Luna en Virgo
Tras sobrevivir a un enfrentamiento con su archienemigo, Wonder Woman experimenta un sueño perturbador que traerá consecuencias inesperadas en el mundo real...
Yo no soy de nadie. La voz orgullosa de Diana de Temiscyra aún resonaba en la guarida de Steppenwolf cuando la cadena que rodeaba el puño de este, impactó contra su sien, obligándola a caer de rodillas. El cuerpo más bello de la tierra siguió desplomándose rumbo al suelo, y antes de recibir el golpe que le partiría la ceja, su propietaria supo de qué espada procedían los eslabones de la cadena que Steppenwolf empuñaba ahora como un látigo. La Mata dioses. Estoy perdida. El primer ataque hizo que Diana abriera la boca en un grito mudo mientras sentía su brazo izquierdo y varias costillas del mismo lado, quebrarse como si fueran de azúcar. El brazalete del derecho estaba atrapado bajo su cuerpo y no pudo bloquear los siguientes. Las palabras de Steppenwolf vas a ser mía dejaron de ser una amenaza vana y al advertir que la falda se le había subido hasta la cintura se sintió más expuesta que nunca. Me está doblegando… quiere domarme, se dijo, recordando que tras haber sido forzadas, varias de sus hermanas habían acabado entre las fauces del caudillo extraterrestre que tanto parecía desearla. La idea de que Steppenwolf tomara por la fuerza lo que Diana no había podido dar a Steve Trevor, su virtud de amazona, la repugnaba tanto como la posibilidad de servirle de alimento, pero su cuerpo ya no le respondía. Lloró en silencio mientras sentía la garra de Steppenwolf deslizarse por su pantorrilla y su muslo hasta alcanzar la última frontera que la protegía y desgarrarla sin esfuerzo. Se estremeció de dolor mientras aquella bestia levantaba por las caderas la mitad inferior de su cuerpo desmadejado y la penetraba. La rotura del himen fue sólo el prólogo: La enormidad queratinosa abrió su hueco púbico hasta partirlo como un hueso de pollo y la desgarró hasta la altura del pecho. El miembro de Steppenwolf, mezcla de tentáculo inflamado y ariete, deshizo sus entrañas y las inundó con una semilla ácida e hirviente. Tras varias eyaculaciones, el caudillo cósmico, se dejó caer sobre su cuerpo rugiendo satisfecho y la ahogó con su peso. Sus últimas lágrimas, de un blanco traslúcido, surcaron sus mejillas mientras abandonaba el mundo de los hombres. El gusto ácido ardiendo en el fondo de su garganta y mancillando el único sentido que aún permanecía virgen del caudillo alienígena fue lo último que percibió al apagarse. La voz, esta mucho más amigable, de otro extraterrestre la llamaba desde detrás de sus párpados cerrados. Kal-El… ¿Estoy… estaba soñando?
Salió al balcón aún confusa por las sensaciones que el sueño había despertado en ella y se maravilló, una vez más, de la apostura de su amigo iluminado por la luz de la luna. Es lo más parecido a un dios que he conocido en este mundo , pensó, no por primera vez, y dejó que él la envolviera entre sus brazos para consolarla. Supuso que su aspecto, vestida con un camisón de verano que la brisa nocturna movía a su antojo, debía de ser muy atractivo para él, pues percibió una erección tremenda bajo el uniforme rojo y azul, rozando su propio vientre. Se frotó mimosa mientras le relataba a Kal-El su pesadilla y este levantó la barbilla de Diana con delicadeza. Si por una vez no fuéramos tan virtuosos , le susurro, y él respondió a la sutileza de su demanda besándola. Instantes después, las ropas de ambos yacían en el balcón mientras sus cuerpos se elevaban hacia las nubes trazando lentas espirales. Los truenos que anunciaban la inminente tormenta de verano, hicieron sonreír a Diana. ¿Estás celoso, padre, o te gusta el espectáculo?
Una camarera llamada Amber, que salía de acabar su turno, sintió sobre su rostro las primeras gotas que preludiaban la lluvia, extrañamente cálidas y perfumadas. Le sorprendió, al llevarse la mano a la mejilla, su color rojo, y se dijo que de ser más supersticiosa y creer en divinidades, le habrían parecido el preludio de algo apocalíptico. Se encogió de hombros y sonrió rumbo a su casa, donde le esperaban sus libros y la proximidad de un examen. Mientras esperaba el autobús creyó ver, iluminadas por los relámpagos, dos sombras entre las nubes. No había casi nadie en la calle, pero las pocas almas presentes elevaron sus miradas al escuchar, en el firmamento, los gritos de una mujer.
No parecía estar sufriendo en absoluto.