Machitos del gimnasio
En todos los gimnasios hay machitos de esos morbosos que se dejan ver y se demoran demasiado en los vestuarios.
Mi gimnasio no suele ser frecuentado por “machirulos”, ya sabes, cachas de esos que se pasan las sesiones mirándose en los espejos, excitándose con sus propios músculos, pavoneándose por las dependencias para que todos se los coman con la mirada. Por eso me llamó la atención descubrir que tres de ellos, a cual más morboso, se quedaran a menudo haciendo sus rutinas hasta última hora. Eran auténticos chulitos que, pensaba yo, no entenderían el chiste más malo, pero con unos cuerpos de brutos impresionantes. Se llamaban Toni, Vicente y Gabi.
Yo ya me había me había pajeado en casa más de una vez a su salud.
Un día decidí quedarme para averiguar por qué se quedaban de los últimos.
Sucedió un martes, casi a las once de la noche. Esperé hasta que solo quedaron ellos tres en todo el gimnasio. Me despedí con un hasta luego al que contestaron cortésmente. Entré en el vestuario con la última imagen de Antonio pegada a mi retina: tumbado en una banqueta, subía y bajaba una pesa de cuarenta kilos, con los bíceps tensos brillantes de sudor.
Cuando recogí mi toalla y mi botella de agua, vi a Gabi que se había quitado la camiseta blanca de tirantes, y se deleitaba haciendo posturitas frente al espejo con el torso al aire. Antes de entrar al vestuario me giré por última vez y me despedí con un movimiento de cabeza, al que ellos respondieron con sonrisas. Tuve la sensación de que, por algún motivo, estaban esperando que me fuera… cosa que me excitó. Pensé que quizá les gustaba hacer pesas en ropa interior, o incluso en pelotas.
La idea me calentó tanto que al entrar en el vestuario tuve la tentación de pajearme. Dejé mis cosas frente a la taquilla. Fui desnudo hacia una de las duchas, abrí el grifo y cuando noté que el agua salía templada me metí debajo, sintiendo el grueso chorro caliente por mi cuerpo.
Hacía tiempo que practicaba deporte, por lo que estaba flaco pero bien definido. Sin embargo ellos estaban cachas, mazaos... Mi polla empezó a crecer. Me enjaboné el cuerpo rápidamente.
¿Me iba a hacer una paja, pensé, mirando una pared de azulejos verdes cuando, a pocos metros de mí, tres musculosos machos sudaban en ropa interior? Ni de coña.
Terminé de aclararme el jabón y volví a mi taquilla, a secarme con la toalla. Pero mi mente ya estaba en modo travieso, así que, desnudo, me acerqué a la puerta. Con el corazón a mil y la polla semi erecta, entreabrí la puerta del vestuario y atisbé hacia la sala de máquinas. Mis sospechas se confirmaron: al parecer, seguían con sus rutinas, pero los tres cachas estaban casi desnudos, solo con unos calzoncillos apretados que les tapaban sus zonas íntimas.
Antonio vestía un slip verde, Vicente uno azul y Gabi uno de color blanco. De hecho, fue este último quien más llamó mi atención. Sus amigos eran muy fornidos y con la musculatura bien marcada; ambos tenían la piel de un tostado claro, sin vello alguno (solo Vicente tenía un reguero fino de pelos que le bajaba desde el ombligo, porque Toni estaba totalmente depilado). Pero Gabi era distinto: era totalmente un gorila. Calvo, inmenso como un toro, con unos pectorales poderosos, unos muslazos increíbles y un culazo duro que estaba a punto de romper la tela del slip. Para mí, que me volvía loco ese cuerpo, era toda una tentación.
Me fijé en sus paquetes. Se les marcaban ladeados, a excepción de Gabi, que lo tenía levantado hacía arriba. Se le marcaba todo el tronco y las bolas, como a algunos luchadores de lucha libre. Me pegunté si tendría suerte y se excitarían. Un machito en ropa interior empalmado me pone a mil.
Quizá sus vergas eran de buen tamaño cuando se ponían duras. Sería ideal en unos mazaos: un buen pollón.
Espiar a aquellos tres machos era una situación muy morbosa. Cuando me di cuenta, estaba empalmado.
