Lynne 5: La conversión en fulana

Siguen las andanzas de Lynne

Lynne:

CAPÍTULO 5. LA CONVERSIÓN EN FULANA

Se preguntó cuáles serían los próximos planes repugnantes que tenían reservados para ella su nueva Ama y su marido. ¿Qué sería lo siguiente que le harían? ¿Cuál sería la siguiente cosa asquerosa y repugnante que obligarían a hacer a su putilla? Se quedó dormida con esos pensamientos bailando en la cabeza.

Su cuerpo estaba todavía exhausto y durmió durante horas; pero su mente no podía descansar. Su sueño estaba lleno de imágenes de la noche anterior; imágenes de su nueva Ama y Kelly y Desley. Imágenes de todas las cosas repugnantemente deliciosas que había hecho.

Luego soñó con Tom. Solo que en su sueño no era un muñeco hinchable; Tom era real. Ya había sido suficientemente real para ella cuando se lo folló en la mesa de café la noche pasada. Pero en su sueño Tom era real; un hombre real con una polla real que soltaba borbotones de corrida real.

Estaba tumbado sobre la mesa de café mientras Lynne se arrodillaba en el suelo y chupaba su polla. Tom levantaba la cabeza y la miraba a los ojos mientras se corría en su boca. Su caliente corrida empezaba a deslizarse por su garganta cuando el ruido la despertó.

Se incorporó rápidamente y miró a su alrededor. Al principio estaba desorientada, no sabía donde estaba, o quién estaba con ella. Lentamente volvió a mirar a su alrededor y la confusión se desvaneció de su mente. El ruido venía del exterior; de debajo de la ventana del dormitorio.

Se deslizó de la cama, fue hacia la ventana y echó hacia atrás una de las piezas de las cortinas. La luz brillante del sol de la tarde hirió sus ojos y se dio la vuelta. Gradualmente los ojos se le acostumbraron a la luz y pudo ver a su marido. Estaba cortando el césped de la parte delantera.

Era el ruido de la cortadora lo que la había despertado antes de que pudiera tragarse la corrida de Tom. Su marido la vio a través de la separación entre las cortinas y sonrió.

El resto del día pareció tan raro, porque parecía tan normal. Solo otro domingo aburrido. Golf, jardinería, alguna bebida en el patio mientras su marido preparaba unos filetes en la barbacoa. Alquilaron un vídeo y se fueron a la cama alrededor de las 11:00.

El resto de la semana fue igual. Su marido iba a trabajar, ella cocinaba, limpiaba e iba de compras. Era todo tan normal y lo sentía tan extraño.

Era como si los acontecimientos del viernes y el sábado por la noche no hubieran ocurrido nunca. Pero Lynne sabía que sí. Era todo lo que podía pensar al respecto.

Lynne y su marido hicieron el amor el martes por la noche; fue... agradable. Pero ella no se corrió. Por primera vez en su vida lo fingió. Sabía que su marido podía decir que había fingido, pero también sabía que a él no le importaba.

Hacer el amor con su marido nunca había sido tan aburrido, tan carente de interés, tan insatisfactorio. Lynne tuvo que usar algo de lubrificante cuando él intentó penetrarla, su cuerpo no lubrificaba en absoluto. Lynne se preguntó si podría volver a disfrutar de hacer el amor con su marido.

Después de todas las cosas que había hecho hacer el amor solo con su marido en la intimidad de su dormitorio oscuro y silencioso no era suficiente para ella. Ahora ni siquiera se aproximaba a lo que necesitaba, y sabía que ya nunca lo haría. No sentía deseo de follar con el hombre tumbado a su lado en la cama. Su marido podía follársela si quería, pero ella necesitaba ahora mucho más que eso. Necesitaba a su Ama.

Los días parecían arrastrarse, el tiempo parecía transcurrir lentamente mientras su obsesión con la Mujer Rubia se hacía más fuerte. Seguía esperando que ocurriera algo, pero nada ocurría.

