Luna llena
Al acceder al pequeño reservado que se hallaba al fondo de un corto pasillo la vio, rodeada de unos cinco o seis hombres, la mayoría jóvenes, subida sobre una mesa, desnuda, se masturbaba para todos ellos mientras le acariciaban sus piernas y sus pechos; gozaba como nunca había visto gozar a nadie, contorneando su cuerpo, transmitiendo todo un universo de placer que la estaba embargando.
Aquella noche el calor que ceñía la ciudad se había convertido en insoportable; desde hacía días las altas temperaturas se habían convertido en la protagonistas de todas las vivencias ciudadanas. Una ola de calor sin precedentes al menos en los últimos años que él pudiese recordar y que llevaba noches impidiéndole conciliar con normalidad el sueño.
Miró el reloj de su móvil. Casi las doce de la noche. Había regresado al hotel media hora antes tras una jornada agotadora de trabajo. Su camisa empapada de sudor igual que su traje de color oscuro. Se había dado una ducha en agua tibia, casi fría, antes de servirse una copa del mini-bar. La televisión, como todas las noches de verano, no ofrecía nada que valiese la pena ver; series extraídas de los archivos, películas visionadas en cientos de ocasiones o simplemente programas de esos que llaman de continuidad.
Salió a la pequeña terraza de la habitación. Fuera, a sus pies, la ciudad se ofrecía casi dormida, con sus destellantes luces multicolores lanzando al aire sus atractivos mensajes publicitarios y el tenue alumbrado callejero poniendo el contrapunto a todo el decorado.
Un cielo plagado de estrellas que jugaban a coquetear, a flirtear, con una luna llena de rostro empolvado que parecía más cercana que otras veces.
Se apoyó sobre la barandilla de la terraza y perdió su mirada en las calles de la ciudad como tratando de descubrir sus secretos, sus misterios celosamente guardados entre esquinas y calles con nombre ignorado.
Una ráfaga de cálida brisa, surgida de ninguna parte, le abofeteó el rostro devolviéndolo de su abstracción temporal. Se dio cuenta que aquella noche le sería imposible conciliar el sueño pese a lo agotado que se encontraba.
Se vistió con un polo de color azul, se calzó un pantalón vaquero y salió a la calle convencido de que un paseo, además de relajarlo, contribuiría a que el sueño hiciese antes acto de presencia.
Tal vez por el calor o por lo avanzado de la hora, las calles ofrecían un aspecto casi desolador, vacías de gente. El hotel se encontraba ubicado en una de las zonas comerciales de la ciudad y lo que en otras horas del día era un constante trasiego de personas que con prisa acudían de un lugar a otro, ahora se había tornado en un conjunto de calles vacías, casi desérticas.
Paseó, vagó sin prisa, durante más de media hora hasta que al final entró en un pequeño pub, de aspecto agradable cuyo nombre, "El pez que fuma", llamó su atención haciéndole recordar otro de igual nombre que había conocido, años atrás, en otra ciudad a la que peregrinaba, por motivos de trabajo, en aquellas fechas.
El aspecto del local era sugerente y acogedor; una luz tenue y una buena temperatura merced al aire acondicionado lo convertían en un lugar agradable para pasar un rato. Se sentó en la barra sin siquiera observar a las personas que en aquel instante eran sus circunstanciales compañeras de velada en aquel establecimiento. Pidió un whisky y se sumió en sus pensamientos.
Fue entonces cuando se percató de su presencia. Sentada en una mesa de una esquina, quizás la más apartada, una mujer sola apuraba una copa. De unos cuarenta y muchos años, de pelo negro recogido, semblante ligeramente tostado por el sol y vestida con atuendo veraniego, jugaba con un móvil desde el que parecía enviar algún mensaje merced al movimiento de sus dedos.
La miró, ella en un principio no reparó en su presencia absorta en lo que estaba haciendo. El recorrió entonces todo el local con su mirada. En otra de las esquinas, una pareja, se entregaba a lo que parecía una conversación de trascendencia; finalmente, otra pareja más cuchicheaba cosas al oído el uno del otro, susurrando frases del todo imperceptibles.
Volvió a mirarla, seguía ensimismada con su teléfono móvil, ajena a que alguien la observaba. Pensó en ella, en quien sería, a quien esperaría, que motivo le había traído hasta allí aquella noche de veraniega luna llena.
