Luna brilla más que las estrellas.
Una madre es capaz de hacer cualquier cosa por el futuro de su hija. Para alcanzar un sueño es necesario realizar ciertos sacrificios. Peajes que hay que pagar en el cruel mundo de la pasarela. Les presento a Luna, mi ninfa pelirroja. Gracias a todos por sus comentarios y mensajes de correo electrón
- No me malinterprete, señora – dijo el representante de la agencia de modelos moviendo la mano delicadamente – este es un sitio serio. Aquí el señor abogado está presente para que no haya malentendidos y le explique las cosas tal y como son. Es posible que yo no me exprese adecuadamente pero no dude que él lo hará…
Esther se retorcía los dedos, girando compulsivamente sus dos alianzas de matrimonio, señal clara de que lo que estaba escuchando le intranquilizaba bastante.
- Señora – intervino el hombre trajeado con tono vehemente – señora, usted sabe que esta agencia si por algo se distingue del resto de nuestra competencia es por nuestra profesionalidad. A diferencia de muchas de las otras aquí no se sugiere, se exige la presencia de al menos uno de los tutores legales para realizar cualquier tipo de intervención de las modelos no emancipadas.
- Sí… sí… - la mujer que sobrepasaba ligeramente la cuarentena, de bello rostro aunque algo envejecido por las circunstancias asentía como enajenada.
- Las fotos, las clases, los ensayos, las pruebas de luz, los desfiles… todo ha sido llevado a cabo bajo su supervisión y presencia. Pregunte libremente tanto a su hija como a cualquier otra chica de la agencia sobre eso. Jamás hemos tenido el más ligero escándalo. Todo en esta santa casa es estrictamente legal. Trabajamos con material muy sensible y somos conscientes de ello. Me entiende ¿No?
- Discúlpenme pero no comprendo a qué viene esto. ¿Es que no están conformes con Luna? ¿Ha hecho algo que les ha incomodado? Les aseguro que no hemos incumplido ninguna de las cláusulas del contrato. Todavía es muy joven y puede aprender… - la mujer temblaba al ver su sustento tambaleándose.
A Esther no le llegaba la camisa al cuerpo. Viuda desde hacía unos años su vida había sido un auténtico tormento y ahora que comenzaba a ver la luz, que las cosas se tornaban de negro a gris aquellos hombres iban a cortarle las alas de nuevo. A duras penas lograban llegar a fin de mes y los ingresos extras de su hija como modelo adolescente le habían caído como agua de mayo.
- ¡No, por Dios! ¡Discúlpeme si no me he expresado bien o le he asustado! Nada más lejos de mi intención que desprendernos de su hija. Luna es un cielo y una de las mejores chicas que tenemos o que hemos tenido – el hombres se apresuró a explicarse - Es muy guapa y aplicada. Sus medidas son perfectas, 92-58-88… bueno, ya sabe que quizás tiene un demasiado pecho…
Esther asintió. Era consciente de que el espectacular cuerpo de su hija se alejaba bastante de los estándares correspondientes a su edad. Habían tenido que desechar algunas campañas publicitarias de lo más jugosas porque las curvas sinuosas de aquella jovencita pelirroja que atendía por Luna desentonaban con el resto de las muchachas de la agencia. Parecía la hermana mayor de todas ellas, con aquellas piernas larguísimas que no tenían fin. Normalmente desfilaba con modelos que le llevaban más de diez años y no desmerecía lo más mínimo en cuanto a físico. Ya había debutado en algún desfile semi profesional y su rostro comenzaba a hacerse un huequecito en aquel mundo de fieras y tacones.
- … 1,77… - el hombre seguía leyendo la ficha de la muchacha como mera rutina, todos conocían el material humano del que estaban hablando - ¡Qué le voy a decir! Su hija lo tiene todo para triunfar en esto. Cuerpo bonito, cara risueña, pecosilla y alegre. Un ángel sin alas.
- ¿Y entonces? – Esther no entendía porqué le habían llamado aquella tarde de viernes y estaba allí sentada con aquellos hombres.
- ¡Uf! Me es muy difícil expresarlo con palabras… - el director técnico de la agencia no sabía cómo decir lo que tenía que decir sin que resultase violento – le voy a poner un ejemplo
El hombre sacó de su book dos fotografías y las puso al alcance de la mujer. En una aparecía su hija sonriente como siempre en ropa de calle, nada provocativo pero aun así sólo había un calificativo al verla. Impresionante. En la otra también reía una morenita bastante mona pero que no llegaba ni a la suela del zapato de Luna.
- Mire estas dos fotografías. El noventa y nueve por ciento de las personas que viesen ambas llegarían a la conclusión de que Luna es infinitamente más atractiva que… Micaela - el hombre tuvo que mirar el envés de la foto para saber el nombre de la morenita rumana.
- Indudablemente – dijo el abogado apresuradamente – si me permite mi opinión.
Esther cada vez entendía menos de aquella reunión.
- Bien… ahora mire estas otras dos.
La mujer observó atentamente las nuevas cuartillas que estaban delante de sus ojos. Su hija posaba con un conjunto de baño muy bonito y sugerente. Una fotografía nada sucia, muy profesional, sin ni siquiera las temidas transparencias o un escote demasiado excesivo. La pose era una de las típicas que Luna había practicado en la academia de la misma agencia una y mil veces. Esther no le encontró defecto alguno, como buena madre.
Pero de manera inconsciente la mirada se tornó hacia la otra foto. La pose era idéntica a la de su hija, con la misma ropa y complementos. Esther notó algo distinto en la morena. Parecía otra. El cambio era espectacular. Devoraba con la mirada al objetivo, coqueteando con él. Mezcla demoledora entre enigmática y sensual no dejaba indiferente a quién la mirase fuese hombre o mujer. Seducía a todo hijo de vecino y hubiese vendido una estufa en pleno desierto
Esther no daba crédito. No podía ser la misma muchacha. Era imposible.
- Por su expresión veo que entiende lo que le digo – dijo el hombre algo aliviado – si hiciésemos la misma pregunta que antes la cosa estaría muy pero que muy reñida, tendrá que reconocerlo.
- Cierto – el abogado estaba allí para reafirmar el mensaje.
Esther seguía sin comprender.
- Bueno. Luna es joven… aprenderá – el tono de Esther no era demasiado convincente.
- ¡Buff! ¡Me rindo! Dilo tú lo mejor que sepas.
- Bien, señora – el abogado miró a la mujer con esa odiosa mirada de superioridad que debe estudiarse en el primer curso de la carrera - ¿Sabe la diferencia que hay entre estas dos chicas? Lo que las diferencia realmente…
- Bueno…
- No se esfuerce, yo se lo diré – el hombre tragó saliva – la diferencia entre estas chicas es que… una es virgen… y la otra no.
El silencio incómodo que sucede a una afirmación como aquella se hizo presente. A Esther comenzó a hervirle la sangre, poco a poco el genio de la familia empezaba a manifestarse. El abogado intervino en tono de lo más profesional para intentar apagar el incendio provocado.
- No llegue a una conclusión demasiado precipitada antes de tiempo, señora.
- No le estamos proponiendo nada sucio. No se me asuste – la sonrisa postiza del otro no resultaba demasiado tranquilizadora – Nosotros no queremos saber nada de esto…
- ¡Pues será mejor que se expliquen porque me están entrando ganas de llamar a la policía…! – Esther estuvo a punto de largarse con viento fresco.
- ¡Tranquilícese, señora! No hay que sacar las cosas de quicio. La agencia no quiere saber nada de esto… - repitió el colegiado.
- Mire Esther, hablemos claro que aquí todos somos mayorcitos. Si quiere que Luna llegue a algo en este mundillo ella tendrá que saber hacer tanto de ángel – dijo el otro señalando a la foto de su hija – como de demonio.
El dedo del hombre descansó por un instante en la instantánea de la morena.
- Y hay demonios que pueden parecer ángeles pero le juro por lo más sagrado que no hay ángeles que puedan hacerse pasar por demonios – sentenció.
A Esther comenzó a bajarle la sangre del cerebro, lo que le permitió pensar con algo de lucidez. Por mucho que le doliese, por mucho que le disgustase, la verdad es tozuda como ella sola. Su hija era preciosa, pero le faltaba algo. Le faltaba alma en su posado. Alma que da el paso del tiempo y el vivir la vida. Los éxitos, las decepciones, las conquistas, los malos momentos van forjando el carácter de cada uno y todo eso se refleja en la mirada. Luna era pura e inocente, transparente. Nada que ver con lo necesario para triunfar en la dura profesión que había elegido. Además Esther era consciente que en este mundo en el que se vive deprisa el tren del éxito sólo pasa una vez en la vida con mucha suerte. No tenía tiempo de que Luna aprendiese las cosas de forma natural. Habría que forzar las cosas, muy a su pesar.
