Lulu
Una nueva vecina
22:00 Estoy agotado. Todo el día reunido, desde las ocho de la mañana reuniones, reuniones y reuniones, hablamos, pero nunca llegamos a nada. He llegado a la oficina a las ocho, como siempre. He tenido una noche de mierda. Esa casa está llena de ruidos, es una casa nueva y las tuberías se retuercen como una olla de gusanos en el fuego. A las nueve he visto a Marta al fondo del pasillo. Me lanzó una mirada que no supe entender. Estaba muy elegante. Llevaba un pantalón negro y una chaqueta corta, muy profesional, sensual. En la reunión después de comer estuve pensando en ella. Empecé a tener una erección que pude controlar pero decidí seguir pensando en ella. Me pasé toda la reunión jugando a ponerme moderadamente cachondo, más que nada para entretenerme. Intenté no aburrirme, pero fue imposible. Otra reunión. Llego a casa y no quiero cenar. Enciendo la tele. Me aburre. Me voy a cama. Enciendo la radio para que me ayude a dormir. Me doy cuenta de que he olvidado mi cita con Marta.
7:00 No he oído el despertador. Me levanto con media hora de retraso, me ducho con media hora de retraso, me masturbo rápidamente en la ducha. Salgo de la ducha con treinta y cinco minutos de retraso. Café. Mientras desayuno veo por la ventana de la terraza cajas vacías en el piso de al lado. Vecinos nuevos. Salgo de casa corriendo. Tengo suerte, el ascensor está en mi piso. Entro y pulso el botón del bajo. En el aire flota un perfume fresco de mujer.
20:00 Vuelvo agotado. Reunión, café, reunión, café reunión, reunión, café, reunión, café, reunión. Marta está fría conmigo, con razón. Debería llamarla, pero no tengo fuerzas, no tengo ganas. Estoy destrozado. Mañana llamaré a Marta, aunque sé que mañana será demasiado tarde. Ruido en la terraza. Los nuevos vecinos. Salgo a mirar. Llevo una taza en la mano. Soy la perfecta imagen del nuevo vecino. Hay una chica en la terraza, cogiendo cosas de las cajas. Es una chica muy joven. Una niña. Buenas noches. Buenas noches. Le pregunto si se acaban de mudar. Soy amable. Sigo el perfecto comportamiento del perfecto vecino. Es una niña muy guapa. Su cara es un óvalo perfecto sobre el que cae un mechón de pelo. A los dos minutos ya sé que le gusta jugar a apartárselo de la cara o hacerlo balancear a un lado. Me responde que sí, que son nuevo vecinos. Es obvio. Hablo un poco con ella. Responde con monosílabos, mirando mucho al suelo. No es tímida, pero sabe jugar a ser tímida. Cuando levanta la mirada lo hace con decisión, a veces dejando la cara inclinada hacia el suelo y mirando por el rabillo del ojo. Tiene una mirada irónica, orgullosa. Es coqueta. Es guapa y lo sabe. Me doy cuenta de que coquetea conmigo. No la voy a dejar que juegue a nada. Es tarde, estoy cansado. Hablo con voz firme. Soy la perfecta imagen del vecino cansado. Revuelve entre las cajas mientras me habla. Se gira, y me descubre mirándola. Ni yo mismo me había dado cuenta, pero tenía la vista fija en su culo. Levanta la vista hasta mis ojos. Se pone de pie mientras sujeta una caja con los dos brazos. De alguna forma, su cuerpo se convierte en una curva que, por un segundo, me atrapa la mirada. Me mira. Es una niña. Retiro la mirada. Me encuentro desarmado. No hablo, porque sé que ahora mi voz ya no sería tan firme. Buenas noches. Buenas noches. Salgo casi escapando del balcón. Un perfecto ridículo.
00:30 Me voy a dormir. Coloco el marcapáginas, tres páginas atrás de la que estaba leyendo, en el lugar en el que calculo que había perdido la atención. Pongo el despertador. Lo muevo hasta la esquina de la mesa, lejos de mí. Espero no apagarlo mañana durmiendo. Oigo golpes. La caldera. Más golpes. Ahora sí es la caldera, pero es un golpe distinto. Entonces ¿qué eran los golpes de antes?
