Luna de miel con mi madre (I)

Una boda fue la causa para que mi madre y yo iniciáramos nuestra propia luna de miel

El destino es tan caprichoso, que a veces te lleva a situaciones y vivencias que jamás hubiéramos pensado que pudieran ocurrir.

Mi nombre es Alberto, tengo 28 años, soy ingeniero industrial y estoy casado desde hace dos años.

Un hecho inesperado, que seguidamente os iré relatando, hizo que mi vida tomara otro rumbo, que ni por lo más remoto hubiera imaginado.

Comienzo:

Una tarde se presentó mi madre en nuestro piso, trayendo una invitación de boda. Se casaba la hija de su hermana y en la invitación figuraba el nombre de ella, el de mi mujer Marta y el mío.

Mi madre Luisa, es una mujer relativamente joven. Era una muchacha cuando se quedó embarazada fruto de la violación de un desaprensivo del cual nací yo. A pesar que el individuo quiso casarse, ella se negó pero no impidió tener ese hijo.

Siendo todavía muy joven me contó el atropello al que se vio sometida y salvo la desesperación y rabia del momento, me decía que no le apenaba el haberme tenido, al revés, era lo más maravilloso que le había sucedido y le estimulaba tanto, que se dedicó a mí en cuerpo y alma toda su vida. Ahora vive sola en la misma ciudad que nosotros residimos y mi armonía con ella sigue siendo magnifica.

En asunto de hombres no quiere saber nada, nunca pasa de tener con ellos una mera amistad. A pesar de que yo le he insistido en que  sería bueno vivir en pareja y dejar de vivir sola, ella siempre se ha negado. Sé positivamente que pretendientes que no le han faltado. Alguno de ellos ha venido a mí para que intercediese por él, pero ella los rechazaba. Me decía que con la experiencia que había tenido, ya era suficiente y que si alguna vez se sentía sola, ya me tenía a mí. Lo cierto es que  yo estaba muy unido a mi madre y raro era el día en que no la visitaba.

Volviendo a la invitación de boda. Mi madre estaba entusiasmada en ir y para mí no había ningún problema porque coincidía en unos días que estaba de vacaciones. La única que dudaba en poder ir era mi mujer, debido al trabajo que desempeñaba en un hospital. En esa época del año había muy poco personal y no sabía si le podrían efectuar la suplencia.

El caso es que animados por mi madre, llamamos por teléfono a los familiares aceptando su invitación y les pedimos que nos reservasen en el hotel, donde se celebraba la boda, dos habitaciones.

No era plan el volver el mismo día de la boda. Por una parte, porque la ciudad donde se celebraba la boda estaba a cierta distancia de la nuestra, y por otra parte porque en las bodas se suele beber más de la cuenta y uno no se encuentra en condiciones de coger el coche.

Llegó el día y solamente pudimos ir mi madre y yo. A mi mujer, en el último momento se le complicaron las cosas en el trabajo y le fue imposible acompañarnos.

La boda era por la tarde y salimos de casa con suficiente tiempo. No conocía el lugar y me dejé guiar por el GPS. El caso que me lié y llegamos a la ciudad donde se efectuaba la boda con el tiempo justo para cambiarnos y salir pitando para la iglesia.

La boda trascurrió de lo más entretenida.  Al finalizar el banquete dio comienzo el baile. Yo tranquilamente dejé la mesa de los comensales y me dirigí a la barra del bar para tomar un gin tonic. Desde allí iba observando como la gente se divertía. Al poco rato apareció mi madre, me agarró del brazo y me preguntó:

-¿Qué haces aquí tan solo?

-Pues ya ves, tomando apaciblemente un gin tonic. Y tú, ¿Qué tal te lo estás pasando?

-Bien, bien. Pero hay un personaje que me persigue y no me deja en paz. Se está poniendo un poco pesado.

-No me extraña que te persigan –le dije sonriendo-, estás como para comerte.

-Anda, no seas idiota y no me dejes sola. Venga, pídeme también a mí algo de beber.

No se separó de mí en toda la velada. Bailamos y bebimos bastante. Nos comportábamos como si fuéramos una  autentica pareja.

Casi al finalizar el baile, se acercó a nosotros el padre de la novia, diciendo que había un matrimonio que no se encontraba bien y que no estaban en condiciones de abandonar el hotel. Nos pidió si podíamos cederle una de las dos habitaciones que teníamos reservadas y mi madre con un “faltaría más” dejó zanjada la petición. El hombre se despidió colmándonos de agradecimientos y nosotros continuamos bailando los últimos compases.

Ya era más de medianoche y apenas quedaba gente. Mi madre me dijo que empezaban a molestarle los zapatos y  quería irse ya a la habitación.