Derrotada, la madre de la modelo pronunció unas palabras que ni en sueños pensó que saldrían jamás de su boca:
- Y entonces… entonces ¿Qué hago?
- Eso es cosa suya, pero yo le sugeriría…
- ¡Cuidado con lo que vas a decir!
- Tranquilo, hombre. Sólo le digo que… sería mejor que buscase ayuda profesional. Nada más.
- ¿Profesional?
- Sí. No deje que resulte traumático. A veces se busca a alguien cercano, una persona con lazos afectivos… pero no se lo recomiendo. Suele dar mal resultado. Puede parecer más fácil al principio pero a la larga da muchos quebraderos de cabeza. Remordimientos… malos rollos… ¿Comprende?
- Entiendo
Y quién mejor que ella para entenderlo. Ella, que había sufrido abusos por parte de un tío durante sus años adolescentes sabía mejor que nadie el trauma que supone que alguien al que admiras te arrebate el virgo y la poca autoestima que una joven llena de complejos posee. Su inicio en el sexo había sido tan traumático que le costó un mundo superarlo, si es que alguna vez lo había conseguido.
- ¡Busque un buen puto! ¡Un profesional que se lo haga de lujo pero con cuidado, que goce…! – el director técnico era la prueba viviente de que hasta un marica redomado puede resultar la persona más grosera del mundo si está bajo tensión – Un mulato que la ponga a mil por hora. Un experto que le haga hervir la sangre y le saque de una vez por todas a la hembra ardiente que Luna lleva en su cuerpo.
- ¡Fabrizzio! ¡Parece mentira! ¡Señora, la agencia no comparte la opinión de…!
- No se preocupe. Comprendo lo que me están diciendo. Entiendo su preocupación y que sólo velan por la carrera de Luna… - dijo Esther con cierta ironía.
- No se engañe. También nosotros nos jugamos mucho. Hemos invertido mucho tiempo y recursos en su hija…
- Señora. Luna es buena. Muy buena. A lo mejor me arrepiento de decirlo sobre todo cuando negociemos el siguiente contrato pero es, con mucho, la chica con mayor potencial que ha pasado por aquí…
- ¡Fabrizzio!
- ¡A la mierda con la política de empresa! Me molestaría mucho que por… por seguir siendo… pura… su carrera se viese truncada. Lo he visto miles de veces. Prejuicios, remilgos, religión… ¡Bobadas!
- Bien, señora. Creo que ya ha quedado claro cuáles son nuestras pretensiones.
- Y… cuánto tiempo...
- No se preocupe por eso. No hay que forzar demasiado las cosas…
- Un mes – el jodido abogado puso los puntos sobre las íes – si en un mes no… no cambia de actitud no podremos inscribirla en la próxima pasarela Cibeles.
- ¡Pasarela Cibeles!
- Madrid fashion week…
- Como se diga. Yo soy abogado, no estilista.
La semana de la moda de Madrid era un sueño al alcance de muy pocas. Esther no dejó de darle vueltas. Ni en el taxi, ni al llegar a casa ni durante todo el sábado. Incluso la jovial Luna se percató del detalle. Durante el desayuno dominical se desataron los acontecimientos.
- ¿Qué pasa, mami? ¿La reunión fue mal?
- No, cielo no. Todo va bien.
- Mientes fatal, Esther. – la hija usaba el nombre de pila de su madre cuando hablaba seriamente con ella.
- Lo sé, hija mía, lo sé.
- Dispara.
La madre acarició el cabello de su pequeña. Desde hacía tiempo convivían solas y habían aprendido a afrontar los problemas en consenso. Aunque Esther tenía la última palabra siempre escuchaba las opiniones de su hija y no pocas veces había cambiado de parecer al oír las reflexiones de la pelirroja. Tenía la cabeza muy bien amueblada. Para ser tan sólo una adolescente era mucho más madura que muchos adultos. Con bastante más tacto y menos circunloquios que durante la reunión del viernes tarde explicó a la muchacha la situación.
- ¿Y quién les ha dicho que soy virgen? – dijo Luna un poquito mosqueada.
- ¡No juegues conmigo Luna! ¿Lo eres?
- ¡Sí, sí! Era broma – a la muchacha se le encendieron las mejillas - ¿Tanto se me nota?
- Esto es una cosa seria…
- Pues tampoco hay que darle demasiadas vueltas. Se hace y punto.
Esther se sorprendió ante tal grado de seguridad en sí misma de la modelo en ciernes.
- No hija, no. Esto es más importante de lo que parece.
- ¿Por qué? ¿Por echar un polvo? No seas antigua ¡Pues sí que tiene importancia la cosa! Tampoco es para tanto…
- ¡Luna!
- Joder, mamá. Yo no lo he hecho… porque no se ha dado la situación, no por esas charlas morales con las que me machacas de vez en cuando.
- ¡Luna!
- El chico que me gusta esta… ocupado. – se encogió de hombros al recordar que era el novio de su mejor amiga el joven por el que bebía los vientos en silencio.
- ¡Luna!
- Casi todas las chicas de mi clase lo hacen… muy a menudo. Ana y Abel están todo el día… enganchados, ya me entiendes.
- ¡Lunaaaaaaa!
- ¡Ya no soy una niña, madre!
- Lo sé hija, pero…
- No hay que darle más vueltas. Lo haré y no se hable más.
Decir que Esther estaba indecisa era quedarse muy corto. Miró fijamente a su pequeña.
- ¿Seguro? Siempre te he dicho que…
- Pero esto es diferente. Siempre me dices que tenga cuidado. Que hay gente peligrosa por el mundo y todo eso. Esto no es lo mismo. Lo haré libremente y con tu consentimiento.
- Si. – dijo la madre en tono apesadumbrado.
Eso era precisamente lo que más le dolía. Ojos que no ven, corazón que no siente. Una frase hecha que se ajustaba como anillo al dedo a sus sentimientos en aquel instante.
- Además, no estaré sola.
- No… no te entiendo.
Esther miraba a su pequeña como si fuese una marciana. Luna respiró fuerte.
- Estaré contigo. Haré lo que me pides con esa condición – dijo la hija de forma resuelta.
- Cariño, estás loca. ¿Quieres que tu madre esté delante cuando…? Bueno… ya sabes.
- Si… y no.
- ¡Hija, yo no entiendo nada! ¡Aclárate!
- No sólo deseo que estés delante. Quiero que… que tú también participes.
- ¡Ni hablar!
Luna tuvo que retener a su madre cogiéndola de la mano.
- Hablemos como amigas. Olvídate de que soy tu hija. ¿Cuándo fue la última vez que… que echaste un polvo?
- ¡No sigas por ahí!
- ¡Venga, Esther, no seas cría!
La madre no pudo evitar una media sonrisa al escuchar aquella expresión en boca de su hija. Era lo que ella misma solía repetirle dos o tres veces cada día.
- ¿Cuándo? ¡Dime, mami!
- No puedo creer que esté hablando de esto contigo…
- Bla… bla… bla… Di …
- Bueno…
- Desde que papá murió ¿No?
Luna no le recordaba a su madre ningún novio tras quedarse viuda. Ni tan siquiera un amigo o conocido con el que hubiese salido jamás. Y no le faltaban cualidades, era una mujer atractiva, un poquito entrada en carnes pero todavía su cuerpo guardaba bastante de su glorioso pasado. Más baja que la hija, su larga melena negra y lisa hacía destacar aquellos ojos verdes aceituna y facciones delicadas. A pesar de no cuidarse demasiado, se conservaba estupendamente. Incluso alguno de los amigos del instituto de Luna se lo habían comentado a la chavala medio en broma, medio en serio.
- No ha habido ningún otro hombre en toda mi vida – mintió la madre como queriendo olvidar al desgraciado de su tío – ni antes ni después.
- Pues ya creo que va siendo hora…
- No… no me apetece. De verdad.
- Ni a mí tampoco. Pero habrá que sacrificarse, ¿No?
- Esto es increíble…
- ¡Siiiiiii! – Luna no cabía dentro de sí.
- Jovencita, no creas que a partir de ahora la vida en esta casa va a ser una orgía continua.
- No seas aguafiestas.
- A ver si le vas a coger gusto…
Y entre risas e indirectas continuaron el desayuno. Ya estaban recogiéndolo todo cuando Luna hizo quizás la única pregunta que se le había quedado en el tintero.
- ¿Y cuándo nos vamos… de putos? Ji, ji ji,…
- Pues… no …
- ¿Por qué no hoy mismo?
- ¿Hoy? – Esther negaba con la cabeza – No…
- ¿Por qué no? – insistía la hija - Es un día tan bueno como cualquier otro. Es domingo y esta tarde no creo que tuvieses que hacer nada mejor.
