Lujuriosa mamá.

La falta de cariño que tiene mamá la llena con su hijo y alguien más...

Marta era una mujer madura de cuarenta y dos años. Estaba casada y tenía dos hijos, Juan y Pedro de dieciséis y catorce años respectivamente. Su marido Juan era responsable de un área comercial de una empresa y la verdad es que viajaba más de lo que a ella le gustaba. Madre e hijos pasaban solos mucho tiempo, teniendo una gran amistad y confianza.

Su hijo Juan estaba desarrollando su cuerpo y por momentos lo veía cada vez más como un hombre, aunque en el fondo siempre sería su niño. Una tarde en una reunión familiar estuvo hablando con alguna hermana suya y varias cuñadas. Hablaban de sus hijos y de cómo estaban creciendo. Se centraron en Juan y la mayoría de mujeres comentaron que se estaba convirtiendo en todo un hombre e incluso una que aún estaba soltera bromeó con la posibilidad de ayudarlo a convertirse en un hombre por completo, incluso en el tema sexual.

-Pues yo no sé como tendrá la herramienta, - dijo Chari, una soltera empedernida que tenía fama de promiscua – pero si quieres que te lo espabile, avísame que lo haré encantada.

Marta la hizo callar aparentando que le resultaba reprochable esa situación, pero en su interior se sintió excitada por la idea de que su hijo lo hiciera con su tía. También hablaron de Eduardo, sobrino de Marta de dieciocho años cuyo cuerpo resultó muy valorado por las mujeres de la familia que allí hablaban. Entonces ella se sintió más excitada al pensar en su sobrino e imaginárselo haciéndole el amor.

Después de aquel día, Marta se sentía extraña. Cada vez que miraba a su hijo Juan ya no lo veía de igual modo. Sin tener una razón concreta, lo miraba y estudiaba su cuerpo como si fuera un hombre que no conociera de nada y el recuerdo de la excitación producida por el comentario de Chari le hacía imaginárselo haciéndole el amor.

Al principio estos pensamientos le hacían sentirse mal, pero poco a poco la estimulaban y excitaba de tal modo que en los días en que su marido estaba de viaje, acababa teniendo unos orgasmos tremendos con masturbaciones en las que su hijo le hacía todo lo que a ella le gustaba.

Hubo un día en que, como siempre, su marido estaba de viaje y el hijo pequeño estaba de campamento pues era verano. Estaba sola en casa y un rato después su cuñada le trajo a su hijo Juan que había pasado el día en su casa y a su sobrino Eduardo para que pasaran otros días en casa Marta.

Después de hablar un rato con su cuñada María, ésta se marchó y Marta quedó sola en su casa con los dos adolescentes. Cuando fue a avisarlos para cenar, estaban en una piscina portátil que habían instalado en el jardín de la casa. Se quedó a verlos salir del agua. Era extraño, se sentía excitada ante la vista de los cuerpos de los muchachos. No lo podía resistir, permaneció allí viéndolos y animándolos para que se dieran prisa para cenar.

Aquella noche en la soledad de su cama vacía se empezó a imaginar que estaba en jardín preparada para darse un baño. Entonces se imagino, mientras en la realidad su mano comenzaba a tocar su vulva, que su sobrino Eduardo la abrazaba por detrás y comenzaba a darle mordiscos en el cuello. Ella llevaba los brazos atrás y agarraba las caderas del chaval para pegar su culo al paquete que portaba que estaba duro y podía sentir perfectamente. Ella movía su culo y lo rozaba, mientras las manos de él subían por sus caderas hasta alcanzar sus pechos que acariciaban.

Entonces imaginó que su hijo Juan los miraba desde la piscina y salía de ella para acercarse a su madre, se arrodilló delante de ella y, poniendo las manos en las caderas de ella, comenzaba a besar su pubis.

Marta en la cama se retorcía de placer al imaginarse amada por su hijo y sobrino. Su mano no dejaba de frotar su sexo y comenzó a meter un dedo dentro de su vagina. La excitación la hizo imaginarse de cuclillas entre los dos, agarrada a ambos penes y masturbándolos, mientras ellos la acariciaban y tocaban sus tetas. Entonces comenzó a mamar la de Eduardo y casi la podía sentir llenando toda su boca. La sacó y Enrique le arrimó la suya para que le hiciera lo mismo.

