Luna Llena

Este es mi primer relato, espero que os guste ^^

Criaturas como yo, hay muchas, pero no nos podréis ver a la luz del día, puesto que somos hijos de la noche. Soy un vampiro y mi nombre es Lucía. Alta sobre tacones, de cabello espiga y ojos del color del mar, lujuriosa, ambiciosa y seductora. Mi cuerpo tiene unas curvas como para dejar boquiabierto al personal, grandes pechos y cintura de avispa.

Soy la vampiresa a la que llaman a todas las fiestas nocturnas de la zona y sobretodo, la que las disfruta. Y esta noche de sábado, celebran una. El anfitrión, es un vampiro de una importante empresa multinacional, bastante atractivo y por lo que tengo entendido, muy buen amante. Ya tengo objetivo esta noche.

Me meto en la ducha y enjabono a conciencia mi cuerpo, dejando un olor a jazmín por todo el baño. Me gusta sentir el agua caliente resbalar por mi pálida piel, que poco a poco vaya aclarando la espuma y vaya acariciando cada parte de mi cuerpo mientras va cayendo sin remedio al desagüe de la ducha. Me quedo cinco minutos más bajo el agua.

Me enrollo la toalla al cuerpo preparada para maquillarme y recoger el vestido escogido para esta noche. Mientras estoy poniéndome los pendientes, miro por la ventana y veo que la noche es bastante luminosa. Hay luna llena. Me quedo embelesada mirándola hasta que la toalla decide por si sola, caerse. La dejo en el suelo y cuando estoy a punto de moverme, noto que algo fuera, está mirándome. Entre la maleza distingo unos ojos brillantes y plateados. “Será algún gato”, pienso para mí.

Salgo de mis pensamientos para vestirme. El conjunto interior negro de encaje, braguitas con medias y liguero integrado. Elijo un vestido lo suficientemente escotado y provocativo, en clásico negro de satén, abrochado en la nuca, dejando al descubierto ese tatuaje al final de mi columna y con la parte inferior con vuelo por encima de mis rodillas. Me calzo mis zapatos con tacón de aguja de diez centímetros y rápidamente peino mi pelo en un recogido para que nada tape mi espalda.

Un bolso de mano es mi único complemento. Saco las llaves del coche dispuesta a conducir los cuarenta y dos kilómetros que me separan de la fiesta. Preparo el Gps y lo dejo en funcionamiento. Pero me pongo en alerta al ver de nuevo esos ojos que me hipnotizan. Ahora no sabría decir si son de un gato o de algo más grande. De todos modos, arranco el motor de mi Spider rojo y simplemente me pongo en camino intentando no pensar demasiado en esos ojos de plata.

Circulo por una carretera solitaria que atraviesa un pinar denso y de vez en cuando echo un vistazo por el retrovisor, pero no me encuentro con ningún faro de otro coche. Cuando llevo unos quince minutos por esa carretera, de repente el coche hace un ruido extraño, así que decido parar el motor. Abro el capó y una densa nube de humo sale del interior. “Lo que faltaba” pienso “y encima en este sitio que no hay nadie para que me ayude”. Miro el teléfono móvil pero no hay cobertura. La situación se está poniendo difícil. Me quedo apoyada en la puerta, fumando un cigarro y pensando qué podría hacer. Lo único que se me ocurría era ir andando hacía adelante y encontrar alguna gasolinera o algún punto de cobertura; finalmente decido esperar un rato más, por si pasara alguien.

Una nube descubrió la luna llena en el cielo que iluminó parte de la carretera y, allí estaban de nuevo, en frente de mí, esos ojos plateados. Esta vez se me iban acercando y sin dudar me puse en guardia. Nunca había sido buena en la lucha, lo mío había sido siempre un aspecto más social, pero en ese momento me sentí en peligro, así que decidí ponerme en pose defensiva.

Una brisa soltó un mechón de pelo y acarició mi mejilla y mi cuello. Traía un olor delicioso a sangre, pero “¿de dónde?”. No podía distraerme con la ambrosía del rojo fluido.

Para mi sorpresa lo que se acercaba era algo más grande, definitivamente un gato no era, un perro tampoco y sólo salí de mi incógnita cuando de entre el pinar apareció, un hombre de unos dos metros de altura, de espaldas y hombros anchos. Sólo vestía unos vaqueros que estaban destrozados y manchados, que se ajustaban perfectamente a sus anchos muslos. Estaba sucio de tierra y polvo y tenía una herida en medio del pecho que manaba muchísima sangre, deliciosa sangre. Sus ojos no habían dejado de mirarme y cuando llegó al otro lado de la carretera aceleró el paso y en menos de un segundo tenía mi cuello agarrado por unas fuertes manos con garras. A pesar de lo fuerte que me estaba estrangulando no podía apartar mi mirada de la suya, dándome cuenta que tenía unos rasgos bastos pero curiosamente muy atractivos para mí. De mandíbula ancha y angulosa, barbilla prominente, barba de unos cinco días. El pelo castaño despeinado le daba un aire aún más salvaje. Y sus ojos,... esos ojos...

Me acercó a él, sin soltarme, y comenzó a olisquearme la cara y el cuello, lo que empezó a encenderme. Me volvió a alejar un poco de él y me preguntó “¿chupasangre?” y aunque no me hace mucha gracia que llamen así a mi especie, asentí sin dudar, presa del miedo y de la excitación.

Lame” y me amorró a su herida del pecho. Eso sí que me ponía caliente, no sólo que ya estaba algo excitada por él, sino que encima me dejaba alimentarme a cambio de cerrar esa herida. Es propio de nuestra especie, la habilidad de curar heridas con tan solo lamerlas.

