Lunes. El despertar
El se subió la camiseta para tener una buena visión de lo que estaba ocurriendo más abajo, y ahí empezó mi erección. Los labios de ella eran carnosos, bonitos, y sus manos finas y seguras en su sobeo.
Una vez vi a una pareja en un callejón. Era un barrio en construcción cuya obra había quedado paralizada, con muchas calles sin asfaltar y las que no, creciendo matojos entre las baldosas. Ibamos una pequeña pandilla de amigos y uno de mis amigos nos paró y nos hizo retroceder. Un chico mayor del barrio estaba contra la pared y su novia estaba de rodillas frente a él. Nos dio risa, pero nos contuvimos, presos de la curiosidad. La chica estaba acariciando la bragueta del pantalón de su novio hasta que en un momento dado la abrió y sacó el pene. Era enorme y maleable todavía, como una manguera. Ella metió la punta en la boca y empezó la doble tarea de masturbarlo y chuparlo a la vez. Alguno de mis compañeros rompió a reír y casi todos salieron corriendo alejándose sin mirar atrás. Sólo otro amigo y yo nos quedamos mirando. La chica cogió carrerilla con la polla y empezó una felación intensa. El se subió la camiseta para tener una buena visión de lo que estaba ocurriendo más abajo, y ahí empezó mi erección. Los labios de ella eran carnosos, bonitos, y sus manos finas y seguras en su sobeo. Pero yo miraba la polla y los huevos del chico, y mi pene empezó a endurecerse completamente. Mi amigo se fue corriendo a buscar a los demás y yo me quedé solo, con muchas ganas de tocarme pero con miedo a que me viesen.
Ella era buena con el mamazo, así me lo pareció entonces y así lo recuerdo ahora. Pero lo que yo deseaba era tener esa polla en mi boca y decidí disfrutar yo también del momento. Antes de meter la mano dentro de mi pantalón miré al chico y vi que él también me estaba mirando. El muchacho estaba con la espalda apoyada en la pared, arqueada, intentando dominar el placer que estaba recibiendo más abajo. Entonces metí la mano y me acaricié haciendo un gran esfuerzo por no mirar la enorme polla metida en aquella sensual boca y me concentré en su mirada. No pareció incomodarle que manoseara mi excitación siendo él el origen de ella. Comprendí que si me lo encontraba a solas en ese callejón, sería yo el que estaría de rodillas y que él me daría lo que yo quería tener. Sin apartar su mirada de mí, la cogió del pelo y la puso cara a la pared, sujetándole la cabeza para que ella mirase al lado opuesto de la calle. Separó sus piernas con los pies, levantó la falda y metió la polla dando pequeñas culeadas. Me pareció muy excitante ver a la chica con esa camisa blanca y esa diminuta falda de cuadros. Una falda ceñida a la cintura, realzando su trasero, una falda hecha para tener una polla abriéndola. Empezaron a follar y ella poco a poco fue doblando las rodillas, aflojándolas y dejándose caer completamente en la polla. La chica estaba hirviendo de placer y él tenía que corregir continuamente su posición porque la verga se salía a menudo. Finalmente, la puso a cuatro, apoyada con las manos en el suelo y las piernas completamente rectas. Me fui, dejando atrás los gritos ahogados de ella. Antes de un mes, me encontraría con el chico en ese mismo callejón.