Lynne 1: La Fiesta

No es de mi autoria, pero no me importaria en absoluto que lo fuera. Trata de la conversión en esclava de una ama de casa muy puta.

Lynne:

CAPÍTULO 1. LA FIESTA

Lynne siempre ha disfrutado flirteando y pavoneándose cuando está de buen humor; y a su marido le gusta observarla. Tiene 32 años, 5 pies y 2 pulgadas de alto (unos 1,60 m), pelo largo oscuro, guapa de cara, y ojos verdes avellanados que dicen "Fóllame".

Lynne no conocía realmente a nadie de la fiesta salvo a los anfitriones; por eso su marido no se había sorprendido de que Lynne eligiera una blusa muy corta y sin sostén. Tenía unos pechos muy grandes y no le importaba enseñarlos.

Se sentía a salvo siendo una calientapollas cuando su marido estaba cerca, jugaría a hacerse la puta, luciría sus tetas y flirtearía con cualquier hombre que se interesara por ella; y su marido la observaría mientras se mezclaba con los otros invitados. Luego cuando volvieran a casa, Lynne le contaría a su marido, mientras follaban, cosas sobre los hombres que habían estado merodeándola toda la noche.

Era algo que habían hecho muchas veces antes; y Lynne no esperaba que esta fiesta fuera distinta. No tenía ni idea de que esta noche cambiaría su vida para siempre.

Lynne se levantó temprano a la mañana siguiente y se dio una larga ducha caliente, su mente y su cuerpo todavía arrebolados; la memoria abrumada por los acontecimientos de la noche anterior. Se miró en el espejo mientras se deslizaba dentro de una bata de seda blanca, y se preguntó durante un instante si la mujer del espejo era realmente la misma mujer de la fiesta de la noche pasada.

Cuando salió del baño con su largo pelo húmedo cayendo sobre los hombros su marido estaba esperándola. Le pasó un diario y le dijo que escribiera lo que había experimentado en la fiesta. Tenía en su rostro una sonrisa casi depravada mientras hablaba, y había algo distinto en su voz y en sus modales con ella. Pero el pensamiento de revivir lo que había ocurrido hicieron que la entrepierna de sus bragas blancas recién puestas se pusiera muy húmeda y muy rápidamente. Devolvió la sonrisa a su marido, se tumbó en la cama y empezó a escribir.

La mayor parte de la noche no fue distinta de las docenas de otras fiestas en las que también hemos estado. Mi blusa era demasiado corta y mis vaqueros demasiado ajustados. Había bebido un poco más de vino de la cuenta, y no habría tomado en total medio porro. Los hombres me rodeaban, hablaban conmigo, me miraban las tetas, de vez en cuando se rozaban conmigo mientras hablábamos. La fiesta se estaba acabando, un grupo de hombres se apelotonaban a mi alrededor, contándome chistes verdes, y haciendo comentarios para sí mismos sobre mis tetas. Estaba a tope, caliente y feliz; y con muchas ganas de irme a casa y follar con mi marido a tumba abierta.

Pero cuanto más salida estaba, más evidentes resultaban mis pezones y más groseros se ponían los hombres, ya no hablaban de mis tetas sino que hablaban de mis pezones. Me encantaba. Entonces uno de los hombres alargó la mano y me pellizcó los pezones con los dedos. Intentaba hacerle saber que quería que parara pero no hacía nada para detenerle. Luego le llegó el turno de estrujarme los pezones a otro tío, luego a otro. Yo allí, de pie, dejándoles hacer.

Estábamos en el garaje, yo sola con 6 ó 7 hombres, no estaba segura de cuantos eran exactamente. Dos de ellos me empujaron suavemente contra la áspera pared de ladrillo y oí el sonido de la puerta corredera al bajar y cerrarse; luego sentí una mano entre las piernas. Miré al hombre a la cara, pero todo lo que pude hacer fue abrir más las piernas para él. Había un hombre a cada lado y pasé los brazos alrededor de sus hombros para sujetarme; me levantaron la blusa para liberar mis tetas mientras el otro hombre me acariciaba entre las piernas.

