Luna de miel con mi madre (y II)

Una boda fue la causa para que mi madre y yo iniciáramos nuestra propia luna de miel.

II

Verdaderamente fue una autentica luna de miel.

Prolongamos nuestra estancia en el hotel un día más  a mi primera solicitud, con lo se transformaron en tres noches inolvidables de autentica locura y gozo.

Pocas horas destinamos fuera de nuestra habitación, pero supimos aprovecharlas para recorrer la ciudad como dos enamorados.

La diferencia de edad que tenemos, no era tal a los ojos de la gente. No desentonábamos como pareja en absoluto. Yo, porque aparento algo más de la edad que tengo, y mi madre, quiero decir Luisa, tiene el aspecto de una chica verdaderamente joven. Una de sus cualidades, es que nunca ha abandonado el ejercicio físico además de cuidar la alimentación. Se mantenía en forma y se notaba.

Como digo, dimos grandes paseos hasta que al  anochecer nos perdíamos en un restaurante. Elegíamos uno que estuviera de acorde a nuestra situación de enamorados, donde cenábamos placidamente para después en el hotel refugiarnos en nuestro nido de amor.

Si digo que fueron los días más maravillosos que había pasado en mi vida, no exagero nada. La compañía de Luisa siempre había sido para mí de lo más hermoso y agradable pero para nada como los momentos que estábamos pasando.

Los 26 años que viví junto a ella, antes de casarme, puedo decir que fueron magníficos. Ella ha sido siempre mi ángel de la guarda en la niñez, adolescencia y madurez.

La vivencia tan extraordinaria que estábamos teniendo, hacía que mi vinculo con ella no fuese solo de un perfecto entendimiento, si no que la convertía en la mujer perfecta que siempre había deseado.

Nos amábamos sin prisas, gozando de cada milímetro de nuestro cuerpo y los orgasmos se sucedían uno tras otro hasta llegar a la extenuación.

Era maravilloso ver como nuestros sexos después de excitarlos crecían. Cuando mi lengua se conectaba a su clítoris, notaba como se iba incrementando de tamaño, produciendo en Luisa orgasmos que hacían desprender de su vagina una cantidad de flujo que llenaba mi boca. El mismo efecto de acrecentamiento se producía en sus senos cuando los acariciaba, mientras, sus pezones se tornaban rígidos pidiendo amamantarlos.

Luisa por su parte tampoco se quedaba atrás, acariciaba mi  cuerpo con mimo hasta que su boca se volcaba en mi pene succionándolo y estimulándolo. No era muy difícil llevarle a su erección y cuando no podía más, desprendía un chorro de semen que invadía completamente su boca.

La mayor culminación se producía cuando nuestros sexos copulaban, llegando hasta el punto de dejarnos exhaustos y extenuados.

Era tal nuestra compenetración, que nuestros orgasmos llegaban a producirse al unísono, emitiendo los dos tales gritos de placer que era difícil no llegasen a otras habitaciones.

En el zenit de nuestro coito, su vulva se llenaba de un abundante flujo que emergía de su vagina, acompañando mi pene en su penetración con una tremenda eyaculación. Todo mi semen se perdía en lo más fondo de su útero.

Fueron tres días alucinantes. Nos entregamos con autentico delirio y pasión, aparte del placer que sentíamos paseando por la ciudad como auténticos enamorados.

Luisa por cuestiones de trabajo, no podía quedarse más tiempo y tuvimos que poner fin a nuestra estancia en el hotel.

Nos montamos en el coche y abandonamos la ciudad que tanto goce nos había proporcionado. Ya en plena carretera, hubo un momento en  que enmudecí quedándome pensativo. Luisa se percató de mi mutismo pero me dejó un buen rato con mi meditación, hasta que preguntó:

-¿Qué tal vas con tus pensamientos?

-No pienso en nada particular –le contesté.

-No me engañes Alberto. Es mejor que te descargues en mí. Sabes que te conozco demasiado y creo saber en que estás pensando.

-Pues te puedes equivocar, porque no pienso en nada importante.

-Si no me lo quieres decir tú, te lo diré y yo.

-A ver lista, ¿en que estoy pensando?

-Es muy fácil. Estás pensando en tu mujer.

