Lujuria en Varadero parte VII

¡Ay que agradable saberlo! ¿Y disfrutaste del espectáculo?.- dije furiosa. -¡Tanto como tú disfrutaste del mío con Marimar!

Empieza el boteo. Desde mi posición podía escuchar los gemidos de Marimar teniendo dentro a mi hermano. Camilo la mueve fuertemente y la besa en algunas ocasiones, también le toca las tetas pero no las chupa. Yo también gemía, pero cuando sentí que venía ya el clímax me mordí el puño fuertemente. Al terminar, pude comprobar que ellos ya no estaban en el sillón. Instintivamente, fui a comprobar cerca del baño si oía el agua correr, pero al entender que no sentía nada, me vestí y me fui por la ciudad de Varadero.

Continuará…


Tal como si nada hubiera pasado, salgo a la noche varanadiense y me mezclo con el resto de los cubanos y turistas. Con mi cartera y mis shorts negros antes empapados, camino por las calles aledañas a la playa, donde se siente la música y la alegría. Por las calles se ven guapísimas cubanas bailando y moviendo sus caderas como sólo ellas saben hacerlo, la noche les da un toque de diosas exóticas a aquellas latinas. Me escabullo entre la multitud  de una calle boulevard, llena de pubs, cafeterías y tiendas. Mi piel blanca contrasta con la cobriza de la gente nativa de aquí y siento las miradas de un grupo de hombres apoyados en el muro de un pub de donde se escuchaba la música estridente. Yo los miró de la misma manera animal que ellos, juego con mi pelo al pasar y me preocupo de que estén observando todo lo que soy al pasar. Escucho los piropos, los silbidos y los murmullos de ellos y otros hombres que pasan por mi lado; algunos me saludan al pasar o chocan intencionalmente conmigo y me sonríen. El juego de coqueteos múltiples estaba saliendo a la perfección, me sentía deseada y todo eso, hasta que un desgraciado me agarro una nalga por detrás. Yo me volví rápidamente y le planté una cachetada en su rostro. Por su acento era europeo y debía provenir de Italia, ya que lograba entender unas palabras.

-Hijo de puta. No te vuelvas a acercar a mí.- dije enojadísima. El tipo masculló algunas palabras que logré entender y otras que no.

Dejé atrás el show, volviendo la mirada para comprobar que no me seguía, pero noté que había gente que vio la escena y me miraban murmurando. Sin volver atrás caminé por la calle boulevard hasta que me detuve donde varias personas estaban paradas mirando algo que, por la cantidad de gente, no lograba ver. Me hice espacio entre la multitud y pude descubrir un grupo de bailarines callejeros montando un espectáculo. Con sus movimientos entretenían a todos y la gente aplaudía. Obviamente, me sumé a ellos y aplaudía con todos los demás. Los hombres, todos los jóvenes y cubanos tenían piel desde piel morena, hasta completamente oscura, algunos con rastas cortas y otras largas, y otros que sencillamente tenían el pelo corto o hasta los hombros. Bailaban e interactuaban con la gente: sacaban a bailar a otros que disfrutaban de su espectáculo. En un momento de descuido de un hombre mayor, lo tomaron de la muñeca y lo empujaron a la “pista” de baile. El viejo, desconcertado, se quedo mirando a los jóvenes que lo animaban a bailar, y él tomando su sombrero y dejándolo, para mi sorpresa, sobre mis manos, empezó a bailar como nunca vi hacerlo a un hombre de su edad. Se movía con la misma gracia que los jóvenes que lo acompañaban y reía con ellos. Yo miraba y disfrutaba del baile, cuando uno de los bailarines, quizás uno de los más jóvenes, me tomó de la mano y me invitó a bailar. Prácticamente me obligó a seguirlo, y yo tan intimidada y estúpidamente nerviosa, no dije nada. Me tomó de la cintura y empezó a bailar una alegre salsa mientras el público gritaba de emoción. Yo imitaba sus movimientos y empecé a soltar mi cadera, moviéndola como había visto antes a las mujeres cubanas en las calles. Ahora yo estaba en su misma situación.