Los demás hombres estaban frente a nosotros mirando, uno era mi marido. Después de verle sonreírme, le rogué al hombre que me acariciaba que me quitara los pantalones. Gemí cuando oí la cremallera bajar, y luego sentí los dedos del hombre sobre mis bragas. El botón del pantalón todavía estaba abrochado, había metido la mano a través de la cremallera abierta. En cuanto el hombre pasó los dedos bajo el elástico y encontró mi coño eché la cabeza hacia atrás y clavé las uñas en los hombros de los hombres que me sostenían.

Les supliqué que me mordieran los pezones, se rieron, luego cada uno agarró una de mis tetas bruscamente, y bajaron sus bocas hasta mis pezones. Gruñí ruidosamente cuando, primero uno y luego el otro, tomaron mis pezones entre sus dientes.

Los otros hombres se acercaron, un revoltijo de voces: "Vaya una jodida puta;" "A la muy zorra le encanta.".... "¿Quién se la va a follar primero!" Sabían qué decir, qué era lo que yo quería oír. Gemía quedamente cada vez que me llamaban guarra y puta. Luego, entre el murmullo de voces, oí a mi marido decirle al hombre "métele un dedo". Estaba casi en el delirio, totalmente consumida por lo que los hombres me estaban haciendo. Sentí que un dedo se deslizaba dentro de mí, luego los otros dos hombres me soltaron el botón del vaquero y me lo bajaron a los tobillos. Casi me corrí cuando oí el sonido de mis bragas rasgadas.

Jadeaba con fuerza, los dos hombres que me habían bajado los pantalones estaban agachados junto a mí, uno a mi izquierda, el otro a mi derecha; les vi meter la mano entre mis piernas y agarrarme uno de los labios de mi coño cada uno entre los dedos y el pulgar, y separarlos suavemente dejando al aire mi clítoris hinchado. Los hombres habían jaleado cuando me rasgaron las bragas, ahora volvieron a jalear cuando les enseñaron mi clítoris; y el garaje de nuevo se llenó con los comentarios más soeces y degradantes sobre la puta, sobre mí, y me encantaba.

Aquel dedo estaba todavía moviéndose en mi interior, y yo iba a correrme cuando oí a mi marido, me estaba llamando por mi nombre. No podía hablar, apenas tenía control suficiente sobre mi cuerpo para levantar los ojos hacía su voz. Los hombres dejaron de hablar. Me volvió a llamar por mi nombre. "Tienes que escoger" dijo, mirando alrededor. Dejé caer pesadamente la cabeza hacia delante, me sentía aturdida, tenía que correrme.

"Tienes que escoger alguien para que te lama el clítoris." Las rodillas se me doblaron y me vine abajo mientras lo decía y los dos hombres que me sujetaban tensaron su agarre.

Después de lo que estos hombres me habían hecho, la idea de elegir un hombre entre la multitud para lamerme allí me puso a tope. Jadeaba y gruñía, empujando contra los dedos de los hombres. Justo cuando las primeras olas de mi orgasmo estaban a punto de romper entre mis piernas y dentro de mí, los dos hombres soltaron los labios de mi coño y sentí al dedo deslizarse fuera de mí, y luego mis pezones cayeron de las bocas que los habían estado devorando.

No podía creer lo que estaba ocurriendo, no podían parar ahora. Miré alrededor desesperada, jadeando salvajemente mientras lo hacía, mi rostro suplicando que uno de ellos dijera "dejad que la puta se corra;", Solo uno que tuviera piedad de mí, pero ninguno lo hizo. Dejé caer la cabeza derrotada, y una única lágrima rodó por mi mejilla.

Sentí una mano bajo mi barbilla, levantando suavemente mi cara. Mi marido me acarició la mejilla y me secó la lágrima. Conseguí susurrar un gemido "por favor" pero me ignoró y sentí que el orgasmo que casi había empezado a consumirme retrocedía.

La idea de elegir un hombre entre la multitud para que me lamiera allí hizo que mi coño goteara, y mi cara se pusiera roja de vergüenza al imaginar los comentarios que los hombres harían si veían lo que estaba pasando entre mis piernas. Pero no lo notaron; estaban demasiado ocupados hablando y riendo sobre lo grande que era mi clítoris.