06:15 Una mala noche. Llevo dos horas despierto. Me aburro. Me levanto y voy a correr. Hace semanas que no voy a correr, pero aguanto mejor de lo que creía. A pesar de la falta de sueño puedo correr durante cuarenta minutos, a buen ritmo. Vuelvo a casa. Café. Ducha. Me voy a la oficina. Al subir en el ascensor me acuerdo del perfume que había en el ascensor un par de días atrás. Pienso en mi nueva vecina. Pienso que era su perfume. Pienso en ella. Tengo una erección que no puedo controlar.
00:30 Me voy a dormir. He llegado a casa y me he puesto a ver una película mala. He visto a Marta en la oficina, pero ella no me ha visto a mí. Le he enviado un mensaje y no me ha respondido. Luego la he llamado y no ha cogido el teléfono. Le vuelvo a enviar un mensaje. Me responde. Está enfadada, pero creo que podemos arreglarlo. En la cama, mientras leo, escucho un golpe. No es la caldera. Otro golpe. No es la caldera. Es un toqueteo rítmico. Lo localizo al otro lado de la pared. Suena a madera. De fondo se oye un ruido de muelles. Suena como un cabezal golpeando contra la pared. Me salta a la cabeza el recuerdo de ella, al otro lado, y una imagen se va formando en mi cabeza. Es una niña. Noto cómo la sangre me baja al pene y empieza a hincharse. Es una niña. Me acerco al tabique. Los golpes vienen del otro lado, sin duda. Pego la oreja al tabique. Me parece distinguir una respiración, un jadeo suave, el movimiento de un cuerpo entre las sábanas. Vuelvo a pensar en ella. Mi pene se hincha. Vuelvo a pensar en ella. Oigo una gemido apagado. Mi pene está totalmente hinchado. Más gemidos. Casi sin darme cuenta mi mano envuelve mi pene. Empiezo a masturbarme. Los gemidos al otro lado de la pared se hacen continuos. Pienso en ella. Pienso en su cuerpo. Pienso en sus ojos y los imagino cerrándose, en la cara que debe poner al correrse. Yo me corro. Me corro con tanta fuerza que me apoyo demasiado bruscamente en la pared. Un golpe. He dado un golpe contra la pared, un golpe audible. Quedo de rodillas sobre la cama. Vuelvo a pegar la cabeza contra la pared. No se oye nada. Me voy a dormir.
07:00 Me levanto, me ducho, café. Escapo hacia el trabajo. Al pasar frente a la ventana que da a la terraza evito mirar.
21:00 Tiene dieciocho años. Parece menor, o quizás no. A veces. He subido con ella en el ascensor. Se llama Lucía. He hecho un ridículo espantoso. Ella me miró y sentí como si pudiese leerme la mente, como si pudiese verme claramente la noche pasada. Aquel golpe en la pared. Pudo haberlo oído, tiene que haberlo oído. Sabe que había alguien al otro lado. Sabe que vivo solo, sabe que yo estaba al otro lado. Sabe que estaba pegado a la pared mientras se masturbaba. Ella lo sabe todo. Mientras subíamos sonó su móvil. Me puso la carpeta sobre los brazos mientras lo buscaba, como si me conociese de toda la vida. Yo me quedé en mi esquina, avergonzado. Como un niño. En el ascensor me quedo en una esquina y ella dominando el espacio, hablando en el centro de suelo del ascensor, moviéndose, oscilando en pequeños pasos mientras habla. Yo en mi esquina, avergonzado, ridículo. Ella hablando por el móvil, indiferente. Cuando termina de hablar, se abre el ascensor. Coge la carpeta acercándose a mí sólo un poco más de lo conveniente. No noté la dureza de mi pene hasta que roza su pierna. Entra en su casa. Yo entro en la mía. Llamo a Marta.
