Luna de miel con eva 1
Asisto impotente a como los animadores del hotel se dedican a amenizar nuestra luna de miel
Ya lo hice en otra ocasión, pero os describo de nuevo a mi esposa, para quienes no hayan leido mis anteriores relatos: Eva es morena, con un culito respingón que atrae las miradas como un imán, y unos pechos duros, grandes, que enmarcan unos pezones sonrosados y muy, muy sensibles. Pero lo que más me impactó de ella cuando la conocí fueron esos ojos miel, grandes y expresivos, y su sonrisa candorosa en una cara de ángel. Teníamos ella 21 y yo 23 años y tardamos solo dos en casarnos. Dos años de noviazgo en los que nuestras relaciones se limitaron a escarceos en un parque y algún episódico sobeteo en un cine, donde pude comprobar que esos pezones que se le endurecían con facilidad eran su punto débil.
Su actitud modosita y recatada cambió de forma radical nada más llegar a Punta Cana, en la República Dominicana, para nuestra luna de miel. La primera sorpresa fue verla tomando un cubata a las once de la mañana, al día siguiente de nuestra llegada, mientras nos bañábamos en una piscina natural. Los animadores del hotel la rodeaban como moscardones mientras le llenaban el vaso, una y otra vez.
Llevaba ese día un bikini malva, quizás una talla más pequeña de lo debido, y el tanga dejaba al descubierto mucho más de lo que me hubiera parecido decente, pero estaba tan feliz que no fui capaz de reprochárselo. Eran tres tipos mulatos, grandes, de sonrisa fácil, muy simpáticos, y se les veía muy duchos en el trato con las europeas que venían a pasar sus vacaciones.
Quizás por el alcohol, o por una ola más fuerte, trastabilló en el agua, pero no llegó a caerse. Dos de los animadores la sujetaron, y desde la orilla me pareció que una de las manos del jefe de la cuadrilla, Ramiro, se engolfaba un segundo de más en sus nalgas descubiertas. Eva le miró, muy seria, e hizo ademán de regresar conmigo, pero volvió a tropezar, y esta vez se le escapó un pecho del sujetador.
No se dio cuenta y los tres clavaron los ojos en ese pezón sonrosado. Ramiro dio un codazo a uno de sus compinches antes de retenerla y colocarle el mismo la tela. Lo hizo con detenimiento, dejando que sus nudillos le rozaran el pezón, en un movimiento lento, muy lento, mirándola a los ojos con una seguridad que me dejó pasmado.
Eva se quedó quieta un instante, mirándole, con la sonrisa congelada en la boca. Tardó lo que me pareció un mundo en reaccionar y cuando lo hizo, vino hasta su hamaca. No pude escuchar lo que le decían, pero volvió la cara con una sonrisa mientras se acercaba. Yo no sabía cómo disimular. Hice como que me enfrascaba en mi libro, pero al mirarla de reojo me di cuenta de que venía muy colorada y con sus pezones marcándose con descaro en su bikini.
Esperé a ver si me decía algo, pero solo comentó que estaba muerta de hambre, por lo que nos levantamos y fuimos al chiringuito de la playa. Al mirar atrás me di cuenta de que los tres animadores se la comían con los ojos, y sentí un extraño calambrazo en el estómago. La miré de nuevo a ella y la vi con sus ojos: una presa inocente para tres tiburones expertos.
Fue una comida rápida, y una siesta muy larga. Nunca la había visto tan fogosa, y ni siquiera protesto cuando le pedí que me la chupara, una de mis obsesiones casi siempre frustrada. Al contrario. Se agachó, de rodillas delante de mí, con los pezones rozándome las piernas mientras lamía el glande. Me hizo ver las estrellas cuando la acarició con sus labios, con un esmero que hizo que me corriera en menos de dos minutos. Apartó la cara al notar el primer chorro y el segundo le fue directamente a los ojos.
- Uff, mi amor, lo siento, no he podido pararlo , me disculpé.
No me contestó, pero me lanzó una de esas miradas llenas de cariño mientras se limpiaba la cara. Se tumbó a mi lado y me quedé dormido abrazándola, sintiendo su piel pegada a la mía.
