Luxor, motel de carretera
Un paseo semanal por el lado salvaje. ¿Me acompañas...?
Luxor no tenía nada que ver con la antigua ciudad de los faraones: los neones que me hacían la piel verde no habrían sido del agrado del Hijo del Sol. No, Luxor era un "Luxury" de clase media y con acento de Cuenca; mitad prostíbulo, mitad discoteca pero dudosamente hotel. Ideal para ti, que te gusta lo cutre.
Que te jactas de tener debilidad por lo kitsch .
Me habías arrastrado hasta allí, vestida apenas con un plexiglás de replicante de Blade Runner, tras una reunión de la junta de ...¿podemos llamarlo " Megacorp "?. El suelo táctil de las baldosas me iluminaba indecentemente bajo el plástico con cada una de mis pisadas y tuve que contenerme para intentar no bailar claqué, porque cada paso creaba eco. Aún balanceaba entre los dedos el móvil encendido con la escueta dirección que me habías dado a propósito, ("Luxor, M-40. VEN") para hacerme pasar por el incómodo trance de preguntar en la calle por un picadero, porque eso, y no otra cosa, era lo que parecía gritar el ultramoderno y llamativo edificio: "Adúlteros y putas, ¡estoy aquí!"
Pero por desgracia para ti, y en favor de la puntualidad de nuestra cita, había hecho trampas. Me pregunto si en Narnia tenéis GPS...
Ya ves, me las había arreglado para llegar a tiempo de morirme de frío en aquellos pasillos como de nave espacial o película de terror. De un blanco aséptico que cambiaba con la iluminación, algo así como una clínica para adictos al sexo que no tuvieran la más mínima intención de rehabilitarse. Era humillante hasta respirar el mismo aire de esas habitaciones. Si no supiera ya que es imposible, diría que olía a gonorrea y sífilis. Eau de candidiasis.
Aroma como de maruja infiel y cachondona: lejía, Vaginesil y Chanel. Valga la repugnancia.
Y todo por ti, para ti. Quería que sintieses que no era tan dependiente ni tan delicada, que no me daba miedo la sordidez. Lo soez, la vida puerca, sucia y mala que se ve desde la ventana de un taxi una noche cualquiera, de regreso a casa.
Si tú lo pedías, me disfrazaría de reina del suburbio por un día y bailaría en una barra. Me patearía el arcén de la carretera, tropezando cada dos pasos con mis propios tacones, para que pudieras parar el coche y hacerme una propuesta deshonesta. Bebería hasta matarme, aunque no me guste el alcohol; o, como en esa ocasión, me colocaría una alianza de atrezzo, tan falsa como la tuya, para jugar a ser peores de lo que somos. Como si tuviéramos a alguien esperándonos en casa, echándonos en falta. Deseando cubrirnos de reproches.
Tú y yo, lo bastante privilegiados como para necesitar complicarnos la existencia, nos habíamos citado para protagonizar otra farsa. Sabes que siempre me ha encantado jugar con los espectadores. La chica de recepción, con su sonrisa de complicidad (esa parodia de naturalidad, ese "somos de los tuyos, todo esta bien"), por ejemplo, nunca sabría que somos dos mirlos blancos, dos santos con cierta simpatía por los pecadores. Rabiosa, burguesamente buenos.
Un príncipe y una princesa a los que les encanta la mierda, porque nunca llegará a rozarnos. Ni siquiera podemos considerarnos drogadictos. Si llevas un gramo encima es por pura decadencia.
Forma parte del equipaje de los turistas del Infierno. Un salvoconducto en la frontera entre el bien y el mal. El nosotros y el ellos.
Decidí salir y esperarte en el aparcamiento dando vueltas, impaciente, con la pequeña maleta, como una niña recién huida de casa. Me alegró sentir el sonido del motor finalmente, pero no quise volverme para no acabar con la pose de mujer fatal. Albergaba secretamente el deseo de equivocarme.
Estar dándole la espalda a un auténtico desconocido, a un animal que me agarraría por la nuca y me tumbaría sobre el capó. Que me susurraría, justo como tú, al oído:
-Zorra... voy a acabar contigo...
Un amable "voy a follarte hasta matarte". "A romperte, quebrarte, abrirte un cuarto agujero..."
Cualquier cosa menos un "¿Estás bien?" o un "por favor". Hay algo insoportablemente sumiso y cobarde en los hombres que piden permiso.
De haberme quedado aliento, te hubiera dicho que usases mi cuerpo como tu despacho. Tu juguete. Tu capricho.
Que soy tu amiga con derecho... a permanecer callada mientras me follas. Todo muy americano, libertino y policial. (Inocuo y artificial, decididamente peliculero) Porque en noches como aquellas, -como estas- todo está permitido... menos la realidad.
Todo, menos los "te quieros".
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Otra de tantas chorraditas cortas que escribo mientras intento sacar adelante un par de series. Dudaba entre meterlo aquí o en la categoría "Fantasías", pero es tan cortito que puede considerarse Micro :)
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