Le pedí a mi madre que fuese delante diciendo que yo iba a aprovechar para despedirme de mi prima, la novia, a la que apenas había podido saludar.

Tomé con los recién casados una última bebida y después me dirigí al mostrador del hotel para que me indicasen, cual de las dos habitaciones que teníamos reservadas, nos habían dejado. Fue mi habitación la que destinaron al matrimonio indispuesto, con lo que tocaba ir a la que correspondía a mi madre.

Entré en la habitación y mi madre ya estaba en la cama. Mi sorpresa fue que no había dos camas sino una sola de matrimonio.

Me fui al baño, me quité la ropa y me puse solamente el pantalón del pijama ya que tenía un calor tremendo. Llevaba bastante alcohol en el cuerpo y se notaba.

Salí del baño y me dirigí al sofá para echarme y descansar en él, cuando mi madre se percató y me dijo:

-¡Que haces!

-Echarme a dormir.

-¿Estás tonto?... ¿Es que te da vergüenza dormir con tu madre?, anda, ven aquí que hay sitio de sobra.

Lo cierto es que algo mejor estaría que en el sofá y si a mi madre no le importaba, buena gana de dormir incomodo.

Me metí en la cama y mi madre se acercó a mí, me abrazó y me dijo:

-¿Tu te crees que te hubiese dejado dormir ahí?

-No sabía que no te importaba que durmiéramos juntos.

-Con quien mejor que con mi hijo. Hacía mucho tiempo que no te tenía en mis brazos, además me has hecho hoy muy feliz por tenerme por pareja. Me parecía que era yo la que se casaba y aquí estamos juntitos, como si fuera nuestra noche de bodas.

Me agradaba estar abrazado a ella me sentía muy a gusto. Sus pechos realmente hermosos, guarnecidos con un picardías que dejaban ver gran parte de ellos, se habían clavado en mi tórax. Era una mujer francamente atractiva y tenía un cuerpo envidiable.

Me dio un beso en la frente y dándome las buenas noches se dio media vuelta.

Hasta aquí todo me parecía normal, pero surgió que al darse la vuelta su trasero se quedó de  tal forma que rozaba mi pantalón. No se como, pero me entró tal excitación que mi pene se endureció y se colocó entre sus nalgas.

No me lo podía creer,  me estaba entrando tal fogosidad que parecía increíble. No tenía a mi lado una mujer cualquiera, era mi madre y no podía ser que me produjese ese sobrecalentamiento. Era algo que no entraba en mi cabeza, pero la realidad era bien distinta.

Mi cuerpo no respondía a mi mente y a lo único que respondía, es que a su lado había una mujer muy apetecible a la que deseaba enlazarse.

Recordé, que algo distinto a lo normal había experimentado cuando estuvimos bailando juntos. Sentía en ciertos momentos como si no fuese mi madre a la que estaba estrechando, si no a otra mujer que no tenía nada que ver con ella. Cuando la apretaba ella se ceñía todavía más a mí y por sus sonrisas daba la impresión que disfrutaba de nuestro contacto.

En ese momento no le dí importancia y lo atribuí a que el ambiente y el alcohol que llevábamos dentro, propiciaba ese comportamiento.

Pero el estar en esos instantes junto a ella en la cama rozando su cuerpo, me producía una excitación que nada tenía que ver con la relación que une a una madre con un hijo. Algo me estaba pasando que iba contra las normas establecidas, pero no podía resistir la tentación de arrimarme a ella.

Mi madre notó mis movimientos, se volvió y un poco sorprendida me preguntó:

-¿Que te pasa Alberto?

Creo que era la primera vez en toda la noche que había dejado de decir hijo mío y se dirigía a mí por mi nombre.

-Nada Luisa –le respondí. Me salió su nombre de dentro. Algo en mí no quería reconocer que la mujer que tenía al lado era mi madre.

-Alguna cosa te pasa cariño. No te de vergüenza decírmelo.

Estas palabras me animaron y le respondí:

-Pues que el estar junto a ti, me está excitando muchísimo.

-¡Que dices Alberto!... Soy tu madre.

-No hace falta que me lo recuerdes, pero no por eso dejas de ser una mujer. Una mujer hermosa y muy apetecible. ¿O te molesta que te lo diga?

-No, no, al contrario, pero me sorprende que te excite teniendo en cuenta quien soy.

Para nada veía en esos momentos a mi madre, sino a una mujer que estaba junto a mí a la que deseaba hacerla mía.

No sabía como romper ese lazo de madre-hijo, que de alguna manera nos lo impedía y se me ocurrió decirle:

-Dejando a un lado lo que somos: ¿Tú me encuentras atractivo como hombre?

