Luna de miel (2: versión por la esposa)
Comenzaré diciendo que hoy soy la mujer de un hombre que ha sabido encontrar y sacar de mi interior a la verdadera hembra sedienta de placer que hay en mí.
Comenzaré diciendo que hoy soy la mujer de un hombre que ha sabido encontrar y sacar de mi interior a la verdadera hembra sedienta de placer que hay en mí. Siempre supe que existía, no es este el momento de hacerme la ingenua, pero estoy segura que sin su provocación y empuje nunca me hubiese abierto como ya verán que hice, seguramente me habría reprimido como hace la mayoría.
Desde el comienzo de nuestra relación ha explorado incansablemente mi interior en una búsqueda minuciosa de sensaciones que, aunque estaban en mí, de no mediar su intervención jamás hubiera conocido. Ha buceado en lo más profundo de mi intimidad hasta liberar mis más escondidos instintos y ha escalado hasta la cima de mis más calientes fantasías provocando la erupción de mi volcán interior. Al mismo tiempo me ha permitido ayudarle a derribar sus propias barreras abriendo el camino al semen que fluyera por su uretra.
Me ha apoyado apuntalándome en cada momento, y creedme que fueron muchos. Jamás me sentí sola, lo cual me ha dado la suficiente fortaleza para lanzarme a hacer todo aquello que mi cerebro y mis entrañas pedían, sintiéndome segura y absolutamente respaldada
A partir de la primera regla, a los trece años, mi cuerpo se transformó recordándome permanentemente que ahí, entre medio de las piernas, se hallaba el cofre que proveería mis mejores momentos de felicidad. Mi adolescencia se podría describir muy bien con una sola palabra: caliente.
Vivía en ese estado y no podría recordar un día en que no me haya masturbado. Sola o acompañada por mi buena amiga Carola, en manos de quien perdí mi virginidad.
Desde que vencimos las lógicas inhibiciones y desaparecieron los secretos entre nosotras nos dedicamos a buscar la anhelada satisfacción. De nuestros propios dedos pasamos a las palmas de las manos. De hacerlo con recato pasamos a abrir las piernas la una enfrente de la otra venciendo cualquier resto de pudor que nos quedara y de ahí a tocarnos mutuamente no hubo ninguna distancia. Experimentamos con largos besos de lengua en los que una avanzaba y la otra cedía, chupando frenéticamente la carne caliente que ingresaba en su boca e imaginando que así sería la consistencia de un pene. Cada una disfrutó mucho con las pajas que la otra le hacía, tanto manuales como linguales, y conoció a tan corta edad lo que era un orgasmo, hasta que la masturbación no alcanzó y nos dedicamos a penetrarnos con distintos envases de artículos de perfumería. A los quince ya teníamos nuestro primer consolador y poco tiempo después ya nada de esto alcanzaba, nuestros cuerpos exigían hombres de carne y hueso.
Como sucede en estas etapas de la vida, donde nada es permanente, Carola y yo nos distanciamos y quedé sola pero caliente y mal preparada para lo que viniera.
Lo que me ocurría era que necesitaba calentarme constantemente. En mi cabeza o en mis caderas no existía ninguna otra necesidad, de manera que cuando no me excitaba espontáneamente me urgía producir situaciones que me llevaran a arder y la manera más sencilla, rápida y efectiva de lograrlo era mostrarme para que los muchachos se animaran. Yo no soy una fea mujer pero la belleza no me aseguraba el acercamiento de los hombres ya que estoy segura que ellos solo aceptan como belleza a la mujer posible, con la que se sienten seguros de no ser rechazados, y yo, creedme, jamás he rechazado a ninguno.