Cuando me desperté noté que estaba muy rígida, pero con la respiración agitada. Una de sus manos parecía estar entre sus muslos, como si se estuviera masturbando. Sentía el movimiento tembloroso de sus nalgas contra mi cuerpo, casi imperceptible pero real. Hasta que se le escapó un suspiro profundo. Me incorporé entonces y pude entrever que sacaba rápidamente la manita de su braguita, en un movimiento clandestino, como queriéndome ocultar que se había estado masturbando, porque estaba claro que eso es lo que estaba haciendo.
Se levantó entonces para arreglarse, y me quedé boquiabierto cuando la vi salir del baño. Estaba impresionante. Se había retocado los labios y los ojos –nunca se pinta- y llevaba un vestido azul, de seda, pegado cuerpo, con un escote interminable en la espalda, y corto, muy corto. Sus pechos se enmarcaban de manera que quedaba claro que no llevaba sujetador, ni falta que le hacía. Permanecían levantados, desafiantes, coronados por unos pezones que se marcaban claramente en la tela.
- Buff –le silbé.- estás preciosa¡¡¡
- ¿Te gusto? –me preguntó con un toque de coquetería, mientras se daba una vuelta- ¿no te parece un poco atrevido?
- No, no, te queda divino, pero voy a tener que ponerte guardaespaldas.
Al notar la mirada de los camareros me di cuenta de que no había exagerado. La verdad es que sentía cierta excitación al sentir como la miraban, como deseaban a mi mujercita. Era muy satisfactorio sentir que me observaban con envidia cuando avanzábamos de la mano hasta la mesa que nos habían asignado, sabiendo que por mucho que quisieran, ella solo era mía.
Nos situaron en primera fila del espectáculo que habían montado, con bailes caribeños. Todos ellos con un ritmo impresionante y movimientos extremadamente sensuales. Ellas y ellos se movían en el escenario como si sus danzas fueran solo un preludio para follar como animales. Yo alternaba mis miradas entre el espectáculo de la pista y el de mi mujercita fiel, que los contemplaba sin perder detalle, con los ojitos brillantes.
El colofón fue “la chapa”: una de las animadoras, con un cuerpo espectacular, vestida solo con un bikini, se apoyó en una silla para empezar a mover sus nalgas con un ritmo electrizante. Ramiro se acercó por detrás, la sujetó por las caderas, y le siguió los movimientos, cada vez más rápidos, con la pelvis pegada a ese culito respingón.
Me di cuenta entonces de que no miraba al resto del público. Tenía los ojos fijos en Eva mientras simulaba follarse a la bailarina. Y en sus ojos había lujuria, y anticipo. Miré entonces a mi mujercita. Estaba muy colorada, pero no perdía detalle, con los ojos entrecerrados, la boquita semiabierta, los labios húmedos y una sonrisa inescrutable en los labios.
- Te gusta? -le pregunté para romper el juego de miradas.
- -Es muy…muy fuerte –me contestó, pero sin mirarme, pendiente de cada uo de los frenéticos movimientos.
Ramiro acariciaba la cintura de la chica, sin dejar de observar la expresión de Eva, y punteaba su grasero con movimientos frenéticos. Era evidente su dureza cada vez que se apartaba de la grupa para volver a golpearla siguiendo la música. Cuando acabó la canción estuvo unos segundos más moviendo la pelvis, golpeándola con fuertes caderazos sin dejar de mirar a mi mujercita, como si se los dedicara a ella. Cuando se incorporó tenía el pantalón abultado, marcando como una tienda de campaña, y se acercó a nuestra mesa, sin disimular para nada su evidente erección.
- Puedo sentarme? –preguntó, aunque ya se estaba acomodando al lado de mi esposa antes de que ella dijera un si en un tono bajo. Me sorprendió el tono de voz de Eva, aniñado y ronco.
- ¿os ha gustado el espectáculo? –la pregunta estaba dirigida a los dos, pero recorrió el cuerpo de mi mujer con los ojos, con una mirada apreciativa. Eva permanecía quieta ante el escrutinio, pero sus pechos se agitaban con cada respiración.