Cuando imaginó que tenía los penes de los dos en su boca, no pudo resistir. El ritmo de su masturbación se aceleró y sintió como se inundaba su vagina al sentir un gran orgasmo en el que tuvo que ponerse la almohada en la boca para ahogar los gritos de placer que estaba teniendo. Después de descansar un poco, fue al baño de su habitación y decidió darse una ducha para aplacar la calentura que sentía en su mente.

A la mañana siguiente se levantó algo preocupada. No era normal la excitación que había sentido la noche anterior con su sobrino y con su hijo. Mientras los dos jugaban y se distraían, ella estaba preocupada por aquello. Entonces, por la ventana de la cocina los veía en el jardín jugando a bádminton y de nuevo empezó a sentirse excitada. Aunque no quería, sus ojos se posaban en los cuerpos de ellos y sentía un inmenso placer al pensar en ellos dos poseyéndola.

Entonces el sonido del teléfono la sacó de su trance y contestó. Era su cuñada María que le pedía si Eduardo podía quedarse toda la semana con ellos. Marta no puso ningún problema en ello, aunque en su interior se producía una gran lucha, por un lado no quería verlo para no sentir aquel deseo, pero su sexo se humedeció al pensar que podía tenerlo más tiempo, total, su marido vendría un día antes de que Eduardo se marchara y después de calentarse varios días, se desfogaría haciéndolo con su marido.

Se animó pensando que utilizaría la situación para calentarse hasta el punto máximo en espera de su marido. Si llegaba a tener demasiado "calor" haría lo que la otra noche. Llamó a los dos cuando la comida estuvo hecha y se fijaba en los cuerpos de ellos. Juan tenía puesto un bañador pequeño y ajustado que marcaba un hermoso aparato. Se fijó que su hijo era delgado, pero muy musculoso, cada movimiento que hacía marcaba el grupo de músculo que usaba. Eduardo era algo más gordito, sus músculos no se marcaban tanto, pero a cambio era grande. Éste llevaba un bañador más amplio que no dejaba adivinar como sería su aparato. Imaginaba lo gustoso que sería sentir las embestidas de aquel joven cuerpo mientras la penetraba y tuvo que parar de pensar pues su sexo volvía a mojarse, sin duda se estaba convirtiendo en una madura salida y calenturienta.

Después de comer, obligó a los dos a ayudarla a recoger los platos y dejarlo todo en orden para poder ir los tres al jardín pues ella también quería bañarse. No tardaron más de media hora en recoger todo. Ella decidió tomar el sol en el jardín y ellos decidieron dormitar un rato delante del televisor en el salón.

Marta salió al jardín con un bikini y sola. Se dio un baño en la piscina y después de un rato decidió tumbarse al sol para broncearse. Cuando se dirigía a la toalla se le ocurrió. Llamó por la ventana del salón a su hijo para que le ayudara a untarse la crema protectora para no quemarse. Entonces salieron los dos al patio.

-¿Los dos vais a untarme la crema? – preguntó.

-Si tú quieres… - dijo Juan. - ¿Tú quieres? – le preguntó a su primo.

-Vale. – fueron sus únicas palabras.

Marta se colocó bocabajo en la toalla a pleno sol. Ya estaba algo morena pues no era el primer día que tomaba el sol. Cada uno se colocó a un lado de ella que desabrochó el sujetador. Sintió como la fría crema se derramó por varias partes de su espalda y como las manos de ambos la empezaron a extender. Sintió las cuatro manos deslizarse por su cuerpo. Juan era más delicado y la acariciaba, mientras Eduardo era más brusco y rápido en sus movimientos.

Se le ocurrió sobre la marcha, con las manos agarró la tela del bikini que cubría los cachetes blancos de su culo y, tirando de ellas, se colaron por la raja de su culo haciendo que pareciese un tanga y sus blancos cachetes quedaron a la vista de los dos chavales. No tuvo que indicarles nada a ninguno, sintió como Juan esparcía crema en ambos cachetes y cada uno se dedicó "sobar" la parte que le había tocado.

Marta se dio cuenta de que aquello los había perturbado y miró al bañador de Eduardo para ver si se notaba alguna señal de excitación. ¡Y vaya si se notaba! En el amplio bañador se notaba como la punta de su pene empezaba a formar una hermosa carpa. Se volvió a su hijo para mirarlo con disimulo y vio como el ajustado bañador casi no podía contener la eminente erección que le producía su madre.

