Machitos del gimnasio (IV)

Dos semanas después, los colegas del gimnasio acuden a la fiesta de ropa interior en un local de ambiente de Valencia. La partida de billar dará mucho juego. Aparecen personajes de otros relatos.

Tras haber pasado la mañana del sábado con Toni, comprando lencería y exhibiendo nuestros músculos por el centro de Valencia con nuestras ropas apretadas, quedamos en que me recogería para ir a la fiesta del Bonernit. Prefería que le acompañara antes que presentarse allí solo. A mí me pareció bien, pero decidí aparcar mi coche cerca, por si en cualquier momento me apetecía irme.

Cuando íbamos en su coche, envié un mensaje a Sento para avisarle de que estábamos de camino.

Por si me ibas a preguntar, la conversación con Fran fue ese jueves por la noche. Me contó que tenía novia, que si había algún problema no era mío sino de él. También que ella fantaseaba con hacer tríos, aunque todavía eran eso, fantasías.

A mí la idea de compartirlo no me hacía gracia. Se lo dejé bien claro.

Desde entonces no había sabido nada de él.

Todo esto te lo cuento otro día, en otro relato.

Volviendo al sábado por la noche, cuando llegamos al local, Sento y el Gorila de Gabriel ya estaban allí. Gabriel llevaba un bóxer Unno blanco (parecido al que te conté en el primer relato) con la pernera a medio muslo, que se había subido hasta las ingles para marcar paquete. Sento un speedo amarillo Diesel a punto de hacerlo reventar. Sus marcados pectorales lucían una tenue capa de vello.

Él fue el primero en apretarme contra su tórax.

—Anda, qué de puta madre que hayáis venido, Marquitos —dijo.

Dejarse rodear de sus viriles músculos, que olían a gel de ducha, era una sensación cojonuda.

—Me alegro de verte, colega —dije.

—Ostia —dijo Gabi, también apretujándome contra su cuerpo de toro—, qué puntazo que estés aquí. Y tú también, Toni.

—Ya era hora, ¿no? —le respondió él.

Gabriel me mantuvo un rato más agarrado, con lo que pude sentir el peso de su rabo sobre mi muslo.

—Estás ganado volumen, nano, se te nota.

—Ojalá algún día llegue a ser como tú.

—Mira —dijo tras soltarme—, ponte mazao pero no descuides tu salud. Yo empecé a tomar creatina y otras mierdas. A los seis meses me levanté una mañana meando sangre. ¿Sabes qué me dijo el médico? Que me hidratara. Así que ojo.

—Lo tendré en cuenta —respondí.

—Oye, ¿a este cómo le has convencido para venir? —me preguntó, acomodándose sin disimulo la polla bajo el bóxer.

—Nah... Soy un crack.

—Un puto sinvergüenza es lo que eres —dijo con una media sonrisa.

Después de saludar también a Toni, Sento me preguntó:

—¿Qué sabes de Fran? ¿Cómo habéis quedado?

—No me respondió cuando le llamé. Le he dejado un whatsapp de voz diciéndole que viniera. Pero no sé.

—Te apuesto lo que quieras a que todo sale bien —dijo—. Anda, id a despelotaros. Os esperamos por aquí.

Mientras ellos regresaban a la barra del bar, Toni y yo entramos en un cubículo cercano a la puerta. No era mucho más ancho que una cabina de teléfonos antigua con las paredes negras. Sobre nuestras cabezas, una varilla sostenía unas perchas numeradas.

En cuanto empezamos a desvertirnos, nos dimos cuenta de que aquel espacio era demasiado estrecho para dos físicos voluminosos como los nuestros. Al agacharme para quitarme los jeans, le metí un empujón que casi lo tiro al suelo.

—Perdona, tío —me disculpé, sujetándole del brazo.

—No sé por qué hay que cambiarse de dos en dos —refunfuñó, recuperando el equilibrio.

—El morbo, supongo.

Aproveché para situarme tras él. Mientras trataba de quitarse el pantalón, sus nalgas chocaron contra mi polla.

—Ya estamos en paz —me burlé.

—No te pases de listo.

Quizá nunca follaríamos, pero jugar...

—Joder —se quejó—, menuda mierda de sitio.

—Relaja —dije, acomodándome el paquete en mi short, mi brazo pegado al suyo—, que hemos venido a pasarlo bien.

Cogimos una percha cada uno, colocamos nuestra ropa en ella y salimos al bar. Yo me quedé con un short Adidas rojo con dos líneas blancas en los laterales, muy deportivo, que me quedaba de puta madre en mi cuerpo lampiño. Me los bajé un poco de la cintura para dejar a la vista la uve de mi pubis. También dejé al aire los hoyuelos de mis blancas nalgas. Quería que me miraran.

Toni salió detrás de mí.

—¿Cómo estoy? —me preguntó, volteándose para que le viera.

Flipé. Unas braguitas blancas de encaje le contenían la polla y los testículos. La delicada tela apenas abarcaba su rubicundo culazo. Además, unas medias a juego le cubrían las piernas hasta el muslo.

—Joder —dije—, te sientan que te cagas.

—¿No voy demasiado femenino? —preguntó inseguro.

Empinó el culo al tiempo que tiraba de la goma de las bragas, haciendo que la delicada tela se introdujera entre sus sonrosadas nalgas.

—Nah, tío... Eres muy valiente, pensé que no te atreverías.

—Y yo. Aún no me creo estar aquí, así.

—No le des más vueltas. Si a alguien no le gusta, que no mire. Pero ya te digo yo que algunos le ahorras la viagra de hoy.

—Tampoco exageres —dijo.

—En serio —insistí—. Hoy más de uno se va a correr de gusto mirándote. Te apuesto lo que quieras. Anda, vamos a tomar algo con estos.

Toni metió una mano por la goma de las braguitas para acomodarse la tela.

—No quiero que me cuelguen los huevos al andar —dijo.

La barra estaba atendida por un mulato gordito muy guapo, de cabello rizado y tetillas fofas con piercing, adornadas con un arnés de cuero. Nos cambió las perchas, que colocó tras la barra, por unas muñequeras que tenían el mismo número, y nos acercamos a nuestros colegas.

El Bonernit era un local amplio y oscuro, excepto en la zona de juegos. La barra quedaba a un lado, con una docena de mesas en frente, la mitad de ellas ocupadas por solitarios hombres o parejas que, en calzoncillos, bebían cerveza directamente de los botellines. Al fondo había un billar y una diana. Un poco más lejos, unas cortinas de plástico separaban la zona de estar de la del cancaneo, con su cine porno, su laberinto, sus glory holes y el urinario.