Para el jueves por la noche Lynne no pudo mantener por más tiempo la pretensión de que todo era normal. Su marido estaba tumbado en la cama leyendo una novela de Grisham. Su corazón iba a toda prisa y tenía las palmas de las manos frías y húmedas cuando se sentó en la cama. Su voz temblaba cuando habló.

"Tenemos que hablar sobre el fin de semana pasado, sobre el diario, sobre..."

"No, nada de eso." Contestó su marido sin levantar la mirada del libro. "No y no. No vuelvas a sacar el tema."

Lynne hubiera querido quitarle el libro de las manos de un golpe y hacer que le prestara atención. "Sí, tenemos la jodida necesidad de hablar, y vamos a hacerlo." Le gritó en su mente, pero se quedó callada.

Más tarde, cuando su marido dormía apaciblemente a su lado, se deslizó fuera de la cama y salió a hurtadillas del dormitorio. Se sentía como un criminal en su propia casa. Arrastrándose en la oscuridad y a tientas por el armario de la cocina buscó la botella de whisky que se había convertido en su única amiga en los últimos días.

Quedaban todavía 3 ó 4 pulgadas (7,5 ó 10 cm) de líquido en la botella después de que se hubiera tomado algunos tragos antes de hablar con su marido. Encontró la botella exactamente donde la había dejado; pero estaba vacía.

"¡Bastardo!" Masculló por lo bajo. "Jodido bastardo."

Enterró la cara en las manos. Quería llorar, gritar, dejar salir todas las emociones que se habían ido formando dentro de ella; pero no lo hizo.

Rebuscó en el armario de las medicinas y encontró un paquete de Mersyndol (N. del T.: se trata de un calmante) y sacó tres tabletas del envase metalizado. Le temblaba la mano cuando se echó las píldoras a la boca. Las ayudó a bajar con agua; no el cálido y calmante whisky que deseaba tan desesperadamente.

El viernes por la mañana, el marido de Lynne la besó en la mejilla mientras dormía y se fue a trabajar a las 7:30. Igual que había hecho el viernes anterior; antes de que todas las cosas que ocurrieron el pasado fin de semana hubieran cambiado todo para ella; pero aparentemente no habían cambiado nada para su marido.

Era media mañana para cuando Lynne se arrastró fuera de la cama. Mientras estaba bajo el agua cálida de la ducha sus manos empezaron a vagar por su cuerpo. Su mente estaba en algún otro sitio, en algún otro sitio en casa de la Mujer Rubia.

Lynne solo se dio cuenta de lo que sus manos estaban haciendo cuando sintió la pelusilla pinchante que había empezado a aparecer entre sus piernas. No se había sentido muy a gusto cuando las dos mujeres la habían afeitado, pero le encantaron las sensaciones que recorrieron su cuerpo cuando la maquinilla se deslizó por la suave piel entre las piernas.

Lynne se quedó desnuda frente al espejo y se observó mientras una mano acariciaba su entrepierna recién afeitada y la otra mano tiraba con fuerza de sus pezones hinchados. Le gustaba el aspecto que tenía.

De repente se detuvo y por un instante se sintió como aquella vez cuando tenía 15 años y su madre la había pillado masturbándose. Se puso la bata y se dejó caer en la cama mientras marcaba su número en el teléfono inalámbrico. Estaba llamando a su marido para pedirle permiso, como él le había dicho que hiciera.

Era la única cosa que había ocurrido en toda la semana que mostraba que las cosas habían cambiado. Si Lynne hubiera querido masturbarse una semana antes simplemente lo habría hecho. Nunca hubiera soñado en llamar a su marido para pedirle permiso.

Lynne necesitaba más de lo que le habían hecho; más de lo que le habían hecho hacer. Cada uno de sus momentos despierta se llenaba de los pensamientos deliciosos sobre las repugnantes cosas que había hecho; y su sueño estaba poblado con escenas de la Mujer Rubia, su Ama. Sueños obscenos de los que se despertaría de repente, mojada en sudor y chorreando entre las piernas.

No parecía que su marido ni la Mujer Rubia tuvieran planes para ella esa noche, y ya no podía esperar más. Necesitaba algún alivio para el tormento de la semana pasada.

