Lujuria Roja (1:Picor de Placer)
"...y después continuó bajando hasta la polla ... y se la metió en la boca de una sola vez. La pulió con su lengua, degustando cada mínima gota con una insaciable sed durante un par de minutos, pero la abandonó buscando otro rincón aún más dulce que poder saborear..." Primer capitulo.
Riiiiing.
Nada más oírlo David se dio cuenta de que incluso el interfono de aquel colegio masculino cristiano, “Los Tres Ángeles Custodios”, era extremadamente tradicional.
Él y Jaime, su compañero en la empresa de fontanería “Tubos y Tuberías García”, habían sido llamados para solucionar algo sobre una ducha.
–¿Sí? –preguntó una voz masculina al otro lado.
–Tubos y Tuberías García, trabajamos noche y día: tanto si necesita tapar un agujero, anchar una tubería estrecha o hacer que de un grifo el líquido brote, somos sus hombres –dijo David justo tras dar un sonoro y hastiado suspiro.
Odiaba enormemente tener que pronunciar aquella entradilla absurda. ¿Acaso los jefes no entendían que no tenia sentido dar el coñazo a alguien que ya les había contratado? Volvió a suspirar sin poder evitarlo.
–Emmm si, pasen –respondió la voz mientras presionaba el botón para que se abriese la puerta.
Tanto David como Jaime eran muy jóvenes, diecinueve y dieciocho años respectivamente, pero no por ello tenían poca experiencia. Ambos habían dejado los estudios a muy temprana edad y ninguno de los dos soportaba estar cerca de algo mínimamente parecido a un colegio, pero el trabajo era el trabajo.
–Realmente pareces idiota cuando dices esa frase –dijo Jaime detrás de él, mientras se ajustaba su mono de trabajo azul, cogía la pesada caja de herramientas de la furgoneta con la mano derecha y se apartaba un mechón rebelde de pelo dorado de los ojos con la izquierda.
–Tu novia no decía lo mismo anoche, Matt Damon –bromeó David haciendo referencia al pelo y la cara de su compañero, mientras sujetaba la puerta hasta que este se acercase–. Pero sabes perfectamente que nos obligan en la empresa.
–Al menos podrías quitar la voz de robot cuando lo dices, entre eso y tu cara pareces el hombre lobo de “crepúsculo” –respondió Jaime con una sonrisa de oreja a oreja, señalando el enorme parecido físico de su compañero con el actor.
David se giró de golpe y se quedó mirándole durante un par de segundos.
–Eso no se te ha ocurrido ahora, ¿verdad?
–No, se me ocurrió ayer mientras cenaba. Estaba esperando el mejor momento para soltarlo –admitió sin dejar de sonreír–. Y por cierto hace años que Matt Damon ya no lleva el pelo rubio, ahora lo tiene corto y negro como tú.
–Al principio hasta decía la frase fingiendo algo de entusiasmo –volvió al tema anterior–, pero después de tanto tiempo pienso “¿Para qué?” –explicó David mientras cruzaban la puerta y atravesaban la recepción.
Se detuvieron en mitad de aquella sala y al cabo de un minuto apareció por una de las puertas un hombre negro y corpulento de unos treinta años, con la cabeza rapada y totalmente afeitado, que llevaba ropa de chándal y un silbato colgado del cuello.
–Hola, buenos días, soy Pedro, el entrenador del equipo de Judo y también el jefe de estudios –dijo estrechándoles la mano.
–Buenos días –dijeron los dos al unisonó– Bueno… usted dirá –añadió David, que era quien se ocupaba siempre de hablar.
–Sí, es en el vestuario del gimnasio –dijo, haciéndoles un leve gesto para que le siguiesen, mientras se dirigía a unas escaleras de bajada–. Normalmente nuestro conserje, Damián, es el que se encarga de estas cosas, pero hace casi una semana que no aparece… –explicó.
A medida que recorrían escaleras y pasillos que parecían no tener fin, David no pudo evitar recordar sus años de colegio. El nunca había ido a un colegio privado como ese, pero en cierto sentido todos eran iguales: masificados de niños a mas no poder, con profesores que pasaban olímpicamente de nada que no fuesen sus salarios, y aburridas lecciones de asignaturas de las que nunca volverían a oír hablar ni les servirían de nada en la vida…
Cuanto más tiempo lo pensaba más se felicitaba por haber abandonado aquella perdida de tiempo para encontrar un trabajo de verdad. Cierto era que la paga no era la mejor del mundo y que eran bastantes horas de esfuerzo físico, pero era algo seguro. Y eso era más de lo que los universitarios en la cola del paro podían decir.
