LUXUX 6.- Música, alcohol y algunos demonios
Cuando el alcohol y el deseo se combinan todo puede terminar en una situación de lo más comprometedora candente.
Para quienes no han seguido esta historia, aquí les dejo los Link.
Relato1. http://www.todorelatos.com/relato/121636/
Relato2. http://www.todorelatos.com/relato/119150/
Relato3. http://www.todorelatos.com/relato/119650/
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Relato5. http://www.todorelatos.com/relato/121620/
LUXUX
Música, alcohol y algunos demonios
La fiesta de Rafa fue algo aburrida. Se trató de una sencilla comida a la que asistieron sus familiares y alguno que otro amigo de la escuela. Patricia debió creer que Rafa no sentiría su ausencia porque le envió un brevísimo mensaje de texto felicitándolo y disculpándose por no poder asistir. Para no nutrir la tristeza que él trataba de disimular con una marcada sonrisa, Romina sugirió que saliéramos los tres a la dichosa fiesta que iban a dar sus amigos. Mi novio debió sentirse tan defraudado por la insensibilidad de la que consideraba ser casi su hermana que aceptó sin rechistar. Yo asentí, aunque a esas alturas ya no estaba muy interesada en salir, pero al ver a Romina con una sonrisa ufana, supe que no debía dejarlo solo. Los padres de mi novio no pusieron objeción con la hora de llegada cuando dijimos que el organizador nos daría posada en su casa.
Rafa estacionó El jetta gris de su padre junto a unos edificios de cantera cerca del centro de la ciudad. Caminamos unas cuadras antes de detenernos frente a una enorme construcción de acabado similar donde una multitud de chicos formaban coro alrededor de la entrada principal, dominada por dos robustos cadeneros que no se inmutaron al vernos llegar. Sobre la entrada un colorido e iluminado letrero rezaba: La Ópera.
—¿No decías que la fiesta era en casa de tus amigos? —le pregunté a Romina.
—Bueno, si te hubiera dicho la verdad no habrías venido. Venga, anímate.
—Yo le mentí a mis padres —terció Rafa.
—Tranquilo. La casa de uno mis amigos queda cerca. Nos quedarnos con él.
La Ópera era uno de los antros más exclusivos de la ciudad. Aun me preguntaba cómo es que nos dejarían entrar cuando Romina cogió el celular e hizo una llamada perdida. Dos minutos después, salió un chico espigado vestido con pantalón de mezclilla y un chaquetón negro; parecía Dolce&Gabbana . El muchacho era de tez pálida, cabello largo y oscuro. Tenía un piercing en la aleta derecha de la nariz. Romina nos lo presentó como Antonio. Nos saludó de mano a ambos, deteniéndose para mirarme afondo sin importarle que Rafa estuviera a mi lado. Yo cogí la mano de mi novio y se la apreté en cuanto noté que su falta de disimulo lo había ofendido. Nuestro anfitrión dio indicaciones a los dos fortachones de la entrada y estos nos dejaron pasar, ignorando las protestas de quienes llevaban rato esperando en la entrada.
El antro resultó ser tan exclusivo como se decía. Había personas vestidas formalmente y de todas las edades. No existía el apelotonamiento que caracterizaba al resto de los antros. El lugar era amplio y con diversas salas. Subimos a la planta superior, un espacio decorado con fuentes, luces de xenón, árboles secos, cascadas, vegetación y terciopelo en las paredes. Otra de las peculiaridades es que no había pista de baile, los distintos grupos tenían que hacer sus fiestas privadas desde su espacio asignado. Nos sentamos en la mesa de una de las esquinas cuando tocaban Waiting for the night , de Armin van Buuren.
Los amigos de Romina nos saludaron efusivamente. Sin embargo, no eran chicos de su edad. El más grande de ellos, Marco, nos dijo que tenía 28 años.
—Este es Javier, Manolo, Gustavo, Joaquín y Paola.
De no haber estado Paola en el grupo me habría sentido intimidada con puros hombres. No es que desterrara a Romina del género femenino, pero la forma de llevarse con sus amigos me hacía reconocerla como el macho alfa.
Al instante Gustavo y Joaquín fueron a la barra y nos trajeron una ronda de gin-tonic para cada uno mientras se ponían a conversar animadamente. Eché un vistazo a mí alrededor, no encontré ninguna cara conocida entre las distintas personas que bailaban junto a sus mesas riendo y hablando a gritos. Di un par de sorbos a mi gin-tonic y contraje el rostro. Mi copa estaba muy cargada de ginebra.
—¡Te ves muy guapa haciendo esas caras! —dijo Marco.
—Sí, ¿a quién le haces esas caras? —preguntó Manolo.
—Joaquín la deslumbró con su belleza —dijo Gustavo. Todos nos echamos a reír, pues aunque Joaquín era feo, la seguridad y la picardía que proyectaba, a mi parecer, lo hacía un chico de lo más interesante.
—Daniela no necesita un hombre guapo, necesita un caballero que la respete y que la haga reír —aclaró Joaquín, poniendo énfasis en cada palabra.
—En eso tiene razón —dije—. El hombre no tiene que preocuparse por ser guapo, yo creo que tiene que esforzarse por ser interesante.
Todos sufrieron un ataque de risa de lo más exagerada; o llevaban rato bebiendo o lo que había dicho superaba la media de chistes buenos. Antonio, el más callado, sonrió y me miró con fijeza. Le devolví la sonrisa por cortesía pero de inmediato evité el contacto con sus ojos. Me sentí incomoda. Debo admitir que era un chico guapo pero de esos que jamás alcanzan el grado de interesantes. Ladeé la cabeza y estampé un beso en la mejilla de Rafa, él parecía impacientarse con las observaciones del grupo, que siguieron adulándome como si él no estuviera presente. Y es que me había puesto especialmente bonita para mi novio. Lustraba un vestido corte princesa color aqua con zapatillas de piso del mismo tono, aplicando a mi rostro un minucioso maquillado que hacía lucir mis ojos más grandes. Eso, inevitablemente, me hacía ser el centro de atención de todo hombre a mí alrededor.
—Ya chicos, fue suficiente, que va a pensar Daniela de ustedes —intervino Paola con una amplia sonrisa—. Son una bola de perros. Ya no querrá salir con nosotros.
—Quiero bailar —dijo Romina, y en ese mismo momento se puso de pie contoneando su figura al ritmo bajo la tonada de Never cry again .
Pero sólo Joaquín se le unió mientras que el resto inició una segunda ronda de gin-tonic que fue consumiéndose a medida que charlaban sobre bandas de música de rock pesado y conciertos de metálica a los que asistirían. Cuando a la tercera copa que bebíamos en menos de veinte minutos los chicos volvieron a centrar su atención en nosotros, haciéndonos bromas y preguntas un poco más atrevidas, fue entonces que cogí la mano de Rafa y nos pusimos a bailar junto a la mesa. Al instante se nos unieron los demás.
Los chicos formaron un coro alrededor de nosotras. Romina y Paola no dijeron nada, pero yo temía que Rafa se molestara; ninguno se propasaba pero sentía que su atención estaba más fija en mí que en las demás niñas, provocando que yo no bailara como se debía. Y para colmo Antonio no dejaba de mirarme como si fuera el dulce más exquisito de la tienda. Noté que Romina advirtió sus miradas y le dio un ligero golpecito con el codo para que disimulara. El chico se acercó y le susurró algo en la oreja, entonces ella lo volteó a ver con el entrecejo fruncido y le sonrió. Yo traté de prestarle la mayor atención a mi novio para que en ningún momento se sintiera desplazado.
Sobre la quinta ronda de gin-tonic, Marco se atrevió a rosar mi cintura con sus dedos y a mirar mis pechos con una lujuria que me erizó la piel. Cierto grado de excitación recorrió mi cuerpo, pero no quise reconocerlo y de inmediato me di la vuelta para mirar a mi novio y darle un corto beso en los labios. Esa maniobra fue aprovechada por Gustavo, quien se acercó rosando mi trasero con el bulto que ya se empezaba a formar en su pantalón. La temperatura, las luces, el ritmo y la cercanía eran cada vez mayor. Y Rafa, quien no estaba acostumbrado a tomar, no se cansaba de repetir en mi oreja que yo era su princesa y que me amaba con todo su corazón. Lamentablemente eso, asociado a los consentidos roces de los que no parecía darse cuenta, me encendían cada vez más, haciéndome sentir de lo más puta.
De pronto me dieron ganas de ir al baño, y como ninguna de las chicas tenía ganas de ir, fui sola ante la insistente oferta de Rafa de acompañarme; la verdad es que nunca lo había visto divertirse estando los dos en un antro, así que lo dejé junto al grupo.
