada de ser y asumir la responsabilidad de madre.

Seguía queriendo a mi hijo, pero era de una forma casi fraternal. Sabía que él no tenía ninguna culpa de haber venido al mundo por haber sido ultrajada y no se merecía que yo no estuviera a la altura de ser una buena madre. Tampoco se puede decir que el proceder con mi hijo ese verano, en el que centro mi relato, haya sido muy maternal, pero no me arrepiento en absoluto de lo vivido con él ni creo que me arrepentiré nunca.

Como he comentado, mi hijo en el mes de junio concluyo su carrera universitaria y para festejar su titulación tenía proyectado realizar un crucero por el Mediterráneo con su novia. Le vi muy ilusionado con ese viaje y yo no iba a poner ningún impedimento a realizarlo, al revés, aplaudí su decisión y como premio por su licenciatura, sin que entraran mis padres en el agasajo, le ofrecí el dinero necesario para que no se privase en elegir el crucero que más le apeteciera.

Faltaban pocos días para la entrada del mes de julio, fecha de la salida del crucero concertado, cuando al llegar a casa encontré a mi hijo solo sentado en el salón tomándose una cerveza. No era nada de particular, pero al ser sábado era extraño verle a esas horas en la vivienda y le pregunté:

-¿No sales hoy con tu novia?

  • Pues ya ves, no saldré hoy ni mañana, ni nunca. Lo hemos dejado –me respondió.

-¿Qué dices…?

-Lo que oyes.

-Sí que me sorprende, según decías, os llevabais divinamente.

-Pues hasta hoy. Todo tiene un principio y un final al igual que esta relación que he tenido con Carmen. Así que borrón y cuenta nueva.

Me dejaba perpleja, pero no quería ahondar en esa ruptura. Tampoco me dio pie para ello. Se levantó del sillón y abandonó el salón para irse a la cocina. Yo todavía no me había marchado del salón cuando apareció mi hijo con dos vasos de cerveza en las manos,

-Toma –dijo ofreciéndome un vaso-. Como no hay pena  que cien años dure, vamos a brindar por mi separación.

-¿Puedo hacerte una pregunta? –le dije después de hacer el paripé del brindis.

-Si es sobre Carmen, mejor no.

-No, no. Ya dirás cuando quieras lo que ha sucedido entre vosotros. Simplemente quería preguntarte qué vais a hacer con el viaje  que teníais programado.

-Buena pregunta y no hay ningún problema para darte la respuesta. Ven siéntate.

Nos sentamos los dos en el sofá y si perpleja me dejó al comunicarme su ruptura, más me quedé con lo que en esos momentos salió de su boca. En absoluto estaba dispuesto a perder ese viaje y, según él, yo tenía todos los números para ser su acompañante. No sabía que contestarle. Desde luego, muy pocos rechazarían tal invitación, pero que pintaba yo en un viaje de placer con mi hijo. Para él quedó claro el no admitir, por mi parte, un no por respuesta. Además, sabía que el mes de julio tenía vacaciones por lo que no podía poner la excusa del trabajo. Cosa que siempre hacía cuando quería evitar cualquier proposición u ofrecimiento. Sobre todo cuando terciaban hombres.

Bien, a pesar de mis reticencias aquí estamos, dentro del barco y entrando en el camarote que teníamos asignado. Acompañados por un asistente, este nos mostró el compartimento y se debió imaginar qué éramos pareja al ofrecerse a juntar las dos camas que estaban separadas. Le dije que ya estaban bien así y con un: “como quieran ustedes”, se despidió de nosotros.

No sé que me había imaginado, pero no contaba con estar mi hijo y yo en el mismo camarote. Desde luego, era tonta ¿qué esperaba si ese crucero estaba planeado para una pareja? A mi hijo le debió hacer gracia la observación del asistente y me soltó con una sonrisa:

-Ya ves, somos pareja y no porque seamos dos.

Me salí por la tangente y le contesté:

-Sí que está bien este camarote, es alucinante.

No solo aluciné al ver el compartimento. Todo en el barco era majestuoso. Pero no vamos a detenernos en contar las magnificencias del crucero, mejor centrarnos en lo concerniente a lo personal.

