Luna de miel

Si hay algo que me gusta en esta vida son las mujeres, pero una en especial me vuelve loco: mi esposa.

Si hay algo que me gusta en esta vida son las mujeres, pero una en especial me vuelve loco: mi esposa. Ella es muy hermosa, no-solo ante mis ojos, sino ante la mirada generalizada de hombres y mujeres.

Así como a mí me gusta observarla, ella disfruta al exhibirse. No sabría decir cual de los dos se excita más ante la misma situación. Y lo fuimos descubriendo desde la época escolar, cuando éramos compañeros de clase.

Por esos días ella llegaba cada mañana a la escuela vestida impecablemente pero a medida que avanzaban las horas y los recreos su falda escocesa iba ascendiendo por sus blancos y firmes muslos hasta cubrir escasamente lo imprescindible y su escote se tornaba más visible, ofreciéndose generosamente a profesores y alumnos sin ningún recato permitiendo que se deleitaran con unos pechos tan graciosos, exactos en su tamaño, turgentes, perfectos que parecían copiados de alguna escultura griega.

A la salida se reunía con todos los muchachos. Íbamos a tomar algo y recibía diariamente propuestas de todo tipo a las que respondía casi siempre con evasivas aunque dejando muchas veces las puertas abiertas. Es que no le gustaba desalentar a ninguno, por feo o pesado que fuera.

Tal vez por ser quien nunca le propuso nada pero a la vez quien se quedaba siempre a un costado observándola sin emitir opinión, se fijó en mí.

Poco a poco empezó a exhibirse para mí de una manera diferente a los demás. Frente a mí no solo cruzaba las piernas sino que además las abría para que pudiera ver la tela de su tanguita, en la biblioteca me pedía que le sujetara la escalera, argumentando temor a caerse, para que la pudiera observar mientras subía a buscar algún libro o se inclinaba sobre el escritorio permitiéndome ver como caían sus tetas en casi toda su extensión mientras me miraba, se mordía una uña y sonreía con picardía.

Yo disfrutaba mucho del espectáculo que me ofrecía pero fiel a mi estilo jamás dije o insinué nada. Esto le hizo creer que no tenía interés en ella y optó por lo que siempre optan las mujeres: intentó darme celos. Fue así como comenzó a mostrar cada vez más su cuerpo llegando incluso a quitarse la ropa interior en algún recreo para abrir sus piernas descaradamente en clase, ocasionando el correspondiente revuelo entre los compañeros y el flechazo en mi, que me enamoré perdidamente.

Al concluir la escuela nos pusimos de novio y ella, que me ama sinceramente, en un rapto de madurez, suponiendo que me haría feliz, intentó cambiar. Empezó a vestirse con recato, cambió las faldas cortas por unas que llegaban por debajo de las rodillas, suprimió los escotes, dejó de pintarrajearse y yo lo acepté sin emitir opinión pero reservándome el derecho de observar aquellas piernas y escotes de otras mujeres que se cruzaran ante mis ojos.

Esta circunstancia pronto provocó la primera discusión y mi primera respuesta intencionada: "si tu no permites que observen tu belleza, de la que me siento tan orgulloso, no podré evitar mirar a quien lo haga".

  • ¿Te gustaría que me exhiba? Preguntó sorprendida.

– Siempre me excitó que lo hicieras, le respondí con sinceridad, desde que éramos estudiantes.

Pero eso fue hace mucho, cuando éramos chicos e inocentes.

Yo no era inocente, veía como te deseaban y me calentaba, me encendía y me enamoré. Pero a ti, saberte observada, ¿no te causaba ninguna sensación?

Y, si, la verdad es que me mojaba bastante y no se me pasaba hasta que me masturbaba. Comprendía muy bien todo lo que despertaba.

Entonces, ¿sigues pensando que eras inocente? Pero no me respondas, que yo nunca te he pedido nada, ni que te quites ni que te pongas, ni que hagas ni dejes de hacer, aunque una cosa te diré: así como cuando éramos estudiantes yo me quedaba de costado viendo todo lo que hacías o lo que es mejor, todo lo que te hacían, hoy, si aceptas mi propuesta de matrimonio debes saber que a mi lado podrás hacer todo lo que se te ocurra: sola, conmigo, con otros hombres o con otras mujeres. Ligada a mí serás la mujer más libre del mundo. Así soy y así me gustaría que fueras para mí.

