Lukas

Silvia nunca se imaginó que iba a ser traicionada por su compañero de trabajo y entregada a manos del sanguinario criminal, Lukas, cuando ella estaba haciendo las prácticas en un centro de investigación. A Lukas le da igual la vida humana, la secuestrará, la drogará, y hará lo que le apetezca hasta decidir si la libera o la mata. O a lo mejor la vida de Silvia, si le importa...

Hacía un mes largo que estaba en aquella ciudad, aún no había terminado la carrera, pero desde mi universidad me habían encargado como trabajo de fin de grado ayudar a la policía en un caso de unos asesinos a sueldo que actuaban desde hacía tiempo y muy hábiles para escapar de la policía. No era policía, ni mucho menos, para mí era un simple juego, era informática, delitos informáticos, avanzarme a los pensamientos de otros, meterme en sus comunicaciones y descifrar sus códigos informáticos. Así poco a poco mis compañeros fueron deteniendo a componentes de la banda a las indicaciones que les iba dando.

Lo peor era cuando tenía que aparecer en el ‘escenario del crimen’, para recoger los equipos informáticos después de que hubieran detenido a los que allí estaban. Muchas veces aún se olía a pólvora y me daba miedo por si de pronto aparecía alguien armado que no esperaba. Aunque había hecho un curso intensivo para esas situaciones y manejo de armas, estaba muy verde en el tema y no era algo que me gustase, pero era una parte más y lo necesitaba más orientado a mi propia defensa.

En el caso me pusieron a trabajar codo con codo con el anterior encargado, tan pronto pisé aquel lugar, al que de alguna forma le había quitado el puesto de encargado, ya que después de indicar la localización exacta de algunos delincuentes me había ganado el respeto y admiración de todos y aunque no era oficial, ya las instrucciones me las daban directamente y mis hallazgos los comunicaba, casi, sin utilizar a Ramón como intermediario. Ramón era un hombre bastante amable y atento, un poco obeso y calvo, sonreía y me decía “hay que dejar paso a las nuevas generaciones”. El hombre lo hacía con buena fe, pero desde que me desplacé a aquel sitio, para seguir el caso desde cerca, parecía que era el gafe. Justo decía por aquí estarán, cuando ahí estuvieron hacía 5 minutos.

Aquel día tenía permiso para salir un poco antes de la oficina, tenía que preparar unas cosas para la universidad y tenía la tarde libre, así que a las 2 de la tarde recogí. No había salido por la puerta cuando Ramón comenzó a comentarme unas cosas sin sentido y yo preocupada porque iba a perder el dichoso autobús, y cuando me iba a despedir, me cogía del brazo y seguía hablándome. Cuando por fin me deshago de él, bajo, camino rápido a la parada, pero demasiado tarde, no hay un alma y no pasa ningún otro hasta dentro de 30 minutos, que es lo que tardó en llegar a casa a pie, así que me abrigo bien y decido irme todo dando un paseo. No hacen ni 10 m que estoy en marcha, cuando Ramón aparece con su 4x4 pitándome:

• Silvia, ¿has perdido el bus?

• Sí, eso parece, que al final lo he perdido.

• Venga mujer, sube, me siento culpable te llevo a donde quieras.

• No, de verdad que no hace falta, no quiero molestar.

• Pero mujer si no es molestia, además hace un frío que pela y está por caer un buen chaparrón.

Miré al cielo tras mi medio flequillo y apuntaba fino si, eso fue lo que me decidió, ni siquiera llevaba paraguas y tampoco quería que se me mojara el portátil. Subí al asiento del copiloto, me alegré que hubiera insistido, se estaba calentito ahí dentro. No habíamos avanzado ni dos manzanas cuando un tipo en una esquina esperaba a Ramón.

• No te preocupes Silvia, es un amigo con el que he quedado a comer.

Se subió detrás, no decía nada, Ramón estaba nervioso, y nos desviamos de la ruta, en dirección contraria a mi casa.

• Ei, Ramón, no es por aquí, hemos dado la vuelta – justo antes de que el individuo misterioso con capucha me cogiera del pelo y pusiera en mi cuello un objeto cortante, me pinchaba con él.

• Ramón no se ha equivocado bonita, te vienes conmigo que te quiero presentar a un amigo – me dijo el chico de la capucha echándome el húmedo aliento en la oreja.

• Silvia, es mejor que le hagas caso y no te pasará nada, de verdad – me dijo Ramón que, evidentemente, sabía de qué iba todo.

