Machitos del gimnasio (III). Segunda Parte.

El tercer capítulo acaba. Conoceremos cuál es el secreto de Toni.

De nuevo gracias a todos por vuestras valoraciones, mensajes y correos. Y sin más, que lo disfrutéis.

Regresé al despacho, cogí el mando del escritorio y pulsé el botón de apertura.

A medida que la persiana ascendía, iba apareciendo el cuerpo de Toni. Primero, sus zapatillas negras Adidas; luego sus jeans ajustados a las pantorrillas, a sus sólidos muslos y al bulto bajo la cremallera que sobresalía entre ellos.

—Me pillas de milagro —dije—. Anda, entra.

Cuando la persiana metálica sobrepasó su cintura, entró pasando por debajo. Le di de nuevo al botón para el motor la hiciera bajar.

—Tío, ¡perdona! Casi no llego —se disculpó con un abrazo corto—. Es que con el partido está el tráfico imposible.

—He llegado un poco antes por eso.

Nos dirigimos a los vestuarios. Al verlos vacíos, se asomó a la sala de máquinas, que estaba a oscuras.

—¿No hay nadie? —preguntó.

—Es por el partido.

—Joder con el fútbol —dijo—. ¿Y Juan?

—Me dejó la llave para que cerrara.

—Ese chaval es un crack —dijo.

Dejó su bolsa de deportes en el suelo. Abrió una taquilla y empezó a desabotonarse la apretada camisa de cuadros. Me senté en la banqueta mientras admiraba sus movimientos. Parecía que iba a romperla, de lo ajustada que le quedaba.

—¿No vas a entrenar? —me preguntó al verme sentado.

—Tengo suficiente por hoy —respondí.

—Joder, entonces paso. Encima que llego tarde no te voy a hacer perder el tiempo.

—Nah... Si quieres entrenar te espero, no me importa.

Toni se sentó en la banqueta, frente a mí, muy serio. Bajo el pecho desabotonado de la camisa asomaba el canalillo de sus pectorales. Olía a loción para el afeitado.

—A ver, que no soy gilipollas. Que tú estás aquí porque estos te han dicho que te hagas colega del rarito, ¿o no?

De repente, caí en que Gabi y Sento ya habrían pedido otras veces ayuda a un tercero, para ver si se decidía a contar su movida. Fui consciente de que no le pillaba de nuevas.

Me sentí un poco idiota por no haberlo pensado antes.

—Te voy a ser honesto —confesé—. No dijeron rarito. Pero sí me pidieron que hablara contigo a ver si consiguen saber qué coño te pasa. Supongo que no es la primera vez que lo hacen. Y supongo que sabes que lo hacen porque se preocupan, porque creen que no acabas de aceptar tu sexualidad. Yo no tengo ni puta idea de lo que te pasa porque no te conozco. Es más, a lo mejor estás de puta madre y son ellos los que se flipan cuando ven que no les sigues el rollo. Así que tranquilo. No voy a estar mareándote con triquiñuelas. Discúlpame por ser tan gilipollas y no darme cuenta de que somos adultos y libres para hacer lo que nos salga del nabo —paré para coger aire y terminé diciendo: —No sé, tío. Por mi parte, si tienes algún problema o algo te preocupa y quieres compartirlo conmigo, perfecto. ¿Que no te da la gana hacerlo?, pues perfecto también.

A Toni, de repente, le empezaron a temblar las cejas.

—¿Qué pasa, tío? —dije—, ¿te estás riendo?

—Tío —dijo él, con las manazas en la boca—, es que... te has puesto en plan Esperanza Gracia... te ha faltado mover las manos así y decir si hay algo que te inquieta o te perturba y no puedes esperar...

No pudo aguantar más y estalló en una carcajada.

Yo tampoco pude contenerme. Estuvimos un buen rato partiéndonos el culo, tirados en el suelo del vestuario, llorando de la risa como atontaos.

Se me empezó a pasar cuando noté que me dolían los abdominales. Me apoyé en la pared para levantarme, mientras me calmaba. Sentía arder las orejas. Con la vista aún nublada, caminé hacia un lavabo. Abrí el grifo. Me refresqué la cara y me enjuagué las lágrimas con el agua que, al contraste, percibí helada.