Si era lo que se llama una "Lolita" o simplemente una putita es algo que yo no decidiré, pero estoy dispuesta a escuchar opiniones. Lo cierto es que cada día vivía una rutina que hubiera emputecido a la más santa. Las manos que me han tocado en el metro son incontables, algunas con timidez y muchas muy descaradas toda vez que yo, lejos de apartarme, permitía el avance dando muestras de encontrarme muy a gusto y ávida de recibir tantas y tan dedicadas atenciones. El más osado que recuerdo fue un hombre mayor que sentado sobre un asiento lateral al verme colocó su portafolios sobre sus rodillas y una mano sobre él. Me miró y no hizo falta que hiciera alguna seña para que me acercara. Yo, que estaba parada y sujetada al pasamanos con mi mano derecha muy extendida hacia arriba, solita, sin que nadie me obligara me fui acercando de forma tal que mis piernas se separaron y abrazaron el preciado maletín quedando sus dedos debajo de mi faldita y muy cerca de mi coñito que no por casualidad se encontraba como vino al mundo, sin ninguna telita que lo protegiera. Este señor, que para mi fue un perfecto caballero porque nunca se hizo el distraído, acarició mis muslitos con delicadeza durante unos minutos y luego, al tiempo que nos mirábamos a los ojos, posó sus dedos sobre mi juvenil botoncito y los movió con tanta maestría que me provocó una convulsión que involuntariamente llevó mi mano izquierda a mi cabeza haciéndome tirar fuerte del cabello, dejó mis ojos en blanco, mis labios palpitando y desemboqué en una acabada que me hizo jadear ahí mismo, en medio de tanta gente. El joven que se encontraba sentado a su lado no podía creer lo que veía. Quizás de ahí me haya quedado la fantasía de ser follada por extraños pero siempre viéndoles la cara.
En la escuela me hice amiga de todos los varones y puedo jurar que a todos los he dejado ver más de la cuenta, como cuando por las noches se acercaban a mi ventana para que les mostrara los pechos y que "todos" me han manoseado lo suficiente como para dejarme chorreando. Con ellos adquirí el hábito de refregar mis tetas contra sus brazos o cualquier otra parte de sus cuerpos en demostraciones de afecto que con seguridad escondían mucho más que ese propósito. Al segundo "todos" lo he puesto entre comillas pues debería aclarar que todos menos uno ya que había un chico que solo se dedicaba a observar y, para mi pesar, era uno de los que más me gustaba.
A medida que pasaban los días su actitud me llamaba cada vez más la atención hasta que la curiosidad me llevó al desafío de querer conquistarlo. Me volví más loca que nunca. Lo he provocado de cuantas maneras se puedan imaginar y él jamás perdió la calma. Su aplomo y suficiencia me fueron ganando de tal forma que vivía pendiente de él. Al finalizar la secundaria por fin logré vencer su discreción y nos entendimos.
Mi madre, que vivía preocupada por lo que consideraba mi prematuro descarrilamiento, alentó esta relación que le parecía seria y me convenció para que "enderezara" mi vida y me volviera más recatada. Esta etapa coincidió con la enfermedad de mi padre, circunstancia que de por sí aplacó mi desenfreno y al sumarse la angustia al pedido de mi madre se produjo un cambio en mis hábitos que me convirtieron en una persona diferente.
Y creí sinceramente que hacía lo correcto, que mi pasado quedaría en el recuerdo como locuras juveniles y que mi novio lo agradecería, pero grande fue mi sorpresa cuando me comunicó que él estaba enamorado de la pequeña diabla a quien durante años había visto provocar a tantos hombres. Llegó tan lejos en su explicación que a cambio de que volviera a ser quien era me proponía casamiento, asegurándome que a su lado conocería formas impensables de placer para el común de las personas. Se fundamentaba en el ejercicio pleno de la libertad y en la exaltación de las sensaciones. Me aseguró que existían maneras de gozar que a mí ni se me ocurrirían en toda una vida y que si bien el contacto físico es fuerte y sumamente placentero no era "nada" comparado con una actividad sexual mucho más mental, a la que me conduciría sin pausas durante el resto de nuestras vidas. Me habló tan bien que entré en una ensoñación que aún hoy perdura y no vi para mi vida otro futuro que no fuera a su lado. Nos casamos obedeciendo las súplicas de mi madre que me impidieron usar un vestido de novia completamente transparente, nos fuimos de luna de miel a una pequeña isla del Caribe y al día siguiente comenzamos a transitar un camino que hasta el día de hoy, que han pasado muchos años, no hemos abandonado.