Se acercaba la hora de la primera cena en el barco y tanto mi hijo y yo nos preparamos para acudir al comedor. Teníamos asignada la mesa donde sentarnos. Una mesa redonda a compartir con otros cuatro comensales. Nos sentamos en nuestras respectivas sillas e hicimos los saludos de rigor a dos de los compañeros de mesa que estaban sentados. No tardaron en venir los otros dos comensales para completar la mesa y deduje que todos, más o menos, rondaban mis años. Total, la componíamos tres hombres y tres mujeres sentados de forma alterna hombre mujer, con lo que a un lado tenía a mi hijo y al otro un hombre desconocido. Desconocido lo era, pero no tardó en darse a conocer. Acaparé su atención durante toda la cena. Aunque con suma corrección, más estaba pendiente de mí que dé, en teoría, su compañera. Fue una cena animada y al parecer, entre todos nosotros, se produjo una buena relación.

Terminada la cena, fuimos los seis a la sala de baile. Un salón espectacular donde una orquesta animaba con sus compases todo el recinto. Pudimos sentarnos todos cómodamente alrededor de una mesa y pronto fuimos atendidos por un camarero. Cada uno pidió lo que le apetecía y enseguida fuimos obsequiados con lo requerido. Digo obsequiar porque era curioso el no tener que pagar nada en absoluto. Todo estaba incluido en el precio convenido.

La pista de baile estaba muy animada por las parejas que movían sus cuerpos en ella. De momento, ninguno de nuestro grupo se había dignado a moverse de sus asientos. Fue mi contertulio de mesa el primero en levantarse y para mi sorpresa, la persona a la que se dirigió para invitarla a bailar, fui yo. Como imprimió cierto teatro en la forma de invitarme, a todos les hizo gracia y me animaron a seguirle, incluido a mi hijo. A la que no le hacía gracia fue a mí.  No sirvió el decir que no estaba acostumbrada a bailar y apenas sabía mover los pies.

Era cierto el no estar acostumbrada a bailar. Había que remontarse a mis años juveniles, antes de ser vilmente violada, el haber bailado con algún chico. Y sí, no me faltaba en el baile de la plaza con quien bailar. Era en verdad muy solicitada por los jóvenes.

Bueno, para no ser una aguafiestas accedí. En la comedia que realizó ese hombre entró el dirigirse a mi hijo para que aprobase el requerir su pareja. Nadie del grupo sabía nuestro parentesco de madre e hijo. Tampoco nos presentamos como tales. Simplemente indicamos nuestros nombres. Por cierto, el nombre de mi hijo es Raúl y el mío Rosa.

No me había planteado el que pudiera pasar por ser la pareja de mi hijo y pensándolo bien, no era nada extraño en estos tiempos. La diferencia de edades ya no cuenta tanto. Además, a pesar de mis depresiones, me mantenía con un cuerpo bastante digno y si contamos que mi cara resultaba algo aniñada, nuestra diferencia de edad no era nada alarmante. Algo también contaba el ser mi hijo un hombre cuya apariencia no correspondía a la edad que tenía. Evidenciaba algún año más.

Pues bien, ya en la pista, nos mezclamos entre las parejas que muy acarameladas estaban  bailando. El ritmo de la música acompañaba para estar muy juntitos. No tardó ese hombre en enlazar sus brazos sobre mi cintura. Esas manos apretando mi cuerpo para unirse más a él e intentar acercar su rostro hacia el mío, me produjo tal repulsa que estuve a punto de dejarle solo en la pista. El no parecer una mojigata me hizo aguantar hasta terminar esa melosa melodía que tocaba la orquesta, pero  mis manos, colocadas en los hombros de esa persona, impedían el acercarse a mí en exceso. Me pareció una eternidad el tiempo que duró esa pieza. Quería salir de esa situación tan repulsiva cuanto antes.

Nada más desligarme de sus brazos, al acabar la melodía, salí pitando de la pista aunque ese hombre insistió en querer seguir bailando. Me acerqué donde estaban sentados el resto del grupo y dirigiéndome a mi hijo le dije que no me encontraba bien y me iba al camarote. También le dije que no era nada importante lo que me pasaba y él podía continuar tranquilamente en la sala de baile. No sirvió mi insistencia para que se quedara. Me acompañó al camarote y aunque durante el camino quiso saber que me pasaba, le seguí diciendo que no era nada importante, eran cosas mías. Mi explicación no le dejó satisfecho y una vez dentro del compartimento, insistió:

-Me vas a decir ahora que demonios ha pasado. Has estado toda la velada sonriente y me daba la sensación de que te sentías a gusto con el hombre que te ha invitado a bailar.