Así transcurrieron los minutos y el bailarín y yo seguíamos moviéndonos al compás de la música, hasta que ellos se detuvieron e iniciaron unas reverencias, mostrando a los espectadores que ya acabaron. Yo sólo les sonreí a los hombres y me fui, hasta que escuché una voz detrás de mí.

-¡Espera!

Me volví y vi al joven con quien había bailado todo este rato. Me detuve y el vino a mi encuentro.

-Hola.- le dije alegremente.

-Hola, eeeeh… lo hiciste muy bien hace un rato.

No discutiré eso, ya que al comprarme con las cubanas, tengo tanto ritmo como un rinoceronte.

-¿En serio? Pues gracias.- Con mi falta de tacto, no me di cuenta que no me había presentado.- Perdón.- continué riendo como estúpida.- soy Julieta.- le extendí la mano cordialmente, pero él me sorprendió con un beso en la mejilla.

-Hola Julieta. Soy Eduardo.

¿Eduardo? Es un nombre raro para un bailarín, pensé. Después me guió junto a los otros bailarines, me preguntaron de donde venía, como me había parecido Varadero y su espectáculo.

-¿Vamos allá?- preguntó uno de los bailarines, que hasta donde sabía su nombre era Carlos. El hombre señalaba un pub que estaba al frente de la calle en donde estábamos, donde se podía escuchar la música y se podía notar la concurrencia.

Noté que la última palabra la decía yo, así que asentí sin más. Cruzamos la calle todos juntos y nos adentramos al local que luego supe que se llamaba El Rincón del Gallo. Era un lugar grande y con buena música, con luces de neón y una enorme barra y unas mesas, todo lo demás era pista de baile. Para entrar tenías cruzar la pista de baile, lo cual era bastante difícil, pero luego estaba la barra, donde se sentó todo el grupo de bailarines y yo. Nos tomamos unos tragos, charlamos sobre lo que se nos ocurría y reíamos bastante. Todos eran amables. Luego de haber perdido la cuenta de cuantos mojitos y daikiris había bebido, Eduardo me invitó a bailar un ritmo que de por allá era nuevo, pero que para mí era bastante obsoleto.

Con agilidad nos movimos por la pista de baile tomados de la mano hasta llegar a un lugar más bien central. El cubano me tomó de la cintura y se acercaba y alejaba de mí, con tanto ritmo como bailó antes. Yo seguía aquellos movimientos que cada vez era más intensos y cercanos, hasta que se me ocurrió tomarle el fuerte rostro y acercar mi boca hacia la suya y luego alejarla de nuevo. Como esperé el cayó en el juego y me tomó de la cintura aún más fuerte, hasta que entendió que era un juego y rió, pero de sorpresa me tomó por la nuca y me plantó sus labios. Estaban tan cálidos y me besó con tanta pasión que en mi mente imaginé que besaba a otro, alguien muy cercano a mí. Y así estuvimos, bailando, tomando y besándonos. Eduardo y yo entendíamos eso como un juego sin mayor importancia en donde él besaba a una extranjera y yo a un cubano, pero besaba de una forma tan similar a otra persona que no podía dejar de hacerlo.

La noche pasó tan extraordinariamente rápida que no me di cuenta cuando ya debían de ser las cuatro y media de la mañana. Con Eduardo estábamos felices en la pista de baile cuando, de entre la gente, salió el hombre italiano a encararme.

-¡Qui questa cagna!- dijo de pronto, tomando mi rostro con sus manos.

Eduardo salió en mi defensa, empujando al maldito italiano y alejándolo de mi lado, pero él respondió con un puñetazo que dejó sangrando y tirado en los sillones al bailarín.

-Maldita perra.- dijo ahora en español.

-¡Suéltame imbécil!- lo abofetee otra vez, pero me devolvió aquella bofetada, dejándome sentada en el sillón.

