Lynne 20 : LA CHICA DE BLANCO
Transcribo estos relatos aqui como justo homenaje a su autor Just Another Bloke (Solamente otro tio).
Lynne:
CAPÍTULO 20. LA CHICA DE BLANCO
Lynne limpió el revoltijo del suelo, pero, siguiendo las instrucciones de su marido, no se lavó. Tomó el diario del dormitorio y se tumbó en una toalla vieja sobre el frío suelo de baldosas de la lavandería y releyó donde se había quedado.
"El mercado de esclavos en Australia lo lleva una organización llamada 'La Sociedad Pauline Reage'. No sé lo que significa ni como funciona pero sé que están muy organizados y que todo es muy serio. Organizan las subastas y supervisan todo, pero eso es realmente todo lo que sé."
Lynne pensó en Andrew, el vecino, un instante; pensó en todas las veces que habían hablado y tonteado los dos y pensó en lo que debía pensar de ella ahora. Quizás su marido o la Mujer Rubia le hicieran hacer algo asqueroso con, o para, Andrew; ese pensamiento llevó una sonrisa a la cara de Lynne.
Estaba tumbada sobre el estómago descansando la cabeza en la mano pero el suelo era frío y duro e incómodo. Se dio la vuelta sobre un costado y se le cortó la respiración cuando se vio en el espejo recostado en la pared frente a ella. Era un espejo de cuerpo entero enmarcado en plástico verde; pensaba que lo habían tirado hacía años.
Tenía tantos pensamientos arremolinándose en la cabeza que no lo había visto hasta que se dio la vuelta sobre el costado y vio su imagen a solo unos pies. Sabía que la mujer del espejo era ella pero ya no la conocía. Estaba desnuda excepto un par de bragas manchadas, el pelo revuelto y despeinado, lo mismo que la cara, estaba cubierto de manchas blancas de semen seco. Su entrepierna y sus piernas estaban pringosas y pegajosas.
El cuerpo de Lynne reaccionó ante la imagen de sí misma en el espejo como su marido sabía que lo haría. Se miró mientras pasaba levemente las manos sobre su cuerpo, y gimió suavemente mientras sus dedos frotaban su entrepierna. Sabía que era así como los hombres la veían; y le gustaba que la vieran de esa forma. Sus dedos juguetearon cerca de la entrepierna y luego desaparecieron por debajo del borde superior de sus bragas manchadas, mientras su mente estaba perdida en la imagen de sí misma en el espejo.
Oyó el chirriante timbre del teléfono inalámbrico que había traído consigo a la lavandería pero no se enteró de que estaba sonando hasta que se paró. "¡Oh, mierda!" Juró en voz alta cuando el repentino silencio la sacó del trance en el que había estado. Se sentó rápidamente agarrando el teléfono del suelo junto a ella. Sabía que debía haber sido su marido. Él había puesto allí el espejo; él le dijo que se tumbara así en el suelo para que no pudiera evitar verse en él; ver en que se había convertido. Y él sabía lo que estaría haciendo ella.
Lynne tomó el teléfono en sus dedos pringosos esperando que volviera a sonar, con el pulgar descansando sobre el botón azul de 'Hablar'. Lo miró deseando que sonara otra vez, pero no lo hizo. "¡Mierda!" Volvió a jurar. Su marido sabría que había estado masturbándose sin permiso mientras se miraba en el espejo.
Sus manos temblaban mientras marcaba el número del móvil de su marido. Estaba ocupado, presionó una y otra vez la rellamada cada vez más desesperada. Sabía que él estaba llamando a la Mujer Rubia para decirle que le había vuelto a desobedecer.
Lynne deseaba presionar el botón de 'Apagado' cuando escuchó el timbre, temía lo que él podría decirle; lo que podría hacer.
"¿Estás en el suelo de la lavandería, Lynne?" Sonaba tranquilo, casi amistoso, quizás no le había llamado antes.
"Sí." Contestó rápidamente. "Sí, Amo. Hice exactamente lo que me dijo que hiciera."
"Pero yo no te di permiso para masturbarte, ¿verdad, Lynne?"
"No, Amo." Su voz transmitía su aflicción y su culpa por su propia desobediencia y falta de control. "Siento haberle fallado de nuevo, lo siento pero es todo tan confuso..."
"¿Qué ves en el espejo, Lynne?"
"Me veo a mi misma de la forma en que me ven los demás; de la forma en que quiero que me vean los demás. Me veo a mi misma por lo que soy." Las palabras le salieron rápidas y fáciles, su respuesta no era una en la que necesitase pensar, era natural. "Me gusta lo que veo."
"¿Qué es lo que eres, Lynne? ¿Qué es lo que ves que te gusta?" Lynne se dio la vuelta sobre un costado de nuevo y descansó la cabeza en la mano que sujetaba el teléfono.
"Veo una mujer que ha sido usada; una mujer a la que le gusta ser usada. Es una viciosa y una fulana, pero es mucho más que eso. Es una mujer a la que le encanta la sensación de una lengua de perro entre sus piernas; una mujer que disfruta siendo flagelada y humillada; una mujer que se levantaría la falda y humedecería sus bragas en público si se le dijera que lo hiciese; una mujer que adora y necesita que la maltraten. La veo, sé lo que es ella, pero no sé si hay una palabra para describir lo que es."
"¿Te estás tocando, Lynne?"
"No. Me gustaría, lo necesito, pero no lo haré sin su permiso."
"Ponte la mano entre las piernas, deslízala por debajo de las bragas y aprieta con fuerza tu dedo medio contra el clítoris. No muevas el dedo, limítate a dejarlo allí." Lynne dejó escapar un suave y lento suspiro de placer mientras veía como su mano serpenteaba por su cuerpo abajo en el espejo. Vio lo roja que estaba su cara y cuanta pasión había en sus ojos mientras deslizaba la mano bajo el elástico de sus bragas sucias. Gimió en voz alta cuando su dedo apretó con fuerza su clítoris.
"Te gustó la historia de Mónica sobre lo que hizo con Rex, ¿verdad?"
"Sí, Amo." Susurró Lynne.
"Mónica se puso a cuatro patas y dejó que un perro se la follara, Lynne."
"Sí." Gimió Lynne.
"Mónica se corrió follando con un perro, Lynne."
"Oh, dios, sí... lo hizo. Se corrió follando con un perro la sucia putilla. Se corrió con la polla tiesa de un perro dentro de ella..."
"¿Quieres correrte así, Lynne?"
Hubo una pausa, un instante de silencio mientras Lynne pensaba en ello y se miraba en el espejo. "Sí. Sí que quiero."
"Quizás te deje correrte de esa forma con Rommell. Quiero que pienses en ello un momento; piensa en lo que sería ponerte a cuatro patas para que Rommell pueda follarte. Puedes jugar con tu cuerpo mientras lo piensas, pero no te corras." Tras eso se cortó la conexión.