- No sé…
- Estas cosas es mejor no pensarlas demasiado. Se hacen y punto.
- Si, en eso tienes razón.
- Pues vamos allá… ¿Cómo nos lo montamos? – la joven se llevó la mano a la boca - Nunca mejor dicho, ji, ji, ji…
Esther todavía no reaccionaba.
- ¿Los traeremos aquí…?
- No, no. Ni hablar de eso… - Esther no podía dejar de pensar en lo estrechas que eran las paredes de su apartamento. Oía cada gemido de la vecina todos los sábados por la noche.
- Un hotel.
- Si, mejor.
- ¿Y cómo se contratan?
- ¿Los hoteles?
- No seas boba. Los chicos…
- Pues… ahora recuerdo algo.
- ¿Qué?
- A tu amiga Ana la casta le viene del galgo. Su madre me pasó varias direcciones de páginas web con chicos de compañía de aquí…
- ¿La mamá de Ana? Si parece una mosquita muerta…
- Pues me parece que ya ha repasado la lista varias veces.
- ¡Joder!
- Luna, esa boca.
- ¿Pero no está casada?
- Sí, hija, sí – Esther no pudo evitar un cierto retintín en su respuesta.
Se guardó para sí misma los gustos sexuales de los papás de la mejor amiga de su pequeña. A la mamá de Ana le excitaba ver como aquellos sementales se pasaban por la piedra… a su marido. Y él… él se abría de patas con muchísimo gusto.
Un instante después ambas navegaban por la red en busca de los que serían sus próximos amantes.
- Cómo te apetecen, mamá.
- Pri… primero el tuyo.
- Para ti uno como… como éste. – dijo Luna al tiempo que pinchaba el icono de un mocetón rubio de pelo corto y torso musculoso.
- ¡Pero si podría ser su madre!
- ¿Y qué? ¡Un día es un día!
- No… mejor otro.
- ¿Pero qué tiene de malo?
- Pues… - Esther estaba roja de vergüenza – es que la tiene… pequeña
- ¿Pequeña? – Luna comenzó a partirse de risa.
- Tu padre… como decirlo… no estaba muy bien dotado y ya que estamos...
- ¡Joder, Esther! - la hija pellizcó a su madre - ¡Tú quieres un pollón!
- ¡Lunaaaaa!
- ¡Elegiremos el que la tenga más grande para ti! ¿Te parece?
- Haz lo que quieras… - la madre se moría de vergüenza.
Instantes después ambas miraban la pantalla torciendo la cabeza para el mismo lado.
- Eso es photoshop
- Que no, mamá.
- Es imposible tener algo así entre las piernas.
- Pues aquí dice que sí.
- Habrá que comprobarlo…
- Cristo. Mulato superdotado…
- Ni que lo jure…
- Te…¡Te hará gozar como una perraaaa!
- ¿Qué dices?
- ¡Es lo que aquí pone! ¡Novecientos euros!
- No te preocupes por eso. Me parecen pocos con semejante… potencial. Treinta y tres centímetros… ahora entiendo lo de su nombre.
- ¡Ahora, el mío!
- No te precipites. Míralos todos y piénsatelo bien. La primera vez nunca se olvida…
- ¿Como cuando papá y tú lo hicisteis la primera vez?
- Igual.
Esther ocultó de nuevo la verdad a su hija. Su primera vez había sido de lo más desagradable. Jamás olvidaría como su tío le obligó a bajarle aquel calzoncillo amarillento con los dientes, el sabor a orina de su pene, el olor a semen reseco, los comentarios soeces, los más de cien kilos de humanidad aprisionándola contra el colchón y la lengua de aquel asqueroso recorriendo toda su piel. Permanecería indeleble en su recuerdo aquella tarde de otoño en la que su tío, harto de vino, le arrancó el uniforme y la honra de manera tan salvaje. Se resistió lo que pudo. Usó sus puños y piernas para defenderse pero lo único que consiguió fue encender más aun si cabe la libido enfermiza de su pariente. Fue violada sin contemplaciones ni consuelo. La escena se repitió más de cien veces durante el año y pico en el que ella y su familia tuvieron que vivir en casa de aquel indeseable
Luna no dejaba de parlotear pero Esther estaba sumida en sus recuerdos.
- ¡Mama! ¿Me escuchas? Luna llamando a tierra… - aquella broma se repetía una y mil veces.
- ¿Qué?
- ¡Deja de pensar en los treinta y tres centímetros y échame una mano!
- ¡Cochina! – rió la madre – Debes elegir tú, mi vida. Busca algo especial, algo que te guste en uno más que en los otros. Todos son muy guapos. Seguro que encuentras el adecuado.
La hija pasaba páginas una tras otra haciendo comentarios acerca de las características físicas de los modelos. De repente se calló, con la mirada fija en la pantalla. Esther pudo atisbar en los ojos azules de su pequeña un brillo extraño. Un fulgor diferente, mezcla de nerviosismo y excitación. Aquel brillo que buscaba su mánager en ella. Había encontrado a su primer amante
La madre no pudo estar más de acuerdo con la elección. A diferencia del resto, aquel era un hombre de verdad. Un macho maduro, con marcadas facciones, mirada penetrante, barba de tres días y cabeza rapada. Nada de musculitos de gimnasio, hormonados como pollos de granja. Su cuerpo era imponente, aquel torso bien marcado, con abundante vello y piel bronceada. Manos grandes, hombros anchos y brazos fuertes. Realmente era mayor que los otros pero se conservaba estupendamente. Un hombre de los de verdad, con sobrada experiencia. Luna iba a pasar un rato estupendo con él.
- ¡Este! ¡Este para mí! – aplaudió la ninfa.
- ¿Seguro?
- ¿Qué pasa? Veo que te gusta… ¿Quieres que te lo cambie? No es como el tuyo pero… pero también está muy pero que muy bien dotado
- ¡Tú qué sabrás!
Pero al abrir la foto del hombre completamente empalmado tuvo una vez más que rendirse a la evidencia. Su hija le había ganado por la mano. Se había precipitado con el mulato. El acompañante de su hija le daba mil vueltas.
- ¡Llama mami, llama! Aquí dice que los dos están libres para hoy… ¡Y mira, también dicen que disponen de apartamentos propios! ¡¡Con jacuzziiiii! ¡Y con una habitación para después!
- Está bien… tú ganas. Contrólate un poco, hija. – meneaba la cabeza pero comprendía perfectamente el estado febril de Luna.
- ¡Bieeeennnnn!
Esther meneaba la cabeza mientras marcaba el número. Se equivocó varias veces de tan nerviosa que se encontraba.
- ¿Sí? Hola, buenos días.
- Estoy… estamos interesadas en contratar los servicios de Cristo y…
- Néstor – Luna siempre estaba al quite.
- Cristo y Néstor. Los dos, para esta tarde.
- Nosotras seremos dos.
- Habíamos pensado ir allí. ¿Algún problema?
Mientras hablaba, Esther miraba a su hija haciéndole el gesto de aprobación con el pulgar hacia arriba. Luna apretó los puños dando saltitos de júbilo.
- A las cuatro. Dígame la dirección.
- Señora López…
- ¿Qué ya tienen otra señora López? – Esther se encogió de hombros. No tenía ella la culpa de que su apellido fuese uno de los más habituales. – Pues Esther… Esther y Luna.
Madre e hija invirtieron el resto de la mañana preparándose para la cita. Se probaron miles de vestidos. Luna tenía un fondo de armario increíble. Muchas veces en la agencia le regalaban las prendas con las que posaba así que la lista de opciones era casi interminable. Esther no disponía de tanta variedad, además últimamente había engordado un poquito.
- Es una pena que sea domingo. No podemos ir de compras…
- ¿Por qué no te pones ese negro?
- ¿A las tres de la tarde?
- Pues entonces, el blanco.
- Sí ¡Qué remedio! – sabía que sus tetas estarían a punto de estallar con él
- ¡Qué nervios!
- Vamos a comer.
- No… no tengo hambre.
- Tienes que reponer energías… - le contestó la madre besándola en la cabeza – te aseguro… te aseguro que las vas a necesitar.
Durante el almuerzo Luna no dejó de bombardear a su madre con mil y una preguntas. Afortunadamente para ellas el local se encontraba semivacío. De lo contrario habrían escandalizado a más de uno con aquella conversación tan salida de tono.
- Luna, no le des más vueltas. Deja que tu cuerpo hable por ti. Haz lo que te apetezca. Disfruta… al fin y al cabo… tú pagas.
- Entiendo
- Toca, besa, chupa según tus instintos. La cama no entiende de normas.
- Ya entiendo. Estoy muy nerviosa.
- Te comprendo, pequeña. Yo también.