Llegaron hasta el vestuario del gimnasio, un enorme recinto lleno de taquillas y bancos de madera, sin duda demasiados para el número de personas que allí debía haber por clase o equipo… pero a parte de eso nada extraño.
El hombre que les acompañaba continuó andando hasta llegar a las duchas, y allí la vieron.
De las nueve duchas que conformaban toda la zona, se trataba de la ducha central. Una alcachofa con aspecto de llevar años y años oxidada. Aquello era tan ridículo que David y Jaime no pudieron evitar mirarse mutuamente. ¿ Para esta mierda nos llaman?… como se nota que es un colegio pijo, pensó David sin dejar de mirar el anaranjado aspecto del aparato.
–Sé que parece una tontería –se adelantó Pedro–. Pero creemos que el oxido se esta metiendo hacia adentro y esta haciendo que baje la presión de todas las duchas y también del agua caliente –explicó como si se defendiese de una acusación no pronunciada.
–Ya, es lógico –dijo David, tragándose las ganas de decir que era una tontería–. Esperemos que no haya que picar la pared y demás, porque el presupuesto se dispararía bastante, pero lo más probable es que baste con cambiar la alcachofa y alguna cosa más –continuó, quitándole importancia.
–En fin, os dejaré solos para que trabajéis más cómodamente –dijo Pedro retrocediendo levemente–. Si tenéis algún problema o alguna duda, preguntad por mí en recepción… de todas maneras bajaré en un rato a ver que tal –añadió, mientras se dirigía a la salida.
–Tengo una duda –dijo de pronto Jaime, haciendo que Pedro frenase sus pasos–. Si tienen conserje… ¿porque esta ducha ha llegado a oxidarse? –preguntó con curiosidad.
–Pues la verdad es que esa ducha ha estado así desde que entré por primera vez al colegio –admitió Pedro–. Antes de ser un colegio creo que era una especie de monasterio, así que es posible que la ducha estuviese así desde entonces –especuló–. El conserje siempre se ha negado a arreglarla, no sabemos porqué… esa es la otra razón para llamar a gente de fuera.
Jaime simplemente asintió sin decir más.
–En fin, lo dicho, estaré arriba si me necesitáis… hasta luego –Y sin más salió dando un leve portazo, que sin embargo retumbó enormemente en el vestuario.
–Que cantidad de trabajos estúpidos tenemos que hacer –dijo Jaime, dejando la caja de herramientas junto a la ducha.
–Sí, pero los trabajos estúpidos son los que pagan las cosas al final –admitió David–. Consuelate pensando que ya es viernes... por cierto, ¿has cogido la escalera? –preguntó mientras observaba la alcachofa.
–No… –respondió Jaime lanzando un gran suspiro–…pero hay una aquí –añadió con cierta sorpresa, al tiempo que señalaba una de las duchas de la izquierda.
En efecto, una simple y corta escalera de mano estaba apoyada junto a una de las duchas, como si alguien hubiese presupuesto que la iban a necesitar.
–Nos preparan las cosas y todo, que considerados –dijo David en tono burlesco, mientras cogía la escalera y la abría bajo la ducha central.
–Ve pasándome las herramientas –dijo Jaime tras subir un par de peldaños y examinar la alcachofa más detenidamente.
Efectivamente estaba oxidada hasta el fondo, tanto que parecía que nadie la hubiese tocado en varias décadas. A punto estaba de empezar a retirarla cuando David le detuvo.
–Espera, voy a buscar la llave de paso –dijo alejándose durante casi un minuto. Tras ese tiempo gritó “¡Ya está!” aparentemente desde el otro lado del vestuario.
Al oír el grito, Jaime comenzó a aflojar la alcachofa lentamente, pero tras un par de segundos algo falló. Un enorme chorro de líquido caliente, rojo y pegajoso salió disparado rompiendo la alcachofa y empapando la cara y parte del mono de trabajo de Jaime. La sorpresa le tiró de la escalera y a punto estuvo de partirse la cabeza, pero consiguió aterrizar como pudo.
