LUXUX 7 - Sándwich familiar

Un caluroso sábado obliga a Daniela a buscar placer en la persona menos esperada.

No podía creer lo que acababa de escuchar. Me había llamado puta y encima de todo seguía recriminándome que no me daba a respetar. Dando un portazo abandoné el carro y entré a mi casa envuelta en un mar de llanto.

Una hora antes Rafa había ido por mí a casa de Patricia. Fue un trayecto de pura discusión que se prolongó hasta las puertas de mi hogar. Al instante comenzó a reclamarme el haberme desaparecido del antro, dándome también el sermón de que si bebía de manera irresponsable cualquiera podía aprovecharse de mí. Yo me guardé mis propios reclamos, defendiéndome de sus acusaciones. Sin poder evitarlo llegó a la parte que tanto temor me causaba: la llamada de celular. Con cabeza fría le dije que había bebido tanto que en ese momento me encontraba hincada en el retrete conteniendo los estertores que amenazaban con hacerme vomitar. No me creyó. Vi en sus celos un cáncer enfermizo que arruinó cualquier tipo de reconciliación. Luego vino esa palabra y todo se vino abajo.

Recargada contra la puerta, me senté a reflexionar sobre lo sucedido en el antro y en la camioneta de Ramón. Sin importar lo indignada que estuviera, él tenía razón. Le había fallado y lo peor es que no sentía ni un mínimo de culpa. No me había dado cuenta de cuanto había cambiado en tan poco tiempo, de lo rígidos que se habían vuelto mis sentimientos. Pensé que tal vez debería darme un tiempo a solas para valorar lo que tenía y así analizar las nuevas sensaciones que estaba experimentando.

No había nadie en casa o todos estaban dormidos, de manera que entré sin hacer ruido y me metí a la ducha. El agua caliente me relajó. Mientras lavaba con esmero mis pechos y mi entrepierna, el recuerdo de la noche anterior volvió a mi mente. No pude evitar sonreír. “Eso soy, después de todo, una puta”, pensé. Observé la espuma del jabón escurrir por mi pierna e imaginé el caliente esperma de Raúl. Pensé en Rafa y me contuve pero, cuando mis azarosos dedos extrajeron los restos de semen de mi culo, un segundo recuerdo me atacó con mayor fuerza, avivando la necesidad de atender mi insaciable lujuria. Involuntariamente hundí un par de dedos en mi sexo y una sensación placentera me recorrió el cuerpo. Me acaricié los pechos y gemí; ya los tenía muy sensibles. Necesitaba ser poseída de nuevo. Me vanaglorié de cómo mi fogosidad calentaba a los hombres, de la forma que me había dejado meter mano por un extraño para después devolverle el favor y, por si fuera poco, acabar cogiendo con el novio de mi mejor amiga sin que ella ni mi novio se enteraran de nada. Me excitaba el riesgo, el morbo de lo prohibido. Estuve así, masturbándome por cinco minutos bajo el chorro de la regadera hasta que el inevitable clímax me dobló las rodillas provocando en mí una oleada de exquisito placer. Permanecí tendida en el plato de la ducha hasta que todos mis espasmos cesaron. Estaba agotada y satisfecha.

Acabé de bañarme y volví a mi cuarto. Me puse una playera azul sin sostén y un short de esos que apenas y cubrían mis nalgas y me dejé caer sobre el colchón. Al instante caí dormida

Me despertó el tono que anunciaba la entrada de un mensaje. Estiré la mano y alcancé a ciegas mi celular; hacía un calor terrible. Sudando, lo revisé y vi que iban a dar las cuatro de la tarde. No era un mensaje, sino treinta y dos. Uno era de mi madre que decía que habían salido al cine. “¡Perfecto!” Me dije, moría de hambre y estaba sola. La mayoría de los otros mensajes eran de Rafa. Los leí de uno en uno. A intervalos de tiempo, sus quejas se iban suavizando hasta convertirse en penosas súplicas de disculpa de las cuales no tuve compasión. No le respondí. Aun me sentía ofendida como para una pronta reconciliación. Sin embargo, los últimos dos mensajes hicieron que mi ritmo cardiaco se acelerara. Uno era de Ramón y otro de Edwin. Abrí primero el del novio de mi mejor amiga: «Que rica cogida la de ayer. Deberíamos repetir». Eso alteró mi pulso. Al instante escribí una respuesta: «Sí, me encantó, tú di cuando» Dándole enviar, pasé a leer el de Edwin: «Hola princesa».

Lo leí y lo releí como esperando encontrar un significado oculto. Era un simple saludo pero aun así me hizo suspirar. ¿Cómo debía responder? Estaba pensando en una respuesta cuando me llegó el mensaje de Ramón. «Quisiera hoy, pero quedé con Patricia a las seis. ¿Puedes mañana?» “Seguro van a coger” Pensé, sintiendo una punzada de envidia. Tenía que hacer algo para retenerlo, así que fui más atrevida: «¿No la puedes ver mañana? Extraño tu verga». Los dedos me temblaron al teclear y enviar la respuesta. Veinte segundos después, él escribió. «¿Dime qué extrañas pues?» Empezaba a sentirme caliente con el tópico de nuestra conversación, pero más ganas tenía de orinar, así que salí como iba vestida rumbo al baño tecleando con avidez: «¿Por qué no lo averiguas? Ya estoy mojada. Necesito algo tuyo…»

Él respondió al instante. Con una mano en el picaporte, leí su mensaje: «Le diré que no puedo verla. ¿Dónde y a qué hora te veo?» Sonreí para mis adentros. Ramón había picado el anzuelo. Mi mejor amiga se quedaría con las ganas mientras yo tenía para rato. Me excitaba ser tan atrevida y directa. Mordiéndome el labio inferior, pensé en aprovechar que mis tíos estaban en casa pedirle permiso de salir a mi madre, pues su consciencia se suavizaba siempre que tenía visita. Girando la perilla de la puerta, escribí con una mano. «A las seis en la esquina de mi casa». Le di enviar. Tenía tiempo de sobra para bañarme y comer algo.

Pero apenas y empujé la puerta del baño, casi muero de la impresión. Sentado en la taza del baño y con los pantalones debajo de las rodillas, mi tío Mario, el hermano menor de mi madre, se encontraba en plena ebullición cascándose una terrible paja mientras sostenía una laptop de la que salían los inconfundibles gemidos de una pareja teniendo sexo. Ambos nos miramos una milésima de segundo. Él reaccionó tarde intentándose levantar. Al instante su erecta y cabezona herramienta dio saltitos como pez fuera del agua expulsando la más tórrida y abundante corrida. Con el rostro deformado por el clandestino y solitario placer, arrojó los primeros chorros sobre el váter, manchando la orilla y parte de la laptop que le había prestado para que avanzara con los proyectos de su empresa.

—¡Dani!... —balbuceó mientras contemplaba mi cuerpo poniendo los ojos en blanco..

—¡Pe-pe-perdón, tío!...

Sintiendo el subidón de adrenalina, cerré la puerta y corrí a esconderme en mi cuarto con la imagen de mi tío expulsando semen como una fuente. Me moría de vergüenza; quería que la tierra me tragara. Lo más rápido que pude me vestí con un mini short de mezclilla y una blusa de tirantes, me calcé mis deportivas, tomé mi bolso y salí allí.

Caminé dos cuadras sin reparar en las miradas insistentes de los hombres. Estaba muy nerviosa. Recordé la vez que mi primo José me descubrió masturbándome en ese mismo baño donde recién experimentaba el placer de mi propio cuerpo. Podía entender mi conducta al ser una jovencita ingenua y llena de curiosidad, pero no la de mi tío. Él era un hombre casado. Pensé en las miles de posibilidades que pudieron orillarlo a buscar el clandestino y solitario placer de la masturbación. Mi tío no era un pervertido a pesar de que en varias ocasiones lo había sorprendido mirándome los pechos y el trasero, después de todo, no podía culparlo por inspirarle deseo si yo misma andaba ligerita en casa; además, ese tipo de miradas era algo a lo que ya me acostumbrando. Lo único que se me ocurrió fue que mi tío tenía mal sexo con su mujer. Después de todo, no éramos tan diferente. Mi insatisfacción sexual me había orillado a buscar otras opciones que no fueran las de mi novio.

No obstante, al doblar la esquina me percaté del tremendo error que había cometido. Con las prisas y los nervios había olvidado ponerme sostén. Los pezones, apuntalados por el calor y la excitación, se transparentaban descaradamente a través de mi blusa. Mi bochorno no pudo ser mayor. Las mejillas se me pusieron coloradas. No podía regresar a mi casa, eso sería enfrentar a mi tío.