-¡Vaya!, a ti no hay quien te la pegue.

-A pesar que me llames Luisa sigo siendo tu madre y son muchos años que hemos estado juntos. Dime ahora que te preocupa.

-Pues no sé. Estoy muy confuso. Después de lo que hemos pasado juntos, querría volver a mi condición de soltero y continuar a tu lado, cosa que no debía haber abandonado.

-Estás tonto. Lo que ha pasado ha sido muy bonito pero ha llegado el momento de olvidarlo. Tienes una mujer y tu obligación es centrarte en ella. Yo con que me visites, como lo has estado haciendo hasta ahora, tengo suficiente.

-¡Como que lo tengo que olvidar!... ¿Tan poco a representado para ti?

-No es eso, quiero decir que te debes tu mujer. Bien sabes que eres lo que más quiero en este mundo, pero tienes a Marta y debes ser feliz con ella.

-Es que no sé. Después de haber vivido esta experiencia contigo, con que ganas me voy a dirigir a ella.

-Alberto, eres inteligente y sabrás como hacerlo. Para empezar deja de ir a verme unos días y así podrás dedicar más tiempo a ella.

-¿Pero por que tengo que prescindir de algo, que he estado haciendo durante estos dos años que llevo casado?

-Pues porque no quiero ser motivo de discordia entre vosotros. Sé lo que me digo. Tienes que prometerme que lo vas a cumplir.

-No te prometo nada. Eres mucho para mí y no quiero renunciar a ti.

Luisa se quitó el cinturón de seguridad,  se acercó a mí, me dio un beso sonoro en la mejilla y manifestó.

-Eres un sol, pero haz lo que te digo.

Cuando llegué a mi piso se encontraba Marta y el recibimiento no fue muy caloroso que digamos. Me recriminó de entrada el no haberla avisado que me iba a quedar más días de los que en principio habíamos acordado. Le recordé que yo estaba de vacaciones y que simplemente había decidido quedarme dos días más para visitar la ciudad. No se quedó conforme, pero tampoco aludió si también se había quedado mi madre conmigo y termino diciendo:

-A propósito de vacaciones; de tu empresa han llamado varias veces para decirte que te persones allí lo antes posible.

-¿Te han dicho para qué?

-No, pero me han pedido con insistencia que te lo comunique.

Al día siguiente, me personé en la empresa y me dijeron que habían recibido una orden de la central en Madrid, para que me personase allí lo antes posible. Me habían convocado para recibir un curso especial, que requería un mes de estancia. No me pudieron decir nada más, porque ellos lo desconocían.

Cuando se lo comenté a Marta recibió la noticia con cierta frialdad y solo salió de su boca la palabra “bueno”. Algo estaba cambiando en ella. En las dos noches que pasamos juntos antes de irme a Madrid,  no llegamos a tener sexo. Ni ella me lo pidió ni yo mostré el mínimo interés. Tenía demasiado reciente el recuerdo de Luisa.

Me dispuse a ir a Madrid y me parecía algo inconcebible no ir a despedirme de mi madre, pero fui fiel a su recomendación. Mira por donde, salvo ese día, no tendría que realizar ningún esfuerzo por no ir a verla durante un tiempo.

Al término de un mes volví de Madrid y venía eufórico por la noticia que me habían dado. Quise hacer participe a Marta de mi entusiasmo y se lo solté.

-Me han ofrecido ir a Argentina para dirigir la planta que inauguran allí.

-¿Y? – me respondió.

Si me pinchan en ese momento no me sale ni pizca de sangre.

-¿Cómo que “Y”?... Es una oportunidad única que no puedo rechazar. Es un paso muy importante en mi carrera y estoy bien preparado para asumir esa función.

-Me parece muy bien, pero si piensas que voy a ir contigo estás equivocado. El puesto que tengo en el hospital me lo he ganado a pulso y no quiero renunciar a él.

Su actitud me parecía incomprensible pero intenté ser juicioso y le dije:

-Nadie te pide que renuncies a él, pero puedes pedir tranquilamente una excedencia y si no nos amoldamos  en Argentina, podemos volver en cualquier momento.