David, al oír el estruendo, corrió hasta su compañero lo más rápido que pudo.
–¿Estás bien? –preguntó, justo antes de ponerse a observar el chorro de la ducha con fascinación.
–Creía que habías cerrado la llave –dijo Jaime incorporándose como pudo.
–Lo he hecho… ¿qué coño es eso? –preguntó sin dejar de observar el hueco que la alcachofa había dejado.
El chorro de líquido escarlata continuó saliendo a borbotones irregulares inundando todo el suelo de las duchas en unos instantes.
–Ni puta idea pero… –contestó Jaime, dejando la frase a medias y quedándose totalmente quieto.
David observó de pronto que tenía la cara manchada de esa sustancia.
–¿Estás bien? –volvió a preguntar, preocupado por que se tratase de alguna sustancia corrosiva como acido.
– …es dulce –murmuró Jaime relamiéndose los labios sin salir de su asombro.
–¿Qué? –preguntó David sin creerse lo que acababa de oír.
–Es muy dulce –respondió Jaime cogiendo un poco más del liquido que aún cubría su cara con el dedo índice y probándolo más profundamente.
David no salía de su asombro. Su compañero acababa de pringarse la cara con un extraño líquido rojo que salía a chorros de detrás de una pared y lo único que decía era que era dulce mientras lo probaba sin el menor asco.
–Tienes que probarlo –dijo de pronto Jaime mirando a su compañero a los ojos.
–¿Se te va la pinza? No voy a probar esa cosa.
–Es muy dulce –repitió Jaime sin parar de relamerse–… Y picante… –añadió con una ligera sorpresa.
David no entendía que estaba pasando.
–Es picante, como salsa barbacoa –explicó cogiendo un poco más y metiéndoselo en la boca–. Pero si pruebas más deja de picar… es la hostia –dijo sonriendo–. Además está caliente…
–Tío, deberías quitarte eso rápido –dijo con cierto temor–. No creo que esa cosa sea comestible por muy dulce que sepa.
–Ahora pica más que antes –dijo Jaime recogiendo un nuevo chorro de su cara y metiéndoselo en la boca–. Pero cada vez es más dulce.
–Tío, si te pica la lengua cada vez más no deberías seguir chupándolo –dijo David aún más asustado.
–No… no es sólo la boca –respondió bajando levemente la cremallera del mono de trabajo y metiendo su mano derecha en el interior–. Pica por todo el cuerpo –añadió acariciándose suavemente los pezones–. Pero es un picor… agradable.
–Tío... –David retrocedió un par de pasos cada vez más asustado y se quedó mirando a su compañero sin saber que hacer o decir.
–Es tan dulce –murmuró Jaime sin dejar de acariciarse–. Y el picor es tan… es agradable como… como el calor del alcohol pero distinto, como… como si te hirviera la sangre.
David se giró y observó el chorro que seguía saliendo de la oquedad sin parar. Cuando torció su cabeza de nuevo, Jaime le miraba fijamente.
–Tienes que probarlo –dijo seriamente, mientras su respiración se entrecortaba por la excitación y el calor.
–Emmm… creo que paso –dijo David cada vez más asustado.
–En serio tío, tienes que probarlo –repitió Jaime cerrando los ojos un momento al tiempo que se relamía
–No, de verdad, yo paso… todo para ti –dijo, pensando que quizá lo mejor fuese salir de allí rápidamente y llamar a un medico.
–Como quieras –dijo Jaime girándose hacia el chorro. Puso una mano debajo y dejó que la espesa sustancia cayese ampliamente en su palma–. Si no quieres probarlo… –llevó su palma a la boca y relamió el líquido carmesí sin control manchándose totalmente la boca, tras lo cual volvió a mirar a David–…. tendré que obligarte –dijo de pronto, abalanzándose rápidamente sobre su compañero y besándole en los labios.
David no pudo reaccionar con la velocidad suficiente para esquivar a Jaime. Y a pesar de que consiguió apartarle al segundo siguiente de que sus bocas se tocasen, el rojo liquido estaba ya pegado a sus labios. Intentó limpiárselos con la manga del mono antes de que nada pudiese suceder, y en parte llegó a lograrlo, pero tras hacerlo sus labios quedaron secos y la lengua salió para humedecerlos en un acto reflejo, que hizo que probase la extraña pasta escarlata sin querer.