Mientras oía las indicaciones de llamada del teléfono se preguntó si esta llamada y lo que iba a pedir a su marido serían una especie de catalizador para reemprender lo que había empezado el fin de semana pasado. Tal vez su marido había estado esperando algún acto o señal de obediencia por su parte.

La excitación de Lynne y sus esperanzas aumentaron cuando oyó su voz. No desperdició el tiempo en decir hola. Se limitó a preguntarle directamente si tenía su permiso para usar el vibrador.

Se quedó en silencio sumida por el aturdimiento durante un momento cuando él dijo que no. Luego con una creciente sensación de desesperación preguntó si podía masturbarse sin el vibrador. Hubo una larga pausa antes de que él dijera:

"Sí... pero hoy todavía no. Estoy ocupado, estaré en casa a la hora habitual."

"¡Que te jodan!" Gritó al teléfono después de que él hubiera colgado.

"¡Que te jodan!" Dijo de nuevo mientras tiraba el teléfono y se quitaba la bata y la lanzaba cruzando la habitación. Se tiró en la cama con las manos entre las piernas. Se inclinó hacia delante y rebuscó en el cajón de la mesilla de noche como un yonki colgado buscando su dosis de heroína.

Sus dedos cerrados alrededor del vibrador le produjeron una prisa por el alivio similar a la del yonki cuando sus dedos rodean la jeringuilla que contiene el líquido mágico.

"¡Que te jodan!" Volvió a decir a su marido sentado en su oficina. Pero algo iba mal; de repente se dio cuenta de que algo iba muy mal.

"Jodido bastardo." Gritó a su marido a 20 km. en su oficina. El vibrador pesaba demasiado poco, no tenía pilas.

Intentó usarlo como consolador y follarse con él, pero no era lo mismo sin las vibraciones. Luego le aplicó lubrificante y se lo apretó contra el agujero de su culo. Lo sentía bien y se lamió los dedos y empezó a acariciarse entre las piernas.

Lynne cerró los ojos y se imaginó que su Ama estaba delante observándola. Se dejó deslizar de la cama al suelo pretendiendo que estaba a los pies de su Ama.

"Métetelo por el culo, puta." Oyó decir a su Ama. "Te gusta jugar con tu cuerpo, ¿verdad, putilla?"

"Adoro jugar con mi cuerpo." Dijo Lynne en voz alta. "Adoro que me vea jugar con mi cuerpo."

Empezó a meterse el vibrador en el trasero, dolía, así que lo empujó con más fuerza para que doliera más. "Hasta el fondo, putilla." Oyó de nuevo a su Ama. "Empújalo hasta que se meta entero en tu culo de puta."

"Sí, Ama." Contestó Lynne a la voz que oía en su mente. "Mire como su putilla empuja el vibrador dentro de su trasero. Mire como empujo mi vibrador dentro de mi trasero. Soy su puta, Ama. Soy su sucia putilla."

Los dedos de Lynne acariciaban su coño recién afeitado cada vez más deprisa mientras estaba sobre el suelo a los pies de su Ama.

"Míreme jugar con mi cuerpo, Ama. Mire como me corro para usted." Lynne estaba casi a punto cuando oyó sonar el teléfono; pero estaba tan cerca, no podía pararse ahora.

De repente su cuerpo se quedó helado de nuevo. Podía oír la voz de su marido. Estaba gritando su nombre. El contestador: de repente se dio cuenta de que la voz de su marido venía del contestador de la cocina. Se arrastró por el suelo frenéticamente buscando el teléfono que había tirado hacía unos minutos.

"Hola..."

"¿Qué has estado haciendo, Lynne?" Preguntó su marido.

"Em... esto... estaba fuera en el tendedero, colgando las toallas." Mintió lo mejor que pudo, pero sabía que no le creía. Él sabía lo que estaba haciendo.

"No olvides la cita de esta noche." Dijo aparentando ignorar su desobediencia. "Te veré luego. Adiós."

'No olvides la cita de esta noche.' Jugó en la mente con sus palabras. Un escalofrío de excitación le recorrió la médula. "¿Qué cita?" No podía recordar ningún plan para esa noche. No y eso que había estado repasando todo con claridad últimamente. Pero solo era su putilla. No tenían que acordar nada con ella. Solo tenía que ir donde le dijeran y hacer lo que le dijeran cuando se lo dijeran.