Por lo que vi, Vicente acababa de explicarle a Toni un ejercicio de hombros que él iba a empezar a hacer, cuando Gabi, a quien yo no dejaba de mirar, me descubrió por el espejo, asomada mi cara por la rendija de la puerta del vestuario. Me quedé blanco del susto y la polla se me desinfló. ¿Qué haría ahora?, ¿me iba a delatar por maricón a sus tres colegas?, ¿pediría que me echaran del gimnasio por mirón? Esperaba que no se pusiera violento. Sus músculos eran el triple de grandes que los míos, seguramente pesaba el doble que yo o más. Ese animal podría cogerme en voladas sin demasiado esfuerzo. Además contaría con la complicidad de los otros dos. Me asusté, no quería que me dieran una lección para aprender a no espiar a tíos buenos...
Pero su reacción fue otra. Mientras sus amigos hablaban entre sí, Gabi comenzó a hacer posturitas frente al espejo mientras con disimulo se tocaba la polla.
—¿Qué haces, tío? —le preguntó Antonio.
—Nada, joder. Mirando lo mazao que estoy.
—¿Que estás cachondo o qué? ¿Es que la Raquel no te da caña, tío? —se mofó Vicente, y se puso a hacer posturas junto a él.
Yo había recuperado el aliento al ver que Gabi no solo no me había delatado, sino que además había empezado un juego morboso involucrando a sus colegas.
Los dos cachas, porque Antonio no habló, alardearon de cómo follaban y en qué posturas, mientras se miraban en el espejo. Gabi, como sin querer, rozó varias veces el paquete de Vicente con la mano, como por descuido. Él ni se inmutó.
—El misionero es la mejor —dijo Gabi—, empujando hasta las bolas.
—Yo acabo con dolor en los gemelos de tanto empujar —dijo Vicente.
Vicente se acomodó la polla, que ya se le empezaba a empinar. Gabi se puso detrás y le cogió los pectorales con las manos.
—Estás ganando volumen, nano —le dijo—. Tienes unos buenos pectorales.
—En los bíceps también —dijo Vicente, mostrando sus brazacos—. Ahora quiero definir más mi sixpack.
Vi que Gabi bajaba las manos por los abdominales de Vicente. Los acarició, y, en un momento dado, le metió dos dedos por la goma del slip, como si fuera a bajárselo, pero no lo hizo.
—Sí, nano —dijo Gabi—, tienes firmes los abdominales, pero los puedes mejorar aún más. Estás pillando una forma impresionante.
Gabi me miró a través del espejo y soltó el cuerpo de su colega. Salió de detrás de él refregándole el paquete contra sus duras nalgas.
Eso me puso muy cachondo.
Al cabo de un rato, Gabi dijo:
—Joder, tíos, tanto hablar de folladas me ha puesto caliente —y metió los pulgares por la goma de sus slips con intención de bajárselos.
—¿Qué haces, colega? —dijo Antonio—. No empecéis con vuestras mariconadas, ¿eh?
—Tío, voy a hacer ejercicio en pelotas, como siempre —le contestó.
—Solo que hoy más incómodo porque se le ha puesto tiesa hablando de folladas —añadió Vicente.
—Ya os vale, colegas. Me piro —. Antonio recogió el chándal y la toalla, dio un último trago a la botella de agua y la lanzó contra una papelera.
Yo tuve el tiempo justo para esconderme en una ducha que estaba estropeada y que sabía que no utilizarían.
En solo 5 minutos Antonio se duchó, perfumó y vistió. Antes de marcharse le vi haciendo posturas frente al espejo. Se despeinaba su cabello mojado, se lamía los bíceps, meneaba la cintura en un baile sensual... Se sobó la polla, antes de ponerse el pantalón, hasta que se le puso dura. Entonces se la colocó para marcarla bien en la bragueta, y se marchó. Solo le faltó irse con algo metido en el culo.
Cuando se hubo marchado, regresé al excitante mundo del espionaje. Antes decidí ponerme el pantalón del chándal, al menos disimularía un poco la erección si me descubrían. La puerta continuaba entreabierta y me asomé de nuevo para ver a Vicente y a Gabi, cuya mirada volví a encontrar en el espejo. Volvió a sonreírme. ¿Qué estaría tramando ahora, el muy animal?
Entonces se quitó su calzón blanco. Se quedó desnudo. Trague saliva. Al fin le veía en pelotas. Su polla era fina pero larga, curvada hacia arriba. Sus bolas eran gruesas como pelotas de tenis. Se sentó en una banqueta y comenzó a subir una barra con treinta kilos de peso a cada lado. Sesenta kilos, poco más o menos lo que yo peso. Los manejaba con una facilidad pasmosa, casi sin esfuerzo.