–Es dulce –murmuró sin poder evitarlo, mientras Jaime le observaba casi sin moverse.
Ciertamente, el líquido debía ser la cosa más dulce que David hubiese probado jamás. Como una extraña y pegajosa miel carmesí que hacía que su boca salivase pidiendo más. El extraño calor que Jaime le había narrado brotó de golpe en su boca acompañado de un ligero, y sin embargo profundo, picor, que no se asemejaba a nada que hubiese probado jamás.
Consciente todavía de que si no hacia algo rápido aquello podía ir a peor, corrió rápidamente hacia otra de las duchas, la abrió e intentó beber mucha agua para que esta calmase el picor, pero fue inútil.
A pesar de todos sus esfuerzos, o de la ingente cantidad de agua que pasase por su boca, el picor se negaba a abandonarle, como si se hubiese adherido a su lengua. El calor también iba en aumento, extendiéndose desde la boca hacia el torso y también a la cabeza.
David comentó a jadear sin poder evitarlo debajo de la ducha. El agua no conseguía apagar su fuego interior, de hecho empezaba a dudar que nada pudiese hacerlo.
Jaime simplemente le observaba divertido, consciente de que David estaba batiéndose en un duelo perdido de antemano. Pero, ¿para qué batirse? ¿Por qué intentar evitar aquella maravillosa sensación?, ¿por qué intentar apagar ese volcán interno que parecía que podía explotar en cualquier momento? Tenia que ayudarle. Tenia que ayudar a su amigo a comprender que esa lucha era absurda. Su cuerpo ya lo comprendía, pero su mente aun se resistía y eso debía cambiar.
Jaime volvió a meter su mano bajo el chorro rojizo de la ducha central y se acercó lentamente hasta su compañero.
–Prueba más –dijo simplemente acercándole la mano a la boca.
Aun bajo el chorro de agua, David observó la mano de Jaime casi sin parpadear.
El calor y el picor empezaban a hacerse insoportables, y de alguna manera su cuerpo sabía que solo esa extraña sustancia roja podía calmarlos. Incluso Jaime le había dicho que tras probar un poco más el picor desaparecía por momentos. Necesitaba calmar el picor. Ya empezaba a extenderse a través de su torso y su espalda y la sensación era como una urticaria imposible de rascar. De hecho, hacia ya tiempo que sus manos habían comenzado a moverse de manera involuntaria por su cuerpo intentando calmar la picazón, pero era inútil. Por más que sus uñas rascasen su cuerpo el hormigueo no desparecía. David sabia que eso era porque el picor era interior, y por tanto nada podía lograr de esa manera. En ese punto necesitaba pararlo como fuese, calmarlo de cualquier manera, y la mano de Jaime se le presentaba como un oasis repleto de agua en mitad del desierto.
Su mente, todavía ligeramente consciente, se resistía a dar el paso, pero el cuerpo estaba tomando lentamente el control. David continuó observando la mano de su compañero y tuvo la sensación de que se acercaba poco a poco, hasta que de pronto se dio cuenta de que era él quien estaba acercando su cabeza hasta la palma.
–Te sentirás mejor –dijo Jaime intentando ayudarle, al tiempo que se acariciaba la polla por encima del mono con su mano libre.
David no pudo soportarlo. Un último rincón de su mente aún le gritaba que todo aquello era una locura y que debía huir ahora que aún podía, pero pronto esa voz fue acallada por otra más potente que le gritaba “¡Chúpalo!”, “¡Lo necesitas!”, “¡Es muy dulce!”, “¡Te calmará el picor!”. Sin poder, ni ya querer, evitarlo, David se rindió y abalanzó su cabeza sobre la palma de Jaime.
La espesa y pegajosa sustancia ingresó en su boca y casi también su nariz, mientras David lamía y paladeaba cada gota como si fuese néctar.
El picor se calmó al instante… pero se extendió por el resto de su cuerpo a gran velocidad como el fuego sobre un rastro de pólvora.
A David ya no le importaba. Ya no se trataba de la asfixiante urticaria de hacía unos segundos sino que se había convertido en un agradable y ligero escozor, tal como Jaime había dicho.
Su compañero, consciente de que él mismo no había probado aquel maravilloso líquido desde hacia ya casi un minuto, y viendo que la boca de David se encontraba rebosante de él, se abalanzó una vez más sobre su compañero y le besó húmeda y profundamente en los labios.