Miré a las caras de los hombres que estaban frente a mí. Ahora había más, al menos una docena. No podía recordar ninguno de sus nombres, pero reconocía alguna de sus caras. Luego le vi. Estaba al fondo, detrás de los otros.

Era alto y musculoso. Le había sonreído unas cuantas veces durante la noche, pero cada vez me había mirado de arriba abajo y se había alejado. Había intentado flirtear con él una vez, pero me había ignorado. Le había visto besando a una mujer rubia, el gran bulto de sus pantalones creciendo aún más mientras la zorra rubia se lo acariciaba a través de los vaqueros; me habían pillado mirando el bulto de su polla y se habían reído de mí. Le despreciaba; era tan vanidoso y arrogante, con un ego tan grande como su enorme polla.

Mis ojos se clavaron en los suyos. "Quiero que lo haga él."

"Me has estado mirando toda la noche, ¿verdad?" Dejó caer su voz profunda con sarcasmo. "Sí." No podía creer que hubiera contestado tan rápidamente. Quería hacer de mí un pelele, quería degradarme aún más. Y yo estaba más que contenta de facilitárselo.

"¿Por qué él?" Preguntó la mujer rubia. Mi cabeza giró en dirección a su voz. Estaba cerca de una puerta lateral, justo a mi derecha. No tenía ni idea de cuanto tiempo llevaría allí. Un escalofrío me recorrió la médula cuando vi las luces de un coche que pasaba a través de la puerta abierta. Cualquiera que pasara en coche o paseando tendría una visión clara de mí, lo mismo que las casas al otro lado de la carretera.

"¡Cierra la puerta!" Dije frenética.

"¡No me digas lo que tengo que hacer, jodida putilla!"

"Lo siento." Susurré a la Mujer Rubia. Sabía que ella podía echar a perder todo para mí si quería. "Por favor... lo siento. No tendría que haberte hablado así."  Odiaba todo lo que tuviera que ver con la sobresaliente zorra rubia, pero me habría puesto a cuatro patas y le hubiera lamido los pies si fuera eso lo que me pidiera por perdonarme. Me había mirado por debajo de su nariz toda la noche, ahora lo tenía todo a su favor.

Un coche se detuvo delante de la puerta abierta, luego desapareció en la oscuridad cuando el conductor desconectó las luces. "¿Por qué quieres la puerta cerrada, guarra?" Sabía que había ganado e iba a hacer que me retorciera.

"No debería haber dicho nada... lo siento." Quería con desesperación que cerraran la puerta, pero no si ella la quería abierta. Si iba a conseguir lo que quería de estos hombres iba a necesitar su aprobación. Me había visto mirarla con desprecio una docena de veces durante la noche. Hacía una hora le había llamado guapitonta de pecho plano cuando me la crucé en las escaleras del vestíbulo. Ahora era la bella ama de la casa, y yo era la humilde ayuda de cámara, una sirvienta barata que había perdido su lugar. Me humillé voluntariamente ante ella.

"¿Por qué no te limitas a taparte?" Me miró de arriba abajo mientras hablaba, la mirada deteniéndose entre mis piernas. La idea de taparme no se me había ocurrido en ningún momento. No quería taparme. Necesitaba que estos hombres terminasen lo que habían empezado.

"No puedo, todavía no han terminado conmigo." Miré a los hombres del garaje mientras hablaba. Sabía que quería pensar en mí como si fuera una puta barata, y esperaba que esta respuesta le agradara, así fue. Ahora me había sometido completamente a ella, ambas lo sabíamos, y ambas lo disfrutábamos.

Mi mente iba a toda prisa, podía verla como mi ama. Podía verme vestida con uniforme de doncella francesa, arrodillada a sus pies poniéndole los zapatos; luego quitándole la bata mientras la ayudaba a entrar al baño que me había ordenado prepararle; luego de pie junto a un sofá sosteniendo una bandeja con una botella de champán mientras hacía el amor con su novio; luego tumbada sobre una alfombrilla frente a la chimenea masturbándome mientras ella se sentaba en una gran silla de cuero observándome, me decía que quería que me corriera ahora y yo me corría en el instante en que me lo decía.