Me impresionó tanta fuerza, tanto vigor masculino. Podía ver su reflejo frente a mí, en pleno ejercicio físico, con los muslos separados, sus huevos depilados colgando y la polla tiesa como una barra de pan duro.
Subía y bajaba la barra con comodidad, y yo comencé una paja al ritmo de su ejercicio. Vicente, mientras tanto, empezó a trabajarse los bíceps con sendas mancuernas. Debía haberle gustado la situación porque no le había puesto ninguna objeción. Además, su slip demostraba que también andaba empalmado.
—Toni es un capullo —dijo Vicente.
—Lo que necesita —refutó Gabi— es abrir más su mente. Siempre ha sido un tío de pueblo, se le nota. Sobarse no es ser maricón, es admiración entre colegas.
—Deberíamos buscarle más vida social.
Terminaron las series de tres. Gabi se levantó. Pasó ambas manos por sus pectorales de toro, bajándolas hasta su vientre. Lo repitió varias veces mientras Vicente ordenaba las mancuernas.
—Oye —dijo Gabi—, yo me piro ya, ¿te quedas?
—No, me piro también.
Otra vez me escondí en la ducha rota. Estaba empalmado, con la polla a reventar.
Les oí entrar. Cada uno se dirigió a un cubículo distinto, porque escuché dos duchas abrirse. Escuché el agua caer y me imaginé los chorros resbalando por esos músculos compactos.
El primero en salir fue Vicente:
—Tío, ¿te queda mucho? —preguntó.
—Vete si quieres, aún me estoy duchando.
—Pues me piro, colega. ¿Nos vemos mañana?
—Mañana te llamo.
—¡No te pajees pensando en mis bíceps! —gritó Vicente.
—¡Eso lo haces tú con los míos, cabrón!
Vicente acabó de vestirse y se despidió. Cuando oímos el portazo de la calle, Gabi dijo:
—Sé que sigues ahí, nene. Me voy a pajear. Si no sales, te vas a perder el espectáculo.
Salí un poco cortado, con mi chándal como una tienda de campaña y me senté en un banco del vestuario, frente a su ducha. Sonrió, marcando su mandíbula perfecta. Tenía el cuerpo de un gorila y una piel perfecta, tostada, sin lunares ni cicatrices. Yo estaba colorado, no tanto de vergüenza como de excitación.
—No te confundas conmigo, ¿vale? —dijo—. Seguro que nos has oído. Soy hetero al cien por cien. Me mola meterle el rabo a las tías, hundirlo en sus coños mojados. Mi objetivo es hacer que se corran hasta que me pidan que las deje descansar. No creo que me lo monte con un tío nunca. Otra cosa es que me exhiba para que nenes como tú me miren y se pajeen en casa. Ir de calientapollas también me pone cerdo, no te voy a engañar. Pero darle por el culo a un tío, va a ser que no. Ni siquiera a un nene guapito como tú. Esto que tengo se mira pero no se toca, ¿me has entendido?
—Podrías ser un poco más open mind, que estás muy bueno —le dije, ganando confianza.
—No voy a hacer más de lo que hago. Si te interesa, bien; si no, tú mismo.
Yo no paraba de sobarme la polla por encima del chándal.
—No, si en el fondo me da morbo. Mira cuánto… —dije, y armado de valor, me bajé el chándal hasta las rodillas, quedando frente a él con mi polla tiesa—. No es como la tuya, pero bueno...
—No seas chulito. Claro que no. ¿Cómo vas a comparar tu picha, por muy dura que la tienes, con esta tranca que me calzo? Aunque para ser tan flaquito vas bien servido de pelotas.
—Ni punto de comparación con las tuyas.
—Me mires por donde me mires, sales tú perdiendo. No te muevas de ahí.
Regresó bajo la ducha. Un chorro de espuma le cayó desde la cabeza, por su ancha espalda, hasta meterse por la raja del culo. Luego se giró. La espuma caía por su polla como si fuera un grifo abierto. Al no tener vello púbico, la tenía bien visible, igual que los huevos.
El único ruido que se oía era el chorro de la ducha mezclado con algún gemido furtivo que dejaba escapar y que me calentaba mucho. Con sus manos mojadas se sobaba los pezones, el vientre, los muslos... Luego las pasó por sus bolas y volvió a subirlas. Elevó los brazos y se dio la vuelta. Tenía los ojos cerrados.
Yo estaba como tonto, admirando las axilas, la curvatura de la cintura y el nacimiento del culo de ese semental mientras me pajeaba.
