M & M… y sí, son unos bombones adictivos

Capra4 relata una historia entre dos personas que tras su reencuentro después de un tiempo separados no se preguntaron si hubiera sido mejor salvar todas las distancias...

Voy en el automóvil… me quiero alejar?… me duele, pero… seguro es lo mejor… ¿o no?

No estoy segura cómo me metí en esta situación, si siquiera cuando comenzó,  menos aún si la deseo o no.  Supongo que una parte de mí la desea, de otra manera no habría ocurrido.  Pero me incomoda, seguro que no está bien, quizás hasta sería ilegal, no lo sé.

Tal vez tenga que tomar una decisión además de manejar hacia no sé dónde y por no sé cuánto tiempo.  Pero esa decisión sería la diferencia entre el riesgo de una nueva y buena vida, y perder todo lo que tengo, que es una buena vida… extraño, muy extraño.  No sé… ayuda!

Fue hace 17 años exactamente.  Conocí a Michael cuando entré a la preparatoria, él ya estaba en segundo grado. Recuerdo el primer día que lo vi, simplemente quedé hechizada: Su sonrisa era limpia y espontánea, su humor ligero y agradable, su cuerpo delgado y atlético al mismo tiempo, sus ojos claros, brillantes. Su pelo castaño y crespo, su piel permanentemente bronceada… en una palabra: guapísimo… irresistible (fero dos).  Pero no era que sólo alucinaba de verlo y estar con él, era que me inyectaba de energía, su sola presencia iluminaba mi día. Ah! Algo más:  su aroma me hacía seguirlo. Recuerdo que me gustaba aspirar profundo para llenarme toda con ese delicado y dulce olor a… a…  no sé.

Igual que Micky!...    ….

Michael y yo nos hicimos novios,  fuimos una pareja muy bonita y muy alegre por un par de años.  Pasábamos las tardes juntos… nos gustaba salir el fin de semana a patinar… a tomar una nieve… a andar en bici… incluso a ir a misa.  Todo momento era un buen momento para compartir.   A su lado me sentía alegre, completa.  Me encantaba que me besara con suavidad… tomándome por la cintura como sólo él sabía hacerlo.  A veces me acariciaba al mismo tiempo la espalda y todo mi cuerpo se invadía de ese confort seguro… el beso se hacía más profundo… … sacaba su lengua y humedecía mis labios, y mi centro se estremecía, todo ello me turbaba.  Quería seguir, explorar, saber que había más allá. Pero me daba miedo, no quería arriesgarme, no quería arriesgarlo, temía perder todo… todo a cambio de nada.

Una tarde, en su coche, ya estando oscuro, nos empezamos a besar.  No era la primera vez, pero si fue la más intensa. La calle olía a jacarandas, se escuchaban las cigarras de los tabachines. Era verano, pero aún así soplaba aire freso, pero en el interior del auto empezó a hacer calor.   Sus manos empezaron a volar por mi cuerpo,  primero la cintura, el vientre, la espalda. Luego las piernas, los muslos, el vientre.  El calor se hacía intenso.  Mientras yo sentía un cosquilleo en mi intimidad, acariciaba el cabello, el pelo crespo, de mi hombre.  Tocó uno de mis senos, que recibían una mano por primera vez.  La situación era tan dulce y tan audaz al mismo tiempo.  La sensación física tan agradable y el sentimiento de amor por Michael hacía pensar que eso no podía estar mal, pensé que era el momento correcto.  Recuerdo que en medio de las cariciás y los besos húmedos, de las manos galopantes y por momentos del peso de parte de su cuerpo, dejé de pensar.  Me mareó la sensación de ser poseída en mi intimidad.