Qué le iba a contestar, ¿qué me sentí angustiada en los brazos de ese sujeto que con tanta amabilidad había requerido bailar conmigo? Mejor era decir otra cosa.

-Es verdad el haber estado muy a gusto toda la noche, pero no sé si algo me ha sentado mal y es por eso el haber querido venir aquí. Aunque tú muy bien te podías haber quedado.

-No me creo lo que me estás diciendo. Me parece que tu malestar viene por haberte casi obligado a salir a la pista con ese tal Ernesto. Es eso ¿no?

Intenté acabar esa conversación insistiendo en ese malestar corporal por algo ingerido, pero su insistencia en  no creer lo que le decía al final claudiqué y le expliqué la verdadera causa de mi desasosiego. Salieron a relucir mis depresiones, las cuales ya conocía, y la causa que las generaban. Aunque era algo que él ya conocía. Alguien se encargó en su día  de informarle y no fui yo, el venir al mundo fruto de una violación a la mujer que le engendró. Nunca me lo ha recriminado, pero tampoco habíamos tenido una amplia conversación sobre ello, como la teníamos en esos momentos. Al igual que me pasaba cuando recordaba ese triste y fatídico suceso, al final me eché a llorar. Debí enternecerle, o eso entendí, al poner con suma delicadeza sus dedos sobre mis mejillas, apartando las lágrimas, al mismo tiempo que me decía:

-Si me dejas, y solo si tú quieres, voy a hacer lo posible para que te olvides de tus depresiones y romper esa fobia que tienes hacia los hombres. Te mereces ser feliz y sin angustias.

Agradecí sus palabras y en verdad me sentí algo aliviada. No llegué a entender con claridad esa frase “si me dejas y solo si tú quieres…”, pero sonaba bien. Y por mi parte, no iba a poner ningún impedimento para que él tomase las riendas del viaje y acompañarle donde gustase. Y así fue. Era cierto el sentirme feliz a su lado y sobre todo cuando salíamos del barco para visitar las diferentes ciudades. Hicimos escala en Cannes; La Spezia; Roma… La atención de mi hijo hacia mí era encomiable. No me dejaba sola ni un solo instante, ni yo me separaba de él. A su lado era donde mejor me encontraba y en las visitas a esas ciudades me encantaba ir bien agarrada a su brazo. Fue en Atenas, estando visitando la Acrópolis, lugar que desde pequeña añoraba por ver, cuando presa de emoción me abalancé sobre mi hijo y le di un beso en plena boca. Él lo recibió con sorpresa, pero fue separarme y no tardé en volver a encontrar sus labios de nuevo en los míos. Ese beso no partió de mí, fue mi hijo Raúl quien puso sus manos sobre mis hombros acercándome a él para propinarme un enérgico y generoso beso. Me quedé perpleja, pero mi hijo sin darle mayor importancia me agarró del brazo y continuamos con la visita.

No me atrevía a preguntarle a que vino ese vigoroso beso. El mío surgió por un impulso al ver ese maravilloso monumento, o quizás no. Lo cierto era que estando a su lado me sentía protegida y amparada. Me veía risueña y con ganas de disfrutar de la travesía. Pero si perpleja me quedé al darme mi hijo ese beso, más me quedé cuando una mujer algo mayor, pasajera del mismo crucero, se acercó a mí y me dijo sonriente:

-Perdona que te lo diga, pero me agrada ver como una pareja se quiere.

Por lo visto fue testigo de nuestros besos. No era la primera vez que personas del barco nos tomaban como pareja, pero esta mujer añadió el querernos. Creía querer a mi hijo, pero como tal, y más en esos días de travesía por el Mediterráneo al estar tan atento conmigo. Algo distinto era pensar que  esos besos entrañaban algo más que el sentimiento entre madre e hijo. No quería profundizar más en esos pensamientos. Se apartaban del correcto sentir y proceder al que debiera atenerme. Sí me gustaría añadir en este párrafo, independiente de mis reflexones, el haber sido placentero  recibir ese beso.

En lo que restó del día no volví o no quise recordar ese pequeño asunto. El mero hecho de estar al lado de mi hijo y disfrutar de su compañía me hacía olvidar cualquier contratiempo. No llegaba a reconocerme. Había vuelto a mi rostro esa alegría perdida y deseaba poder mantenerla.