Apoyó sus manos en los azulejos verdes. Después se arqueó para dejar su carnoso culo empinado al final de su ancha espalda.
El vapor del agua caliente empezó a inundar el vestuario.
—Casi no te veo —dije—. Podrías dejar que me acerque un poco.
—Nene, ya te he dicho que nada de follar.
—No, tío, pensaba solo en enjabonarte un poco, nada más. Es que me apetece mogollón tocarte.
Dudó unos segundos, hasta que finalmente aceptó:
—¿Sin mariconadas, oíste?
—Tú pones el límite, tío. Me paro donde tú me digas.
—Entonces toma. Dame jabón —me dijo, dándome su bote de gel de ducha.
Me levanté, con el chándal por las rodillas. Me llené las manos del espumoso jabón y comencé a acariciarle los hombros. El gel hacía que mis dedos se deslizaran con suavidad, era como estar acariciando su cuerpo varonil. Abrí mi campo de actuación abarcando la espalda. Noté que se le erizaba la piel. Aunque no lo admitiera, le gustaba que le sobaran.
Con los pulgares dibujé la línea de la columna hacia abajo, ese surco que dividía la espalda en dos territorios simétricos. Cuando llegué al nacimiento del culo, donde se le marcaban los hoyuelos, me detuve y esperé su reacción. Entonces caí en cuenta de las sacudidas de su tríceps, un movimiento que delató que se estaba masturbando. Me acerqué para ver cómo se pajeaba pero él notó mi maniobra e interpuso su brazaco delante para impedirlo. Solo podía imaginar cómo, con su manaza enjabonada, se daba un enérgico masaje en la polla, pero eso me bastaba para seguir caliente. A él la situación no parecía disgustarle, así que di un paso más y con ambas manos le agarré las nalgas, las amasé introduciendo los dedos pulgares por la tensa hendidura. Estaban duras y apretadas. Gabi empezó a resoplar como un animal.
Por su reacción deduje que le excitaba que le manoseara esa zona, así que me arrodillé para acceder a su culazo más cómodamente. Mi polla, entonces, rozó su gemelo. Como no paró su paja, seguí pasando mi capullo por su músculo mientras metía los dedos por su raja, separando los duros glúteos. Tuve que meter dos dedos porque estaban tan pegados que era imposible separarlos. Cuando separé sus carnosas nalgas, casi me corro al ver su agujero de macho, negro y arrugado, aunque lo tenía abierto, un poco relajado. Hasta ese momento siempre le había imaginado activo, una especie de macho alfa que se saciaba follando a su antojo por su propio placer egoísta, pero al ver el ojete dilatado le imaginé de pasivo, recibiendo las embestidas o los lengüetazos de otro mazao mientras pedía ser enculado más fuerte, más duro, que su grupa lo aguanta todo... También me imaginé follándole el culo con mi polla bajo la ducha.
Eso me prendió aún más. Estaba a punto de correrme.
—Vuelve a la banqueta —dijo, apretando el culo. Me desilusionó un poco. Esperaba que me dejara mamarle la polla, o al menos hacerle una buena paja, porque darle por el culo era mucho pedir... Pero le entendí: teniendo en cuenta que era supuestamente heterosexual, me había concedido demasiado.
Regresé al banco, con la polla tiesa, a punto de explotar, chorreando de mis propios jugos, agua y jabón. Cerró el grifo de la ducha y comenzó a masturbarse frente a mí. Escupió sobre la punta de su polla para lubricarla y me miró a los ojos. De repente, me sentí grande, como si estuviera a su mismo nivel... No sé cómo explicarlo. Mantuve el contacto visual mientras yo también me pajeaba. Sentía que mi mirada era lasciva, casi carnal, que buscaba explícitamente provocarle. Sentía que podía transmitirle todo lo que podríamos hacernos si estuviéramos follando en una cama. Le mantuve la mirada mientras en mi mente le hacía protagonista de todas las guarradas que se me ocurrían. Tenía la impresión de que todas esas imágenes se reflejaban en mis ojos, como una película, y que él podía verlas.
No sé si fue así, claro. Pero pajearme mirándole fijamente, diciéndole con mi voz interior con cuántas ganas me lo follaría por el culo hasta que pidiera descanso, para luego ofrecerle el mío para que me folle a su antojo... Pajearme así con él fue una de las sensaciones más excitantes de mi vida.