No demoré ni quince minutos cuando al volver me encontré con la novedad de que se nos había unido la mesa de al lado. Tres chicas más eran rodeadas por al menos una docena de chicos que bailaban entorno a ellas. Ninguno notó mi presencia ya que dos de las mujeres atraían la atención como la luz a la polilla. Para mayor sorpresa, vi a Rafa apartado del grupo bailando animadamente con Paola. Me quedé observándolo un momento con una sonrisa en el rostro; debía ser el alcohol quien hacía de las suyas, pues a esas alturas Rafa se veía como otra persona, alegre y desenvuelta. Paola era una chica atractiva, pero por ningún momento sentí celos de ella.
Tan ensimismada estaba en mi descubrimiento que me sobresalté cuando alguien me tocó en el hombro. Me giré al instante.
—Disculpa, no era mi intención asustarte —dijo un hombre a mi espalda, acercándose lo suficiente para no tener que gritar—. Mi nombre es Raúl. ¿Vienes con los chicos de allá? —dijo señalando hacia mi mesa.
Yo asentí con algo de desconfianza.
—¿Cómo te llamas?
—Daniela.
—Daniela… ¿Me permites invitarte una copa?
—¿Porqué o qué?... —dije dudosa, y casi me puse en alerta.
—Una: llevo mucho rato bebiendo solo, dos, en todo el rato tú has sido la única que me alegró la velada; eres muy bonita, una de las chicas más bonitas que he visto en la disco.
—Antro.
—¿Qué?...
—Que ya no se dice disco, ahora es antro.
Raúl sonrió, y su sonrisa me pareció sincera; eso me dio confianza.
—Será una —dije sonriendo.
—¿Una…? —ahora él estaba confundido.
—Sólo una copa y ya.
De nuevo sonrió, apenado.
—Sí claro, no creas que pretendía emborracharte. ¿Vamos a la barra?
Sin avisarle a los demás nos dimos la vuelta y nos sentamos en los dos únicos bancos libres que había en la barra.
—¿Qué te tomas?
—No sé, algo que no tenga mucho alcohol —dije sinceramente. No quería empezar a perder los pies delante de aquel desconocido.
—Me das un Tom Collins, por favor —pidió al bar tender—. Y para la niña un vaso de agua mineral…
—Que sean dos Tom Collins —dije enérgicamente.
Si había algo que me molestaba sobremanera es que me trataran como a una niña, eso siempre estimulaba mi lado competitivo. Raúl sonrió un poco sorprendido, pero al instante añadió la más alta proporción de alcohol.
Yo tragué saliva y sonreí con timidez.
—¿Qué edad tienes?
—Diecisiete, ¿y tú?
—Treinta y cuatro —dijo como si nada.
—¿Qué?... ¿Enserio? ¡No lo pareces!
Y era verdad. Raúl fácilmente disimulaba diez años menos. Su forma de vestir, con saco Lob negro clásico sobre una camisa color vino reflejaba el estilo de vida de un hombre más impuesto a ejercer las facultades de la mente que las físicas. Tenía facha de empresario, y cuando le pregunté a qué se dedicaba confirmó mis sospechas. Me dijo que se encontraba en la ciudad por negocios y que mañana tenía cita con uno de sus clientes. La soltura con que hablaba de sí mismo me hizo entrar en confianza al instante. Él me preguntó qué estudiaba y si tenía novio. Le contesté, señalando a la pareja que bailaba junto a mi mesa y qué, para mi asombro, ya no se trataba de un inocente baile, sino más bien de un perreo lento que buscaba amoldarse al género de la música. Paola le pasaba el culo con descaro por su ya abultada entrepierna. Éste, motivado por el bailecito de su pareja, recorría con sus manos el cuerpo de la chica, buscando torpemente levantarle la falda.
—Veo que tienes un noviecito que no pierde el tiempo —dijo Raúl, burlón, dándole un sorbo a su copa— ¿Quieres bailar?
No le respondí. Ver a Rafa en esas circunstancias debió ponerme celosa pero no fue así, y cuando la chica puso su mano en su pantalón para calibrar la dureza de aquel miembro oculto tras la tela, una oleada de calor me recorrió la entrepierna. Me sentí mojada. De pronto toda la excitación olvidada tras el sucedo en mi casa regresó de golpe, y me vi a mi misma reflejada en Paola. Yo, como otrora otras veces, me encontré sumergida en aquella danza sensual calentando a otros hombres de la misma manera que lo hacían con mi novio…
—¡Hey!... ¿Me escuchas? —dijo Raúl, acariciando mi mejilla con su mano. No le reñí por su atrevimiento. Estaba absorta en la visión de Rafa y su bailarina— ¡Te hablo!
—¿Eh...?
Raúl me tomó de la mano y me jaló hacia el lugar más apartado y oscuro donde había una mesa pequeña para dos. Yo lo seguí como autómata. Nos sentamos.
—¿Por qué sospecho que no te da celos ver a tu novio con otra?
—¿Qué tiene eso de malo?
—Nada. Sólo que jamás he visto a una novia celosa.
—No soy posesiva. Sé que mi novio me ama como yo a él.
Al instante de decir eso me sentí más orgullosa que nunca al ver como mi novio ladeaba la cabeza evitando el beso que Paola trataba de consumar. La chica no se frustró, sino que siguió insistiendo refregando sus encantos en la anatomía de su pareja de baile.
—¿Decías algo? —dije volviendo la cabeza hacia Raúl, quien estaba claramente sorprendido por la reacción de mi novio, pero sonriendo al fin y al cabo.
—¿Quieres bailar?
—¿Eh?...
Sin esperar respuesta me volvió a tomar de la mano y comenzamos a bailar junto a la mesa. Bailamos un par de canciones un tanto separados uno del otro, pues Raúl aún era un desconocido como para soltarme como a mí me gustaba, además, no pude evitar despegar la mirada de mi novio y su acompañante, que intentaba encontrar el momento para besarlo. El alcohol comenzaba a ser traicionero, en dos ocasiones me vi apoyándome en la mesa para no caerme. Raúl aprovechó para acercarse más a mí con la excusa de ayudarme. Yo me reí como tonta frente aquel desconocido. Lo empujé un poco, pues sus manos ya estaban en mi cintura.
—Hazte para allá por favor.
—Ay, es que te quiero enseñar a bailar.
Yo suspiré. Si mi novio estaba bailando sin reparar en mi presencia bien podía hacer lo mismo y disfrutar como solía hacerlo.
—Bailemos como se debe entonces, a ver que tanto aguante tienes —dije desafiante.
Al instante me tomó de la cintura aproximando su cuerpo al mío. Ni trabajo me dio; el alcohol hacía rato que me había desinhibido junto con la excitación. Al darme la vuelta pude sentir la rigidez de su aparato presionando contra mi culo. No dije nada. Tampoco era el primer pene que sentía al bailar. Deslizando sus manos por mis brazos nos movimos al ritmo de Where you were around . A diferencia de otras veces, nadie reparó en nosotros, por lo que me relajé disfrutando de la música y de los roces intencionales. Estaba decidida a ponérsela durísima y a dejarlo con el calentón de su vida. Siempre era así con todos. Raúl, como la mayoría, no dejó pasar la oportunidad de empujar su pelvis hundiendo entre mis carnes la potencia de su virilidad. Giré la cabeza y lo miré con deseo contenido. Él sonrió con timidez, pues no se esperaba ese atrevimiento por mi parte. Su gesto me causó gracia.
—Que bien bailas… —dijo en mi oreja. Su cálido aliento me provocó un cosquilleo delicioso que me recorrió de arriba abajo. Evité gemir, no quería que notara la temperatura que despertaba en mí con cada caricia.
—Y tú no tiemblas como los demás.
Casi toda la canción la bailé dándole la espalda, más por vigilar que Paola no se escapara con mi novio que por seducir a mi pareja de baile. Cuando éste se dio cuenta de mi inquietud, hizo que quedáramos de frente. Con sus brazos entorno a mi cintura descalzando las manos en las inmediaciones de mi trasero, comenzamos una nueva canción. Esta vez sentí su verga presionar contra mi pubis. Él me mantuvo allí descaradamente y yo me separé un poco. Sabía que mientras más acortara el contacto más exaltaría su deseo por poseerme. Lo volvería loco. Conforme la canción avanzó volvió a pegarme su tieso falo con fuerza. Esta vez lo dejé hacer, y él, envalentonado por mi consentimiento, ya me sujetaba de la cintura para evitar que me fuera de su lado.
Allí, como si de una balada se tratase, bailamos pegaditos. A ratos miraba a mi novio y a ratos me dejaba llevar por el delicioso tacto de aquella prometedora y viril herramienta que disimuladamente yo sobaba siguiendo el compás de la música. Mi ropa interior ya estaba mojada. Pero las cosas iban a poner más candentes. Raúl puso sus manos en mi trasero, al principio las dejó quietas, pero a medida que mi respiración se hacía pesada, las fue moviendo hasta que finalmente amasarlas ya no fue suficiente. Ninguno dijo nada. Él sonreía y yo apoyaba mi cabeza en su hombro frotándome contra su prominente erección.