Las dos lenguas luchaban y se restregaban entre ellas, sumergidas en un mar de caliente líquido rojizo formado por la sustancia y las dos salivas mezcladas. Los dos jóvenes sintieron que su calor interior, lejos de apagarse, continuaba en aumento. Los monos de trabajo se habían convertido en molestas y pesadas ropas de las que no tuvieron dificultad en deshacerse. Una vez libres de ellas, sus atléticos cuerpos desnudos se restregaron igual que sus lenguas, intentando que el contacto calmara el picor, y extrañamente así era.
Cada vez que sus cuerpos se tocaban el picor de la zona parecía desaparecer durante unos segundos, como si el cuerpo del otro fuese un bálsamo que les permitiese sentir un mínimo alivio. Sin embargo, en cuanto dejaban de tocarse el picor retornaba con más fuerza y de nuevo debía ser calmado.
Pasaron casi dos minutos restregando sus ardientes cuerpos con suma lujuria, pero de nuevo el aumento del picor les indicó lo que necesitaban.
Jaime fue a extender su mano para recoger de nuevo más ambrosia roja cuando David le detuvo. Por un momento Jaime pensó que su compañero había vuelto a perder el juicio y de nuevo quería huir de su maravilloso tesoro escarlata, pero no fue así.
–Tengo una idea –dijo de pronto David acercando su propia mano al chorro y dejando que esta quedase inundada por la pegajosa delicia.
Acto seguido, bajo su mano hasta su propia verga, que ya mostraba sus plenos dieciocho centímetros de largo, se masturbó durante unos instantes haciendo que quedase totalmente impregnada y se llevó el sobrante a la boca para deleitarse con él.
Jaime no necesitó indicación alguna. Se agacho lo más rápido que pudo y se metió la polla de David en la boca como si de un polo se tratase. Lamió, chupó, y saboreo el ardiente líquido sin freno y cuando este se agotó, David volvió a embadurnar su falo de nuevo.
Jaime no había tenido nunca ningún impulso homosexual. Era la primera vez en su vida que mamaba una verga, pero estuvo seguro al instante de que no sería la última. El dulce y cálido néctar, libado sobre la tranca de su compañero, se volvía más maravilloso todavía. El picor había retornado de nuevo a su estado agradable, y el contacto del miembro de David en su boca le calmaba todavía más. Jaime sentía que chupar aquella barra de carne era precisamente lo que su cuerpo necesitaba, por lo que continuó haciéndolo cada más profundamente y con mayor fuerza.
David por su parte estaba en éxtasis. ¿Cómo había estado a punto de renunciar a semejante delicia? Se tachó a si mismo de idiota y recogió más néctar rojo de la ducha, que parecía expulsarlo sin fin.
El picor que sentían en ese punto era tan agradable que ambos se preguntaron como habían podido vivir sin él. Más aún, ¿como no se habían abalanzado el uno sobre el otro hasta ahora? Ninguno de los dos sabía la respuesta, pero ambos sabían que aquello no era suficiente.
Jaime fue el primero en darse cuenta y abandonando la tranca de su compañero, muy a su pesar, optó por llegar al siguiente nivel.
Se levantó sin decir una sola palabra, y colocándose justo debajo de la ducha central, dejó que su cuerpo desnudo fuese inundado por su adorado y tórrido jugo.
David, viendo todo el cuerpo desnudo de su compañero empapado, no pudo evitar lanzarse sobre el y lamerlo como si de un helado gigante se tratase. Empezó por el cuello causando a Jaime unas ligeras cosquillas, bajó lentamente hasta los pezones, lugar en el que se recreó más tiempo y después continuó bajando hasta la polla, de unos nada despreciables dieciséis centímetros, y se la metió en la boca de una sola vez. La pulió con su lengua, degustando cada mínima gota con una insaciable sed durante un par de minutos, pero la abandonó buscando otro rincón aún más dulce que poder saborear. Rodeó el cuerpo de Jaime, mientras este continuaba duchándose en el maravilloso néctar caliente, y continuó lamiendo su amplia espalda, hasta que finalmente bajó hasta su suave y apretado culo.
