Lunes, huelga de metro en Barcelona
Pero lo peor era que mi movimiento había permitido a la mano anónima colocarse entre mis prietas nalgas, justo entre ellas, y ahora uno de sus dedos recorría el valle entre ellas jugueteando y poniéndome todavía más nerviosa
Hola a tod@s,
De nuevo… perdonad mi tardanza en escribir pero… estoy muy muy muy liada y… ni tiempo ni… Además, ahora con el buen tiempo en Barcelona… hay otras ocupaciones. Pero… pero lo de este lunes era imposible no escribirlo.
Lunes… Salí de casa con mirada todavía soñolienta y comprobando que lo llevaba todo en el bolso. Las gafas de sol ocultaban media cara, casi dormida y mi paso con los zapatos de tacón era directo hacia el metro. Como siempre, iba justa de tiempo, ya que había tratado de recuperarme del fin de semana durmiendo hasta la hora límite.
Sí, lo llevaba todo, me relajé un poco y apuré el paso. Bueno, lo que podía con los zapatos de tacón de aguja (aunque las rusas eso ya lo llevamos de serie y no nos impide ir ágiles). La faldita a medio muslo no me impedía dar pasos largos, ya que era de vueltas, ligera para no darme calor, porque este mayo en Barcelona es caluroso. Una blusa crema y una ligera chaqueta colgada del brazo eran más que suficientes. El paso vivo me mantenía caliente pese a lo temprano de la hora, sería otro día caluroso, pero en ese momento todavía se estaba levantando y el sol se agradecía.
Fue al llegar a la boca del metro cuando me acordé. Lunes… huelga de metro en Barcelona. Ya llevaban algunas semanas, no era algo nuevo, pero no me había acordado y no podía llegar tarde al trabajo. Me acordé, por supuesto, cuando vi los andanes de la estación abarrotados.
El ambiente cargado y las caras impacientes lo hacían todo más opresivo, tenso. Me odié por haberlo olvidado otra vez y no haber contado con más tiempo, pero la alternativa en autobús era todavía más lenta y tenía que tomar dos y caminar para llegar a la oficina. ¡Imposible! Además, ahora ya estaba allí.
La ventaja de ser una rusa atractiva es que me permitieron caracolear entre el gentío para acercarme al andén y mis disculpas y sonrisas de agradecimiento me permitieron avanzar bastante más (sobre todo eran hombres, lo que facilitó que me permitieran pasar, ninguno se enfada si una chica atractiva le pide paso). Evito las mujeres, digamos que no son tan… comprensivas conmigo. Pero los hombres no suelen plantear problemas y me sonríen y me dejan pasar.
Me costó a esa hora repartir sonrisas, estaba demasiado cansada, pero el esfuerzo valió la pena y pronto estaba en una buena posición cerca de donde pasaría el metro (no en primera fila, pero sí cerca, era lo máximo que se podía pedir).
Parecíamos sardinas en lata, la mayoría chequeando el móvil, otros con el periódico pegado a la cara por falta de espacio. La temperatura todavía más alta que la habitual por la aglomeración, estaba por empezar a sudar. Olores fuertes por el hacinamiento. Saqué un poquito de perfume en un pañuelo y me refresqué el cuello, como mínimo eso me ayudaría un rato.
Esperamos. Y esperamos. Y esperamos todavía más. Servicios mínimos lo llaman. Grrr… Y finalmente llegó un tren. Lleno, pero en nuestra parada se abarrotó y casi me quedo fuera. Un río de gente trató de encabirse en el vagón, casi sin dejar salir, preocupados por quedarnos fuera. Pese a que en Barcelona la gente suele ser amable y respetuosa, los pocos trenes y la premura de tiempo hizo que todos nos estrujáramos por entrar y se llenara todo el espacio disponible (e incluso parte del no disponible). Había gente de pie entre los asientos y ningún pasajero podía cruzar las piernas.