Por mucho que insistí no conseguí convencerla. Incluso le dije que por mi cargo en la empresa podría ser fácil allí proporcionarle el mismo trabajo que desempeñaba aquí en el hospital. No hubo manera y terminó diciendo: “a mí no se me ha perdido nada en Argentina”.

Me entró un cabreo impresionante. El hecho de que fuera urgente a Madrid, se trataba de seleccionar al candidato idóneo para desempeñar el cargo de director en la planta nueva que la empresa había instalado en Argentina, y yo había sido elegido entre diez aspirantes.

Salí de casa como alma que lleva el diablo y no se me ocurrió otra cosa que ir a visitar a mi madre.

Llegué a su piso, llamé al timbre y no contestó nadie. Iba a marcharme, cuando recordé que siempre llevaba su llave junto a la de mi piso, así que entré y me dispuse a esperarla. Miré el reloj y pensé que no tardaría mucho en llegar.

Me dirigí al frigorífico y cogí una lata de cerveza para hacer tiempo. La vacié en un vaso y fui a echar la lata vacía a la bolsa de basura. Quise hacer un enceste y no acerté. Me agaché para introducirla en la bolsa, cuando me llamó la atención una caja que había dentro. Se leía claramente el nombre que figuraba; “PREDICTOR”. Me dio un vuelco el corazón. Cogí la caja la abrí pero no contenía nada. Estuve registrando para ver si encontraba el test de embarazo con su resultado, incluido su baño, pero fue en vano. No lo vi por ninguna parte.

Cogí el vaso de cerveza me fui al salón y me senté en el sofá a la espera de Luisa.

Me imbuí en un mar de pensamientos. ¡Era posible que Luisa estuviera embarazada! Desde luego en nuestra copulación, yo no me paré a pensar en esta posibilidad. Estaba acostumbrado con Marta a ejercerlo sin ninguna traba, ya que ella tomaba pastillas porque de momento no quería quedarse embarazada, que no pensé en que Luisa no tenía relaciones y que no tomaba anticonceptivos.

Mi mente se perdía en esos pensamientos hasta que oí la puerta. Vi como Luisa entraba en el salón y se dirigía a su habitación sin detenerse. No se percató de que yo estaba allí ya que el sofá, donde estaba sentado, se encuentra de  espaldas a la entrada del salón. Tampoco hice mención por descubrir mi presencia y me dedique a observarla.

Por la vestimenta que llevaba y la cinta puesta en el pelo no había duda que venía de hacer footing.

Desde mi posición veía todos sus movimientos dentro de su alcoba. Ella en todo momento me daba la espalda con lo que seguía sin apreciar mi presencia. Me encantaba ver su desenvoltura grácil al quitarse la ropa. Se quedó completamente desnuda y aprecié su sublime cuerpo en el que se apreciaban unas nalgas tersas y redondeadas desde donde partían unos muslos bellos y unas piernas bien formadas. Era todo un espectáculo.

Encima de su desnudez, se colocó un batín sin llegar a atárselo  que al dase la vuelta para salir de la habitación, dejaban ver sus pechos ni grandes ni pequeños que se mantenían firmes. También se vislumbraba su vientre plano, prueba del ejercicio que hacía y acabando su abdomen, se apreciaba su zona más deseada. Cubierto de no excesivo vello, su monte de Venus emergía radiante y admirable, que seguro haría las delicias a cualquiera. Por suerte, yo había tenido la fortuna de haber poseído.

Venía con la cabeza inclinada intentando coger el cinturón del batín, hasta que casi estaba encima de mí cuando se dio cuenta de mi presencia.

El susto que se dio fue morrocotudo. Pegó un salto hacia atrás pegando un grito, al mismo tiempo que agarrando su bata se cubría la parte delantera de su cuerpo que tenía al descubierto.

-¡Alberto…! –exclamó.

Yo me eche a reír y ella con el rostro serio me recriminó.

-Pues a mi no me hace ni pizca de gracia. Vaya susto que me has dado.

Le pedí perdón y señalándole el sofá le dije:

-Ven aquí y siéntate.

-No, que estoy muy sudada y voy a ducharme.

-Espera un poco que quiero preguntarte una cosa.

-Venga, rápido antes que me enfríe.

-¿No tienes que explicarme nada?