Perdía el control. Había iniciado una hoguera que se propagaba cual incendio por todo mi cuerpo, amenazando con quemarme. No pude evitar sentir un poco de remordimiento por lo que le hacía a Rafa, quien ese mismo instante cedió al beso de Paola sólo para echarse para atrás y vomitar en el piso. Varios amigos de Romina corrieron a ayudarlo mientras otros me buscaban con la mirada. Yo no quería moverme de allí, de nuevo mi novio me arruinaba un buen momento. Ocultando mi cabeza, quedé frente a Raúl, sonriéndole, apenada. Entonces él se acercó y me besó. Fue un beso corto, incrementado a mil por el morbo de violar el lazo emocional que me ataba a mi pareja, mi mejor amigo. Al instante me separé de sus labios y una oleada de remordimiento me invadió. Pero no me separé de Raúl, quien bajó su mano derecha hasta tocar mi pierna con suavidad, alzando mi vestido para colarse dentro de mi panty y acariciar directamente mi nalga. Yo no me opuse a ello.
—Que piel tan suavecita —dijo gozando al ver mi expresión de excitación. Mis pocos valores morales se desmoronaron—. Me gustas mucho. ¿Vamos a otro lugar?
—No puedo. Tengo novio.
—Pero él no te da lo que quieres.
—Él me complace como no te imaginas.
—¿Cómo puedes saberlo? Él apenas es un niño, seguro que se corre antes de que tu empieces a disfrutarlo.
Esa afirmación fue un golpe bajo para mí. Al instante busqué defenderme como pude.
—Tú no puedes saber eso.
—Tu cuerpo me lo dice. Él quiere otra cosa. Anímate.
“Dile que sí, no seas tonta” “No, no soy una cualquiera, sólo una puta hace eso” “Y qué importa que sea una puta. Esto soy, me encanta el sexo, y si mi novio no me da lo que quiero, otro puede hacerlo”, me dije a mi misma para acallar mi consciencia. “Pero Rafa no se merece esto, detente, Daniela, aun estas a tiempo” La mano de Raúl se movió con gran maestría cual lombriz en las obscuras profundidades, alcanzando con sus hábiles dedos la fragilidad de mi mojada humanidad, mi vagina. Dejé escapar un prolongado gemido que aquel desconocido que me doblaba la edad supo silenciar con sus expertos labios. “Mientras Rafa no lo sepa… No tiene por qué haber problema”, fue lo último que me dije, sellando con el movimiento de mi lengua el tácito acuerdo al pecado, fundiéndome como sedienta al amante que los hados de la lujuria ponían a mi disposición.
Presionando mí excitado clítoris con el pulgar comenzó a meter y asacar al mismo tiempo sus dedos anular y medio dentro de mi acalorada y estrecha vagina, cediendo con gran facilidad debido a la excelente lubricación. El roce que experimenté fue el más delicioso de mi vida, y la velocidad que alcanzó minó las escasas defensas que se agrupaban entorno a la idea de que lo que hacía estaba mal, haciendo que la intensidad de mis besos fueran el conducto por el cual clamaba de gozo. Eso, y el morbo agregado de saber que en cualquier momento alguien podía descubrirnos fue el detonante que abrió las puertas al paraíso perdido. Las rodillas me flaquearon ante los inminentes espasmos que anunciaban la llegada de mi orgasmo. Raúl me sostuvo con un brazo mientras mi ardiente cuevita estallaba en su mano, premiándola con mi dulce néctar. Su boca no fue suficiente para contener mi grito de júbilo así que mordí su labio inferior. Sentí su sabor metálico en el paladar al tiempo que nos besábamos con pasión.
Pasaron varios minutos antes de que pudiera componerme de aquella poderosa descarga. Estaba sudada y con los pezones como lanzas pero feliz, con el corazón latiendo desbocado. Perdida en la pasión hasta me había olvidado por completo de Rafa. Todavía seguía abrazada a Raúl mientras nuestras lenguas se buscaban desesperadas. Los minutos pasaron sin que ninguno de los dos manifestáramos deseos de separarnos.
—¿La sabes chupar? —me preguntó Raúl al separarse de mi para bajarse el cierre del pantalón y liberar su larga y gruesa pintón cuyo glande latió baboso en mi antebrazo.
—Estás loco. No te la voy a chupar aquí —protesté, agarrando su palpitante verga.
La tenía tan gruesa que mi mano no alcanzaba a cerrarse en torno a ella. Raúl iba a sugerir que fuéramos a otro lado cuando me prendí a su cuello besándolo con pasión.
Esparciendo con el pulgar el bendito lubricante en todo el glande, comencé una lenta pero profunda masturbación. El acarició mi espalda y mis nalgas, profanando con la mojada mano las inmediateces de mi culito, metiendo y sacando su dedo medio como si me estuviera penetrando. Yo sabía que no podía demorar más tiempo antes de que Romina se pusiera a buscarme por todo el lugar, tampoco quería despegarme de aquellos labios que tantos deseos me prodigaban como nunca antes lo habían hecho. Aumentando el ritmo de mi mano, quería terminar con aquella locura antes de que perdiera por completo el control. Raúl gimió a pesar de que casi lo succionaba con mi boca. No iba a tardar mucho. Su verga estaba a punto. Nunca fui consciente de lo que sucedía a mí alrededor, pero si un observador hábil centrara su atención en la parte más oscura del antro, notaría a una chica moviendo frenéticamente la mano derecha evidenciando lo ocurrido. Aquello acrecentó mis bríos y con ímpetu realicé los últimos movimientos haciendo que mi amante soltara su hirviente simiente en mi muslo. El primer y más potente chorro escurrió hasta mi rodilla, luego un segundo, un tercero y un cuarto que hizo que se sumaran a los últimos estertores formando un caudal que recorrió mi pierna estancándose dentro de mi zapatilla.
Raúl se separó de mi boca exclamando un sonoro gemido sobre mi hombro. Luego se incorporó y volvió a besarme. En ningún momento dejé de masturbarlo hasta que supe por la flacidez de su miembro que todo había concluido.
—Ha sido la mejor paja de mi vida —me dijo entre besos, guardándose su pene dentro del pantalón— ¿Te gustaría ganar mucho dinero? —me preguntó de pronto.
Supe inmediatamente por donde iba, y por más caliente que estuviera no dejaría a Rafa colgado por ahí.
—Lo siento, pero no. ¿Sabes cuantos hombres me lo han propuesto?
—¿De qué hablas?
—No te hagas, me estas ofreciendo dinero por sexo.
—Niña, claro que no, me mal entiendes. Me acabas de hacer la mejor paja de mi vida. Es obvio que lo que haces lo haces de maravilla.
—No te entiendo, ¿a qué te refieres?
—Te estoy ofreciendo trabajo en mi empresa.
La redirección que tomó su oferta me hizo bajar la guardia. Sentí curiosidad.
—Sigo sin entender.
—Estoy seguro de que contigo tendría sexo gratis —dijo ufano, y me dio otro beso mientras con su mano estrujada la redondez de mi culo. Yo correspondí encantada; era la primera vez para mí que besar se volvía un deleite. Se separó. Lo miré embobada.
—Filmo películas, sabes.
—¿Qué clase de películas —pregunté.
—Películas para adultos. Películas porno —enfatizó. Yo sentí un espasmo nervioso al escuchar su declaración— ¿Aun eres virgen? Bueno, por cómo me hiciste disfrutar esta noche imagino que no. Pero aun tienes diecisiete años. Una jovencita como tú en la industria porno vale oro. Podrías ganar miles de dólares por escena, y eso si lo haces solamente con un chico.
Debió ver mi expresión de temor en el rostro porque sacó su cartera y me entregó una tarjeta que envolví cerrando el puño.
—Piénsalo, después me llamas —insistió—. Ahora… —dijo volviendo a besarme. ¿Qué te parece si continuamos esto en mi coche? ¿O vamos a un hotel?
Al instante toda mi calentura se reactivó. Lo miré indeciso, luego volví los ojos hacia la mesa del grupo de amigos de Romina. Rafa no estaba por ningún lado.
—Déjame ver dónde está mi novio, primero. Ahorita te digo, ¿sí?
—Lo que digas preciosa —dijo y, con un apretón de nalga, me dio un corto beso—. Corre, ve a ver al cornudo, aquí te espero.
No me gustó que se expresara así de Rafa, pero era la verdad, era un cornudo. Y lo más sorprendente es que la estampa de puta que me acababa de crear me excitaba en exceso. Había nublado por completo mi juicio y ahora sentía un gozo especial por ser infiel.