De repente la voz de la Mujer Rubia me hizo volver de mis fantasías. Estaba todavía junto a la puerta; por primera vez vi lo guapa que era. Todo en ella eran clase y estilo. Sabía por la expresión de su cara que estaba pensando lo barata y putona que parecía. Sentí una extraña sensación de satisfacción al saber que pensaba así de mí. "Me parece que te gusta tener audiencia. Creo que tendrías que agradecérmelo, ahora la gente puede hacer cola fuera y ver como haces un espectáculo de ti misma."

Debería haber agachado la cabeza de vergüenza mientras ella se divertía a mis expensas, pero no lo hice. No sentía vergüenza, no estaba cortada, el placer de lo que estaba ocurriendo era tan intenso, tan absorbente que no me preocupaba ninguna otra cosa.

"¿Quieres que cierre la puerta, puta?"

"Lo que yo quiera no tiene importancia. Lo que la tiene es lo que tú quieras, lo que te convenga." La miré a los ojos mientras hablaba. Quería que supiera que quería decir precisamente lo que decía.

"¡Eres patética!" dijo, mientras cerraba la puerta de golpe y caminaba hacia mí. "Ahora estabas pidiendo a mi novio que te pasara la lengua entre las piernas, ¿verdad?" Estaba frente a mí, mirándome de arriba abajo. "No le gustas. Eres demasiado barata, demasiado fácil. Le gustan las mujeres con un poco de clase." Sus ojos bajaron por mi cuerpo y se detuvieron entre mis piernas.

"Um, cariño... tu coño está goteando."

"Lo siento." Me agaché mientras me disculpaba con ella por estar tan mojada.

"No, no lo sientes, ¡no me mientas pequeña puta salida!"

Los hombres se habían quedado en silencio mientras observaban como tomaba el control de mí. Pero ahora estaban riéndose, haciendo los comentarios más vulgares y groseros sobre mi coño y lo mojado que estaba.

"¡Y mira el tamaño de tu clítoris! No me extrañas que seas tan puta. Debes ponerte cachonda solo de caminar por la calle con un clítoris tan grande."

Su dedo estaba a solo una pulgada de mi clítoris mientras lo señalaba. Si me tocaba allí me correría encima de ella y lo sabía. Movió el dedo de arriba abajo, lentamente, simulando acariciarme. No podía soportarlo, adelanté las caderas hacia su dedo y ella retiró la mano. "Ooh, ¡así que también eres una jodida tortillera!"

"Oh dios, lo siento, no quise dar a entender eso." Volvió a colocar el dedo a una pulgada de mi clítoris, simulando otra vez acariciarme. No podía evitar jadear sonoramente mientras me provocaba, todos mis esfuerzos se concentraban en no empujarme a mí misma contra su dedo. No importaba que fuera una mujer, estaba allí para cualquiera que me quisiera.

"Te diré lo que vamos a hacer." Me miró a los ojos mientras hablaba. "Te dejaré que te corras en la lengua de mi novio." Gemí sonoramente cuando lo dijo. "Pero antes, me voy a correr yo en tu lengua."

No pude aguantar más y empecé a correrme. Gruñí y clavé mis dedos en los hombres que me sujetaban. Eché la cabeza atrás mientras el orgasmo se apoderaba de mí. Pero tan rápidamente como se produjo su erupción en mi interior se desvaneció. Solo una muestra del placer real que me esperaba. Levanté la cabeza hacia la Mujer Rubia.

"Oh dios, por favor... tócalo... por favor..." Me adelantaba contra nada salvo el aire frío de la noche. Intenté tocarme pero los hombres que me sujetaban no me lo permitían. Le supliqué que me frotara pero se rió de mí. Miré alrededor del cuarto desesperada rogando que alguien me ayudara, pero nadie lo hizo.

Estaba casi histérica, las lágrimas me rodaban por las mejillas. "Por favor." Lloriqueé una vez más, mientras me dejaba caer en los brazos de los hombres que me sujetaban. Mi clítoris palpitaba frustrado. Me sentía aturdida mientras levantaba la cabeza, pero pude oír la voz de la Mujer Rubia, me estaba llamando por mi nombre. Recuperé el control de mi respiración y me concentré en su voz. Lentamente el aturdimiento se convirtió en una sensación de vaga ligereza.