David, al igual que Jaime, tampoco había tenido nunca ningún deseo homosexual, pero contemplar el perfecto y redondo culo de su compañero, impregnado en aquella delicia escarlata le hizo cambiar de opinión al instante. Besó las nalgas de Jaime lentamente, con pasión, catando el sabor de la carne de su compañero, virgen en esa zona, mezclado con el embriagador dulzor de la ambrosia roja, y se sintió en la gloria. Al cabo de un minuto, cuando sintió que no era suficiente, abrió los cachetes con ambas manos e incrustó su lengua directamente en el agujero, arrancándole un sonoro gemido de placer.
–Ooohhhh… dios… sigue… aahhhh –dijo Jaime apoyando ambas manos en la pared mientras se relamía de puro gozo.
El dulce y sabroso agujero de Jaime era tan delicioso que David no creyó haber probado nada igual. Su lengua, aún repleta de líquido rojo, continuó lamiendo el agujero sin prisa alguna, hasta que el propio Jaime le hizo parar.
–Es demasiado calor –dijo–. Lo tengo ardiendo… necesito algo frio.
David no comprendió del todo aquella reacción, pero decidió complacer a su amigo. Observó la olvidada caja de herramientas, que todavía yacía junto a la ducha, y tuvo una lujuriosa idea. Extrajo una llave ingresa y, antes de que Jaime pudiese decir nada, apoyó el frio metal directamente contra el agujerito de su compañero, haciendo que este se derritiese de placer.
En efecto, el cuerpo de Jaime debía estar ardiendo, pues el contacto del acero con su agujerito hizo que este llegase incluso a expulsar vapor al instante como si su abertura fuese una fragua. David masturbó a su compañero introduciendo lenta y delicadamente las puntas de las herramientas, y a medida que estas se calentaban, las sustituyó por otras que aún estuviesen frías. Hasta que finalmente, tras la decimotercera, Jaime respiró aliviado y aún más excitado que antes.
–Mucho mejor –dijo simplemente al tiempo que daba un largo suspiro de placer.
David, que en ese momento tenía la siguiente herramienta en la mano, un largo destornillador de estrella, decidió aprovecharlo. Le dio la vuelta con un suave movimiento de mano e introdujo lentamente el mango de goma en el interior de su compañero, al tiempo que volvía a lamer los, de nuevo inundados, cachetes de este.
Jaime dio un sonoro grito de gozo, y descubrió para su sorpresa que no era el cuerpo de su compañero lo que calmaba el picor, sino el placer en si mismo.
–Ahhhh más profundo –suplicó Jaime mientras todas las sensaciones combinadas le embriagaban y le dejaban sin el más mínimo control.
David introdujo lentamente el mango y lo hizo girar con suma parsimonia como si el agujerito de su compañero fuese en realidad una tubería que había que arreglar. Cada ligero movimiento hacía que Jaime se retorciese de gusto y le arrancaba un nuevo gemido de la boca, y a su vez cada gemido, aumentaba la excitación de David haciendo que no quisiese dejar de metérselo.
–Ufff como me estás poniendo –dijo David sin dejar de contemplar el rosado agujero de Jaime, que engullía con pasión cada centímetro del mango.
Sin poder soportarlo, retiró el instrumento del interior de su compañero y volvió de nuevo a lamer el agujero, mucho más dilatado que al principio. La lengua podía ahora incluso meterse y explorar con relativa comodidad, haciendo que su calor provocase innumerables olas de gozo en Jaime, quien no podía hacer otra cosa más que gemir suplicando más.
Tras un par de minutos lamiendo con fruición, David aprovechó que la zona volvía a estar húmeda de nuevo para volver a meter de nuevo el mango de goma. Tenía que dilatar todo lo posible a su compañero para poder pasar al siguiente nivel y ello requería que Jaime fuese capaz de alojar todo el ancho del mango sin la menor dificultad.
–No tiene más profundidad –advirtió David, tras un par de minutos volviendo a introducirle el aparato.
–Aaaahhh… aaahhh… Pues méteme otra cosa… aahhh –dijo, relamiéndose sin poder evitarlo.
David se incorporó y dejó que su verga se empapase bien del pegajoso y caliente chorro de la ducha. Sacó el destornillador con cuidado, y acto seguido se la metió a su compañero de un solo golpe, haciéndole gritar de placer.