Como una niña feliz a quien han prometido un juguete nuevo, me dispuse a ver la manera de enviar a mi novio a su casa. Pero cuando di el primer paso supe que tenía un problema que requería urgencia: el semen de Raúl en mi zapatilla y en mi pierna. Me dirigí al baño y, encerrándome en el primer inodoro, retiré el pringoso semen con papel higiénico. Resistiendo el fuerte aroma del amor que me invitaba a probar aquel néctar, tiré el papel al cesto y suspiré. Me encontraba ansiosa por las promesas carnales y el sentimiento que despertaba en mí aquel nuevo amante prohibido.
Iba a salir del cubículo cuando alguien azotó la puerta donde yo estaba. Asustada, miré por debajo y creí reconocer la vestimenta de mi amiga Romina. De espaldas contra la puerta, vi que se encontraba un chico. Palidecí.
—¡Que ya te calmes, Antonio! —la oí decir. Dentro el ruido de la música disminuía hasta el punto de poder escuchar sin tener que gritar.
—Pero te digo que se la estaba jalando a ese wey —dijo Antonio. Sentí un escalofrío al escuchar sus palabras.
—Ni siquiera te consta que haya sido ella.
—¿Y entonces a ver dónde está? ¡Dime!
—No empieces con mamadas. Y ni se te ocurra mencionar nada delante de su novio.
—Al putito ese ya lo mandé con Joaquín a mi casa; está perdido de borracho —dijo el chico—. Yo no sé, Romi, pero dijiste que me ibas a ayudar con ella.
—Y si te voy a ayudar pero deja de inventar tonterías sobre mi amiga.
—Me dijiste que la ibas a empedar para que me la cogiera, y hasta ahorita mira, la palomita anda picando por otro lado.
—Deja de decir babosadas estúpido, y ya, vete a la verga, salte de aquí.
Escuché pasos rumbo a la salida. Luego el agua caer del lavabo. Silencio. Aguardé unos minutos sentada sobre el inodoro, miré por debajo y vi a Romina frente al espejo oliendo el contenido de un frasco marrón. Se metió al último cubículo y entonces salí de mi escondrijo para escapar de allí. Ahora más que nunca estaba decidida a tener sexo con Raúl sin ningún tipo de preocupación o remordimiento.
Tan distraída estaba que al salir del baño me estrellé contra la humanidad de una persona. El impacto me empujó contra la pared. Caí sentada en el piso.
—Perdona, ¿estás bien? —dijo y, cuando me tendió la mano, sentí que el corazón se me salía del pecho. Se la tomé y me puse en pie.
Allí, delante de mí, estaba Edwin, el chico del que siempre estuve enamorada en la preparatoria, mi primer amor, el motivo de mis suspiros y sufrimientos. Él me miró atónito, incapaz de creer que fuera yo. Debo aclarar que hacía dos años y medio que no sabía nada de él, pues iba en tercer grado cuando yo iba en primero. Ahora estábamos al tú por tú, casi de la misma estatura y con una confianza absoluta en mis atributos físicos. Yo lo vi más delgado.
—Pero si tú eres…
—Daniela. El patito feo —dije, haciendo especial énfasis en el sobrenombre.
Eso pareció remover alguna fibra en su memoria. Su rostro cambió de la sorpresa a la tristeza. A mí ya no me provocaba nostalgia.
—Siento mucho lo que pasó ese día, de verdad —dijo. Su disculpa me sonó sincera.
—Está bien, no pasa nada.
Nos miramos sin saber qué otra cosa decir.
—Bueno, me dio gusto saludarte —dijo. Lo vi desilusionado. Me tendió la mano.
—¿Ya te vas? —respondí ignorando su gesto.
—Esto está más aburrido que un panteón. Mejor iré a la casa de un amigo, creo que su fiesta tiene mejor ambiente que éste —se quedó pensativo, luego añadió— ¿Quieres ir?
Su invitación casi hizo que pegara un brinco de emoción. Me olvidé de Raúl, mi novio, Romina y Antonio, y como niña caprichosa me dispuse a darme la oportunidad de conocer a Edwin. Lo demás no me importaba. Le dije que sí, y su rostro se llenó de alegría.
—Déjame ir por mi bolso, ¿sí? ¿Dónde te veo?
Haciendo caso omiso de las quejas y amonestaciones que Romina apuntaló con respecto a lo peligroso que sería andar por las calles a esa hora, cogí mi bolso y me dispuse a salir de allí. Romina me sujetó del brazo.
—¿Pero tú estás pendeja, Daniela?
—Por favor, Romina, no seas hipócrita, tú te le escapas a tu madre para dormir quien saber dónde y a mí me la haces de pedo nada más porque me voy a una fiesta con mi amiga Patricia —le recriminé, liberándome a la vez de su agarre—. Por favor, cuida bien de Rafa, ¿quieres? No le digas nada, regreso en la mañana.
Antonio se quedó boquiabierto. Estaba que no se la creía. Me giré hacia él y le dije:
—Ah, y tú, la próxima vez que quieras que emborrachen a alguien para que te la cojas, ve y emborracha a tu madre.
A excepción de ellos dos, no me despedí de nadie más. Todos se quedaron atónitos con mi reacción. Salí del antro y en la esquina me esperaba Edwin con una sonrisa en el rostro. Lo más curioso es que manejaba un taxi de la ciudad.
—Hola —le dije— ¿Desde cuando trabajas en un taxi?
—Es una larga historia —dijo.
—Quiero escucharla.
Poniendo el auto en marcha, me contó su vida. Estaba casado. No por amor, sino por obligación. Tenía una bebé con Mariana, a quien había embarazado luego de tener relaciones sin protección. Su hija se llamaba Dinora y era el único motivo por el cual soportaba la vida maltrecha que se había forjado. Me mostró una foto su pequeña. Era una niña preciosa. Yo estaba impactada con la noticia. Resulta paradójico que quienes dicen que la chica con la que andan es para un rato al final terminen casándose con ella. Así le sucedió a Edwin. Cuando los padres de mariana se enteraron del embarazo montaron un lío. La echaron de casa, por lo que Edwin se hizo cargo de ella; sus padres si lo apoyaron. Desde entonces se ganaba la vida trabajando por las noches como taxista.
—Antes vestía de marca —dijo mostrando los pliegues de su camisa decolorada—. Ahora mira, ni siquiera me alcanza para ropa.
—No te desanimes —dije sintiendo una profunda pena por él— ¿Y Mariana?
—Allí está en la casa, engordando como vaca.
Su respuesta me hizo reír. Por más que quise asociar la gordura de Mariana a los cambios en el metabolismo después del embarazo, no pude. Para mí, su caída era castigo divino.
—Pero no importa. De vez en cuando me doy mis escapadas como ahora. También estoy estudiando la universidad los sábados. Voy a superarme. Quiero ser abogado. ¿Y tú?... ¿Cómo va tu vida…? Patito.
La mirada que me dedicó me puso de cabeza. Aunque no se tratara del mismo chico que había conocido para mí seguía siendo encantador. Me preguntó si tenía novio y yo le conté sobre Rafa. Le narré lo difíciles que fueron los primeros años en la prepa, inclusive le confesé que fui una de sus más fervientes admiradoras, pero que jamás tuve el valor de hablarle.
—Además, tú ni siquiera tenías ojos para mí —le recriminé—. Eras el chico más guapo de la preparatoria. Podías tener a quien quisieras.
—¿Y de qué me sirvió? Mira cómo acabé.
Su respuesta me puso reflexiva. Pero tenía razón. Mientras conducía por la avenida vi al Edwin que manejaba como un chico cualquiera, un desconocido. El Edwin del que me había enamorado se hallaba inmortalizado en mis recuerdos, atrapado en una ventosa de emociones que me negaba a liberar. Él pertenecía al pasado, le pertenecía al patito feo, no a mí.
Una atmosfera de nostalgia se apodero de nosotros. Nos quedamos callados. Hábilmente, Edwin me preguntó sobre la profesora de inglés y, sin darnos cuenta, una cosa llevó a la otra y terminamos hablando entre risas sobre los alumnos que ella se había tirado a cambio de aprobarlos en su materia. Y así el tiempo se nos pasó volando hasta que llegamos a destino.
Portándose como un caballero, me abrió la puerta del carro y me ayudó a salir. Estábamos en una ostensible casa en las afueras de la ciudad. La música de banda nos llegaba claramente. Nos miramos y echamos a reír. Un sentimiento me poseyó, sin pensarlo dos veces lo abracé. Él me correspondió. El contacto con su pecho inyectó en mí una salva de adrenalina que hasta hoy día no he vuelto a sentir. No tenía que ver con el deseo sexual anómalo al que tantas veces sucumbía, esto, creía yo, era amor de verdad.
—Me dio gusto verte —le dije; no quería separarme de él y sin embargo era necesario.
—El gusto fue mío, patito.
La luz de un carro nos dio en el rostro. Una Chevrolet Silverado último modelo aparcó frente a nosotros obligándonos a guardar distancia. Las cuatro puertas se abrieron de golpe y de su interior emergieron varias figuras que no alcancé a reconocer.