Él vino a refrescarse al lavabo contiguo. Después, nos quedamos mirando a través del espejo, con nuestras caras empapadas.

—¿Quieres saber qué coño me pasa? —dijo—. Te lo voy a contar. Luego, les dices a tus colegas que me dejen tranquilo.

Acabó de desabotonarse la camisa, dejando a la vista una camiseta blanca donde se le marcaba el pecho. Después se abrió el botón de los jeans y se bajó la cremallera. Metió los dedos por la cintura y tiró hacia abajo. El pantalón se atascó en sus caderas.

Regresé a la banqueta, pensando que continuaba de broma. Pero la expresión de su cara volvía a ser grave.

—Mi puto culo —dijo tirando hacia abajo de las perneras—. ¿Lo ves?

Todavía dudé un momento antes de asumir que la broma había acabado.

—No hables así —le dije—. Es la ropa de hoy en día, que la hacen pensando más en los maniquíes de las tiendas que en la gente real.

—Que no, tío, que no es eso —insistió.

No se me habría ocurrido pensar que estuviera acomplejado. No lo entendía, porque a cualquiera le gustaría tener un físico como el suyo.

Me puse a su lado. Me bajé la cintura del chándal y le mostré el mío.

—Tu culo por gordo, el mío por blanco como la leche... A la mierda los complejos, tío.

A base de pequeños saltitos volvió a subirse la cintura del pantalón. Al bajárselo había dejado visible la goma de los Calvin Klein blancos que llevaba debajo.

Nos acomodamos los pantalones y regresamos a la banqueta. Toni se sentó junto a su bolsa deportiva, mientras que yo lo hice a su lado, a horcajadas. En el espacio que había entre mis rodillas estaban su glúteo y su muslo.

—¿Complejos? —dijo, rebuscando dentro de la bolsa—. No, tío, qué dices. No estoy acomplejado.

Puse mi mano en su rodilla y la apreté con suavidad.

—Entonces —le susurré—, ¿qué te pasa, tío ? No te entiendo.

Apretó los labios. Un brillo de rabia encendió sus pupilas.

—¿Tú qué ves cuando me lo miras?

Me quedé sorprendido por la pregunta. Dije lo primero que me salió, lo que mejor resumía lo que pensaba.

—¿Quieres saberlo? —dije—. Veo un culazo que está para para ponerlo en pompa y que vayan pasando pollas a empotrarlo, una detrás de otra.

De la bolsa extrajo su móvil Huawei blanco.

—¿Sí? —dijo—, pues a lo mejor cambias de opinión. Ven aquí.

Me acerqué más a su cuerpo, hasta rozar con la parte interior de mi muslo su nalga.

Desbloqueó la pantalla del aparato. Luego pulsó el icono blanco y azul de la galería de imágenes.

En la pantalla aparecieron varias carpetas. Pinchó en la que se llamaba Cámara.

—Mira esto.

La imagen era un selfie frente a un espejo. Aunque la cabeza estaba cortada, reconocí las curvas de su fisonomía. Toni estaba desnudo, excepto por un finísimo tanga rosa que le transparentaba la polla rígida. Tenía el otro brazo levantado, mostrando su axila y los dorsales.

—¿Eres tú, verdad? —pregunté—. Tío, estás buenísimo.

—Mira esta otra —dijo ignorando mi comentario.

En la siguiente aparecía de espaldas, agachado, como para recoger algo del suelo que no se veía. Iba con una camiseta negra, de las que dejan los omóplatos al aire, y medias deportivas hasta las rodillas también negras. El protagonismo de la imagen eran sus nalgas bajo unos calzones blancos y la sombra oscura del ano visible en el medio.

—Joder —dije—, es que no tienes una mala.

—¿Ves que me gusta la ropa interior? —dijo—. Pues a ver qué opinas de estas.

En la tercera foto, el protagonismo recaía en su polla. Entre sus muslos, mordidos por unas medias de encaje de color fucsia, estaba su polla tiesa empujando la tela de unas braguitas del mismo color. La siguiente que me enseñó volvía a ser del culo y las piernas, embutidos desde la cintura hasta los pies en unas medias negras. Con las manos se separaba las nalgas dejando a la vista su ojete moreno bajo la costura de las medias.

Me acomodé la polla. Empezaba a dar señales de vida bajo el chándal.

