Luna de miel
Tengo que ver sin protestar como seducen a mi novia, que pasa de ser una mujer fiel a una zorrita.
Habíamos ido a pasar nuestra luna de miel a un complejo hotelero del Caribe. Un paraíso en el que se desarrolló una de las experiencias más excitantes de nuestra vida. Eva, mi mujer, tenía entonces 24 años. Morena y bajita, tenía un cuerpo de curvas rotundas, un culito respingón y unos pechos grandes, coronados por unos pezones sonrosaditos... y muy sensibles.
La segunda noche fuimos a la disco del hotel. Ella llevaba un vestido verde, largo, pero con una insinuante raja en el costado, que dejaba entrever sus piernas. La blusa era e botones, y, después de insistirla mucho, dejó abierto un botón más de lo normal, de forma que se insinuaba el comienzo de sus tetas. Por una concesión muy trabajada, conseguí que fuera sin sujetador. Estaba preciosa.
Si ya de por sí la disco era oscura, con el segundo mojito la verdad es que no veía a tres metros. Por eso no me di cuenta de las miradas de los tres tíos que estaban en la barra, dirigidas directamente a los pechos de mi mujer, que, según me confesó luego, sentía como si la desnudaran con los ojos.
Cuando empecé a besarla en el cuello, noté una respuesta más acogedora de lo habitual. Eso me animó a lamerla hasta la orejita, mientras la acariciaba la cintura, subiendo lentamente a sus pechos. Los acaricié en su base, pero al subir a sus pezones, los noté terriblemente erectos, marcándose de forma descarada en su blusa. Eva empezó pronto a gemir, por eso me sorprendió que me intentara parar. Déjalo ya, cariño, nos pueden ver.
Mi primer error fue no hacerle caso. Seguí lamiendo su orejita, animado por sus suspiros, e incluso me animé a meter la mano dentro de la blusa, para sobar sus pezones. Ella tenía la cabeza vuelta hacia la barra, e intentó pararme de nuevo cuando empecé a acariciar sus muslos, subiendo lentamente por su pierna. Intentó avisarme de nuevo, pero en ese momento me sobresaltó una voz ronca.
Hola, señores, ¿recién casados?
Uno de los tipos, el más maduro se había acercado hasta nuestra mesa. Era un tipo grande, delgado, de unos 50 años, con una seguridad en sí mismo apabullante, que nos hablaba a los dos, pero sin apartar la vista de Eva, que le miraba con un brillo extraño en los ojos.
Espero que estén bien en mi hotel pero si necesitan algo... si no pueden dormir bien... o la cama no les parece lo suficientemente cómoda, no duden en avisarme. Me llamo Jorge.
Mientras hablaba, el tipo se sentó al lado de Eva, que se removió inquieta en el sillón, como intentando pegarse más a mi, aunque no pudo evitar que le rozara con una de sus enormes manos
Es..tamos bien, gracias, balbuceó mi esposa, con una voz tímida que me sorprendió en una mujer habitualmente firme y segura.
El asintió, sonriendo, e ignorándome por completo se dirigió ya directamente a ella:
como te llamas, preciosa?
Eva, contestó mi mujer, que se olvidó incomprensiblemente de presentarme.
Escocido, me levanté del sillón y les dije que iba al servicio. Ese fue mi segundo error. Habá cola y cuando conseguí entrar lo hicieron a mi lado dos camareros del hotel, riéndose
Has visto al jefe?, seguro que tenemos esta noche carne fresca.
Volví a la mesa, y noto a mi mujer nerviosa, acalorada, con la respiración agitada. Jorge le había pasado una mano por detrás del asiento y la otra estaba en su muslo, pero rozando el de mi esposa, que se asomaba por el lateral del vestido, bastante más abierto que cuando me fui.
Jorge me miró, sin perder esa sonrisa de suficiencia: le envidio, su mujer es deliciosa.
Yo intenté sonreir también, pero me quedé helado cuando vi como su mano se aposentaba decididamente en el muslo de mi mujer, mientras se inclinaba sobre ella para besarle en la comisura de su boca. Como a cámara lenta, el hombretón deslizo su mano por el muslo, hasta perderse dentro de la abertura de la falda de Eva, que también se quedó inmóvil, paralizada por la sorpresa.