—¡Amiga! —gritó una jubilosa voz que reconocí de inmediato. Se trataba de Patricia.
Acorté el espacio que nos separaba y ambas acabamos enredadas en un largo abrazo.
—¡Estas guapísima! ¿Cuánto tiempo, eh? Pero… ¡Valla!... ¡Hasta que por fin se te hizo! —dijo al ver a Edwin, irguiéndose para saludarlo de beso—. Creí que aun andabas con mi amigo… Esto es nuevo.
—No, Paty, todavía ando con Rafa. Edwin es sólo un amigo —me apresuré a decirle, pasando por alto el hecho de que mi amiga estaba muy borracha.
—Ay, pues deberías andar con éste mono, eh, aun estas muy guapote —dijo y volvió a besarlo en la mejilla.
—¡Edwin, ven paca cabrón! —gritó uno de los hombres que había bajado del asiento del copiloto de la camioneta; parecía ser el mayor de todos.
Edwin palideció y nos hizo señas para que esperáramos ahí.
—¡Tu!... ¡Guarda el arma, pendejo! —oí que el mismo hombre le gritaba a un chico para que escondiera algo que a simple vista reconocí como un AK-47.
Los estudie con una rápida mirada. Eran ocho personas. Dos de ellos habían estado conmigo en la preparatoria hasta que decidieron dejarla a mitad del segundo grado. Hasta ese día comprendí el motivo de su deserción. Sin embargo, dos preguntas urgentes acosaron mi mente. La primera es que no entendía que tenía que ver Edwin con ellos y, la segunda, aun peor, es que no sabía en qué estaba metida mi amiga Patricia y su novio. Este último no tardó en aparecer, abrazando por la cintura a mi amiga y acercándose para saludarme de beso. Sin duda Ramón había subido veinte kilos desde la última vez que lo vi. La papada se le escurría junto con una barriga que trataba de disimular mediante un porte varonil que terminó por arruinar aún más su aspecto. Él no se veía borracho. En cambio Patricia no dejaba de reír, tratando inútilmente de abarcar con sus brazos la panza de su novio.
A los pocos minutos Edwin volvió.
—Patito, luego nos vemos —dijo.
—¿Qué?... ¿Ya te vas?
—Sí, pero voy y vengo. ¿Me esperas o te llevo a tu casa?
—¡Nooo! ¡Quéedate! —terció Patricia, aferrándome del brazo—. Ella es mi hermana. Que se quede. Nosotros la llevamos a casa, ¿verdad, osito?
—Sí, nosotros la llevamos —asintió Ramón.
Edwin miró a ambos no muy convencido. Luego me miró a mí y yo lo tranquilicé.
—Me quedaré un rato con ella. Has lo que tienes que hacer.
Sin más preámbulos intercambiamos números de celular y nos despedimos.
La fiesta en la dichosa casa estaba a reventar. Igual que en La Ópera no reconocí cara alguna, la gente que se paseaba de un lado a otro parecía bastante alcoholizada, por lo que preferí no despegarme de mis acompañantes. Algunos se acercaron para pedirme que bailara con ellos, pero antes de que pudiera negarme, Ramón los corrió de allí sin que se hicieran los difíciles. Yo comenzaba a aburrirme, arrepintiéndome de haber dejado a Rafa, o a Raúl, cuyas promesas brillaron en mi mente colocando imágenes de lo que muy seguramente estaríamos haciendo en ese momento. Mi vagina se mojó. De nuevo estaba excitada.
De mi bolso extraje la tarjeta que me había dado. La leí. Decía: Lic. Raúl Ayala Montoya. Reclutador. Reí para mis adentros, no sabía si el título era inventado o si estaba feliz por encontrar allí su número celular. Lo anoté en mi teléfono y, cuando estaba por enviarle un mensaje de texto, Ramón volvió con un par de cerveza que había cogido de la barra. Pregunté por el festejado y Patricia me respondió a grandes voces que si no estaba en la piscina lo más probable es que se encontrara cogiendo con su novia en su recamara.
No vi objeto enviarle mensaje a Raúl estando mi amiga tan borracha, ya había dejado a Rafa colgado, no podía hacer lo mismo con ella. Contemplé la hora en mi celular esperando la llegada de Edwin, pero este no aparecía. Me resigné. Las bebidas siguieron llegando y lo único que pude hacer fue tomar y reír de las ocurrencias de mi amiga, quien se puso a bailar salsa con su novio, dejándose caer al término de la canción y arrastrándolo consigo al piso.
Las dos estallamos en sonoras carcajadas. Ramón rio, pero parecía más avergonzado. El alcohol me estaba afectando por igual. Ya a esas alturas acepté bailar con un chico que pasaba por ahí. El muchacho fue muy respetuoso, no se veía tomado. Me dijo que se llamaba Eitan. Le dije mi nombre. Como no sabía bailar salsa, él me enseñó. Cogió mi mano e iniciamos lento, aumentando el ritmo conforme asimilaba los pasos. Él no temblaba como los demás y jamás pegó su cuerpo al mío; su mano libre se posó delicadamente en mi espalda varias veces pero sin osadías. Me sentí a gusto a su lado. Bailamos cinco canciones hasta que me dijo que tenía que marcharse. Nos dijimos adiós mientras lo veía dirigirse hacia la segunda planta.
Un ruido de cristales rotos a mi espalda me sobresaltó, llamando la atención de los más cercanos. Patricia había derribado un jarrón y se desternillaba de risa en los brazos de Ramón, quien intentaba sujetarla para que no se tirara al suelo y se cortara con los vidrios.
—Creo que ya nos vamos —me dijo apenado.
Yo cogí mi bolso y lo ayudé a sacarla en hombros.
—¡Ay, no sean aguafiestas! —gimió patricia mientras la sacábamos de ahí.
Ramón busco a su amigo para que le prestara las llaves de la camioneta. Cuando regresó, subimos a Patricia a la parte de atrás. Le coloqué el cinturón de seguridad y me senté junto a su novio en el asiento del copiloto.
—Perdón, no siempre toma tanto —se disculpó Ramón—. Imagino que se puso así porque no fue a la comida de tu novio.
Mientras Ramón conducía por un descampado rumbo a la carretera, Patricia se quitó el cinturón y se acercó a nosotros.
—Cuida mucho a mi hermanito. No andes de puta con ese zorro malparido —dijo ella arrastrando la voz, refiriéndose a Edwin.
Sonreí, poniéndome colorada sin saber que decir. Ramón se echó a reír mirándome de reojo. Entonces Patricia alargó su mano y le acaricio la verga por encima del pantalón.
—Porque no hay nada mejor que tener una buena verga para nosotras solitas —dijo sin liberar la masculinidad de su novio.
Ramón, enrojecido a más no poder, frenó de golpe la camioneta y Patricia casi se estrella contra el tablero. Rápido encendió la luz interior. Ella, en vez de enojarse, rio hasta la histeria.
—¿Pero qué haces? Aquí está tu amiga, ¿qué va a pensar de nosotros?
—No creo que se espante. Además, si se le antoja, que agarre. Ella es mi hermana, yo le comparto —dijo y, acto seguido, cogió mi mano y la puso sobre la entrepierna de su novio.
Yo me estremecí, retirándola como si hubiese puesto la mano en brazas. No obstante, eso bastó para sentir la prometedora virilidad de un Ramón que enrojeció todavía más. Patricia se tiró en el asiento de atrás y cerró los ojos, canturreando algo ininteligible.
—¿Y…? ¿Esto hace cuando toma tanto? —dije. El agachó el rostro, su nerviosismo me causo gracias, además de que ya me sentía algo embrutecida por el alcohol.
—Perdón es que… Qué pena —él se rio, avergonzado.
—Pero pena, ¿porque? Pena si calzaras chiquito, y por lo que sentí, te puedo decir que no está chiquito —dije jugando con sus nervios. Quise acorralarlo un poco.
—¿A poco has tocado muchas? —me preguntó incrédulo y a la vez siguiéndome el juego, algo que yo no me esperaba.
—Poquitas, poquitas.
—¿Cuántas son poquitas? —dijo mirando a Patricia por el espejo. Ella ya dormía.
Hice un ademan de contar los dedos de mi mano derecha.
—Pues… una, dos tres, cuatro —utilicé la otra mano— ¿Cuentan las que se rozan en los antros? —dije riendo, poniendo cara de coqueta. Me calentaba sentirme desafiante. Él me miró de arriba abajo. Su mirada me encendió.
—No, no cuentan, porque no las tocas directamente —dijo— Y la mía sólo me la has rozado tantito.
—Uy, eso tiene solución —dije.
Y ya, impulsada por el morbo, puse la mano sobre la poderosa tienda de campaña que se formaba en su pantalón. La dejé inmóvil. Él se quedó expectante, conteniendo la respiración. Su mirada fue de mis ojos a mi mano y, cuando apreté las carnes ocultas tras la mezclilla, todo su rostro se contrajo en una mueca de placer. Lanzó un suspiro pesado.