Sonaba una música machacona, a un volumen bajo que no molestaba para charlar, y olía a una mezcla de cloro y ambientador a pino.

Cuando Gabi nos vio, se quedó perplejo mirando a Toni:

—Colega —dijo—, ¿has venido en bragas?

Sento y yo cruzamos las miradas.

—Esto es lo que me pasa, tíos —se sinceró—. Que esta mierda me pone muy guarro.

—Anda, Miss Valencia, date la vuelta que te veamos bien —dijo Sento.

Toni obedeció. Ambos cachas lo examinaron como si estuvieran decidiendo si se lo llevaban a casa.

—Qué quieres que te diga, te sientan de puta madre con tu cuerpazo —concluyó Sento.

Me senté en un taburete. Toni suspiró aliviado.

—A ver —dijo el gorila de Gabriel—, deja que te vea mejor.

Agarrándolo del brazo, le hizo girarse para dejarlo de espaldas a nosotros. Luego levantó la mano con los dedos muy separados, situando su sombra sobre su cintura.

—Tienes mejor culo que tu hermana —dijo. Bajó la mano, haciendo que su sombra se deslizara sobre sus rollizas nalgas, con el pulgar repasando arriba y abajo la prieta raja donde se unían.

—Ya quisiera ella uno así —replicó Toni, ajeno al movimiento.

Con un gesto, Sento me hizo mirar la polla de nuestro colega. Le palpitaba visiblemente bajo el bóxer.

Entonces los plásticos de la cortina se separaron y de la zona oscura salieron los dos Fran.

El corazón me dio un vuelco.

—Tenías que haberme aceptado la apuesta, Marquitos —dijo Sento—. Te habría ganado.

Toni se giró y vio, extrañado, cómo Gabi bajaba su mano sin prisas.

—¿Sabías que estaba aquí? —le pregunté.

—Han venido con nosotros. Cuando me avisaste de que estabais llegando, se me ocurrió que se ocultara para darte la sorpresa. Anda, tira con él.

No había dado ni un paso cuando mi pelirrojo de un salto me abrazó.

—¿Cómo no iba a venir? —me dijo, con la cabeza hundida en mi pecho.

Le sujeté la nuca y le besé su rojiza cabellera.

—Te he echado de menos, nene —le dije.

Él no respondió. Su tacto me la puso dura.

Cuando me soltó, saludé a su primo. Luego observé sus cuerpos: Fran Uno se había traído un speedo con el que parecía un gimnasta a punto de saltar desde un trampolín, mientras que su primo, empalmado para no variar, lucía unos ceñidos bóxers rojos.

Abracé de nuevo a Fran. Metí una mano por la goma del speedo para alcanzar sus estrechas nalgas.

—Voy a pedir cervezas —dijo Dos—. ¿Jugamos luego un billar?

—Pregunta a los colegas —le dije—, a ver si les apetece.

Cuando su primo se hubo marchado a la barra, sujeté a Fran por los hombros y le besé.

Sentí su cálida piel en mi torso, el peso de su polla sobre la mía.

Cuando le hube dejado los labios mojados, le miré a los ojos.

—Lo siento, nene —empecé a decir—. Perdóname... yo...

Fran puso un dedo sobre mis labios.

—Me gustan las mujeres y me gustas tú —dijo—. Entiéndelo. No me canso de mirarte. Tu cuerpo es perfecto, súper proporcionado.

—Pero, ¿qué pasa con tu chica? —pregunté.

—No es tu problema, ya te lo dije.

Apreté su cuerpo más contra el mío.

—¿Te gustaría que folláramos los tres? —le susurré.

Noté su polla palpitando como un corazón agitado.

—Ya respondiste —concluí.

Le empujé hasta dejarlo atrapado entre mi cuerpo y la pared. Luego aprisioné sus pecosas mejillas entre ambas manos y volví a besarle muy despacio, como a él le gustaba, deslizando mi húmeda lengua sobre sus rosados labios. Entre jadeos, Fran los separó, y yo se la deslicé en su interior. Su paladar sabía a menta. Sentí cómo se aferraba a mi cintura con sus manitas. Sin quitar mi lengua de su boca, coloqué mi muslo entre sus piernas y presioné, buscando separarlas. Cuando noté que cedían, le sujeté por las caderas y froté mi polla contra su speedo de nadador, muy despacio, como si me lo follara.

—Tú flipas conmigo, ¿verdad? —le susurré sin detener el vaivén de mi cuerpo.

—sí... sí... —jadeó.

—¿Eh, tortolitos? —nos interrumpió Sento, a gritos desde la barra—, ¿una partida o qué?

Tenía los brazos en alto, con un taco en cada mano. Parecía un Tarzán con sus lanzas.

—¿Te apetece? —pregunté a Fran.

—Preferiría seguir contigo —respondió.

Separé mi cuerpo del suyo. Era pronto para acabar.

Vi que había un sillón vacío junto a la mesa de billar.

—Nah... —le devolví el grito—. Nos vamos a poner ahí y os vemos jugar.

—¿Me siento en tu regazo? —preguntó Fran al ver que era de una sola plaza.

—Pues claro.

Fran iluminó sus mejillas con una sonrisa de dientes blancos y romos.

El otro pelirrojo apareció con tres botellines de cerveza entre las manos. Nos dio dos y fue a sentarse con el tercero en un taburete junto al billar. Junto a él había una mesa alta donde, en gayumbos blancos, dos chavales regordetes con perilla compartían una bebida de cola en un vaso alto. Uno de ellos, apoyado en la pared, abrazaba al otro por la barriga desde atrás.

Me senté en el sillón, cerveza en mano, y me recoloqué la polla. Fran se sentó sobre mis muslos. Sentir su culo estrecho encima era de puta madre. La sangre bombeaba las venas de mi tronco, haciendo que palpitara.

Él me miró. También lo sentía.

Mis tres colegas de gimnasio cogieron cada uno un taco. Vi a Toni acercarse a la barra.

—Hola —dijo al mulato—, nos falta uno para jugar a parejas y como no hay mucha gente hemos pensado a lo mejor te apetece.

El mulato lo escaneó con la mirada, y luego a los mazaos medio desnudos, con los tacos en las manos como gladiadores preparados para la lucha.

—Pues claro —respondió con una gran sonrisa—. Me llamo Thiago. Saco esta ronda y estoy con ustedes.

Terminó de llenar dos vasos largos de espumosa cerveza y los llevó a una mesa en la que dos sexagenarios no nos quitaban el ojo de encima. Luego vino al billar.

—Hey, gente —dijo Toni—. Thiago juega con nosotros.