Indecisa, me detuve junto a un poste de luz. Observé a la gente pasar tratando de desviar sus miradas con mis ojos apocados. No lo logré. Un hombre moreno, de overol azul marino manchado de grasa se me acercó vacilante y me preguntó sin tapujos.

—Hola. ¿Cuánto cobras por el servicio?

Debí tener el rostro perplejo porque al instante el hombre se percató de su error y se dio la vuelta con cautela. Llena de más vergüenza hui de ese lugar lo más rápido que pude.

Me sentía acalorada. El pelo se me pegaba al cuerpo a causa del sudor. Me metí en un restaurant de hamburguesas y, soportando la insidiosa mirada del mesero, pedí mi orden. Me di cuenta de lo fácil que sería pasar por una prostituta, de lo sencillo que sería para mí tener a cualquier hombre a mi disposición. Y es que si bien no había salido por dinero, sí lo había hecho por sexo. No podía negar que pese al bochorno que me causaba, una parte de mí, le encantaba ser objeto de deseo, de morbo, de perversión. El obrero imaginaría el sexo que no pudo tener con la jovencita que podría ser su hija… un novio escribiría una cartita de amor mientras su chica se iba a coger con otro… El tío qué pensaría en su sobrina ahora que ésta lo había descubierto masturbándose.

Todos esos pensamientos se rumiaron en mi mente mientras esperaba mi pedido. Sentía ya mi ropa interior mojada. Sin poder contener mi impaciencia, tomé mi celular y marqué el número de Ramón. Golpeando el suelo con el pie, conté los timbrazos.

—Hola. ¿Ya vienes en camino? —le pregunté al instante.

—¿No me dijiste a las seis? Apenas van a dar las cinco.

—No importa, ven ya si puedes. Te espero en el lugar donde comimos hamburguesas con Paty la ves pasada, ¿sí?

—Está bien, me esperas a fuera.

Colgué el teléfono y lo guardé en mi bolso. Intentando poner freno a mis ansias, comencé a estimular mi clítoris mediante el roce ocasional de mis muslos inquietos debajo de la mesa. Me sentía como una perra en celo tratando de disimular mi creciente deseo frente a unos obreros que comían en la mesa de al lado y que no paraban de lanzarme sendas miradas poco discretas. No obstante, el metal del servilletero que reflejó mi rostro me devolvió una imagen del pasado. Aquella mirada rebosante de lujuria que viera hacia año y medio en el espejo de un motel justo cuando la verga del exnovio de mi madre entraba y salía taladrándome el ano sin piedad. Era la cara del descontrol, mi cara, algo que me resultaba imposible de disimular. Podía negar que era una prostituta, pero no una puta. Eso se veía a leguas. Supe allí mismo que nunca me había importado mi novio ni mi mejor amiga, que solamente había actuado condescendientemente con ellos para mi beneficio propio. La chica que veía reflejada en la superficie metálica sólo quería disfrutar de los placeres sensuales del cuerpo, de todo lo que prodigara placer sin control y sin medida.

Al llegar mi hamburguesa la devoré con prisa, pues la tarde era larga y debía reponer fuerza. Cuando vi la camioneta roja de Ramón, dejé un billete sobre la mesa y salí a recibirlo.

—¿A dónde vamos? —me preguntó al verme subir con decisión a la camioneta.

—A donde se coja más rico —dije sin tapujos, enfrentando mi propio bochorno que se esfumó como el humo en una ventisca. Esta vez no estaba bajo los efectos del alcohol.

Él sonrió, arrancando su auto con una única dirección en mente.


—¡Más!… ¡Si….! ¡Así!... ¡Ahhh!... ¡Me vengo!... ¡Me vengooo…! —grité. Era el tercer orgasmo en lo que iba de la tarde.

Nos hallábamos en un descampado a orillas de la ciudad justo a unos quince minutos de las fábricas de aluminio, lugar frecuentado por parejas jóvenes que buscaban un sitio donde echar pata. Su pelvis y la mía rebotaban sin cesar ante la destreza de nuestras acaloradas caderas que buscaban el mayor contacto posible. Cuando su boca atrapó mi pezón izquierdo con los dientes, una descomunal descarga de adrenalina me sobrevino y acabé por impregnar su verga con mis jugos mientras arqueaba la espalda en el asiento trasero gritando con cada espasmo de placer. Ramón me apartó el pelo del rostro y me besó con ardor, buscando atrapar mi lengua; era la primera vez que hacíamos eso, y no era precisamente el mejor besando, pero el morbo añadido duplicaba las sensaciones.

Limpiándome el sudor de la frente con el dorso de la mano, traté de recuperar el aliento. Sin darme tregua, el novio de mi amiga me jaló hacia el borde del asiento y, colocando mis pies en sus hombros, se hundió nuevamente en mí. Yo pegué un gritito de gusto. La postura era incomoda pero favorecía la total inmersión de su pene. Estando completamente empalada me sentía más mujer, más llena. Apurándolo con frágiles y desesperados movimientos de pelvis, Ramón empezó a bombearme sin piedad y sin pausa, dándome lo que buscaba, sexo puro y sin amor, castigando mí ya de por sí castigada vagina, que no dejó de mojar su tiesa vaina hasta hacerme alcanzar el cuarto orgasmo en menos de tres minutos.

—No sabía que fueras… multiorgásmica —dijo con dificultad.

No respondí, jadeando sin parar y con los ojos en blanco, coloqué mis manos en su pecho para cortar el avance de sus violentas inyecciones a las que me tenía sometía su incansable virilidad. No sé cuánto tiempo estuvimos así. Él metiéndola y sacándola y yo perdida en un trance de locura sin igual cuyo único consuelo era cortar las veces que podía correrme. A lo lejos escuché la sirena de una patrulla, pero en vez de sentir temor, una sensación de frío me recorrió de pies a cabeza manteniéndome adherida al más infame y exquisito de los placeres. Estiré el brazo para alcanzar la perilla de la ventana y dejar que el aire fresco de la tarde inundaras mis poros, no obstante, mi débil mano no reunió la fuerza necesaria y cayó sobre el asiento. “¡Esto es coger!”, pensé mientras gemía con toda libertad. A pesar del incesante esfuerzo físico y del calor que irradiaba mi cuerpo y mi entorno, no quería que mi amante terminara jamás. Con un par de empellones revestidos de furia, Ramón se frenó, se quitó el condón y se vació sin mi consentimiento encima de mi monte de venus, esparciendo entre gritos de agonía y placer los lechazos de su hirviente semilla, que terminó de propagar entre mis bellos usando con delicadeza la punta enrojecida de su furibundo pene, que disminuía su volumen con cada sacudida que se daba para extraer hasta la última gota de aquel prohibido néctar.

—¡Has estado genial! —dijo Ramón, fatigado.

Sintiendo su cálido aliento en mis pechos, no fui capaz de pronunciar palabra. Estaba exhausta. Pasaron varios minutos hasta que nos sentamos desnudos mirándonos a los ojos con una sonrisa radiante en el rostro. Ramón encendió el aire acondicionado y un cigarro de mariguana que él mismo preparó con la práctica del que lo ha hecho tantas veces. Dando una profunda calada, contuvo el aliento por unos segundos. Sin decir nada, me tendió el cigarro.

—No no no, no me gusta eso —le dije frunciendo el ceño.

—Si no es para que te guste, es para que te relajes.

—No, de verdad.

—Anda, prueba y verás —insistió.

Tomé indecisa el cigarro y lo aspiré por dos segundos. Su aroma y su sabor fue algo que me resultó agradable, incluso dulzón. Repetí la maniobra un par de veces y se lo pasé mientras tosía sin parar. Ramón se burló de mí.

Estuvimos callados por un rato. No me molestaba su desnudez ni la mía. La mariguana no tardó en hacer efecto. Me sentí tan relajada que yo misma cogí la colilla de cigarro y di unas tres caladas finales. Observé a Ramón guardar la bolsa debajo del reposa brazos junto a una pistola. Al sentarse a mi lado otra vez, me atreví a preguntar:

—¿Eres narcotraficante?

—¿Por qué la pregunta?... ¿Por qué tengo mariguana? —dijo sonriendo.

—Por eso y por la pistola.

—Haber, hazte tantito hacia adelante.

Me incliné un poco y el removió el asiento, sacando algo que puso entre mis piernas. El frío metal del cañón y del receptor superior me erizó la piel. Sobre mi regazo puso un AK-47, pesado e intimidante, igual que las mismas personas que la portaban.

—Soy sicario —dijo con naturalidad.

—¿Matas a la gente? —pregunté, más por curiosidad que por miedo.