Podía sentir el corazón latiendo en su pecho. Podía sentir el pulso bajo su barbilla y en las muñecas. Aún era su puta.

Lynne pasó el resto del día preparándose para ellos. Se dio un baño largo, tumbada en el agua caliente con burbujas preguntándose que le iban a hacer, que le iban a hacer que hiciera.

Sus manos seguían vagando entre sus piernas y tirando de sus pezones. Tuvo que luchar consigo misma para dejar su cuerpo para que otros jugaran con él más tarde.

No era capaz de decidir que ponerse; pero ellos decidirían lo que llevaría. No estaba a la altura de una puta como ella elegir como vestirse. Así que se puso solo un tanga negro y una bata negra fina a través de la cual casi se podía ver.

Le encantaba que la llamaran 'su puta'; le encantaba ser su puta. La esperanza de lo que harían con ella era casi embriagadora, pero parecía como si la tarde no acabara nunca. Llevaba de pie ante la puerta delantera durante más de una hora y media esperando a su marido cuando finalmente su coche entró en el camino.

"Vamos, sería mejor que te vistieras, Lynne." Dijo su marido mientras la besaba en la mejilla, sin percibir como se había presentado para él.

"¿Qué quieres que me ponga?" Preguntó ansiosa.

"No sé, lo que lleves normalmente al fútbol." (Football: se trata de fútbol americano, es decir rugby).

Mientras estaba sentada en el Hill del Shark Park con su marido, viendo como sus adorados Sharkies eran batidos sonoramente por los Brisbane Bronco's, Lynne estaba aturdida. La Mujer Rubia y su marido habían soltado un fuego en su interior, y ahora ellos se limitaban a dejarlo arder de forma salvaje, incontrolado.

Todo parecía tan irreal. Sabía que estaba aplaudiento como ET sacaba bajo los palos una patada de Mitch Healey, pero era como si solo parte de ella estuviera allí. El camino de vuelta a casa puso las cosas peor.

"¿Qué excursión de caza?" Se oyó preguntar a su marido. Él no había mencionado una excursión de caza... ¿lo había hecho? Sabía que la propiedad de los padres de él cerca de Mudgee estaba infestada de canguros desde toda aquella lluvia, pero nadie había dicho nada sobre una excursión de caza.

"Se planeó durante semanas, Lynne." Oyó que su marido decía con voz irritada. "Los jodidos canguros se están comiendo el terreno de mi papá hasta que no quede allí nada que no sea polvo. Tu sabes que no puede pagar cazadores profesionales. Así que yo y unos cuantos tíos vamos allí durante la semana a intentar cobrar tantos de esos jodidos bichos como podamos. Es que papá solo..."

Él seguía hablando pero ella ya no podía escucharle más.

La besó en la mejilla mientras estaba medio dormida en la cama a las 7:00 de la mañana del sábado. "Estaremos de vuelta el viernes por la tarde."

Había sido solo con la ayuda de los últimos tres Mersyndol que Lynne había conseguido dormirse. Pero mientras el sueño iba y venía durante la noche decidió que no la iban a dejar así otra semana. No podría soportarlo otra semana. Decidió que iría a ver a la Mujer Rubia por su cuenta.

Frustración, confusión, miedo, todas estas emociones y alguna más se le arremolinaban dentro mientras conducía hacia la ciudad. La casa parecía distinta a la luz del día. Mucho más grande de lo que había percibido. Una de esas viejas casas de ciudad medio separadas, de cinco niveles construidas a principios de siglo.

Aparcó en una zona prohibida y se dirigió rápidamente hacia la casa de la Mujer Rubia. Cuanto más se acercaba más aminoraba el paso. La casa estaba a unos 20 metros cuando se detuvo.

Podía ver la puerta, el porche, los escalones que subían desde el sendero. Por un momento pensó en dar la vuelta, montarse en el coche e irse a casa; pero sabía que no podía.