Respondí con besos apasionados, casi violentos.  Nuestras lenguas se entrelazaron en una lucha frenética por sentir, por dominar. No se bien que pasaba por la mente de Michael, pero yo no estaba en control de mis acciones, lo que nos dominó fue el deseo. Me acarició por debajo de la blusa,  no sé cómo pero mi top desapareció.  Sentí sus dedos en mis senos. Atrapó mis pezones, los masajeó con voluptuosidad. Sentí la humedad de su boca en mis areolas, succionaba como si en ello le fuera la vida. El placer exacerbado en mis pechos, más la sensación de alimentarlo, y el interés que Michael me mostraba… me hizo ver el cielo.  Estaba sudorosa, invadida por las ansias de conocer más, de experimentar sensaciones que apenas lograba vislumbrar.  La ropa me estorbaba, la suya también, había que hacerla desaparecer.

Mis manos en su cuerpo, también se sentía ansioso. Alternaba las caricias en sus hombros, su pecho y su espalda con caricias en su cabello, su pelo  -¡cómo me excitaba su pelo crespo!-. Bajé de la línea del cinturón, lo exploré. Se sentía duro, caliente, interesante.  Notaba claramente el cuerpo de Michael respondía a cada uno de mis movimientos. Era un mundo nuevo e imprevisto para ambos. Mientras lo acariciaba y jugaba con su masculinidad cada vez más caliente, nuestras lenguas exploraban cada centímetro de piel que encontraban a su paso.  Sin duda la sensación era maravillosa.  Pero… de pronto  sentí aquel líquido tibio en mi mano.   Su miembro estaba al aire. Su cara la percibí por primera vez asustada o culpable, no lo sé bien.   Volví en mí, yo también me asusté:  qué estaba haciendo?  Ambos sabíamos que nos habíamos excedido, no se supone que fuera a ser así, estaba planeado de otra forma  y no estábamos preparados para ello. ¿Cómo habíamos podido perder el juicio de esa manera? … Sin más, le pedí que me llevara a mi casa, no respondió, sólo encendió el auto y condujo.

En el camino de regreso no hablamos, al dejarme en mi casa, apenas nos despedimos.  Pasaron días sin comunicación. El tiempo fue pasando.  Me daba pena pesar en lo que había pasado esa noche, lo que me avergonzaba más no era haber conocido el pene de

Un par de años después escuche que se casó, no quise saber más.  ¿Cómo era posible que me hubiera olvidado así?  ¿Qué lo nuestro no era para siempre?  ¿No habíamos conocido en exclusiva nuestros cuerpos?.  Tal vez lloré una o dos veces.  Los sentimientos se agolpaban y en ocasiones me torturaban: ¿no debía de haberme entregado aquélla tarde y habernos casado unos meses después?  …   pero ahora no lo sabría,   era demasiado tarde.  Y me dolió.

Recuerdo que fue un poco después de mi cumpleaños 28.  Salí con un par de amigas de compras.  En el centro comercial me quedé sentada en una silla tomándome una nieve mientras ellas se probaban unos zapatos o veían unas bolsas o no sé qué cosas.   Estaba pensando en nada… cuando le miré…  era Michael… era yo. Nos reconocimos al instante.  Sonrió, me pareció de pronto, igual que siempre y sus ojos volvieron a brillar. Mi corazón dio un vuelco y se llenó nuevamente de alegría. Por un momento pareció que no habían pasado esos diez años. Su aroma era el mismo, su cabello también. …  Los kilos no, estaba un poco gordo, y, ahora recordándolo, eso no me gustó.   Pero bueno…   ahí estábamos:

  • Hola Laura, -dijo con su voz de siempre

  • Hola Micky. –le llamé, como a veces, estando muy enamorada y contenta, le decía, aunque apenas diciéndolo me arrepentí y no volví a llamarle así, creo.

  • Qué bien te vez! No has cambiado nada!, -me dijo con sinceridad

Reí, era el mismo encanto que me arrobó el día que le conocí.

  • Tú tampoco, casi. –dije, y los dos no pudimos contener la risa.

Fue una tarde genial, y una semana genial, y varios meses de ensueño. La convivencia fue fluida y amable. Los detalles eran tiernos y cariñosos.  El contacto físico que se había interrumpido años atrás  se reanudó.  Creo que en un momento los dos pensamos que había algo no finalizado, de manera que lo impensable, dado que ya no éramos preparatorianos, podría ocurrir de un momento a otro.