¿Y que me pedirás a cambio?

Que seas auténtica.

¿Y para ti?

Que jamás olvides que observarte es mi mayor placer.

Mi mujer entendió perfectamente el mensaje y nos casamos.

Para mi desilusión se presentó a la boda como cualquier novia, sin nada digno de destacar, todo muy prudente y recatado, pero a partir del primer minuto de nuestra luna de miel las cosas se encaminaron tal y como yo siempre había soñado.

El primer día se despertó temprano y pidió a conserjería que nos acercaran el desayuno a la habitación. Al rato, cuando golpearon, se encargó de atender desnuda como estaba, dándome a entender que estaba dispuesta a disfrutar complaciéndome. Abrió la puerta e hizo pasar al joven que portaba la bandeja y mientras el muchacho, que no estaba nada mal, se quedaba con la boca abierta le pidió que acercara la misma hasta una mesa ubicada en el otro extremo del cuarto dándole suficiente tiempo para que la observara completamente. Se veía hermosa y radiante, no a cualquiera le queda bien andar desnudo pero a ella le sienta muy bien. Cuando el joven hubo concluido su misión le pidió que esperara un momento por su propina para lo cual se agachó enfrente de él varias veces fingiendo buscar la cartera debajo de algún mueble mientras hablaba fluidamente conmigo y con él de manera que no quedaran dudas de su falta de prejuicios ante la desnudez. Para cuando le dio su billete ya era evidente que el chico ardía y yo también. La miré y luego al chico que, sonrojado, me devolvió la mirada, y dando las gracias se retiró. Nosotros como si nada, desayunamos sin emitir opinión, pero muy conscientes de que una nueva etapa comenzaba.

En la piscina se pasaba muy bien. El clima cálido, el agua fresca, las plantas exuberantes, conformaban un clima tropical muy distendido en el que mi esposa puso la nota sensual. Al llegar se acomodó cerca de una hamaca y parada, frente a todos, se quitó el pareo y el sostén quedando vestida con tan solo un minúsculo hilo dental que le dejaba todo el culo al aire y apenas le cubría su depilada entrepierna. Me preguntó si me apetecía beber algo y así como estaba, casi desnuda, se dirigió al bar en busca de refrescos. Durante ese trayecto despertó todo tipo de exclamaciones, las mujeres que hacían top less se limitaban a tomar sol, ninguna desfilaba frente a todos como mi mujer.

En la barra la atendió un lindo moreno de cuerpo atlético, muy fornido y de una sonrisa tan amplia que yo podía ver sus dientes desde el lado opuesto. Conversaron muy entretenidos y ella se quedó un largo tiempo riéndose de buena gana. Al rato se unieron dos amigos y quedaron los cuatro reunidos. Mi esposa se disculpó un momento, se acercó a mí, me dio mi refresco y me comunicó que se quedaría charlando con sus nuevos amigos, "si me parecía bien". Le dije que todo estaba muy bien, de maravillas agregué, y se marchó feliz.

Durante dos horas observé muy excitado como mi mujer jugaba, tocaba y se dejaba tocar por aquellos muchachos que se desvivían por conquistarla. No olvidemos su casi total desnudez frente a tantos hombres. Fue muy estimulante ver cuando hicieron un juego con una pelota en el que mi mujer quedó en el medio tratando de recuperarla y comprobar como sus tetas se movían libremente mientras los jóvenes aprovechaban la ocasión para manosearla todo lo que podían sobre todo al ver que no oponía resistencia. Por momentos me di cuenta de que cuando ella se agachaba alguno de los morenos "accidentalmente" se apoyaba contra su trasero desnudo, situación que ella aprovechaba para quedarse en esa posición mirando hacia mi sector para confirmar que no me estuviera perdiendo ningún detalle. También vi claramente como en unas cuantas ocasiones se agarró del bulto de alguno de ellos riéndose descaradamente.