Quedé cerca de la entrada, sin poder tomar ninguna barra para sujetarme, ni siquiera a un respaldo de asiento, pero tampoco me podía caer, estábamos todos apretados y nos movíamos y sacudíamos al ritmo del vagón. Dos o tres personas entre la puerta y yo, no pude contar cuantas me separaban del otro extremo pese a mi casi metro setenta más la altura de los tacones. Por suerte mi cabeza quedaba algo más alta que el resto (estos españolitos no acostumbran a llegar al metro ochenta, los jóvenes sí, pero a esa hora había sobre todo oficinistas y trabajadores, no universitarios).
Me resigné y me quedé allí, como una isla de mínimo olor a perfume que se iba diluyendo rápido. El aire acondicionado al máximo no podía solucionar nada, porque íbamos piel con piel. Sí, piel con piel, porque pronto noté los contactos en mis muslos. La faldita me llegaba a medio muslo (nada de medias con ese calor) y notaba contactos de manos. Bueno, realmente contactos de todo, porque era difícil distinguir. Cuando pude mirar vi poco o nada, estábamos tan estrujados que costaba ver bajo mis caderas. Pero el sólo hecho de mirar hizo que algunos roces desaparecieran.
Empezaba a sudar y una gotita resbalaba por mi sien. No, en ese ambiente no estaba precisamente excitada ni buscando nada, sólo quería llegar a la oficina. Y entonces sonó mi móvil. Un mensaje. Caracoleando pude alzar el bolsito hasta por debajo de mis pechos y rebusqué en él hasta poderlo extraer. Lo conseguí poner frente a mí forcejeando con la gente y tratando de molestar lo menos posible. Una mano al frente, delante, pegada a una espalda y con la pantalla casi pegada a la cara, me costaba leer lo que me enviaban.
En esa posición mi brazo sin el móvil había quedado colgando al costado, pegado para no molestar. Todo para poder leer un mensaje de publicidad. Me quedé allí sin volver a guardar el móvil, estrujando cuerpos. Con un brazo alzado con el móvil contra mis pechos y el otro al lado en una posición forzada por mi propia culpa y un largo trayecto por delante.
Pero un trayecto muy corto para una mano curiosa que se aposentó justamente en el final de la redondez de mi nalga derecha. Yo no podía ni moverme, pero esa mano me quemaba justo al final de la nalga y el vaivén del tren la hacía oscilar lo justo para que su contacto recorriera la sensible zona entre la parte alta del muslo y la nalga. Mi mirada no consiguió localizar al propietario de la mano, y mis gafas de sol no parecieron intimidar a nadie.
La mano siguió oscilando más confiada cuando me vio volver a mi posición. Al cabo de poco la noté sobre mi piel. El muy descarado había conseguido alzar mi faldita con el movimiento y ahora notaba su piel contra mi sensible carne justo en la redondez extrema de la nalga. Y lo peor era que mi calentura estaba subiendo y no podía ni moverme. Intenté sacudir un poco mi cuerpo pero fue peor incluso. Mis pechos se zarandearon y la presión de mi mano con el móvil hizo que mi volumen se recargara en la mano del pícaro que llevaba al lado. Le miré furiosa, pero él sólo sonrió como disculpándose sin moverse ni un ápice. Sostenía con esa mano su propio móvil y tampoco podía moverse, eso parecía decir su sonrisa, aunque se adivinaba una falsa disculpa bajo ella.
Pero lo peor era que mi movimiento había permitido a la mano anónima colocarse entre mis prietas nalgas, justo entre ellas, y ahora uno de sus dedos recorría el valle entre ellas jugueteando y poniéndome todavía más… nerviosa. Apreté las nalgas negándole el paso entre ellas, lo que llevó a esa anónima mano a recorrer mis redondeces deteniéndose en su parte baja, regodeándose en mis formas y produciéndome un incendio interior.