Quisiera aclarar en este punto que mi marido nunca me ha pedido que hiciera nada, no hubo necesidad, todo quedó librado a mis necesidades e imaginación, permitiéndome ser yo misma, sin prejuicios ni ataduras, abriendo el camino e induciéndome hacia un estado de libertad tan amplio como me había prometido. Por eso nunca me defraudó y por eso no considero que el nuestro sea un caso de infidelidad, a pesar de saber que su relato ahí figura, ya que para ser infiel se necesita engañar, ocultar y traicionar y yo jamás he tenido una relación oculta, sin que mi esposo lo supiera por mi propia boca, es más, nunca me he masturbado a escondidas, ni siquiera le he ocultado mis más perversas fantasías y lo que es más importante, jamás me enamoré de otro hombre.
Comencé las vacaciones recibiendo al camarero que traía el desayuno desnuda y coqueteándole con picardía, torturando al pobre chico que se puso muy colorado y temblaba como una hoja. Solicité los servicios de un masajista que también me encontró desnuda, haciéndome la pudorosa tapé un poco mis partes, me recosté sobre la cama, el hombre me cubrió con una toalla que duró lo que dura un suspiro y al fin me dejé masajear como yo quería por una hora mientras mi marido observaba inquieto. Estas pequeñas travesuras provocaron el resultado esperado y encendió la llama de la hoguera en la que nos meteríamos por voluntad propia los siguientes días.
Cuando por fin salimos para dirigirnos a pasar unas horas junto a la piscina yo ya tenía una calentura difícil de controlar. Me sentía inquieta, ansiosa y algo mojada. Me había vestido con un traje de baño negro con un sostén que me realzaba muy bien el busto y un tanga hilo dental que dejaba mi trasero completamente expuesto y por delante un minúsculo triangulo que cubría solamente mi ranura hasta la mitad del monte de Venus, lo demás eran unas cintas elásticas que se ajustaban muy bien a mi piel realzando el largo de mis piernas y la redondez de mi cola. Es increíble, pensé, como unas simples tiras pueden hacer creer que una anda vestida. Para no pasarme de atrevida ajusté un pareo a mi cintura para cubrirme el culo mientras deambulaba por el interior del hotel.
A pesar de haberme entregado sin reservas y confiar plenamente me sentía algo preocupada. Me preguntaba hasta dónde debía llegar. Hasta aquí él se había mostrado muy seguro pero temía alguna reacción en el momento de comenzar con mi exhibición, que una cosa es decir y otra muy diferente concretar. A esta altura de nuestras vidas todavía no lo conocía tan bien y ya lo amaba lo suficiente como para no lamentar perderlo. Pero al llegar a la zona de la alberca los ojos que se posaban en mi anatomía hicieron que olvidara los temores y dejé de pensar para comenzar a actuar.
Como si adivinara mis pensamientos mi esposo me preguntó si ya comenzaba a darme cuenta de las nuevas sensaciones que sentiría. Para evadir la pregunta le ofrecí algo de beber y mirándolo a los ojos, diría que desafiándolo, me despojé del sostén y del pareo, miré alrededor logrando que muchos cambiaran la dirección de sus miradas y me dirigí al bar en busca de unos refrescos. Mientras caminaba hasta el bar sentí todos los ojos sobre mi cuerpo casi desnudo y escuché exclamaciones tanto de hombres como de mujeres. Mi temperatura seguía aumentando y los nervios me hicieron temblar. Por primera vez en mi vida me sentía tan expuesta. Para mi suerte al llegar al mostrador un joven moreno pareció darse cuenta de mi estado y me atendió con tanta frescura que me hizo sentir vestida y que me conocía desde siempre. Me refugié en su experiencia y soltura y seguí sus temas de conversación más con el afán de no tener que regresar tan pronto exhibiéndome nuevamente que con alguna idea de seducción. Con la charla y sus bromas me serené, recobré mi compostura y asumiendo mi desnudez regresé junto a mi marido para comunicarle que me quedaría un rato conversando con el muchacho y sus amigos. Ya no me afectaban las miradas escandalizadas, a esta altura utilizaba mi desnudez para excitarme y la excitación para disfrutar. Aprendía velozmente y lo demás no me importaba.