—No a la gente, a los otros, a cualquiera que nos pelee la plaza.

—¿Lo has hecho antes?

—¿El qué?...

—Matar... ¿Has matado a alguien?

Puso el rifle en vertical, jaló de una palanca lateral y un sonido metálico inundó mis oídos. Acomodó la culata en su hombro y apuntó hacia el parabrisas, respondiendo:

—Sólo a aquellos que no han podido matarme. ¿Tienes miedo?

—Sí. Tengo miedo de morir así —confesé. Entonces él inclinó el arma y se puso a revisar la mira.

—No temas nena, tenemos controlada la ciudad. Esos cabrones de los golfos no se atreverán a poner ni un pie dentro.

—¿Patricia también está metida en eso?

—Sí, pero ella es alcona .

—¿Y esos que hacen?

—Pasan información. Avisan de cualquier movimiento o vehículo sospechoso.

—¿Y no es peligroso para ella?

—Sólo si es pendeja y le anda diciendo a todo mundo lo que hace.

—Yo jamás me atrevería a matar a nadie —dije y fui sincera.

—No es tan difícil. Una vez que tienes una de estas te sientes poderoso.

Debió ver mi cara de temor porque bajó el rifle que ostentaba y lo dejó en el asiento del copiloto.

—Pero a ti no te pasará nada chiquita —dijo haciéndose el cariñoso, aprisionándome entre sus brazos para llenarme el cuello de besos. Yo me dejé hacer. No tenía la energía para rechazarlo, no después de lo que había pasado entre nosotros.

—¿Que sientes por Patricia…? ¿La amas?

Se separó de mí pero no lo suficiente como para que su mano no acariciara la cara interna de mi muslo, buscando algo más. No vi caso resistirme a su caricia.

—¿Tu amas a tu novio? —me devolvió la pregunta.

—Si. Lo amo mucho. Sabes que lo nuestro es sólo sexo.

—No, no estoy muy convencido, haber ven...

Tomándome entre sus brazos, me acurrucó en su regazo como si fuera bebé a la que llenó de besos por todas partes. Yo me partí de risa tratando de liberarme, pues él atacaba mis zonas cosquillosas y eso, lejos de encenderme, me ponía al borde de la desesperación. Finalmente y contra mi voluntad, su boca se detuvo a la altura de mis hombros y comenzó a besarlos con una mezcla de pasión y delicadeza, haciendo que poco a poco perdiera mi capacidad de resistencia. Mi risa se acalló y ya sólo ocupaba espacio el de mi pesada respiración. Cerrando los ojos y apartando las manos de mis pechos, permití un ataque directo. Los acarició primero con la yema de los dedos como si creara una escultura a ciegas, los besó, los lamió y, cuando por fin se hartó, comenzó a chuparlos con delirio, dedicando a cada endurecido pezón una tenue mordidita. Lo miré con ternura; siempre era para mí un deleite observar actos como aquellos, pues es el impulso subconsciente detrás de cada mujer el que algún día use sus senos para amamantar al que da a luz.

—¡Para…! ¡Me vas a calentar otra vez! —dije.

—Pues caliéntate. Querías verga, ¿no?

—¡Uy!... ¡Ahhhh! —exclamé. Ramón había jalado mi pezón derecho con los dientes, produciéndome una sensación desquiciante.

—Dime lo mucho que te gusta mi verga.

—Me encanta… tú verga… ¡Humm!...

—Chupamela.

No me lo pidió dos veces. Con tal de seguir gozando de aquel mar de sensaciones hasta habría nadado con tiburones. Sin mucho esfuerzo me chispé de sus brazos y me metí en el hueco del asiento entre sus piernas. Agarrando su flácido y viscoso mástil, lo miré a los ojos con lujuria mientras sonreía ufana prolongando su espera. En el transcurso de mi corta carrera sexual, había aprendido que nada calentaba más a los hombres que mantener a raya su deseo.

—¿Me darás toda la lechita? —dije fingiendo voz de niña buena.

—Hasta la última gota, perrita.

—Ay, que malo —dije. Escupí sobre la punta de su pene y comencé a masturbarlo lentamente. Él se relajó en el asiento, suspirando—. Bueno, pues… relájate disfruta.

Yo ya estaba muy excitada. Irguiendo su pene como un micrófono delante de mis ojos, le di una repasada completa con la lengua empezando por los testículos, la base y terminando de besar su gorda e hinchada cabeza. Tal como lo había visto en una película pornográfica, me detuve un poco para jugar con su frenillo mientras ponía cara de viciosa. Quería regalarle la mejor mamada de todas. Ramón jadeó y me sujetó del pelo dándome a entender sus deseos. No lo hice esperar, incliné la cabeza y comencé a mamársela como se debía. Él presionaba mi cabeza para que me clavara su verga hasta la garganta, una maniobra complicada en la que estuve sumergida durante mucho rato, sacándola con lentitud para atender su rojo y ensalivado glande y luego comérmela de golpe hasta el fondo. Por sus gemidos supe que iba por buen camino. Quería que se corriera en tiempo record y quería que lo hiciera en mi rostro. Redoblé esfuerzos mientras Ramón me dejó continuar solita ocupando sus manos en acariciar mis sudorosos pechos, cuyos pezones tenía durísimos y extremadamente sensibles, tanto que me causaba un poco de dolor el que me los tocase con constancia.

Para evitar eso, me saqué la verga de mi boca y la dejé reposar erecta en medio de mis pechos, sintiendo sus latidos y el calor que emanaba su piel. Dejé caer una abundante cantidad de saliva que se escurrió por todo el tronco. Presionando mis pechos atrapé su verga en medio y comencé hacerle una cubana. Por la expresión de lujuria en el rostro supe que no se esperaba algo como eso. Ramón acompañó mis movimientos levantando las caderas mientras ponía su mano en mi nuca y buscaba a toda costa que con mi lengua atendiera la puntita que chocaba constantemente contra mi mentón.

—¿Te gusta? —pregunté.

—Me fascina… Sigue…

—Que rica verguita… ¡La adoro!

Supe que no iba a tardar mucho. Sentía vibrar cada centímetro de su pene en mi piel. Vi que con su mano cogía su celular y enfocaba la cámara en mi rostro.

—No, no me grabes —dije asustada y agaché la cabeza.

—No es video, es sólo foto.

—¡Que no, ya te dije!

—¿Por qué no?

—No voy a correr el riesgo de que Patricia te la encuentre un día o que ande rodando entre tus amigos.

—No se la voy a pasar a nadie, ándale. Patricia nunca se va a enterar.

A ciegas estiré la mano y moví su celular. Al levantar la cara, Ramón sujetó su verga y comenzó a darme de cachetadas en las mejillas y en la nariz. Yo intenté atraparla con mi boca pero no lo conseguí. Eso me calentó de nuevo; debí haberle dado una imagen de puta terrible para que se le ocurrieran semejantes ideas.

—Ándale —insistió—. Nada más quiero ver como se ve.

—¡Que no!...

—Ok, ¿y si la tomas con tu celular? Sólo quiero ver como se ve —repitió.

—¿Solo…? ¿Verla y ya?

—Sí, sólo verla y ya.

Me quedé pensativa. La verdad es que me daba morbo la idea de fotografiarme, pero no quería reconocerlo. Aún quedaban algunas fronteras morales que no deseaba cruzar. Por otro lado, podía tomarme la foto con mi celular; tenía patrón de bloqueo, si caía en malas manos, nadie podría ver esa foto.

—Imagínate tener una colección de todas las vergas que has probado —dijo pasando su glande por mis labios, esa era luz verde para que me la comiera, de modo que abrí mi boca y me la comí. Me la hundí hasta la garganta y me quedé quieta un rato hasta que no aguanté más la respiración y me la saqué sintiendo estertores que controlé respirando hondo—. Así cuando yo no esté, podrás verlas y masturbarte. Dirás: que puta soy.

—¿Sólo mamando? —pregunté ya más interesada.

—Sí, tú con esa carita de angelito vicioso y una verga que nada más tú reconocerías.

—Toma mi celular —le dije sin pensarlo tanto—. Pero sólo una y ya.

Él activó la cámara de mi celular y enfocó a mi rostro. Pensé en la mejor toma. Si me la comía no se vería su instrumento, pero sí mi cara. Pude lamerla y chuparla, pero elegí darle un beso. Contraje mis labios pegándolos al capullo y, entornando los ojos, miré hacia el lente directa y sensualmente. Un clic acompañado del flash de la cámara anunció que mi imagen se había capturado con fidelidad. Cuando Ramón me la enseñó mi excitación creció hasta el grado de empapar todo mi sexo. Agarré el celular por precaución y me centré en terminar la mamada que había iniciado. Ramón me marcó el ritmo poniendo sus manos sobre mi cabeza. Yo obedecí gustosa alojando hasta mi garganta aquella venosa macana de carne, caliente, palpitante y babosa. La succioné fuerte, masajeando el glande con la lengua, esmerándome en darle la mejor mamada de su vida. Con la mano libre comencé a masturbarme. Mi clítoris no necesitó lubricación, mis dedos resbalaban como en jabón.