Tal vez por lo insistente de su mirada, ella levantó la vista cruzándola con la de él. Una leve sonrisa, más bien por compromiso que por otro motivo, iluminó su rostro volviendo de nuevo a sumirse en lo que estaba haciendo hasta que pasados unos minutos ella buscó sus ojos con cierta insistencia. Se miraron nuevamente, esta vez sin prisa, por un tiempo casi eterno. No hubo ni una mueca, ni un gesto y mucho menos una palabra.
El dudó en acercarse o al menos llamar al camarero para pedirle que invitase en su nombre a aquella desconocida; pensó en la posibilidad de que estuviese aguardando a alguien a quien finalmente habría que ofrecerle alguna explicación caso que para ella su actitud resultase inconveniente.
Sin embargo no hubo tiempo a más. Con un gesto discreto, aquella mujer desconocida, llamó al camarero, abonó la consumición que estaba tomando y con lentitud parsimoniosa, exhibiendo su cuerpo que conservaba las huellas de otro tiempo esplendoroso abandonó el local sin dejar de mirarlo a los ojos.
Sin pensarlo dos veces dejó sobre la mesa el importe de su whisky y salió a la calle, resuelto, en pos de aquella desconocida.
La calle solitaria como antes lo acogió silenciosa; el calor no se había mitigado y en el cielo aquella luna llena de rostro empolvado pareció guiñarle su ojo de gran cíclope mientras en alguna parte pareció cerrarse una ventana abierta a la noche.
Buscó con la mirada, escrutó con sus ojos ambos lados de la calle buscando el rastro de aquella misteriosa mujer que por un motivo que ignoraba estaba seguro que lo aguardaba en alguna parte.
Allí estaba ante el escaparate de un comercio de ropa de mujer recreándose en la contemplación de los modelos que exhibía tras sus lunas.
Se acercó a ella quien tratando de disimular su intencionada espera se hizo la sorprendida al advertirlo a sus espaldas.
Comentaron algo sobre uno de los modelos que exhibía aquel escaparate tenuemente iluminado y de lo bien que le quedaría a ella sobre su cuerpo.
La miró de pies a cabeza; aquel vestido estampado de verano, con una falda tal vez algo más corta de lo que cabría esperar en una mujer de su edad, destacaban más su belleza y la elegancia de sus líneas tal vez ligeramente distorsionadas por el paso de los años; los zapatos de tacón abiertos mejoraban su silueta al convertirla en mucho más estilizada.
Tras las presentaciones comenzaron, sin recato, a hablar de ellos mismos. Supo que se llamaba Carmen; que era una mujer casada, aburrida de su vida monótona; que tenía un hijo de catorce años, la razón de su vida, lo que había evitado, en última instancia, separarse de su esposo; le dijo también que aquella noche estaba sola en la ciudad ya que su marido se había ausentado por motivos de trabajo y que su hijo se encontraba en un campamento de verano; que estaba harta de estar sola en casa y que aquel calor insoportable no le permitía dormir.
Pasearon durante un rato. Aquella mujer se había convertido en toda una tentación para él; sintió que la deseaba, que se sentía fuertemente atraído por ella.
De forma intencionada él puso rumbo hacia su hotel con el fin último de invitarla a su habitación y con ella disfrutar de una noche de sexo sin paliativos. Sin embargo no fue necesario.
- He salido a buscar una aventura ¿sabes? - dijo ella sin casi inmutarse -.
El la miró fijamente y sonrió; luego ella prosiguió.
- Hace tiempo que deseo visitar uno de esos locales, ya sabes ¿no? Es una de mis fantasías.
Sabía perfectamente a lo que se refería. Solo en dos ocasiones había visitado uno de esos locales de ambiente liberal donde todo está permitido y lo había hecho, en otra ciudad, acompañando a una mujer que había conocido en un chat de la red.
No es mala idea - respondió él - sin embargo, no conozco ninguno, así que malamente puedo servirte de "cicerone".
No importa - replicó ella - una amiga me ha hablado de uno que está muy bien, si te apetece podemos ir allí a tomar una copa.
No hubo más palabras, pararon un taxi que cruzaba la avenida por la que paseaban y pusieron rumbo a la calle donde estaba ubicado el local y que conocía perfectamente el taxista a tenor de su impertinente pregunta:
- Van ustedes a "Bijou" ¿no?
Ella respondió afirmativamente y aquel hombre de no más de treinta años que no dejó de observarla por el espejo retrovisor del coche los condujo hasta la puerta. Durante el trayecto glosó las buenas instalaciones del local, el ambiente y el trato esmerado de sus empleados, así como indicó que eran muchas las parejas que frecuentaban aquel local al que él mismo había acudido en alguna ocasión.
