Machos en un gimnasio

Un hombre comienza a frecuentar un gimnasio y descubre unos ejercicios excitantes para ciertos músculos.

No considero que mi cuerpo esté mal para mis 35 años de vida. Practicando bastante ciclismo, senderismo y haciendo una alimentación sana, además de la suerte de mi genética, soy un hombre más bien alto y esbelto, con una masa muscular desarrollada de forma natural, ojos azules, pelo negro, algo de vello en el cuerpo, con una polla que sobrepasa la media sin llegar a ser descomunal, buenas nalgas, y una sonrisa afable. Como en invierno puedo salir mucho menos con la bici, decidí hacer un poco de ejercicio en algún sitio cerrado, y decidí apuntarme en un complejo deportivo de mi ciudad. Estoy soltero y tengo mis amigas por ahí.

Cuando llegué al centro deportivo por primera vez, lo primero que me sorprendió fue que las duchas eran comunitarias. Dos amplias estancias separadas por una pared, con ocho duchas en cada una. Y frente a uno de los extremos de una de las salas de ducha, estaba la puerta del baño de vapor. Así que, aunque mi primera intención era nadar en la piscina, cuando me puse mi bañador –ajustado y azul marino- decidí que primero me iba a mojar en una de aquellas duchas para luego pasar al vapor y ver desde allí el ambiente que habría, para irme familiarizando con el entorno.

Cuando me puse bajo el agua no había nadie en las duchas y me mojé entero, masajeándome como si estuviera enjabonándome. En el mismo momento en el que abrí la puerta del vapor, salía un hombre, alto, fornido, moreno, de pelo en pecho, como de unos treinta y cinco años, completamente desnudo, y por supuesto, muy mojado por su propio sudor y el vapor. Lo dejé pasar, sujetando yo la puerta, y al pasar a mi lado el vello de sus piernas rozó levemente el mío. Después yo entré en la sala de vapor, que era toda blanca y de un material sintético. Como la puerta era de cristal, pese al vaho que se formaba podía adivinarse perfectamente todo lo que ocurría en la sala de las duchas. Bajo un chorro de agua estaba el tío que había salido del vapor, pero lo veía de espaldas, con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás para que el agua cayera sobre su cara y rodara por todo su cuerpo. Poco a poco el vapor se hizo más espeso y la imagen que me brindaba la puerta del cristal fue difuminándose. Estaba yo pensando en quitarme o no quitarme el bañador cuando de pronto se abrió la puerta. El que entraba era otra vez el mismo hombre, todo mojado y chorreante.

Se sentó enfrente de mí, apoyando la cabeza hacia atrás para cerrar los ojos y relajarse, así que pude mirarlo a placer. Era un hombre bastante atractivo, muy bien cuidado, con la cantidad exacta de vello en el pecho y piernas, con aspecto de haber nadado mucho a lo largo de su vida, pues su cuerpo era fibrado, armonioso. Su polla estaba en reposo pero era grande sin ser descomunal, muy acorde con el cuerpo que tenía. Sus manos descansaban sobre sus muslos y en el interior de mi bañador despertaba un inicio de erección. Aunque el hombre no podría verla, porque estaba con los ojos cerrados y cada vez se volvía a hacer más espeso el vapor, decidí levantarme y remojarme con agua fría para cambiar de estado. Pero cuando empecé a sentir el agua cayendo sobre mi cuerpo decidí quitarme el bañador, ponérmelo en el cuello y sentirme más libre bajo el frío chorro del agua. A los dos minutos o poco más, cerré el agua, me puse el bañador de nuevo y decidí estar preparado para salir a la piscina y hacer unos largos. Sin embargo, algo me atrajo de nuevo al vapor.

Cuando entré, aquel hombre abrió los ojos y, como si se hubiera llegado a quedar dormido, estiró su cuerpo mientras yo me sentaba en el mismo sitio en el que me había sentado antes. Fue entonces cuando me dijo que no había como una ducha fría entre vapor y vapor para sentirse bien. Yo asentí sin decir nada. El agregó que para completarlo lo mejor era untarse un poco de aceite de eucalipto en el cuerpo para que pudiéramos respirar bien.

Como me tocaba decir algo y sin saber muy bien qué decir, le comenté que nunca lo había probado. Así que él me dijo que tenía en la taquilla, que si quería iba a por ello. Sin esperar a que yo dijera sí o no, salió del vapor y desapareció por el pasillo de los vestuarios, que no estaban, claro está, nada lejos. Yo volví a pensar si quitarme o no el bañador, pero no sé por qué, esa duda me provocaba un inicio de erección que temía completar si me lo quitaba. El hombre volvió un par de minutos después. Volvió a sentarse en su mismo sitio y me pasó un frasquito de esencia de eucaliptos para que me lo pusiera sobre el cuerpo. Como si fuera un bronceador, me dijo. Yo le dije que se lo pusiera primero él y luego me lo ponía yo. Así que el tipo se puso de pie, no exactamente frente a mí, pero casi, se puso unas gotas en la palma de las manos y empezó a frotarse. Primero los hombros, luego los desarrollados pectorales, los costados, el vientre…y por último las piernas. Era tan alto que para untárselas tenía que agacharse un poco. De modo que su cabeza parecía inclinarse sobre mi bañador.

