Lujuria entre padre e hija
Una hija de 25 años y su padre de 52 se vuelven amantes.
Todo empezó hace dos años.
Sandra acababa de salir de una relación, y su padre, Miguel, era viudo. Siempre habían tenido una relación muy estrecha y se querían mucho.
Pero el siguiente paso empezó aquel 2 de octubre...
Sandra andaba con ganas de guerra. No tenía dificultades para ligar, pero no le llamaba la atención ningún hombre. Bueno casi ninguno. Su padre, el verdadero hombre de su vida, le ponía muchísimo. Era un hombre fuerte, rudo y varonil pero muy cariñoso con ella, la trataba como una reina. Y ella decidió devolverle el favor con creces.
Empezó por seducirlo poco a poco. Sin prisas. Se paseaba en bragas y sujetador, no tenía un gran pecho pero sí unas buenas nalgas. Miguel, al principio estaba incómodo, pero luego empezó a sentir deseo por ella, hasta que un par de semanas después, ocurrió lo esperado por ambos.
-Hija, tápate un poco, que hace frío y no quiero que te resfríes- decía Miguel preocupado.
-No te preocupes, papá, si tengo frío me arrimo a tí.
Sandra empezó a arrimarse a su querido padre. Poco a poco, se quedaron pegados el uno al otro. Se miraron a los ojos, entonces Miguel y Sandra no dudaron ni un segundo más.
Cerraron los ojos y empezaron a besarse. Primero picos, luego se enroscaron sus lenguas. Miguel le besó la barbilla y el cuello un buen rato, lentamente, sin agobio. Ella hizo lo mismo.
Se quitaron la ropa y se miraron con un deseo que saltaban chispas. Ella se había puesto un conjunto que la hacía irresistible, y un perfume que embriagaba a su padre.
Empezó a besarle los pechos y saborear sus pezones, por lo que empezó a lubricar Sandra y gemir suavemente, y al bajar a su monte de Venus, tuvo un orgasmo repentino.
Y sólo iba a ser el primero de muchos.
Jadeando, empezaron a darse otra vez el lote, pero esta vez de una forma menos tímida y más salvaje, juntando sus piernas, entrelazándose, fundiéndose en un solo ser.
Al comenzar la penetración, Sandra se puso fuera de sí, en el mejor de los sentidos. Bufaba, jadeaba y le suplicaba a su padre que esto no acabase con él corriéndose y dejándola a medias.
Pero él le dijo que no se preocupase en absoluto, que iba a arrancarle los orgasmos que pudiera.
El roce piel con piel y el impresionante sabor de boca y olores de Sandra se lo puso difícil, pero uno tras otro le hizo tener cuatro orgasmos más.
Pero ya le tocaba a él.
Embriagado por los jugos de su impresionante hija, le penetró con delicadeza pero firme, disfrutando como nunca. Ella movía sus caderas y absorbía su pene como si sus labios de abajo fueran los de arriba. Después de un buen rato gozando los dos, Miguel eyaculó una cantidad considerable, y mientras le miraba con un amor indescriptible.
Sandra temía acabar, pero decidió hacerle una felación con una energía desbocada hacia su padre, y en posición del clásico sesenta y nueve se corrieron en sus respectivas bocas.
Sudando y al borde del desmayo por puro placer, siguieron dándole al tema, acariciándose, diciéndose cosas bonitas y piropos. Llevaban así más de una hora.
Pero la caña comenzó cuando Miguel tuvo su tercera erección. Nunca le había pasado el estar tan empalmado y tres veces seguidas.
Le pidió a su hija que se pusiera a cuatro patas, ella no dudó un segundo y él decidió acabar a lo grande: Iba a follársela de una forma brutal. Primero saboreó su espalda y sus nalgas, se comió el coño de su hija una vez más, pero esta vez follaron como dos animales en celo, corriéndose simultáneamente.
Agotados pero más que satisfechos, iniciaron un camino de deseo, amor y, por supuesto, placer entre padre e hija.
FIN