A pesar de no haber tenido experiencia alguna en ese tipo de sexo, la dilatación del destornillador había sido suficiente para que el culito de Jaime se abriera sin esfuerzo como una flor en primavera. La verga de David, totalmente roja debido a la viscosa miel de la ducha, llegó hasta lo más profundo de Jaime matándole de gozo al instante.
–¡Oooohhhh dios! Sigue, por favor, no pares… aaahhhh –gritó Jaime al tiempo que llevaba su mano izquierda a su propia verga para machacársela duramente.
La hirviente cascada carmesí caía justo encima de ellos, anegándoles con su lujuria. Cada vez que abrían la boca para gemir, el liquido resbalando sobre sus caras se filtraba sutilmente al interior de sus bocas, causándoles un gozo que solamente les hacia gemir aun más. Sus mentes y sus cuerpos habían abandonado toda lógica y simplemente se dejaban llevar en ese torrente de éxtasis, haciendo que sus instintos les convirtiesen en dos esclavos del sexo más brutal y más pleno que jamás hubiesen experimentado.
Sus cuerpos volvían a restregarse de nuevo de otra manera, mientras la tranca de David taladraba inexorablemente el interior de su compañero. Sus bocas se buscaban mutuamente pero no llegaban a encontrarse del todo debido a la posición, por lo que David decidió solucionarlo.
Cogió a Jaime haciendo que ambos cayesen al suelo y una vez allí dejó que su cuerpo se moviese de manera automática, como si fuese un muñeco manejado por el placer en si mismo. Incrustó su verga en el interior de Jaime lo más profundamente posible, y luego aprovechó esa unión para coger la pierna derecha de este y hacerle girar 180º sobre si mismo como si fuese una llave en una cerradura. Su polla rotó en el interior de su compañero como ya lo hiciera previamente el mango del destornillador y aquello volvió a extasiar de nuevo a Jaime, haciéndole gritar de puro placer.
En ese momento, una vez frente a frente, ambos pudieron dejar que sus instintos tomaran de nuevo el control. David dejó caer su cuerpo sobre el de Jaime, permitiéndoles sentirse de nuevo, al tiempo que sus bocas se comían mutuamente sin la más mínima restricción. Sus manos acariciaban y exploraban el cuerpo del otro sin detenerse en ningún punto concreto. Sus pezones, duros como pequeñas rocas, se restregaban sobre el pecho del otro enviando punzadas de placer. David reanudó las embestidas, clavando su tranca en el interior de Jaime mientras ambos se relamían de puro gozo. Y mientras tanto, el viscoso y caliente chorro de miel roja seguía cayendo sobre ellos como una lluvia de fuego orgásmico que les impedía hacer otra cosa que no fuese gemir suplicando más.
Aquella delicia escarlata se adhería y les quemaba la piel como la cera de una vela, multiplicando cada mínimo fragmento de placer hasta su máxima expresión: las húmedas lenguas batallando entre ellas, causaban latigazos de éxtasis cada vez que se restregaban: sus manos provocaban infinitas descargas eléctricas con el más mínimo roce; la polla de Jaime, atrapada entre el frenesí de sus cuerpos, no dejaba de rezumar pre semen como una fuente; y la verga de David, clavándose en lo más profundo del interior de su compañero hacía que ambos sintiesen un millar de orgasmos internos a cada instante.
Sus cuerpos, no preparados para semejante sobrecarga de placer, acabaron por correrse de manera brutal. Jaime fue el primero, dejando que su esencia se esparciese por sus abdómenes y quedase adherida a sus cuerpos igual que el néctar escarlata, y después David estalló inundando profundamente las entrañas de su compañero, al tiempo que ambos lanzaban un último y definitivo grito de placer que retumbó por las paredes del vestuario.
Justo en ese instante, en el momento preciso en el que la leche abandonaba sus cuerpos algo en ellos cambió. No sabían como explicarlo. Simplemente sintieron como si sus cuerpos dejasen de pertenecerles. Seguían siendo ellos, sin duda, pero de alguna manera sintieron que formaban parte de algo más, algo más grande y mucho mas poderoso. Y al hacerlo, en ese preciso instante, los ojos de ambos cambiaron de color y se tiñeron del mismo rojo que la ambrosia a su alrededor.