Al regresar junto a ellos me arrojaron una pelota invitándome a jugar, la devolví y me la volvieron a arrojar, esta vez riéndose sonoramente. La lancé nuevamente hacia sus manos pero ahora comenzaron a pasarla astutamente entre ellos dejándome en el medio de los tres para que, mientras intentaba recuperarla, moviera mi cuerpo al ritmo que imponían. Y a mí me gustó el jueguito. Me gustó mucho porque me sabía desnuda, la única entre tantas personas, y sentía el movimiento de mis nalgas y de mis pechos y esa conciencia de desnudez provocadora me encendía hasta hacerme enloquecer. Mientras jugaba sentía una calentura difícil de soportar y ellos se daban cuenta. Cuanto más me exponía más disfrutaba de las excitantes sensaciones. Comencé a necesitar desesperadamente sentir el contacto de sus cuerpos sudorosos contra mi piel. De cualquiera de ellos, no me importaba cuál y éstas eran sensaciones nuevas para mí. En esa búsqueda me he acercado a ellos deliberadamente refregando mis desnudos pechos contra sus brazos, como cuando era estudiante, con la excusa de alcanzar la pelota. Los he abrazado para sentir sus pechos contra los míos al festejar pequeños logros, me he agachado incitándolos a que se apoyaran contra mi trasero y ellos lo han hecho, para mi delirio, advirtiendo mi creciente desesperación y cuando uno de ellos cayó al agua no lo dudé y me arrojé detrás de él abrazándolo bien fuerte. El agua nos unió aún más y nuestras pieles se deslizaron una contra otra de forma exquisita.
Tuve que dejar de jugar porque realmente no aguantaba más y porque ya todo era un escándalo. Me acosté entonces junto al borde de la pileta y el hermoso moreno, de qué otra forma lo podría ver, dispuesto a no darme tregua se ofreció para untarme con crema protectora. Sin dudarlo acepté dándome cuenta que cada paso que daba me conducía a encenderme más y así comencé a entender a mi marido ya que estaba disfrutando de una calentura que me hacía gozar mucho más que el mejor polvo de mi vida siendo que esto recién comenzaba y todavía no había follado. Miré a mi esposo en el momento que le entregaba la crema al moreno y pensé ¿qué sentirá? ¿Cómo se la estará pasando?
Si a mi me gustaba exhibirme, este muchacho no se quedaba atrás. Delante de todos me esparció la crema por todo el cuerpo con tal sabiduría que de tanta excitación que me produjo creí que me iba a desmayar sobre todo en los momentos en que llegó por la cara interna de mis muslos hasta mi empapada conchita y cuando sobó mis tetas hasta hacerme decir basta. En definitiva hizo lo que hubiera hecho cualquier hombre ante semejante oportunidad pero lo hizo tan bien que enloquecí de placer. He transpirado profusamente y mi coño se ha inundado de tal forma que mojé tanto el tanga que daba la sensación de que me hubiera orinado. Puedo jurar que en ese momento deseaba tener sexo con cada una de las más de cincuenta personas que se hallaban en el lugar porqué mi cuerpo parecía estallar. Pero me contuve. El moreno me pidió que lo acompañara y aunque era lo que más deseaba me negué alegando que en el futuro cercano no nos faltaría oportunidad.
Para quien no haya vivido semejante situación parecía todo claro, se trataba de un acuerdo de partes y no me debería preocupar pero yo me sentía confundida y temía arriesgar. En ese momento todavía no comprendía si mi marido quería que solo me exhibiera o que me entregara hasta el final. Decidí no apurarme, después de todo estaba aprendiendo a gozar y lo que debía llegar de todas formas llegaría.
Me entretuve algún tiempo devolviendo sonrisas a una mujer que pasaba la lengua por sus labios en clara invitación y regresé junto a mi marido. Volvimos a la habitación, nos acostamos y enseguida me abrazó y besó haciéndome comprender su contenida excitación. Suavemente besó mi cuello, mi nuca y mordió mi cuero cabelludo haciéndome estremecer. Luego sujetó mis brazos sobre mi cabeza, se concentró en ellos y yo no pude creer que con solo lamer mis axilas provocara semejantes sensaciones. Era un experto. Quise tomar entre mis manos su polla y meterla completa en mi boca, quise subirme sobre ella y meterla hasta el fondo de mi coño, le quise entregar mi hasta ese día virgen culo pero sin ofenderme y sin hacerme sentir despreciada me apaciguó, me acurrucó contra él y diciéndome: resérvate amor, almacena energías, evitó profundizar el contacto y me invitó a dormir hasta la hora de la cena. Lo alenté para que se apoyara contra mi cola, cerré los ojos y ya no dudé, ambos deseábamos lo mismo, que me entregara hasta el final.