Lynne lanzó a Kelly una sonrisa nerviosa cuando abrió la puerta. Llevaba otra vez el uniforme de doncella francesa, miró a Lynne como si no la hubiera visto nunca antes.

"Sí, ¿en qué puedo ayudarla?"

"Necesito verla, Kelly. Yo..." La voz de Lynne se apagó mientras Kelly la miraba inexpresivamente. "Kelly, por favor..."

"¡Nadie te dijo que vinieras ¿verdad?! Dijo Kelly fríamente.

"Kelly, por favor. Tengo que verla."

"Espera aquí." Lynne miró al reloj, eran las 9:00. A las 11:00 Lynne estaba sentada en los escalones mirando a la calle.

"¿Qué estoy haciendo aquí?" Pensó Lynne para sí misma. "¿En qué me he convertido?" Inclinó la cabeza mientras se respondía a sí misma con voz susurrante. "En su puta."

La puerta volvió a abrirse a las 11:30.

"El Ama está ocupada." La voz de Kelly sonaba como una recepcionista aburrida.

"Esperaré." Dijo Lynne desafiante.

"Un consejo, Lynne." La voz de Kelly era más suave. "Si quieres tener alguna posibilidad de ver al Ama será mejor que hagas algo respecto a tu forma de vestir."

Lynne se miró, llevaba los pantalones cortos de algodón y la camisa blanca anudada que siempre había gustado a su marido.

"¿Qué quieres decir...?"

"¿Qué eres tú, Lynne? ¿Qué es lo que crees que quieres ser?"

"Una... una puta." Dijo Lynne, vacilante. "Soy una puta." Volvió a decir con convicción cercana a la arrogancia.

"Entonces empieza a actuar y a vestir como una de ellas. El Ama todavía estará ocupada algún tiempo." Kelly la miró un instante, luego cerró la puerta, con aquella mirada fría e imparcial de nuevo en su rostro.

Lynne volvió a mirarse y empezó a caminar calle arriba hacia los escalones que conducían a Darlinghurst Road. Intentó cruzar la calle pero tuvo que esperar a que pasara una grúa de la policía de aparcamientos. Vio el coche, sabía que era su coche el que remolcaba, pero no le importaba. Solo quería subir hasta las tiendas de The Cross.

Lynne miró a la gente que la rodeaba mientras caminaba por el corazón de la parte más sórdida de Sydney. Observó a las fulanas de pie en las puertas y esquinas. Observó su vestimenta. Quería parecer como ellas. Quería parecer una fulana callejera.

Se metió en una tienda de ropa unisex y empezó a rebuscar en las estanterías, buscando ropa de puta. Vio a una pareja joven cerca de los probadores. La joven de pelo negro no era muy atractiva. Pero su novio sí.

"Puedes hacerlo mejor que esa." Pensó para sí misma mirando al hombre que había captado su atención. "No vas a sacar nada de la Señorita Pura y Virginal."

Lynne vio a la mujer con la que él estaba meterse en un probador con un par de los vestidos más feos que había visto en su vida.

"Hacen juego contigo." Se dijo a sí misma.

El novio estaba detrás de una estantería de vestidos, simulando mirarlos, intentando que no se le notara. Lynne deambuló hasta la estantería y le sonrió mientras pretendía buscar en el bastidor rotatorio de 'ropa de iglesia'. Él le devolvió la sonrisa nerviosamente mientras Lynne se acercaba más a él.

"¿Qué opinas de estos pantalones cortos?" Dijo mientras tomaba su mano y la apretaba contra la entrepierna de sus vaqueros cortados. El hombre pareció cortado por un momento, luego sintió que los dedos empezaban a moverse entre sus piernas.

"Así que te gusta el tacto de mis pantalones. ¿O te gusta el tacto de lo que hay debajo de ellos?" Sus ojos estaban clavados en la estantería de ropa mientras sus dedos la palpaban. Obviamente no tenía ni idea de cómo tocar a una mujer. Así que Lynne tomó su mano de nuevo con la suya y le ayudó.