La hija expresaba su excitación hablando por los codos. Le contó a su madre detalles de la vida sexual de todas sus amigas. Excluía los nombres pero no había que ser demasiado perspicaz para ponerle ojos y cara a cada una de aquellas historias. Algunas eran auténticas ninfómanas. Se revolcaban con quien se cruzase en su camino.
En otras circunstancias Esther se habría escandalizado pero en aquel momento se encontraba de lo más a gusto con aquel grado de complicidad alcanzado entre su princesa y ella. Tenía un amargo recuerdo de su primera conversación de aquel tipo con su madre. Fue a confesarle entre lágrimas lo que su tío le hacía al llegar del instituto. En lugar de consolarla y atenderla se enfadó muchísimo. La tildó de mentirosa y desagradecida. Según ella su hermano favorito era incapaz de hacer aquellas cosas. Esther insistió tanto que al final su madre le espetó malhumorada que si realmente había sucedido todo aquello habría sido por culpa suya. Que era una puta calientapollas que seguramente no habría parado de insinuarse hasta hacer caer en la tentación al santo de su hermano.
Fue muy duro para una hija escuchar aquellas palabras en boca de su madre. En realidad Esther no había intentado otra cosa que mostrarse amable con el hombre que les había acogido tras el desahucio. Jamás olvidaría las últimas palabras de aquella conversación.
- Debes atender a tu tío. – le dijo secamente su propia madre – Compórtate como una chica buena y no hablemos más de este asunto.
Y así lo hizo. Día tras día. Noche tras noche. Ya no volvió a quejarse más.
- ¿Desean algo más las señoras?
- No gracias, es muy amable. Tráiganos la cuenta
- Tenemos prisa… ji, ji, ji.
Era la cuarta o quinta vez que el camarero se acercaba con alguna excusa tonta. Seguramente el minivestido de Luna, con sus senos navegando libremente bajo él tenía mucho de culpa. Reflejaba la luz haciendo gala de su nombre. La tela estampada de tonos champán y ceñida realzaba su figura estilizada. El tacón de sus sandalias eran imposibles de llevar a criterio de Esther pero su hija evolucionaba con ellos sin problemas. Ser modelo tenía sus ventajas. Quizás se había excedido algo en su maquillaje pero quería parecer mayor y no generar reticencias en su ligue de pago. La morena en cambio parecía más joven. Sin tanta espectacularidad pero de lo más interesante.
- ¡Qué pasen una buena tarde! – les dijo con cierta sorna el taxista.
No era la primera vez que dejaba a señoras elegantes frente aquel portal del barrio más lujoso de la ciudad.
- Igualmente – respondió Esther un poco enfadada por la indirecta – Quédese con el cambio.
- ¡Espera! No te olvides de la bolsa.
- Claro.
Y cogiendo el minúsculo equipaje salieron ambas del vehículo.
- ¿Qué bikini elegiste?
- El amarillo.
- ¿El del año pasado? No te quedará un poquito… pequeño. – recordaba Esther los tres triangulitos diminutos que causaron furor más de un año antes en la playa de Benidorm.
- Un poco pero… - dijo Luna bajando el volumen – pero para lo que me va a durar puesto.
- ¡Eres una picarona!
- ¡Vamos!
- ¿Cogiste los preservativos?
- ¡Sí!
- ¿De dónde los sacaste?
- De la clase de educación sexual, te lo he dicho miles de veces…
- ¡Ya!
- ¡Tonta!
Sonrieron ambas al elegante portero de la finca que les abrió la puerta del portal amablemente. Esperando al ascensor, Luna apretaba la mano a su madre. Los nervios la devoraban. Del elevador salió una mujer mayor, gorda y desaliñada, vestida de negro y con un carrito de la compra. Parecía casi una indigente, le hacía falta un paso por la peluquería como poco.
- ¡Fabio! – les susurró a ambas al cruzarse - ¡Un portento!
Y tras cerrar los ojos les indicó con las manos el tamaño de los atributos del puto en cuestión. Mordiéndose el labio, fingió un orgasmo que hizo brotar la risa de la madre y la hija.
Delante de la puerta del infierno a Esther le entró pánico. Fue Luna la que, tras arreglarse un poco el vestido apretó el timbre del burdel. Ya no había vuelta atrás.
Les abrió la puerta una elegante señora, de unos cincuenta años muy bien llevados. Flaca y enjuta, con un aire a meitre de restaurante de lujo. Sonriendo les hizo entrar a una salita decorada con gusto y austeridad, sin estridencias.
- Esther y Luna, supongo
- S… si – Esther quería salir corriendo de allí, habría sido lo más sensato.
- Bien. Como creo que es su primera visita les explicaré brevemente las normas. Las citas son de unas tres horas aproximadamente, no somos demasiado estrictos con eso. Deseamos que disfruten plenamente de su estancia. Los honorarios ya los conocen. Ahora entraremos un momento a presentarles a los chicos y si están conformes con ellos saldremos aquí de nuevo para efectuar el pago. Después entrarán en la sala y comenzará a contar el tiempo. Se exige el uso del preservativo y las bebidas corren por cuenta de la casa. Nuestros muchachos atienden cualquier tipo de servicio incluidos masajes de lo más placenteros. Disfruten de su estancia y dejen sus problemas ahí afuera. ¿Alguna duda?
- N… no – contestaron las clientas al alimón.
- Ahí tienen su otra habitación. Como seguro que sabrán pueden disponer de ella hasta mañana por la mañana si lo desean o pueden marcharse cuando gusten.
- Bien. Nos quedaremos.
- Perfecto.
Un rato después Esther ofrecía su tarjeta de crédito a tan atenta madame. Había tenido que sacar poco menos que a rastras a su hija que miraba embobaba a su primer hombre. Imponían su metro noventa y la seguridad en sí mismo que irradiaba. El mulato había resultado ser un poco bajito pero eso a Esther le tenía sin cuidado. La magia del moreno se escondía debajo de su slip.
Al entrar de nuevo a la sala los prostitutos las recibieron con la mayor de sus sonrisas. Habían tenido mucha suerte. Acostumbrados a follar con viejas casi seniles aquel par de bombones les hacían la boca agua. Sobre todo la pelirroja que estaba para morirse. Se la habrían cepillado gratis. Es más, incluso hubiesen puesto dinero para poder revolcarse con ella, pero si encima se ganaban un buen pellizco, miel sobre hojuelas.
- ¿Champagne?
- ¡Por favor! – casi suplicó Esther.
- ¡Yo también quiero! – Luna buscó el gesto de aprobación de su madre.
Sólo había probado un poquito de aquel vino espumoso en contadas ocasiones. Esther necesitaba un pelotazo. Tenía un calor interno que no dejaba de subir y subir. Cada chica eligió la copa del hombre escogido, de esta manera las cosas quedaron claras al menos de principio.
- Por favor se lo ruego – dijo Esther una vez aclarada la garganta – Tenga cuidado con Luna. Es… es su primera vez.
- Entiendo – dijo el tal Néstor con acento argentino y voz profunda – No se preocupe señora, sé lo que me hago. La señorita está en buenas manos. Será un día que no olvidará… ni yo tampoco, se lo juro.
Se sintió el hombre más afortunado del planeta. Desvirgar aquel pedazo de cuerpo con cara inocente. Sentir cómo se abría lentamente, experimentando nuevas sensaciones, saciando su sed de lujuria de manera pausada y dichosa. Personalmente él tenía otras inquietudes, bien a gusto la hubiese enculado salvajemente y meado directamente en su garganta en aquel mismo instante pero profesional como era se dispuso a atender las demandas de su joven clienta.
- ¿Vamos al jacuzzi? – Intervino Luna ansiosa.
- Lo que usted quiera, señorita.
- Luna.
- Señorita. Es la costumbre.
- Como quieras….
- Entren ustedes primero. Cuando estén listas, nos llaman.
A velocidad del rayo volaron los vestidos en cuanto estuvieron solas. Si rápida fue la hija la madre no le anduvo a la zaga. Luna quería meterse en el agua completamente desnuda desde un principio pero su madre la persuadió para que se colocase el biquini.
- ¡Es guapísimo!
- Si, es cierto.
- ¿Le gustaré?
- Te aseguro que le podrás como una moto y más con ese modelito tan sugerente.
- Si tú lo dices.
Esther enseguida comprobó que estaba en lo cierto. Las telitas gualdas ni en sueños lograban ocultar los encantos de su niña. El hilo trasero del tanga se perdía entre los cachetes redonditos y la delantera dejaba incluso ver parte de los labios vaginales de la lolita. La parte superior del conjunto de baño no tuvo más éxito por esconder sus vergüenzas. Los pezones, erectos como pitones y poco más era lo que quedaba oculto a la vista de la madre. Ella utilizó un dos piezas rojo, anudado al cuello, no tan atrevido pero sí la mar de coqueto.
- Toma. Ponte esto.