- - qué forma de moveros –le dije, un poco para romper ese juego de miradas.
- La experiencia –me contestó sonriente, apartando unos instantes sus ojos del cuerpo de mi mujer.
- Bueno, parejita, os dejo solos –continuó mientras se incorporaba- esta noche habrá clases de baile en la discoteca. ¿Os animáis?
- Ya veremos, estoy muy cansado –contesté cuando Eva parecía estar a punto de decir que iríamos.
Me dio la mano de manera displicente, pero a mi esposa le dio dos besos, el segundo demasiado cerca de los labios.
- Ese quiere follarte –le dije de manera abrupta cuando se apartó de nuestra mesa
- Qué va, tonto¡ -me espetó- solo intentaba ser amable. Seguro que invita a todas las mujeres. Es su trabajo.
Le miré de nuevo y me tranquilizó ver que se sentaba con otra pareja, sin duda de recién casados. Él parecía algo tímido, pero a ella se la veía risueña y ligeramente sonrojada. Miraba al bailarín con algo parecido al embeleso. El incauto se levantó para ir a los lavabos, y me quedé clavado cuando observé la soltura con que aprovechaba para poner su manaza en el muslo de la chica. Lla mantuvo allí, y hasta pude percibir el movimiento de sus dedos, sobándola con descaro, mientras le hablaba con la boca pegada a su oreja.
La niña, una rubia de unos 20 años, con unas curvas de escándalo se reía, pero puso una mano sobre la muñeca de Ramiro, como para parar su avance.
Eva también estaba atenta a la escena, y se levantó con lo que me pareció un gesto de despecho en los labios. Pasamos a su lado, y mi mujercita le miró a los ojos. Él se sonrió, y le vocalizó un “nos vemos luego” sin sonido. Yo estaba más atento a los pezones de la rubita, duros como si se quisieran escapar de su blusa.
Nada más cerrar la puerta de nuestra cabaña se abalanzó a comerme la boca con desespero, me mordió los labios mientras le metía la lengua, jugando con la suya. Reaccioné apoyándola contra la pared, de espaldas a mi, aunque volvía la cabeza para seguir con el juego de lenguas. Me contagió su frenesí, le levanté la faldita y metí una de mis manos por delante, en su tanga. Estaba mojada antes de que le metiera el dedo corazón, y empezó a jadear cuando introduje el anular.
La dedeé, buscando su orgasmo, y pronto sentí las compulsiones, en movimientos eléctricos. Me saqué la polla y la metí entre sus nalgas. Ella se movía, imitando los gestos de la bailarina, hasta que sentí como se corría entre gemidos.
- Te ha puesto caliente el espectáculo, verdad, zorrita?
- Mmmmmmmm –suspiró- fó...lla…me.
Hice que se reclinara, apoyada en la pared, y sustituí mis dedos por el rabo, metí la punta, y ella empezó a oprimirla con su vagina, pidiendo más. Mis manos ya estaban en sus tetas, amasándolas. La clavé de un golpe, y ella jadeó de nuevo.
- Más, ahhmmmmmm, máaasssss
Babeaba mientras la empitonaba, pero tenía la mirada perdida,
- En qué piensas, zorrita –le pregunté mientras le sacaba la polla casi por completo para hundirla de nuevo en su encharcada vagina.
Imprimió más ritmo a su meneo de nalgas, en lo que ya era claramente una copia del baile que acabábamos de ver. Yo le seguí el juego, pero me pudo el morbo, Fueron tres caderazos fuertes y me corrí dentro. Ella se quedó muy quieta, sintiendo mis lechadas, se mordió los labios, pero me di cuenta de que se había quedado a punto de un nuevo orgasmo.
- Cuando abrió los ojos en su mirada había el mismo cariño de siempre, pero también algo de tristeza, de insatisfacción, y me sentí obligado a disculparme de nuevo.
- - Perdóname, te he vuelto a dejar colgada.. es que esos movimientos….
- No te preocupes, mi amor, no pasa nada. Ha estado muy bien –me contestó, pero había en su tono algo de duda- ¿pero qué es eso de llamarme zorrita?