Tenía el cuerpo cubierto de gotitas de agua y su pecho se movía al ritmo de sus jadeos. Yo tensé los músculos de mis brazos. Quería ver si me admiraba, aunque fuera un poco...
De repente le vi serio, masajeando su polla con una mano y agarrándose los huevos con la otra. No pude aguantar más, estiré las piernas, las abrí cuanto pude. Luego, agarré mi polla con fuerza, y me metí los dedos bajo las bolas. Aún le mantuve la mirada mientras me pajeaba con un dedo en el culo. Cuando me corrí, chorros de semen comenzaron a brotar de mi polla, pringándome los dedos y el pubis. El morbo de dejar que viera cómo me corría fue increíble. También el placer que sentí en las pelotas.
Como él no había terminado decidí prolongar un poco más el juego erótico extendiendo mi corrida por el pecho, jugando con mis pezones rosados.
—Joder, nene, menuda corrida te has pegado —dijo.
Salió de la ducha dejando todo el suelo lleno de agua. Su polla estaba curvada hacia arriba, más tiesa que un palo. Con movimientos lentos, de chulito, se me acercó. Puso la punta de su capullo casi en mi nariz y siguió con su pajote. Yo subí las manos hasta sus axilas y las bajé por su dura tripa de machito hasta sus caderas.
—Mira qué bueno estoy —susurró—, mira qué pedazo de tórax, qué pectorales... Mira mis muslos y mi rabo de semental... Soy un semental, nene.
—Eres un puto semental —dije.
—¿Te pongo cachondo, verdad? Dime, ¿te calienta mi cuerpo?
Le pasé las manos desde las caderas hasta sus muslazos, se los acaricié arriba y abajo. Descuidadamente, mis dedos le rozaron varias veces los huevos.
—Desde que te vi la primera vez con las pesas, tío. Menudos pajotes me he hecho pensando en follar... follarnos a una tía juntos—. Me pareció que seguir con la temática homo podía estropear el momento.
Él se la pelaba muy deprisa.
—Es que estoy to buenorro... Me pone cachondo calentar a la peña, a pibitas y niñatos mirones como tú. Me hago pajas mirándome en los espejos... También en vídeos, con la Raquel me grabo en el móvil y luego me la pelo viéndome como me la follo. Me encanta verme follando, nene, ver mi cuerpo de toro sobre una hembra hace que me corra casi al momento... Una hembra rubia de tetas bien gordas... Ufff... Ostia... que me corro…
Me agarró del cuello con la mano izquierda, dobló un poco sus piernas y echó la cabeza hacia atrás. Cerró los ojos y se corrió sobre mi pecho, eyaculando lefa a borbotones mientras no paraba de jadear como un animal. Sus músculos seguían brillando por el agua y su propio sudor. Me acerqué a su pubis para oler el aroma a macho limpio de su cuerpo. Me encantaría haberle chupado la polla y haberme tragado su lefa pero no pudo ser.
No paró de meneársela, sino que se entretuvo acariciándose el glande, que presionaba entre los dedos para exprimir todo sus jugos.
—Uf, nene, menudo pajote —dijo, recobrando el aliento—. Pero de esto ni una palabra a nadie o no volverá a repetirse.
—Tranquilo, tío. Tendré la boca cerrada.
—Ah, ¿sí? Seguro que más que el culo —dijo, sonriendo de nuevo, mientras buscaba su toalla.
—Tampoco tu culo parecía muy cerrado —respondí
—Eso es lo que tú te crees, nene.
Me sequé con la toalla para empezar a vestirme mientras abría mi taquilla en busca de ropa seca.
—Si no hablo —dije—, ¿has dicho que volverá a repetirse?
—Casi no me has tocado, nene. La próxima vez te dejaré un poco más. Solo un poco, no te vengas arriba. Acuérdate que el límite lo pongo yo. También me gustaría que me ayudaras con mi colega Vicente.
—Necesita vida social, ya lo sé —concluí.
—Es un poco pueblerino. Toni y yo podemos pajearnos juntos, pero él no quiere aún. Yo creo que es maricón.
Le miré, un poco molesto porque me pareció percibir un tono peyorativo en la palabra.
—¿Es que tienes algo en contra de los homosexuales?
—Nene, tranquilo —dijo—, no tengo nada en contra. Al revés. Creo que mi colega tiene un problema. Creo que no se acepta. Y molaría que le ayudaras con eso.
Sin darme cuenta, Gabi estaba incluyéndome en su círculo más cercano, el de los colegas calientapollas que hablan de follar, se soban, se hacen pajas juntos...