Le miré con odio, era un traidor. Dejamos la ciudad atrás y nos adentramos en el bosque, el chico de la capucha dejó de hacer tanta fuerza, un mal bache hubiera hecho que se me clavara la navaja y que ésta acabara bajo mi lengua. Además me hacía daño. Llegamos al destino, una pequeña cabaña en medio del bosque, de ella salieron Lukas y sus amigos. No me lo podía creer ¿cómo podía haber caído en esa trampa? Había visto a Lukas en fotos y videos en el cuartel, tenía poco más de 30 años, ojos azules, oscuros y mirada penetrante, algunos decían que muy fría, también pude reconocer alguno de sus amigos. Caminaban tranquilamente, sonreían.

Me hicieron bajar del coche, Ramón mismo me puso las manos a la espalda y me obligaba a caminar. Mientras lo hacía le preguntaba porque me había hecho eso, para mí era un juego, cobraba menos que una becaria, sólo me importaba terminar la carrera. Pero ignoraba mis palabras, hasta que me giré y le grité “¿POR QUÉ?, RAMÓN, ¿POR QUÉ?” supongo que por un momento se sintió mezquino por lo que había hecho, sabía que iban a acabar conmigo sin parpadear y en el fondo era sólo una cría. Era más fácil hacerme callar a mí que a su conciencia, me dio un bofetón con el dorso de su enorme mano que me dejó de rodillas en el suelo. Se hizo el silencio, miré a Lukas, miraba todo en silencio, me toqué la cara, me había partido el labio y me salía sangre. Me levanté un poco mareada y di unos pasos atrás, miré que no tuviera nadie a mis espaldas, saqué la pistola y apunté a Lukas, me temblaba mucho el pulso.

• ¡A quien se acerque le meto un tiro! – grité en un intento de autoconvencerme, aunque no podía evitar que me temblara la voz – por favor, dejad que me vaya...

Lukas mantuvo su misma mirada fría y penetrante en mí, sólo hizo un gesto para que los otros bajaran sus armas, sabía que era más peligroso ponerme más nerviosa. Dio su arma a uno de los suyos y comenzó a caminar hacia mí, lentamente, con las manos en alto.

• Ssssh dame tu pistola Silvia, no seas tonta, los nervios te están traicionando y te puedes hacer daño tu misma – me dijo mientras sus manos calientes enfundadas en guantes de piel, rozaban las mías que estaban heladas y mis dedos iban abriéndose, Lukas se hizo con el arma y se la puso en su cinturón – muy bien, muy bien ¿ves como no pasa nada? – me dijo mientras me acariciaba la mejilla, luego me quitó el abrigo por si llevaba algo en él, me cacheó y me esposó las manos a la espalda. Me hizo caminar delante de él, sujetándome las muñecas con mucho más cuidado que Ramón – ponte de rodillas aquí delante.

• Bueno Lukas, tengo que volver, ya cerraremos tratos – dijo Ramón nervioso mientras volvía al coche – como siempre un placer servirte – y se dio la vuelta.

• Mira Silvia – me dijo en un susurro – para apuntar a alguien, tienes que coger la pistola con fuerza, firme, tal y como la cojo yo, puedes poner la mano izquierda bajo la derecha para mantener el pulso y luego sólo es necesario apuntar y disparar un tiro certero justo en mitad de la nuca, ¡así! – dijo justo antes de apretar el gatillo de mi pistola, dando a Ramón, que caída desplomado un instante después. Lukas se quedó con una media sonrisa, con su ojo aún en el punto de mira – ¿has pillado la idea?

• .... – no podía mediar palabra.

• No te preocupes, ni sientas lástima por Ramón, era un traidor, de la misma forma que te ha traicionado a ti, seguro que ahora iba a comisaría a decir donde estamos, lleva años así, o como pensabas que últimamente conseguía escapar de tu buena puntería. Venga, levanta – me dijo mientras me cogía de los brazos y me ayudaba.

Tenía la acreditación aún colgando de la camisa, Lukas se quedó mirándola y me la arrancó de un tirón.

• ¡Vaya, vaya! Silvia Casanell Barberà, nacida en el 80, tienes 25 añitos, ¡¡jaja!! que tierno, pero si pone ‘en prácticas’, me lo tuve que haber imaginado por tu forma de coger la pistola como si fuera una bolsa de pipas. Además, Ramón nunca mencionó que fueras tan bonita, ahora me va a costar más acabar contigo. Así qué, no sería mala idea que primero nos dedicaremos a conocernos un poco, a hablar, intimar, ya sabes...