- ¡Tu perfume francés! ¡El del día de tu boda!
- Sí, me lo regaló tu padre…
- Guárdalo, te queda tan poquito…
- No te preocupes Luna. Hoy es un día muy especial.
- Gracias, mamá
Se fundieron ambas en un abrazo cálido y tierno. A Esther comenzaron a saltársele las lágrimas así que en un arrebato le dio un cachete a su hija diciéndole:
- ¡Venga! Al agua. Que comience el espectáculo… ¡Podéis pasar, chicos! – gritó.
Luna demostró su inexperiencia con los hombres. Abría la boca embobada. Los chicos del instituto nada tenían que ver con aquello. El mulato de su madre estaba bien, no sabía que el cuerpo humano tuviese tantos músculos pero pronto sólo tuvo ojos para su primer macho. El hombretón la intimidaba un poco, más bien bastante. La fotografía de la web no le hacía justicia, todavía impresionaba más en persona. Le tenía un poco de miedo. Miedo y deseo a la vez, una mezcla explosiva. La chica era un cóctel de sensaciones a punto de ebullición.
Esther por su parte se volvía a estrujar las manos. Lo hacía siempre que se encontraba nerviosa. Había intentado mirar a Cristo a la cara pero no podía evitar que sus ojos se clavasen en el bañador oscuro y ceñido del muchacho. Tragó saliva al percibir claramente como la serpiente de un solo ojo dormía semialetargada alrededor de buena parte de la cadera de su dueño. Si así parecía enorme, hasta dónde llegaría cuando despertara de su sueño.
Néstor se metió en el agua despacio. Tuvo la precaución de no acercarse demasiado a una Luna un tanto cohibida. Con la excusa de llenarle de nuevo la copa sus cuerpos poco apoco comenzaron a acercarse. Esther los miraba de reojo, un mar de sentimientos encontrados rugía en su fuero interno. Al fin y al cabo ella era su única hija y estaba ahí retozando con un hombre que casi podría ser su padre.
Cristo no fue tan delicado. Conocía su potencial y sabía usarlo. Paseó su culito pétreo a escasos centímetros de la cara de su clienta. Ella se olvidó de su hija, de sus preocupaciones, de su desgraciada vida, centrándose en lo suyo.
- Madre mía. – se le escapó de los labios al deleitarse con aquella sublime visión.
Poco a poco las burbujas comenzaron a hacer efecto. Tanto las que rugían en el agua como las que eran ingeridas sin descanso por las dos parejas. Néstor cuchicheaba cosas al oído de una Luna que no dejaba de sonreír y sentirse cada vez más encendida.
En cambio a Esther le costaba meterse en faena. No se le veía cómoda. Cristo era un puto genio en aquellas ocasiones. Un tahúr que jugaba con cartas marcadas. Disimuladamente llevó la mano de la mujer hasta su cipote y a partir de aquel momento… a partir de aquel momento todo fue mucho más fácil.
Esther frotaba y apretaba el miembro viril que poco a poco comenzaba a tener vida propia. Al principio por encima de la tela de la prenda de baño, pero pronto el mulato corrigió aquel pequeño error bajándose el bañador, liberando a su bestia para mayor gloria de la morena.
- ¡Un pollón! – recordó la expresión de su hija.
La pequeña Luna por su parte no había perdido el tiempo. Sentada sobre las piernas de Néstor y abrazándolo por detrás de la nuca había comenzado a besarle despacito en los labios. Con los ojos cerrados, disfrutaba del embrujo de aquella lengua que poco a poco comenzaba a abrirse paso en su boca. Las manos del hombre sobándole delicadamente el trasero, aquellos ligeros apretones en las nalgas y, porque no decirlo, el roce del tremendo paquete en su propia vulva hubiesen hecho perder el sentido a la hembra más experta. Ni que decir tiene que todas aquellas atenciones en el cuerpo de una adolescente primeriza todavía tenían un efecto más devastador. Dejó de besar por un instante frotándose compulsivamente con la entrepierna del argentino.
Luna llegó al orgasmo tan sólo con ese primer contacto. Una paja contra una verga de acero. El hombre la miraba con cariño, dejándose hacer. La tarde comenzaba de forma inmejorable. Ella expresó su entusiasmo con un gritito, que la avergonzó en cuanto brotó de su boca.
- Pe… perdón… yo.
Para su fortuna, su turbación fue recibida por Néstor con una cálida sonrisa y un nuevo beso tórrido y profundo.
- ¡Tranquila, princesa! – le susurró con su acento porteño.
La chica se aplicó de nuevo a la tarea. Besar era lo único que sabía en cuestión de sexo. Su amiga Ana y ella habían experimentado juntas la guerra de lenguas. Todo comenzó como un juego pero aquella oculta rutina de comerse la boca se había tornado casi en una costumbre.
En aquel instante en lo último que pensaba era en su amiga. El nudo de su bikini era historia, las manos de Nestor ya le amasaban los senos de forma rotunda. Notó que su vulva supuraba de nuevo, si es que en algún momento había dejado de hacerlo. Estaba lista para su estreno.
Esther no se cansaba de mirarla. La verga de Cristo, enhiesta y sublime la retaba desafiante. El mulato, sentado junto al jacuzzi mostraba a la clienta su tremenda tarjeta de visita. Esther desde el agua se moría por tocarla, por besarla, por lamerla, babearla si fuese preciso para mantenerla en apogeo pero la presencia de Luna la cohibía. Sentía que debía guardar las formas todo lo posible y no comportarse como una perra en celo. Pero cuando a su lado cayó la parte superior del bikini de su niña y comprobó cómo ésta se enroscaba a Néstor igual que una anaconda comprendió la necedad de su actitud. A Luna le importaba un pimiento lo que hiciese su madre. Tan sólo deseaba que aquellas enormes manos estrujasen sus tetas con mayor fuerza y que una verga la atravesase cuanto antes.
Esther tragó saliva antes de comenzar y se lo tomó con calma. Hacía tanto tiempo que una polla no entraba en su boca que temió no recordar el modo adecuado de satisfacerla. Bastaron un par de lametones y tres o cuatro mamadas para comprobar que no había perdido facultades. El sexo oral era el preferido de su tío, que le proporcionaba su ración diaria de leche caliente al llegar a casa. No es que no abusase de ella por sus otros dos agujeros sino que aquella forma de practicar el sexo era la más cómoda de obtener el placer sin dejar de ver películas porno confiscadas en su trabajo una tras otra. A la pobre muchacha le salieron callos en las rodillas del tiempo que pasó comiéndole la verga al respetable magistrado del juzgado de menores y a la postre hermano de su madre. Por fortuna años más tarde su marido le trató como a una reina. Jamás le obligó a hacer nada que no quisiese. El sexo con él había sido no muy variado pero siempre placentero.
Cristo suspiró un par de veces. La mujer sabía perfectamente lo que hacía. Las señoras cuanto más formales y reprimidas mejor comían la polla. Una verdad como un templo, la morena que le había tocado en suerte aquel día era la prueba evidente. De vez en cuando miraba a la pelirroja que ardía como una tea. Furtivamente, más bien de reojo. No quería que su clienta se mosquease por ello. Quizás si había suerte recogería las migajas que dejase su compañero. La tarde apenas comenzaba y se presentaba caliente, como aquella joven zorrita de pelo rojizo y tetas redondas. Muy pero que muy joven. Jamás hasta entonces había tenido una clienta tan tierna. Tres o cuatro vírgenes habían solicitado sus servicios pero se trataba de solteronas cuarentonas de una sola ceja o con más pelo en su cuerpo que él mismo. Tenía que pensar en otra cosa que no fuese en la lolita y su culito. No quería eyacular hasta que la señora estuviese satisfecha. Norma de la casa.
Luna también se vio pronto fuera del agua. Mimosa, se recostó en el suelo apartándose el tanga para ofrecer a su amante la plena visión de su pubis sonrosado
- ¡Chúpamelo! – le suplicó en un susurro - ¡Cómemelo todo!
La frase no era suya. Ana se lo había pedido mil veces pero ella siempre se había negado. Una cosa es un morreo y otra cosa era lamerle la almeja a otra chica aunque fuesen amigas de toda la vida. En algún momento del magreo anterior Luna había perdido la vergüenza. Su madre estaba en pelotas y tenía una verga en la boca así que no hacía falta andarse con rodeos. Siempre pensó hasta entonces que hacer una mamada era lo más asqueroso del mundo pero la visión de mami recorriendo con su lengua el estilete cubano, brillante y limpio hizo temblar sus convicciones. Lo que más le impactó fue la cara de placer de Esther. Parecía gozar con la verga entrando y saliendo de entre sus labios, sorbiendo las pequeñas perlas que de vez en cuando coronaban el capullo, acariciándole las pelotas al gigoló cuyos ojos estaban en blanco de puro éxtasis.