El grueso mulato levantó la mano a modo de saludo. Además del arnés, iba con un bañador púrpura pegado a los muslos que realzaba el color oscuro de su piel. Su redondeado paquete presionaba la goma separándola unos milímetros de su moreno pubis.

—¿Os parece —preguntó Toni— si él va conmigo y vosotros dos juntos?

—Mejor tú conmigo —propuso Gabi.

—A mí me da igual —opinó Sento.

—Como quieran —dijo Thiago—. Con tal de jugar a llenar agujeros...

Todos rieron el doble sentido. Vi que Gabi, habló con él señalando su pulsera. El mulato fue a la barra y a los pocos segundos regresaba con algo en la mano.

Se lo entregó y Gabi se nos acercó.

—Toma, nene. Le he desactivado el bloqueo de pantalla.

Yo asentí con la cabeza. Luego miré a Toni, que nos observaba, curioso.

—¿Por qué te da su Iphone? —me preguntó Fran.

—Para grabar —respondí.

—¿El billar?

—Y lo que no es el billar.

Fran se volteó y se sentó a horcajadas sobre mis piernas, con su cara en mi cuello.

—Estoy muy cachondo —susurró.

Metí una mano entre sus piernas y la llevé hasta sus testículos. Amasé su suave escroto entre las yemas de mis dedos.

—Me pone caliente que tus colegas me vean zorreándote —dijo, resollando de gusto.

Con uno de mis dedos, comencé a darle suaves golpecitos en el perineo.

—¿Te gustaría acostarte con alguno de ellos? —le susurré.

—Que me vean siendo una zorrita contigo, me gusta. Pero solo me follas tú...

No sé si el cambio de género fue premeditado o qué, el caso es que era la primera vez que hablaba de sí mismo en femenino. No quise romper el momento íntimo, así que no le pregunté.

Se incorporó un poco. Le cogí la polla y empecé a masturbarle. Su respiración se hizo más rápida y sonora. En pocos segundos sentí la humedad de su corrida entre mis dedos. Palpé su prepucio, extendiéndole su propia lefa por el glande. El chaval se estremecía de placer.

Me sentí grande... Mejor dicho, superior. Sentí que ese chaval me pertenecía, que podía hacer con él lo que me diera la gana y él lo acataría sumisamente, sin rechistar ni oponer ninguna resistencia. Era como si dominara su mente.

Liberé su polla de mis manoseos. Sentí el peso de su cuerpecito contra mi pecho y descubrí que estaba sudando.

—¿Necesitas descansar? —le pregunté—. Te has pegado una buena corrida.

—No. Quiero seguir sobre ti.

—Vale. Pero date la vuelta. Tengo que grabar algo o Gabi se mosqueará.

—Vale.

Fran tenía una mancha de semen en el speedo y unos gotarrones sobre el muslo. Su primo, que había estado pendiente de nosotros, nos había dejado un rollo de papel higiénico tamaño industrial a los pies del sillón. Corté un trozo. Mi pelirrojo estaba de pie frente a mi. Con cuidado, cogí el speedo por la cintura y se lo bajé hasta medio muslo, dejando su sexo al aire, a la vista de todos. Todavía expulsaba un gotarrón, que le coronaba el glande. Me vino el olor dulce de su leche recién ordeñada. Le miré. Se había ruborizado.

Los sexagenarios nos observaban atentos, con las manos metidas en sus sucios calzoncillos.

Con cuidado descapullé su ahora pequeño pene y limpié con suavidad los restos de la corrida. Luego se lo levanté. Sus pequeños testículos rosados se contrajeron frente a mis ojos. Se los limpié también.

Él apoyó una mano en mi hombro, callado como un cachorro dócil.

Cuando terminé me limpié las manos con el mismo trozo de papel. Como no vi papelera, lo lancé al suelo. Mi intención era recogerlo más tarde, pero uno de los sexagenarios se levantó y lo recogió. Regresó a la mesa y empezó a olisquearlo. Su compañero, sonriendo, levantó una mano hacia mí en señal de agradecimiento.

Yo le ignoré.

Con mi muchacho sentado de nuevo en mi regazo, cogí el Iphone y centré mi atención en la partida de billar que estaban a punto de jugar.

Gabi estaba colocando las esferas de colores sobre el tapiz dentro de un triángulo de plástico, mientras Sento le hablaba, dando tiza azul a su taco. A su lado, Toni y Thiago también charlaban entre ellos.

Gabi abrió el juego. Se inclinó, con las piernas separadas, sobre la mesa. Su culazo estiró la tela del bóxer, transparentando su ojete de macho. Aproveché para tirar una primera foto de su culo y muslos. Con un golpe seco, golpeó la bola blanca, lanzándola contra el resto, que se dispersaron sobre el tapiz a gran velocidad.

—Me toca —dijo Sento cuando todas se hubieron detenido.

De nuevo, el movimiento de las cortinas llamó mi atención. Un hombre grandote, calvo y con los brazos tatuados hasta los hombros salió del cuarto oscuro, colocándose bajo los glúteos las tirillas del jockstrap negro. Tras él apareció un chico delgado, rubito, que usaba top de tirantes que apenas le cubría las tetillas y un speedo blanco.

—¡Coño, Markus! —grito Gabriel, y todos miramos al grandullón—. ¡Cuánto tiempo, tío!

—¡Ostia puta! —gritó Markus, soltando gotitas de saliva al hablar—. ¡El Gabi! ¿Qué coño haces aquí, nano?

—Aquí, con los colegas. ¡Cabrón, cuánto tiempo!

Ambos grandullones se abrazaron y palmearon los hombros. El rubito nos saludó con la mano.

—¿Le conoces? —pregunté a Fran.

—Del campus. Tenemos asignaturas comunes.

—¿Te has enrollado con él?

—¿Con cuál?

—Con los dos.

Fran movió sus caderas en círculos. Mi polla dio un respingo.

—¿Te excitaría que te dijera que sí?

Puse mis manos en su cintura y lo detuve.

—De ti me excita todo.

Fran se giró para besarme. Le agarré de la nuca y le metí la lengua. Me la mamó unos segundos con los labios como si fuera una polla.

—Se llama Sito —susurró cuando la soltó—. Un día, en los lavabos de la universidad, me tiró los trastos pero no pasó nada. Trabaja en un teléfono erótico para pagarse la carrera. A veces también queda con los clientes.

—¿Y el grandullón quién es? —pregunté acariciándole el mentón—, ¿un cliente?

—Es tatuador. Tiene un taller en Castellón y otro aquí en Valencia. Él me hizo el mío.