-A que te refieres.

-Sabes de sobra a que me refiero.

Sus ojos se abrieron y noté en ella cierto nerviosismo. Sus labios temblaban y al mismo tiempo que se daba la vuelta manifestó:

-No se que tengo que decir. Anda, déjame que vaya a la ducha.

Se marchó rápidamente pero a mí me había dejado intranquilo. Estaba completamente convencido que sabía a que me refería, pero lo quería ocultar. Seguí dándole vueltas a la posibilidad de que estuviera embarazada. Tampoco se apartaba de mi mente la oferta que había recibido para ir a Argentina y se me ocurrió una solución para ambas cosas, si ella aceptaba.

Volvió del baño y con la toalla secándose el pelo me dijo sonriendo:

-¡Te has tomado en serio, lo que te dije de no vernos!... Ha pasado más de un mes y pensaba que no ibas a venir a verme.

Se notaba claramente que  quería desviar la conversación anterior, pero yo en lugar de contestarle a lo que aludía le dije:

-He vista la caja del test de embarazo.

Se quedó blanca como la toalla que llevaba en la cabeza y de pronto se echó a llorar.

Me levante para abrazarla y mis labios besaban las lagrimas que desprendían sus ojos.

La dejé que se calmase y la invité a sentarse en el sofá. Todavía un poco afligida profirió:

-Hemos sido unos insensatos e inconscientes. Fue una autentica locura y yo soy la mayor culpable. Sabía que todavía me queda años de ser fértil y no puse el más mínimo remedio. Pero no te preocupes que aunque me apene, estoy dispuesta a abortar.

Confirmaba mis sospechas y quise seguir con el plan que tenía trazado.

-Dime Luisa: ¿si tú tuvieras un marido al que le ofreciesen un trabajo muy importante en el extranjero, y aunque tú tuvieras un trabajo en el que encontrases muy satisfecha, te irías con él?

Se secó las lagrimas que le quedaban en la cara diciendo.

-No sé a que viene esto, después de lo que te he dicho.

-Tú haz el favor de contestarme.

-Pues claro que me iría con él, a no ser que él no quisiera.

-Él desde luego que querría.

-Por favor Alberto. No me hagas sufrir más y dime que significa todo esto que estás diciendo.

-Significa que te vas a venir conmigo y vas a concebir ese hijo nuestro.

-No entiendo nada.

Me eché a reír y le dí un tierno beso en la boca. Después expliqué todo lo concerniente a mi trabajo y la negativa tan tajante e inalterable por parte de Marta de acompañarme.

-¿Y tú quieres que yo sea esa mujer que te acompañe?

-No es que quiera, te lo imploro y te pido que seas mi mujer para toda la vida.

Ella se abalanzó a mí y me dio tal beso que me dejó sin respiración. Volvíamos a desearnos tanto como en los días que permanecimos en el hotel en nuestra “luna de miel”.

Ya no había nada que nos separase y codiciaba tener ese cuerpo de nuevo, por lo que comencé a quitar el lazo que sujetaba su bata, para dejar al descubierto sus pechos, que todavía estaban húmedos del agua de la ducha. Mi boca se perdió en ellos, mientras Luisa apretaba mi cabeza hundiéndose en sus senos a la vez que se erizaban sus pezones.

Esa vez fue el sofá, el que se convirtió en escenario de nuestra deslumbrante entrega.

Una vez nos incorporamos, Luisa me dijo que con tanto ejercicio y tantas emociones se le había abierto el apetito y deseaba comer algo junto conmigo.

Yo no tenía ninguna prisa, la suerte estaba echada y solo volvería a mi piso para hacer las maletas.

Le propuse salir a cenar a un restaurante, pero ella dijo que prefería seguir celebrando nuestro reencuentro allí mismo.

Salí de su casa en busca de una buena botella de cava para brindar y cuando volví ya tenía preparada la mesa de lo más romántica que os podáis imaginar. En el centro se desprendía la llama de una vela y a un lado un pequeño jarroncito con tres flores.

Sabía que en su terraza cultivaba flores, pero me chocó lo de tres. Tampoco me paré mucho a pensar porqué.

-¿Y las tres flores? –pregunté.