"¡Nadie dijo que pudieras correrte jodida putilla!" Sus palabras me devolvieron la consciencia. "Lo siento, no podía aguantar más."

Me tocó suavemente en la mejilla, cerré los ojos y disfruté de la ternura de su mano mientras me la acariciaba. "Pero ahora estás peor de lo que estabas antes, ¿verdad?" Lo entendía.

"¡Entonces haz de una jodida vez lo que se te ha dicho!"

"Lo haré, lo siento." Mi voz era aún menos que un susurro. "Dime que quieres que haga, haré cualquier cosa que quieras."

"Te correrás en la lengua de mi novio, con la ayuda de todos estos otros hombres, pero antes harás que yo me corra con tu lengua." Asentí unas cuantas veces y agaché la cabeza avergonzada, no porque tuviera que ponerme debajo de ella para conseguir lo que quería, sino porque quería ponerme debajo de ella. Me puso la mano bajo la barbilla y me levantó la cabeza. "Una vez que haya terminado contigo se la chuparás a mi novio y no dejarás que se desperdicie ni una gota, ¿entendido?" Sabía lo que quería decir. Le contesté relamiéndome los labios.

"De acuerdo, chicos, a la guarra le gusta la audiencia pero a mí no; esperad fuera." Era el tipo de mujer que podía conseguir que los hombres hicieran cualquier cosa por ella.

Los hombres desfilaron por la puerta lateral, mi marido me sonrió mientras salía. Pude verles quedarse cerca de la puerta mientras la Mujer Rubia la cerraba delante de ellos. Se quedaron dando vueltas como una manada de animales, esperando su turno con la zorra en celo, esperando su turno conmigo.

"Siento la manera en que te traté antes," supliqué. "Estaba celosa de ti."

Pero ella no tenía interés en hablar conmigo, quería que supiera que solo me estaba utilizando, que yo solo era buena para una cosa, en lo que a ella concernía. Me indicó que me pusiera de rodillas y lo hice. Mi blusa estaba todavía por debajo de mis brazos, los vaqueros todavía alrededor de las rodillas.

Se puso delante de mí, con mi cara a unas pulgadas de su entrepierna mientras se pasaba la mano bajo el vestido y deslizaba sus bragas blancas de encaje hasta los tobillos. Luego se levantó el caro vestido de lana color crema y abrió las piernas. Quería que se lo hiciera ahora pero yo nunca le había hecho esto antes a otra mujer. Quería que disfrutara de mí; quería hacerlo tan bien como pudiera por ella. Dejé descansar suavemente mis manos en sus muslos y separé los labios con mis pulgares. Estaba húmeda y su clítoris estaba inflamado; lo lamí y gimió con suavidad; lo chasqueé con la lengua y volvió a gemir. Disfruté de la forma en que su cuerpo reaccionaba a lo que le estaba haciendo. Pero había perdido la paciencia conmigo y me agarró por la parte de atrás de la cabeza y me enterró la cara entre sus piernas.

Miré hacia arriba mientras lamía y chupaba su clítoris, pero sus ojos estaban cerrados, ni quería ni mirarme. Respiraba con fuerza y se restregaba contra mi boca mientras la lamía. Pronto estuvo empujando contra mi boca, jadeando y gimiendo mientras se corría. Cuando terminó me dio la espalda, se subió las bragas y se ajustó el vestido antes de abrir la puerta y dejar a los hombres que volvieran a entrar.

Cuando mi marido cruzó la puerta, ella le puso la mano en el pecho y le susurró algo, luego le besó en los labios; él tenía su mano en el trasero de ella. Me miró y sonrió.

"Diviértete." Fue todo lo que dijo y salió con la Mujer Rubia. Iba a follársela. Yo estaba contenta por él, pero ahora estaba a mi suerte con una docena de hombres salidos. Me sentía a salvo mientras mi marido estaba allí, ahora estos hombres me tenían a su disposición. Sentía las piernas débiles y temblorosas; necesitaba otra vez a los dos hombres para que me sostuvieran; para mantenerme en pie; las piernas me habrían dejado caer si no lo hacían.

Me bajaron hasta quedar de rodillas a los pies de un hombre que detestaba. Las manos me temblaban mientras le soltaba el cinturón y la cremallera, y él los retiraba.