Oí los cuchicheos de los secuaces de Lukas y alguna risilla. Entonces se acercó a ellos y les dijo algo que no podía escuchar, para darles mi pistola y recuperar la suya; tampoco estaba en eso, quería ver cómo podía escapar de allí, mirando a un lado y a otro, mientras sentía la humedad del bosque sobre mi piel, mezclado con el sudor de los nervios. Salí corriendo por el primer claro que vi, no era muy fuerte, pero si veloz, tuve unos segundos de ventaja hasta que oí un "Ihesi doa!/¡se escapa!” sabía que era inútil, que iban a pillarme de todos modos, pero aún así, tenía que intentarlo, la carretera no podía estar muy lejos, aunque estaba desorientada, oía coches cerca, corría con todas mis fuerzas. Lukas salió corriendo tras de mí, el chico de la capucha y otro más también se apuntaron a la carrera. Me costaba mucho correr con las manos a la espalda, oía mis jadeos resonando en mis oídos, pero tenía la adrenalina a tope y saltaba los troncos como una gacela. Hasta que sentí una punzada fuerte en un hombro, luego me fallaron las rodillas. Caí al suelo, me golpee en la rodilla derecha y me ensucié toda la ropa y parte de la barbilla de barro.

• ¡Eres estúpida Silvia, estúpida! ¿No sabías que era inútil intentar escapar? – me grita Lukas jadeando, acababa de llegar, estaba a punto de alcanzarme. Me da la vuelta, me mira, ve el miedo en mis ojos, luego me mira el hombro – ¿quién le ha disparado?

• No había forma de pararla jefe.

• Venga, ¡arriba!

Lukas intenta levantarme, pero ni puedo ni quiero ponerme en pie, se da cuenta que no me sostienen las rodillas y me caigo sobre ellas. Me pone bocabajo, me quita las esposas y me coge en brazos entonces. Me lleva con cuidado y me mira a la vez que camina, estoy perdiendo el conocimiento por momentos, intento apoyar mi sien en su hombro, pero no lo consigo. En el asiento trasero del 4x4 de Ramón, me tumba y me tapa con su cazadora, hace tiempo que estoy en mangas de camisa sólo y estoy helada, tiemblo como un flan. Me abren la camisa, de un tirón arrancan los botones:

• Dame tu navaja Jon – le dice al chico de la capucha.

• Es una herida limpia – le oigo decir a Jon, mientras se la da y Lukas me corta el tirante del sujetador.

• No, casi no hay hemorragia... Jon sube que nos vamos. ¡Venga chicos! Nos vemos la semana que viene – a la vez que me tapaba con la cazadora hasta el cuello.

• ¡Cuidad de la prin-cesita! – dice uno con sorna.

Hago el viaje semi-inconsciente, los oigo hablar. Se ríen, jalean, ...

• ¿Está inconsciente? – susurra Lukas, que conduce, al ver que Jon mira para atrás.

• No estoy seguro... ahora me mira, pero no sé si me oye. Tranquila reina, que aquí mi amigo conduce muy bien y Ramón tiene...

• Tenía... – le interrumpe Lukas a la vez que sonríe.

• Jajaja, ¡tenía un buen carro!

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Me despierto con mucha dificultad, no sé dónde, tengo el brazo bueno esposado al cabezal de la cama y me duele, lo tengo frío, supongo que hace horas que está en esa posición, estoy desnuda bajo la ropa de cama y Lukas ronca al lado mío, con la mano en mi cintura, encima de las mantas, me quedo un rato mirándole. Me han drogado con algo, tengo un sabor amargo en los labios. Le observo mientras duerme, no está tan mal, pienso un instante, tiene un cuerpo bonito y es guapo, además, no somos tan diferentes, me anticipaba a sus movimientos porque yo también pienso como él. Divagando en mis cosas me vuelvo a quedar dormida.

Cuando me despierto otra vez, me está soltando la muñeca con cuidado de no despertarme y me mete el brazo bajo las mantas, no sin antes mirar un poco que hay debajo, lo siento más reconfortado. Se da cuenta entonces de que le miro, le empieza a sonar el móvil, “sssshh, no pasa nada, ahora vuelvo” y me guiña el ojo. Sale de la habitación, a la vez que busca el móvil en sus tejanos y le oigo hablar por teléfono en otro sitio de la casa, todo en clave, mezcla metáforas con palabras inventadas. Oigo como se despide y abre la puerta, mi corazón va a 100 puls/min. Coge de una mesa un pequeño barreño con una toalla que deja sobre el respaldo de la silla.