En la puerta de entrada al establecimiento, iluminada con una luz de bastantes vatios, un hombre de fuerte complexión les dio las buenas noches franqueándoles el acceso. Una vez traspasado el umbral una joven minifaldera, de aspecto sudamericano, les explicó brevemente las normas del local, además de hacer efectivo el coste del tique de entrada; igualmente les facilitó una llave para la taquilla en la que podrían guardar sus enseres personales caso de acceder a la zona de parejas.
El local iluminado todo de forma tenue e indirecta presentaba un aspecto bastante animado. En la barra varios hombres de diferentes edades consumían sus bebidas absortos, alguno de ellos, en la contemplación de una película porno que proyectaba una televisión situada en una repisa.
Al verlos entrar, la mayoría de ellos se volvieron dirigiendo hacia ella sus miradas lascivas y lujuriosas lo que no le desagradó haciendo algún comentario al respeto en baja voz.
Se dirigieron a la zona de parejas separada por una verja del resto del local; una vez allí, otra joven vestida de forma muy provocativa les guió por todas las instalaciones, explicándoles con todo lujo de detalles nuevamente las normas del local y lo que en cada una de sus partes se podía hacer y encontrar siempre y cuando fuese deseo de todas las partes. En cada uno de los rincones, parejas desnudas se entregaban al rito sexual sin importarles lo más mínimo que pudieran ser observados por otros e incluso compartir con alguno aquellos momentos de máximo placer. También, en el ir y venir por las instalaciones del local, se cruzaron con más de un individuo desnudo que, mostrando a quien quisiera verlo sus atributos varoniles, buscaba alguna pareja con la que compartir un instante de lujuria.
Miraron el reloj. La una y media de la mañana. Todavía habría tiempo hasta las cinco para vivir con intensidad una noche de sexo.
Fueron a la zona de taquillas y se desnudaron. El se cubrió con una toalla en tanto que ella se quedó tan solo con un tanga negro anudado por detrás y de muy reducidas dimensiones que resaltaba aun más su belleza, máxime al no descalzarse de su altos zapatos que le proporcionaban un aspecto de una sensualidad sin límites.
Juntos se refugiaron en un reservado donde comenzaron a besarse con auténtica pasión como paso previo al tremendo orgasmo que lograron tras realizar el acto sexual al que se entregaron sin recato alguno, realizando todo tipo de prácticas.
Una vez concluido ella se excusó para ir al baño. Transcurridos unos minutos regresó y se acurrucó entre sus brazos susurrándole al oído lo mucho que había disfrutado y lo inolvidable que le estaba resultando aquella velada.
En un momento de aquella conversación en baja voz, ella le indicó que tenía sed y si podía acercarse a la barra a pedir un par de copas. Asintió con la cabeza, la besó y ciñéndose la toalla a la cintura abandonó el reservado.
Al salir a los pasillos del local se dio cuenta que había mucha más gente, especialmente hombres solos que deambulaban de aquí para allá. En la barra también se concentraba mayor número de personas así que tuvo que esperar un buen rato mientras era atendida su demanda por el único camarero que la servía.
Solicitadas las dos copas retornó a la zona de parejas en busca de aquella mujer que se encontraría, a buen seguro, en el reservado donde la había dejado.
Cuando llegó al reservado se encontró que extrañamente este estaba vacío; sobre el gran sofá de eskay de color claro la toalla que ella había utilizado pero nada más. Carmen no estaba.
Se acomodó convencido que su ausencia obedecía tan solo a que había regresado nuevamente al cuarto de baño o simplemente a la zona de taquillas a recoger algo de su bolso, así que decidió aguardar mientras saboreaba la copa que momentos antes había solicitado en la barra.
Transcurrieron varios minutos que se le hicieron eternos. Al final sin saber muy bien lo que estaba sucediendo decidió levantarse y dirigirse a las taquillas y a los servicios con el fin de tratar de dar con ella.
Nada más salir se topó con la joven de provocativo aspecto que les había atendido al entrar a la zona de parejas.
- ¿Estás buscando a tu chica? - preguntó sin dilación -. Está follando en una zona que hay en el fondo del local, acabo de verla con varios chicos.
Quedó sorprendido y, por supuesto, confundido por aquella revelación que le había hecho aquella joven. Pese a todo se dirigió a la zona que le había indicado cruzando todo el local en el que más parejas que antes se entregaban a diferentes ritos sexuales contando con el concurso, en muchos casos, de terceras e incluso cuartas personas que hacían gozar a las mujeres, quienes lo agradecían a veces de forma escandalosa con gritos y gemidos.