Observé la brújula dibujada en su clavícula, con un libro donde correspondería estar la N.

—A él le tatuó el culo —concluyó.

Solté su cintura y estiré las piernas. Fran se deslizó sobre mis huevos mientras volvía a mamarme la lengua. Mirando al rubito empecé a correrme bajo mi short.

—Qué gusto en los huevos... —dije entre los últimos espasmos.

—Aún te la noto dura —dijo.

—Te podría volver a follar.

—¿No prefieres descansar? —me preguntó.

Por el efecto de las pastillas que había tomado con Toni, sabía que no se me iba a desinflar.

—No —respondí con seguridad.

—Para que no vuelvas a preguntar —dijo—, no me he liado con ellos. Ya te lo he dicho. Me gustan las chicas y me gustas tú.

Fran seguía sobre mí mientras yo abrazaba su cintura con sensación de culpabilidad. No podía estar de interrogatorio cada vez que un tipo le saludara.

Me prometí controlarme para no acabar convirtiendo lo nuestro (fuera lo que fuera) en algo tóxico.

Me incorporé. Unas gotas de mi corrida habían rebasado mi short y manchado el polipiel del sillón.

—¿Quieres otra cerveza? —sugerí—. Para reponer líquidos.

—No —respondió con las mejillas aún encendidas—. Quiero que me penetres.

Fran se bajó el speedo hasta los tobillos. Yo me saqué la polla lefada por la goma del short. Puso sus estrechas nalgas frente a mi cara. Se las besé. Después, metí la nariz entre ellas y por un instante aspiré su joven aroma.

Metí un dedo. Sentí que tenía el ano dilatado.

—Vale. Siéntate.

Sujeté sus caderas y traje su culo a mi polla. Apreté y se tragó el glande.

—¿Sigues tú? —pregunté.

—Sí.

Poco a poco dejó caer el peso de su cuerpo hasta que su esfínter alcanzó mis testículos. Luego se movió en círculos, provocándome una oleada de gusto en ellos.

Porque a él le gustaba follar así, no de arriba a abajo sino en círculos.

Había dejado el móvil en el sillón junto a mi pierna. Lo cogí, activé la cámara y la dirigí al billar justo en el momento en que Thiago le daba el taco a Fran Dos y se marchaba hacia la barra. En seguida regresó con una bandeja con botellines que repartió entre todos. Yo solté la cintura de Fran para coger dos, que deposité en el suelo, entre la bobina de papel y mis pies.

Mientras mi polla continuaba en su culo, puse atención al juego. Al parecer, la partida había comenzado con normalidad. Además de las posturas que adoptaban los cachas cada vez que les tocaba tirar, no había nada interesante que grabar.

Ahora era el turno de Toni, que se encorvaba sobre el tapete, en el que ya faltaban algunas de las bolas. Apuntaba con su taco a la blanca. A su espalda, Gabriel se le arrimaba y, con mal disimulo, le repegaba su bulto contra las braguitas, mientras, agarrando su taco, charlaba con Markus como si nada anómalo estuviera sucediendo. Le hice un par de fotos a sus muslos venosos. Pensé en grabar un vídeo, pero entonces se separó. Los brazos tatuados del grandullón agarraron las braguitas y se las arrancó de un tirón. Cuando le pegó a la bola, Toni se había quedado con su gran culazo al aire.

Al otro lado del tapete, los dos osetes se besaban entre ellos. Tenían a Sito y Dos arrodillados a sus pies, chupándoles las pollas. Desde mi posición no podía ver el culo del rubito, pero un señor gordo de frondoso bigote se pajeaba junto a ellos, y se lo miraba con tal expresión que debía de estar viendo una obra de arte. Hice foto.

Cuando me vio, el señor se subió los calzoncillos antes de desaparecer tras las cortinas plásticas.

Fran Dos se nos acercó.

—¿Estás bien? —le preguntó a su primo.

—Sí. ¿Y tú?

—¿Has visto al bigotudo? Os comía con los ojos —intervine.

—Se llama Koldo —informó el pelirrojo número dos—. No me acuerdo de dónde es, pero no es de Valencia. Hemos hablado un rato. Se la he chupado.

—¿Vas a ir al cuarto oscuro con él? —preguntó Fran.

—Ya he salido —dijo su primo—. Me ha dicho que me va a enseñar a usar los palos del billar.

—Se llaman tacos —aclaré.

—Me la pela —respondió—. El único palo que me interesa es el que tiene entre las piernas él y los gordetes de ahí. ¡Joder, cuántos tíos en pelotas! ¡Mira cómo estoy, primo!

Fran Dos se sacó la polla por encima de la goma de los bóxers. La tenía tiesa como un lapicero, toda pringada de precum.

El bigotudo Koldo regresó de la zona de cruising. Se dirigió a Thiago, con quien intercambió unas palabras. Luego, se sentó en un taburete junto a la pared donde permanecían los tacos que nadie estaba usando.

—Me piro, que ya ha vuelto —dijo Dos.

Los sexagenarios se levantaron y se dirigieron a la barra. En sus calzoncillos se distinguían numerosos manchurrones frescos.

El mulato les acompañó. Tras cobrarles, entraron en el cubículo y salieron a los pocos minutos, vestidos. Volvieron a saludar antes de marcharse.

Entonces Thiago cerró la puerta con llave y bajó la persiana que daba a la calle.

—Acabo de cerrar —dijo cuando volvió al billar—. Ya solo quedan ustedes.

—Fiesta privada —dijo Sento—. Anda, pon una ronda para todos que yo invito.

El mulato se quitó el tanga azul, dejando a la vista una polla amoratada totalmente tiesa. Su cuerpo no era de gimnasio pero estaba fortote.

Además de su polla, me fliparon sus caderas anchas, de las que da gusto ver empujando en las porno.

—¡Ostia, por fin! —exclamó Gabi, pisoteando su bóxer de lycra—. Estaba a punto de preguntarte si podía hacerlo.

Los dos gorditos se quedaron mirando a Gabriel: su cuerpo depilado de gorila, su tranca curvada y sus pelotas redondas como las del billar. No podían quitarle los ojos de encima.

—Anda, ¿qué pasa con vosotros? —les dijo Sento.

—Perdón —dijo uno—, nosotros hemos venido por nuestra cuenta.

—¿Nosotros también podemos...? —empezó el otro.

—A mí ni tocarme —dijo Gabriel—. Con el resto, que cada cual haga lo que quiera. Ahora, con cabeza. Si alguien os pone límite lo respetáis. ¿Entendéis?