"¡Puta inútil!" Dijo mientras se sacaba la polla de los pantalones. Sentí que la sangre se iba de mi cara cuando vi su polla por primera vez. Se rió y yo sabía por qué. Todavía estaba fláccido. Había visto todo mi cuerpo, me había visto retorcerme como una puta en celo en manos de los otros; pero todavía estaba fláccido; yo no le había excitado. Era el peor insulto, todos lo sabían. Mi humillación era casi completa.

Mis manos todavía temblaban cuando pasé los dedos alrededor de ella. La guié a mi boca y la rodeé con los labios. Sentí que empezaba a hincharse en mi boca, mientras la chupaba. Me agarró del pelo y me empujó la cabeza hacia delante, haciéndome tragar más de su polla.

Ahora estaba dura, y la sacó de la boca y me dijo que la lamiera. Lamí toda la longitud del dardo, luego los huevos, luego volví de nuevo al dardo de su polla. Intenté jugar conmigo misma pero los hombres que me sujetaban me golpearon de nuevo en la mano. Miré al hombre al que despreciaba, su polla deslizándose dentro y fuera de mi boca mientras me miraba hacia abajo con aquella sonrisa engreída. Su polla palpitaba en mi boca mientras su corrida salpicaba la parte de atrás de mi garganta y yo mantenía mi promesa a la Mujer Rubia, no desperdiciar ni una gota.

Luego se puso ante mí otro de los hombres, se quitó los pantalones y se sacó la polla. Era más pequeña, pero ya rígida y dura, la empujó en mi boca y al poco la llenó con su corrida. Uno tras otro los hombres caminaban junto a mí con las pollas en la mano esperando su turno. Llevaban la cuenta mientras cada uno se corría en mi boca y yo tragaba tanto como podía.

Dijeron "Siete" cuando un hombre retiró su polla de mi boca y otro se puso frente a mí y dijo "No voy a meter mi polla en la boca de esta sucia puta." Empezó a hacerse una paja y su corrida me salpicó toda la cara. "Ocho" Gritaron los hombres.

El número nueve vino hacia mí. Su polla era más pequeña que cualquiera de las otras y pude metérmela entera en la boca; pero me atraganté cuando su corrida golpeó el fondo de mi garganta. "Nueve."

Los dos hombres que me habían sujetado antes estaban todavía de pie a mi lado. Todavía no había sido su turno. Me dijeron "túmbate allí." Y señalaron la parte más sucia del suelo del garaje. Había una enorme mancha de aceite negro, y me tumbé justo encima de ella mientras los dos hombres se ponían sobre mí y yo les alcanzaba y empezaba a hacerles una paja. Sus corridas me salpicaron entera, mis tetas, mi pelo; estaba cubierta de corridas. "Diez y Once... ¿algún otro?" Oí que decían los hombres. Pero ya había sido el turno de todos. Ahora era al fin mi turno para conseguir lo que quería de ellos.

Estaba cubierta por sus corridas, grasienta y sucia; uno de ellos me tiró un trapo para que me limpiara. Luego dos de ellos me arrastraron de los pies y me colocaron de nuevo de espaldas a la pared. Les pasé los brazos por encima para sujetarme, justo como había hecho antes. Uno de ellos metió dos dedos y empezó a deslizarlos dentro y fuera de mí. Los hombres que habían separado los labios de mi coño volvieron a hacerlo. Miré al hombre que estaba a punto de lamer mi palpitante clítoris. Dudaba, con su lengua a solo unas pulgadas de donde yo la quería. "Por favor" supliqué, "he hecho todo lo que habéis querido."

Sentí a alguien moviéndose detrás de mí, manos detrás de mí. Me di cuenta de lo que estaba ocurriendo justo cuando un dedo empezó a abrirse camino en mi trasero. No pude controlarme, cabalgué el dedo hasta que se deslizó dentro y fuera de mi culo al ritmo de los dedos que estaban entrando y saliendo de mi coño. Luego sentí su lengua en mi clítoris y grité.

No sé cuantas veces me corrí. La intensidad de lo que me ocurrió es indescriptible. Al final, tuve que suplicarles que pararan, quería más, pero no podía aguantar más.