Una tarde me invitó al cine y luego a cenar. La velada fue maravillosa, en la cena no parábamos de intercambiar miradas provocativas. En un momento me descalcé y por debajo de la mesa acaricié su pierna con la planta de mi pie. Me encantó notar su excitación. Nos hicimos algunas insinuaciones verbales me dijo:

  • Nunca debí haberte dejado ir… al menos no aquella tarde.

Era terreno peligroso, pues fui yo “aquella tarde” quien cortó abruptamente la situación, y nuestra relación y futuro.  No me sentí cómoda, pero por lo visto se había lanzado. Y yo también estaba dispuesta a lanzarme, contesté:

  • Me dejaste ir?  Quedó algo por hacer?

Ahora fue él se descolocó, quizá interpretó que yo me refería –sin ser cierto, por supuesto, pero así funciona a veces la lógica masculina- al “liquidito” que mojó mi mano. Contraatacó:

  • Bueno, no puedo avergonzarme de mi falta de experiencia, simplemente eras mi primera… todo.

Me dí cuenta de que yo no tenía nada que reprocharle.  Éramos jóvenes, inexpertos, enamorados, sinceros e impulsivos.  Ambos.   Lo que haya pasado fue responsabilidad de los dos.  Así que compuse, pues me emocioné:

  • No sé si decirte que esa tarde la he atesorado… realmente, por mucho tiempo.

Ante mi rendición, echó su resto y con una sonrisa tiró:

  • Ahora tengo un mejor lugar para estacionarnos,  y mi auto es más grande… y aprendí la lección…

Pudo parecer una invitación, y si lo era, decidí que no la dejaría pasar, pero tampoco me iba a ofrecer en caso que él no lo estuviera haciendo, así que solo contesté:

  • Cómo decir que no a una oferta como esa!

Mientras lo decía fije mi vista en él,  con mi mirada más profunda, sexy y provocativa. Luego, coquetamente, baje los ojos.   Por lo que dijo después, es evidente que él sí había hecho una oferta y que interpretó una aceptación en mí, pues sus siguientes palabras fueron:

  • Nos vamos?

De camino los dos estuvimos nerviosos como preparatorianos,  alternábamos silencios con comentarios pueriles y con sonrisas nerviosas.  Finalmente detuvo el auto… nos miramos a los ojos… nos dimos permiso sin hablar… y me besó.   Y por supuesto después me abrazó y sus manos viajaron a mí y las mías a él.  Michael fue en extremo cuidadoso.  Con toda pausa y ceremoniosidad me invitó al asiento trasero del auto.  Volvió a besarme. Sin ninguna prisa besó mi cuello, mis hombros. Subió mi blusa y mi bra, todo muy despacio, y besó mis senos para rematar delicadamente con mis pezones.  Los besó, los sorbió. Los acarició con suavidad con su lengua. Después los contempló, su mirada hizo un cumplido y alternó en cada uno de mis senos y pezones boca y manos.  Me conmovió profundamente la ternura y suavidad de sus movimientos, hasta ese momento todo era parsimonia y tranquilidad.   Después de un rato de tratar de esa manera mis senos, quise más; me quité la blusa y el bra, y le despojé de la suya también.  Repetimos caricias, besos, y estimulaciones con boca y manos, de manera cada vez más acelerada.

Creo que el control se perdió cuando sentí su cuerpo sudoroso en contacto con el mío, también humedecido por el fragor del encuentro; el calor corporal ya era elevado, y se disparó la calentura. EL resto de la ropa voló y los besos se hicieron casi desesperados: Retomamos donde habíamos dejado la ocasión anterior, pero esta vez sin que Michael culminara.  Para delicia mía, se aseguró de que yo alcanzara el clímax.  - Michael, - decía mientras acariciaba el pelo crespo de su cabeza que se perdía entre mis piernas.   Su lengua maravillosa recorrió mi intimidad, me saboreó y estimuló los puntos correctos.  Mi humedad resbalaba por los muslos,  Michael se esmeraba en la exploración de cada uno de los pliegues, de mi perlita expuesta e hinchada que no podía soportar más: exploté en un mar de sensaciones,  como debió haber ocurrido  –quizá- la otra tarde.