Al acceder al pequeño reservado que se hallaba al fondo de un corto pasillo la vio, rodeada de unos cinco o seis hombres, la mayoría jóvenes, subida sobre una mesa, desnuda, se masturbaba para todos ellos mientras le acariciaban sus piernas y sus pechos; gozaba como nunca había visto gozar a nadie, contorneando su cuerpo, transmitiendo todo un universo de placer que la estaba embargando.
El no supo que decir. La miró, se miraron y ella sonrió mordiendo levemente sus labios y dejando que su lengua los acariciase. En ese instante un violento orgasmo la hizo caer sobre la mesa y arqueando su cuerpo se corrió entre el regocijo de los presentes que jalearon el momento.
Luego, los seis hombres aquellos se echaron sobre ella, comenzado a manosearla y besarla. Uno, tal vez el más apuesto de todos, le susurró algo al oído a lo que ella asintió. Hizo un gesto a sus compañeros de orgía y dos ellos la levantaron por sus brazos y otros dos por sus piernas, separándolas, y situándola delante del falo erecto de aquel joven la penetró sin miramientos; ella comenzó a moverse igual que él a un ritmo frenético hasta que ambos se corrieron.
Sin dejarla descansar, una vez fue depositada sobre un sillón, otro de aquellos hombres se acercó a su cara e introduciéndole su polla en la boca comenzó a follarsela de forma casi vehemente produciéndole, de vez en cuando, unas tremendas arcadas; en ese instante, el más joven de todos los presentes, la penetró vaginalmente mientras a su compañero de juegos le seguía haciendo aquella felación. Los dos se corrieron, uno de ellos dentro de su boca y el otro sobre sus vientre que llenó de semen tras haber sacado su pene del preservativo que previamente se había colocado. Entre tanto, los otros tres aguardaban a que llegase su turno.
Fuera, en la puerta, varios mirones se concentraron para ver el espectáculo y regocijarse con aquel polvo como jamás habían visto.
Fue el turno de los tres que quedaban. Cerraron la puerta con el fin de que no entrase nadie más, incluso quisieron hacerlo salir a él, sin embargo ella lo impidió al indicarles que era quien la acompañaba.
Detuvieron por un momento el juego. Ella pidió su copa y bebió un largo sorbo sin dejar de mirarlo. Entretanto, los tres individuos que esperaban no dejaron de tocar todo su cuerpo, acariciándolo, magreándolo, lamiendo todos y cada uno de sus recovecos.
Como puestos de acuerdo la mandaron arrodillar ante ellos con el fin de que, de forma alternativa, mamase sus pollas para ponerlas otra vez en erección; así hizo. Sucesivamente uno y luego otro, todos fueron metiendo sus penes en su boca que mamó durante un buen rato hasta que las tres estuvieron nuevamente erectas y desafiantes.
Luego, uno de ellos le dio la vuelta y con su lengua y sus dedos comenzó a trabajar su ano para dilatarlo, los otros por su parte seguían tocando sus pechos y su cuerpo.
Una vez el individuo aquel creyó que estaba lo suficientemente abierta y dilatada se tumbó boca arriba colocándola sobre él mientras la penetraba analmente, primero suavemente y después con una fuerza inusitada; ella gimió, tal vez de dolor, tal vez de placer.
Una vez penetrada por su ano, otro de aquellos hombres se tumbó sobre ella mientras su pene se introducía en su vagina; por su parte, el mayor de todos, un tipo de más de sesenta años, comenzó a follarle la boca. Aquello duró el tiempo que tardaron en correrse tanto ellos como ella, produciéndoles a todos un orgasmo brutal; sucesivamente, uno tras otro, fueron cubriendo su cuerpo con la leche que salía de sus pollas mientras ella con sus manos la extendía de forma deliberada sobre sus pechos y pezones. El hombre de mayor edad sin poder contenerse se corrió sobre su cara tapando con aquel semen blanco, pastoso y abundante una buena parte de su rostro y boca.
Al final, los tres individuos cayeron, junto a ella rendidos sobre el sofá.
El la cogió de una mano, ofreciéndole su toalla para que se limpiase. Luego, los dos, ante las protestas de aquellos individuos que deseaban más, abandonaron el reservado camino de la ducha donde ambos dejaron que sus cuerpos fueran acariciados por una agua tibia y reconfortante.
Se vistieron y se besaron con una pasión que pareció ilimitada y juntos salieron de aquel local.
Fuera, ella volvió a besarlo y antes de coger un taxi le entregó un trozo de papel con su número de móvil.
- ¡Llámame, por favor!
Fuera, cortejando la noche, aquella luna llena de rostro empolvado, brillaba con más fuerza.