—¡Wow!... Eres… Eres una auténtica… puta. Me voy… me voy a correr…

Era el punto de no retorno. Ramón no pudo más y yo sabía lo que me esperaba al no sacarme su verga. Él me sujetó fuerte y comenzó a mover las caderas con energía cogiéndome por la boca. Aquello me enloqueció y, cuando sentí que iba a explotar, el novio de mi amiga me clavó su verga haciendo que rosara la campanilla de mi garganta. Di varias arcadas, traté de liberarme pero me fue imposible, soltando varios chorros de semen que fueron a parar a mi estómago, luche por sacar su verga de mi boca. No conseguía respirar por tener todo eso metido en la garganta; desesperada, golpee sus muslos una y otra vez sin conseguir nada. Finalmente, cuando Ramón se hubo vaciado por completo y me soltó. Yo me tiré contra el respaldo del asiento dando una bocanada de aire que me circuló con dificultad a causa del semen pegado en mi campanilla. Eso provocó que parte de su hirviente semilla me brotara por la nariz.

Ramón me sujetó de los brazos y me tumbó en el asiento, me abrió las piernas todo lo que pudo y hundió su rostro en mi vagina. Sentí su caliente lengua jugar con mi clítoris y sus dedos hurgar en mi intimidad, haciendo a un lado mi escasos pero largos pelitos. Concentrado en esa zona, todo era puro delirio. Yo aún batallaba por limpiar mi conducto nasal cuando sentí el calorcito propagarse en todo mi cuerpo, acompañado de una explosión en mi vientre que me recorrió toda. Mi cuerpo se convulsionó. Agarré la cabeza de Ramón y la soldé a mi entrepierna regalándole el premio a su bien acomedida labor oral. Él devoró cada mililitro de mis jugos como el sediento en el desierto mientras presionaba ambos pezones con los dedos. Cuando acabó de lamer el lubricante de mis labios mayores, liberé su cabeza y él cayó encima de mí, procurando no aplastarme con su panza.

—Ha estado… ¡Puf…! ¡Riquísimo!... —exclamé, y esta vez pude limpiar el rastro de semen de mi mentón. Él recostó su cabeza en mi estómago y depositó un suave beso sobre mi vientre desnudo y sudoroso, jadeando de cansancio.

De nuevo nos quedamos callados. Alcé la vista y me sorprendí al darme cuenta de que había oscurecido. Las primeras estrellas ya despuntaban en el firmamento. Me asusté. No podía llegar a casa antes de las nueve de la noche. Llevábamos cogiendo toda la tarde. Comencé a vestirme mientras ramón me besaba la espalda.

—Eres un ángel —me dijo Ramón—. Hermosa.

Agradecí su gesto apretándole la desinflada polla. Él se rio y me preguntó:

—Qué has pensado de lo que te dije.

—¿El qué…?

—Lo de empedar a Patricia para tener un trío.

—¡Cómo crees! ¡Estás loco! —dije riéndome de sus ideas.

Él me pasó la playera y yo me la puse.

—Dime al menos que lo pensarás.

—Hum… ¿Para cuándo sería eso?

—Dentro de dos semanas es cumpleaños del jefe.

—¿De tu jefe?

—Sí, dará una fiesta en su rancho. Irá mucha gente. Nosotros nos podemos apartar en una de las habitaciones y ya sabes lo demás.

—En dos semanas cumpliré año y medio con mi novio.

—No sé por qué sigues con él, deberías terminarlo.

—¡Já!... Y andar contigo, ¿no? Ni tú te la crees, chiquito —dije irónica, acercándome y dándole un corto beso en los labios, lo suficiente como para dejarlo picado.

Apretando gradualmente su verga, dije con voz clara y lenta:

—Esto es lo que es y será nuestra relación. Sólo sexo.

—Está bien, pero cúmpleme ese capricho de tener un trío.

—No te prometo nada pero trataré.

—¿Cuándo nos volvemos a ver?

—¿Te parece entre semana?

—Sí, está bien, después de ver a nuestras parejas.

Sabía que pese a todo, muchas cosas volverían a la normalidad. Yo regresaría con Rafa. Debía intentar arreglar las cosas. Sabía que sin su fuerza directiva no tardaría en perderme por completo en esa vorágine de pasiones carnales. Sin decir nada más, Ramón encendió la camioneta y nos fuimos de allí.


Nada más llegar a casa me di una larga ducha para despejarme. Mi madre no me riñó por la hora de llegada como solía hacerlo. Todos se veían casados, a excepción de mi Tío Mario, cuyas miradas nerviosas me acosaron durante la cena. Supe que buscaría hablar conmigo a solas para explicarme lo del incidente en el baño, así que decidí aumentar su tormento y me puse a ver televisión con la familiar. Finalmente, cuando dieron las nueve, mi tía se fue a dormir a sus hijos y se despidió de nosotros. Me madre no tardó en cabecear y anunciar que también se retiraba a descansar; me levanté para irme con ella. La frustración en el rostro de  mi tío no pudo ser mayor.

—¿No se quedan a ver la película? Tú… ¿Dani?... —dijo como último recurso. Yo me mordí el labio inferior, meditándolo un segundo. Estaba muerta de cansancio, pero la idea de quedarme y ver lo que ocurría me llenó de una insomnica curiosidad.

—Voy a ponerme pijama y regreso, tío, es que hace mucho calor —dije.

Mi madre no dijo nada. Era sábado, no importaba si me desvelaba. Ya en mi cuarto pensé que si de todas formas iba a ponerlo nervioso, podía también calentarlo un poco. La idea me pareció descabellada, pero terriblemente excitante teniendo en cuenta que después de eso correría al baño para cascarse una paja pensando en mí. Obviando la mancha de humedad en mí entrepierna, removí en mi cajón de ropa. Considerando que mi madre o mi tía podían salir, ni camisones, ni tops, ni culottes estaban contemplados. Si quería salirme con la mía debía ser astuta y actuar con malicia, así que sin usar ropa interior opté por un camisón blanco con detalles a cuadros color rosa que me llegaban arriba de las rodillas y que podía levantar demás si así lo deseaba.

Al volver a la sala, mi tío me esperaba con los nervios a flor de piel, de modo que para recalcar aún más su estado, al sentarme con las rodillas dobladas permití que el camisón se me subiera a mitad de los muslos. El no perdió detalle y sus ojos se hundieron en aquella prohibida obscuridad, buscando el orificio donde converge la pasión.

—Ya regresé, tío. Toda tuya —dije, y abrí un poco las piernas como por descuido.

Al darse cuenta de que lo estaba mirando, y de que no parecía molesta por su osadía, tragó saliva y se puso colorado. Era la primera vez que deliberadamente calentaba a alguien, y se trataba nada más y nada menos que del hermano de mi madre.

—¿Ya descubrieron quien es el asesino? —pregunté volviendo la vista hacia la tele.

—¿Eh?...

—El de la película, tío. ¿Qué no la estás viendo?

—Ah sí, sí, quiero decir no, aún no se sabe —dijo con aparente nerviosismo. Volvió la vista a la pantalla y yo aproveché para mirar hacia abajo. Pude atisbar un increíble bulto en su pantalón, una poderosa tienda de campaña que pugnaba por reventar la mezclilla.

Era como si siempre hubiese sabido qué hacer. En una escena el asesino salió de pronto de la oscuridad y atacó a su víctima. Di un respingo y aproveché para pegar mis rodillas a su mano derecha, que retiró al instante como si hubiese sufrido una descarga eléctrica.

—Perdón, es que… me asusté —le dije fingiendo temor.

Él no me abrazó ni se quitó de allí, sino que ocultó su evidente erección colocando ambas manos en su regazo. Vi su indecisión en el rostro; quería decir algo pero no encontraba el modo. Yo ya no supe qué más hacer. Estuvimos callados viendo la película hasta los créditos finales. Dio un bostezó y estiró los brazos. Temí el final de todo.

—Bien… creo que es hora de dormir —dijo, pero no se levantó. Miré a mí alrededor con avidez y encontré una posible solución.

—¿Vemos otra película, tío? —no esperé contestación. Tenía que actuar rápido antes de que la presa huyera despavorida. Me estiré para alcanzar el mando y en el intentó dejé para el total deleite de sus pupilas la redondez y finura de mi trasero medio desnudo.