El placer había sido enorme, pero todavía no nos habíamos poseído completos. El pasaje iniciado en el otro auto, el pequeño, no estaba culminado.  Jalé a Michael y lo llevé a que se sentara en el asiento junto a mí.  Todavía quedaba duda de la entrega… había que disiparla… lo necesitaba… lo monté a horcajadas,  descendí sobré él lentamente, mientras sentía su dureza avanzando.  Disfruté cada centímetro que se abría paso por mi secreter de mujer.  Fue increíble lo llena que se puede estar… quiero confesar que quizá derramé una lagrima de la emoción, tal vez soy una sentimental.  … Empecé el movimiento, arriba y abajo… circular, mientras acariciaba su pelo crespo.  Fui acelerando el ritmo conforme se construía mi excitación que crecía en espiral al mirar sus ojos que no se separaban de los míos. … La velocidad se hizo frenética, la ansiada consumación de nuestro amor que había comenzado hacía tantos años estaba completándose:

  • Así Michael, sí Michael…  sssí,   ohhh, sssí.

Comenzó nuevamente mi explosión; Michael me sujetó con fuerza y me ancló empalada como siempre había soñado.  Mis contracciones debieron desatar en él la cálida culminación que inundó mi interior.  Alucinante el estar anclada e invadida toda por las palpitaciones que cimbraban nuestros henchidos sexos.  … Me besó con suavidad el pecho, me besó con dulzura la boca.

Ohh! De lo que me había perdido!   (Naahhh… sé que aquella primera vez no hubiera sido con la intensidad serena que ésta fue, pero acariciar la idea es tentadoramente romántico).

Para los dos era evidente que estábamos destinados a ser pareja. Las cosas habían vuelto a ser como antes, o casi.

Michael se había casado, y enviudó al poco tiempo.  Tenía un hijo de siete años.  Su viva imagen. Un chico alegre, respetuoso, inteligente.   No lo conocí aquella tarde, sino hasta dos fines de semana después. Michael me dijo:

  • Es hora de que conozcas a Micky, verás que se van a llevar bien.

Yo me sentía temerosa:

  • Y si no le agrado?

  • Cómo crees!   Tú le agradas a todo mundo, porque simplemente eres agradable, - me tranquilizó.

La verdad es que no tuvimos problemas.  Al poco tiempo Michael y yo nos casamos e hicimos una familia, yo diría, normal. Ya no tuvimos más hijos.  La vida con Michael ha sido muy estable, pero ciertamente no espectacular.  El es conservador y relativamente serio. Aunque mi esposo tiene personalidad, la verdad es que a veces siento que no soy muy importante para él.  Eso ha hecho que quizá la relación se enfríe un poco.

¿El sexo?  Escaso… más o menos bueno.  Se supone que no me pudo quejar, puesto que ocurre cuando yo quiero, y Michael se esfuerza por cumplir; de manera que si tengo ganas, puedo quedar satisfecha.  Bueno, la verdad es que él siempre está dispuesto…  pero…

Micky en cambio es cariñoso y servicial.  Heredó el buen tipo de su padre y por lo visto la afabilidad de su madre.  De sus siete a sus catorce años, la convivencia fue más o menos de madre-hijo.  Por poner un ejemplo,  a Micky no le importaba, cuando se iba a meter a bañar, desnudarse frente a mí.  La verdad es que en ese sentido yo nunca pensé en él como mi bebé.  Cuando se desnudaba evitaba mirar, al menos de frente, con naturalidad.  Debo confesar que sí me daba cierta curiosidad cómo se iba desarrollando, desde luego era guapo.  En alguna ocasión al levantarse a través del pijama se notaba su erección que el portaba con naturalidad, pero a mí me desconcentraba definitivamente.  Pensándolo, creo que en ese sentido siempre he estado consciente de que él es un hombre y yo una mujer.