A medida que iba limpiando de sangre la herida, otro olor me vino, no tan familiar, pero si conocido, “éste tío es un licántropo”. Al conocer ésto, me alerté algo más. “Si le da por atacarme, voy a conocer la muerte definitiva”. Pensé que era mejor no discutir, ni hacerle enfadar y menos en luna llena. Lo único que podía hacer era complacerle.

Huelo tu miedo, no lo tengas, no te haré nada. Sólo lame”. Su voz parecía menos agresiva y eso me tranquilizó un poco. Estuve lamiendo la herida lo suficiente como para que ya se hubiera cerrado por completo. Finalizado mi trabajo, le miré de nuevo a los ojos y como sintiéndome atraída totalmente por su sangre, o por alguna otra cosa, fui a lamer una herida que tenía en su labio superior. Cuando me quise dar cuenta, tenía su lengua jugando con la mía.

Con un ímpetu desconocido para mí (y eso que he estado con vampiros y humanos brutos) me agarró por el trasero (bajo el vestido) levantándome y me empotró contra mi coche, notando en mi pelvis, su más que evidente erección. “También puedo oler lo cachonda que estás” me dijo antes de elevarme un poco más para hundirse en mis pechos. Con una de sus fuertes manos agarraba una de mis tetas y las liberaba de su prisión de satén para empezar a lamerme los pezones. Mostró una habilidad inusitada con sus manos calientes y su boca emanando deseo. En ese instante yo ya no podía pensar más que en el placer que me estaba inundando mientras estaba mordisqueándome y chupándome. Víctima del momento no podía más que liberar gemidos.

Casi no podía moverme, me tenía apresada con su salvaje lujuria, hasta que sacó la cabeza de mi pecho y me dejó en el asfalto sin separarse apenas de mí. Inundada en mi excitación, mis manos empezaron a desabrochar la bragueta de sus vaqueros, liberando un enorme y recio falo, el cual empecé a presionar con mis manos. Escuché un pequeño gruñido de placer, el cual callé con otro beso, antes de arrodillarme. Le di un lametón divertido a la punta de su glande y fui introduciendo su polla en mi boca. Otro gruñidito, que lo único que consiguió fue ponerme más cachonda, así que me esmeré en la mamada, jugando con la lengua, la mano y los dientes. Me agarró del pelo, desmoronando mi recogido, para marcar el ritmo que él deseaba, y yo, excitada a más no poder, sólo podía dejar que me dominara a su antojo. Era la primera vez que no era yo la que mandaba durante el sexo. Y eso me más cachonda aún.

El licántropo estaba a punto de estallar, pero rápidamente sacó su pene de mi boca y con la misma fuerza y salvajismo anterior, me levantó para ponerme de espaldas a él, arrancó sin dificultad mis braguitas y empecé a notar sus dedos en mi coño. “Estás empapada, me encanta” me gruñó como en un susurro, mientras paseaba su lengua mojada por mi espalda. Sus dedos hábiles iban abriéndose paso entre mis labios para llegar mi clítoris, que una vez encontrado, hizo rotar dos de sus yemas contra él, con gran maestría, hasta que me produjo un estupendo orgasmo que no pude acallar.

Acto seguido, la embestida fue sorpresa. Me metió su polla que se mantenía dura y preparada para el momento, pero estaba tan cachonda y mojada que entró sin dificultad. “Madre mía” pensaba para mí misma, impresionada por aquel amante inesperado del bosque, que tenía el mejor miembro que jamás había entrado en mí. Cada vez que me la metía, emitía un gruñido cada vez más fuerte que el anterior; yo no podía controlar la sensación de intenso placer y también gemía a su compás.

Una mano en mi cintura y con la otra, de nuevo me agarró del pelo y esta vez con más fuerza, que no hacía si no, más que aumentar el placer y la excitación que sentía en aquel momento.

Soltó mi pelo y me giró para que quedáramos de cara el uno con el otro. Su cara mostraba la excitación que tenía; estaba sudando y jadeando, pero no estaba cansado en absoluto. De nuevo otra embestida. Le rodeo el cuello con mis brazos e instintivamente lamo el bulto que produce su yugular y le hinco los colmillos. Aúlla y me detengo reaccionando a lo que he hecho, pero parece que no le importa, puesto que se pone a follarme con más furia y velocidad que antes. Gimo como nunca, le araño la espalda y empiezo a notar las palpitaciones de su miembro, evidenciando que pronto se correría.

Noté tres fuertes sacudidas y después el calor del líquido dentro de mí. Se relajó y dejó de apresarme, simplemente me sostenía; me besaba y yo a él. Dirigí mi mirada, puesto que aún no tenía fuerzas para hablar, hacia la puerta del coche, dando a entender que podíamos entrar y sentarnos a descansar.

Así hacemos, y pronto me descubro enredando mis dedos en su pelo y él mirándome con esos ojos plateados que tanto me hipnotizan, pero ésta vez con aspecto más afable y relajado.

Para mi sorpresa, una vez descansado, se levanta, abre el capó del Spider y comienza a toquetear dentro. “Arranca esta preciosidad” me espeta y yo obediente y un poco incrédula, giro la llave y se hace la magia. El rugido del coche muestra que ya funciona. Le doy las gracias y me dice que sólo es un apaño temporal, lo justo para volver a casa. “Podría ir en un par de días a terminar de arreglarlo”, sugiere mientras se limpia la grasa del coche de sus grandes manos en el pantalón, y yo, de forma pícara y guiñándole un ojo, le digo “Ya sabes dónde vivo”.