Marta se sintió orgullosa al ver que su cuerpo aún excitaba a los hombres, aunque fueran de su propia familia y sintió vergüenza al sentir como se mojaban las bragas del bikini. Ellos estuvieron más tiempo del necesario para extender la crema en sus cachetes, habían tardado más tiempo en su culo que en toda su espalda, que indicaba una de dos cosas: o bien su culo era más grande que toda su espalda o que los dos disfrutaban de la visión y toqueteo de la madura que acariciaban.

Después de un rato, decidieron que era momento de dejarla y ambos se levantaron para ir al agua. Se miraban y tenían sendas erecciones que no se podían disimular. Se disponían a marcharse cuando ella se volvió y les habló.

-¡Esperad! – dijo Marta – Me falta la parte del pecho y ya os dejo, de verdad.

Los dos se volvieron y los ojos de Eduardo se abrieron más que nunca. Marta estaba sentada en la toalla, apoyada sobre sus brazos, en una postura natural pero demasiado sensual y además sus pechos estaban al aire. No eran muy grandes ni muy pequeños, tenían unos pezones grandes, erectos y muy oscuros. Los ojos de Eduardo no se apartaban de aquellas dos maravillas y aumentó la carpa que se había formado en su bañador. Su hijo ya la había visto muchas veces de tal forma, de manera que no le sorprendió la visión, pero si la petición de ella, por delante se podía untar perfectamente sola, así que adivinó algo raro en aquella situación.

Marta se tumbó en la toalla y sus pechos cayeron a ambos lados de su cuerpo. Puso los brazos por encima de su cabeza y su cuerpo parecía aún más hermoso. Eduardo se volvió a arrodillar junto a su tía que esperaba para que la ayudasen. Juan dijo que tenía que ir al servicio y dejó que su primo esparciera la crema por el cuerpo de su madre.

Juan, desde una de las ventanas de la casa, observó, sin que lo vieran, como su primo acariciaba el cuerpo prácticamente desnudo de ella. Se excitó al verlos y empezó a acariciarse el pene viéndolos. Sonó el teléfono y contestó. Era su padre que llamaba para ver como iban las cosas. Se lo llevó al jardín para que hablara con él y ella se tapó como si pudiera verla en aquella situación. Eduardo la dejó y se metió en la piscina junto a Juan.

El resto de la tarde pasó sin más situaciones de este tipo. A la hora de siempre cenaron y después de un buen rato, los tres marcharon a la cama. Ella volvía a estar sola en su cama y hoy estaba más caliente que nunca, había sentido las manos de los dos en su cuerpo y había comprobado que se excitaban con ella. Al igual que el otro día, volvió a meter la mano en su sexo y a imaginarse que tenía sexo con los dos. No tardó mucho en venirle otro gran orgasmo. Hoy, no sabía bien el motivo, había tenido más flujos y había mojado incluso un poco la cama. Se quitó las bragas empapadas y quedó sólo con la camiseta que usaba como pijama.

Se levantó y corrió, para que no la vieran, al otro cuarto de baño donde estaba la ropa sucia. Con las prisas abrió la puerta del baño rápido y se encontró a Eduardo delante del inodoro con su pene en la mano y masturbándose. Se quedaron paralizados, él con su instrumento listo para el combate y en la mano y ella con las bragas mojadas en la mano y con una camiseta que dejaba ver los primeros pelos de su sexo.

Ninguno sabía que hacer y él fue el primero que tuvo alguna reacción. Alargó la mano y cogió las bragas, se las llevó a la nariz, las olfateó y siguió masturbándose. Marta entró ante aquel espectáculo y cerró la puerta tras ella, llevó la mano a su mojado sexo y comenzó de nuevo a tocarse mirando a su sobrino.

Ninguno de los dos decían nada, sólo se limitaban a mirarse y tocarse cada unos su sexo. Estaban muy excitados por la situación. Eduardo se giró y se puso frente a su tía apuntando su pene para ella. Estaban a unos dos metros de distancia de separación y ambos miraban el sexo del otro para excitarse aún más en su loca y frenética masturbación.

Él sentía el olor de las bragas y miraba el peludo y bien cuidado coño de su tía, cómo sus dedos entraban y salían de su interior y cómo ella gruñía levemente por el placer que se daba. Ella veía su hermoso pene, no demasiado largo, pero con un glande exagerado para aquel pene que debía dar mucho placer al separar las paredes de la vagina por donde entrara. No tardaron mucho en sentir, casi a lo unísono, un grandioso orgasmo. Ella daba apagados gemidos de placer mientras su sexo chorreaba flujos. Él gruñía, no demasiado fuerte, hasta que de su gran glande salieron chorros de semen que cayeron a los pies de ella.