22:30 Marta llega a mi piso. Me ha costado convencerla. Marta llega con humor frío, de relación distante, pero con ropa de salir. Marta es previsible. Por cómo viste sé qué puede esperar de cada momento. Espera cena. Conversación. Espera disculpas por no haberla llamado. La sorprendo. Nada más cruzar la puerta me lanzo sobre ella. La beso. Ella me aparta. Me pregunta qué me pasa. Yo la acerco a mí. No sé lo que me pasa, pero eso no se lo digo. La acerco a mí y le beso el cuello. Marta me dice que me esté quieto. Bajo mi ropa mi pene la acuchilla, como un borracho buscando la cerradura. Marta me dice basta e intenta poner sus brazos entre los dos. La apoyo contra la puerta. Sujeto sus pechos, y los masajeo mientras busco su cuello con la boca. Marta da un suspiro. Alcanzo su cuello, alcanzo su nuca, la beso, subo hasta su oreja. Mi pene la embiste tras el pantalón. Oigo un jadeo. La oigo morderse los labios. Siento sus brazos ceder. Siento sus brazos que dejan de interponerse entre nosotros, que caen a los lados, que se enrollan en mi cuerpo. Marta gira la cabeza hacia el lado. Me entrega su cuello. La beso con fuerza, la acaricio con la lengua. La levanto del suelo y envuelvo mi cuerpo con sus piernas. Oigo un jadeo. Oigo a Marta pedirme que la folle. Nunca la había oído hablar así. Me excito más. Quiero follarla. Le quito el abrigo. Quiero follármela, pero no aquí. La llevo a mi dormitorio. La lanzo sobre la cama. Deslizo mis manos bajo su falda y le quito las bragas. Martabragasdeseda. Me abalanzo entre sus piernas, me zambullo bajo su falda. Retuerzo la lengua dentro de ella. Marta convierte las sábanas en un remolino a su alrededor. Marta se convierte en el centro húmedo de un remolino de sábanas. Sus manos buscan desesperadamente un lugar dónde agarrarse. Al final encuentran mi nuca, mi pelo. La oigo gritar. La oigo pedirme que la folle. De repente pienso en ella.
Me acuerdo de ella en el ascensor. Pienso en ella al otro lado de la pared. Mi pene se dispara. Pienso en ella masturbándose, pienso en su cuerpo.Me quito el pantalón. Marta me mira sobre la cama. Me doy cuenta de que acaba de tener un orgasmo. Me mira con los ojos húmedos, muy abiertos, mientras jadea. Levanto su falda. La penetro. Marta se estira. La columa de Marta se estira. La garganta de Marta se estira. Lanza un grito que empieza en el dolor y termina en una exclamación profunda. El cuerpo de Marta se estira y se dobla, se retuerce como un papel en el fuego, como si cada movimiento mío la penetrase hasta lo más hondo.
AAAhhhhhAAAAAAAHHHHHHHSu columna se sacude como si estuviese electrificada. Me levanto. Coloco una de sus piernas en mi hombro y la uso para lanzar el cuerpo de Marta contra mí. Marta ni siquiera me mira. Marta muerde la almohada, girada, se corre, se retuerce, me acerca me aleja, se corre otra vez, una vez más. Aghhhh. Mmmmmmmmmm Siiii. Ah. Ah. Ahhhhh. No pares. MMMMMMM. No pareeeeeeeeees por favor noooooooooooo, noooooooooo, aaaahhhhh.
Marta está fuera de control. Marta grita. Todo el edificio tiene que estar escuchándola. Marta grita a pleno pulmón. Marta grita como nunca la había oído gritar.
No pareeeeeessss. Aaaaaahhhhhhhhgggg. Qué me estas haciendoooo, mmmmm, aahh, siiii
00:30 Descansamos sobre la cama. Han pasado quince minutos desde que terminamos de hacer el amor. No hemos dicho ni una palabra. Marta todavía no puede respirar con regularidad. Oigo un golpe. Al otro lado me parece oír el ruido de un cuerpo rozando la pared. Mi pene vuelve a vivir. Pienso en ella. Me la imagino al otro lado de la pared. Me la imagino desnuda, me imagino la sensación de su piel contra el frio de la pared. Pienso en su mechon de pelo cayéndole sobre los ojos. Mis pensamientos van subiendo de tono. Se descontrolan. Pienso en follarla. Pienso en follárla en el ascensor. Pienso en entrar por la terraza de su casa y violarla sobre su cama. Pienso en una felación suya en las escaleras. Fantasías. Pienso en sodomizarla sobre el capó de mi coche. En casi todas mis fantasías tomo el control. Fantaseo con fascinarla. Arrancarle la capeta de las manos y follarla contra la pared. Pero de repente esas fantasías se interrumpen y me asaltan otras, en las que es ella quien manda. Cuando pasa esto, cuando ella controla la situación todo es más violento. Me obliga a darle por el culo hasta hacerle sangrar, o es ella la que me mete un dedo en el ano, o me humilla orinando sobre mí. Dan las doce. Me parece oír risas al otro lado. Pero lejos, muy lejos. No está sola. No están en la habitación contigua. Vuelvo a oír risas. Son risas de mujeres. Una es ella. La otra no la reconozco. Me voy al baño y me masturbo hasta el dolor. Marta se ha despertado. Dice que se tiene que ir a casa. Me besa antes de salir, me besa con amor, me acaria la cara. En el rellano la sujeto del brazo, la giro hacia mí y la beso. Marta sonrie. Vuelvo a la cama. Intento escuchar ruidos al otro lado de la pared. Me duermo sin volver a oírla.