—¿Entiendes ahora? —dijo.

Me enseñó una más. La imagen era su cuerpo de perfil, con esa curvatura sinuosa que le formaba la espalda desde los hombros hasta la zona lumbar, antes de la irrupción de sus nalgas, y la del pubis entre los muslos. En esta llevaba un juego de liguero y medias de encaje de color blanco. Las tiras del liguero le sujetaban las medias por debajo de los glúteos, que lucían morenos bajo la blanca tela.

—¿Entiendes que me pone la lencería femenina o aún no lo pillas?

Le quité el móvil de las manos. Pasé las siguientes imágenes, una tras otra. Habría unas veinte más, todas del mismo estilo.

—Te va la lencería —dije—, pues perfecto. ¿Dónde está el problema?

—Tío, los machitos de gimnasio somos machitos —se explicó—. No puedo ir por ahí de este rollo. No es lo que se espera de un macho alfa.

—La vida no es para estar cumpliendo las expectativas de la gente, haciendo lo que terceros esperan de nosotros —repliqué, devolviéndole el teléfono—. La gente, así en abstracto, no es nadie. Los que importan son los amigos. ¿Por qué no hablas con ellos? Con lo que estoy viendo estos días, te digo que no se van a escandalizar por esto. Si no lo haces, al final pasarán de ti.

—Mi intimidad es mía. La comparto con quien quiero, cuando quiero —dijo, alzando la voz.

—Eh, no te enfades conmigo —dije—. Que yo te agradezco la confianza. Eso que dices es verdad, pero, vuelvo a repetir, son tus amigos y son gente de mente abierta.

—Sí, ya —replicó él—. ¿Tú te imaginas que un día me ves aquí, cambiándome después del entrene, poniéndome mi liguero y mis bragas?

Recordé cuando le pillé besando sus bíceps frente al espejo, empalmado. A esa imagen le añadí la lencería que me acababa de enseñar.

—Si te veo así —dije, relajando el tono de voz—, huye porque no responderé de mis actos.

Sonrió. Guardó el móvil en la bolsa. Puso sus dedos sobre las sienes, como si meditara.

—¿Que si tienen la mente abierta? —dijo, más relajado—. Dile a Gabi que te cuente cómo renovó la suscripción el año pasado. Se metió con Juan en el despacho en bolas, con la toalla al cuello y el rabo empalmado mirando al techo. Mente abierta se queda corto, nene.

—Ostia, qué puntazo —dije.

Si me encuentro en el despacho con un mazao como él, en pelotas y con la polla dura, tendrá que venir a rescatarlo la policía.

—Pero si flipo con el rollo que se llevan, nene —continuó—. La lencería y ver a mazaos provocando a la peña son las cosas que más dura me la ponen. Cuando hacen pesas en pelotas me pongo súper erotizado.

—Ostia, —dije—. Erotizado. ¡Qué fino eres!

—Para mí es estar cachondo pero controlando, ¿entiendes? Mira, yo sé que tengo cuerpo para ser igual como ellos. Pero no solo aquí. En un bar, una discoteca... En las tiendas de ropa... Donde me dé la gana.

La polla se me estaba poniendo dura. Me moría de ganas de apoyársela en el muslo, pero reprimí el impulso.

—Joder, ¿y por qué no lo haces? —dije, acariciando su nuca—. Yo sí que estoy flipado con vosotros. Me he vuelto un calientapollas sin darme ni cuenta. Saber que la gente se pone cachonda conmigo, que se corre sus buenas pajas, me pone mucho. Estas travesuras de tus colegas me excitan como no te puedes ni imaginar. Mira.

Le cogí una mano y la atraje hacia mi polla. Él me la agarró por el tronco y apretó. Sentí cómo mi carne se hinchaba entre sus dedos.

—Ya sé que es una erección inoportuna —le susurré al oído—, pero es para que veas cómo me pongo solo de imaginarte en las pesas así, como en las fotos. ¿Me vas a decir que no morboseas, que no te erotizas, porque a tu culo le sienta bien la lencería? Es morbo, tío, disfrútalo.

Toni no respondió. Sentí cómo apretaba mi polla, como evaluando su grosor. Una gota de mi precum se disolvió en la tela del chándal, dejando su huella en forma de manchita oscura.