Fue al baño mientras yo me dejaba caer en la cama, reventado.
- ¿Qué hacemos? –me preguntó mientras se lavaba la cara- Mira como me has dejado el vestido, está hecho un asco.
- No se…¿quieres ir a la disco? –le contesté, con un nudo en el estómago.
- Bueno..., la verdad es que no tengo nada de sueño. Pero tendré que cambiarme.
Me adormecí mientras se arreglaba, preguntándome en qué momento mi nenita dulce y recatada se había convertido en una diosa del sexo. Eva me despertó con un beso en los labios y me quedé embelesado mirándola: una blusita anudada en la barriga, con un escote que dejaba adivinar el comienzo de sus senos y una mini de volantes componían la imagen de un auténtico bombón.
- Estás para comerte –le dije mientras intentaba acariciarla.
- Para babosón –me contestó riéndose- deja algo para esta noche.
Cuando entramos en la disco vimos a Ramiro, enseñando a bailar a la rubita. Miré alrededor, y vi al marido sentado en la barra, distraído por los dos animadores amigos del machito del hotel. Se le veía ya bebido, ajeno a los manoseos a los que estaban sometiendo a su mujer. Ramiro tenía sus dos manos metidas dentro de la blusa, desde la cintura, peligrosamente cerca de las tetas de su conquista, que tenía los ojos cerrados, mientras seguía el ritmo que le marcaba con su pelvis.
Debía tener un sexto sentido, porque miró a Eva, y le asomó una sonrisa de suficiencia en la cara. Mi mujercita se quedó clavada en la entrada, rígida, con los ojos clavados en los del abusador, que se pasó la lengua por los labios en un gesto lascivo mientras pegaba otro fuerte caderazo a la chica, que se sometía con la boquita abierta, como jadeando.
Fuimos a la barra, y de inmediato los animadores dividieron su atención entre la distracción al cornudo –no pude evitar pensar así en él- y mi esposa, que les escuchaba con aire distraído, sin dejar de mirar a la pareja. La escena era escabrosa. Era evidente que le estaba amasando los melones mientras la punteaba con su rabo. La rubia estaba como ida, entregada, y no se resistió cuando la llevó de la mano en dirección a los baños.
La situación enrabietó a mi mujer, que les siguió con la mirada. Pude ver como Ramiro giraba la cabeza y le guiñaba un ojo, con chulería de corneador experimentado. Entonces mi mujer me sorprendió dirigiéndose a uno de los animadores:
- Carlos, sabes bailar la chapa?
El aludido me miró primero, sorprendido por la propuesta, pero fue solo un instante de duda. Sin esperar mi consentimiento cogió a Eva de la mano para llevarla a uno de los rincones de la pista de baile. No me sorprendió que eligiera uno casi en la penumbra.
Me tranquilizó que el baile fuese comedido. Carlos no se pegaba a ella, ni la sujetaba de las caderas. Me relajé, y seguí la conversación de Enrique con el marido burlado, que balbuceaba de manera inconexa sobre su afición al futbol y su amor al Barca.
Cuando miré de nuevo, Eva observaba a Carlos con la bailarina, concentrada en aprender la forma en que ella meneaba las nalgas.
Pero el animador cambió su sitio y se arrimó a ella. Olvidadas ya sus prevenciones iniciales, no dudó en hacerle sentir su paquete, y Eva giró la cabeza sorprendida. Le dijo algo y él contestó con una sonrisa, pegándose aún más, si eso era posible. En la penumbra, los movimientos y la postura asemejaban los de una culeada.
Sentí flojera en las piernas mientras me acercaba. El tipo apenas de separaba de mi mujercita después de cada empujón, y percibí incluso sus gruñidos, como si realmente la estuviese clavando. Eva tenía los ojos cerrados y movía su cuito aceptando el contacto, incluso buscándolo. Tenía los ojos abiertos, pero perdidos, y asomaba la lengua entre sus labios entreabiertos al sentir las arremetidas.
