Lujuria en Varadero parte IV

El deseo y la pasión toman la forma de una proposición inesperada.

Después, cuando ya la noche empezó a ser un poco más fría, nos entramos a la casa. Yo que quedé levantando los vasos de los mojitos mientras mis papás y mi hermano se preparaban para dormir. Yo ensimismada en mis pensamientos sobre lo sucedido aquella tarde, no escuché los pasos detrás de mí, así que me sobresalté cuando escuché:

-Vaya que me dejaste a punto, hermanita.

Camilo sonreía sensualmente a mi lado, mientras me observaba de pies a cabeza, pero ahora estaba vestida.

Continuará…


Siempre fui tímida. En la escuela soy de esas chicas de buenas notas con unos 4 buenos amigos, de esos que uno puede contar para todo, y un puñado de otros “amigos” que sólo me buscan para las pruebas. He tenido dos novios, y sólo con uno he tenido sexo, lo cual fue hace unos meses, pero esa relación ya acabó. No es algo raro en mí que cuando conozco a un chico que me atrae me ponga nerviosa y mis mejillas parezcan tomates. Pero claro, con ninguno de esos chicos me crié, ni jugué de niña, ni hice travesuras, ni nos peleamos por ver quién sube primero al auto y mucho menos ninguno de esos hombres es mi hermano.

Los días que siguieron al acontecimiento del baño fueron relativamente tranquilos. Entre compras y visitas a lugares turísticos en familia casi no tuve tiempo de pensar en que estuve a punto de follarme a mi hermano, excepto cuando me interceptaba, pero generalmente era para preguntarme como se usaba tal mapa o si tenía bocadillos en mi bolso.

Un día fuimos a las Cuevas de Bellamar, que eran increíblemente hermosas. Caminamos por la extensión donde abundaba la humedad y tuvimos que levantar a mi mamá reiteradas ocasiones en sus tropezones, mientras ella solo reía. En el recorrido nos encontramos con una pareja de turistas chilenos con los que mis padres se llevaron muy bien. Al final, cuando nos despedimos de ellos, ocurrió algo incomodo:

-Un placer conocerlos.- dijo la chilena.

  • El placer fue nuestro.- respondí.

-Ustedes chicos.- dijo el chileno refiriéndose a mí y a Camilo.- pásenlo de maravilla, porque no es común que los padres lleven de vacaciones al pololo de su hija.

Camilo y yo nos miramos, y luego de un momento de tensión, salió una risa.

Mis papás se apresuraron en corregir a la pareja y ellos se disculparon un poco avergonzados.

En el viaje de vuelta yo pensé en cómo esa pareja pensó que Camilo y yo éramos novios, si hasta rasgos parecidos tenemos.

Me arrancó de mi burbuja la voz de mi hermano.

-¿Viste cómo se pusieron mamá y papá cuando los chilenos nos llamaron pololos?

- Sí, parecían bastante sorprendidos.

Camilo esbozo una sonrisa en su bronceada cara que yo noté en seguida.

-¿De qué te ríes?

-Imagínate cómo reaccionarían si se enteraran de lo que pasó en el baño.

Pensé en esa posibilidad. Dios, conociendo a mis papás pondrían el grito en el cielo. No son conservadores o fanáticos religiosos ni mucho menos, pero vaya que sería un alboroto si ellos saben que entre sus hijos pasó algo muy lejano a lo que se llama “comportamiento fraternal”.

Para disimular mi nerviosismo a causa de la mención del tema, hurgué en mi bolso gris en busca de algo que ni siquiera yo sabía. Pero para mi sorpresa, encontré aquella piedra roja que me dio la rolliza señora el día en que mi hermano me sorprendió desnuda. La contemplé sin sacarla del bolso y rememoré las palabras de la vendedora en mi cabeza. Quizás ese cuarzo era más de lo que parecía.

Luego del episodio de la pareja chilena, no hubo nada más digno de mencionar salvo que ahora, cada vez que me bañaba, antes de sacarme la ropa miraba por atrás de la cortina de la ducha…

Nada nuevo sucedió en ese lapso de tiempo, hasta que una tarde, cuando ya anochecía, miré por la ventana y contemplé el paisaje de la calle y a unas cuadras más, la hermosa playa. Todo bien, hasta que divisé por la esquina una pareja de jóvenes: un hombre alto y macizo al lado de una jovencita que coqueteaba con él. Cuando se acercaron a la cabaña noté que el hombre era nada más y nada menos que Camilo y que a su lado estaba una mujer muy atractiva con largo cabello color trigo y piel morena. Camilo paró en el cerco de madera que marcaba los límites de la cabaña y yo me escondí, pero seguía teniendo visión a la pareja, parecía que estaban charlando y que Camilo le ofreció pasar pero ella se negó, fingiendo estar avergonzada. La muchacha jugaba con su pelo y lo enroscaba en su dedo, lucía una camiseta colorida, unos shorts cortos y unas sandalias más todas las pulseras y la tobillera que logré divisar, y Camilo, bueno, él estaba con sus bermudas y una sudadera blanca sin mangas. Mi hermano acariciaba el brazo moreno de la chica y ella se acercó para darle un beso en sus labios.

-Zorra.- dije entre dientes.

Luego de eso, mi hermano abrió la reja y se despidió de la muchacha quien siguió su camino. Al ver que el muy sinvergüenza caminaba rápido, salté de mi escondite y agarré una revista para luego tumbarme en el sillón. Cuando ya tenía mi pose lista, se abrió la puerta de la entrada.