Los osetes asintieron y regresaron a su pared, sin despegar la vista de la polla de mi colega.

Cogí el móvil de Gabi y tomé varias fotos generales de los machitos jugando. Luego hice también un par al ano de Fran tragándose mi rabo.

Al ver a Fran Dos, cambié la cámara a modo vídeo y grabé:

De rodillas, Fran Dos le lamía el culo a Sito, que apoyaba las manos cerca de las troneras esquineras, en el lateral corto del billar que nos quedaba más cerca. Tenía las piernas separadas y él le abría las nalgas con ambas manos. Acerqué el zoom al tatuaje. Dibujados alrededor de su ojete, se distinguían los labios de una vulva y un clítoris que, por su tamaño, se asemejaba a una pequeña verga. Por lo que podía ver, era un coño realista muy bien perfilado. El rubito hacía bien en aumentar sus tarifas.

Advertí movimiento fuera de plano y lo amplié. Fran Dos se había situado junto a Sito, arqueando la espalda tanto como él. El grandote de Koldo no dudó en meterles un dedo a cada uno por el ojete. Poco después, se los sacó y desapareció del plano.

Hice zoom: grabé ambos agujeros boqueando juntos como peces fuera del agua. Cuando el peludo culo de Koldo reapareció, abrí el plano. Regresaba con un taco al que le había puesto un condón en su extremo más estrecho. Sito se fue. Seguí el movimiento del taco engomado hasta que se lo introdujo a Dos por el ano. A esto se refería cuando dijo que le enseñaría a «usarlos».

Mientras grababa cómo Fran Dos era penetrado con un palo de billar, por el rabillo del ojo me llamó la atención la enorme espalda del gorila entre unos pies blancos. Enfoqué la lente hasta su culo. Entre sus muslos podían distinguirse dos gruesos testículos que parecían golpear el lateral de madera de la mesa con cada embestida. Si era así, mi colega tenía unos huevos bien duros.

—¿Estás grabando? —preguntó Fran, con mi polla aún en su culo.

—Lo que puedo.

—¿Quieres que me quite?

—No, tranquilo.

Entre la música machacona y velados jadeos, destacó la voz de Gabriel:

—Ostia puta... Mejor que el de tu hermana... Aprietas que te cagas...

—No sabía... que me tenías... tantas ganas... —se oyó bufar a Toni.

—Puta lencería... de los cojones...

Subí la cámara y grabé su nuca, sus deltoides, los anchos hombros brillando de sudor bajo los talones de Toni.

Una voz dijo algo que no entendí. Giré la cámara. Sento, sentado en un taburete, se pellizcaba los pezones, con la polla tiesa y los huevos colgando entre las piernas.

El culo estriado del mulato tapó la imagen de mi amigo. Pausé la grabación.

—Chicos, quien necesite que se sirva —dijo.

Tiró sobre una mesita un puñado de sobrecitos. Preservativos y lubricante en monodosis.

Sento se acercó a él y ambos se abrazaron. Las manos de mi amigo recorrieron su espalda hasta detenerse en las suculentas nalgas mulatas. El camarero respondió comiéndole los morros con sus gruesos labios. Sentí una punzada de celos por el deseo que me despertaba el morenito y porque reviví las sensaciones en la ducha con mi colega.

Mi polla palpitó en las entrañas de mi pelirrojo, que dio un respingo.

—¿Te vas a correr? —me preguntó.

—No, tranquilo. ¿Tú?

—Sí. No me la saques si puedes aguantar.

—Vale. Si no aguanto te aviso —confirmé.

—Vale.

Encendí la cámara y los grabé un rato. Sería la primera corrida suya que me perdería, porque no iba a perder la oportunidad de grabarles mientras pudiera. Ya le pediría este video a Gabi.

Entonces, una voz aguda soltó:

—Fóllame con eso.

Dirigí la vista hacia esa voz.

Había sido Fran Dos, que yacía desnudo sobre el tapete verde del billar. Los dos osetes, con sus peludas y cortas pollas tiesas, estaban arrodillados junto a su cabeza. Le elevaban las piernas, sujetándolas por las rodilla, dejando a la vista sus testículos flácidos y el agujero del ojete justo debajo.

Cambio de planes. Empecé a grabar la escena en el momento en el que las manos de Koldo aparecían en el plano rasgando el envoltorio de un condón. Luego lo desenrolló sobre el extremo más grueso del taco. Unos dedos finos, cuyo propietario no distinguí, aparecieron con un sobre de lubricante. Koldo también lo abrió y lo extendió sobre el condón.

Enfoqué a Fran Dos. Tenía sobre su pecho varios trallazos de lefa fresca. Debían de ser las corridas de los osetes, aunque sus rabos peludos seguían tiesos y sus pelotas contraídas, según podía verlas en la pantalla. Quizá era la suya propia.

Capté un movimiento por el margen inferior. Bajé la cámara. En la pantalla del móvil solo se veía el ojete arrugado del pelirrojo.

—Separadle las patitas —oí decir a Koldo.

Los osetes tiraron de las piernas, dejando aún más expuesto el ano del chico.

—¿Me lo vas a hacer, verdad? —medio preguntó, medio rogó, Fran Dos.

Tras las tetillas asomó su cara. Sus pecas habían desaparecido mimetizadas con el rubor de las mejillas. Se incorporó, apoyado sobre los codos. De repente varios pares de brazos me impedían grabarle. Abrí el zoom: excepto Gabriel y Toni, que no estaban, los demás aprovechaban que no podía moverse para abusar de su cuerpo. Le pellizcaban las tetillas, le agarraban del cuello, manoseaban su pecho y piernas, cebándose en la parte posterior de sus muslos, los costados y su lampiña barriguilla. Lo azuzaban por todas partes mientras el chaval gemía y se retorcía de gusto bajo todas esas manos que no lo soltaban.

Grabé la cara de bruto de Markus, al que le chorreaba baba literalmente de la boca abierta.

—Dilo otra vez —dijo, creo, Koldo—. La frase completa.

—Méteme el palo del billar por el culo —rogó el pelirrojo—, fóllame con el puto palo, por favor.

Moví la cámara hasta que su culo quedó en pantalla, junto al extremo grueso de madera.

—Si te duele, dilo —oí a Sento decir.

—Me da igual... —dijo Dos, en pleno éxtasis.

El trozo de madera lubricada se acercó a su ojete.

—Dilo porque no tienes el culo educado —insistió Sento.

—Relájate —dijo Koldo, seguramente a ambos.

El extremo del taco salió de plano y volvió a entrar aún más brillante, me pareció. Alguien le había puesto más lubricante.