En la cena de esa noche seguía estando animada y más que me puse al ingerir algo más de alcohol. Celebramos el cumpleaños de una persona del grupo de comensales y notaba su efecto. Sin llegar a alterar mi conducta sí que me veía algo más eufórica. Quizás por ese motivo mi hijo, estando en el salón de baile, me invitó a bailar. En principio me sorprendió, pero no iba a negar su petición. Todas las noches, después de cenar, íbamos a ese salón, pero salvo la primera noche no había vuelto a pisar la pista de baile. Nos limitábamos a escuchar música y tomar algo.

Allí estaba,  dispuesta a enlazarme con mi hijo y dar nuestros  primeros pasos de baile. Algo nerviosa me puse por si su cuerpo al enlazarse con el mío me producía alguna repulsión y no quería. Fue totalmente a la inversa. Me sentí cómoda en sus brazos y no me importaba que estos apretaran algo más mi cintura para sentirlo más cerca. Pero de momento, sus brazos no ejercían ninguna presión sobre mí hasta que mirándome  a los ojos me preguntó:

-¿Cómo te sientes?

-Bien, muy bien –contesté.

Desde ese momento, poco a poco fue acercándose más a mí y yo no me opuse, al contrario, me sentía tan dichosa que mis brazos colocados en sus hombros pasaron a rodearle su cuello. Acabó la pieza que estaba tocando la orquesta y antes de comenzar a oír otra melodía me susurró al oído:

-Seguimos.

-Si a ti te apetece –fue mi contestación.

Un beso en plena boca recibí y aunque fue visto y no visto, al igual que el recibido con anterioridad, me supo a gloria. Me uní a mi hijo y no hizo falta que me apretara para que nuestros cuerpos estuvieran completamente enlazados. Fui yo quien quiso estar lo más ceñida a él. No sé que me pasaba pero estaba irreconocible. ¿Era fruto por la bebida ingerida o era por algún otro motivo? El caso era ver en mi pareja a un hombre que me estaba devolviendo a mi condición de mujer deseosa de sentir el roce y gozo de un cuerpo masculino. Sí que era un disparate lo que llegaba a pensar. No por muy hombre que fuera dejaba de ser mi hijo. No podía ser el esperar o querer algo más de él.

Acabó el baile y como la mayoría de parejas cada una se retiró a su camarote. Con cierto nerviosismo entré junto a Raúl a nuestro recinto. ¿Qué me inquietaba el estar a solas con él? Esa pregunta parecía un poco absurda. Solos estábamos en el compartimento desde hacía varios días y habíamos respetado nuestra privacidad. ¿Por qué iba a ser distinta esa noche?

Creo que Raúl se dio cuenta de mi inquietud porque se dirigió a mí preguntándome:

-¿Cómo te encuentras?

-Muy bien –contesté.

-¿Estás segura?

  • Sí, por qué no iba a estarlo.

Todavía me estaba poniendo más nerviosa esas preguntas. Me desarmó esa mirada fija a mis ojos para de inmediato posarse sus labios en los míos. No sé que me pasaba, pero me entregué y contribuí a ese ferviente  beso. ¿Era consciente de ser la madre de ese hombre? Besar con tanto entusiasmo y además satisfacerme, era inadmisible, pero ¿y él? Como hijo, tampoco ese comportamiento era muy propio. Este desatino por parte de los dos, me hizo recordar la frase que pronunció Raúl la primera noche del crucero: “Si me dejas y solo si tú quieres…”.

Dejando de lado nuestro censurable proceder, me sentía tan dichosa entre sus brazos que a esas palabras recordadas solo había que añadirle una respuesta afirmativa y esta la añadí a su siguiente pregunta:

-¿Consientes a que sigamos?

No sabía dónde me llevaría todo esto, pero necesitaba experimentar que me produciría al ser acariciada por un hombre. Sí, un hombre. Desde ese momento quise olvidar mi condición de madre y entregarme por entero a sus abrazos y sus besos. Era simplemente Raúl, sin ningún otro apelativo, quien me hacía sentir ser otra mujer.

Pero no quedaba para Raúl el seguir abrazándome y besarme. El siguiente paso fue despojarme poco a poco de mi vestimenta. Todos sus movimientos eran pausados. No quería ser impetuoso. Temía que en algún momento volviera en mí esa tremenda fobia hacia los hombres. Desde luego no aparecía, más se producía en mi cuerpo un acaloramiento placentero.