• Te has despertado del todo, ¿cómo estás? ¿te duele?

• ... no, pero estoy muy cansada – me sorprendió, a la vez que me tranquilizó su pregunta, el tono de su voz y sobre todo los evidentes cuidados recibidos

• Es normal, estás muy sedada... no me sabrá a mal si te quedas dormida - sin decir nada más levanta la ropa de cama dejando desnudas mis piernas.

• ¡Ah! – me sobresalto un poco.

Me sonríe a la vez que se sienta en la cama de lado mirándome a mí un momento y levantando mis rodillas por detrás, no sin antes acariciar mis tobillos y mis pantorrillas con sus manos, las compara, tiene unas manos grandes y fuertes, hace un gesto de fastidio con la cara. Vuelve a tapar mis piernas. Se sienta más cerca y me acaricia un poco la mejilla levemente morada por la bofetada de Ramón mientras susurra “a ze astapotroa/que animal”. Yo miro su cara, sus gestos, sus labios y me dejo hacer, está siendo muy cuidadoso y eso me tranquiliza.

• Voy a verte esa herida – me dice a la vez que baja las mantas a mi cintura, con mucha calma y naturalidad, como si lo estuviera haciendo toda la vida.

Deja desnudos mis pechos, me mira, lo hace intencionadamente, para ver mi reacción y me siento intimidada, me tapo con el antebrazo que puedo mover. Atiende un rato a mi hombro, me corta las vendas con unas tijeras y mira la herida.

• Siéntate, ¿puedes? Espera, cógete a mi cuello – me sujeta de la cintura y me ayuda.

• Ah, ¡ah! me duele.

• Sí, es normal, será sólo un segundo, ... no te pude sacar la bala nena, la tienes aún dentro y quiero ver que no se te ha infectado.

Mira mi hombro por detrás, no puedo moverlo, me duele bastante, la herida está limpia. Tiene una espalda fuerte, además, huele muy bien, siento sus manos en mi cintura desnuda, en mi espalda. Aprovecha el chequeo para recorrer más piel de la que debe. Apoyo mi frente en su hombro, me pesa mucho y la ladeo un poco con los ojos cerrados.

• ¿Neska/Chica? – dijo poniéndome la mano en la nuca.

• Perdóname, lo siento, estoy muy mareada – trago saliva e vuelvo a poner bien la cabeza.

• Acuéstate, estarás mejor – a la vez que iba dejando mi espalda lentamente sobre la cama – es que, de hecho, no tendrías que estar despierta, te he drogado para que estuvieras dormida y tranquilita, me he quedado corto con la dosis.

Me tapa de nuevo, vuelve a destapar mis piernas, del barreño saca una esponja y comienza a darme un baño con agua calentita, por donde pasa seca luego con cuidado. Parece increíble que un tipo que creía tan duro, pueda ser tan tierno en un momento dado. Cuando termina con las piernas, las tapa y baja las mantas hasta mi ombligo, sigue con su proceso de mojarme y secarme, se detiene en mis pechos, baja por la línea antes de llegar a mi ombligo. Coge uno de mis pechos como si fuera una copa y juega con su pulgar en mi pezón rosado, me mira, sabe que noto su mano. Me desnuda del todo, y pasa la esponja por mis muslos, mis ingles y mi monte de Venus, me seca con cuidado. Me pone bocabajo y con el mismo cuidado lava mi espalda, mis nalgas, también entre ellas pasa la esponja, no me entero ni de la mitad de la operación, quedo unos segundos escuchando a Morfeo llamarme.

Completamente desnuda y él completamente vestido, me da la vuelta, me despierto, ha terminado de secarme. Baja a mi pecho y me succiona un pezón, luego el otro, ... pongo mi mano buena en su nuca. Sube a besarme, le devuelvo el beso, se queda sorprendido y me da otro, durante más rato y busco su lengua. Le había odiado y temido mucho, durante mucho tiempo, sin darme cuenta que en realidad me gustaba, y mi completa negativa era miedo a admitir que me gustaba. Y ahora, me tenía, empezó a viajar por mi tripa con su lengua, dejándola húmeda con su saliva. Empezó a besarme el monte de Venus, a tocarme más de la cuenta, intenté pararle con la mano sin demasiado éxito, me pesaban demasiado los brazos. Sus manos separaron mis piernas y aprisionó mi clítoris con sus labios, creí correrme en ese instante, pero pude aguantar. Estaba aún centrada en no correrme, cuando dejó de acariciarme, tenía mi cabeza apoyada en la almohada, los ojos cerrados, exhausta, sentía como se deshacía el cinturón y se desprendía de sus pantalones.