8:00 El despertador se ha estropeado. Me ducho y salgo corriendo. No tengo tiempo de desayunar. Al salir se abre la puerta de enfrente. Es ella. No está sola. Está con otra chica. Una chica de su misma edad, más o menos. Me miran y se lanzan una mirada cómplice entre ellas. Buenos días. Lucía se despide de su amiga. Su amiga baja. Lucia se queda en casa. Sujeto la puerta del ascensor para que la amiga de Lucía pueda entrar. Es una chica guapa. Es increiblemente guapa. Es incluso más guapa que Lucía. Su rostro es más afilado, perfecto. Sus ojos están casi rasgados. Vista de perfil, tiene un aspecto oriental. Su cuerpo está más trabajado. Lleva un top amarillo que deja ver un vientre plano, perfecto, terso. Pero no es ella, no es Lucía. La noto incómoda por mi presencia. Me sorprende mirando su ombligo, y baja la mirada. Yo no. Es una niña, pero recorro todo su cuerpo con la mirada, descaradamente. Le pregunto si estudia con Lucía. Me responde que sí. Le pregunto si vive por el centro. Me responde que va a la universidad. Le digo que puedo llevarla. Tengo tiempo. No es cierto. Me dice que no hace falta, que cogerá el metro. Insisto. Soy impertinente y arrogante. Nunca lo había sido. Vuelve a negarse. Le digo que a estas horas el metro estará a reventar. Le digo que una chica tan guapa se merece un asiento de coche. Es una fanfarronada, una idiotez, pero ella se sonroja, sonríe. Acepta. Empiezo a leer su mente. Pulso el botón del garaje. Leo su mente como Lucía es capaz de leer la mía. Han hablado de mí. Lucía le ha contado que me masturbo tras su pared. Se han burlado. Pero también han escuchado mi hazaña sexual ayer, con Marta. Me siento confiado, eufórico. Le pregunto cómo se llama. Se llama Sandra. La guío dentro del garaje. Voy detrás de ella. Cuando llegamos al coche hecho la mano a su cintura, desnuda, y la atraigo hacia mí por detrás. Llevo la otra mano a sus pechos. Escucho un no, pero no es cierto. Ella no dice nada. Le masajeo los pechos mientras mi pene se hincha detrás de ella. Sandra empieza a gemir. Se calla. Se entrega. Le acaricio los pechos. Se inclina hacia atrás para apoyarse contra mi cuerpo. Una mano mía viaja por su vientre perfecto y se cuela bajo el pantalón demasiado ancho. Palpo su tanga. Empieza a jadear. Envuelvo con la lengua el lóbulo de su oreja. Huelo su colonia que es fuerte, pero juvenil. Sabe a golosina. Meto un dedo en su vagina y empiezo a masturbarla. Ella jadea rítmicamente. Su cuerpo joven, increíblemente esbelto, se deshace sobre mí y pierde la fuerza. La sostengo. La sostengo para seguir masturbándola hasta que se corre por segunda vez. La apoyo contra el coche, de bruces. Le desabrocho el pantalón. Le bajo el tanga. Saco mi pene y lo paseo por el borde de su ano. Se asusta. La sujeto. Alcanzo su clítoris con mi dedo y le arranco un profundo gemido. Me pide que pare, pero no hace nada por pararme. Empiezo a meter el pene en su ano y ella empieza a gritar. Como Marta, grita sin reparos, a pesar de estar en el medio de un garaje. Mezcla en sus gritos ansiedad y placer. Coordino mis movimientos: mis manos, mis dedos, mi pene. Su cuerpo se sacude en un gran orgasmo y la dejo caer sobre el capó de mi coche. Muevo mi pene adelante y atrás. Me follo su cuerpo perfecto, casi inerte, mientras ella gime exhausta.