Lynne estaba todavía mirándose al espejo, vio la expresión salvaje de su cara y sus ojos. Quería hacerlo con Rommell, el gran Rottweiler de su marido. Encontró sorprendentemente fácil admitir para sí misma que quería que Rommell se la follara; ella y el gran Rottweiler solos sobre el suelo de la lavandería. Sin audiencia. Sin la humillación de tener gente mirándola. Quería hacerlo por su propio placer, no para diversión de otros sino por ella, para sí misma.
Había estado escondido en su mente desde que Mónica le contó su experiencia, y había pensado en ello la noche antes, cuando su marido la había engañado para hacer otra cosa con Rommell. Lynne no quería admitir que deseaba hacerlo, en todo caso no hasta ahora.
Lynne se miró en el espejo mientras se masturbaba e imaginaba hacerlo con el gran Rottweiler. En su fantasía lo hacía de la forma en que lo había descrito Mónica. A cuatro patas con él entrando desde atrás. No le había costado mucho ponérsela dura, y, aparte de ayudarle a metérsela dentro, no necesitaba que le animaran. Una vez dentro de ella él tenía el control. Lynne se limitaba a estar a cuatro patas sobre el suelo y a sentirle disfrutar de ella y a disfrutar de él. Se miró en el espejo; vio lo que él le estaba haciendo.
"Fóllate a tu zorrita." Gimió. "Soy tu zorrita en celo."
En su mente se corría cuando él eyaculaba en su interior y se desplomaba en el suelo exhausta tan pronto como su gran polla salía de ella. Era un orgasmo tan fiero como nunca lo había tenido. La dejaba aturdida y sin aliento sobre el frío suelo embaldosado de la lavandería.
Mientras el orgasmo imaginado se diluía, se encontró de repente la borde de un orgasmo real mientras fantaseaba y se masturbaba y se miraba en el espejo.
Lynne se obligó a quitar la mano de dentro de sus bragas manchadas. Miró al teléfono esperando que sonara y sabiendo que no lo haría. Sabía que su marido no iba a permitirle excitarse.
Se asustó por un ruido repentino en el exterior. Rommell estaba al otro lado de la puerta de la lavandería. Podía oírle jadear y emitir gruñidos sordos. Era como si supiera que había una zorra en celo esperándole al otro lado de la puerta. Arañó la puerta unas cuantas veces con sus enormes zarpas, provocando cada vez un escalofrío de excitación en la médula de Lynne.
Deseaba de tal manera hacer lo que había fantaseado y de alguna manera Rommell lo sabía. Todo lo que tenía que hacer era abrir la puerta y colocarse para él. Intentó controlarse pero su mano se levantó y descansó sobre el picaporte de porcelana de la puerta. Su mente iba a toda prisa mientras giraba el picaporte para abrir la puerta y dejarle entrar. Sabía que no debería hacerlo; pero todavía podía escucharle respirar; escucharle emitir esos gruñidos apagados; la deseaba tanto como ella a él; estaba justo al otro lado de la puerta...
De repente retiró la mano. En su mente podía ver a Rommell allí al otro lado de la puerta; su polla tiesa y preparada para ella; pero podía ver a su marido de pie junto a él mirándola con asco.
Quizás su marido estuviera allí, quizás no estuviera. El corazón de Lynne latía con fuerza; podía sentir el pulso en las arterias de su cuello; y podía sentir su coño palpitar; deseaba tanto hacerlo; pero sabía que no podía; al menos por el momento.
Le llevó un buen rato calmarse. Se echó agua fría en la cara en el lavabo de la esquina de la lavandería, notó que sus manos temblaban mientras las mantenía bajo el chorro de agua.
Finalmente recuperó alguna apariencia de control y se tumbó en el suelo de nuevo, mirando a la puerta y a sí misma en el espejo. Al rato oyó que Rommell se iba y supo que el que no siguiera allí hacía más fácil para ella calmarse. La tentación que tanto le había costado resistir ya no estaba al otro lado de la puerta.
Aunque no había pasado nada en realidad, la experiencia la había agotado emocional y físicamente, se quedó dormida unos instantes después de que él se fue.
Cuando se despertó levantó la cabeza y se miró de nuevo en el espejo. Vio la expresión de su cara y sonrió para sí; luego se rió tranquilamente de sí misma. Le encantaba la forma en que la trataban en este mundo de Esclavas y Amos. Pertenecía a este mundo.
Al cabo de un rato Lynne releyó una vez más la última parte de lo que había escrito.
"El mercado de esclavos en Australia lo lleva una organización llamada 'La Sociedad Pauline Reage'. No sé lo que significa ni como funciona pero sé que están muy organizados y que todo es muy serio. Organizan las subastas y supervisan todo, pero eso es realmente todo lo que sé."
Lynne tomó la pluma y empezó a escribir de nuevo:
Mónica no entendía o no sabía mucho de La Sociedad y no parecía importarle. Sospecho que ninguna de las esclavas lo sabía realmente. Pero todavía estaba intrigada por lo que Mónica había dicho de su anterior propietaria.
"Mónica." Susurré. "Dijiste que el Ama te compró a otra mujer y que esperabas que ni Kelly ni Rebecca acabaran siendo de su propiedad. ¿Por qué? ¿Cómo te metiste en todo esto...?"
"Es una larga historia, Lynne. Yo era sumisa desde muy joven. Incluso de jovencita solían gustarme los juegos en los que me ataban. Solía atarme a mí misma cuando me masturbaba y hacía todo tipo de cosas con mi cuerpo." Mónica soltó una risita tonta y me miró avergonzada. "Tuve algunos novios 'normales' con los años pero nunca funcionaba. Realmente no sabía lo que quería. Siempre me atraían las otras chicas pero nunca había jugado a hacer nada en ese sentido. Así que me masturbaba mucho y seguía experimentado con el autosadismo. Entonces empecé a trabajar con una mujer que realmente me atraía; se parecía mucho a ti, Lynne." Mónica se detuvo y sus ojos se encontraron con los míos en el silencio.
"De todas formas siempre intentaba por todos los medios ignorar mis sentimientos hacia otras chicas, ya me hacía sentirme lo bastante extraña la otra cosa que hacía conmigo misma. Pero la mujer que se te parecía lo cambió todo. No podía ignorar mis sentimientos hacia ella. Estaba casada y ella y su marido estaban en todo esto. Para resumir esta larga historia, hice el amor con la mujer después de una fiesta en su casa una noche y lo siguiente que supe era que empecé a trabajar de fulana en un burdel de Canberra. Y luego me entregué a ellos como esclava. Había encontrado lo que deseaba. Pero al cabo de unas semanas me llevaron a una subasta y me vendieron.