No se dijeron nada en ningún momento. Él olió por última vez las bragas y las echó en el cesto de la ropa y ella salió rápidamente y se ocultó en su cuarto a pensar en lo que había pasado. Aquello ya estaba llegando demasiado lejos. No era demasiado malo excitarse con la visión de su sobrino, pero se habían masturbado juntos, mostrando sus sexos y eso ya era otra cosa. Con un leve llanto se prometió que no volvería a pasar y se durmió.

A la mañana siguiente se levantó y pensó que todo había sido un sueño, o por lo menos tenía la esperanza de que nada hubiera pasado. Bajó a la cocina y allí encontró a los dos preparándose el desayuno. Ella intentó actuar como si nunca hubiera pasado. El resto del día transcurrió sin más y por la tarde decidieron ir al cine los tres. Todo transcurrió con normalidad y después de todo el día, se fueron a dormir.

Marta estaba tranquila. Estaba acostada de medio lado dando la espalda a la puerta. Todo había quedado en una calentura momentánea y nada más. Eduardo se comportó totalmente normal el resto del día así que ya no había problemas, ella se olvidaría de todo. Sintió como la cama se movía y se tensó cuando sintió como una mano se deslizaba por su muslo hasta llegar a sus caderas.

Se giró de golpe para darle una guantada a Eduardo, pero se encontró con su hijo que le pedía perdón por asustarla y pedía dormir con ella pues su primo roncaba demasiado y no lo dejaba descansar. Ella se relajó, le dio permiso al hijo para que se quedara allí y volvió a tomar la misma postura de antes. Él la tapó con la sábana y pasó el brazo por debajo de su cabeza, adaptó su postura a la ella y pasó el otro brazo por su cintura abrazándola.

Ella agradeció la presencia de su hijo pues así el otro no intentaría hacer nada, ya sólo faltaban dos día para que regresara a su casa y acabaría aquella calentura que se le estaba yendo de las manos. Ella estaba en estos pensamientos cuando sintió como su hijo presionaba su culo con su sexo. Él le mantenía un poco de tiempo todo su paquete contra su culo y ella sintió como el pene creció en poco tiempo, lo sentía en la raja de su culo. Primero se asustó, pero, sin poder resistirse, sentía que se excitaba de nuevo cada vez más.

No podía creerlo, el día anterior se masturbó delante de su sobrino y esa noche sentía placer con los roces de su hijo. Se estaba volviendo en una madura demasiado "guarra". No sólo le ponía los cuernos a su marido, si no que lo hacía con sus niños. No podía evitarlo, cada vez se sentía más caliente y su sexo empezó a humedecerse. Aunque intentaba luchar contra ese deseo, no podía, poco a poco se abandonó al placer olvidándose de las consecuencias.

Juan seguía rozando su pene por el culo de la madre y cada vez era más descarado al ver que ella no se quejaba. Pasó su mano por las caderas de ella hasta llegar a su muslo, lo acariciaba con placer a la vez que seguía frotándose contra su hermoso culo. Entonces ella agarró la mano que tenía a la altura de su cara y empezó a chupar el dedo gordo como si mamara una polla. Esto lo excitó y puso la otra mano en el vientre de la madre.

Ella estaba mareada por la mezcla de placer, excitación y culpa por lo que hacía con su hijo. Abrió un poco las piernas al sentir como la mano de él bajaba y se metía por dentro de sus bragas tocando los pelos de su sexo.

Era la primera vez que tenía relaciones con una mujer. Nunca imaginó como sería la primera vez que lo hiciera, pero tener entre sus brazos a su madre le daba más placer que pensar en hacerlo con cualquiera de su edad. Su pene estaba duro y tan grande que no lo podía reconocer, lo frotaba contra ella y no sabía que era aquella mezcla de sentimientos que tenía.

Marta sintió como el pasaba su mano por su sexo sin saber que tenía que hacer para darle placer. Sin duda era la primera vez para él y eso la excitaba aún más. Agarró el filo de la braga y la bajó para dejar su culo al aire. Buscó a su hijo e hizo que su pene saliera del calzón. Sintió la calidez de aquel pene joven y duro que se frotaba cada vez más contra su redondo culo.

Juan notó como el sexo de su madre estaba muy mojado. Pasaba su mano por él y empezó a explorar aquella raja con un dedo. Entre los abundantes pelos sintió como se separaban los labios y entraba tímidamente en su madre. Acarició aquella raja con suavidad y sintió como la madre gozaba con leves gemidos.