Cuando terminaron de jugar uno de los muchachos se acercó a mí y como si me conociera desde siempre, sin presentarse, me pidió la crema bronceadora. Se la di y regresó al lado de mi mujer para untarle, a su pedido, todo el cuerpo, especialmente las nalgas y la cara interna de los muslos que al llegar las yemas de los dedos a la cercanía de la vulva hacían que en un acto reflejo levantara la cola y la volviese a bajar apretando fuertemente las rodillas. Luego la hizo acostar boca arriba dedicando un cuidado y tiempo especial a sus senos, dejándolos brillantes y con los pezones erectos. Pude ver la cara de satisfacción de ambos y supe entonces que mi mayor placer consistía en observar cómo mi mujer se dejaba seducir con decisión y alegría.

Pasado ese tiempo regresó a mi lado y nos quedamos otra hora disfrutando de la tarde mientras los demás huéspedes nos miraban y comentaban en voz baja. Al regresar a la habitación la tomé entre mis brazos y sin decir palabra la besé con ardiente pasión, pasé mi lengua mojada por su cuello y descendí lentamente para lamer sus axilas perfumadas de transpiración, crema bronceadora y agua de la piscina que sumado al fuerte aroma a hembra en celo me llenaron de placer. Bajé luego por sus pechos, lamí su vientre y lentamente fui llegando a su vagina que encontré completamente inundada, dándome una prueba más de lo excitada que estaba. Bebí sus jugos hasta saciar mi angustiante sed sin dejarla acabar. Ella entendió mi propósito, (busca quien te satisfaga), me abrazó y nos dormimos un rato. Luego nos preparamos para enfrentar la noche.

Durante la cena se dedicó a volver loco a un caballero de unos sesenta años. Para su suerte, o desgracia, el hombre quedó sentado frente a ella sin poder apartar su mirada en toda la cena. Ella estaba espectacular con un vestido de seda que se le pegaba muy bien al cuerpo, sin espalda y con un tajo de costado que dejaba ver su pierna izquierda completa. Para evitar las marcas no llevaba ropa interior y este detalle se notaba tanto que cuando el hombre se percató se puso tan colorado que temí por su salud. En la segunda oportunidad que ella se agachó a recoger la servilleta "que se le había caído", mostrando sus pechos desnudos, el pobre tipo no aguantó más, se levantó junto con su esposa y se retiró sin mirar más para atrás. El que miraba atentamente era yo que no podía sentirme más orgulloso por la espléndida mujer que tenía y caliente por comprobar lo deseada que era, tanto que cuatro mozos se pasaron toda la velada atendiéndonos especialmente, sirviendo a mi mujer hasta en los más pequeños detalles por lo que cada uno de ellos recibió, al retirarnos, un cariñoso beso muy cerca de la comisura y una caricia en el pecho que los debe haber dejado sin aliento. Al retirarnos supe, por que lo sentí, que todas las miradas del local estaban depositadas en ella y vibré.

Y ahora, le dije, ¡a bailar!

Nos dirigimos a la disco conversando de temas tan diversos como la decoración del hotel, lo apacible del clima, la buena onda de los huéspedes o lo enamorados que nos sentíamos, es decir que evitamos expresamente comentar las situaciones ya descriptas.

  • Creo que sería mejor llegar separados a la disco, me sugirió, y yo acepté.

Entré primero, mientras ella fue al toilete.

Me ubiqué en una mesa cercana a la barra de manera que tanto podría observar a quienes bebieran una copa parados como a aquellos que ocupasen una mesa cercana a la pista o, más discreta, en el fondo. No había mucha gente, una pareja bailando, otras dos sentadas muy acarameladas y tres hombres parados junto a la barra. Hasta ese momento la pareja que bailaba atraía la atención de todos. Ella era una mulata fenomenal que se movía con una cadencia que haría despertar todos los instintos, el muchacho que la acompañaba no se quedaba atrás y la hacía mover con mucha gracia, con movimientos muy sexy. Todos estaban pendientes y bastante excitados, el clima del lugar era caliente. Cuando llegó mi esposa la escena se completó, la pareja dejó de ser el centro de atención y todas las miradas, como no podía ser de otra manera, se posaron en ella.

Sin hacer caso se dirigió a la barra, se sentó en una silla alta dejando bien expuestas sus preciosas piernas, se llevó un cigarrillo a la boca y cuando quiso encenderlo dos manos se acercaron simultáneamente ofreciéndose a atender sus necesidades. Miró a ambos, sonrió, apoyó cada una de sus manos sobre cada una de las que se ofrecían y aprovechando un poco de cada encendedor miró a cada uno de sus dueños a los ojos. En pocos minutos conversaban los tres como si se conocieran de toda la vida. El tercer hombre, igual que yo, se mantuvo apartado y se dedicó a observar.