—No sé, no creo que… —fueron dos segundos en los que sentí el rojo hierro de su mirada clavada en mi trasero. Tomé el mando y volví a mi posición habitual acomodándome el camisón con actuada timidez. No quería que pensara que era una cualquiera. Quería jugar a la niña inocente, calentar su perversa mente con la clásica lolita por la que todo hombre de edad madura sueña con poseer algún día. Y lo estaba consiguiendo.

—Anda tío, un ratito nada más —dije poniéndome mimosa y pegándome a su cuerpo.

Él echó una rápida mirada hacia atrás para cerciorarse de que no había nadie y me rodeo con el brazo pero sin atreverse a tocar de más. El contacto con su cuerpo me erizó la piel; el morbo me golpeó de nuevo. Había decidido jugar un rato y ya me quemaba por dentro.

—Un ratito pues, pero le bajamos volumen a la tele para no despertar a tu tía ni a tu mami —dijo. La ansiedad y el miedo se notaban en su voz— ¿Qué quieres ver?

—Una de terror.

—Pero si eres bien miedosa.

—Pues por eso aquí te tengo. Contigo no me da tanto miedo —le dije y sonreí.

Bajé el volumen a la tele y cambie de canal. Pasé uno y otro sin encontrar uno que sirviera a mi propósito. Había películas de acción y de comedia. Yo no podía pensar con claridad, sintiendo los latidos de su corazón y el calor que manaba de su cuerpo, desistí en mi intento y le dejé en Belleza americana. Cinta en la que el protagonista, un aburrido empleado y frustrado padre de familia, se relacionaba con la amiga de su hija. Mientras sentía el dedo aventurero de mi tío sobarme el hombro en un mismo punto, la excitación se acumuló en mí como la presión en una olla exprese. Mi vagina había empapado tanto los bellos de mi pubis que llegué a sentirme como si me hubiera corrido y, lo peor de todo, es que sus caricias se alargaron por varios minutos sin que hiciera otra cosa que ver como su incansable miembro hacía guardia debajo del pantalón.

—Tío…

—Dime, hija.

—¿Estuvo buena la película?

—Pues apenas le voy agarrando el hilo —respondió extrañado.

—No ésta, sino a la del baño —pregunté haciéndome la inocente.

—Yo, este… —se rio nervioso, volvió la mirada hacia las escaleras e intentó apartarse de mí pero yo se lo impedí abrazándolo.

—No tienes que decirme nada tío, eres hombres, tienes necesidades.

—Bueno, sí, pero…

—Imagino que mi tía no te cumple y por eso te masturbas —me atreví a soltarle.

—Dani, hija… yo… No creo que sea algo de lo que debiéramos hablar.

—¿Por qué no? Eres mi tío y yo tu sobrina. Hay confianza.

—Pues… si, pero… es cosa de adultos.

—Tengo diecisiete años, ya no soy una niña —le dije apartándome a un lado para que me mirara mejor. Mi camisón se había arrugado tanto de la parte superior que mis pechos se asomaban lo suficiente proyectando su verdadero tamaño; un poco más y el pezón saludaría a aquel que con simples roces lo había erizado.

—Sí, ya lo veo, estas muy… —hizo una pausa; otra risita nerviosa—. Siento que me hayas visto en esas circunstancias. Lo de tu lap, ya… la limpié. No tiene ni rastro de…

—Leche.

—¿Qué?

—Quiero leche… Quiero un vaso, ¿gustas?

Acomodándome el camisón, me puse en pie y caminé hacia la cocina meneando el culo con delicadeza para que no se notara que lo hacía a propósito. Sentí su mirada fija en mí, abrí el refrigerador y saqué el cartón de leche, demorándome lo suficiente para que se deleitara con mis largas y torneadas piernas. Me llené el vaso. Bebí un poco y volví a la sala.

—Ten —dije compartiéndole de mi leche mientras me sentaba pegando las rodillas a su muslo derecho. Él me miró indeciso. Agarró el vaso y le dio un pequeño sorbo; luego se lo arrebaté, bebí un segundo trago y me relamí el labio superior con sensualidad—. No te preocupes —continué—. Sólo fue… semen. Aunque para ser sincera, creí que mi laptop se pondría perdida. ¿Desde cuándo hace que no tienes relaciones con mi tía?

—¡Daniela!... ¡Que platiquitas, hija! —dijo mi tío echando una segunda rápida mirada hacia atrás para comprobar que no había nadie en la oscuridad. Ésta vez mi comentario lo hizo reír más abiertamente. En sus ojos detecté un brillo de lascivia.

Comencé a chocar las piernas contra su muslo y él colocó su brazo alrededor de mis rodillas impidiendo mis movimientos. El contacto con su cálida piel me erizó la espalda.

—Estate quieta, niña traviesa.

—Me encanta ser traviesa —dije mordiéndome el labio inferior; sabía que me miraba de reojo; sin embargo, sus manos jamás liberaron mis piernas. En esa postura el camisón se me enrollaba como minifalda. Deseaba que se viera más. Abaniqué los muslos haciéndolos chocar uno con otro, la maniobra dio resultado, había conseguido enrollar mi camisón hasta dejar una enorme abertura para que su encendida mirada se deleitara buscando delinear las formas a través de la negra mata de pelos en la oscuridad. Sabía que no vería mucho, así que, poniéndole dificultad, volvía a abanicar mis extremidades.

Mi tío, cansado de que me estuviera moviendo, puso la mano entre mis muslos y trató de mantener una postura relajada, siempre haciendo que miraba la película. Hasta ese momento no había advertido que su pene parecía haber crecido en su totalidad, pues se elevaba descaradamente sin que el dueño hiciera algo por ocultarlo. Mi tío se estaba calentando más allá de sus preceptos morales y, aunque tratara de disimularlo, el sudor en su frente y el brillo de su ansiosa mirada lo traicionaban.

De pronto mi tío comenzó a rozar la cara interna de mi muslo con la yema de sus dedos. La sensación de aquella furtiva caricia muy cerca de mi zona íntima fue enloquecedora. Mi corazón latió muy rápido, sentí una ansiedad y una desesperación como nunca antes, quería estirarme y agarrar su erecto pene, decirle que nos dejáramos de juegos tontos y que hiciera conmigo lo que se le antojase. Sin embargo, había aun en mí una huella de timidez cercana a mis valores. Era la última frontera entre lo correcto y lo incorrecto, e iba a reventar. Y lo hizo… No me importaba quien fuera la persona. Mi tío necesitaba ayuda, yo igual…

Junté los muslos aprisionando su mano. Él se quedó helado, pero no hizo el menor intento de sacarla de allí. Se notaba la tensión en el aire. Para ese entonces casi estaba desnuda de las caderas para abajo. Con la respiración acelerada, sentí un dedo explorador descender más allá de los límites de aquella caricia, aventurándose a lo desconocido, pero temeroso aún, como a la expectativa. Parecía aguardar una indicación por mi parte. Me removí en el asiento pegándome más a su cuerpo con su mano entre mis partes, no ocurrió nada; incluso fue peor porque sus roces se apagaron. Nerviosa, sólo me quedaba una cosa por hacer.

Recargué mi cabeza en su hombro dando un largo bostezo, acerqué mi boca a su oreja y dije con la voz más mimosa que pude:

—Tengo sueño tiito hermoso… ¿Me llevas a mi cuarto?

Nunca usaba ese tipo de palabras con ningún familiar y menos con mis tíos. Noté que tragaba saliva, volvía la mirada y me respondía con desilusión en la voz:

—¿Ya no quieres ver la película… mi muñeca hermosa?

¡Bingo! Era la primera vez que mi tío usaba esos términos conmigo, así que me atreví a usar mi mejor carta antes de que la excitación acabara por volverme loca:

—Estoy muy cansada, tío… ¿Qué te parece si la terminamos de ver en mi cuarto?

Separando las rodillas, cogí la mano que tenía prisionera y me puse de pie. El camisón no se me bajó del todo, casi lo tenía enrollado a media nalga. Pude ver el brillo morboso en su mirada que iba de mis ojos a mi trasero. De un tirón hice que se pusiera de pie quedando delante de mí, fingí perder el equilibrio y me le eché encima, presionando con mi vientre su poderosa y viril herramienta, que estaba dura como un nabo. Él me atrapó entre sus brazos mientras susurraba con voz excitada: “Te tengo”. Enseguida sentí el subidón de adrenalina correr por todo mi cuerpo. Me separé un poco para que notara como mis ojos se extraviaban en su abultado paquete. Él volvió a tragar saliva y yo intervine con voz cargada de decisión.