Marta separó su culo de su hijo y empujó el pene para que se colara entre las piernas de ella que permanecían abiertas. Sintió como aquello era largo, no la podía ver, pero la sentía como se desplazaba desde su culo hasta sobrepasar su vagina un buen trecho, su hijo era largo, sin duda, en su parte baja.

Juan notó como su pene pasaba sobre su mano al colocarla ella allí. Tuvo la intensión de agarrarla y pasarla por la raja que tocaba, pero al sentir la mano de ella sobre su glande haciéndole caricias y masturbándolo, le hicieron desistir.

Ella podía tocar un buen trozo de pene por delante de su sexo. Sin duda tenía que ser grande. Ardía en deseos de meterse a su hijo en el interior, pero no tenía preservativos y no quiso correr riesgo. Empezó a sentir la respiración entrecortada de él en su espalda y los besos que le daba en la nuca y cuello. Se excitó más aún y gimió de placer.

Él sacó su mano del sexo de la madre mientras la besaba en el cuello, agarró sus caderas con la mano e instintivamente comenzó a moverse haciendo que su pene se deslizara por encima de la raja de su madre. Sentía un nuevo e inmenso placer con aquello. Acariciaba el desnudo culo de ella a la vez.

Marta se quitó por completo las bragas al sentir como su hijo comenzaba a pasar su pene por su húmedo sexo, con una mano separó los labios e hizo que aquel largo y duro miembro le rozara bien el clítoris en su movimiento rítmico y a veces violento. Después volvió a poner la mano sobre el glande para acariciarlo cuando salía de entre sus piernas.

Juan aumentó el ritmo de sus movimientos y empezó a acariciar los pechos de ella, sintiendo los duros y erectos pezones de ella. No paraba de besar y mordisquear el cuello de su madre que gimoteaba y acariciaba el culo de él con una mano para ayudarlo a seguir el ritmo.

El sentir la mano del hijo tocando sus pechos, sus labios mordiendo y besando su cuello y el constante roce del glande del chaval sobre su clítoris hicieron que no aguantara más y poniéndose tensa se corrió entre los brazos del hijo que poco segundos después descargo su semen en la mano de ella que le acariciaba. Ella acarició insistente su glande para que le diera todo el semen, mientras sentía sobre su culo las convulsiones de su hijo al correrse.

Él le pidió perdón e intentó separarse de ella, pero ésta no lo dejó y lo obligó a permanecer abrazado a ella. Sentía como su pene menguaba entre sus piernas mientras en su mano mantenía el semen del hijo. Él acariciaba a la madre y la besaba. Nunca habían sentido tal placer, él por no haberlo tenido nunca y ella por la excitación y el placer de hacerlo con su hijo que además estaba bien dotado.

Cuando su pene se relajó, se separaron. Ella marchó al baño de su habitación y se limpió la mano llena de semen. Se limpio en el bidet y buscó unas bragas limpias en los cajones. Entonces tuvo una buena sorpresa, en uno encontró una caja de preservativos con dos o tres en su interior. Se volvió a mojar su sexo al pensar en ser penetrada por su hijo.

Ya se había depravado totalmente y no quería pensar en nada, solamente quería tener sexo con su hijo. Se desnudó por completo y volvió a la habitación, encendió una pequeña lamparita y comprobó que la puerta estaba cerrada. Estaba decidida a tener sexo con su hijo aquella noche.

Juan estaba en medio de la cama con los calzoncillos medio bajados y el pene flácido después de eyacular en la mano de ella. La miraba, su cuerpo desnudo y se fijaba en cada parte, en sus tetas, en su culo, en los pelos de aquel sexo que le había dado tanto placer. Su pene volvió a excitarse y empezó a crecer un poco.

Marta lo miró y agradeció la juventud de su hijo pues el marido para tener más sexo después de una eyaculación tenía que esperar al menos una hora, mientras su joven hijo estaba ya reaccionando a los estímulos visuales de su madre. Se subió en la cama y, a cuatro patas, comenzó a lamer los genitales y el largo pene. No se había equivocado en sus cálculos en la oscuridad, la tenía larga, por lo menos de veinticinco centímetros y con cada pasada de lengua por ella, se iba poniendo más y más dura.