Con Eduardo tirado casi inconsciente, yo estaba indefensa ante aquel enorme hombre. Vi cuando se iba abalanzar sobre mi cuando otro hombre, más fuerte y grande que Eduardo, lo golpeó tan duro que el italiano cayó al suelo. Confundida, permanecí en el sillón mirando como mi agresor intentaba pararse del suelo pero el otro hombre bloqueaba todo intento con patadas cada vez más fuertes que llegué a asustarme por la vida del desgraciado que me golpeó y toqueteo. Fui donde estaba el hombre observando como el italiano sangraba y se retorcía de dolor y llegué justo después de recibir otra patada, esta vez en su entrepierna.

-Ya para, es suficiente.- dije a espaldas del hombre que me defendió. Por la oscuridad del rincón donde estábamos no pude reconocer ni su cabello no su color de piel.

Vi cuando se volteó hacia mí y solo pude reconocer el brilló del verde de sus ojos y las ondas de su pelo. Claro, no había otra posibilidad: Camilo.

Me miró un rato la cara, jadeando de rabia, luego miró al otro tipo tirado como una sanguijuela en el suelo. Volvió hacia mí y musitó:

-Vámonos de aquí.

Me agarró la muñeca fuertemente y me guío a la salida. Yo intente le dije que no podíamos dejar a Eduardo tirado, que quizás debíamos llamar a alguien o qué se yo, pero a todo sólo respondía “estará bien”.

Salimos del pub cuando ya el azul de la noche iba muriendo y empezaba a salir un tenue brillo por el océano. Me subió a un auto, a pesar de que nuestra cabaña sólo estaba a unas cuadras del lugar. Viajó rápida y silenciosamente, hasta que al llegar a la entrada de la casa, no me dejó abrir la puerta. Yo lo increpé furiosa, pero el miraba al horizonte.

-¿Quién era ese tipo?- balbuceó glacial.

Lo observé, y entendí que no me dejaría ir a casa hasta que le respondiera las una y mil preguntas que se le ocurrieran.

-Un infeliz que me toqueteo en la calle y yo le respondí con una cachetada.

Camilo respiraba tan violentamente que podía escucharlo.

-¿Y el otro, el cubano?

-Un bailarín que conocí en la calle.

-O sea que no te vas con un tipo que te toqueteo pero si con un bailarín a un pub…

  • A ver, Camilo, lo que yo haga o deje de hacer no es asunto tuyo y estoy bien grandecita para saber que es bueno y que no.- mi voz sonó muy enojada, sabiendo que ya soy mayor de edad.

  • ¿Entonces te podrías haber defendido sola de ese tipo? Bueno, avísame y no le vuelvo a partir la cara.- dijo aún más enojado.

La cara y mucho más, pensé.

-No es eso… Pero… ¿Qué hacías tú en ese lugar?

-Estaba ahí desde hace mucho rato, Julieta. Te vi entrar. Te vi bailar con el otro y te vi besarte con él.

-¡Ay, que agradable saberlo! ¿Y disfrutaste del espectáculo?- dije furiosa. Estaba segura que no me había seguido, pero saber que me vio…

-¡Tanto como tú disfrutaste del mío con Marimar!

Me callé. No lograba entender cómo pudo enterarse… A este punto ya estábamos gritando.

-Cállate, Camilo.- dije más silenciosamente, bajando la mirada, avergonzada.

-Cállame tú.

Lo miré y lo descubrí haciendo lo mismo. Los cables en mi cabeza fallaron y antes de darme cuenta, estaba besando a mi hermano en plena vía pública.


Lamento hacer tardado tanto en escribir esta parte de la historia, pero con las pruebas, los exámenes finales y el estrés del término del año no podía concentrarme. Pronto subiré más capítulos porque está historia aún no termina, además, acá ya se viene el verano y las vacaciones así que tendré más tiempo y no me demoraré tanto en volver a escribir.

Disfruten el capítulo.

Jacinda133.