Se mordió el labio mientras le guiaba los dedos al clítoris, y le ayudaba a acariciarlo suavemente. "Eso es, ahora más rápido." Le susurró mientras su cuerpo respondía a sus caricias.

Podía sentir una mancha húmeda extenderse por la entrepierna de sus bragas mientras la acariciaba entre las piernas. Había esperado tanto, solo esperaba poder controlar el ruido que haría cuando se corriese.

"¿Qué te parece?" Dijo su novia mientras retiraba la cortina y buscaba por la tienda. "Daniel..."

"¡Zorra!" Gruñó Lynne sin aliento cuando sintió que su mano se retiraba de ella. Vio como Daniel se escabullía y decía a la vaca fea lo bien que se la veía.

Lynne les estaba observando cuando sintió una mano en su trasero.

"Quizás yo pueda echarte una mano." Dijo nerviosamente un voz chirriante detrás de ella. Se dio la vuelta y vio a un muchacho con la cara llena de granos con camisa y corbata y una insignia en el bolsillo que decía 'Luke'.

"Puede que tenga algo en la parte de atrás que te gustaría ver." Dijo Luke con los ojos muy abiertos y excitados.

"Seguro, Luke." Dijo Lynne con sonrisa perversa. "Enséñame lo que tienes."

Luke llevó a Lynne por una puerta que decía 'Personal solamente', luego a un pequeño comedor en la parte de atrás. Cerró la puerta tras ellos, luego arremetió contra ella y la agarró con rudeza entre las piernas.

"Vas a empezar suavemente." Dijo Lynne. Le tomó la mano y le enseñó a hacerlo. A Lynne le gustaba hacer de profesora.

"¿Cuántos años tienes, Luke?" Preguntó mientras guiaba sus dedos hacia arriba y bajaba la cremallera de sus ajustados pantalones.

"16, bueno 17 al año que viene..." Replicó Luke con orgullo. Las caderas de Lynne empujaron contra su mano y gimió cuando dijo que solo tenía 15.

"Y ¿qué es ese gran bulto de tus pantalones, Luke?" Dijo provocadora. Luke le agarró la mano y la empujó contra la protuberancia de sus pantalones.

"Se me ocurre algo que te gustaría más, Luke." Dijo ella mientras se ponía de rodillas, con su bulto a solo unas pulgadas de la cara. Le soltó el cinturón y la cremallera y le bajó los pantalones y los calzoncillos con un movimiento rápido. Su pene tieso quedó sobresaliendo bajo la parte inferior de la camisa.

Lynne lamió las gotas de líquido preseminal de la cabeza de su joven pene y lentamente deslizó su boca sobre él. "Oh, mierda..." Le oyó gritar.

Le pasó la lengua por la sensible parte inferior del pene y le sintió palpitar en su boca, le lamió de nuevo y se le corrió en la boca. Su cuerpo se estremecía  cada vez que salía su corrida por el orificio del pene y bajaba por la garganta de ella.

Lynne estrujó hasta la última gota de corrida de su pene, luego le miró y abrió la boca para que pudiera ver su corrida lechosa y blanca sobre su lengua. La observó impresionado en silencio mientras Lynne se la tragaba.

"Estoy desarrollando una afición por las corridas jóvenes." Pensó Lynne para sí misma, mientras se ponía en pie y se bajaba la cremallera de sus pantalones. Daniel avanzó la mano tirando hacia abajo de la parte de arriba de sus pantalones y Lynne notó la expresión de su cara cuando sintió lo húmeda que estaba ella allí.

Lynne echó la cabeza atrás para disfrutar de los dedos jóvenes y tanteadores y de repente una sensación de pánico la asaltó desde ningún sitio. El reloj de la sala de almuerzo indicaba las 12:13.

"¡Oh, mierda!" Gritó Lynne mientras le retiraba la mano y atacaba con torpeza y prisa la cremallera. "¿Qué pasa?" Preguntó Daniel, pensando que había hecho algo mal.

"Nada Daniel, eres un buen chico, pero tengo que irme." Se inclinó hacia delante para besarle pero él volvió la cara. Acababa de ver su corrida en su boca hacía unos pocos minutos y no habría forma de que besara ahora esa boca. Lynne no lo podía entender pero sonrió al muchacho.