—Y bien… ¿Qué te parece? —preguntó.
—Pues es igual, sólo la estoy rozando —le dije para que se animara a sacársela—. Así no te puedo dar un gran veredicto.
—¿Quieres verla?
—Obvio, ¿verdad que me das permiso, Paty? —le pregunté a mi amiga, volviendo la mirada. Ella lanzó un gemido y se recargó contra la puerta.
—Bueno, ella dijo que si —sin demorar ni un segundo más, Ramón se desabotonó el pantalón, liberando aquella bestia infernal que meneó dándose de latigazos contra su panza.
Se la miré embelesada. Era la segunda verga que veía en toda la noche. No era más grande que la de Raúl, pero si más gruesa y elástica. Sin esperar mi aprobación, Ramón tomó mi mano y la puso sobre su palpitante y caliente aparato. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Instintivamente comencé a movérsela de arriba abajo. Me temblaba la mano, pero a medida que se la trabajaba ésta adquiría mayores proporciones. Miré hipnotizada como el mojado glande se ocultaba y emergía del prepucio. Sin duda mi amiga había disfrutado a mares de aquella suculenta tranca. Yo, como siempre, me estaba dejando llevar.
—Ya, guárdate eso. La tienes enorme —le dije, ocultándosela debajo de la camisa.
—¿Qué?... ¿No puedes decidir tan pronto? —el temor a que me echara para atrás se veía reflejado en su rostro— ¿Tú crees que una buena comida solo se toca y se ve? También se prueba.
Blandió su verga delante de mí, animándome a continuar.
—Sí, pero da la casualidad de que eso no es una comida —le aclaré, divertida.
—Claro que sí. Le sale leche. Prueba y verás.
Lo miré dubitativa, como niña inocente a quien prometen un dulce si se toma la medicina amarga.
—¿Me darás toda la lechita si la pruebo? —dije acomodándome mientras agarraba su viril herramienta, lista para chupársela.
—Hasta la última gota.
Sin hacerlo esperar, hundí en mi boca la mitad de aquella prohibida herramienta que tantas veces había perforado la vagina de mi mejor amiga mientras él me apartaba el cabello incapaz de creer que mi dulce boca se la pudiera tragar hasta la garganta y, al mismo tiempo, lamer con soltura parte de la base y los testículos. Para ponérsela más excitante, levanté el trasero en un claro intento de estimular su mente con imágenes sexuales y lograr el precoz premio a mi excitante y bien acomedida labor. Ramón estiró el brazo, subió mi vestido y palpó mis nalgas con su monstruosa mano. Apartando la panty, deslizó un dedo que inició un suave recorrido hundiéndose sutilmente entre mis mojados labios vaginales, terminando por hacer presión en mí ya hinchado clítoris. Lancé un gemido ahogado, sincronizándome con los sonidos de mi amante, cuya mano libre liberó mis pechos apartando la parte superior de mi vestido. Pellizcó y acarició mis pezones, brusca y suavemente. Como tenía su hinchado y enrojecido glande tocando la campanilla de mi garganta, casi me ahogo con mi propia saliva. Tosí pero en ningún momento me saqué el pene de la boca. Me mantuve ahí, inmóvil, soltando una enorme cantidad de saliva que le escurrió hasta los testículos. Él hundió un dedo en mi ardiente cuevita y yo lancé un sonoro gritito de gusto.
—Vamos a atrás, estaremos más cómodos —me interrumpió Ramón.
—Pero está Patricia —protesté abandonando mi trabajo oral.
—¿Y qué tiene? Así es más morboso.
No me lo dijo dos veces. La idea me pareció descabellada pero era algo que hizo que mi vagina llorara de sólo imaginarlo. Él salió de la camioneta y yo me pasé a la parte de atrás por en medio de los asientos, acomodándome en el centro.
—Ahora sí, trae esa boquita aquí —demandó sentándose con la puerta abierta.
Me incliné dándole el culo a Patricia y me la ensarté en la boca. Estuve así, mamándosela durante varios minutos mientras Ramón me masturbaba con dos dedos poniendo mi cuevita a punto de turrón. Yo miraba a ratos a mi amiga con el temor de que nuestros jadeos pudieran despertarla, pero ella parecía profundamente dormida.
—¡Hum!... Que rico la mamas.
—¿Más rico que Patricia? —pregunté. Sacándomela de la boca, me la froté alrededor de mis labios mientras mi policiaca lengua seguía el trayecto acopiando un par de lamidas sobre su capullo antes de completar la vuelta, hundirlo en mi boca y repetir la hazaña, siempre mirando a Ramón a los ojos con cara de viciosa.
—No tienes comparación…
—Que tierno —dije, y como premio a su honestidad volví a cubrir la punta con mi boca concentrando allí toda mi atención con el propósito de hacerlo correr, en tanto mi otra mano lo masturbaba con ferocidad. Sabía que su orgasmo, mi premio, estaba próximo.
—¡Para! ¡Para! Si sigues así me voy a correr.
—Esa es la idea, ¿no?
—Sí, pero te la quiero meter.
La verdad era que ya necesitaba su verga dentro, de manera que no puse pega, me aparté de su lado y él me dijo que alcanzara una caja de condones que había en la guantera. Pasé en medio de los asientos y saqué una cajita con un solo condón. “Bueno… será sólo uno, espero que valga la pena”, dije para mis adentros y, cuando estaba por reincorporarme, sentí su ágil lengua clavarse en mis entrañas, moviéndose hacia los lados como una serpiente que busca mermar las paredes de mi vagina y escapar hacia la libertad. Y lo estaba consiguiendo, esa santa libertad se llamaba orgasmo. Apreté los dientes y me concentré en disfrutar de las sensaciones que arrancaron de mi boca múltiples y sonoros lamentos de felicidad en cuanto sus dedos hicieron presión sobre mi clítoris. Fueron treinta maravillosos segundos en los que la boca del novio de mi amiga devoró con el hambre que despierta la lujuria hasta la última gota de aquel prodigioso elixir sexual.
Permanecí sobre mis codos tratando de normalizar la respiración mientras Ramón me daba una fuerte nalgada y me decía: ahora viene el plato fuerte. Recorrió el asiento del copiloto hacia delante y se sentó cerrando la puerta, se colocó el condón y apagó la luz. Yo me quité la panty. No hubo caricias ni tratos amables, con mi mano agarrando el erecto y ajeno cipote, me dispuse a disfrutar de los placeres prohibidos. Pensé en Rafa y en Patricia y lejos de sentir culpa y remordimiento, una ráfaga de excitación recorrió todo mi cuerpo. Allí estaba yo, a punto de empalarme la rígida y viril tranca de un hombre gordo cuya silueta comparada con la mía me hacía parecer una frágil muñequita.
Guiando su erecto miembro hacia el interior de mi ardiente vulva, me dejé caer poco a poco dando asilo al invasor que se abrió paso presionando mis paredes internas y provocando en mí fuertes reacciones de dolor y placer que se hicieron patentes a través de mis gemidos. Ramón, estando al tanto de mis sensaciones, permaneció quieto esperando a que mi cavidad femenina se amoldara a las dimensiones de su gordo cilindro. Para ello acaricio mis pechos con sus enormes manazas contemplando mi silueta desde la oscuridad.
—Que rico aprietas —me dijo, a la vez que jugaba con mis pezones—. Si tan sólo Patricia tuviera la mitad de tus meloncitos sería muy feliz.
—Pues por esta noche son tuyos, disfrútalos —le dije, poniendo mis manos sobre las suyas al tiempo que comenzaba a moverme sobre su gruesa carne.
Ramón gimió fuerte y comenzó a mover sus caderas de arriba abajo a un ritmo lento pero delicioso, disfrutando el calor de lo prohibido. Luego él acercó su boca y lamió mis pechos, recorriendo mi aureola con gran deleite transportándome así, en un santiamén, al infierno del deseo. A medida que sus caricias se hicieron violentas, así fui aumentando la calidad de sus penetraciones, buscando con movimientos laterales de cadera llenar con frenesí cada espacio de mi latente y mojado templo con su profano y palpitante miembro.
—No te corras todavía.
—¡Hum…! ¡Qué delicia…!
—¿Te gusta?
—¡Me encanta! ¡Coges bien rico! ¡Como envidio al suertudo de tu novio!
—¡Shhh! Despertaras a Patricia —le susurré mientras apretaba su pene con mi vulva.
—Mete tu mano dentro de su blusa.
—¿Qué?... ¿Estás loco?
—Anda, no se despertará.
Eso no estaba contemplado en el menú de gozo, pero la idea me dio un morbo terrible. Ramón acompañó mi indecisión agarrándome de las caderas para subirme y bajarme a una gran velocidad, haciendo que nuestras pelvis rebotaran produciendo el característico sonido de dos personas teniendo sexo rudo. Yo gemí descontrolada, estaba por alcanzar una segunda descarga de placer. Sin pensarlo acerqué mi mano y la metí dentro de la blusa de mi amiga. Sentí sus diminutos y cálidos pechos y me deleité estrujando sus delgados pezones. Ella lanzó un suspiro, señal inequívoca de que lo estaba disfrutando.