• No, no... eso no – le rogué en un susurro.

Él sólo me sonreía malévolo y seguía haciendo. Se acomodó entre mis piernas y comenzó a besarme, comenzó a penetrarme entonces. Una vez estaba dentro de mí, cogió mis nalgas y me ladeó un poco, mientras pasaba mi rodilla mala por encima de su cuerpo, se movía y con sus brazos en mis nalgas me movía a mí. Me embistió una vez y eché la cabeza hacia atrás, cerré los ojos, los tenía vidriosos, volvió a embestirme, me temblaba la barbilla. Quería empujarle con mi mano, pero no me atrevía, estaba muerta de miedo, sabía que podía pegarme un tiro si le daba la gana, o no le satisfacía, no sabía cómo actuar, nadie me había preparado para eso. Solo pude cerrar mi puño, como si cogiera una camiseta que no existía, encima de uno de sus hombros.

• Tranquila vale, tranquila... no pasa nada... ¿es miedo, es asco o es odio? dime – se paró un instante.

• ... – intentaba hablar pero no me salía, sólo sentía su polla palpitar dentro de mí, no había salido – es... estoy asustada.

• Dame un bofetón, apártame de ti entonces, ¡defiéndete!... ¿crees que voy a hacerte daño? Estamos solos ahora mismo, si me ganas podrás huir – cuando se ponía nervioso le salía un acento extraño.

No me lo pensé dos veces, intenté librarme de él, sacando fuerzas de donde no las tenía, intentando escapar, liberando mi ira y mi miedo. Pude darle un bofetón, cuando vi que de verdad no iba a hacer nada, le di otro más fuerte, hasta que empezamos a forcejear, él, viendo que iba en serio, lo único que hacía era intentar protegerse. Pronto quedé agotada, sin demasiado éxito. Entonces comenzó a besarme despacio, con cuidado, me calmaba y me susurraba cosas bonitas al oído: “lasai politta/tranquila, preciosa, bonita,...”. Se movía despacio, pero cada vez más firme.

Estábamos cara a cara, se había puesto con cuidado encima de mí. Le temblaban el torso y los brazos de la excitación, yo ya jadeaba y gemía con la boca semiabierta mientras él me miraba extasiado. Sentí una de sus manos acariciarme con cuidado la mejilla. Tenía la mirada perdida, medio por el placer, medio por la incredulidad de lo que me estaba pasando. Sentía como aquel cabrón me follaba a pelo, como entraba dentro de mi cuerpo. Comencé a sentir como la tensión se acumulaba en mi útero, como un globo que se va hinchando poco a poco antes de reventar. Lukas empezó a hablarme en su idioma (azkenean hemen zaitut, azkenean nerea zara/por fin te tengo, por fin eres mía), susurrándome cerca de la orejita, no le entendía, sólo sentía la humedad de su aliento. Estaba muy cachondo, tenía la polla durísima, lo que me indicaba que estaba fuera de si, el desencadenante que hizo que me corriera, quise gemir, pero al llegar el gemido a mi garganta me quedé sin voz y murió ahí, sólo salió aire ruidosamente. Lukas sí que gimió y gritó, buscó mi boca para llenarme de lascivos besos mientras se corría, me sentía llena de él, exhausta, cuando terminó, dejó de besarme y puso su mejilla contra la mía, cerré los ojos, humedecí mis labios y tragué, tenía la boca seca. Él había dejado parte de su peso sobre mí. Se quedó dentro de mí un rato, recuperando la respiración, veía su pecho moverse a 1000 rev/min.

Se levantó, me quedé como una muñeca casi manteniendo la postura con la que me había dejado, se subió los tejanos, intenté a acurrucarme, en posición fetal, juntando las rodillas, mientras era consciente de lo que había hecho. Es que encima me había corrido yo también, no podía negarlo.

• Lukas… ¿qué voy a hacer? – pensaba en voz alta, olía su semen a pesar de estar dentro de mi cuerpo, también olía mis fluídos.

• No tienes que pensar en nada, sólo descansar – a la vez que se ponía el jersey.

• No, no te vayas ahora, no me dejes sola, por favor.

• No..., tranquila – se quedó parado un instante, en su plan estaba marcharse - me quedaré contigo hasta que te duermas – me arropó y se tumbó en la cama conmigo y acurrucada a su lado, me quedé dormida.

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