El tipo me vio aproximarme, pero no se separó de mi mujercita, y pude ver entonces que una de sus manos estaba peligrosamente cerca de sus tetas, que se asomaban en cada embestida. En la penumbra parecía que le rozaba los pezones con los dedos. Mi mujer tardó una eternidad en percatarse de mi presencia, y cuando lo hizo me miró con pena, como pidiéndome perdón, o tal vez rogándome con los ojos que la dejara continuar.
- Estas muy acalorada, mi vida. ¿No quieres tomar algo?
- Sí…esto es muy…movido.
Me pareció que temblaba cuando me dio la mano y tuve ganas de abofetear a su pareja de baile cuando me miró con una sonrisa de triunfo.
- Su mujer se sabe mover muy bien –comentó el muy cerdo- en unos días vamos a convertirla en una experta.
Entonces perdí los papeles. La sujeté de la mano y la arrastré hasta la barra de malos modos, y ella se paró a mitad de camino, soltándome la mano.
- ¿De qué vas?, soy tu mujer, no tu esclava.
- ¿Cómo que qué me pasa?, poco más y te habría echado un polvo en mitad de la pista de baile. ¿Vienes o prefieres seguir dando el espectáculo?
- ¡Espectáculo el que estás dando tu ahora con tus estúpidos celos!. Mira, me voy a la habitación, ya no me apetece tomar nada.
Entonces reaccioné, me deshice en disculpas, le dije que no quería estropear una buena noche, que no sé qué me había ocurrido, pero que al ver como la sujetaba no pude evitar sentir un ramalazo de celos.
Entonces miró un instante a la barra y me miró, con su sonrisa recuperada.
- Vale…te perdono.., pero no vuelvas a hacerme una escenita. Vamos a tomar esa copa.
El alivio que sentí se truncó al instante cuando me di la vuelta y vi a Ramiro, pavoneándose junto al cornudo y su acompañante.
- Tu mujer? –le oí decir al cornudo- creo que se ha ido a la habitación, me dijo que estaba muy cansada. Tuvo mucho ajetreo, jejeje
El chaval me dio pena. Acabó el trago, pagó la cuenta de todos y se fue cabizbajo hacia su cabaña, musitando un “¿por qué no me ha dicho que la acompañara”?
Me fijé entonces en Ramiro. Tenía toda la pinta de chulo putas, se le veía como un pavo real, con su camisa desabrochada, enseñando una cadena de oro, y esa sonrisa de suficiencia que empezaba a resultarme desagradable.
- Esa putita es una máquina – alardeó con sus colegas en voz lo suficientemente ala para que la escucháramos- le gusta el rabo más que a los niños el chocolate.
Eva disimuló, aunque le noté una expresión extraña, de curiosidad y rechazo. Le dio descaradamente la espalda para pedir su copa, un mojito que se bebió casi de un trago.
- Pues a la otra le va la marcha –escuché decir a Carlos en un tono aún más bajo- he estado a punto de tirármela.
Mi mujer también lo oyó, y se puso aún más colorada. Me miró, para saber si también había escuchado el comentario y no me quedó otra que hacerme el distraído. Noté como se relajaba. Me acarició la mano con sus dedos, muy suave, con ternura.
Pedimos una copa más, y otra, y pronto empecé a verlo todo como en una nebulosa. Ramiro se había vuelto hacia Eva, que ahora era el centro de atención de los tres buitres, que m servían un trago tras otro. Como a cámara lenta, vi una mano del chulo aposentándose en su cintura. Ella la apartó una vez, dos, pero a la tercera se dejó hacer.
Bebí mi trago mientras miraba esa mano, explorando el territorio que ya estaba seguro de que pretendía conquistar. Eva soltó una risita nerviosa, y me miró, pero debió entender que yo estaba ya demasiado borracho y no hizo nada para detenerle.
- Así que ya has aprendido a baila la chapa? –le preguntó, guiñando un ojo a Carlos.
Éste se aproximó al otro lado y su mano derecha se perdió detrás de mi esposa. Movía el brazo de tal manera que parecía que le acariciaba el culo, pero a esas alturas yo ya veía doble. Intenté incorporarme, pero caí en redondo, completamente grogui.