En aquel momento ser 'vendida' era la experiencia más increíble de mi vida y había tenido muchas experiencias increíbles. Pero la mujer que me compró era fea y aburrida. Todo lo más que hacía siempre era follarme por el culo con un consolador con arnés, hacerme que la comiera, y prestarme a sus amigas tortilleras para hacer lo mismo. Ya era bastante malo pero la peor parte era su otra... afición."
Hablar de lo que su Ama anterior le había hecho ponía nerviosa a Mónica, y no podía imaginar como encajaría yo lo que había tenido que soportar Mónica, así que intenté cambiar de conversación. "Pero al final acabaste aquí."
"Sí, una noche mi Ama me vistió sin decir nada y me llevó a las subastas. Me hizo parecer lo peor que pudo. Había engordado mucho; no me había permitido ducharme ni bañarme en días; me cortó el pelo con trasquilones y todo revuelto; me vistió con ropa vieja desaliñada que me quedaba fatal y el único maquillaje que me puso fue un montón de sombra de ojos y rímel. Resultaba tan fea y fuera de onda.
Cuando me pusieron en la exposición nadie pujaba; creo que eso era lo que mi Ama había deseado. Quería humillarme al no tener ni una oferta. No puedo explicar como era estar allí sabiendo que nadie me quería. Solo estar allí mientras el subastador intentaba encontrar algo bueno que decir de mí; conseguir que alguien ofreciera algo por mí. Podía ver a la gente reírse de mí, y cuchichearse cosas unos a otros respecto a mí.
El subastador preguntó una vez más si había alguna oferta antes de retirarme desacreditada; y entonces una voz dijo '150.000 dólares'. Miré y vi que una Mujer Rubia había hecho la puja. Era la mujer más hermosa que había visto jamás. Puedo asegurar que mi Ama estaba furiosa, no se esperaba que nadie me quisiera. Y por lo que me habían dicho no puedes pujar por tu propia esclava. 150.000 dólares no es mucho por una esclava, algunas llegan hasta el millón, pero no me importaba. Le estaba tan agradecida por pujar por mí. Y todavía lo estoy. Vio algo en mí que no vio ningún otro en la subasta. Eso fue hace siete meses y desde entonces he hecho todo lo que he podido para agradar al Ama. Moriría por ella, Lynne."
La expresión de la cara de Mónica me indicaba que sentía lo que decía, y me asustó un poco. ¿Moriría yo por el Ama? ¿Tal vez debería?
Mónica se quedó muy callada después de eso. Revivir lo que su Ama anterior le había hecho le hizo retraerse durante un rato. Pero hizo que me diera cuenta de que había gente como esa fuera de allí que podía acabar poseyéndome. Era un riesgo que estaba dispuesta a asumir. Pero yo no iba a ser vendida esa noche. Mónica y yo nos tumbamos en nuestras literas en silencio, a solas con nuestros pensamientos y nuestros miedos, durante un buen rato después de esa conversación.
Al cabo de algún tiempo, no tengo ni idea de cuanto, Trevor entró en la sala de las jaulas. "Escucha Lynne." Me susurró Mónica con voz apresurada. "Hagas lo que hagas, no la cagues en la subasta de esta noche. Son como una puñetera Boda Real o algo así para las Amas y Amos. Hagas lo que hagas, no la cagues esta noche." Fueron sus últimas palabras justo cuando Trevor se acercaba a mi jaula.
Abrió la puerta y me enganchó una correa a mi collar. Empezó a arrastrarme fuera de mi litera y de repente se detuvo y me miró. Tenía unos ojos que hacían que quisieras apartar la mirada; pero me esforcé en sonreírle. Sin decir nada me agarró y empujó mi cara contra su entrepierna. Pasé la lengua por la silueta de su polla fláccida a través de sus vaqueros bastos y sentí que empezaba a ponérsele dura. Le bajé la cremallera, le saqué la polla y la rodeé con los labios. Trevor se limitó a agarrarme del pelo y a follarse mi cara hasta que se corrió con la polla muy dentro de mi garganta. Parecía gustarle como me sofocaba y asfixiaba e intentaba tragar toda su corrida caliente y salada, y empujaba su polla aún más abajo por la garganta, haciendo que me sofocara y asfixiara aún más.
Cuando acabó me llevó por el laberinto de corredores y escaleras hasta lo que parecía un garaje o un taller; y luego a una sala adjunta que era obviamente su dormitorio. Era una habitación pequeña, desordenada, escasamente amueblada con una cama sin hacer contra una pared y una tele y un sofá frente a la cama. Había un hombre sentado en el sofá viendo un partido de criquet en la tele.
"Bueno..." Dijo Trevor cuando él me tuvo delante. "¿Qué te parece?" El hombre llevaba un mono azul oscuro asqueroso y estaba bebiendo una lata de cerveza Tooheys. Sus ojos se lanzaron sobre mi cuerpo y luego volvieron a la tele.
"Pensaba que me ibas a volver a traer una de esas rubias jóvenes." Dijo el hombre con voz desilusionada.
"No pude conseguirte ninguna de esas. Siempre puedes irte a casa y follarte a tu mujer." Los dos se rieron ruidosamente. "¡Que le den por el culo! ¡Lo hará ella!"
"Súbete a la cama." Me dijo Trevor con aquellos horripilantes ojos con los que miraba puestos en los míos. El hombre no parecía en absoluto tener mucha prisa por follarme. Él y Trevor estaban más interesados en ver las repeticiones de un 'catch' que había conseguido Ricky Ponting. Finalmente, después de ver una docena de repeticiones desde doce ángulos distintos, el hombre se levantó y se dirigió hacia mí, pero todavía miraba a la tele mientras lo hacía. Que le facilitaran una mujer a la que follar no era obviamente nada nuevo ni especial para el compinche de Trevor.
Se abrió la parte delantera del mono, y se bajó los pantalones y la ropa interior. Su gran polla sin circuncidar colgaba entre sus piernas. "¡Vamos!" Dijo impaciente. Me incliné hacia delante y deslicé su polla en mi boca y la chupé y le pasé la lengua por ella intentando ponérsela dura. Cuando estuvo listo me retiró y saltó sobre la cama encima de mí. Luego su atención se dirigió de nuevo al criquet de la tele. Glen McGrath había superado a otro de los bateadores de Sri Lanka, haciendo rodar al suelo la estaca central. El hombre que estaba encima de mí vio todas las repeticiones con la polla empujando contra mi coño. Estaba ya solo semi erecta cuando finalmente volvió a dedicarme su atención y empezó a intentar metérmela dentro.
Olía a sudor y a grasa y a cerveza mientras me follaba y me agarraba las tetas. No estaba ni remotamente interesado en si yo disfrutaba o no, estoy segura que para este hombre el sexo era siempre así, de modo que me limité a estar allí tumbada y cerré los ojos mientras me usaba; con el sabor agrio de la corrida de Trevor persistiendo todavía en mi boca.