Cuando acabó con las piernas, se puso un poco más del aceite de eucalipto en las manos y mientras se lo empezaba a frotar sobre los huevos y sobre el falo, me dijo que me lo pusiera yo, que me quitara el bañador para no estropearlo y que ya vería que bien. Así que me puse de pie, me quité el bañador y cogí el frasco para untarme como se había untado él. Aunque ya estaba bien untado, continuaba esparciéndose los restos por todo el cuerpo y pude ver que su polla, con el magreo que se había dado para untarse, se le había puesto morcillota. Yo trataba de no mirar y de concentrarme en el eucalipto, mientras él seguía sobándose. De pronto me dijo que había que ponerse también en la espalda y se ofreció a untarme él. Tomó un poco de aceite en sus manos y mientras que por delante me seguía untando yo, él empezó con mi espalda, desde los hombros y cada vez más abajo. Tenía unas manos muy viriles pero a la vez muy agradables, y me untaba el aceite con una suavidad cercana al masaje. Cuando ya me masajeaba la parte baja de la espalda, y temiendo que siguiera por mis nalgas, le dije que le pondría yo en su espalda. Al girarme para ir a coger más aceite y dirigirme a su espalda pude ver que su polla ya no estaba algo morcillona, sino prácticamente dura del todo. Aunque como era bastante grande y gruesa, apuntaba para abajo. La mía, por el nerviosismo, estaba normal, quizás un poco durilla por haberme untado el aceite también por mis huevos y mis muslos interiores. Pero fue ver cómo le había crecido a él la suya, y saber que iba tocar su espalda, para que empezara a cambiar su estado. Para cuando acabé con su espalda y volvimos a sentarnos, frente a frente, los dos estábamos con una considerable erección, si bien no completa, además de brillante por efecto del sudor del vapor mezclándose con el líquido del aceite.

Todo el vapor olía a eucalipto y la atmósfera era sumamente sensual. Pero habían pasado ya varios minutos desde que habíamos entrado y yo sentía mucho calor, además de cierta incomodidad por el estado de nuestras pollas, así que tuve que salir para refrescarme en la ducha. Cuando sentí el agua fría cayendo sobre mi aceitoso cuerpo, recordé que, además de estar desnudo, me había dejado el bañador en el vapor, pero no me importó porque no había nadie y mi polla había vuelto a quedarse morcillona. En un momento dado, me giré sobre mí mismo para que el agua cayera bien por todas las partes de mi cuerpo y me pareció que tras el vapor que había sobre la puerta de cristal estaba de pie el hombre, mirándome cómo me duchaba. Eso me dio bastante morbo y prolongué un poco mi estancia bajo el agua, que me estaba encantando. De pronto, llegaron dos chicos a las duchas. Venían de la piscina, con sus bañadores negros bien ajustados, sus cuerpos completamente depilados y esa complexión típica de los nadadores. Uno era moreno y de pelo corto, y el otro se había afeitado toda la cabeza. Se pusieron uno a cada lado de donde yo estaba, abrieron sus grifos y casi al unísono se quitaron los bañadores para dejarlos colgados del regulador de agua. Yo decidí entonces volver al vapor.

El hombre seguía allí, inmerso en aquel aroma a eucalipto, sólo que ahora ya no estaba sentado en su sitio, sino que se había tumbado boca arriba, con la polla amorcillada sobre uno de sus robustos muslos, ocupando un buen número de asientos en la parte de pared en que había estado sentado yo. Así que me senté en donde se había sentado antes él. Me preguntó que tal había estado la ducha, si me había duchado con agua fría, a lo que le respondí que muy bien y que con agua fría al principio y al final, pero que la mayor parte del tiempo con agua tibia. Sobándose un poco la polla, me dijo que así era lo mejor, que eso activaba mucho la circulación de la sangre. Como a mí se me estaba queriendo poner dura de nuevo le dije que el calor del vapor también debía de estimular mucho la sangre. EL me preguntó por qué lo decía y yo, para responde , no usé la boca, sino las manos. Me cogí con ellas el paquete para que viera cómo se me estaba poniendo la polla. El, para responderme, sin dejar de tocarse los huevos, y dejándome ver lo dura que se le estaba poniendo, me dijo que a él también le pasaba, que se iba a dar un agua fría a ver si se le bajaba. Y así , medio empalmado, salió a las duchas, en las que seguían enjabonándose los dos nadadores. Cuando me quedé solo en el vapor, mientras miraba a través del cristal aquellos tres cuerpos de hombre adivinándose a través del vapor, mi polla se puso todo lo dura que quiso, y para estar a salvo si alguien entraba de pronto y me encontraba en aquel estado, cogí mi bañador y me lo tiré encima de ella, pero sin ponérmelo para nada, sólo tapando aquella descomunal erección que se erguía entre mis piernas.

Al poco rato, el hombre volvió al vapor, y por lo visto, el agua fría no había conseguido nada sobre su polla, porque volvía igual que se había ido, y así se lo dije. Mientras se sentaba de nuevo frente a mí me dijo que el agua le había puesto peor, así que yo le pregunté por qué y el me contestó que cuando había salido, los dos chicos que estaban en las duchas, al verle cómo llevaba la polla, se habían empalmado y que ahora seguro que estaban pajeándose juntos en la sauna seca. Con una sonrisa bastante pícara me dijo que, por lo que él veía, tampoco iba yo mal. Fue entonces cuando decidí que todo aquello ya era demasiado par mí, así que me puse de pie, me di la vuela, me puse el bañador y salí a las piscinas para nadar un poco. Ya volvería luego a las duchas.