Lo que siguió a continuación fue impulsado por mi propia motivación. Me tendí de lado mientras Ramón seguía taladrándome sin parar, hice a un lado los tirantes de la blusa de mi amiga, liberé sus pechos y los ataqué con mi boca. Los lamí, los chupé y, finalmente, cuando el orgasmo me alcanzó, los mordí sin importar que ella se despertara y nos asesinara allí mismo. Mientras me descomponía sobre su pecho intentando silenciar mis gemidos, la verga de Ramón, que era bañada por mis fluidos vaginales, explotaba en un torrente de semen contenido por aquel frustrante látex que me impidió recibir la leche que tanto ansiaba probar. Entre contorciones y gritos de placer, terminamos totalmente transpirados, unidos por los últimos movimientos copulatorios producto de aquella insaciable lascivia.
Cuando se salió de mí, caí rendida sobre el regazo de Patricia. Sentía mi vagina adolorida y relajada pero, sobre todo, muy mojada, como si me hubiese orinado. Sin embargo, no había podido disipar toda mi calentura.
—Wow, eres tremenda —murmuró Ramón, jadeando. Se despojó del condón, lo hizo nudo y lo arrojó por la ventana.
—Parece que no lo disfrutas mucho con mi amiga —le dije, acomodándole la blusa a Patricia y sentándome a su lado mientras me ponía la panty y me reacomodaba el vestido.
—No que va, apenas y me la quiere chupar.
—Pero que no...
—Bueno, lo hace cuando está bien borracha. Estando sobria el sexo es aburrido.
—¿Porqué?
—Porque no le gusta cambiar de posición. Siempre es la del misionero y la profunda. Cuando la pongo de perrito o de caballito dice que se siente puta, y no le gusta eso.
Yo me reí al imaginar a mi amiga con el carácter que tiene negándose a las peticiones de su novio. Ella no tenía el mejor cuerpo, y su novio, a pesar de su bien utilizada herramienta, tampoco. Era obvio que la mejor herramienta para el sexo es la sensualidad y la imaginación.
—¿De qué te ríes, eh? —me dijo juguetón, tratando de chupar mis pezones mientras yo me hacia la difícil.
Finalmente se lo permití, dejándome llevar. Él los chupó con dulzura, sin prisa, como un bebé cuyo sueño está a punto de alcanzar tras haber comido tanto. Le acaricié el cabello pensando en Rafa. Sólo él me los chupaba así. Sin embargo, la realidad era distinta, era el novio de mi amiga quien lo hacía. De nuevo la lujuria venció al remordimiento y me vi conteniendo los jadeos, disfrutando. Yo acaricié su flácido y baboso pene por varios minutos, aplastándolo entre mis dedos como un juguete de goma. No tardó en ponérsele dura.
—Para… Me vas a calentar y tú ya no traes más condones.
—Pero traigo más lechita, ¿ya no quieres?
—Sabes que si… Me encanta… Pero no lo quiero hacer sin condón.
—Ándale, tantito. La saco cuando me valla a correr.
Me sentí en la gloria en cuanto comenzó a morder mis pezones con suavidad. Los tenía ya súper sensibles. Deseé su pene una vez más, pero tenía miedo a quedar embarazada.
—Mira, ya sé lo que vamos a hacer —dije finalmente, decidida. Temía mucho por el dolor que sentiría, pero más lo sentiría si no ponía un freno a la insidiosa lujuria que siempre me llevaba a perder la cabeza.
Lo aparté de mi lado y me puse de perrito, me enrollé el vestido hasta la cintura y bajé mi panty para erguir el culo delante de sus ojos. Pude discernir en la oscuridad su lasciva mirada. Permanecí con la cara cerca de Patricia, esperando poder contener mis gemidos. Sentí los azotes que Ramón daba a mis nalgas con su ya erecta verga, la puso entre la raya de mi trasero y comenzó a masturbarse sujetándome de las caderas. Empezaba a impacientarme, sentía que la sangre me hervía por dentro. Cuando estuve lista, él agarró su verga y la dirigió a la entrada de mi vagina.
—¡No, por ahí no! —reaccioné asustada, impidiendo la entrada de aquel invasor—. Por donde sale la caquita —dije, cambiando su herramienta de agujero—. Por ahí… Sí, así… Despacito... Con calma… Empuja con cuidado la cabecita. ¡Auch! ¡Duele, no seas brusco!
Aun no sabía cómo iba a entrarme sin dilatar mi esfínter pero no me importó, deseaba sexo duro y sin miramientos, y allí estaba mi impaciente macho cabrío dispuesto a hacerme el favor a la primera. Empujó un poco más y la cabecita penetró desgarrándome por dentro.
—¡No la muevas, no la muevas! —susurré asustada, pero sabiendo que el dolor no sería eterno—. Déjala quieta… Cuando el dolor pase la metes poco a poco.
Desde atrás podía escuchar los bufidos de placer de Ramón, cosa que me prendieron todavía más.
—Se ve que tienes experiencia. ¿A poco tu novio te coge por el culo?
—¿Por qué? ¿Piensas que no?
—Porque se ve bien seriecito.
No pude evitar reír estando ensartada. Entonces él empujó un poco más y dejé de hacerlo.
—Tienes razón… no fue él —confesé. Él volvió a empujar otro tanto y yo apreté los dientes. Quiso saber quién me había desvirgado el ano y sólo le dije que habían sido dos personas, que de hecho Rafa jamás me había pedido hacerlo por ahí.
—Mira nada más, tan seriecita que te miras, quien iba a pensar que fueras tan puta.
—¡Ahhh, me partes! —un tercer envión alojó más de la mitad de aquella gruesa vaina en mi interior—. Soba mi clítoris.
Ramón llevó su mano a mi rosado botoncito de placer y comenzó a frotarlo minimizando así el dolor de ser sodomizada por el culo.
—¡Ughhh!...
—Después de hoy voy a querer cogerte siempre —dijo introduciéndose un poco más.
—Pues… Mientras Patricia y mi novio no se enteren de nada, podemos repetirlo de vez en cuando… ¡Ahhhh, queema!...
—Tranquila, ya te entró toda. ¿Y ahora?...
—Espera unos minutos y ya después la sacas y la metes, pero lento.
La luz de la luna golpeaba de lleno sobre el cristal, inundando de sombras el interior de la camioneta. Vi el rostro de Patricia y me entró una especia de remordimiento. Me acerqué y le di un beso en la mejilla. “Judas”, escuché la voz de mi consciencia. “Primero se la haces a tu novio, y ahora a tu mejor amiga, cogiéndote a su novio. Eres una puta” “Lo soy, me encanta mucho coger, me encanta la verga. Lo siento”
Acto seguido me acerqué de nuevo a mi amiga patricia y le di un corto beso en los labios. Era la primera vez que besaba a una mujer, y a raíz de tener toda una gruesa y caliente barra de carne clavada en mi ano no me pareció tan desagradable. Eso debió excitar tanto a Ramón que al instante comenzó a empalarme, metiendo y sacando su hermosa herramienta tal como le había indicado. Volví a besar a mi amiga y esta vez traté de buscar su lengua. Ella movía sus labios casi imperceptiblemente, seguramente soñando que su novio la besaba. Las piernas me temblaron y supe que por más que probara de su boca me sería imposible acallar mis jadeos.
Ramón puso su mano en mis caderas y comenzó a elevar el ritmo de sus estocadas. Distinguiendo mis gemidos como claro ejemplo de gozo. Me sentí como una perra.
—¿Te gusta así, Daniela?
—¡Siiii, me encanta!...
—Como me encantaría cogerme a las dos.
—¡Hum!... ¿Hablas de un trío?...
Sus estocadas se hicieron más profundas y alcanzaron cierta cadencia.
—¡Ujum!...
—No podrías con las dos. Además… Antes te mata si se lo propones.
—¿Quién dijo que le diríamos?
—¿Hablas de empedarla?
—Y calentarla. ¿Te animarías?
—No sé... Nunca he hecho tal cosa… menos con una mujer. No sé… no sé si podría. Además… ella es mi mejor amiga.
—Qué mejor, así todo queda en confianza.
—Mejor cáaallate… Y cógeme fueerte.
Dándole total libertad, Ramón comenzó a golpear sus caderas contra las mías con fuerza y deleite. Su intento de cogida claramente llenaba mis expectativas. Me sentía completamente llena. Me afiancé sobre los labios de Patricia en un intento por disipar los gemidos que ya comenzaban a rebasar a los de la eclesiástica melodía de amor entre el choque de su pelvis y la mía. De pronto mi celular anunció la entrada de una llamada. Mi corazón dio un vuelco.