Al hombre le llevó un buen rato correrse, pero finalmente sus gruñidos se hicieron más ruidosos y más intensos y de repente se quedó fláccido, con todo el peso de su cuerpo apretando el mío hacia abajo.
"Consígueme una de las rubias jóvenes la próxima vez, ¿vale, amigo?" Dijo mientras se retiraba de mí y se arrastraba fuera. "Puedo conseguir putas como esta en cualquier parte. Consígueme una de las rubias jóvenes la próxima vez, eh..."
Yo sabía que el único sexo que practicaba este hombre era el que pagaba o el que le conseguía Trevor con las esclavas; estaba segura que su esposa sentía lo mismo follando con él que el que él sentía follando con ella. Sus comentarios despectivos no me importaban. Sentía pena por él porque obviamente se creía lo que estaba diciendo. Un hombre con una polla como aquella tenía mucho que ofrecer a una mujer, pero un hombre con una actitud como aquella no tenía nada que ofrecerle.
"¡Vamos!" Dijo bruscamente Trevor mientras me bajaba de la cama y me arreglaba la falda y la blusa. Agarró mi correa y me llevó a uno de los baños. Por primera vez se me permitía bañarme sin vigilancia.
Eliminé todo rastro del hombre que me había follado y me enjuagué la boca y la garganta para eliminar lo que Trevor me había obligado a tragar. Cuando me sentí limpia me vestí con un uniforme limpio y blanco de esclava, me puse algo de maquillaje y perfume y esperé.
"¡Ponte las jodidas sandalias, puta estúpida!" Me gritó Trevor desde la puerta mientras me revisaba de nuevo el maquillaje. Me di la vuelta, sobresaltada por su voz alta y desagradable. No sabía lo que quería decir. Las esclavas nunca llevan calzado, nada en los pies salvo las uñas pintadas. Empecé a asustarme un poco. "Lo siento Señor, no..."
"¡Las jodidas sandalias de la jodida cesta donde estaba tu ropa, jodida puta estúpida!" Trevor se abalanzó sobre la cesta y agarró y sacó un par de sandalias planas de la cesta y me las tiró. "Lo siento Señor. No lo sabía." Tartamudeé nerviosa mientras me agachaba para ponérmelas. Seguía pensando en lo que Mónica había dicho. "Hagas lo que hagas, no la cagues esta noche."
Se la había mamado a Trevor de la forma que él había querido, su compinche parecía haber disfrutado follándome aunque hubiera hecho como que no; pensaba que lo estaba haciendo bien hasta que vi la expresión de la cara de Trevor. Creo que había visto las sandalias pero no sabía que se suponía que me las tenía que poner. Trevor me agarró con rudeza y me colocó un collar rojo alrededor del cuello y le enganchó una cadena, luego me arrastró hasta el vestíbulo.
Me llevó arriba a la sala de estar donde estaba sentada el Ama en uno de los sofás de piel. Tenía un aspecto exquisito con un traje de noche negro, su largo pelo rubio cayendo sobre los hombros y joyas caras brillando alrededor de su cuello y manos. Trevor le pasó mi correa y me arrodillé en el suelo a sus pies mientras Cherie le servía una copa de champán en una bandeja de plata. Cherie llevaba el uniforme de doncella francesa, que solía llevar Kelly; estaba sirviendo al Ama como solía hacerlo Kelly.
Desde donde estaba en el suelo podía ver por debajo de la falda de Cherie, podía ver la silueta de sus labios y la franja de pelo rubio contra las finas bragas negras que llevaba.
"¿Qué estás mirando, Lynne?" Preguntó el Ama.
"Yo... estaba mirando por debajo de la falda de Cherie, Ama."
"Es una bonita vista, ¿verdad?"
"Sí, Ama." Pensé que la había vuelto a cagar, pero parecía que no. El Ama se limitó a sonreírme y me dijo que le limpiara los zapatos. Me agaché y empecé a lamer la cara piel negra. Cuando sus zapatos estuvieron todos brillantes de saliva Cherie me pasó un paño para darles brillo.
De repente el collar me agarró de la garganta e intenté desesperadamente ponerme en pie mientras me arrastraban por el suelo.
"Llévala a la furgoneta con las otras." Oí decir al Ama mientras conseguía ponerme en pie. El collar seguía clavándoseme en le cuello mientras un hombre grande de piel oscura, vestido con pantalones negros, camisa blanca y corbata negra me llevaba escaleras abajo a un gran garaje. Abrió la puerta deslizante de una furgoneta negra y prácticamente me tiró dentro.
Kelly y Rebecca estaban acurrucadas juntas en el suelo frente a mí. El hombre enganchó en mi collar una cadena sujeta a un soporte del techo de la furgoneta. Pasé los dedos entre el collar y la garganta e intenté recuperar el aliento; mientras lo hacía volví a mirar a Kelly y Rebecca.
Rebecca parecía tan diferente de las otras veces que la había visto. Las veces en que era el Ama Rebecca vestida de forma tan atemorizadora, toda de cuero con grandes botas y látigo o fusta en la mano. Ahora solo parecía asustada.
El rostro cuya dureza tanto me asustaba era ahora pálido y suave; los ojos fríos que antes la hacían parecer tan cruel para mí, me devolvían la mirada sin nada más que miedo y confusión.
Kelly y Rebecca estaban acurrucadas juntas como dos muchachitas asustadas, sus collares enganchados al mismo soporte del techo de la furgoneta que el mío. Los ojos de Kelly se cruzaron un instante con los míos y vi el odio que sentía por mí. Creía que yo era parte de las razones por las que el Ama se deshacía de ella, pero yo no estaba tan segura. El Ama hacía las cosas por sus propias razones; estaba cansada de Kelly, eso no era culpa mía; Kelly debería haber hecho más para mantener al Ama interesada por ella.
De repente la furgoneta se sumió en la oscuridad mientras la puerta se cerraba de golpe. Las ventanas estaban ennegrecidas y un tabique separaba la parte trasera de la furgoneta de la delantera, nos sentamos en el suelo enmoquetado de total oscuridad.
No sé cuanto tiempo viajamos pero pareció mucho, quizás una hora o más; y a excepción del zumbido del motor y del tintineo de nuestras cadenas todo el viaje se hizo en silencio absoluto y oscuridad total.
Cuando la furgoneta se detuvo y se apagó el motor, el silencio y la oscuridad se hicieron casi insoportables. Sentí una gran sensación de alivio cuando se abrió la puerta de la furgoneta y la luz se derramó en la parte trasera. Pero cuando miré hacia Kelly y Rebecca vi que sus sentimientos eran directamente opuestos a los míos. Querían que la puerta siguiera cerrada, querían estar acurrucadas juntas en la comodidad de la oscuridad y el calor del cuerpo de la otra.