—Verás lo que te vamos a hacer —oímos decir a Koldo.

En la pantalla del Iphone, la gruesa madera engomada tocó su ano y giró sobre su propio eje. El agujero sonrosado, ya dilatado, se abrió. El taco, con la ayuda del lubricante, se introdujo unos centímetros rodando como si se enroscara en su carne.

Fran Uno, entonces, empezó a moverse sobre mi polla a gran velocidad.

—Me corro, Marcos... —anunció—. No aguanto... ¿Te corres conmigo...?

De repente sentí mis huevos doloridos.

—Vale. Gírate. Quiero que me mires a los ojos.

Dejé el móvil grabando sobre el asiento de polipiel, junto a mi muslo.

—Ven con papá —dije.

—Prefiero mi hermano mayor —dijo Fran.

—Ah... vale —dije sorprendido—. Ven, hermanito, mira lo que te tengo preparado.

Mi nuevo hermanito se sentó sobre mí. Sus gónadas, flácidas por su corrida anterior, cayeron a ambos lados de mi polla.

Llevé un dedo hasta su frenillo y empecé a acariciárselo con suavidad. No necesité ensalivarlo porque le rebosaba de aguadilla.

Apoyando sus manos en mis hombros, Fran cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones de mi dedo en su glande y sus huevos chocando con los míos.

Miré a Dos. Seguía recibiendo esa tortura de placer por todo su cuerpo mientras el bruto de Koldo le violaba con el taco.

Llevé mis manos a las tetillas de Fran y se las acaricié. El vello claro de los brazos se le erizó. Luego sujeté sus caderas. Fran arqueó la espalda al tiempo que comenzaba a jadear sonoramente. Entonces agarró ambas pollas con la mano y las pajeó juntas. No aguanté más y me corrí. En seguida él también explotó de gusto.

Luego se dejó caer, abrazado a mi cuello.

Por encima de su cabello de zanahoria vi una escena que debía grabar.

Sin separar su cuerpo del mío, recuperé el móvil, que había continuado grabando.

En el suelo, en medio del triángulo que formaban nuestro sillón, el billar y la cortina de plástico, Gabriel, de pie, con las piernas separadas y un poco flexionadas, sujetaba por las caderas a Toni. Le estaba dando por el culo en la postura del perrito. Empecé a grabarles cuando unos brazos tatuados aparecieron y separaron las nalgas, facilitando al gorila las embestidas con las que se lo perforaba. A los tres les brillaba la piel de sudor, y Toni continuaba con las medias puestas aunque destrozadas por el trato le estaban propinando. El gorila giró la cabeza y, al descubrir que les estaba grabando, sacó la polla del culo. Hice zoom sobre su ojete abierto y luego le enfoqué a él. Parecía el Conan de los cómics, con su cuerpo todo musculoso. Le filmé de arriba a abajo deteniéndome en su polla tiesa y engomada entre sus muslazos. El puto amo, pensé.

Me sacó la lengua y se secó el sudor que le caía de la frente antes de volver a encularse a Toni. Lo mío con él solo había sido una paja morbosa, él estaba teniendo más suerte. Por las ganas con que empujaba, no me extrañaría que le dejara el culo tan destrozado como las medias.

Pasando los brazos por encima de la espalda de Fran, me cambié el teléfono de mano, con la intención de grabar al resto del grupo.

Sobre el tapete verde, el bigotudo Koldo embestía a Fran Dos en la postura del misionero, con los puños apoyados a los lados de la cabeza del pelirrojo, que se apoyaba sobre sus codos mientras se esforzaba en chupar la gruesa polla morena de Thiago. Ese chavalín había nacido para mamar rabos. El del mulato no era el más largo, pero era, seguramente, el más grueso de todos los allí presentes. El pelirrojo se esmeraba en complacerlo.

Al abrir el plano, aparecieron unos muslos que reconocí con rapidez. Koldo abrazó al chaval y lo elevó sin aparente esfuerzo. Sento se deslizó debajo de ellos.

—Los colegas nos cuidamos —le dijo Dos—. Si no aguanto, te aviso.

Sento lo sujetó de la cintura y Dos se tragó su polla de una sentada. Dejó caer su espalda contra el pecho de mi colega y Koldo se echó encima de ellos y también se la metió. En seguida las dos pollas se acoplaron para ensartar al unísono al chaval. De refilón veía que Koldo, con su tripa, le chafaba los testículos a cada embestida.

Subí la cámara. La cara de Fran Dos era un poema, con los ojos entornados y una sonrisilla en la boca, abandonado al placer de sentirse atravesado por dos sementales.

—Necesito mear —dijo mi Fran.

El rollo de papel higiénico seguía a mis pies.

—Espera —dije—. Toma, sigue grabando. Voy a limpiarte.

Mientras Fran continuaba grabando la doble penetración a su primo, corté un trozo de papel higiénico y lo doblé por la mitad. Con los dedos anular e índice le separé las nalgas. Le limpié la lefa del culo, pasando con cuidado alrededor del ano, el perineo y los testículos.

—Gracias —dijo cuando hube terminado.

—Te espero en la barra.

—No han terminado.

—Ya es suficiente.

Me devolvió el móvil y se marchó al urinario. Sin avisar a Thiago, fui tras la barra y busqué en los refrigeradores los refrescos. Saqué un par de latas de cocacola Zero. Mientras me bebía una, me senté a esperar a Fran, que volvió en seguida. Al ver la lata dijo que prefería agua, así que entré y le busqué una botella.

Cuando se la di, se nos acercaron Gabi y Toni, que se rascaba las nalgas.

—Joder —le iba diciendo—, me has dejado escaldao . Mira las medias, ¡para la basura! ¡Y las bragas ni sé donde están!

—Pues aún me parece poco para lo que te mereces —le contestó Gabriel, recuperando su tono chulito—. ¿Ves lo que te pierdes por no morbosear con nosotros en el gym?

—Coño, me daba vergüenza. Os veía tan heteros.

—Te falta confianza en nosotros, nano. Heteros y calientapollas, sí, y tus colegas, también. Y al que no le guste que se joda. Nene, pónnos algo de beber.

Busqué Powerade en las neveras, pero solo había Aquarius. Les di una lata de naranja a cada uno. Al ver que el gorila se bebía la suya de un trago, le saqué otra.

—Mucho desmadre para un niñato —dijo tras un largo eructo—. Tu primo, ¿qué tiene?, ¿dieciocho, diecinueve?

—Veintiuno —respondió Fran—. Parecemos más críos porque estamos flacos.

—Lo que yo digo. Un niñato.

—Hablaré con él —dijo Fran.