Se me subieron los colores todavía más. Traté de bajar la mano del móvil para apartar esa serpiente que recorría mi trasero, pero quedó a medio camino cuando el del lado todavía se apretó más a mí dejando el paso bloqueado. De hecho, lo que había hecho era atrapar mi mano en su entrepierna. Yo misma la había llevado allí.
Parecía de locos, pero yo misma me había colado en la trampa sin darme cuenta. Por un lado, el inocente del móvil ahora rozaba mi pezón con sus dedos. En el otro lado mi mano con el móvil estaba justo en la entrepierna del tipo, que empezaba a reaccionar. Y detrás tenía, bajo mi falda, cinco dedos que no se estaban quietos y exploraban todas mis redondeces y trataban de forzar todos mis recovecos.
La parada en la siguiente estación nos sacudió a todos. No nos movimos más que unos centímetros, pero tuve que afianzarme en los zapatos de tacón, instante que aprovechó la mano de detrás para alcanzar mis intimidades entre los muslos y un dedito consiguió llegar hasta el diminuto triangulito de mi tanga que ya estaba empapado. Notar aquella humedad pareció animarlo todavía más y lo cierto es que me derritió.
Mi quedo gemidito debió delatarme y todo pareció acelerarse. Ahora mi erecto pezón bajo el sujetador fue pellizcado y su dureza no pasó desapercibida a su manipulador, que aprovechó para extender la mano por el pecho. El dedito recorría mi húmeda raja sin que la empapada tela de la pequeña tanga impidiera que las sensaciones fueran de piel con piel. Notaba cómo recorría la fina tela sin que ello privara nada del contacto, podía sentir cómo mis labios se abrían con su recorrido. Un tacto que me daba escalofríos que recorrían mis muslos y vientre. Mi olor empezó a rodearnos y sentí desfallecer mis piernas. Me perdí completamente y hasta mi mano con el móvil recorrió la tranca que tenía a alcance (una tranca medianita, pero que en ese momento me daba un morbo increíble).
Me abandoné y lo notaron. El dedito consiguió explorar bajo la tela y se le unieron sus hermanos penetrando y recorriendo mi empapada raja y presionando mi botoncito creando un torrente de flujos entre mis muslos. Mi pecho era estrujado y el envalentonado tipo llegó a ponérselo entre sus labios y succionar y morder con fuerza el pezón. Y mi propia mano, mi traidora mano, tomó esa carne sobre el pantalón acariciando y recorriéndola haciéndole una paja mientras mi aliento iba directo a su oreja. A él sí podía verlo, ahora completamente congestionado y con mi perfume envolviéndolo todo, pero mi perfume se había visto sobrepasado por el olor denso y salvaje de mis flujos.
Cuando el pulgar consiguió encajar en mi rosita flor posterior tuve una sacudida, casi un orgasmo y hasta me hinqué un poco más atrás produciendo yo misma la penetración. La mano anónima me tomaba como un bolo, con dedos delante y detrás sacudiéndose dentro de mí. Mi blusa estaba mojada y ahora sentía los labios del de mi lado succionando y mordiendo mi pezón y mi propia mano buscaba la excitación del tercero.
Me derretía cuando por encima de mi ensueño oí el anuncio de la parada. Salí dando codazos y sentí una profunda sensación de frustración cuando mis orificios quedaron huérfanos, pero conseguí escapar a tiempo. Una vez en el andén me puse la chaquetilla ligera para disimular la humedad y transparencia de mi blusa en el pecho izquierdo. Traté de arreglar mi arrugada faldita y lo primero que hice al llegar a la oficina fue pasar por el baño y masturbarme como una loca hasta explotar, insatisfecha, pero como mínimo algo más calmada, antes de secarme bien, rociarme de nuevo con perfume e ir a mi puesto de trabajo todavía con las mejillas de un color muy muy subido.
Lo que pasó esa mañana en la oficina fue… un dulce calvario, pero excede este relato, ya me diréis si queréis que os lo cuente.
Besos a tod@s,
Sandra