Lejos de reaccionar, mi esposa echó la cabecita hacia atrás, con los ojos cerrados y la boquita entreabierta mientras el cerdo le lamía los labios. Entonces, me miró, como suplicándome perdón, y se le escapó un gemido profundo cuando el cerdo le metió la lengua en la boca. Tampoco yo fui capaz de reaccionar cuando noté que la otra mano pasaba del respaldo del asiento al hombro, y de ahí a apoderarse de una de las tetas de mi mujer, aún por encima de la blusa.
-Sí, es una mujer deliciosa, repitió con descaro.
Mi pobre Eva intentó parar la mano entre sus muslos, pero su resistencia era menor ante la fuerza del tipo que estaba ya totalmente echado sobre ella, lamiéndole el cuello, desabrochando su blusa, sobando sus tetas, pellizcando sus pezones..
Cariño...mmmmmm...no..... puedo.... me ...está dedeando..
Ahhhhhhh
Jorge movía ya su otra mano entre las piernas de Eva a un ritmo constante, dentro, fuera, dentro de nuevo, y a cada movimiento mi esposa soltaba un grito de placer.
Me folla....con los dedos... ahhhhhhhhhh
Entonces el muy cerdo se rió abiertamente: esta putita se está corriendo, noto sus espasmos en mis dedos. Y debía ser verdad, porque Eva levantaba la pelvis cada vez más, al ritmo que le marcaba esa mano que entraba y salía cada vez más fuerte debajo de su falda, y me sujetaba fuerte los brazos mientras se convulsionaba entre jadeos, hasta quedar medio derrengada en el sillón.
Sólo entonces pude ser consciente del entorno. Los dos camareros del servicio se habían acercado y la miraban mientras se acariciaban los bultos por encima de los pantalones.
Intenté levantarla: vámonos, mi amor, vamos a la habitación, pero debía haber comprendido que no habían terminado con ella. Jorge se sacó la polla, la sujetó por la cintura y, de un golpe, la hizo caer sobre su rabo.
Ahhhhhhhhh, me rompe...no..... ahhhhhhh... por favor......ahhhhhhhhh
Perdóname, amor...ahhhhhhh... no puedo evitarlo..., suspiró Eva mientras el tipo la tenía bien sujeta por las tetas, se las estrujaba, las amasaba, mientras la hacía subir y bajar sobre su rabo. Ella cerró los ojos, y soltó un nuevo gemido gutural cuando Jorge la hizo descender de nuevo, hasta el fondo, ensartada.
Entonces se acercó uno de los camareros, con la polla en la mano. Sin miramientos, la sujetó la cabeza y se la colocó en los labios. Ella los tenía entreabiertos y, para mis sorpresa, mi recatada esposa, que nunca me la quería chupar porque decía que le daba asco, sacó su lengua y empezó a lamer el pene que le ofrecían.
Lo cierto es que estaba descontrolada, botando sobre un pollon gigantesco, mucho mas grande que el mío, con otro rabo follándole la boca, cogiendo al camarero por las nalgas, como si temiera que se le pudiera escapar, las tetas al aire y su coñito casi virgen roto, Eva encadenó un nuevo orgasmo, mientras temblaba todo su cuerpo, simultáneo al de Jorge, que en ese momento empezó a soltar gritos bestiales mientras la llenaba de leche
Toma puta, toma, toma
Te voy a preñar, zorra
El semen le salía a borbotones del coño, deslizándose por sus piernas, mientras el otro se corría también, en su boca. Un chorro dentro, que no consiguió tragar entero, pero el segundo en su cara, y el tercero sobre sus tetas.
Sólo entonces la soltó Jorge y yo me apresuré a abrazarla. Eva temblaba aún, y gemía, con los ojos cerrados, bañada en leche, cuando la levanté y la llevé en brazos, su cabeza reclinada en mi hombro, pidiéndome perdón con voz dulce, hasta nuestra habitación.