Miré hacia el billar. El primo seguía sobre el tapete, con las piernas abiertas enseñando el ojete. Koldo y Thiago le manoseaban los huevos y las tetillas. Los osos parecían estar limpiándole las lefadas del pecho.

—¿Y Sento? — pregunté.

—Con Thiago, detrás del pilar —dijo Toni.

—Joder, qué cachondo que te manoseen así —dijo Gabi—. Nene, ¿mi Iphone?

—Perdona —dije, entregándoselo—. He grabado lo que podía. La Raquel se te va a poner on fire .

—De puta madre. Eso es lo que quiero. Voy a grabar un poco más.

Se levantó y se marchó hacia la escena, móvil en mano.

—¿Vamos a mirar, no? —propuso Toni.

Salimos tras Gabi, que en seguida levantó el móvil y se puso a grabar. Detrás del pilar, como Toni había dicho, estaba Sento. Con el speedo Diesel por las rodillas, tiraba de su prepucio para dejar los huevos al alcance de Sito, que, arrodillado, se los chupaba con ansia. A su lado, Markus se hacía una paja. Tenía babilla blanca en la comisura de los labios.

Entonces, Markus empezó a berrear como un animal. Sento agarró por la cabellera a Sito y, con unas pocas sacudidas, le lefó la cara al mismo tiempo que el tatuador. El rubito abría la boca tratando de que no se le escapara ninguno de los trallazos.

—Ostias —oí decir a Sento con voz grave—, ostias que me meo...

Aún con colgajos de semen por la cara, un chorro de líquido amarillento surgió de su polla y le llovió encima al rubito. A su lado, los dos osos miraban como tragaba orina.

—¡Ostia puta! —exclamó Gabriel—. Y el pelirrojito poniendo la guinda.

Su comentario desvió nuestra atención hacia el billar.

Fran Dos continuaba tumbado sobre el tapete, con las piernas separadas y flexionadas, como si estuviera de parto. Koldo le estaba metiendo otra vez el taco mientras Thiago le sujetaba las rodillas, impidiendo que las cerrara.

Cuando Koldo vio que le estábamos grabando, le sacó el palo del culo.

—¿Quieres acabar la sesión? —le preguntó.

—Sí... sí... —jadeó Fran Dos, con las mejillas regadas de lágrimas pero cimbreando sus caderas de evidente gusto.

Koldo miró hacia el móvil y dijo:

—Tienes mi permiso.

Gabi se tocó la polla, que le babeaba por el morbo que sentía. Fran, mi Fran, me agarró del brazo. Yo besé su cabellera de zanahoria y susurré un te quiero del que me arrepentí en el mismo instante que lo pronuncié.

Para disimular, miré la pantalla del móvil por encima del hombro de Gabriel: grababa un primer plano del ojete, que se iba dilatando poco a poco, dejando ver algo duro y brillante en su interior.

—Ahora entiendo por qué os preocupabais —le dije a Gabi al oído.

—Ya lo he dicho yo, demasiado desmadre —repitió.

—¿Pasa algo? —me preguntó Fran.

—No has visto cómo se las metían, ¿no? —respondió Toni.

El cuerpo de Fran Dos se agitaba de placer sobre el tapete verde. A cada convulsión, su ojete quedaba un poco más abierto, dejando la bola de billar blanca cada vez un poco más visible.

De repente, como en un parto bizarro, se oyó una ventosidad y la bola salió brillando, rodando por el tapete hasta quedar junto a una tronera lateral. Un reguero oscuro dibujó su recorrido sobre el fieltro verde.

—Joder, a ver si va a hacer carambola —oí decir a Thiago a nuestra espalda. No le había visto llegar.

—Aún puede —dijo Gabi.

—¿Cómo que aún puede, tío? —dije, confuso.

Con una mano, Koldo continuó masajeando los testículos del chico. El culo volvía a palpitarle.

El ojete se abrió de nuevo y expulsó la bola negra, que rodó junto a la primera.

—Pues no, no ha hecho carambola —dijo con ironía.

Entonces Koldo le agarró la polla y le pajeó con rapidez. No tardó el pelirrojo en empezar a soltar chorros de lefa que le caían sobre la cara y el pecho. Se corría mientras se retorcía y gritaba con voz muy aguda que parara, pero el bestia de Koldo se la meneaba aún más rápido.

La eyaculación del chico debió durar como quince o veinte segundos. Después, se retorció cerrando las rodillas, atrapando entre ellas la mano del grandullón, que no le soltaba el miembro. Los osos veían la escena junto a ellos, apoyados en la pared.

—Se acabó. The end —dijo Gabriel, apagando la cámara del móvil.

Regresamos a la barra. Le dije a Thiago lo que habíamos tomado mientras él no estaba. Dijo que a algo nos invitaría mientras se lavaba las manos, primero con jabón y después con gel hidroalcohólico. Luego cambió la música y puso una lista de canciones más lentas, que empezaba con «Don't Worry» de Sounds of Arrows.

Mientras tomábamos otra ronda, el resto de gente se fue reagrupando en torno a la barra. Todos llevaban sus respectivas prendas interiores manchadas.

Los primeros en pagar sus consumiciones fueron los osetes. El mulato les cobró con descuento y les prometió aplicárselo para siempre. Les cambió las muñequeras numeradas por las perchas. Antes de entrar al cubículo, nos preguntaron si volveríamos el siguiente fin de semana. Ninguno lo confirmamos.

Observé que las manchas de sus gayumbos blancos eran especialmente amplias.

—Llevan leche hasta de los abuelitos que se marcharon —informó Thiago—. Conforme nos corríamos nos preguntaban si podían limpiarnos con sus interiores.

—Si ese es su rollo... —dije.

—Si lo viven con intensidad, palante —añadió Sento.

Después pagó Sito, que invitó a Markus. Se despidió de Fran con un nos vemos en el campus , y de mí con un taluego .

—¿Quieres que juguemos con él? —pregunté a Fran, cuando hubo salido.

—No —respondió.

—Vale.

Luego se despidió de nosotros el bigotudo de Koldo, que le dio su teléfono a Fran Dos, porque por trabajo, nos explicó, venía a Valencia una o dos veces al mes y quería volver a quedar con él.

Después le tocó a Sento pagar sus cervezas.

—Ha sido un gusto conocerte —le dijo Thiago—. Ven entre semana que hay menos faena y charlamos.

A Toni no le quiso cobrar.

—Para que me debas un favor —le dijo.

—Vendré a que me lo cobres.

—No te olvides de estas cosas —le dijo el mulato, con sus braguitas rotas en la mano.