La cena transcurrió tranquila, sin nada para destacar. Apenas si probé un poco de langosta porqué estaba algo enojada por su frialdad en la cama y tan excitada que no hubiera podido tragar. Me había vestido para el infarto y para no variar mi atuendo me hacía ver casi desnuda. Mi esposo estaba encantado y yo ya me comenzaba a acostumbrar. Del restaurante nos fuimos a bailar a una pequeña sala dentro del mismo hotel a la que entramos separados ya que sentí la necesidad de orinar.
Una vez en el baño me sentí tan libre y decidida que me desconocí, era otra persona, una leona dispuesta a matar. Ingresé a la disco, vi a mi esposo sentado en una mesa cercana a la pista pero lo ignoré. En cambio me fui a la barra en donde había algunos hombres que me atrajeron como un imán. Esa noche no me quedaría sin follar y si tuviese que pagar algún precio lo pagaría sin protestar. A pesar de mi ligero enojo le daba la razón a mi marido, mis instintos me estaban llevando al encuentro de un mundo de sensaciones hasta ese momento inimaginables. Ya había traspasado todas las barreras, el hombre que me tocara podría hacer conmigo lo que quisiera, no estaba en condiciones de oponer resistencia, en este punto todo me iba a parecer poco y tuve suerte, no me tocó un hombre, la diosa fortuna me premió con dos.
Apoyé mi cola contra un alto taburete obligando a mi falda a deslizarse hacia arriba graciosamente hasta liberar completamente a mis piernas. De no ser por la penumbra cualquiera me hubiera visto el coño, lo estaba ofreciendo desnudo a quien lo quisiera tomar. Estaba tensa, a punto de estallar. Tomé un cigarrillo para serenarme y dos de los hombres me ofrecieron fuego. Acepté cogiendo sus manos y les pedí que no compitieran por mí ya que ambos me agradaban. El rubio no esperó respuestas y agarrando mi mano me llevó a la pista a bailar. Me sujetó apoyando sus dedos mayores debajo de mis tetas y los otros de costado, conformando un perfecto sostén. Yo crucé mis brazos por sobre sus hombros y al acariciar su nuca sentí las manos del otro hombre separando con firmeza mis nalgas hasta que apoyó su abultado paquete contra mí culo al tiempo que me besaba la nuca. Instintivamente levante los brazos meciéndolos al compás de la música y volcando mi cabeza hacia atrás la apoyé sobre su hombro y dejé que ambos se refregaran contra mí tanto como quisieran. No tardaron mucho en ofrecerme ir a otro lugar. Les dije que sí, que era lo mejor pero que me aguardaran un momento. Me acerqué a mi marido y me paré frente a él con las piernas ligeramente abiertas. Le comuniqué mi decisión, me miró sonriente y mientras ellos miraban acercó su mano a mis piernas y la dirigió directamente a mi vagina mojando sus dedos a más no poder mientras decía, te esperaré.
¿Te ha molestado? Preguntó el rubio.
No cariño, es mi marido. Le he dicho que me demoraré un rato.
Avísale entonces que ese rato será bastante largo.
Nos abrazamos los tres y nos fuimos a una habitación. No sé ellos pero yo, no daba más.
En cuanto entramos por un instante parecí dudar pero el que se había ubicado atrás, que era bastante mayor, me agarró del pelo con firmeza y me besó en la boca metiendo su lengua tan adentro que llegó hasta mi garganta. Esto alentó al rubio que se arrodilló por detrás y levantando mi vestido hasta la cintura pegó su cara contra mi culo besando mis nalgas y mordiéndolas hasta hacerme gritar.
¿Te duele?