Hubiese seguido encantada siguiendo las evoluciones de su progenitora si la lengua de Néstor no hubiese comenzado a hacer de las suyas, tañéndole la campanilla de placer como un despertador en día de colegio. Instintivamente Luna aferró el cabello que asomaba por entre sus piernas. En un principio para apartarlo de su vientre que le quemaba pero poco después para evitar que se separase por siempre jamás. Aquello era mucho mejor que su almohada, amante pasiva de sus noches más tórridas. Con tan solo su lengua y labios aquel cabronazo la estaba matando. No quería pensar lo que sería capaz de hacer con su rabo. Pronto lo sabría pero de momento aquel cosquilleo no estaba nada mal.
- Mi tío se habría corrido mil veces – pensó Esther mientras seguía con su vaivén - ¡Este tío es un campeón! ¡Novecientos euros… una miseria! Es imposible que me quepa todo esto, por Dios…
- ¿Cómo vas, Luna? – preguntó a su niña dándose un respiro.
- Mu… muy bien, mami. – respondió la otra dejándose de morder el puño.
- ¿Mami? – el mulato no pudo callarse.
Esther maldijo la indiscreción de su hija. Habían acordado llamarse por su nombre de pila para ocultar el parentesco que las unía. La adolescente había heredado los rasgos de su padre y no se parecía demasiado a su madre. Podrían haberse hecho pasar perfectamente por dos buenas amigas… o al menos eso creían ellas.
- ¿Algún problema? - rebatió Esther verga en mano.
Luna ya no podía decir nada, con la vista nublada por su enésimo orgasmo.
- No, mi señora.
- ¿Y tú?
- Para nada… - Néstor cesó por un instante en su empeño de abrillantar el clítoris de turno hasta la extenuación
- ¡No pares…!¡Joderrrr!
Esther sonrió al ver a su hija vibrar. No era el momento de reprenderla por su vocabulario. Menuda diferencia entre la iniciación de madre y la de la hija. Se sentía satisfecha por la decisión tomada. No sabía a ciencia cierta si su pequeña sería mejor modelo a partir de entonces pero lo de lo que estaba segura es de que tras aquella tarde la relación entre madre e hija iba a reforzarse de manera considerable. Una orgía como terapia familiar. Eso seguro que no estaba en ningún manual de psicología.
- Voy a llevarle a la cama, señorita. Creo que ya está lista. – dijo mirando alternativamente tanto a la madre como a la hija
Esther asintió. Era el momento. El bautismo de su pequeña era inminente. Agarrando al caribeño de la mano, siguió a Néstor que llevaba en brazos a Luna. Todavía parecía más frágil entre sus manos. Un pequeño objeto estelar en la inmensidad del universo.
Entraron los cuatro en la estancia contigua. En ella una enorme cama circular destacaba sobre el resto de los muebles. Cinco o seis parejas podrían haber estado juntas sobre ella sin ni siquiera haberse rozado. Néstor postró a la doncella tiernamente sobre el lecho, susurrándole al oído, acariciándole el cabello. Sin prisa pero sin pausa se colocó en posición. La chica sintió pánico al comprobar cómo sus piernas se abrían y al poco tiempo una ligera presión en su vulva. Abrió lo ojos al máximo, mirando a su madre buscando auxilio.
- ¡Mami, dame la mano, por favor!
- Pues claro, cariño. – Esther se zafó de las garras de su amante que no había dejado de magrearla durante todo el trayecto.
- Debo ponerme el preservativo… - Néstor dudaba.
- ¡Venga ya, huevón! ¡Que se jodan las normas! ¡Dale duro! Estrénala como Dios manda.
- No… no puedo… no debo… - miró a Esther - ¿Usted… qué dice?
- Luna… Luna decide. Es… su momento. – no iba a ser ella la que acabase con la magia de aquel instante.
- ¡Por favor! – se oyó un hilito de voz procedente de la lolita - ¡Métela! ¡Fóllame!
El mulato se excitó tanto al oír aquello que intentó meter la manguera por la puerta trasera de la madre. Esta le paró en seco. No era el momento. No sabía exactamente por qué pero quería ver a su hija en su estreno. Cristo no se dio por vencido pero una simple mirada de su compañero bastó para calmarle, al menos provisionalmente. Se enfadó un poco consigo mismo. A veces le costaba controlarse, un defecto que, por suerte o por desgracia se corrige con los años.
- Lo que usted quiera, señorita. Vamos allá…
- ¡Uhmmmm!
La novicia cerró los ojos. Tensionó su cuerpo, propinando un fuerte apretón a su madre al notar como poco a poco iba llenándose. Por fortuna para ella estaba muy excitada, cosa que facilitó la faena a un Néstor que, tremendamente concentrado se esforzaba al máximo en su delicada tarea. Luna pensó que se moría. Algo en su interior se había resquebrajado. Una punzada seca, un dolor tan intenso como breve, un gemido alivió su pena. Después… después la gloria.
En verdad el argentino sabía lo que hacía. Sudaba ligeramente bombeando su pene no más de la mitad de su longitud. Era cuestión de tiempo, no había que precipitarse. La chica era hermosa, su cuerpo gozaba, esa era la premisa. Notaba como poco a poco la penetración se hacía más profunda. Ella se abría cada vez más de piernas, lo estaba gozando. Por qué no decirlo, él también. Adoraba su trabajo, sobre todo en días así.
Luna soltó la mano que la asistía. La necesitaba para agarrar a su amante, aferrarse a él como una lapa, para sentirlo más adentro. Lo había hecho. Estaba follando. Y con un hombre de verdad. Un hombre que le recordaba mucho a su profesor de gimnasia del curso pasado, aquel que había desvirgado a medio instituto antes de ser “invitado” amablemente a marcharse para evitar el escándalo. Quizás por esto había elegido a Néstor como primer amante, a ella no le había dado tiempo de “revisar” su examen para subir nota con el profesor.
Al poco a Luna le faltaba el aliento. Comprendió en un instante a Abel y Ana, todo el día dale que te pego. No había nada mejor que el sexo. Pronto aprendió a acompasar sus movimientos con los del semental que sobre ella llevaba el ritmo de la cópula. Ritmo que se fue acelerando al tiempo que los gritos femeninos iban aumentando de volumen. Los microorgasmos se sucedían uno tras otro. Soñaría de por vida con el golpeteo constante de los testículos en sus ingles. Aunque al principio le hubiese parecido imposible, estaba completamente empalada, colmada de pene, llena de vida. Mas todo aquello fue poco al sentir un tremendo torrente explotar en su vientre recién estrenado. Ella también se vino justo al tiempo que notó como Néstor caía rendido sobre ella. Le pareció no más que una pluma, apenas notó su peso. Se agarró al macho como si le fuese la vida.
- ¡Qui… quieto! ¡No… no la saques!
La vagina de Luna tenía vida propia. Apretaba y soltaba a su intruso una y mil veces proporcionando a su dueña un placer jamás antes experimentado, casi infinito. El rabo agradeció tales atenciones profundizando un milímetro más en las entrañas que lo acogían sin dejar un instante de sembrar su semilla por galones. Si Luna pensó por un instante que aquello era el súmmun, al sentir una seca sacudida se quedó sin aire. Néstor era Dios abriéndole las puertas del cielo.
El del Río de la Plata castigaba tiernamente a la adolescente. No se había equivocado con ella, era toda una golfilla. Se la clavaba hasta el fondo sin seguir una pauta continua. Hizo caso omiso de la ligera protesta al separar su cuerpo del de la joven clienta. Dejándose caer de nuevo sobre ella, martilleó la vulva con su estoque. Repitió el movimiento una y mil veces, para mayor gloria de su pene. Sobre todo le gustaba la expresión de Luna, desencajada y sudorosa, abierta de par en par esperando su próxima arremetida. Aquellos ojos lujuriosos incluso daban algo de miedo. La potrilla más bella del mundo, sin duda. Y él la estaba montando. Muchos seguirían su estela pero él había sido el primero.
Una vez contemplado el desfloramiento, Esther sucumbió al acoso de su partenaire. A cuatro patas giró la cabeza y le hizo una señal a Cristo como queriéndole decir:
- Todo tuyo.
Tan caliente estaba el muchacho y clavó con tal ímpetu su generosa herramienta que la pobre Esther no aguantó el envite dándose de bruces contra el colchón. Si en el interior de su coño hubiese habido alguna telaraña por el poco uso a punto estuvo de salírsele por la boca. El mulato la agarró como si fuese una muñeca de trapo, colocándola de nuevo en posición y repitiendo la tarea pero con distinto resultado.