Durante los siguientes veinte minutos Lynne corrió de tienda en tienda. Tiendas de ropa de segunda mano; joyerías; droguerías. Cualquier sitio en que pudiera encontrar lo que necesitaba.

Se puso la ropa de puta en los probadores de la tienda en que trabajaba el joven Daniel. Él la vio entrar vestida con sus pantalones cortos de algodón y la falda pero casi no la reconocía cuando salió.

"Guárdame esto ¿lo harás Daniel?" Le dijo mientras le pasaba una bolsa de Woolworth con su ropa de 'mujer normal' dentro. "Volveré y me la llevaré. Quizás puedas volver a enseñarme el comedor del almuerzo... Adiós."

Para las 12:55 Lynne estaba de vuelta en los escalones de la casa de la Mujer Rubia. Ahora tenía un aspecto muy distinto con su ropa de puta. Captó una imagen de sí misma en el vidrio coloreado de la ventana lateral cercana a la puerta.

Le gustaba el aspecto que tenía. Botas rojas de cuero altas y ajustadas, medias rojas de malla, falda de cuero blanco brillante tremendamente corta que le habían costado sobre 200 dólares.

Había estado buscando un top cualquiera pero se había puesto nerviosa por la hora. Así que decidió ponerse su blusa blanca de manga larga sin sostén y desabrochada. Solo atada con un nudo por debajo de sus grandes pechos. Se volvió a sentar en los escalones para esperar. Para esperar lo que hiciera falta.

"¿Qué es lo que quieres, Lynne?" Era la Mujer Rubia. Lynne se giró pero la puerta seguía cerrada.

"¿Qué es lo que quieres, Lynne?" Su voz sonó más impaciente esta vez.

"Yo... necesito hablar con usted." Dijo Lynne mientras miraba hacia el portero automático junto a la puerta.

"Entonces habla."

"Yo... necesito verla..."

"Es pronto, no te esperaba hasta mañana. Eres una putilla ansiosa ¿verdad?" Una pareja anciana que pasaba por la calle miró a Lynne. Obviamente habían oído lo que le habían dicho. La Mujer Rubia estaba tratándola de nuevo como a una puta y a Lynne le encantaba.

"¿Qué es lo que quieres, Lynne?" Lynne supo que esta vez tenía que contestarle.

"Solo quiero volver a ser su puta, Ama." Lynne se acercó al portero automático, y se inclinó hacia la pared, con la cara a solo unas pocas pulgadas del intercomunicador.

"¿Te masturbaste ayer, después de que tu marido te dijera que no lo hicieras?"

Su Ama la había vuelto a pillar con la guardia baja, pero ella ya era mejor en este 'juego' que el pasado fin de semana.

"Sí, Ama, lo hice, quiero decir que empecé pero me interrumpió antes de que me hubiera corrido." Lynne sintió la humedad de su cuerpo extenderse por la entrepierna de sus bragas nuevas.

"Serás castigada por eso más adelante, Lynne. Pero tu pequeño vibrador no tenía pilas ¿verdad, Lynne? Así que ya me dirás como mi putilla intentaba correrse." La voz de su Ama era ahora más alta, debía haber subido el volumen para que la gente que pasara pudiera oír más claramente.

"No Ama. Mi vibrador no tenía pilas, así que intenté usarlo como consolador, y me follaba a mí misma con él, ... pero encontré una forma mejor de usarlo. Me di por el culo con él, Ama. Mientras me lo deslizaba dentro y fuera de mi trasero me acariciaba. Y todo el tiempo estaba pensando en usted, Ama. Imaginaba que me estaba viendo masturbarme, observando como me deslizaba el vibrador dentro y fuera de mi culo..."

La gente que pasaba por la calle reaccionaba a lo que se estaba diciendo en el porche de la casa de diferentes maneras. Algunos disminuían el paso para poder escuchar tanto como pudieran de lo que la mujer que estaba de espaldas a ellos estaba diciendo. Otros mascullaban insultos y se alejaban rápidamente; y luego un grupo de chicos de 12 y 13 años se pararon al pie de los escalones mirándola.