El hombre grande de piel oscura desenganchó las cadenas de los collares y nos sacó a rastras de la furgoneta. Estábamos en un enorme almacén con suelo de cemento. Reflectores plateados suspendidos del alto techo iluminaban el área con una luz blanca y brillante. Debía haber cerca de 30 furgonetas similares aparcadas a nuestro alrededor. En el otro extremo del almacén había filas y filas de BMW's y Mercedes y limusinas y todo tipo de vehículos caros.
Era una escena extraña; hombres y mujeres con trajes y vestidos caros; otras mujeres vestidas con todo tipo de uniformes para exhibir; algunas con cuero; otras con blusas y faldas cortísimas; otras con batas de seda muy fina; algunas no llevaban nada más que joyas incrustadas.
Nos llevaron medio a rastras hacia los vehículos de lujo valorados en millones de dólares aparcados en el otro extremo del almacén. El BMW negro del Ama estaba colocado en una plaza señalada como 'reservada' con un número pintado en el suelo que no puedo recordar.
"Lleva a estas dos al área de exhibición, Kenneth. Ella viene conmigo." El Ama tomó mi correa de las manos de Kenneth y me condujo por el almacén. Caminé tras ella como asumía que se suponía que debía hacer una esclava; pero nadie me había dicho ni enseñado como se suponía que debía comportarse una esclava en multitud de situaciones. Todavía tenía mucho que aprender.
Vi a Kenneth arrastrar a Kelly y Rebecca hacia una gran puerta de persiana. Dos hombres grandes vestidos con uniforme de Seguridad vigilaban sin expresión como Kenneth pasaba una tarjeta por la ranura del panel acceso de la pared. Zumbó un motor eléctrico y la gran persiana de la puerta gruñó y crujió mientras se elevaba lentamente. Es difícil describir la forma en que Kelly y Rebecca miraban mientras Kenneth se las llevaba hacia lo que les estuviera esperando al otro lado de la puerta levadiza. Perdidas, asustadas, sobrecogidas. Pero de alguna forma sabía que entre todas las emociones que estaban sintiendo habría un elemento de excitación. Había pensado en ello en la oscuridad y el silencio de la furgoneta mientras nos traían. Solo el pensar en ser 'vendida' me había excitado ciertamente, pero en ese momento yo no era la que iba a ser vendida.
El Ama se detuvo ante una puerta metálica blanca que parecía como una de esas grandes puertas de una cámara frigorífica. Dos hombres que parecían clones de los que vigilaban la puerta de persiana vigilaban mientras pulsaba algunos números en el teclado de la pared. Hubo un click y la puerta se abrió mostrando un largo corredor cerrado con lujosa alfombra dorada. En los laterales se alineaban estatuas blancas de mujeres desnudas en todo tipo de posturas eróticas, y del techo colgaban flores exóticas colocadas en recipientes de cerámica.
Caminamos lentamente, al Ama parecían gustarle las estatuas y la increíble combinación de fragancias procedentes de las flores. Dos mujeres asiáticas impresionantemente atractivas ataviadas como esclavas egipcias se inclinaron con gracia cuando nos acercamos. "Bienvenida a La Sociedad, Ama." Dijeron armoniosamente mientras pasábamos a su altura y entrábamos en lo que parecía un área de recibidor.
El recibidor daba a un auditorio o sala de baile enorme. Había cientos de hombres con traje y mujeres con vestidos de noche caros que se mezclaban y hablaban, mientras mujeres con faldas y blusas de plástico transparente servían champán en bandejas doradas. Había un escenario en medio de la sala, iluminada de tal manera que parecía como si el escenario estuviera flotando. Sobre el escenario estaban dos mujeres elegantemente bellas de pelo negro y largo que llevaban finas batas de seda blanca. Estaban sentadas junto a dos grandes pianos blancos marca Grand; la música que interpretaban era tan bella como las mujeres que la hacían.
"Buenas noches, Colin." Dijo el Ama. Supongo que debería haberme sorprendido más de lo que lo hice, pero ya me estaba acostumbrando a lo inesperado. Colin es un hombre de unos 45 años, alto, con pelo negro corto y un bigote muy perfilado. Resultaba bastante bien con su traje Charcoal Amani. Es un socio comercial de mi marido y hemos coincidido muchas veces en acontecimientos sociales.
"¿Puedo llevarte eso?"
"Sí, gracias, Colin." Replicó el Ama mientras le pasaba mi correa y caminaba por el suelo de mármol y marfil hacia el salón de baile. El collar volvió a clavárseme en el cuello cuando Colin tiró de él y me llevó hacia lo que parecía un guardarropa. La sala estaba pobremente iluminada y había al menos una docena de mujeres con varios tipos de uniformes de esclava, con las correas enganchadas a garfios del falso techo.
No quería mirar a Colin así que me fijé en las caras de las otras esclavas de la angosta habitación mientras Colin enganchaba mi correa en uno de los garfios. Me gustaba el aspecto que tenían. Una chica en particular mereció mi atención. Era muy joven y tenía un aspecto increíble. El contraste entre la inocencia de su cara y sus ojos y la cruda sexualidad que emanaba su cuerpo escasamente vestido me excitó; especialmente cuando me miró y me sonrió.
De repente la sala se sumergió en la oscuridad, la imagen de las chicas pervivía solo en mi mente. No sé por qué pero me eché mano abajo y me metí un dedo y me lo llevé a la boca para saborearme; sabía bien; quería que la chica del tanga y blusa blancos me saboreara.
Mientras la imagen de la chica de blanco se desvanecía empecé a pensar en la extraña sensación de estar allí de esa manera con las otras mujeres; esperando a que nos recogieran nuestros propietarios. Luego mis pensamientos volvieron a Colin. Siempre había sabido que le gustaba, pero no fue hasta que vi la mirada de su ojos la última vez que nos vimos que no me di cuenta de lo mucho que me deseaba sexualmente.
Mi marido y yo habíamos ido a un agradable restaurante para tener una cena tranquila y romántica. Llevaba una falda que era tan corta que apenas me tapaba la entrepierna cuando caminaba; a mi marido le encanta esa falda. Colin y algunos amigos estaban cenando en el restaurante. Mi marido se había acercado a su mesa unas cuantas veces y Colin había venido a la nuestra. Nos paramos en su mesa otra vez cuando nos íbamos y Colin hizo algún chiste sobre lo corta que era mi falda. No podía creérmelo cuando mi marido me levantó la parte delantera de la falda menos de un segundo en mitad del restaurante para que Colin, y cualquiera que estuviera mirando, tuviera una vista mejor. Todos habíamos bebido y solo fue una chispa de diversión, pero la mirada de los ojos de Colin me dijo lo mucho que deseaba levantarme la falda él mismo.