En una ocasión, Micky tendría quizá unos 12 años, estábamos, estábamos una tarde los dos viendo televisión en el sofá.  El reclinó su cabeza sobre mi cuerpo.  Con toda naturalidad, la coloqué sobre mi regazo y en un momento ya estaba acariciando su cabello.  Noté que él estaba disfrutando porque se reacomodaba continuamente y hacía leves ruiditos, como “ronroneos” con su boca.  Pero quien de repente perdió la tranquilidad fui yo.  Al voltear hacia abajo vi claramente que Micky se acariciaba levemente por sobre el pantalón y su erección era notoria.  Me quedé de piedra.  No sabía si continuar acariciando, si reprenderle,  o si levantarme e irme de ahí.   No sé porqué opté por la menos razonable de las opciones: continué acariciándolo, pero con más decisión: alternaba su cabello con su pecho, su espalda y su vientre.   Wow!...

No llegó a más esa tarde, pero recuerdo que me sentí culpable por haber pensado como pensé y haber actuado como lo hice.  Micky no parecía haber notado nada, de manera que pasados dos días le quité importancia al asunto.  La situación, con variantes, se repitió indefinidamente.  Además de ello, no era raro que en casa yo llegara por detrás de Micky y le abrazara.  Pero algunas veces que él hizo algo similar conmigo, se me cortó la respiración. Notaba que en él no había malicia, pero tal vez en mí…

Por todo esto, me dio tristeza cuando lo mandamos por un año a un internado en el extranjero para que hiciera el primer año de preparatoria y “perfeccionara el inglés”.   Desde el momento que supe que se iría, me sentí nuevamente abandonada.  En esos 6 años lo había llegado a querer lo como a un hijo.  Después de todo, esos años jugué con él, reí con él,  lloré con él.

  • No estés triste Laura –nunca me ha dicho mamá, siempre me ha llamado por mi nombre, lo cual no le reprocho. –regresaré pronto… y te llamaré todos los días… bueno, cada semana.

Los dos reímos, la verdad es que ese muchacho llenaba mi vida.

  • Sí, hazlo!, -de dije, - te voy a extrañar mucho, porque ya sabes que te quiero

  • Y yo a ti, - sonrió mientras me miraba con esos ojazos brillantes, y ese día, vidriosos.

Ciertamente iba a extrañar a ese pequeño de 15 años, bueno, ya no tan pequeño pero sí casi un niño, mi niño.  Esos 12 meses se nos hicieron eternos. Michael y yo no tuvimos hijos por razones que no viene al caso explicar ahora.  El sexo se hizo todavía más esporádico, pero no malo.

Faltaban tres semanas para que volviera Micky. Limpié su cuarto, arreglé su ropa, fui a comprar ingredientes para cocinar sus platillos favoritos, puse plantas y flores nuevas en la casa, fui al salón de belleza (¡?).  Hasta soñé con él y con su llegada, mi niño –que ahora entraría a segundo año de preparatoria.  Fuimos a recibirlo al aeropuerto: yo no puede hablar:

  • Micky, ¡cómo has crecido,- dijo su padre mientras lo abrazaba

Cierto que había crecido mi “niño”, abrazados, viéndolos así, tenía exactamente la estatura de Michael.  Y no pude evitar fijarme también que su cuerpo era delgado, pero atlético, justo el que tenía su padre cuando lo conocí, cuando –recordé- me enamoré de él. MIcky era –o lo ví como- todo un hombre. …   Me miró, me pareció que se iluminó su rostro –o fue el mío- y se dirigió hacia mí con voz emocionada al mismo tiempo que profunda:

  • Hola Laura!

Me abrazó, no atiné a decir nada, ni siquiera a devolverle el abrazo bien.  Sentí que quien me hablaba era mi hombre.  Me sentí como aquella jovencita de primero de preparatoria, que quedó hechizada cuando vió a aquel apuesto joven y se enamoró a primera vista.