Él veía como la madre le lamía con una cara de excitación, nunca había imaginado que su madre fuera tan sensual haciendo el amor. La miraba y sentía que se enamoraba de la mujer que le enseñaba a dar placer. Acarició su cabeza en señal de amor. Ella se giró sobre el pene para ofrecerle una visión de su culo. Alargó la mano y empezó a acariciarlo.

Ella tenía en su boca una hermosa, larga y dura herramienta de placer. Sintió como su hijo le pasaba la mano por la raja de su vagina encontrándola húmeda de nuevo. Rápidamente sacó un preservativo y se lo colocó. Se giró, sin dejar de acariciar su pene, y abrió las piernas sobre él, se fue sentando mientras dirigía el pene a su interior y empezó a sentir como se abría paso en ella. Al poco la tenía toda dentro y le llegaba hasta donde antes nadie había entrado.

Veía a su madre sobre él, con su pene totalmente dentro y moviéndose poco a poco para que tuvieran placer. Acarició sus muslos y continuó hasta que cada mano acariciaba un cachete del redondo culo para moverlo al ritmo de las penetraciones. Su madre se inclinó sobre el y le ofreció uno de sus pechos para que lo chupara. Pasó su lengua por aquel duro y oscuro pezón, brotando un pequeño gemido de la boca de ella al sentirlo. Entonces lo envolvió con los labios y chupó con fuerza. El gemido se convirtió en un grito y agarrando su culo firmemente, la penetraba algo más rápido.

Ella había sentido placer con la boca de su hijo en su teta, pero el ritmo frenético y el largo pene que le entraba hasta lo más profundo la volvieron loca y no tardó en tener un primer orgasmo. Se dejó caer sobre él al sentir que perdía las fuerzas al tener el orgasmo que no consiguieron frenar al hijo en sus penetraciones, consiguiendo que ella se sintiera mareada de placer y a merced de su hijo.

Veía como su madre no tenía fuerzas casi ni para gemir de placer, pero se había propuesto darle el máximo placer a ella y no bajó el ritmo de las penetraciones. De nuevo vio como la cara se volvía a descomponer por el inmenso placer que estaba sintiendo y la agarró por el cuello mientras ella gemía y se retorcía sobre él pidiendo que parara de darle placer, que se iba a morir de gusto. Entonces no pudo parar, sintió que se iba a correr y siguió penetrándola. Ella no gemía, no tenía fuerzas ni para seguir el ritmo de su hijo, solamente podía clavar sus uñas en él y aguantar el placer hasta que sintió como él se corría dentro de ella reteniendo su semen el preservativo.

Pararon sus movimientos para descansar. Los dos estaban sudorosos y sus respiraciones eran agitadas por el sexo. Marta se dejó caer a un lado y salió el pene, quitó el preservativo y al hacerle un nudo para que no se derramara, observó la gran cantidad de esperma que había lanzado. Se volvió para soltarlo en la mesita y se sobresaltó al ver que Eduardo estaba junto a la puerta con la polla al aire y masturbándose. "Ayúdame" fue lo único que dijo él.

Marta se levantó de la cama y se aproximó Eduardo. Juan los observaba desde la cama mientras descansaba. Ella se puso en cuclillas delante de su sobrino y le quitó las manos del ariete que portaba. Comenzó a masturbarlo poco a poco y él gruñía y gimoteaba. De golpe y sin pensarlo se metió el pene dentro de su boca y sintió como se le llenaba con el grandioso glande.

Eduardo ya había tenido sexo con alguna mujer, pero nunca le habían hecho una mamada. Sentía como la boca de su tía se tragaba todo lo que podía. Sentía como el ritmo aumentaba y cada vez tenía más ganas de correrse.

Ella seguía dándole placer con su boca hasta que sintió que se tensaba el cuerpo de él y la sacó para seguir con la mano. No sabía por qué, pero abrió la boca delante del gran glande y esperó, mientras seguía agitando el pene, que el sobrino soltara todo el contenido de sus testículos dentro de su boca. Casi se atraganta al entrarle un gran chorro de semen hasta el fondo de su garganta. Los demás cayeron en su boca y pechos. Cuando lanzó todos los chorros, ella abrió la boca y mamó un poco más aquel pene.

Marta se acostó aquella noche en medio de la cama y a ambos lados tenía a su hijo y por el otro a su sobrino. Aunque sintió un poco de remordimientos por lo que había hecho, los ignoró y disfrutó del recuerdo de la noche de sexo que había tenido y pensó que, si no había problemas, podría disfrutar otras tantas de aquellos dos jóvenes machos.