Me reí, porque había intentado estar enfadada con mi marido por hacer lo que había hecho, pero eso fue todo de lo que hablamos en el taxi camino de casa. Fue todo de lo que hablamos mientras follábamos cuando llegamos a casa; y fue la mirada de los ojos de Colin lo que vi cuando me corrí con la lengua de mi marido muy dentro de mí. ¡Parece que todo ocurrió hace tanto tiempo!
De repente la puerta se abrió de golpe y el fluorescente circular iluminó de nuevo la habitación. Colin cerró la puerta tras él y me miró. La expresión de su cara y sus ojos me dijeron en qué estaba pensando, qué era lo que quería.
"He estado esperando esto mucho tiempo, Lynne." Dijo en voz baja mientras me pasaba las manos por los hombros y las bajaba a mis pechos. Los tomó en su manos y los apretó con fuerza, chasqueando los pulgares sobre mis pezones. Luego levantó la mano y soltó la correa de mi collar. No dijo ni hizo nada más, no hacía falta, sabía lo que quería que hiciera yo.
Le besé y mordisqueé el cuello y bajé por su pecho y su estómago hasta que estuve de rodillas con su entrepierna delante de mi cara; pude ver que ya estaba empalmado. Le bajé la cremallera y le saqué la polla; no era muy grande pero estaba muy dura. Le lamí con suavidad la cabeza, sorbiendo el salado jugo lubrificante que goteaba del agujerito de su polla, luego le lamí el dardo y lo chupé con la boca.
"Oh, dios. He estado esperando esto tanto tiempo..." Volvió a decir mientras deslizaba su polla dentro y fuera de la boca. "¡Eso es jodida putilla!"
Podía sentir los ojos de las otras mujeres de la habitación puestos en mí, y podía ver a la chica de blanco con el rabillo del ojo. De repente Colin me hizo ponerme en pie, me giró, me apoyó contra la pared, me levantó la parte de atrás de la falda y se colocó entre mis piernas.
Parecía que yo estaba siempre húmeda estos días y su polla se deslizó con facilidad en mi interior; levanté el culo para que pudiera llegarme mejor. Colin me folló con la urgencia y la intensidad de un hombre que hubiera estado esperando mucho tiempo.
Estaba empezando a disfrutar de la sensación de su polla aporreándome dentro y fuera cuando gimió en voz alta y se corrió. Mi cuerpo pegaba con dureza contra la pared mientras me follaba salvajemente y chorreaba su corrida en mi interior. Luego se paró de golpe, dejó escapar un gruñido sordo y fuerte y me mordió en el cuello.
"La próxima vez me voy a follar ese bonito culito tuyo." Me susurró al oído sin aliento. "¡Limpia esto puta!" Me dijo rudamente y me arrodillé y le lamí la polla hasta dejarla limpia. Luego me apartó y me volvió a llamar puta. Obviamente le gustaba llamarme puta; pero no tanto como me gustaba a mí que me lo llamaran.
Me puse en pie y me arreglé la falda y la parte de arriba y Colin empezó a reírse en silencio. Se estaba riendo de mí, pero no estaba segura del por qué. Durante años había sido la respetable esposa de un colega y en general Colin me había tratado con respeto, incluso las veces en que la expresión de sus ojos mostraba lo que habría querido hacer conmigo. Ahora había hecho eso y más y sin duda tenía otras cosas en mente para mí cuando se presentara la ocasión. Supuse que era de eso de lo que se estaba riendo engreído; la respetable esposa de un colega que había demostrado no ser nada más que una puta barata. No me importaba nada que eso le divirtiera, no sentía ninguna vergüenza de lo que era, de lo que había llegado a ser.
Pero cuando alcé la mirada para mostrarle que no estaba avergonzada de lo que era, vi de qué se estaba riendo en realidad. Señalaba un pequeño charco de corrida en el suelo donde me había arrodillado para limpiarle la polla. "Estas goteando, Lynne." Dijo todavía riéndose. Me dijo que me levantara la parte delantera de la falda; la corrida rezumaba de mí y se escurría por el interior de mis muslos.
"Límpiala." Le dijo a la chica de blanco mientras le soltaba la correa.
"Sí, Señor." Contestó con voz dulce y suave. Sus ojos se encontraron un instante con los míos mientras se arrodillaba delante de mí y empezaba a lamerme las gotas de corrida del interior de mis muslos, lentamente, subiendo por mis piernas. Gemí suavemente cuando sentí la lengua en mis labios; y con más fuerza cuando metió de repente su lengua dentro de mí.
"No irás a excitarte con esto, putilla." Dijo Colin en tono burlón.
"No, Señor." Gemí intentando no disfrutar de lo que estaba disfrutando tanto.
"¿Dónde esta su lengua, Lynne?"
"Dentro de mí... dentro de mi coño..."
"¿Y qué está haciendo con la lengua?"
"Me... me... está lamiendo su corrida..."
"Te gusta tener su lengua dentro de ti, ¿verdad putilla?"
"¡Sí!" Jadeé. Se estaba excitando de verme intentar no excitarme; y me estaba poniendo aún más difícil no hacerlo. No podría soportarlo mucho más. "Creo que mi coño está limpio ahora, Señor, creo que ya puede parar..."
"Lo que una puta como tú crea no importa, Lynne."
"No, Señor... Lo siento..." Todo lo que podía hacer era morderme el labio e intentar no correrme. La chica de blanco me ayudaba sin que Colin lo supiera. Hacía lo que le había dicho y lamía y chupaba hasta la última gota de su corrida que hubiera en mí y dentro de mí; pero no dejaba que su lengua me tocara el clítoris. No habría podido evitar correrme si lo hubiera hecho.
Colin disfrutaba viéndome retorcerme con la lengua de la chica dentro de mí; pero quería que me corriera; quería que me corriera sin permiso y le estaba frustrando que fuera capaz de controlarme.
"¿Goteó algo de mi corrida por la raja de tu culo, Lynne?"
"¡NO!" Contesté rápidamente, sabía lo que estaba pensando. "No Señor, no goteó."
"Será mejor que nos aseguremos." Dijo con sonrisa de satisfacción. Hizo que me diera la vuelta y me agachara para que la chica de blanco pudiera llegar a mi culo. Gruñí en voz alta cuando su lengua se metió dentro de mí por allí. Nunca antes había tenido un orgasmo solo por estimulación anal. Si Colin no le hubiera dicho a la chica que se detuviese cuando lo hizo, habría tenido el primero de esa forma, con su lengua dulce y joven dentro de mi culo.
No sé porque Colin la detuvo cuando lo hizo. ¿Era porque sabía que iba a correrme; o era que pensaba que iba a poder aguantar y se estaba aburriendo? No creo que le importara en todo caso. Sabía lo cerca que estaba; sabía en que estado me encontraba cuando volvió a enganchar mi correa; sabía lo que me había hecho; y eso sin duda le gustaba.