Me sentí intimidada por… ¿mi hijo?  ¿Micky? ¿Michael junior, o más bien “reloaded”?. ¿o un Micky nuevo, mío?  Todo el camino no hablé, sólo lo miraba y cuando él dirigía su vista hacia mí, yo inexplicablemente la evitaba… su aroma…   su sonrisa… su cabello crespo.

Pasaron los días y yo seguí desbordada. Le pedía que me volviera contar sus anécdotas, los paseos, sus amigos.  Algo me decía que además de su estatura, algo había cambiado en él.  Me parecía que ahora “sabía de mujeres”. No sé bien qué me hacía intuirlo, pero lo llevé a esa conversación:

  • Bueno, la verdad sí.  Conocí a esta niña, Amelie.

  • ¿Quién? ¿cómo?, -me sorprendí interrogándolo: - ¿y qué hicieron? ¿no se van a volver a ver verdad?

En sus ojos y su silenció leí que habían intimado.  MI expresión debió haber sido de turbación o de tristeza o de no se qué, porque el notó algo y me dijo

con vos suave, como justificándose ante mí:

  • Calma Laura….  me dí cuenta que es muy inmadura, no le volvería a llamar…

¿Qué me había querido decir?   Que las jóvenes de su edad no eran para él y que prefería mujeres mayores?.  Me extrañó quedarme pensando así.

A partir de ese momento, definitivamente noté que la mirada de Micky había cambiado. Tengo la inequívoca sensación de que cuando yo me muevo por la casa,  él mira mi cuerpo, se fija en mi escote, desde atrás se fija en cómo balanceo para él mi trasero… … ¿qué digo?  ¿lo balanceo para él?.

Desde que regresó Micky, de eso hace dos semanas, mi humor es otro.  Canturreo todo el día, me he ido a comprar ropa nueva, más juvenil y entallada.  Michael y yo hemos estado haciendo el amor casi todos los días, con la animosidad con qué hacíamos de recién casados.   No pierdo la oportunidad de acariciar su cabello, de pellizcarlo a la pasada, de rozarme con él.  Parecería que ando por la casa con una permanente excitación, y eso me ha tenido un poco, turbada.  En cuanto a Micky, me gusta y me excita un poco que esté atento a ver si mi ropa transparenta mis pezones.  Me he sorprendido al darme cuenta de que por las mañanas salgo con una bata ligera y corta sin pijama abajo; y que me planto frente a él en todas posiciones, incluso me inclino para que sus ojos tengan acceso más cómodo.  Ël no disimula: busca mirar mi cuerpo. Incluso se acerca a percibir mi aroma…   ¡me encanta!!!  Oh MIcky!!!   …    Pero lo que pasó anoche…

Por la tarde que Michael se fue a trabajar, nos quedamos con Micky viendo la tele.  La película trataba de una maestra que se encapricha con uno de sus estudiantes y pasa mil peripecias para seducirlo.  La verdad que ni la trama ni la actuación eran muy buenas, pero me sentí muy incómoda –o más bien celosa?- por el tema y en un momento dije:

  • Esa lagartona!   Ya viera!   Quesque querer seducir al estudiante!

  • Calma Laura…   hoy en día eso es muy natural… no pasa nada… le puede pasar a cualquiera, -dijo, y completó

  • Además, tiene derecho a buscar su felicidad no?  Y si además puede ser la felicidad de él,  sería injusto negársela no?

Hubo algunas escenas tórridas de la maestra con el muchacho.  Esto no tendría nada de nada, si en ese momento no me hubiera dado cuenta que me empezaba a humedecer.  Un cosquilleo se apoderaba de mi intimidad.  Se podría pensar que mi excitación era independiente de Micky, pero me sorprendí de que yo estaba buscando con mi mirada su entrepierna con la esperanza de que estuviera en ristre.  Por si fuera poco, yo había llevado una mano a uno de mis senos y lo rozaba ligeramente sobre la ropa …  masajeaba mis senos imaginando que ¡era él quien lo hacía!... mientras estaba acariciando su cabello, su pelo crespo… de Micky como hacía cuando…