09:30 Dejo a Sandra en la universidad. No hablamos durante el trayecto, pero al llegar le pido su número de teléfono. Me lo da. En lugar de ir al trabajo me vuelvo a casa. Llamo desde el móvil para decir que estoy enfermo. Es una idiotez, pero quiero volver a casa. Conduzco a toda velocidad, pero, en cuanto llego a casa, no sé qué hacer. Enciendo la tele. Cojo un libro. Apago la tele. Oigo una voz. Viene del piso de al lado. Es una voz de hombre. Oigo otra voz. Es una voz de mujer. Es Lucía. Lucia que responde a la voz de hombre. Habla desganada, aburrida. El hombre parece enfadado. Le dice que, qué diría su madre. Lucía no responde. Me voy junto a la pared. Con un vaso contra la pared practicamente puedo adivinar sus movimientos por el sonido. Ahora están junto a la puerta de la terraza. El hombre ha empezado a gritar. Su voz se resquebraja por la ira y por algo que parece también una pena infinita. Le pregunta quién se cree que es, y su voz se rompe en un sollozo. Lucía no dice nada. Oigo un portazo. Miro por la ventana. Veo salir de casa a un hombre grande, fuerte, vestido con una enorme gabardina azul. Se sube a un todoterreno y se va. Vuelvo al sofá de casa. Le envío un sms a Marta. Le pido que venga a casa. Le envío un mensaje a Sandra. Le digo que estoy deseando volver a follármela. Tiene 18 años, quizás menos, y le escribo que quiero probar el sabor de su coño. A los cinco minutos me llega la repuesta de Sandra. Dice que me hecha de menos. Me escribe que está caliente. Tiene dieciocho años. Cinco minutos después llega otro. Me dice que la he puesto a mil. La llamo y le digo que venga a mi casa. Dice que no puede. ¿Por qué? Estoy en la cafetería de la facultad, tengo clase. Le escribo que vaya al baño y me llame desde allá. A los cinco minutos suena el teléfono. Sandra está en el baño. Empiezo a acariciarme el pene. Le pregunto si está excitada. Me responde que sí. Le digo que voy a hacer que se corra. Sandra se calla. Me la imagino en el baño, con la mano dentro del pantalón, mordiéndose los labios. Me dice que sí. Tiene dieciocho años. Le digo lo que quiero. Quiero que se acaricie los pechos. Que imagine. Que sueñe que su mano es mi mano, que la toca, lentamente, y va dibujando la línea de sus pechos. Le pido que me describa sus sensaciones. Sus pechos son duros. Sus pezones están disparados. Le digo que se los acaricie, que se quite el jersey y roze con las yemas de los dedos sus pechos desnudos. La oigo al otro lado cumpliendo mis órdenes. La imagen de Sandra. La imagen de Sandra desnuda en el baño. La imagen de Sandra, la belleza perfecta, masturbándose para mí. ¿Te gusta acariciarte? Si ¿Te acaricias cuando te masturbas? Si, si. Te gusta masturbarte. Mmmmm, siiii. ¿Te gusta masturbarte ahora? Siiiiiiiii ¿pero preferirías que te follase, no es cierto? Ahhhhh, mmm, siiiiiiiiiiiiii. Que te meta la polla y te reviente el coñito. MMMMMMMMMMMMM, ahhhhhhhh. La oigo correrse al otro lado del teléfono. Le digo que la llamaré mañana. Llamo a Marta. Suena el teléfono. No contesta.
23:00 Me he quedado dormido. Vuelvo a llamar a Marta. Tarda en coger el teléfono, pero contesta. Parece nerviosa. Le digo que venga. Duda, parece muy nerviosa, le pregunto qué le pasa. Nada. Le pido que venga. Me dice que es imposible, que tiene que colgar. Cuelga. Decido ir a ver la tele. Película de vaqueros. Una rubia abofetea a John Wayne. John Wayne besa a la chica rubia. La chica rubia se enfada y vuelve a abofetearlo. Él la abofetea y la besa. Fundido a negro. John Wayne debe estar tirándose a la chica rubia, pero en vez de eso nos ponen a dos cowboys discutiendo sobre cómo pueden atrapar a John. Oigo un golpe al otro lado del tabique. Acerco la oreja, pero no oigo nada. Ahora oigo dos golpes seguidos. Nada al otro lado. Ahora tres golpes. Nada más de nuevo. Se me ocurre una idea. Doy tres golpes con el nudillo en la pared. Me responden tres golpes. Doy otros tres golpes. Me responden tres golpes más. Espero. Doy cuatro golpes en la pared. No oigo nada. Doy tres golpes. No oigo nada. Apago la tele. Pego el oído a la pared. Nada. Fuera se oye un ruido. Tres golpes. ¿Dónde? En la terraza. Salgo. Ella está fuera.