-Eres bellísima, Rosa –fueron las palabras de Raúl al verme completamente desnuda.

Lo de añadir mi nombre a su cumplido era corriente. Raramente se había dirigido a mí  con el apelativo madre.

Me abracé a él y aprovechó para cogerme en brazos llevándome hasta una de las dos camas del camarote. Me tendió en ella y después de darme un tierno beso procedió a desnudarse. Si él me encontraba bellísima, puedo decir que su cuerpo no desdecía nada de la palabra bello. Hacía muchos años que no le había visto completamente desnudo. Su figura de hombre era imponente.

Algo también resaltaba de ese cuerpo hermoso y no era otra cosa que su miembro viril. Se encontraba completamente erecto. ¿Qué sentiría si quisiera introducirlo en mi conducto vaginal? Me negaba a querer recordar aquellas atormentadas penetraciones sufridas en aquel aciago día y que tanto me han angustiado toda mi vida.

Unas nuevas palabras de ese hombre que había llevado en mis entrañas, me ayudaron a olvidar mis temores.

-Rosa, eres adorable y quiero amarte y hacerte la más feliz de las mujeres.

¿Dónde estaba el considerarme como su progenitora? Al parecer se había esfumado y yo no sabía desde cuándo. Se acostó a mi lado y me dejé hacer. Me besó y contribuí a ese largo y ardiente beso. Al mismo tiempo, sus manos acariciaban suavemente mis pechos y con las yemas de los dedos jugaba con mis pezones. Continuaron sus caricias por el resto de mi cuerpo y estas me producían tal excitación que, aunque pareciese mentira, ansiaba me poseyese. No sabía que me pasaría si llegara a penetrarme, pero tenía ante mí a esa dulzura de hombre que con calma había sabido llegar a producirme sensaciones nunca recibidas. Quitando ese horrendo recuerdo del pasado, no tenía ninguna experiencia en el cómo contribuir para llenarle a él también de placer. Para goce mío, a este mi hombre se le notaba gran experiencia en el saber cómo deleitar a una mujer. Conocía algo sobre sus conquistas y como no, de esa relación estrecha con su ya ex novia. Imaginaba que con todas ellas había tenido sus más o sus menos relaciones sexuales, pero en ningún momento llegué a pensar que sus experiencias servirían para deleitarme a mí de esa manera.

-Cariño, ¿sigues queriendo que siga?  -fue la pregunta que recibí estando casi al borde de desfallecer.

Cómo no iba a querer. Mi respuesta afirmativa quedó patente poniendo mis manos sobre su cara hasta acercarla y colocar mis labios en los suyos.

En verdad no podía aguantar más. Deseaba ardientemente tenerlo dentro de mí. Además, mi vagina debía estar bastante dilatada y húmeda porque ese sublime miembro enseguida encontró su orificio y se desplazó por todo su conducto con suavidad. Apenas sentí dolor. Si que sentí su roce en las paredes de mi casi virginal vagina hasta llegar a lo más profundo. Seguidos fueron sus movimientos de avance y retroceso produciéndome un goce indescriptible. Era tal mi excitación, que de forma instintiva mis nalgas se unieron a los movimientos de ese deleitable pene provocándome unos constantes gemidos de placer. No pude más, un exultante grito salió de mi garganta. Llámese orgasmo o como quiera nombrarse, pero llegué a sentir como si se produjera dentro de mí un estallido de fuegos artificiales llenos de color. En verdad fue una gran explosión de placer la que se produjo en mí y con gran regocijo pude contemplar cómo mi adorable Raúl también debió sentir algo similar. No fue un gritó lo que salió de su boca, pero sus continuos bufidos dieron paso a un prolongado gemido hasta quedarse inmóvil encima de mí.

Algo acompañó también a ese gemido de placer, y ese algo lo noté en mi ya bien consentida y complacida vagina. No fue otra cosa que un líquido seminal desprendido por el miembro varonil de mi adorable amante. Me sentí invadida de calor, amor y felicidad absoluta. Solo quería que el mundo se detuviera en esos momentos.


Probablemente a alguien le gustaría saber qué consecuencias pudieron llegar a causar en mí ese liquido seminal o esperma que más de una vez, esa noche, recorrió y bañó toda mi interioridad vaginal. Pero esto, si me lo permiten, dejémoslo que entre en el terreno de lo privado de esa nueva vida iniciada por Raúl y  Rosa.