Me levanté sin decir nada, salí a manejar y distraerme un rato.  Fui de tiendas… Pasé por una de lencería y me compré, como hacía muchos años que no hacía, un conjuntito de ropa interior “de dormir” muy sexy, revelador en color rojo, me sorprendí preguntándome: “- le gustará a Micky?. - ¿a quién me refería?.  No pude evitar fantasear sobre regresar a casa y presentarme frente a él vistiendo solamente esa ropita,   y él, fascinado con la escena, se acercaba a mirarla de cerca, y luego se atrevía a bajar un tirantito,  luego el otro mientras besaba mi hombro y con su mano aprisionaba mis senos,  los estrujaba y su lengua húmeda y caliente me…  ¡basta!!!!!  ¿Qué me pasa????   ¡es mi hijo!!!!!!!   ¿o no?   Bueno, realmente no lo es…. pero…

Llegué a la casa.   Oí a Micky en su habitación,  estaba oyendo música…  tal vez estaría en bóxers… ¿y eso qué?.   O estaría sin ropa?   …  ¡deja de pensar en eso!    Es tu hijo!   Bueno… no lo es realmente.

Me dio calor. Me metí a bañar.  Me toqué, pensé en él…

Ya no quise salir de la habitación. Me encerré desconfiando de mí misma.  Michael llegó y me encontró en la cama con el conjuntito.  Por lo que me dí cuenta le encantó. De inmediato se dirigió hacia mí y no se acordó de cenar. Me susurró:

  • A que se debe la ropita?

  • Te estaba esperando

  • Así voy a venir más temprano

  • Bueno, no es necesario…   te espero de todas formas.

Yo no estaba para conversaciones. Toda la tarde había sentido el fuego en mi interior,  quería desahogarme con ternura y hacer el amor salvajemente.  Lo atraje hacia mí y nos fundimos en un beso apasionado. Revivimos aquella escena del coche.  Apenas masajeaba y besaba mis senos yo ya emitía mis primeros gemiditos de placer:

  • Más,  más

  • Estás lista?

  • No lo sientes?

No describiré cada detalle aquí,  sólo diré imaginaba que un cuerpo esbelto era quien me cabalgaba, que grité en el paroxismo del placer, sin importarme - o al revés, intentando – que oyera alguien más en la casa el escándalo de mi expresión sensual. Mi cuerpo se arqueaba y mi centro vibraba a la frecuencia de su virilidad,  yo acariciaba su cabello preparatoriano, pelo crespo, y gemía sin control:

  • ¡¡¡¡¡Sí Micky, sí.  Sí,  así Micky!!!!!!!

Michael también alcanzó un orgasmo espectacular.  Estoy seguro que todo el barrio me oyó (¡qué decir de Micky, imposible que no escuchara)  Nos dormimos sin decir nada más,  sólo abrazados.

Eso fue anoche, hoy, voy en el automóvil… me quiero alejar?… me duele, pero… seguro es lo mejor… ¿o no?

Sé que voy a regresar muy pronto.  Amo a mi marido, sé que él me ama..  … Tengo que encontrar la forma de volver a la realidad y olvidar las fantasías insanas que no pueden conducir más que a la locura y la desgracia.  Todo esto es mi mente que me juega una mala pasada.  Michael y yo vamos a envejecer jutnos…  Micky encontrará una “Amelie”, y se casará con ella.

Michael y yo vivimos en pareja.  …   Micky y yo, en mundos paralelos.

Relato dedicado…

Agradeceré enormemente sus comentarios,

Capra4

**NOTA DE LA ADMINISTRACION DEL EJERCICIO:

Este relato, es uno de los que posiblemente no cumpla la temática del ejercicio al 100%, sin embargo al tratar el tema de la distancia y de la frontera que dos personas no debían haber traspasado, se ha tenido en cuenta que podría ser otra forma de ver esos afectos y

deseos de dos personajes a los que les separa algo insalvable.**