En cuanto se escuchó un tema lento uno de los pretendientes la sacó a bailar pero no pudo sacarse al otro de encima y en consecuencia bailaron los tres. El que la invitó la tomó por delante colocando sus manos al costado de sus pechos, sin tocárselos de frente, solo por los costados. Ella, correspondió apoyando los brazos sobre sus hombros sujetándole la nuca con una mano que al tener las uñas bien largas y pintadas se veía muy sensual. El otro, muy decidido, se apoyó contra ella por detrás, colocando sus manos al costado de sus caderas y el bulto contra la visible separación de sus nalgas. Ella dejó caer su cabeza hacia atrás para que reposara sobre el hombro de quien le hacía sentir su palpitante presencia mientras levantaba los brazos meciéndolos de un lado a otro primero para llevar sus manos a la cabeza y revolverse el cabello después. Al compás de la música, varios temas pasaron, se hizo evidente que cada uno de los hombres se proyectó contra su cuerpo reclamando una respuesta que no tardó en llegar en la forma de movimientos de fricción cada vez mas sensuales. Estaban tan pegados que los tres parecían uno.

Con el correr de los temas el clima ardía cada vez más, encendiendo a todos los presentes especialmente a mí que mojé mi pantalón con secreciones pre-eyaculatorias. La otra pareja que bailaba se contagió de tal manera que el joven masajeaba descaradamente la cola de la mulata mientras ella metía su mano dentro del pantalón buscando carne firme de donde agarrarse. Una de las mujeres sentada a una mesa se dedicó a practicar sexo oral a su pareja que aunque trataba de disimular no lo lograba por la posición evidente y por los jadeos que no podía contener. El hombre que quedó observando se masturbaba acariciándose sobre el pantalón sin ningún disimulo.

Al cabo de un rato mi mujer se disculpó y se retiró al baño. Al pasar a mi lado se detuvo frente a mí con las piernas separadas y me dijo:

  • No sé si podré negarme.

Lo pensó un instante y repitió:

No deseo negarme.

Yo la miré, le sonreí, con discreción pasé mis dedos por su hirviente ranura que se encontraba al alcance de mi mano y solo dije:

Nada te he pedido, solo que seas auténtica.

Llegaré tarde.

Te esperaré.

Lo último que vi esa noche fue cuando se alejaba, con un hombre a cada lado, cada uno con una mano sobre una de sus nalgas, ella sujetando a cada uno por la cintura, cada uno besándole el cuello debajo de la oreja, mientras ella me observaba lamerme los dedos.

Las tres horas que duró la espera me resultaron difíciles de sobrellevar. Una mezcla de placer y dolor se adueñó de mi cuerpo y de mi mente haciéndome temblar sin poder controlarme. He transpirado como nunca en mi vida, he llorado preso del pavor que me ocasionaba el miedo a perderla y he sentido la adrenalina fluir por mis arterias al pensar que en esos momentos, mientras yo esperaba, ella estaría siendo penetrada por dos formidables machos a quienes ella misma había excitado hasta la locura. Durante esas horas me propuse no masturbarme a pesar de soportar una calentura sumamente intensa que me provocaba un dolor tremendo en los testículos. Decidí que la esperaría sin tocarme y si mi cuerpo decidía eyacular lo haría por si solo, sin mi consentimiento. Pero a pesar de los pensamientos que me llevaban a contenerme, cada minuto que pasaba la imaginaba entre los brazos de esos hombres siendo besada, lamida y penetrada de todas las maneras imaginables y mi pija se enrojecía hasta parecer explotar. A todas las dudas que se me presentaban, a todos los temores que se adueñaban de mi cordura se oponía mi miembro bien erecto que parecía decirme: esta es la verdad, esto es lo que tanto deseas.

Cuando la escuché llegar mi corazón dio un vuelco. Pensé que por muy machos que fueran esos hombres, por más fornidos, potentes y viriles que fueran, ella era exclusivamente mía, y siempre volvería a mí por que me amaba y por que yo era quien más la complacía al permitirle ser feliz, aún arriesgándome de la manera que lo hacía.