La chica de blanco y yo intercambiamos miradas y sonrisas justo cuando la luz se apagaba y la sala volvía a sumergirse en la oscuridad. Pude oír la respiración de las otras mujeres y fue solo en ese momento cuando les dediqué algún pensamiento. Las había notado la primera vez que me agaché sobre Colin pero no las había vuelto a notar hasta que la sala volvió a estar oscura y silenciosa. Se me hizo raro, que pudiera hacer todo eso delante de aquellas mujeres y olvidar siquiera que estaban allí. Me reí para mí en silencio; ¿qué era lo que no era raro o no convencional en este mundo del que esperaba formar parte?
No me di cuenta de que tenía la mano debajo de la falda y de que me estaba acariciando suavemente hasta que la puerta se abrió de golpe y la luz volvió a derramarse sobre la sala. Rápidamente retiré la mano e intenté esconder la evidencia en mis dedos de lo que había estado haciendo.
Steven soltó mi correa y la de la joven chica de blanco de los ganchos del techo y nos sacó de la sala. Steven es otro socio de mi marido. Es grande y no especialmente atractivo. Tiene un ojo ligeramente bizco; lo notas las primeras veces que te encuentras con él, pero tiendes a olvidarlo o a dejar de notarlo después de un rato; pero lo noté de nuevo esta vez cuando me miró.
Steven es un hombre realmente adorable, amistoso, divertido, muy amable; probablemente fue por eso por lo que sentí un rastro de embarazo cuando me miró; una sensación de vergüenza que no había sentido con Colin.
Steven nos llevó por el vestíbulo y nos bajó a una sala dentro de una habitación alargada, estrecha y vacía. "Las dos creéis que queréis ser esclavas. Fantaseáis y os masturbáis pensando en ello; pero ninguna de vosotras ha comprendido del todo lo que significa realmente ser esclava. A las dos se os ha dicho que esto no es un juego, que esto es muy real. Esta noche aprenderéis más sobre lo real que es." Este era, obviamente, un discurso que Steven había soltado muchas veces antes.
"Nunca más tendréis maridos ni novios ni amantes. No tendréis amigos, ni conocidos, ni contacto con parientes o cualquier otro que no sea vuestro propietario y aquellos con los que vuestro propietario decida compartiros. Nunca más tendréis propiedades, vosotras seréis propiedades. La obediencia es la única cosa que os capacitará para soportar lo que os harán. No tendréis ningún derecho salvo uno, el derecho a manteneros con vida."
Steven hizo una pausa para dejar que sus palabras flotaran; ya sabía todo lo que había dicho, me lo habían dicho muchas veces antes. Pero la manera en que lo decía le daba un tono que me asustó un poco.
"No tendréis otra vida que la que vuestro propietario escoja para vosotras. Hasta donde llegue la sociedad 'normal' será como si vosotras no existierais; será como si hubierais muerto; y habrá veces en que desearíais que así fuera."
"Estáis aquí porque habéis encontrado a alguien en La Sociedad que hace que vuestros sucios chochetes se estremezcan tanto que pensáis que queréis entregaros a ellos como esclavas. Pero al final la persona a la que inicialmente os entregáis se cansará de vosotras y os traerá aquí donde seréis vendidas al mejor postor. Puede ser un hombre o una mujer o un grupo; australiano o forastero. Puede ser blanco, negro o de color, no nos importa y tampoco a vosotras. Viviréis en Sydney o Singapur o Seattle o donde quiera que vuestro propietario os lleve. Seréis torturadas y maltratadas y humilladas como norma."
Mientras hablaba apareció en la pared del fondo de la sala una imagen; un rayo de luz brillante se cernía sobre nosotros proyectando la imagen en la pared, y los sonidos de una mujer gritando llenaron la sala.
Era una mujer joven morena; estaba atada a un poste mientras un hombre grande y bestial la flagelaba viciosamente. El látigo le rompía la piel y la sangre manaba por las líneas rojas que cubrían su espalda.
Me estremecía cada vez que el látigo restallaba en su cuerpo haciéndola gritar y suplicar clemencia. Luego de repente el látigo colgó lánguidamente en las manos del hombre y otra mujer apareció y la desató. Tenía la cara roja y cubierta de lágrimas. Cayó al suelo a los pies del hombre besando y lamiendo sus grandes botas de cuero mientras le daba las gracias por haberla flagelado.
De repente la imagen cambiaba y aparecía una Mujer Rubia oscura y esbelta obligada a cruzar una habitación y a doblarse sobre un taburete acolchado; le enganchaban las muñecas y los tobillos al suelo con pesadas cadenas. Todo el tiempo suplicaba que no le hicieran eso, que le hicieran cualquier otra cosa, cualquiera menos ésta. Entonces aparecía otra mujer llevando un hierro de marcar. Las súplicas de la esclava se hacían más altas y más desesperadas mientras la mujer se acercaba. El grito que soltó hizo que un escalofrío helado me cruzara la médula y tuve que apartar la mirada. Cuando volví a mirar había una pequeña insignia en la que se leía 'TS' grabada a fuego en el hombro izquierdo de la esclava.
Todavía estaba gruñendo de dolor cuando la imagen volvía a cambiar de repente. Una mujer de piel oscura estaba a cuatro patas gritando en éxtasis mientras un gran Doberman la montaba sin ayuda desde atrás y se la follaba. Las imágenes seguían cambiando; ante nosotros aparecían escena tras escena de mujeres usadas o maltratadas de las formas más crueles y repugnantes. Algunas de las cosas que vi ya las había hecho o me las habían hecho a mí, algunas de las cosas que vi no... todavía.
Si las imágenes pretendían impresionarnos, hacernos repensar lo que estábamos haciendo entonces no sirvieron para su propósito. Mi coño ya húmedo estaba goteando cuando la imagen final se desvaneció; y podía decir por la expresión de la cara de la chica de blanco que estaba tan excitada y fascinada por lo que acababa de ver como lo estaba yo.
"Ese es vuestro futuro." Dijo Steven con voz grave y profunda. "Esta es una muestra de lo que os espera si hacéis esto." La sala quedó en silencio un momento.
"Yo también llevo mucho tiempo esperando, Lynne." Dijo Steven con una voz muy distinta. Me pilló por sorpresa. Todavía me estaba imaginando a mí misma haciendo las cosas que acababa de ver hacer a las otras mujeres.
La polla de Steven no es especialmente larga pero sí muy gruesa. Era difícil metérmela adecuadamente en la boca mientras estaba de rodillas delante de él. Todavía más difícil fue tragar toda su corrida, tanta había. Su polla seguía bombeando en mi boca y por mi garganta abajo más rápido de lo que podía tragar, pero me lo tragué, hasta la última gota.