En ese mismo lapso también, el picor y el calor desaparecieron de golpe, como si su presencia ya no fuese necesaria. El éxtasis del momento había pasado, el calor había pasado, el picor había pasado, incluso la necesidad de seguir bebiendo la roja sustancia había pasado… pero David y Jaime siguieron besándose como si el resto del mundo no tuviese importancia. De alguna manera se sentían diferentes. Cambiados para siempre de una manera inexplicable, como si su misión en la vida se hubiese transformado en otra totalmente distinta. Una fuerza dentro de ellos les decía que eso no podía quedar allí, que debían hacer que todo el mundo se diese cuenta de esa verdad. Debían hacer que la gente viese la luz, viese el placer que esa extraña y maravillosa delicia roja escondía. Debían hacer que aquello se extendiese y cuanto antes mejor.
–Vaya, bonita escena –dijo de pronto una voz en la entrada de las duchas.
Los dos jóvenes rompieron su beso para mirar a un hombre de treinta–y–pocos años, musculoso, peludo, moreno, y con una barba de tres días, que vestía unas gafas de sol, un pantalón vaquero y una camisa de cuadros, y les miraba fijamente y con curiosidad.
Jaime y David se levantaron como impulsados por un resorte y se pusieron en tensión. No sentían miedo, duda, preocupación o vergüenza, a pesar de hallarse empalmados y totalmente desnudos frente a un desconocido. De alguna manera, esos sentimientos habían quedado atrás y ahora eran sustituidos por otros sentimientos distintos. Deseaban que ese hombre, fuese quien fuese, fuera capaz de ver la luz. De experimentar lo mismo que ellos habían vivido. Tenían que mostrarle la verdad, y para ello sólo había un camino…
David y Jaime se miraron durante un momento, y después, con actitud desafiante pero de alguna manera amigable, se acercaron un par de pasos al desconocido, resueltos a mostrarle la verdad por las buenas o por las malas… hasta que este les detuvo.
–Por favor muchachos, no necesitáis convencerme, yo ya soy un fan –dijo el hombre sonriendo, al tiempo que se quitaba las gafas de sol y revelaba que sus ojos eran del mismo tono escarlata que ellos acababan de adquirir.
David y Jaime le miraron fijamente y sonrieron, al tiempo que paraban y dejaban que sus cuerpos se relajasen. No hacía falta mostrarle nada, ese hombre también conocía la verdad. Era como ellos, uno más.
–Soy Damián, el celador –dijo acercándose hasta los muchachos–. Sabía que si desaparecía durante un tiempo acabarían llamando a alguien para que se ocupase de la ducha, la gente puede ser tan predecible –añadió, al tiempo que acariciaba la polla de David con una mano, recogiendo algunos restos de semen y líquido carmesí que se llevó a la boca después y lamió con deleite.
–¿Nadie más lo sabe? –preguntó David con curiosidad.
–Pregunta relativa –respondió Damián, al tiempo que tomaba un par de gotas más del cuerpo de David y seguía lamiéndolas con pasión–. Pero supongo que la respuesta corta es no –dijo después.
–Tiene que saberlo más gente, tenemos que enseñarles –dijo Jaime de manera casi suplicante, mientras se acercaba y alzaba la mano izquierda hasta la cara de Damián.
–Calma hermanos… calma… tiempo al tiempo –dijo mientras lamia los dedos de Jaime como si fuese lo más natural del mundo–. Tenemos que ser cautos o intentaran detenernos… –añadió al tiempo que acariciaba la verga de David–. ¿Podéis repararlo? –preguntó mirando levemente la ducha.
–Si, pero yo tengo otra idea distinta –dijo David sonriendo de medio lado, mientras se dejaba acariciar por Damián–. Si tenemos que ser cautos, es mejor que sea algo distinto a una ducha –explicó.
–¿¡PERO, QUÉ COJONES ESTA PASANDO!? –gritó una profunda voz detrás de Damián.
Era Pedro, el jefe de estudios, que miraba atónito toda la escena sin entender absolutamente nada. Los dos fontaneros que habían contratado estaban desnudos, cubiertos de un extraño pringue rojo que salía a chorros de la ducha oxidada y el conserje estaba lamiendo la mano de uno de ellos como si fuese una piruleta mientras masturbaba al otro.
Jaime, David y Damián se miraron entre ellos y sonrieron con complicidad. Y tras ello, los tres hombres apuntaron fijamente con sus ojos de rubíes al jefe de estudios sin dejar de sonreír…