Cerré los ojos fingiendo dormir. Me encontró desnudo tendido sobre la inmaculada sábana blanca con los brazos y las piernas bien abiertas, en cruz, y con el pene muy erecto. Subió a la enorme cama por el lado de los pies y gateando, sin tocarme, llegó a mi entrepierna. Sin dudarlo se metió toda mi pija en la boca de un solo envión y en el momento en que el glande hizo tope contra su garganta, como si se encendiese una poderosa caldera eyaculé con tanta intensidad que necesité mirar su boca para comprobar que no estaba muriendo, por que en realidad fue tan fuerte la descarga que creí que me estaba desangrando.

La excitación era tan poderosa que mi erección no decayó, por el contrario mis venas seguían latiendo y la pija palpitando. Ella, entendiendo mi estado, abrió sus piernas y se sentó sobre mí, provocando que la penetrara analmente para que de esta manera me diera cuenta, sin necesidad de confesarlo, hasta donde había llegado en su relación con esos hombres. Estaba tan dilatada y lubricada que apenas sentí su contacto, entonces me retiré de su interior, la acosté, le quité la única prenda que llevaba puesta y lavé su cuerpo entero con mi lengua saboreando la mezcla de todas sus secreciones que se fundían con las de sus amantes.

Los días que siguieron nos encontraron en calma. Ella se quedó todo el tiempo a mi lado pero exhibiéndose ante los demás de todas las maneras imaginables, encendiendo nuestra pasión y provocando que nos descargáramos sexualmente varias veces por día. En cada relación fui descubriendo, sin necesidad de hablarlo, todas las situaciones que vivieron esa noche llegando a la conclusión de que no dejaron prácticamente nada por experimentar. Cuanto más descubría más me calentaba y más la deseaba y cuanto más la deseaba más quería que la experiencia se repitiera. Era un círculo vicioso que me llevaba a aceptar que no me arrepentía y que por el contrario cada vez más me afirmaba en mis deseos de saberla seducida por otros hombres.

El sexto día de nuestra luna de miel, mientras descansábamos al costado de la alberca, se nos acercó el joven moreno que la atendió el primer día en el bar. Ella se mostró muy feliz de verlo, se levantó, lo besó en las mejillas y, me di cuenta enseguida, comenzó a presumirle sacando pecho, permitiendo que los ojos del muchacho se posaran entusiasmados en sus erguidas tetas. Él le comentó algo al oído y ella sonriendo se acercó para decirme que se retiraría un rato y regresaría para la cena.

Se fueron caminando sin tocarse, todos miraban, llegaron hasta una pequeña motocicleta, primero subió él y enseguida lo hizo ella sujetándolo fuerte por la cintura y pegando las tetas contra la espalda de su nuevo galán. Una inmediata erección me obligó a recostarme boca abajo para disimular. Imagine y comprenda, quien lea este relato, el formidable espectáculo que ofrecía una mujer de tan espléndida belleza al verse sentada con las piernas bien abiertas, a horcajadas, volcada hacia delante, lo que le obligaba a sacar y abrir la cola que se encontraba cubierta con tan solo una cinta de un centímetro rodeando la cintura y otra de igual anchura que emergía de entre sus nalgas, fundida contra un formidable ejemplar de muchacho y con el pareo en una de sus manos en evidente demostración de no haberse querido cubrir. Imagine, decía, este cuadro y comprenda por favor mi inevitable erección.

Cuando me pude levantar me dirigí con discreción hasta una pequeña playa ubicada a unos ochocientos metros del hotel intuyendo que por ahí estarían y para mi suerte desde lejos los pude ver. Por fin podría ver a mi querida mujer en manos de otro hombre.

El lugar era apartado y bastante discreto. Habían tendido el pareo sobre la arena, ella se encontraba acostada boca abajo recibiendo masajes en forma de caricias que su amante sabía hacer muy bien. Se entregaba mansa y serena en una actitud pasiva que por lo visto la deleitaba con placer. Me acerqué lo suficiente como para que notaran mi presencia y cuando me vieron saqué mi miembro, que ya estaba bien erecto, y lo comencé a masajear a un ritmo parecido al que llevaban las manos del muchacho. Me miraron y siguieron como si yo no estuviese.