Me mira como si le sorprendiese verme allí. Finjo estar buscando algo a mí alrededor. Finjo encontrar un alargador. Le pregunto algo tonto ¿tomando el aire? Algo así. Me devuelve un sí distraído. No me mira. Lleva ropa normal para una chica de su edad. Un pantalón y un top sin mangas. Me fijo en sus brazos desnudos. Le digo que así puede coger frío. Me dice que se aburre dentro de casa. Me dice que no puede salir porque cuando su padre está fuera llama al teléfono fijo para comprobar si está en casa. Viaja mucho, me dice. No disimula demasiado. Son ella y su padre, el hombre fuerte de la gabardina. Su padre no está. Ella está sola. Me empiezo a excitar. Le pregunto si no tiene miedo sola ¿De qué? No sé, de que entren a robar. Me mira con una falsa inocencia. Mi pene se endurece. Se queda mirándome sin responder nada. -Nadie va a robar. ¿Qué dirían los vecinos? Luego se acerca hasta la pequeña valla de cristal que separa las terrazas. Sabe cómo mover su cuerpo para llamar la atención. Veo sus caderas redondeadas, su vientre suave, su culo redondo, pequeño. Se apoya en la valla y me mira. No dice nada. Intento disimular mi erección. Durante un minuto sólo me mira.
-Me aburro. ¿Qué estabas haciendo?
-Nada especial. Estaba viendo una película de vaqueros en la tele.
-Ven a verla a mi casa. Así me haces compañía. Por si me roban.
No sé por qué obedezco. No sé por qué lo hago sin dudar. En su casa, nos sentamos en el sofá. Enciende la tele y se sienta a mi lado. Demasiado cerca. Mi pene es imposible de esconder, aunque lo intento. Ella finje no verlo. Finje ver la película. Finje no prestar atención cuando me roza el brazo con su brazo desnudo. De repente sólo veo su brazo. La piel suave de su hombro brillando por la luz de la televisión. Siento un deseo inevitable por tocar su piel. Le beso el hombro. Ella no dice nada, no hace nada. Como si no me hubiese sentido. Subo por su hombro desnudo hasta su cuello. Cierra los ojos. Le acaricio el cuerpo con suavidad. Sus pechos, sus piernas, su vientre. Con las yemas de los dedos repaso sus formas. La oigo empezar a ronronear. Suave y sexy. Mi mano ha bajado por todo su cuerpo hasta sus rodillas. Empiezo a subirla despacio entre sus piernas. Llego a su entrepierna. Empiezo a masajearla con los dedos, sobre el pantalón. Lucia gime. No ha variado su postura. Sigue sentada frente a la tele. Pero ahora sus ojos están cerrados y la cabeza reclinada hacia atrás. Su pecho sube y baja, cada vez más excitado. Mi pene es una barra ardiente.
-¿Te gusta follarte a jovencitas verdad?
Me paraliza la pregunta. Se gira hacia mí. Su sonrisa irónica ahora me petrifica. Acerca su cara y me besa en la boca. Lenta. Suave. Siento su lengua dentro de mi boca. Siento su perfume, el mismo que recuerdo haberlo olido en el ascensor. Se sienta a horcajadas sobre mí, y empieza a besarme el cuello. Me susurra:
-¿Te gusta follarte a Sandrita, verdad?
Mi pene se destroza contra la tela del pantalón y choca contra su cuerpo. Me sigue besando el cuello, mientras se mueve de arriba abajo, muy despacio, como si follásemos a cámara lenta.
-A mi me encanta follármela. Sabía que te iba a gustar. mmmmmmmmmmmmm
Mis manos se posan en su culo. No tengo fuerza, sólo la acompaño en el movimiento que hace a lo largo de mi cuerpo. Estoy a punto de correrme, pero no me corro. Se mueve lentamente. Me mantiene al borde mismo del orgasmo. Siento la necesidad abrumadora de correrme. Siento que el deseo es un veneno que tengo que sacar de mi cuerpo antes de que me envenene.