—Vamos a mi cuarto…

Apagando la televisión con el control remoto, me di la vuelta arrastrando a mi tío como manso cordero hacia las escaleras. Ambos manteníamos un silencio cómplice, y la oscuridad ayudaba a reforzar esa complicidad mientras subíamos los escalones con lentitud. Si hubiese estado la luz encendida, me habría podido ver todo lo de abajo, pero lo prefería así, que la curiosidad alimentara su perversa imaginación al tratar de adivinar lo que tenía por delante.

En un momento dado mientras doblábamos por el pasillo, fui consciente de lo arriesgado de la situación. A tan sólo dos habitaciones se encontraba la de mi tía, su esposa. El miedo y el morbo de tirarme a su marido estando ella y mi madre tan cerca me pareció una locura muy excitante. Antes de llegar a mi cuarto, no pude evitar detenerme a propósito provocando que mi tío chocara conmigo, restregando su bulto en mi trasero. Lancé un suspiro, giré la cabeza y le sonreí con picardía. Él me contempló con el rostro rebosante de deseo. Se separó un poco y yo me apresuré a abrir la puerta.

Cuando entramos ninguno se atrevió a encender otra luz que no fuera la del televisor. Bajé casi todo el volumen. Ambos sabíamos por qué estábamos ahí, pero parecía que el ver una película no era más que un acuerdo tácito entre los dos para continuar con aquel juego. Busqué Belleza Americana cambiando el canal desde el televisor e inclinando el cuerpo para que no se perdiera detalle de mi culo ya no tan desnudo.

—¿Por qué no te quitas el pantalón para que estés más cómodo, tío?

Mi tío se sentó en la cama y comenzó a quitarse el pantalón, dejando a la vista un prominente bulto que desafiaba la física de su bóxer. Lo miré embobada mientras él arrojaba el pantalón al suelo y se recargaba en la cabecera de la cama, golpeando con suavidad el espacio libre para que yo me sentara a su lado.

Como toda chica mimosa, comencé a gatear hacia él exhibiendo una sonrisa pícara. No obstante, fui más allá aun. No me senté a su lado. Ante la sorpresa de su rostro, le abrí las piernas y me acomodé en medio de ellas, encajándome su dura barra de carne en la espalda. Mi tío lanzó un suave gemido; no se esperaba aquel atrevimiento de mi parte. Dudoso, colocó sus brazos encima de mis hombros y me envolvió en ellos. Yo me recargué en su pecho.

—¿Estás cómoda? —me preguntó. Yo apenas podía contestar sin que mi respiración revelara mi tremenda ansiedad y nerviosismo.

Moví el tronco remoliendo su pene con mis caderas, no me acomodaba, así que sin más ni más, llevé la mano hacia atrás y, agarrando su tiesa verga por encima del bóxer, la recargué a un costado y me acomodé, quedándome al fin en posición fija.

—Ahora lo estoy —dije con naturalidad, pasando por alto los gemidos de mi tío y el hecho de que su pene había dado pequeños santitos en mi mano.

Ninguno prestaba atención a la película. Mi tío puso su mano en mi abdomen y comenzó a acariciarme por encima de la ropa; lamenté haber traído camisón, pues él habría tenido que levantarlo desde abajo para meterme mano. Sin embargo, la cosa no quedó allí. Su otra mano, atenta, se aventuró hasta mi rodilla e inició una serie de caricias en la parte lateral del muslo, subiendo y bajando los dedos por toda mi tersa piel al tiempo que, astutamente, la deslizaba cada vez más abajo para enrollarme el camisón hasta la cintura. De haber sido por mí me lo habría arrancado y le hubiera saltado encima, pero hice un esfuerzo supremo por controlarme. Me quedé estudiando atenta sus reacciones mientras sentía su pesada respiración en mi nuca. Mi piel se puso chinita y entonces recosté la cabeza en su hombro aguantando las ganas de gemir con libertad. Él aprovecho la postura y empezó a darme besitos en el cuello. La mano que antes había tenido en mi abdomen ahora subía por mi tronco hasta posarse debajo de mi pecho. Allí la mantuvo quieta, manteniendo mi deseo a raya sin forzar la situación, sin saber que con esas simples caricias me estaba volviendo loca. Instintivamente empecé a moverme para restregar su pene contra mi espalda. Mi tío produjo un sonido gutural con la garganta, señal inequívoca de que disfrutaba de las roces tanto como yo.

En un momento dado colocó la mano cerca de la entrepierna y, cuando alcanzó los pelitos con su dedo, fue como recibir una pequeña descarga eléctrica. Perdiendo totalmente el juicio, cogí su mano y la acerqué a mi vagina. Al principio reaccionó con un débil espasmo temiendo por mi reacción, pero al ver que no decía nada, comenzó a acariciarme libremente, pasando sus dedos por toda mi raja, primero con timidez, luego con delicadeza, aumentando los roces conforme pasaban los minutos. Y me corrí… Fue como si nunca me hubiesen tocado la vulva, como si cada caricia alcanzara el doble de placer. Cerré los ojos y tuve que morder mi labio inferior para no gritar de gusto. Fue un orgasmo chiquito pero intenso.

Lamiendo el lóbulo de mí oreja, me desguancé en los brazos de mi tío, quien hábilmente se las ingenió para meterme la mano debajo del camisón sin que me diera cuenta y agarrarme los pechos, acariciándolos y amasándolos con una mezcla de sensualidad y rudeza, al tiempo que me subía más y más el camisón quedando desnuda de la cintura para abajo. Mi tío apretó la aureola que para ese entonces tenía los botoncitos a punto de estallar. Por otro lado, sus atenciones en mi vulva no perdían el tiempo. Así estuvo varios minutos más mientras su dedo medio estimulaba mi hinchado y sensible clítoris sin parar, haciendo que mi cuerpo ardiera de nuevo. Apenas me estaba recuperando del orgasmo anterior cuando mi tío ya me preparaba para una nueva e inigualable oleada de placer continuo.

Sabía que no podía dejarme perder por completo. Tenía que procurar tener mi oído atento a cualquier sonido que anunciase la presencia de mi tía o mi madre en el corredor. De pronto detecte a lo lejos un extraño ruido metálico, el cual desapareció de mi mente en cuanto mi tío se animó a clavar un dedo que escurrió como cuchillo en mantequilla dentro de mi encharcada cuevita. Otra vez tuve que morder mi labio inferior para no elevar mis gemidos. Para cuando mi tío Mario comenzó a penetrarme fuerte y repetidas veces con el dedo, ya sólo pude percibir embelesada un par de minutos el característico chapoteo, y me volví a correr. El orgasmo fue más intenso que el anterior y vino acompañado de un poderoso baño de fluidos y espasmos corporales. Me deshice por segunda vez entre sus brazos temblando de placer mientras veía el líquido salir disparado repetidas veces escurriendo por su muñeca hasta empapar su mano. Todavía estuvo un rato rosando mi clítoris hasta que terminé por completo.

Cuando pasó el acceso, mi tío me sujetaba como a una muñeca de trapo. Me encontraba muy agitada. Tenía el camisón arriba de los pechos, así que no vi motivo por el cual seguir conservándolo, de un tirón me lo saqué por arriba y lo arrojé a un costado. La fijeza de su mirada me dijo hasta qué punto lo había calentado mi desnudez. Me aparté un poco y sentí las piernas temblorosas. Lo miré desafiante y con lujuria.

—¿Aun te queda algo de lo de la mañana, tío?

—¡Ay dios…!

—Relájate, tiito, que ahora lo vas a disfrutar tu —dije, al tiempo que tiraba del elástico de su bóxer liberando así su hermosa y prominente verga que saltó como un resorte.

—No, hija… Eso sería demasiado… Eres… mi sobrina —susurró, traicionado por su cuerpo, pues en cuanto le agarré su duro y caliente pene, que parecía reventar de tantas venas que tenía, él solito se recostó sobre la cama cediendo a la tentación.

—Dime tío… ¿Acaso no te parezco bonita?

—Umjuh… —resopló cuando comencé a masturbarlo. Se la movía de forma lenta y sin pausa buscando alargar su placer. Mi mano no conseguía abarcar la circunferencia de ese definido cilindro añadido a mi tío. De su glande salía una enorme cantidad de líquido que se escurría por el canto de mi mano.

—Dime, tío… ¿te gusta cómo te la jalo?... ¿O prefieres hacerlo tu solito en el baño? Dime… ¿Te gusta cómo te masturba tu sobrina?

—Sí… me gusta… mucho.

—¿Quieres que lo dejemos hasta aquí?... ¿Te gusta lo puta que es tu sobrina?