-Pues claro que eres atractivo. Y claro que me gustas como hombre… Mira Alberto, cuando hemos bailado juntos, he disfrutado de ti más como pareja que como madre. Me encantaba tenerte a mi lado y ser la envidia de algunas.

Esas palabras reafirmaban lo que yo había notado cuando bailábamos y que me negué en esos momentos en admitir. Lo que no sabía en ese instante, hasta que punto ella iba a ser capaz de aceptarme como hombre.

Mi boca se acercó a la suya y se unieron a sus labios carnosos, ni muy grandes ni muy pequeños, que me supieron a gloria.  Luisa correspondió al beso, pero enseguida se retiró y exclamó

-¡Ay Alberto!... Me estás alterando. Me parece que a los dos se nos ha subido el alcohol a la cabeza y no sabemos lo que decimos y hacemos.

-¿Y si nos dejamos llevar?

-No, no. No está bien que un hijo y una madre hagan ciertas cosas.

-Luisa, por una noche vamos a pensar que somos un hombre y una mujer que se quieren. Como has dicho al principio, gocemos de nuestra luna de miel.

Se quedó un rato pensando mirándome a los ojos y mientras, sus manos acariciaban mi cara. Me dio un beso en la boca y me dijo:

-Alberto, eres mi tesoro y mi vida. Supongo que mañana nos arrepentiremos, pero si tú tanto lo quieres, no voy a impedir ser tuya. En estos momentos creo que es lo que más deseo. Lo que no sé es si sabré darte todo lo que tú quieres.

Vaya si supo. Fue algo apoteósico. No hubo ningún poro de nuestra piel que dejó de ser besado y acariciado con nuestras lenguas, amén de entretenernos con ahínco en nuestros sexos.

A Luisa se le notaba su inexperiencia en relaciones sexuales. Tal como decía, desde haber sido poseída de forma tan drástica, no había tenido ni querido tener contacto carnal con ningún hombre.

Al principio se dejaba guiar, pero pronto tomó la iniciativa y me hizo pasar una de las mejores noches de mi vida. Nos entregamos los dos con autentica furia, y nuestros jadeos iban acompañados de pequeños gritos y gemidos de placer.

Cuando mi boca topó en su vulva, esta se encontraba completamente húmeda y mi lengua se desplazaba a lo largo de ella llegando mi boca a dar pequeños mordiscos a su clítoris, mientras  su vagina desprendía un continuo flujo que era absorbido por mis labios. Ella se retorcía de placer, e impulsaba sus nalgas para que mi boca se aplastase más en toda su vagina. Yo le acompañaba agarrando con ardor, esas tersas y magnificas nalgas que llegaban a abarcar mis manos.

Luisa no se quedó atrás en sus incursiones, y no descuidó que mi pene se fuera escondiendo en su boca hasta llegar a un clímax que me hacía temblar el cuerpo. Luisa se sentía gozosa al ver el placer que me causaba, y no le importaba en absoluto tragar todo el semen que invadía su boca.

Mi miembro, aparte de descargar en su boca, tuvo la suficiente vitalidad de estar en condiciones para penetrar en su extraordinaria cueva. Fue algo soberbio. Tanto tiempo hacía que lo tenía desatendido, que al introducir mi pene rozaba todas sus paredes como pidiendo paso. Gracias al flujo que desprendía, facilitó la irrupción de mi miembro en toda su cavidad. Luisa gemía de placer mientras mi pene se desplazaba ya con suavidad por todo su conducto, hasta que no pudo contenerse y un grito se escapó de su boca. El orgasmo que tuvo fue descomunal. Por una parte lo noté en mi miembro al quedarse completamente bañado del liquido que desprendía su vagina y por otra parte en mi espalda al clavarse sus uñas con vehemencia.

Era tal la agitación que me entró, que de inmediato mi pene descargó todo su semen perdiéndose en lo más profundo de sus entrañas.

Estábamos completamente sudados y extenuados. Nos besamos y abrazados nos quedamos profundamente dormidos, casi estaba amaneciendo.

Luisa fue la que primero que se despertó y acariciándome suavemente la cara con su mano, me despertó diciendo:

-Hijo mío, despierta que es tarde.

Me quedé de piedra. Volvía a dirigirse a mí como una madre que despierta a su hijo porque llega tarde al colegio. En su semblante no se notaba ningún indicio de lo que horas antes habíamos vivido.

Por lo que intuía ya se había duchado viendo que tenía su pelo húmedo. Se había cambiado de ropa y estaba en disposición para abandonar la habitación.

Me pesaba la cabeza. No sabría decir si contribuía más, la cantidad de bebida que tomé, o la noche tan impresionante que había tenido. Lo cierto es que en lugar de encontrarme angustiado y atormentado por lo acontecido, recordaba cada momento vivido con ella y no me arrepentía de nada. Había abierto en mí algo distinto del cariño que tenía hacia ella y me parecía prodigioso.