Al completar el masaje él se tendió sobre ella, ambos boca abajo. Lentamente la fue obligando a ponerse en cuatro y en cuanto quedó su vagina bien expuesta la penetró desde atrás muy lentamente pero sin dudar, empujando constantemente hasta hacer tope con los testículos. Debo admitir que el tamaño de esta pija era muy superior a la mía. Más larga y más gruesa.

Este hombre tenía mucha resistencia de manera que estuvieron moviéndose de atrás para adelante un largo rato. Ella acompañaba muy bien los movimientos y se notaba muy bien con cuanta fuerza empujaba para atrás para recibir la mayor cantidad posible de verga.

Pasado un tiempo él se separó y ubicó delante de ella con el miembro a la altura de su boca pero en vez de hacérsela chupar le empujó la espalda y la cabeza contra el suelo quedando la cola de ella bien parada y expuesta. Cuando estuvo seguro de tenerla dominada hizo una señal y apareció otro joven que se ubicó inmediatamente detrás de mi mujer. Era el camarero que nos había servido el desayuno. Sin dudar le untó el orificio anal con saliva y la penetró de una sola estocada sin ninguna contemplación. Bombeó cuatro o cinco veces, acabó abundantemente y se retiró. La maniobra no duró ni dos minutos y mi mujer jamás se enteró de quien se sació en su culo. Sin duda estaba confundida y el muchacho aprovechó el momento para ponerle la verga en la boca unos momentos y luego se volvió a colocar detrás de ella y le penetró el ano fácilmente aprovechando la dilatación comenzada por su amigo. Todo fue tan rápido y excitante que mi mujer acabó gritando, el joven eyaculó sobre su cara y yo completé mi masturbación hasta vaciarme por completo. Si no me equivoco los tres terminamos al mismo tiempo. Temblando por la turbulencia de la excitación regresé a mi habitación dejándolos solos para que disfrutaran más, si es que podían y seguro que lo harían porque quedaron abrazados, besándose en la boca y acariciándose mutuamente como si todo recién comenzara.

Cuando mi esposa regresó la recibí con flores y un excelente perfume de regalo. Además, como tenía el baño preparado, la introduje en la tina y la bañé con ternura enjabonando cada rincón de su cuerpo con tanta delicadeza que su piel se erizó. La sequé, la peiné y alzándola en mis brazos la llevé a la cama.

Así llegó el último día en este magnífico hotel en el que ella decidió darme una sorpresa en agradecimiento a tantas atenciones recibidas.

Estábamos dentro de la habitación cuando se acercó, me hizo sentar en un sillón, me vendó los ojos y me pidió que me preparara para mi sorpresa. Escuché algunos movimientos, como si se estuviera vistiendo o desvistiendo y luego me di cuenta de que abría la puerta y alguien entraba. Me quitó la venda y apareció frente a mí una esplendorosa mulata de ojos color miel de medidas y porte tan extraordinario que no lo podía creer. Muy sorprendido atiné a decir: mi amor, yo no necesito a nadie, te agradezco la intención, entiendo que te sientas en deuda pero todo lo que te permito hacer es porque te amo. Solo te quiero a ti

No es para ti, tonto, dijo mientras abrazaba y besaba a la mulata.

Ámbar ha venido para disfrutar conmigo mientras tú nos observas. Nos conocimos en el salón de belleza, nos gustamos y aquí estamos.

¡Ah! Dije yo como toda respuesta y me dispuse a mirar.

Debo ser muy insignificante pues actuaron como si yo no existiera.

Se dirigieron a la cama desvistiéndose en el camino y se trenzaron en un beso apasionado en el que yo podía ver las lenguas de cada una relamerse contra los labios de la otra. Era muy distinto a verla con un hombre. Estas dos mujeres eran extremadamente suaves. Sus caricias se notaban tan delicadas que se hacía evidente que producían un placer cercano a la cosquilla estremeciendo la piel. Los besos se extendieron por todo el cuerpo hasta que quedaron trenzadas en un sesenta y nueve del que por mucho tiempo no se quisieron separar.

Recién después de asegurarse un buen orgasmo cada una mi esposa me invitó a participar pidiéndome que penetrara un ratito a cada una. No creí poder complacerla ya que temía acabar antes de tiempo pero haciendo un gran esfuerzo lo logré. Ámbar se fue discretamente y nosotros quedamos abrazados una vez más, disfrutando los últimos instantes de nuestra luna de miel.