-Por nosotros dos y por lo que tenemos en mis entrañas.

La abracé y nos fundimos en un beso. Si no hubiese sido porque se retiró, debido a que tenía algo en el fuego, la hubiera poseído allí mismo.

Me tenía loco. No os podéis imaginar que sensación tan extraordinaria. El estar junto a la mujer que más quieres y además te satisfaga sexualmente, es algo único.

Celebramos y brindamos de nuevo nuestra particular luna de miel. Cuando acabamos de cenar, la cogí en brazos y así la llevé a su alcoba para colocarla suavemente encima de la cama.

Era alucinante como nos ofrecíamos el uno al otro. Jugábamos con nuestros sexos hasta que desprendían sus flujos, estos se perdían unas veces en nuestras bocas y otras en lo más interno de su vagina,

Esa noche para festejar y culminar nuestro “enlace”, decidimos realizar una nueva experiencia realizando el coito anal. Nunca lo habíamos experimentado y a mí me parecía imposible que mi pene pudiera penetrar por tan pequeño orificio.

No se dilataba como la vagina y aunque lo lubriqué con mi saliva e introduciendo un dedo, seguía pareciéndome impenetrable. Luisa me animó a que siguiese. Acerqué mi pene empapado de los jugos, que se habían desprendido cuando se unieron nuestros sexos, y apunté suavemente. Intenté introducirla, mientras, Lucia jadeaba apretando los dientes. Quise abandonar, pero ella me rogó que no desistiese. Poco a poco fui penetrando en ella hasta que mi miembro se perdió completamente en su esfínter. Comencé a deslizar mi pene con suavidad, llegando a efectuar todo el recorrido en su conducto anal con relativa facilidad.

Los dos sudábamos abundantemente pero no por ello renunciábamos al placer que nos proporcionaba esta nueva experiencia. Me uní a ella en sus jadeos y mis manos se perdían en sus senos frotándolos con verdadero ahínco. Mi cuerpo en sus movimientos rítmicos chocaba contra sus nalgas lo que me producía una prodigiosa excitación mientras mi pene seguía su curso de desplazamientos en su penetración anal.

Luisa no pudo por menos que colocar su mano en toda su vulva y con un dedo fue acariciando su clítoris, lo que le contribuía a multiplicar su placer.

Llego el momento en que ella, después de sus continuos jadeos, emitió un grito tremendo. Tuvo un colosal orgasmo al mismo tiempo que su musculatura anal se contrajo, provocando una fuerte presión sobre mi pene, que me hizo también gritar produciéndome un orgasmo brutal. “¡¡¡Que noche!!!”

A los pocos días ya estábamos efectuando el vuelo hacía Argentina. Lo calificamos como nuestro viaje de novios, aunque sabíamos que nuestra estancia iba a ser mucho más larga que los convencionales viajes de recién casados.

Para finalizar e informaros de cómo nos van las cosas, deciros que mejor no nos puede ir.

Los primeros meses en la empresa fueron muy duros. El poner en marcha la planta no era fácil y me encontré con muchas dificultades. Ahora funciona a pleno rendimiento con excelentes dividendos.

En cuanto mi vida sentimental, no se puede pedir más. Tenemos una hija preciosa y Luisa se encuentra de nuevo embarazada a la espera de nuestro nuevo hijo. Este, a diferencia de nuestra pequeña, ha sido engendrado con un enorme deseo por ambas partes.

De Luisa puedo decir que aparte de sentirse feliz en mi compañía, se ha integrado completamente. Trabaja como diseñadora en una tienda de moda de alta costura y se siente muy realizada.

Por si queréis saber que ha sido de mi mujer, os diré que a los pocos meses recibí de ella una carta, en la que me solicitaba la separación. Había conocido a un hombre con el que quería formalizar su vínculo, casándose con él.

Ya se que nuestro enlace particular entre Luisa y yo  nunca se podrá legalizar civilmente. La sociedad no permite estas relaciones que determina como incestuosas, pero a ninguno de los dos nos importa. Nuestra vida en común está tan llena de felicidad, que sobran todos los formulismos que unen a las parejas.

Gracias por la lectura de este relato. Así mismo agradecería vuestros comentarios sean del signo que sean.