Le limpié la polla y luego se fue, dejándonos solas con nuestros pensamientos, y cada una con la otra; solas excepto el fornido guarda de seguridad que estaba de espaldas a nosotras al otro lado de la puerta abierta del otro extremo de la sala.
La chica de blanco se apoyó en la pared con la espalda hacia el guarda y deslizó una mano por debajo de la parte superior de sus bragas. Empecé a decir algo pero se colocó el dedo de la otra mano contra los labios para detenerme, haciendo gestos hacia el guarda de seguridad detrás de ella.
Las cosas que habían ocurrido; lo que había visto y lo que había hecho la habían dejado tan excitada como lo estaba yo, e iba a hacer algo al respecto. Me sonrió y sus ojos se encendieron cuando sus dedos encontraron el punto. Parecía una escolar traviesa que se está masturbando delante de una amiga suya con sus padres en la habitación de al lado. Resultaba todo tan natural e inocente en un sitio que era tan poco natural y libertino.
'Tu Ama va a tener que emplear mucho tiempo en azotarte y flagelarte, putilla traviesa.' Pensé para mí misma.
La observé mientras se masturbaba en silencio. Sus dedos habían encontrado obviamente su clítoris porque los movía desesperadamente dando vueltas dentro de las bragas y dentro de ella. Vi como la expresión de su cara cambiaba lentamente mientras el placer iba creciendo en su interior. El aspecto de su cara era casi suficiente para hacer que me corriera.
Miré por encima de su hombro al guarda de seguridad que seguía en pie dándonos la espalda en la puerta. La chica de blanco estaba a punto, podía asegurarlo. Su mano se movía cada vez más deprisa y tenía fuego en los ojos. Se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza; iba a correrse.
'Por la salud de Cristo, no hagas ruido.' Pensé para mí misma mientras observaba en silencio como se daba placer. Abrió la boca como si fuera a gritar cuando la primera oleada del orgasmo estalló en su interior, pero no emitió ningún sonido. Cerró los ojos y su cara formó una mueca como de dolor mientras se restregaba más deprisa y su orgasmo se hacía más poderoso.
Deseaba oírla correrse, deseaba oír como sonaba, que tipo de ruidos hacía, pero no hizo ninguno. De repente abrió los ojos como si los sacudieran lo que le estaba ocurriendo. Tenía la boca muy abierta, la cabeza se agitaba ligeramente con cada espasmo. Luego volvió a cerrar los ojos y la cara se le iluminó con una sonrisa misteriosa mientras disfrutaba de los últimos momentos de su orgasmo.
Vi que su cuerpo se relajaba mientras descendía de las alturas a las que se había llevado. Se quedó así un momento, con la mano todavía dentro de las bragas pero sin moverse. Luego retiró la mano y mantuvo los dedos delante de mí, brillantes de su corrida, y los lamí y chupé hasta dejárselos limpios mientras vigilaba al guarda de seguridad por encima de su hombro. Su sabor era tan bueno como su aspecto.
"Tu turno." Se limitó a gesticular las palabras pero la entendí. Agité la cabeza. "No. No puedo." Dije sin hablar, pero se limitó a sonreírme con aquella encantadora sonrisa suya y asintió con la cabeza.
"Sí. Sí que puedes." El guarda de seguridad volvió la cabeza y nos echó una mirada corta y sin interés; pero no había hecho ni un ruido.
Intercambiamos las posiciones cuando se dio la vuelta otra vez, ahora yo de espaldas a él. "No... No puedo." Musité de nuevo las palabras, pero mientras lo hacía mi mano ya estaba bajo la falda.
Miré a los ojos de la chica de blanco mientras mis dedos se movían entre los pliegues resbaladizos de la carne de mi entrepierna. Gruñí suavemente cuando mi dedo rozó el clítoris. Sus ojos salieron disparados de los míos hacia el guarda a mis espaldas y luego otra vez a mis ojos. No debía haberse movido porque me sonrió y asintió para que volviera a probar.
Apreté los dientes para intentar retener los ruidos que deseaba hacer mientras deslizaba un dedo dentro de mí. La chica de blanco volvió a mirar por encima de mi hombro y asintió para que siguiera. No me iba a llevar mucho tiempo correrme, lo sabía, lo que no sabía era si podría correrme en silencio como había hecho ella. Pero la expresión de su cara, la forma en que me animaba con los ojos a seguir hacía que pareciera que me correría en silencio. En todo caso ahora ya era demasiado tarde para que pudiera pararme.
Apreté el pulgar contra mi clítoris y me follé con el dedo. Pronto sentí que crecía dentro de mi, sentí que se acercaba. La chica de blanco parecía tan joven, tan guapa, tan inocente. Tenía tantas ganas de correrme mirándola y quería que me viera correrme. Le indiqué que controlara una vez más al guarda antes de dejarme ir. Miró por encima de mi hombro, me sonrió con aquellos ojos suyos y asintió con la cabeza que no había peligro en correrme.
"Deberías haber aprendido a estas alturas a no confiar en nadie excepto en tu Ama, Lynne." La profunda voz de Steven me asustó. Giré la cabeza y le vi mirándome, luego volví a mirar a la chica de blanco.
"¡Jodida zorra!" Le grité. Steven me retiró la mano de debajo de la falda. "Por favor, déjame que me corra..." Le supliqué, mi mente estaba acelerada, no sabía lo que estaba ocurriendo, pero sabía que me iba a correr. Luché con él para soltarme la mano y poder terminar; pero sujetaba con fuerza mis brazos, y me miraba a los ojos. "¡Jodida zorra!" Le volví a gritar mientras un estallido de placer me recorría y se extinguía rápidamente.
No sé cuanto tiempo estuvimos así, con Steven sujetándome con fuerza por las muñecas. Finalmente la mente empezó a aclarárseme, mi cuerpo todavía dolido por el placer que se me había negado por su traición, pero volvía a tener el control. "Lo siento, por favor, lo siento..."
Los ojos de Steven eran fríos e insensibles. "Tu Ama será informada de esto."
"Por favor, no se lo diga, por favor..." Cesé en mis súplicas porque pude ver que no conseguiría nada. La joven de blanco tenía una expresión de satisfacción en la cara cuando volví a mirarla. No entendía como había podido traicionarme así. "¡Jodida zorra!" Murmuré una vez más. Pero nadie me escuchaba, a nadie le importaba.
"Hagas lo que hagas, no la cagues esta noche, Lynne." Había dicho Mónica. Confiaba en ella, ella no me habría traicionado, ¿o sí? Ya no entendía nada; excepto lo que Steven acababa de decir de no confiar en nadie salvo en mi Ama. Solo podía esperar que no hubiera aprendido la lección demasiado tarde.