-Hola, enana.

Yo levanté la mirada como si recién lo hubiera visto.

-Hola.- dije secamente.

-¿Están los papás?

-No, salieron.

-¿Y tú por qué no saliste?

-No sé, no tenía ganas.

Sin más preámbulos, fue a la cocina, agarró un bocadillo y un refresco y luego vino al sillón a recostarse.

Yo ya no podía más con mi curiosidad y al parecer él no tenía ni la menor intención de decirme nada acerca de con quien estaba.

-¿Qué lees?- dijo mientras masticaba.

-Un artículo sobre lugares turísticos de Cuba.

-Siempre tan sabionda tú.

Al decir eso, le pegué con la revista en la cabeza.

-Deja de fastidiarme.- dije mientras él solo reía.

Moría por saber con quién demonios andaba mi hermano. En mi mente trataba de formular preguntas disimuladas, pero ya era demasiada la curiosidad, así que le lancé mi pregunta:

-¿Con quién andabas?- dije mirándolo.- Te escuché hablando con alguien afuera.- mentí.

El abrió sus ojos verdes y me miró.

-Con una amiga.

-Ah.- dije sin la menor importancia.- ¿Y cómo se llama?

Ante esta pregunta, mi hermano sonrió y se incorporó de su posición de descanso.

-Marimar ¿Por qué?- dijo mirándome fijamente.

Esa mirada me ponía nerviosa así que volví mi vista hacia la revista y fingí estar leyendo.

-No, por nada. Sólo curiosidad.

De reojo pude ver que Camilo frunció los labios, costumbre que hace cuando algo le da risa, y se sentó al lado mío con los codos sobre las rodillas.

-A mi me suena que esa “curiosidad” se llama celos.- dijo.

Yo levanté la vista del artículo y fingí una carcajada.

  • ¡Já! ¿Yo, celosa? ¿Y por qué sería eso, hermanito?

-Será porque aun recuerdas y te excita lo que pasó en el baño hace unos cuantos días.- dijo él sonriendo triunfante.

Maldición, él tenía razón, estaba celosa de esa tipeja, no por interés romántico, sino porque él tenía algo pendiente conmigo, pero por dignidad seguí mintiendo.

-Tienes un ego bastante inflado, Camilo.

Él por toda respuesta solo rió entre dientes.

-¿Y por qué no terminamos lo que empezamos?- dijo tomando mi barbilla con sus dedos, obligándome a mirarlo.- “Hermanita”.

Yo escuchaba mis propios latidos, mientras mi mirada oscilaba entre sus ojos y sus labios carnosos. Esos ojos tenían el mismo brillo seductor y excitante que poseían ese día en el baño. Me contenía para no comérmelo a besos y bajarle los pantalones para ver esa polla que me tenía loca. Era insoportable el deseo, incontenible, y me ganó la batalla. Le partí la boca de un beso y agarré con mis manos su cara. El respondió moviendo sus labios, besándome con pasión y metiendo su lengua en mi boca para que jugara con la mía, me acariciaba la espalda por debajo de mi playera y yo hacía lo mismo con sus abdominales y pectorales. Me tumbo en el sofá y me besó el cuello mientras tocaba mis muslos. Yo le saqué su sudadera y la lancé lejos. Estábamos locos de deseo. Mi hermano levantó mi camiseta y empezó a besarme y lamerme el vientre, subiendo hacia mis pechos. Yo me desabroché el sostén y él me sacó la camiseta. Hizo lo mismo que el otro día, jugó con mis pezones para luego chuparlos y mordisquearlos mientras yo gemía y le tiraba sus rizos del cabello. Después de esa labor volvió a subir hacia mi boca para besarla y yo aproveché para bajar mi mano hacia su pantalón y frotar el bulto que había en ellos. Dios, vaya que estaba caliente.

-Me has tenido loca del deseo todo este maldito tiempo.- dije entre jadeos.

-No eres la única.- fue lo que respondió.

Luego de esa mínima conversación, se paró, dejando un frío sobre mi cuerpo ya acostumbrado a su calor. Pensé que pararía, que se alejaría de ahí, que se había arrepentido y yo ya empezaba a hacer una mueca de frustración en mi cara. Pero no. Lo que hizo fue levantarme con sus grandes brazos del sofá como una niña y plantarme otro beso en mis labios. Mientras caminaba conmigo en brazos, pensé que se dirigía a la habitación que compartía con papá, para no tener sexo ahí mismo, pero para mi sorpresa, giró a un lado del pasillo empujando la puerta que daba al baño.

Me dejó delicadamente sobre mi pies, desnuda de la cintura para arriba y mirándole a los ojos para mirar su siguiente movimiento. Para mi asombro abrió la llave del agua de la ducha y luego me miró con sus esmeraldas de forma picarona, yo solo sonreí, imitando su mirada. Se agachó, quedando a la altura del botón de mis shorts, con cuidado lo abrió y tomó también mi calzón por adentro. Fue bajando lentamente la ropa lentamente por mis piernas, besando la piel al pasar lo que causaba un efecto estremecedor en todo mi sistema nervioso. Luego de eso, quedé completamente desnuda. Imaginé que él iba a querer que yo hiciera el mismo procedimiento con sus bermudas, pero el rápidamente se bajó toda su ropa, dejando al descubierto ese gran pene, hinchado y parado como una antena. Lo miré con deleite y luego posé mi mano en el, tocando y explorándolo. Estaba a punto de arrodillarme y hacerle una buena mamada, cuando el dijo:

-Vamos a la ducha.