Sí, pero sigue, no pares
Al escuchar mi arenga el otro continuó levantando mi vestido hasta que me lo sacó y los dos se aferraron con sus bocas a mis pezones, cada uno en uno de ellos mientras sus manos exploraban entre mis piernas y sus dedos dentro de mi coño y de mi ano. Me agaché entre los dos, saqué sus vergas y comencé a lamer y chupar alternativamente a cada uno. Cuanto más los chupaba más los deseaba. Lamí sus testículos y me los metí en la boca varias veces, pasé mi lengua por sus vergas repetidamente hasta dejarlas empapadas en saliva y me metí cada una de ellas bien adentro en la garganta hasta sentir arcadas. Generaba saliva profusamente y la volvía a lamer y tragar. Estaba ardiendo, me chupaba y tragaba todo lo que hubiera, no sentía asco, por el contrario estaba engolosinada y cada minuto necesitaba más. Así se los hice saber y los dos hombres escupieron dentro de mi boca y lo acepté sin protestar porqué en ese momento todo me hacía calentar.
Me pareció que el rubio era quien se prestaría a más así que me ubiqué debajo de sus bolas y volví a lamer pero esta vez en dirección a su orificio anal y cuando le metí la lengua lo volví tan loco que me gritó que me detuviera, que no fuera tan hija de puta. Estaba definitivamente desencajada.
El mayor me volcó sobre la cama boca abajo y sin ninguna advertencia apoyó su verga contra mi ano empujando sin piedad.
De ahí soy virgen, le dije.
Mejor, así me sentirás más.
Sentir un dolor tan intenso cuando se está tan caliente es un bálsamo que sosiega la ansiedad.
¿Te gusta perra?
Golpéame las nalgas maricón.
Se sintió tocado y en respuesta me dio tantos palmazos contra las nalgas que me las dejó rojas y ardientes mientras bombeaba frenéticamente sin parar hasta que descargó su leche en mi interior. No esperé, lo saqué de mi culo y lo mamé, a pesar del fuerte olor y amargo sabor, hasta dejarlo limpio. Cuando el rubio me vio libre me hizo poner en cuatro patas. Creí que me seguiría dando por el culo pero eligió la otra vía y también se movió sin detenerse hasta acabar. También lo volví a chupar.
¿Esto es todo lo que me podéis dar?
Espera zorra, no hables tanto que te arrepentirás.
Ya más tranquilos, ellos habían acabado y yo iba por mi tercer orgasmo, me ubicaron entre ambos en el medio de la cama y comenzamos lo que sería una relación más serena. Llevaron mis manos a sus pollas, me besaron y los besé, me acariciaron cada centímetro y el rubio, que yacía boca arriba, me pidió que lo montara metiendo su instrumento hasta el fondo del coño. Este momento fue tan tranquilo que me permitió pensar en mi marido preguntándome si él estaría sintiendo tan intensamente como yo. Mientras el rubio se movía sin parar se agarró fuertemente de mis nalgas y separándolas llamó al mayor para que me la metiera por detrás. Como la tenía algo fláccida me la hizo chupar y en cuanto endureció la clavó en mi culo que ante la presión que ejercía la que tenía entera en la vagina estaba algo más estrecho pero igual llegó hasta el final. Los dos bombearon hasta acabar haciéndome sentir tan llena que les agradecí con sinceridad y en ese momento y no antes me di cuenta de que estaba ansiosa por volver al lado de mi marido.
Al llegar a su lado lo encontré tendido sobre la cama, desnudo y con su polla tan erecta que me pareció mucho más grande que lo habitual. No dormía pero estaba en un estado de trance del cual no lo quise sacar. Con la mayor suavidad posible me dirigí a su majestuosa verga y de un solo impulso la metí completa en mi boca, hasta la garganta, alcanzando esto solo para que comenzara a eyacular tan profusamente que parecía no terminar nunca. Me tragué todo, porqué estaba rica y porqué, vamos, no había cenado. Así terminamos nuestro primer día.
Los días siguientes me dediqué a contarle mis experiencias de aquella primera noche y con cada detalle nos encendíamos y nos trenzábamos en folladas de muy alta intensidad. Así hasta que llegó el final de nuestra inolvidable luna de miel.
Algo más. Uno de esos días le di su oportunidad al moreno del bar, se la debía y la deseaba tanto como él, y me parece que el muy desgraciado debe haber vendido mi culo porque en un momento determinado me inmovilizó y apretó con fuerza contra el suelo y llamó a un sujeto que sin dudar me la metió por el culo y bombeó hasta terminar. No me enojé, por el contrario me gustó mucho por mí misma y por que mi marido estaba observando. Además a este morenito le hubiera perdonado cualquier cosa, cogía maravillosamente...