Entonces, me la soltó. Se levantó de la banqueta y volvió a tirar de sus jeans para bajárselos. Cuando consiguió dejar atrás las nalgas, continuó muslos abajo hasta quitárselos del todo, dejando a la vista unos Calvin Klein con huevera.

Le quedaban de puta madre.

Tiró los jeans al suelo. Regresó junto al lavabo. Metió los dedos por la goma de los Calvin y se los quitó. Los lanzó sobre los pantalones. Luego, apoyó las manos en la porcelana y arqueó la espalda. Unas arruguitas se dibujaron a cada lado de la cintura, en la curva lumbar.

En esa posición, sus nalgas lucían como dos súper lunas llenas.

Mi polla continuó palpitando bajo el chándal. Toni estaba para comérselo, su culo era impresionante.

—No entiendo tu inseguridad. Tu culo es una pasada. Tu cuerpo entero lo es.

—Después de ver las fotos, ¿no lo ves femenino? —dijo—. Tengo culo de tía, joder.

Me levanté, recogí los Calvin del suelo y me acerqué a él. Seguía apoyado en el lavabo, con la cabeza hundida entre los hombros.

Me arrodillé tras él, a sus pies.

—Mira, Toni —dije, dejando su prenda íntima en el suelo—. Yo solo puedo darte mi opinión —con una mano, cogí con delicadeza uno de sus pies por el tobillo y lo guié dentro de los Calvin—, que no tiene más valor que el que tú le quieras dar —repetí la misma operación con el otro pie—. Si te gustan las pollas, busca una para ti. Si te gustan los culos, lo mismo. Si te gustan las braguitas y las medias, sal a la calle a buscar un mazao al que le erotice tanto como a ti. O más aún.

Sujeté los Calvin por la cintura y empecé a subirlos, rozando la piel de sus pantorrillas con mis dedos. Al llegar a las corvas, separó los muslos para facilitarme que continuara subiendo. Levanté la vista. Vi sus huevos y la polla colgando relajados entre ellos. Subí las manos hasta sus nalgas apretadas. Con los dedos pulgares las separé y metí la nariz entre sus carnes. El aroma que aspiré de su ano era una agradable mezcla de sudor y suavizante de la ropa.

Sin sacar la cara de sus nalgas, cogí los Calvin para seguir su ascensión por sus poderosos muslos. No sé por qué, al tocarlos sin verlos me vino a la mente la imagen del Conan de los cómics. Eran la sujeción perfecta para su culazo.

Los Calvin se quedaron atascados a medio muslo. Como no se iban a caer, los solté y llevé las manos, lo más abiertas que pude, a sus nalgas. Las acaparé como si agarrara dos melones y las separé. Toni sacó el culo un poco más. Saqué la lengua y empecé a chupárselo.

—Conozco a Gabi —empezó a explicar— desde hace dos años. Mi hermana estuvo liada con él dos o tres meses. Yo iba a otro gimnasio y me cambié a este para venir con el cuñao —dijo remarcando la última palabra.

Separé más sus nalgas. Vi el agujero de su ojete, que se abría y cerraba como la boca de un pez fuera del agua.

Le metí la punta de la lengua y la empujé para adentro. Cerró el ojete, dejándomela aprisionada unos instantes, hasta que la saliva hizo que resbalara y saliera.

Lo repetí varias veces. Penetrarle de esa forma me provocó placer en la lengua y la garganta. No sabía que se podía sentir eso. Tampoco nunca había comido un culo así.

—Aquí me presentó a Sento —continuó Toni—. Desde el primer día que vine con los dos, vi el rollo que se llevan. No solo provocan a la gente en los vestuarios. Lo hacen por todo el gimnasio. Salen en bolas por los pasillos, la cafetería... Yo iba todo el día cachondo con ellos.

Mi polla estaba empezando a ponerse dura, aunque sentía mis huevos vacíos.

Saqué la cara de su culazo. Su ojete oscuro siguió palpitando.

Me incorporé. Subí el elástico de los Calvin por el resto de sus muslos. Al llegar al nacimiento de sus nalgas, se atoró de nuevo.

—Ya lo hago yo —dijo en tono resignado.

Agarró el elástico y tiró. La tela se pegaba a la piel de sus nalgotas. Después, se metió la mano por dentro para ajustarse la huevera.