—Ay Dani… hija…

—¿Qué, tío?

Él tenía los ojos cerrados, disfrutando del placer que yo le daba. Ni siquiera era capaz de articular una palabra coherente. Estaba sentada con la mano libre masajeándole los huevos y con la otra profundizando en mis caricias cuando se me ocurrió la genial idea de alcanzar el celular que tenía en el buró y activar la cámara. No lo pensé dos veces, era impulsada por el morbo del momento. Me acerqué a su verga y puse la cabeza de lado, estiré la lengua con la que alcancé el viscoso glande y saqué un par de fotos así. Luego continué masturbándolo mientras me puse a revisarlas en el álbum. Su pene no había salido por completo, así que repetí la operación varias veces hasta que conseguí la foto que deseaba. Una estupenda y deliciosa verga de unos veinte centímetros que era alcanzada con mi lengua. Mi rostro se apreciaba en primer plano, juguetón. Cuando dejé el celular aun lado de la cama, noté que mi tío me estaba observando con los ojos delirantes de placer. Se había dado cuenta de todo.

—Antes lamias esas paletitas rojas de corazón que yo te compraba, ¿te acuerdas?

Por alguna razón sus palabras me llenaron de ternura. Asentí con una sonrisa. Hablaba de cuando yo tenía cinco años.

—Ahora has encontrado otra forma de remplazarlas…

—Cállate y métemela, ¿quieres?

Para su total asombro y deleite, le di un chupete a su glande como solía hacerlo con las paletas de corazón cuando no podía metérmelas por completo a la boca. Me subí encima de él y puse las piernas a ambos costados con su pene en mi mano, dispuesta a dejarme empalar. Estaba segura de que mi tío ni siquiera se creía que estuviera a punto de cogerse a la niña que alguna vez cargó entre sus piernas y a la que ahora se cogería como a la hembra que era. “Bueno… Después de todo, algunas cosas cambian”, pensé.

—¿Estás segura, hija? ¿No te arrepentirás? —dijo antes de hundirse en el infierno.

—Podría tener cualquier… verga —dije y se la apreté con fuerza, apuntando hacia mi cuevita. Él torció el rostro en una mueca de placer. Ni siquiera tenía que lubricarla, y estaba a punto de caramelo—. Tendría cualquier… verga. Pero sólo una… Sólo una me puede dar placer en este momento, y esa es la tuya, tiito. Ahhh… Siii…

—Que rico aprietas… —susurró él quedándose inmóvil. De pronto tuve la sensación de que lo estaba violando y eso exaltó más mis ánimos. Sin esperar confirmación, me dejé caer un poco más.

Mi tío me agarró los pechos y comenzó a jugar con ellos. Yo deliraba de placer y gemía como una perra en celo. Sin ser condescendiente, dejé que aquel grueso mástil me perforara las entrañas de un solo envión. Sentí su dureza abrirse paso entre mis paredes vaginales. Me dolió un poco pero era peor no tener nada dentro estando tan excitada. Era la segunda verga que alojaba en mi interior en menos de veinticuatro horas. Si me viera alguien que me conocía como la niña modosita y bien educada que no rompía ni un plato, diría que me había convertido en una auténtica puta. Tenía la vagina irritada y el pene de mi tío bien ensartado. Me quedé un rato inmóvil esperando una confirmación, y esta llegó con los movimientos de pelvis que mi tío provocó alzando sus caderas. Mi corazón latía a mil por hora cada que sentía los golpes internos que su pene me daba al entrar y abandonar mi ardiente gruta. Jadeé, pero me era difícil controlar las reacciones de mi cuerpo y más cuando sus ingeniosos dedos comenzaron a pellizcar con ímpetu mis ya de por sí sensibles pezones. Era una mezcla de dolor y placer riquísimo, además de que el pene de mi tío no se alojaba todo en mi interior y resbalaba con tremenda facilidad debido a la excelente lubricación de mi conducto vaginal.

Mi tío gemía entrecortadamente mirándome con el rostro trastornado de placer. No había palabras en aquel encuentro tío-sobrina, sólo pasión carnal, un deseo animal que consumía nuestros cuerpos haciendo que encajaran perfectamente el uno en el otro. Cuando busqué elevar y controlar el ritmo como a mí me gustaba, sentí sus osadas manos sobándome el culo. Apretaba mis cachetes y de vez en cuando me abría las nalgas para buscar mayor penetración al alzar las caderas. Solté un gritito cuando metió uno de sus dedos en mi agujerito. Noté que prestaba un genuino interés a esa zona de mi cuerpo, especialmente cuando volvió a clavar por segunda vez el mismo dedo, más profundo que el anterior. Mi tío me estaba llevando al séptimo cielo con sus caricias.

—¿Te-te gusta mi culo, tío?... —le pregunté entre gemidos entrecortados.

—Nunca lo he hecho por ahí.

—Te pregunté que si te… gustaba, ¡ahhhh!...

—Me encanta… Si… Mucho —mi tío había dejado de jugar con mi ano para pegarme a su pecho e inmovilizarme con un abrazo de oso, al tiempo que elevaba la pelvis alcanzando una serie de estocadas cortas, veloces y continuas que no hacían otra cosa que hacerme pujar. Tuve un poco de temor, pues el rebote de nuestras pelvis al chocar se estaba volviendo algo escandaloso dentro de la transpirada habitación. Con voracidad, acercó su boca a mi hombro y me dio una mordida que me desconcentró. Su mezcla de rudeza y pasión tuvieron un efecto catártico en mí, pues me vine en un sobrecogedor y potente orgasmo, pegando también una fuerte mordida a su pecho caliente y desnudo silenciando así mis gritos que de otra manera habrían alertado a mi madre y a mi tía que dormían en el cuarto contiguo. Pero la cosa no terminó ahí. Mi tío buscaba su orgasmo y seguía taladrándome como si de ello dependiera su vida. Si seguía así tendría un nuevo orgasmo antes de que pudiera decir basta. Sus embestidas eran como una hipnosis que me sumergían más y más en los laberintos del placer. No podía entender como alguien que se masturbaba a escondidas de su esposa podía tener esa potencia y esa virilidad que me hacían perder la razón.

Jadeando, soporté sus brutales pero placenteras penetraciones. De pronto caí en la cuenta de que no habíamos usado condón. Mi tío se iba a correr y lo iba a hacer dentro de mí, me gustara o no. Una mezcla de miedo y excitación de apoderó de mis sentidos, pero ya era muy tarde, él no se atrevería a soltarme por nada del mundo y yo ya me encontraba en la cúspide del cuarto orgasmo. A esas alturas sólo podía pensar en una cosa para ayudarlo a acabar más rápido y con más fuerza:

—¿Te gusta cogerte a tu sobrina, eh, tio? ¿Te gusta?

El gimió a modo de respuesta, perdido entre un mar de placer y sudor.

—Dime, tío, dime…

—Shhh… Por favor —suplicó entre susurros entre cortados—, vas a despertar a tu mami y a ti tía.

—Perdón tío, es que… Aquí entre nos… Me encanta mucho la verga.

—Ahhh, Dani…

De pronto, unos dedos se hundieron con violencia en mi orificio anal arrancándome un sonoro gemido. Algo no iba bien. El ritmo de las embestidas de mi tío había disminuido muy considerablemente pero él aun me tenía pegada a su pecho sujetándome con un fuerte abrazo. En su rostro se reflejó la misma confusión. Entonces sentí la punta de algo duro, caliente y mojado empujando en la entrada de mi culito. Mi corazón casi detuvo del susto, y creo que eso cortó el orgasmo de ambos cuando los dos nos dimos cuenta, atreves del gesto de dolor que experimenté al sentir la segunda verga bien metida en mi recto, que quien se hallaba ocupando ese espacio, era nada más y nada menos que mi primo José.

Me giré horrorizada para intentar detenerlo. La vergüenza y el miedo hicieron que mi lívido decayera de golpe. No pude articular palabra. Mi primo me miraba con una mezcla de lascivia y resentimiento; se le veía alcoholizado. Con una señal me invitó a guardar silencio. Por otro lado, mi tío Mario tampoco se atrevió a decirle nada por temor a que él armara un escándalo y las cosas se pusieran feas. Simplemente me soltó e intentó salirse de mí.

—Quédese donde está —le dijo José con autoridad. Mi tío se quedó inmóvil sin saber qué hacer. Mi primo no hablaba fuerte, pero si temía que alguien pudiera oírnos—. Quieres andar de puta, Daniela, pues vas a saber cómo se trata a las putas —dijo dirigiéndose a mí.

