Luna de miel en Marrakech 1

Mi primer día en el zoco con mi marido delante.

Os voy a contar que me pasó en mi luna de miel por Marruecos. Más concretamente en Marrakech.

Tenía en aquel momento 25 años y mi recién estrenado marido 30. Estábamos muy enamorados y decidimos viajar a esa ciudad tan cercana pero a la vez tan lejana de nuestras costumbre.

Soy una mujer que destaco. Me suelen mirar de reojo pensando que no me doy cuenta y me gusta. Tengo pechos grandes, no demasiado, y firmes. Ojos verdes y soy rubia natural, un rubio un poco oscuro pero que si ya en Madrid destaco en Marrakech soy como un faro entre tanta piel oscura.

En nuestro segundo día de viaje decidimos adentrarnos en el zoco. Hacia mucho calor y decidí ponerme una vestido vaporoso y fresco que no mostraba nada pero marcaba mi figura y depende de la luz se traslucía dejando ver mi silueta.

Mi marido iba caminando unos pasos delante mío, distraído y mirando diversos objetos de las tiendas. Eso permitía que una riada de hombres se arremolinaran a mi alrededor sin acercarse demasiado, todavía respetándome. Pero eran tantos que se empujaban unos a otros y algunos casi sin querer me empujaban aprovechando el encontronazo para acariciar mis partes mas blandas.

Manos desconocidas apretaban glúteos y pellizcaban mis pechos y yo solo sonreía disfrutando de esas caricias por que sabia que no iban a atreverse a más. Entre como me metían mano y el calor que hacia iba muy caliente y no rechacé cuando una mano cogió mi brazo y lo condujo a una entrepierna. Note en mi manita un gran rabo que no abarcaba. Estaba muy duro y durante unos segundos lo pajee a través de la fina tela de ropa que llevaba dejándome sentir todo el calor de aquella barra incandescente. Pronto y a mi pesar, los empujones y metidas de mano continuaron y me separaron de aquella polla arabe.

Mi marido, que seguía sin percatarse de nada, nos introdujo a una tienda de ropas típicas de Marruecos y mi horda de seguidores se quedaron fuera esperando seguir aprovechándose de mi pasividad cuando volviese a salir.

Yo no tenía ninguna intención de comprar nada, solo estaba disfrutando de lo que me hacia sentir mi cuerpo, sin sentirme culpable, al fin y al cabo no había pasado nada y no lo había hecho yo.

Pero ya sabéis como son los vendedores y más en aquella ciudad y mientras mi marido deambulaba distraído por un vendedor, otro me convencía para probarme una chilaba tras otra.

Este vendedor se aprovecho a base de bien de mi calentura y mientras yo me quitaba la ropa no paraba de mirarme y con la excusa de ponerme bien la ropa me acariciaba todo el cuerpo. No se dejo nada por tocar y acariciar. Y eso solo a unos metros de mi nuevo marido.

El vendedor veía que no rechazaba sus avances y se lanzó aún más.

  • Señora, ¿le gusta como le quedan las ropas árabes? Me preguntó mientras restregaba un gran rabo por mi trasero, entre mis glúteos con apenas una fina tela que separase nuestras pieles. Estaba durísimo después de haber estado metiéndome mano por todos lados.
  • Si,señor- apenas pude decir casi entre jadeos.

Entonces sin esperarlo pero con gran facilidad por mi extrema excitación introdujo dos gruesos dedos en mi raja hambrienta y casi delante de mi marido empezó a masturbarme con fuerza y agilidad. Sus dedos entraban y salían a un ritmo infernal de mi cuerpo. Mi piernas empezaban a fallarme y me tuve que apoyar en sus hombros. el seguía a lo suyo y unos espasmos recorrieron mi cuerpo cuando también introdujo el dedo gordo en mi ano. Muy estrecho por que nadie había metido nada jamas por ahí. Cuando el vendedor vio como reaccionaba a este ultimo paso también quiso su parte. Se lo merecía, lo reconozco.

  • Zorra, dile al cornudo de tu marido que vas a probar una polla arabe en la trastienda.

Yo no le dijo eso claro- Cariño, voy a la trastienda a probarme un vestido un poco ajustado.

-Claro cariño, me contesto el cornudo.

El vendedor me condujo a la parte de atrás de la tienda todavía atravesada como un pincho moruno por sus dedos. Yo me dejaba conducir, iba como andando entre nubes. Ya dentro de la tienda me hizo agarrarme estirada a unos hierros del techo.

Sin darme tiempo a nada note algo grueso introduciéndose en mi coñito estrecho y empece a gemir sin ya disimulo. Aquel rabo entraba y salía de mi con ganas. el vendedor se colgaba de mis pechos desde atrás y me mojaba toda la cara con su saliva. Estaba descontrolado y después de correrme otra vez el se vino abundantemente dentro de mi. Me solté y le abracé  agradeciéndole lo que me había hecho sentir. Le bese en la boca compartiendo la lengua y saliva.

No recuerdo nada más hasta que me desperté con un gran placer en el cuerpo en la cama del hotel.