—¿Y luego qué? —dijo, meneando el culo en círculos—. ¿Qué pasa si un machito quiere más, si quiere follar conmigo? A los tíos no les mola la lencería.

Le sujeté de la cintura y le apoyé el bulto de mi chándal. Sentí cierto alivio. Al menos su problema no era grave o ilegal.

—Eso es lo que tú crees —le susurré, siguiendo con mis caderas el balanceo de su culo—. Hay gente para todo. A mí, follarme a un tío en lencería me suena súper cachondo... Prueba a explicarlo en un perfil de alguna aplicación de ligar. Verás cómo te sorprendes.

Sin dejar de restregarle la polla, avancé una mano en dirección a su entrepierna. Topé con el bulto de su polla. Le pasé la palma por encima, sobre la huevera. No estaba muy duro. Bajé los dedos en busca de sus testículos. Se los amasé con suavidad. Los tenía desinflados.

Entre gemidos, cerró los muslos. Estaba gozando de mi masaje en sus genitales.

No me entretuve más tiempo. Estiré un poco el brazo. Él aflojó la presión de sus piernas, con lo que pude penetrar más allá de su escroto y alcanzar el perineo. Empecé a acariciárselo en círculos, a darle toquecitos con la yema de los dedos.

En el espejo del lavabo vi su pecho viril perlado de sudor y su vientre plano subiendo y bajando al ritmo de sus resoplidos de placer. Las lineas de sus gruesas venas se le marcaban a lo largo de los brazos como ríos en un mapa. Tenía los ojos cerrados, entregado a las sensaciones de mis dedos bajo su sexo.

Metí la mano en mi pantalón y me puse la polla hacia arriba. La presión que su culazo ejercía era cojonuda, pero no iba a correrme. Acababa de deslecharme y no había tenido suficiente tiempo para reponerme.

De repente, Toni dejó de mover las nalgas. Durante un instante que se me antojó demasiado largo nos miramos a través del espejo.

Palpé sus gónadas sueltas en el interior de su escroto. Tuve claro que la tardanza no había sido por el tráfico.

Decidí tomar una decisión diplomática con la que no había damnificados.

—Mira, Toni —dije, separándome de él—. Los dos sabemos que, si queremos, podríamos acabar follando. Pero vamos a hacerlo a nuestro rollo. Vamos a calentar pollas, a erotizarnos juntos. Que las cosas entre nosotros pasen cuando tengan que pasar.

—Me parece bien, nene —respondió—. Nos debemos un polvo.

Tuve la certeza de que esa factura nunca se pagaría.

—Aún así —dije—, me muero de ganas de hacerte una cosa...

Estiré la tela de los Calvin y se la metí entre sus apretadas nalgas.

Por impulso, él cerró los muslos, víctima de las placenteras sensaciones.

—Ostia puta... —susurró—, qué gusto... frótame bajo los testículos, tío...

Ahuequé la palma de la mano para encajarla en la huevera. Sus gemidos se volvieron más intensos cuando manipulé su escroto en movimientos circulares.

Por el espejo vi que la polla se le marcaba en el calzoncillo. Con la otra mano rodeé su cintura y le bajé la goma para que saliera el glande. La goma quedó apretándole justo bajo el frenillo. Entonces Toni jadeó más fuerte, arqueó el cuerpo y empezó a mear. Pensé que se corría, pero el chorro era orín transparente. Estuvo meándose de gusto durante unos segundos en los que pringó los Calvin Klein, sus huevos y me mojó también la mano con la que se los masajeaba.

Seguía aferrado a la loza del lavabo, con tal fuerza que pensé que partiría la porcelana en trozos. Esperé unos segundos, inmóvil. Luego abandoné el masaje testicular y me retiré.

Me senté en el suelo, junto a una de las duchas, apoyando la espalda en la pared. Estaba empapado en sudor. Mi polla descapullada y mis huevos colgaban flácidos bajo el chándal. De haberme corrido, habría sido una eyaculación en seco.

Toni se dejó caer en la banqueta. Una gota de sudor le cayó desde la nariz al suelo.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí... —dijo, pasándose una mano por la frente empapada—. Ostia puta... Me he meado de gusto, tío.

—Has dejado tus calzones pijos para la basura —dije, levantándome.