"Estás desesperada por conseguir algo de alivio, ¿verdad, putilla?" Dijo en alto la voz a través del intercomunicador. Lynne apoyó el hombro contra la pared para que su espalda se volviera hacia los ojos que la miraban desde la calle.

"Sí, Ama. Por favor déjeme entrar. Haré cualquier cosa por usted, por favor..."

"Quieres decir por favor déjeme que me corra, ¿verdad, putilla salida?" Lynne no contestó, volvió la cabeza y miró a los jovencitos que la señalaban y ser reían de ella.

"Me gusta lo que llevas, no obstante." Dijo la voz de su Ama por el intercomunicador. Lynne miró alrededor del porche y vio una cámara de vigilancia apuntando hacia ella. "Pareces una fulana."

"Sí, Ama, soy una fulana, soy su fulana." La mano de Lynne se tocó a sí misma a través del cuero de su falda. No podía dejar de tocarse sabiendo que su Ama estaba mirando.

"¡No, no lo eres!" Dijo la voz, enfadada. "Eres una puta, pero no una fulana. Y eso es un problema, Lynne."

"Soy una fulana. Soy su puta, su fulana..."

"No confundas ser una puta con ser una fulana, Lynne. En muchos sentidos son exactamente cosas opuestas."

Lynne no entendía. "Yo... yo puedo ser fulana para usted, puedo ser lo que quiera que sea."

Hubo un largo silencio durante el cual Lynne sintió que en su cara empezaban a aparecer gotas de sudor nervioso.

"Sé que es lo que quiero que seas, Lynne, y conseguirlo es lo que pretendo, debes ser puta y fulana, y más. No muchas mujeres pueden ser todo lo que yo quiero que sean." Lynne sabía lo que su Ama quería; y lo que ella quería ser.

"Quiero ser su esclava, Ama. Haré lo que haga falta para ser su esclava."

Era la primera vez que Lynne había usado esa palabra para ella misma, y jamás una palabra la había excitado tanto en su vida. De repente se dio cuenta de que era en esto en lo que estribaba todo. Y entonces lo supo. Quería ser esclava de la Mujer Rubia. Así había sido desde aquella noche en el garaje cuando se arrodilló por primera vez a sus pies. Pero solo ahora se había dado cuenta y lo había aceptado.

"Si quieres ser mi esclava entonces tendrás que ser más que solo una puta, más que solo una fulana, y ni siquiera eres todavía una fulana. ¿Te das cuenta del problema, Lynne?"

"Puedo ser fulana. Solo dígame que tengo que hacer." Lynne seguía suplicando a su Ama, pero su voz era más relajada. Ahora sabía lo que quería. Sabía a donde le llevaba todo esto.

"Entonces veamos que tal fulana eres, Lynne." El Ama hizo una pausa cuando vio que Lynne cerraba los ojos. Era como si la palabra fulana le hubiese acariciado la húmeda entrepierna." Pero una fulana de la calle necesita protección. Necesitas un chulo, Lynne. Tony será tu chulo, te cuidará. Deja el bolso en la puerta y vete con él. Vuelve aquí el martes a medianoche. Sabré lo buena fulana que eres por la cantidad de dinero que hayas hecho para tu Ama vendiendo tu cuerpo."

Lynne oyó el clic del interfono, y supo que la conversación había terminado. Se dio la vuelta y miró abajo al pie de los escalones. Los chicos que se reían se habían ido. Donde estaban había ahora un hombre enorme de piel oscura con chaqueta deportiva y corbata. Parecía un isleño, de Tonga o Samoa.

Lynne dejó el bolso delante de la puerta y bajó hacia el hombre de piel oscura.

"Hola, Tony." Dijo con suavidad. No podía ver sus ojos tras las gafas oscuras, pero podía sentirlos sobre su cuerpo.

"Sígueme, Lynne." Fue todo lo que dijo mientras se daba la vuelta y empezaba a andar hacia Kings Cross.

Lynne siguió tras él. "Me están convirtiendo en fulana." Se dijo para sí misma; y le encantó como sonaba.