Agradecía a la bebida el haber dado ese paso. Dejé aislado completamente el tabú del incesto y veía en mi madre una mujer auténticamente maravillosa que me había proporcionado una noche de ensueño.

Me resistía a creer, por la forma en que se dirigía a mí, que para ella simplemente había sido algo para olvidar.

Un poco apesadumbrado al ver en ella esa frialdad, le dije:

-¿A que viene tanta prisa?

-Es que son casi las doce y nos tenemos que dar prisa para abandonar la habitación.

La respuesta me calmó un poco al ver que era eso su gran preocupación.

-Tranquila Luisa –respondí con su nombre-. Antes quiero que me digas como te sientes.

Sobre todo quería que volviésemos al tratamiento de hombre y mujer que habíamos tenido.

-¿A que te refieres? –me contestó

-Anoche dijiste que quizás por la mañana te arrepentirías de nuestro comportamiento. ¿Te apena lo que hemos hecho?

-No me lo recuerdes. Ha sido una autentica locura y es algo que nunca deberíamos haber hecho. Ahora veo lo que uno llega a ser capaz de hacer influido por la bebida, pero insisto, no está nada bien que esto pase entre una madre y un hijo. Tú eres un hombre casado y te debes a tu mujer y yo debo estar completamente al margen.

-Sigues sin responderme… ¿te arrepientes?

-¡Ay Alberto!... dime  primero tú si te arrepientes. Yo no sé que más decir.

Había conseguido que se refiriese a mí por mi nombre y viendo que no quería llevar la iniciativa le respondí:

-Pues yo no me arrepiento en absoluto. Es más, he sentido contigo algo tan maravilloso que nunca había experimentado con otra mujer incluida Marta, aunque pienses que mucho tuvo que ver el alcohol… Pero ahora quiero que no me vengas con evasivas y respóndeme.

Se quedó pensando y movía la cabeza en señal de negativa como no aceptando mis palabras. Yo la dejé meditar hasta que se dispuso ha hablar.

-Me pones en un aprieto y me da mucha vergüenza –se paró un momento para después proseguir-. No se si está bien lo que te voy a decir, pero si te soy sincera, me ha gustado muchísimo y me has vuelto a sentirme mujer. Nunca he practicado el sexo salvo el que tú sabes. Si se puede llamar tener sexo a la infamia a la que me obligaron. Pero esta relación contigo no me importa haberla mantenido. Creo que es lo mejor que me ha podido pasar el que hayas sido tú el que me ha devuelto sentir los placeres como mujer. Era algo que repugnaba efectuarlo con otro hombre, pero contigo ha sido distinto. Eres muy mío y con nadie mejor que contigo y aunque para la sociedad sea un incesto, no me importa ni me arrepiento.

-No sabes lo que me alegra oírte decir esto. No llegaba a entender como siendo una mujer tan hermosa y deseable, y sabiendo que candidatos no te han faltado, no hubieras tenido relaciones sexuales con ninguno.

Ella se echó a reír. Había cambiado completamente su semblante y con una amplia sonrisa que brillaba en su boca me respondió:

-No he tenido esas relaciones porque me las he guardado todas para tenerlas contigo.

Era extraordinario oír eso de sus labios. Me producía una satisfacción inmensa que ella me desease.

Casi a la vez que dijo esas palabras, se acercó a mí y sus labios se unieron a los míos en un escalofriante beso.

Me había habituado en ver a mi madre como mujer, y no me causaba ninguna turbación poseerla. Había desterrado completamente los complejos incestuosos y  consideraba que si la quería tanto como madre, porqué no la podía querer como mujer. Para nada me acordaba en esos momentos de mi esposa Marta, ni Luisa volvió a mencionarla.

Comencé  a acariciarla pero ella reaccionó de nuevo:

-Anda, vámonos que si no me vas ha hacer que pierda de nuevo la cabeza. Es hora que dejemos la habitación.

Me levanté, me vestí rápidamente y sin decirle nada abandoné la estancia. Baje al mostrador del hotel y les dije si podíamos continuar una noche más en la habitación que estábamos. No pusieron ninguna objeción. Les añadí que no hacía falta que pasasen por la habitación para arreglarla, ya que mi acompañante se encontraba todavía descansando.

Cuando llegué al aposento, Luisa me recriminó.

-¿Como es que te has ido sin decirme nada?, me has dejado preocupada.

-Pues por hoy se han acabado tus preocupaciones y tus prisas. Nos quedamos aquí un día más.

-¡Estas loco!

-Estoy loco por ti Luisa.

Sobra el decir, que de nuevo nos entregamos totalmente con verdadera pasión y desenfreno. Era nuestra particular luna de miel.

Continúa…