—Por favor, José, salte… —le supliqué casi llorando; él me tenía agarrada de las caderas y se empezaba a mover torpemente, haciendo al mismo tiempo que la verga de mi tío Mario se deslizara un poco en mi vagina— Por favor… Por favor… —chillé.

—Respeté que no quisieras tener ya nada conmigo, ¡pero esto!... ¿Desde cuándo te coges al tío, eh?

—Por favor… Para…

Mi respiración se aceleró. Mientras más intentaba zafarme de mi borracho primo, más me enterraba aquellos dos miembros en mis orificios. Y, para colmo, José había dejado la puerta abierta, con justa razón no pude despegar la vista de allí, temiendo que mi madre o mi tía aparecieran en el umbral y nos asesinara a los tres. Mi primo me agarró de los pechos y comenzó a moverse de atrás para adelante sin importarle mi llanto.

—Hijo, por favor… —imploró mi tío, cuyo rostro comenzaba a perder el miedo y su verga a recobrar su vigor dentro de mi jugosa vagina. Cada que mi primo empujaba, la verga de mi tío se alojaba también. Era la verga de José la que más placer me daba al deslizarse con asombrosa facilidad por mi culo, clavándose hasta la raíz y orquestando el acto.

—¿Acaso tiene miedo, tío? No me diga que no desea cogerse a esta zorrita tanto como yo. ¿Verdad que está rica?

Mi tío produjo un gemido que bien pudo tomarse a modo de respuesta. La cosa me estaba descontrolando mucho. Mi tío ya no parecía tan asustado de compartir placer con mi primo y éste ni se medía en tratarme como una cualquiera.

—Yo fui quien estrenó a esta putita. Le estrené sus dos hoyitos. Siempre ha sido una putita disfrazada de niña buena.

La embestida de ambos cabrones y las palabras de mi primo empezaban a tener un efecto extraño en mí. No quería reconocerlo, pero me gustaba. Allí tenía a dos machos partiéndome los dos agujeros mientras mis ojos realizaban una exhaustiva vigilancia hacia la puerta.

—Para, por favor… —volví a decir, pero mis palabras ya no sonaron convincentes. Mi respiración se agitó, y no pasaron más de cinco embestidas cuando comencé a disfrazar mis gemidos con pujidos lastimosos. Temía miedo de que si reconocía que aquel sándwich familiar me gustaba mis dos amantes se descontrolan y comenzaran a ser descuidos.

—No finjas, Daniela… Esto te gusta.

—No…

Miré a mi tío a los ojos y pude comprobar que aquello no le era indiferente. Asaltado por el morbo, estiró su mano y me apretó mis pezones con delicadeza mientras sentía como mi nuca y mi espalda era devorada por desenfrenados besos y lujuriosas caricias regalo del incontenible e incestuoso deseo de mi primo. Volví la vista hacia la puerta y desee tener poderes psíquicos para que esta se cerrara sola. No podía abandonarme totalmente al placer estando así, alguien podía pasar por allí y mirar todo.

—¿Le gusta, tío? —preguntó José— ¿Coge rico su sobrina?

—Sí… Lo hace de maravilla.

—Relájate —me dijo al oído mi primo.

—No me pidas eso, por lo que más quieras… —le supliqué ya sin poder contenerme, cerrando mis ojos y gimiendo suavemente ante cada arremetida de mis dos amantes.

—Naciste para dar placer… —dijo—. Déjate llevar. Hace rato te escuché decir que te encantaba la verga... No lo niegues….

—Si… —llevé mi mano hacia atrás y comencé a acariciar su cabello, un indicativo que disparó su deseo animal, pues al instante mi primo colocó sus manos en mi cintura y comenzó a arremeter con furia enloquecedora, haciéndome disfrutar cada segundo. Con dos vergas bien metidas, una en mi culo y otra en mi vagina, me sentía plena, era una sensación desquiciante, aplastante, y más cuando dejé de prestar atención a la puerta y uní mi sudoroso cuerpo al de mi tío, pegando mi frente contra la cama, dejándome llevar. Mi primo se encargó de cerrar el círculo cuando se recargó en mi espalda y sus empellones adquirieron la violencia de un profanador. A mí dejó de valerme todo, incluso el peligro a ser descubiertos se convirtió extrañamente en deseo, impulsó que motivó los movimientos de mi pelvis consiguiendo que la verga de mi tío alcanzara mayor profundidad. Al principio fue difícil conseguir el mismo ritmo, pero pasados los minutos la cosa cambió y los tres nos movíamos simultáneamente.

—¿Ves lo putita que es tu sobrinita, tío?

—Si… Es muy… buena.

—No le saques tío, a ella le gusta que le digan puta —dijo mi primo—. Le encanta mucho la verga y lo reconoce. ¿Verdad, primita?

—Me encanta…

—¿Lo ves? Si esta nena ya comió. No es tan inocente como parece.

La ingle y el orgullo me dolían, pero mientras mayor era el dolor, cuanto mayor se volvía mi ardorosa lujuria. Comencé a jadear entrecortadamente anunciándoles a los dos que mi cuarto orgasmo venía en camino. Sentía que el aire me faltaba por la presión que ejercían sus cuerpos sobre mi humanidad. Como dos buenos amantes, mi tío y mi primo se movieron frenéticamente como fieras compitiendo por copular a la hembra. Yo me sentía desfallecer, mi vagina se contrajo y me vine en un potente orgasmo tres veces mayor que los anteriores, arrojando una inverosímil cantidad de jugos sobre mi tío mientras la oportuna mano de mi primo silenciaba mis ardorosos gritos de júbilo.

La habitación olía a sexo, un sexo sin fin. Mis brazos ya no me sostenían y mis piernas se escurrían entre las piernas de mi tío. Ambos seguían partiéndome en dos, nadando en un mar de goce sensual buscando desesperadamente llegar a la cúspide. Otra vez me vi envuelta sin descanso en medio de dos fuegos. Encendida por el torrente de vigor masculino desatado en mis agujeros, mi lujuria se reactivó. Debería haber quedado satisfecha, pero parecía que convertir el acto en un delicioso sándwich disparaba mi deseo haciendo que mi brújula de la razón moviera sus agujas enloquecida. Ya no estaba segura de sí mis sollozos seguían siendo sollozos o se habían convertido en gritos de agónico deleite.

—Ya no… voy… a aguantar —balbuceó mi tío.

—Aguanta… un poco… un poco… —dijo mi primo. El cuarto era una mezcla de gemidos, y ya no sabía a quién pertenecía cada uno— ¿Dónde… donde quieres la… lechita, primita? ¿La quieres… en tu… boquita?

—¡Hum!...

—Te hablo… putita… ¿Quieres que llenemos… tus agujeritos?

—Siii… ¡Ahhhh!...

—No… llevo… condón… —gimoteó mi tío, un poco asustado con el rostro delirante.

—Mejor aún… préñala… Lo merece… por… por… puta…

Era como caer de una montaña rusa. No me importaba quedar preñada o que en cualquier rato se encendiera la luz de mi habitación iluminando a mi madre o a mi tía, ya sólo disfrutaba de los excitados y frenéticos movimientos de mi primo y de mi tío, sintiendo los efectos del miembro de mi tío al introducirse por delante, chocando contra la verga de mi primo que se colaba sin piedad por la retaguardia. Pronto sentí aproximarse los espasmos que acompañan a la eyaculación. Con un gemido gutural, casi un gruñido largo, mi tío fue el primero en descargar, arrojando un abundante baño de caliente esperma dentro de mi matriz, aditivo que detonó mi orgasmo, justo en el momento en el que mi primo José liberó un torrente de su semilla en mis intestinos, aferrándose con furia de mi cintura para soltar hasta la  última gota de aquella leche prohibida. Nunca antes había experimentado una sensación como aquella. Caí casi inconsciente sobre mi tío; apenas pude percibir los labios de mi primo besarme en los hombros muy tiernamente. Los tres respirábamos agitadamente. La sabana de la cama, entre mis fluidos, los arroyos de semen que ya escapan de mis agujeros deslizándose por mi cuerpo y el abundante sudor, había quedado perdida. Mi tío me dio un casto beso en la frente y, sin decir una sola palabra, me apartó con delicadeza, recogió sus cosas y se fue, cerrando la puerta tras de sí.

Mi primo me atrajo hacia sus brazos y me besó en los labios. Su pene aún seguía duro, hizo que pusiera mi mano encima de su aparato indicándome que la moviera pero yo ya no tenía fuerzas. Estaba exhausta. Volvió a acercarse a mí y volvió a besarme. Fue un beso dulce y largo al que correspondí ya sin mucho deseo. Entonces, antes de que me quedara dormida, me confesó que estaba enamorado de mí.