Inmovilizada, con las manos cruzadas sobre la espalda y la cara de lado sobre el colchón, como no podía ser menos Esther estaba en la gloria. Siempre había soñado en copular de aquella postura pero el pene de su difunto esposo era tan corto que jamás habían podido consumar el acto así, como los perros. Pero si de algo era sobrado el cubano era de rabo. Podía montarla de mil y una manera distinta a cual más placentera.
- ¿Le… le gusta así, mi señora? – le dijo el cubano sonriendo a los diez minutos.
- ¡Grrrrrr!
- Pues esto sólo ha sido el calentamiento… esto le encantará.
Y avivó el movimiento de su pelvis. Sólo movía la cadera pero a un ritmo tan vertiginoso que la pobre señora sintió morir.
- Y…y ahora… un poquitín más adentro… ¿le parece?
Por supuesto que le parecía. Esther se aferraba a la sábana intentando arrancarla. Llegó a clavar los dientes en el colchón de puro vicio, rasgando la tela que lo cubría. Había perdido la cuenta de las veces que sus jugos habían brotado de su interior. Aquel torpedo era tremendo. Disfrutaba de cada centímetro de carne que penetraba una y mil veces en su interior. Tan sólo faltaba una cosa para colmar sus expectativas, un único deseo, algo que hacía siglos que no probaba.
- En… en la boca… córrete… en la boca.- acertó a decir entre jadeos.
- Como mande la señora – el caribeño acogió con gusto la idea, ya estaba a punto de estallar y no veía mejor lugar que hacerlo donde ella quería.
Con un rápido movimiento sacó su pene del agradable cobijo. Se trataba de un momento crítico, había que aguantar la eyaculación como fuese. Esther no podía moverse, le temblaba todo así que Cristo tomó las riendas de la situación. No fue demasiado delicado, pero con el semen a punto de salir de la punta de su capullo tampoco era el momento de florituras. Agarró sin miramientos el cabello de ella que a duras penas pudo colocarse en la posición deseada. De rodillas, sobre la cama abrió la boca en busca de su premio. El hombre hizo un trabajo profesional. Explotó en el momento justo, a escasos centímetros de los labios que tanto ansiaban su esencia. Las siguientes andanadas arrasaron con todo. Nariz, ojos, cuello, frente, cabello… el rostro y de rebote el pecho de Esther resultaron alcanzados por la metralla. Le costó unos instantes darse cuenta de su situación, anegada en sustancia gelatinosa. La mujer aguantó el envite con sumo agrado. Ojos cerrados y la boca llena de esperma, se sintió como cuando le hacían el más delicado tratamiento de belleza facial. Parecido pero mucho más placentero. Tras tragar el semen y paladearlo como si de la santa forma se tratase comenzó a reírse.
- ¡Madre mía! ¡Menuda corrida!
- Hi… hice cuanto pude.
- ¡Pues a mí me ha parecido increíble! – contestó Esther limpiándose con sus dedos para poder abrir los ojos.
Sin pensar, se los llevó a la boca, recreándose. Saboreando como el que vuelve a tomar algún alimento olvidado de su infancia. Abrió los párpados lentamente. Lo primero que vio fue a Luna con la boca abierta mirándola fijamente y tras ella un divertido Néstor que la abrazaba jugueteando con sus pezones. Esther quiso morirse. Deseó que se la hubiese tragado la tierra.
- ¡Mamá!.... estás… estás… ¡Asquerosa! – dijo la hija comenzando a reír a carcajada limpia. - ¡Te lo has… tragado! ¡Qué guarra!
El resto de los presentes también rieron a también. Con mil amores la madre hubiese sorbido los restos de esperma que decoraban la herramienta pero se contuvo. A pesar del numerito no se había liberado completamente de cierto rubor estúpido que la retenía. Decidieron tomarse un respiro, darse una ducha y tomar un refrigerio. Todavía quedaba tiempo y las señoras se daban con un canto en los dientes tan sólo con lo sucedido hasta entonces. Ambas estaban más que satisfechas.
- ¿A quién le apetece un masaje? – dijo Néstor en un momento dado
- ¡A miiiiii! – se apresuró a decir Esther.
- Bueno… yo… yo…
- Dígame, señorita – Cristo estaba un poco alterado, al parecer su hora con la jovencita había llegado.
- Yo… yo quiero probar algo… si se puede.
- Adelante, Luna. Hoy es el día. Haz lo que te apetezca. Mañana, ni se te ocurra siquiera pensarlo.
Néstor era un mago con los dedos. Recorría la espalda y glúteos de Esther con soberana maestría, ayudado por aceites olorosos de lo más relajantes. Hubiese querido permanecer así de por vida. Con amor de madre la mujer miraba tiernamente a su pequeña. Era toda una mujer.
La polla de Cristo era demasiado para Luna. Demasiado para cualquiera. Después de haber recorrido todo el cuerpo del muchacho entre besos y risitas se centró en lo que realmente deseaba. A dos manos, pajeaba al semental con más vocación que acierto. Con todo el glande y una buena porción de verga todavía desatendida Luna se esmeraba inquieta. Algo se le quedaba en el tintero. Estaba muy claro lo que deseaba pero no se decidía.
Esther sonreía al ver la escena. Se le pasó por la cabeza instruir a su pequeña en el maravilloso mundo del sexo oral pero se contuvo. En parte por los dos dedos que Néstor ya le había metido por el culo, en parte porque pensaba realmente que era su hija la que tenía que experimentar por sí misma. Luna tendría que equivocarse, caer y aprender a levantarse ella sola. No siempre su madre iba a estar con ella en el momento de duda.
El toquecito en la nuca de Cristo aclaró las ideas a la lolita. Luna abrió la mandíbula todo lo que pudo. El pene del muchacho entró en su boca casi al mismo tiempo que el del argentino hurgaba el intestino de la madre. La joven se sorprendió al principio. Creía que se iba a morir de asco pero nada más lejos de la realidad. No es que el sabor fuese a pastel de mandarina pero tampoco le desagradó tanto. Cerró los ojos intentando recordar. Ana le hacía aquello a Abel aun con ella delante. Jamás su presencia retuvo a sus amigos a la hora de darse alegría para el cuerpo. Les había visto follar decenas de veces sin que les importase lo más mínimo. Al principio ella se hacía la despistada pero después miraba atentamente las evoluciones de los dos amantes.
El gemido de dolor de Esther sacó de sus ensoñaciones a la adolescente. Dejó de mamar un instante girando la vista hacia su progenitora. Alucinaba con ella.
- ¡Ahora… por el culito! - pensó – Mami, mami… eres un poco… cochina.
En efecto, Néstor taladraba el ojete de su madre de manera rotunda. Esther aliviaba su dolor gritando, aun lubricado con litros de aceites su cuerpo no asimilaba al intruso con agrado. El sexo anal jamás fue santo de su devoción pero paradójicamente nunca se negó a consumarlo. Con su tío porque no le hubiese servido de nada, la habría enculado a las buenas o a las malas. Con su marido por que su amor por él era tan grande que incluso de haber podido hubiese ocupado su puesto en el lecho de muerte. Pero en aquel momento ella era la que controlaba la situación, ella pagaba, ella mandaba, mas no dijo nada. Se dejó sodomizar como siempre, sumisa y obediente. La vida le había enseñado muchas cosas, a ser decidida y valiente. Pero cuando desnudaba su cuerpo delante de un hombre se transformaba en un ser pasivo, sin voluntad propia, incapaz de negarse a cuanto se le antojase al macho de turno. Las violaciones constantes sufridas en su adolescencia tenían bastante culpa de eso. Jamás dejó de ser aquella chica temblorosa que escondida bajo las sábanas esperaba que la puerta de la habitación se abriera y comenzase su tormento diario.
- ¿Ves esta mocosa? – le decía aquel desgraciado de vez en cuando enseñándole algún expediente de su juzgado - ¡Ha denunciado a su padre por que se la folla! ¡Con la cara de puta que tiene no me extraña! Me ha puesto a cien durante la vista, con esa faldita y ese escote. Te he comprado un conjunto parecido. ¿Por qué no eres una sobrina buena y te lo pones? Pero ya sabes, como siempre. Sin braguitas. ¿Eh? Apuesto que ese zorrón tampoco las llevaba puestas. Grandes o pequeñas sois todas iguales. Unas putas.
Esther salió de sus recuerdos a base de polla. Su culo le ardía como hacía tiempo. Luna se cansó pronto de mamar. Le dolía la mandíbula y notaba que el muchacho no gozaba demasiado con aquello. Llevada por el ansia, había rozado un par de veces el glande con los dientes provocando un ligero respingo en su amante. Decidió cambiar de estrategia, probar la postura favorita de Ana, ser ella la que lo montase.
- Tranquila, más despacio – dijo Cristo al contemplar los vanos intentos de la muchacha por jalarse su estoque por el coño.
- ¡Entrará!
- Por supuesto, mi amor pero no luches contra tu cuerpo. Busca la postura adecuadaaaaaa. ¿Lo… lo ves?