-Me encanta cuando se muerde la boquita al correrse.¿Lo has visto? mmmmmmmmmmmmmm es tan suave, tan perfecta. Mmmmm, me encanta sentir su piel.
Lucia deja de moverse. Se abre el pantalón. Se levanta, las rodillas a los lados de mi cuerpo. Me coloca las braguitas puestas a la altura de la cara. Obedezco. Las bajo con delicadeza, con sumisión. Empiezo a comerle el coño, como si cumpliese alguna liturgia extraña.
-Mmmmmmmmsiiii. ¿Quiéres que hablemos de Marta?
Me quedo helado. ¿Cómo conoce a Marta? ¿Me espía? ¿Qué sabe? De repente lo entiendo todo. Pienso en Marta. Pienso en el mensaje de hoy. Pienso en lo nerviosa que estaba hoy. Pienso en que le había pedido que viniese a casa y que en la oficina le habían dicho que estaba enfermo. Pienso que Marta habría venido a verme. Pienso que Marta ha venido a verme y pienso en Lucía. Pienso en Marta hablando con Lucía. Pienso en Marta entrando en la casa de Lucía, sin saber por qué, sin entender por qué. En Marta empezando a sentir una curiosidad extraña por esa niña, algo que se parece a la atracción, pero que no puede ser atracción. Pienso en Marta mirando el cuerpo de Lucía sin darse cuenta. Pienso en Marta apartando la mirada de Lucía sin darse cuenta. Pienso en Lucía acercándose a Marta. Atrapándola con su forma de caminar. Pienso en el mechón en la frente de Lucía rozando la boca de Marta. Pienso en Marta sintiendo un deseo extraño e irresistible por esa boca que empieza a navegar por su cuerpo. Pienso por primera vez en mi vida que estoy enamorado de Marta, mientras Lucía coloca los brazos en el respaldo del sofá y empieza a balancearse suavemente contra mi cara. Deja que su cabeza se vaya a los lados. Mueve su pelo, lentamente, por su espalda. La lamo, la chupo.
Mmmmm
Parece como si se corriese, pero no terminase de correrse nunca. No quiero que lo haga. Quiero devorarla para siempre.
Ahhhmmmmmm
Se baja de mí. Se quita los pantalones por completo. Su sonrisa irónica me clava en el sofá. Me saca la polla del pantalón. Aún no entiendo que no me haya corrido. Está tan erecta que me duele. Vuelve a sentarse sobre mí, pero esta vez mi pene está dentro de ella. Se mueve despacio. Noto que mi pene va a estallar. Pero se mueve muy despacio, y no me corro. Me mantiene en el límite. Se vuelve a acercar a mi oreja. Me susurra que me voy a correr. Me susurra que quiere que me corra. Me susurra que quiere que me corra ahora, que quiere que me corra para ella. Me encuentro suplicándole que no, que me deje más tiempo, que me deje seguir; me encuentro suplicándolo, lloroso, lamentable, pidiendo por favor antes de darme cuenta del ridículo. Pero vuelvo a suplicár. Veo una esquina de su sonrisa. Empieza a cabalgar sobre mí. Su cuerpo, hermoso, tenso, se me vuelve borroso. El orgasmo es bestial. Mi cuerpo empieza a embestirla ciegamente. Mis manos recuperan la fuerza para atraerla hacia mí. La oigo gritar. Su cuerpo se tensa, su espalda se arquea. Mi cuerpo se descontrola por completo. Siento una fuerte presión en todo mi cuerpo, las sienes a punto de explotar, un orgasmo brutal que se abre paso por mi cuerpo y lo sacude. Grito. De repente oigo un ruido fuerte que se levanta sobre mi grito. Todo se para. Lucia cae sobre mi. Su cuerpo está inerte. Sus ojos están abiertos, sin expresión. Veo sangre. Veo sangre en su espalda. Veo una herida que sangra en su espalda. Veo un agujero que la atraviesa, que sale por su abdomen. Veo una herida en mi estómago. Duele. Veo enfrente de mí al hombre de la gabardina. Está llorando. En la mano tiene una pistola. Creo que voy a morir.