—¡Espera, espera! ¡Déjame ver quien es!
—No, ni madres, de esta culeada no te escapas, alcánzalo como puedas.
Me tenía tan bien ensartada que al tratar de zafarme sólo conseguí enterrármela más.
—Te digo… ¡Hum!... que me des chance, ahhhhhh. Porfa…
Su negativa fue tajante. Giré el cuerpo como pude y alcancé el bolso que estaba en el asiento delantero. Con manos temblorosas saqué el celular. Mi sentido de alarma se disparó.
—¡Es mi novio! ¡Para, por favor, y no hables! —le dije seriamente preocupada.
Ramón asintió con un saludo militar y se quedó quieto dentro de mí. Agradecí en silencio su gesto, aunque hubiera preferido que me la sacara; con su verga dentro me sentía sumamente nerviosa y excitada. Debió ser el alcohol o el poco cargo de consciencia que me quedaba por haberlo dejado tan borracho que decidí tomar la llamada. Respiré profundo unas tres veces para que se normalizar mi respiración y contesté:
—¿Amor…? ¿Qué pasó? —pregunté haciéndome la despistada.
—¿Dónde estás? —noté que la borrachera se le había pasado. Se escuchaba molesto.
—Vi-vine con Patricia a una fiesta —dije sin pensarlo mucho, ya más tarde me las arreglaría con mi amiga para que le confirmara lo que le había dicho.
—Te oyes agitada, ¿qué estabas haciendo?
—Me-me estaba quedando… dormida —volví a mentir, sintiendo la clandestina y gorda verga del novio de mi amiga palpitando inmóvil dentro de mi recto.
—¿Y por eso jadeas tanto? —preguntó.
Al mismo tiempo, Ramón reanudó sus movimientos agarrándome fuerte de las caderas. Inició como en cámara lenta, sacando e inyectando hasta el fondo todo su rígido e impaciente aparato. Mi corazón latió desbocado. Intenté liberarme pero de nuevo conseguí enterrármela más, él tenía sus piernas sobre las mías. Me agité tanto que olvidé lo que me había dicho.
—¿Eh?...
—Qué si por eso jadeas tanto.
—Ah es que, esté, sí… —no supe que más decir, y menos cuando Ramón comenzó a acelerar sus arremetidas, haciéndome perder el poco control del que disponía. Sin embargo, tenía que pensar en algo coherente antes de que sospechara lo que estaba sucediendo—. Es que… Escuché el teléfono y corrí a… contestarte.
—¿Estas con ella?
—Sí, pero ya… está bien dormida. Tomó… demás.
—Despiértala y pásamela —la sangre se me heló. Rafa sospechaba, además de que me era imposible no jadear ante cada arremetida que Ramón me propinada. Debí terminar allí mismo con ese peligroso juego pero el morbo de estar siendo sodomizada y tener al otro lado de la línea a mi novio, me tumbó de la cuerda.
—Llegó… llegó muy tomada… —dije, conteniendo un alarido, centrada en reprimir ese riquísimo bombeo con el que su taladro buscaba extirparme las entrañas. Puse el teléfono entre mi hombro y mi oreja y traté de sostener mi peso con una mano y con la otra impedir el avance de su tan contradictorio pene, pero resultó peor el remedio, ya que Ramón me agarró de la muñeca impidiendo que ésta regresara a su origen—. Ella… puf… du-duerme... —contesté haciendo una gimnasia física y mental increíbles.
—¡Pásamela! —dijo autoritario.
—Es que… no puedo. Estoy…
“Estoy cogiendo de lo más rico” Pensé, sabiendo que tenía que dar una respuesta rápida antes de que todo se viniera abajo, antes de que se me acabara la fuerza del brazo con que me sostenía y mi codo se doblara dejando caer mi cuerpo sobre el regazo de mi amiga y ésta despertara.
—Tengo que colgar, ¡hum!... —dije sabiendo muy bien que aunque quisiera, no podía darle el teléfono a mi amiga porque tenía las manos ocupadas, además de que sentía que éste poco a poco se me iba resbalando a causa del sudor. Por otro lado, menos podía decirle a Ramón que se detuviera, ya que si él hablaba, Rafa lo escucharía—. Lo-lo, lo siento… ¡Ahhh! —balbucí débilmente, haciendo un esfuerzo supremo por reprimir las contracciones de mi diafragma. Puse los ojos en blanco al sentir el orgasmo en la antesala. Una mezcla de culpa y gozo inconmensurable se apoderó de mí. Supe que si quería andar de puta tenía que terminar mi relación con él. “En otro momento será… Hoy no puedo” me dije a mi misma.
Como último acto inteligente, y para mi suerte, dejé caer el celular sobre el asiento. Éste quedó cerca de mi mano, lo aplasté con la palma y en ese instante ya no pude sostenerme. Caí con la cabeza en el regazo de mi amiga, mi brazo derecho terminó bajo mi cuerpo y el culo en pompa a la total disposición de Ramón, quien no tardó en darme con todo, agarrando mi cintura para hacerme recibir para mi deleite todas las dimensiones de esa increíble vara mágica que me transportaba al país de las maravillas.
Grité de dicha, rogando al cielo que mi mano fuera más que suficiente para impedir que mis gritos se trasminaran por el micrófono del celular llegando hasta mi novio.
—¡Si! ¡Si! ¡Siii! ¡Qué riiico! ¡Ahhh!...—exclamé tapando mi boca con la pierna de mi amiga procurando no morderla.
Sentí mi rostro demasiado caliente. Mi vagina se contrajo involuntariamente y ya no pude controlar las contracciones. Fue un estallido de placer que bajó desde mi torso hasta mis pies. Entré en un poderoso trance, una increíble sensación que sentí que se prolongaba por varios minutos hasta que, sin dar cuenta, la regordeta verga de Ramón palpitó dejando escapar chorro tras otro de hirviente y espeso semen que mi delgado orto no pudo contener expulsándolo mientras él continuaba dando irregulares y cansinas embestidas hasta vaciarse por completo y gritar que era la mejor cogida de su vida.
Yo no me paré enseguida, continué en esa posición con el pecho agitado y el cuerpo tembloroso volviendo a la realidad de todo lo que había sucedido, temiendo que al hacerlo la llamada de mi novio siguiera activa. Ramón tampoco quiso abandonar mi acalorado y mojado agujero, al que siguió castigando a pesar de que los espasmos de su bien amada verga ya eran demasiado débiles para prodigarme placer alguno, desinflándose rápidamente.
Cuando me la sacó, abrió la puerta y se quedó sentado, llenando los pulmones de aire, fatigado pero muy feliz. Yo sentí el culo adolorido y vacío. Estaba satisfecha. Al fin había disfrutado del sexo como a mí me gustaba. No había culpa alguna. Al ver el celular supe que el tiempo de la llamada se había cortado hacía seis minutos. Sobre la barra superior tenía dos mensajes de texto. Uno era de él. Lo leí. “Mañana temprano paso por ti a casa de Patricia. Espero estés bien. Te amo”. Lancé un suspiro de alivio ante la inmensa suerte que el destino me ponía enfrente. Me acomodé la ropa recargándome sobre el hombro de Ramón y me eché a reír. Aun me escurría semen por el ano y la entrepierna, dejando perdido mi vestido y el asiento de la camioneta, que sentía pegajosos.
—Y bien… ¿La tengo chiquita o grande? —me preguntó tras encender un cigarro y darle una profunda calada, expulsando el humo fuera de la camioneta.
—Pues no quedé muy convencida —dije—. Tenemos que repetirlo.
Nos miramos con complicidad y nos echamos a reír, haciéndole prometer que si Rafa y Patricia no se enteraban, tendríamos más de una ocasión. Nos quedamos un rato platicando sobre las noches en el desierto y otros temas ordinarios de conversación hasta que nos llegó la hora de irnos. Mientras él arreglaba el desorden en el asiento trasero, yo me acomodé la panty y me senté adelante, disfrutando del fresco aire de la noche.
Revisé el segundo mensaje y mi corazón dio un vuelco. Era de Edwin. Lo leí. “Hola princesa. Siento mucho no llegar. Mucho pasaje. Me gustaría invitarte a salir, di que aceptas”. Pude haber interpretado su “princesa” como falsa adulación, pues ya conocía el truco de la mayoría de los chicos que intentaban conquistar a las chicas con halagos, sin embargo, al tratarse de Edwin, mis sentimientos tomaron rumbos diferentes. Sin perder el tiempo me puse a teclear: “Hola príncipe. No te preocupes, estoy bien. Vamos para la casa de Patricia. ¿Te parece si nos vemos el lunes? Salgo a las 3 de la escuela”, a continuación le di enviar y guarde el celular en el bolso, sintiendo los latidos de mi corazón.
Me sentía feliz y dichosa. Había comenzado una nueva etapa en mi vida.
Continuará...