Toni las cogió y me miró. Yo me encogí de hombros. No necesitaba justificar sus fetiches. Ni él, ni los osetes, ni ninguno de nosotros. Nadie debería sentirse obligado a explicarse.

El primer día que había superado su miedo, o vergüenza, o como lo queramos llamar, el mazao de Gabriel, que era de los de mírame y no me toques, no había querido dejar pasar la ocasión de follárselo. Además, el mulato también le estaba tirando cacho.

Tras Gabriel y Markus, que se marcharon juntos, pagué lo mío y lo de Fran. Miré el billar. El tapete tenía numerosas manchas. También había semen en el suelo, cerca de las patas y en la mesa de los sexagenarios.

Le pregunté si le correspondía a él limpiar.

—Viene una empresa higienizadora por las mañanas. Pero gracias por preguntar.

Por turnos, fuimos entrando en el cubículo, donde nos fuimos vistiendo por parejas. Cuando salimos, nos despedimos de Thiago y, arrastrando los pies como había visto hacer al chulito de Gabriel más de una vez, salí acompañado de los dos pelirrojos hasta mi coche, que había dejado aparcado en la calle paralela.

—Tira a descansar, que falta te hace —le dije a Dos cuando llegamos a casa de sus padres.

Me dio las gracias y salió del coche.

—Mañana te llamo, primo —se despidió.

—Vale.

Lo vi entrar en su portal un poco encorvado.

—No va a poder hacer sentadillas en un mes —dije.

—No te creas.

Puse rumbo a casa de los padres de Fran, que estuvo todo el trayecto sin hablar, con su mano sobre mi muslo. Para evitar el incómodo silencio, sintonicé Kiss FM. Por suerte, solo le gustaba el reguetón de fiesta, como a mí. Parra guarrear.

En mi cabeza seguía rondando la bendita frase.

Se me había escapado. Y él no había dicho nada. Ni antes, ni ahora que estábamos a solas.

Cuando entramos en su calle, detuve el coche en el primer vado que vi.

—Me alegro de que hayas venido —dije—. Quería disculparme contigo. He sido un inmaduro.

—Y eso que eres mayor que yo.

—Seis años. Debería serlo.

—Nah... —dijo; me di cuenta de que trató de imitarme—. Por mí, superado.

Nos quedamos en silencio, escuchando «Drive» de los Cars.

Cuando la canción terminó, dije:

—¿Crees que querría hacerlo conmigo?

—Sí.

—Me habías dicho que aún no lo tenía claro.

—Para saber tu reacción, si tú querrías o no.

—No sé. La verdad es que me cuesta aceptar la idea de compartirte.

—Te entiendo. Depende de ti.

—Si tú quieres —dije finalmente—, por mí p'alante . Siempre que ella también tenga las cosas claras.

Todo lo que sea follar contigo, por mí palante , pensé. Pero no lo dije. Aprendizaje de la noche: morderme más la lengua.

—Me excita mucho pensarlo —dijo—. No se negará a hacerlo contigo.

—¿Y si lo hace? —pregunté—. Aún no me conoce.

—Eso no cambiaría nada entre nosotros —respondió—. Pero sé que no lo hará. Le molarás.

Me reí.

—¿Por qué estás tan seguro de eso?

Él me miró serio, como hacía a veces.

—Porque tú molas. ¿Por qué tú tan inseguro?

Sujeté su cuello y atraje su boca hacia la mía. Volví a lamer sus labios, a meterle la lengua para que me la chupara.

Cuando nos separamos, yo volvía a estar excitado. Puse una mano entre sus piernas y palpé su bulto bajo los jeans.

—¿Quieres volver a hacerlo? —pregunté—. ¿Uno rápido?

—Ahora no —dijo—. Estoy cansado. Además me encanta la sensación de desearte. Me siento vivo.

Yo también, estuve a punto de decir. Pero, de nuevo, me callé la boca.

Estuvimos un rato besándonos y mamándonos las lenguas. Luego, de nuevo, el puto silencio.

—Tengo que volver al mundo real —dijo, finalmente.

—Vale.

Abrió la puerta del coche pero no salió.

—Oye...

—Dime.

—Antes, en el Bonernit... —dijo.

—Sí, dime —respondí nervioso.

—Mientras follábamos, me sujetaste el cuello como ahora, pero más fuerte.

—¿Te hice daño? —pregunté.

—No. Al revés. Me ha excitado mucho. Quería que lo supieras.

Agradecí al universo que me hubiera puesto en la vida de este muchacho tan sensato, que parecía que nunca se enfadaba y que era un bombón pelirrojo...

—¿Nos vemos mañana? —pregunté.

—Tengo día familiar con mi chica. Te llamo el lunes.

...aunque no me quisiera a mí.

La vida es efímera. Las ventanas de oportunidades se abren cuando uno menos lo espera, y se cierran de manera igualmente inesperada.

Las personas, a veces, se sienten poseedores de otras. Eres mío, soy tuya, ¡poséeme!

Pero la realidad es que nadie nunca tiene a nadie.

Las personas no somos de nadie, nadie es dueño de nadie.

Fran tampoco era mío.

Basándome en eso, decidí que cada oportunidad de estar con él la viviría como si fuera la última. Porque alguna lo iba a ser.

Pero, mientras tanto, que me quiten lo bailao .

—Vale. Anda, cierra la puerta, que te dejo en casa.

Arranqué y le llevé hasta su portal. Nos despedimos con un abrazo. Él me besó el bíceps antes de bajar del coche. Esperé hasta que me envió un whatsapp. Ya estaba en su habitación.

Yo no quería irme. Pero me fui.

No fui consciente de lo cansado que estaba hasta que me dejé caer en la cama. Si te digo que soñé con él, te mentiría. No soñé nada, dormí como una marmota hasta las tres de la tarde, que desperté hambriento como un lobo.

Antes de ir a la cocina, antes siquiera de ir a mear, desde la propia cama agarré el móvil. Ojalá un mensaje suyo, un buenos días. Ojalá tener alguna constancia de que me estaba pensando como yo pensaba en él.

Miré los mensajes del móvil. Tenía tres: el suyo más otros dos.

Primero leí el de Gabriel. Me había enviado copia de las fotos y algunos de los vídeos: «Para que lo disfrutes, nene. Y gracias de parte de la Raquel».

El segundo, de Sento: «Marquitos, ¿un café esta tarde?». Le contesté que sí.

Había dejado el de Fran para el final, como los postres dulces se postergan para dejar un buen recuerdo de la sobremesa.

Decía: «Buenos días, hermano».

Y añadía un escueto: «Yo también».