Luna ya la había encontrado, era una autodidacta empedernida. Estaba follando de nuevo. A su aire, a su ritmo, gozando. Llevó al límite su cuerpo, intentó empalarse todo lo posible. Pronto entendió que le era mucho más placentero para ella penetraciones menos profundas pero rápidas. Se puso a la tarea a ritmo vertiginoso para mayor gloria de un Cristo crucificado.
El morenito la miraba embobado. A escasos centímetros de su cara todavía era más bella. Lejos estaba la jovencita nerviosa de principios de tarde. Luna ya era una hembra de bandera que se lo estaba tirando como una loba. En cuanto le diese un respiro le iba a hacer un traje de babas por todo el cuerpo. No podía dejar que se fuese sin chupetearle los pezones ni de intentar meterle al menos uno o dos centímetros su polla por el culo.
- ¡Ha sido increíble!
Luna no dejaba de parlotear. Madre e hija compartían unas horas después la habitación puesta a su disposición por el burdel. Desnudas, tras un baño de espuma interminable Esther cepillaba con ternura la cabellera de su pequeña, escuchando pacientemente las palabras que brotaban de su boca, intentando describir lo indescriptible.
- Me duele todo… sobre todo la cara. Creo que se me ha desencajado la mandíbula…
- No seas boba. No paras de hablar…
- ¡Ha sido increíble! – repitió la ninfa – Jamás soñé que sería algo así…eran guapísimos…
- No ha estado mal
- ¿Qué no ha estado mal?
- ¡Qué narices! Ha sido el mejor polvo de mi vida….
- Son una locura. Me pareció increíble cuando vi que te la había metido por el trasero. Ha sido una pasada. Ana dice que duele muchísimo…
- ¿Ana? – Esther frunció un poco el ceño – Me parece que esa jovencita sabe demasiado ¿No crees?
- Pensé que iba a partirte en dos – Luna siguió con su monólogo – Parecía un loco, dándote tan fuerte… yo no lo hubiese soportado. Cristo me metió el dedo pequeño y ya vi las estrellas. Ha intentado metérmela un par de veces pero ni de coña. Ni me imagino lo que habrás sufrido con esa cosa ahí dentro.
- Bueno… no…
- Y después, todo a la boca. Como si fueses un desagüe. No sabe mal del todo, probé un poquito cuando Cristo se corrió en mis tetas…¿Viste cuándo le hice…? ¿Cómo se llama…?
- Cubana. No te hagas la tonta, seguro que Anita te habrá enseñado eso y mil cosas más.
- Pero lo mejor de todo ha sido cuando lo has hecho con los dos a la vez…
- ¡Jovencita, tampoco te pases! ¡Tú también…!
- ¡Pero yo lo hice con la boca y con el coño! No como tú, por delante y por detrás. Ni se te veía entre medio de esos dos sementales, resoplaban y bufaban a cual más bestia… - de repente Luna se levantó como un resorte - ¡Mierda!
Y se largó como una flecha hacia el lavabo. Tanto tardaba en volver que Esther la siguió interesándose por su estado. La pilló enfrascada limpiándose los dientes de forma compulsiva.
- ¿Qué tienes?
- ¡Le comí la polla! – respondió la otra tras enjuagarse por enésima vez - ¡Le comí la polla a Néstor después de darte por el culo!
La madre no pudo contener la sonrisa. Al fin y al cabo su hija todavía era muy joven. No comprendía que las hormonas tienen esas cosas. Te permiten en plena faena hacer diabluras que en otras circunstancias ni te las plantearías. Ella misma había estado a punto de cometer una locura cuando en plena batalla el coñito lampiño de Luna se presentó a escasos centímetros de su cara rebozado del semen que manaba a borbotones de su interior. Daba gracias al cielo que le había dado fuerzas para no utilizar su lengua y sorberlo todo, consumando el incesto.
Durmieron las dos abrazadas. Luna enseguida cayó rendida, a Esther le costó algo adentrarse en la cueva de Hipnos pero tampoco demasiado. Insomne recalcitrante, alcanzó la paz durante tanto tiempo esquiva en la habitación de una elegante casa de citas del centro de la ciudad. El sueño fue profundo, como hacía mucho tiempo.
- ¡Despierta, dormilona!
- ¡Grrrrggg!
- ¡Todos los días lo mismo! – Esther tiró de las sábanas para evitar que su hija se refugiase bajo ellas.
- ¡Joder, mamá! ¡Un ratito más!
- Tendré que lavarte esa lengua con jabón, jovencita.
- ¡Es muy temprano!
- De eso nada. ¿O es que pretendes ir a clase con el modelito de ayer?
- La culpa es tuya. Te dije que trajésemos la ropa de hoy…
Esther sabía por experiencia el terrible despertar que tenía Luna. Ni siquiera intentó explicarle que por nada del mundo iba a dejar que nadie viese a su hija salir de aquel sitio con el uniforme del instituto católico. Ejerció el poder de madre y en relativamente poco tiempo ambas estaban listas. Luna no sacaba muy buena cara, la resaca tiene esas cosas y más aún cuando no se está acostumbrada al alcohol. Al salir de la vivienda se apresuraron a bajar por el ascensor, con ese pudor estúpido del adolescente tras su primera paja. Bajaron la cabeza evitando la sonrisa del portero, tanto que se dieron de bruces con la misma señora del día anterior. Esther se dio cuenta de que iba vestida exactamente igual y que tiraba del mismo carrito repleto de víveres.
- Hoy va a ser un día glorioso… mi marido no vuelve hasta la noche… - les susurró guiñándoles un ojo.
Esther y Luna entraron en un taxi llorando de risa. Aquella buena señora se dejaba el sueldo de su marido en putos.
- ¡Verás cuándo se lo cuente a Ana! ¡No podrá creerme!
- No, mi vida, no. Esto tiene que ser un secreto entre tú y yo. Mírame, Luna – la expresión de su cara se tornó muy seria – Ya no eres una niña. Tienes que entender una serie de cosas. Si alguien se entera de lo de ayer… sería terrible.
- C… claro, claro – Luna tomó consciencia entonces de la situación – seré una tumba, te lo prometo.
- Júramelo por lo que más quieras.
- Te lo juro… te lo juro por papá…
- ¡Se lo dije Señora, todo un éxito! – le dijo el representante de la agencia al oído entre una atronadora ovación.
Esther asentía con la cabeza. No podía hablar de pura emoción. Allí estaba su pequeña Luna, codeándose con las más cotizadas modelos de España y el mundo, desfilando con soltura profesional aquellos modelitos imposibles. Algo en su manera de caminar sobre la pasarela había cambiado. Parecía más felina, más sensual, más mujer pero sin perder la frescura que tiene la adolescencia. Se atrevía con todo y los diseñadores estaban entusiasmados con ella.
Era el tercer desfile en una semana de locura. El teléfono de la agencia no paraba de sonar. Después de las grandes divas, su presencia se convirtió en la comidilla de los círculos profesionales. Tanto éxito tuvo que fue seleccionada para participar en el desfile final, el de una prestigiosa marca de lencería femenina. Por supuesto no pudo hacerlo, tal honor estaba reservado estrictamente a modelos mayores de edad pero el simple hecho de ser nominada era toda una hazaña. La carrera de Luna como modelo no había hecho más que comenzar.
Una academia de Milán le había hecho una oferta irrechazable para pulir su estilo. El único inconveniente era que debían separarse. Esther ya lo tenía asumido, era cuestión de tiempo que la polluela abandonase el nido. Estaba muy tranquila, confiaba en su hija. Le había demostrado ser ya toda una mujer.
Los chicos de compañía charlaban amablemente en un bar. Solían quedar juntos después del trabajo para tomar unas copas y relajarse un rato.
- ¿Qué pasa Fabio? Pareces cansado.
- ¿Te apuró mucho la clienta, eh pibe?
- Estoy muerto. Creía que ya lo había visto todo pero hoy me he quedado a cuadros.
- ¿Y eso?
- ¿Qué le hiciste?
- Eso es lo más curioso. No he tenido que hacer casi nada.
- ¿Qué quieres decir?
- No dejó de llamarme tío. Sin lavarme, me colocó unos calzoncillos blancos de esos de abuelo. Me sentó en un sillón y me tuvo tres horas viendo películas porno de lolitas.
- ¿Y ella?
- Con un uniforme de colegiala me comió la polla todo el tiempo… llorando.
- ¿Llorando?
- Le pregunté qué le pasaba pero ni me contestó. No se sacó mi verga de la boca en toda la tarde. No pude evitarlo, me oriné y todo.
- ¡No jodas! ¿Y ella qué hizo?
- Ya te lo dije. Siguió mamando…
- ¡Menuda guarra!
- Hay gente para todo.