—Les falta tu lefada.

Ya veremos si eso pasa, pensé mientras sacaba mi mochila de la taquilla para cambiarme de ropa. Toni también cogió la suya, que había dejado en el suelo, al entrar, y sacó una botella de gel Sanex.

—¿Te importa si me ducho solo? —dijo—. No me mola compartir el aseo.

—Tranquilo.

Nos duchamos cada uno en cubículos contiguos, pero distintos.

Terminé antes y me vestí con mis vaqueros y un polo de Celio. Mientras él acababa, aproveché para comprobar que no quedaban rastros de mis sesiones de sexo, ni en el vestuario ni en la sala de fuera. No quería que Juan o su padre se molestaran.

Luego fui al despacho. Con el mando, levanté la persiana hasta media altura. Me pregunté si los Franes estarían ya en casa.

Cuando volví, Toni, ya vestido, se ataba los cordones de las Adidas.

—¿Se lo vas a contar? —me preguntó.

—¿A quién?

—A ellos. ¿Les vas a contar mi rollo?

Saqué mi gorra de la mochila y me la puse como me mola, con la visera hacia atrás.

—Nah... Hazlo tú. Es tu intimidad.

Me alegré de no haber follado. Mi polla había dado muestras de despertar, pero tras lo sucedido con los chicos, el polvo no habría sido como debía.

Esto no se lo expliqué a él, claro. Yo también soy dueño de mi intimidad.

Decidimos irnos a casa. Hice una última ronda por las instalaciones del gimnasio para comprobar que todo estaba correcto. Luego, en el despacho, apagué el resto de las luces a excepción del letrero de la calle.

Conecté la alarma, salimos y le di al botón para que la persiana automática bajara. Antes de llegar al suelo, lancé el mando al interior del local.

—¿Vas a ir a lo del sábado que viene? —le pregunté mientras caminábamos hacia su coche.

—¿Qué pasa el sábado?

Le expliqué que, junto con el suyo, el otro mensaje que había recibido era de Sento. Me preguntaba si quería acompañarles a una fiesta en el Bonernit, un bar de ambiente del centro de Valencia. Tiene una zona tranquila, con billar y diana para jugar, y otra tipo cuarto oscuro para el cancaneo.

—Por lo visto es con dress code —dije—. Ropa interior.

—Qué oportuno.

—¿No te lo han dicho?

—Es que nunca voy.

Monté en su Nissan Qashqai y me llevó a casa. En el trayecto fuimos hablando de todo y de nada en particular. Cuando llegamos, se me ocurrió una idea.

—Tío, ¿y si vienes al Bonernit? Me refiero con liguero o medias. Cuando te vean ya estará todo explicado.

Toni soltó una risita.

—No, nene. Paso.

—¿Pero por qué? Si provocar te pone mola, hazlo como más cachondo te ponga. Todo el mundo llevará su mejor ropa interior. ¡No ibas a ir erotizado ni ná! Y anda que no pueden pasar cosas allí... ¡Hasta pillar un mazao con tus mismos gustos! Tío, si no te dejas ver no te van a encontrar.

Le insistí hasta que conseguí su promesa de pensarlo.

Nos despedimos con dos besos. Bajé del coche y entré en mi portal.

Me acosté en la cama, desnudo. Todavía no me creía cómo había jugado con los pecosos, cómo habíamos follado.

Porque se puede follar de muchas maneras. No solo es seducir con el cuerpo, también es con las palabras; no solo es penetración, es saber jugar, hacer sentir, emocionar.

Con abrazos, por ejemplo.

Desde la cama, contesté al mensaje de Sento. Le dije que iría y que quizá Toni también. Me preguntó qué había pasado, le dije que se lo contaría en persona.

Intenté leer un rato, pero abandoné el libro. No me concentraba.

Cuando me entró sueño, cogí el móvil para activar la alarma. Vi que tenía un mensaje de Toni.

—Iré al Bonernit —decía—. ¿Tú vendrías de compras conmigo para estrenar algo allí?

Le pregunté que por qué no compraba por internet, para ser más discreto con este tipo de prendas íntimas. Su respuesta hizo botar mi rabo bajo la sábana:

—Los exhibicionistas somos firmes defensores del comercio tradicional.

Firmado con el emoji de las gafas de sol y la berenjena.