Lujuria en blanco y negro

Mis tacones altos llamaron su atención, los miró con detenimiento. Respondí con una expresión gestual: entreabrí mi boca lentamente

Y ahí estábamos los dos. Frente a frente en su elegante departamento. La estancia era amplísima, la decoración de muy buen gusto y original: paredes blanquísimas y piso a cuadros blanco y negro, dando la impresión de estar parados sobre un tablero de ajedrez. Todos los ornamentos eran de esos dos colores también.

Las esculturas pequeñas de parejas haciendo el amor, mujeres desnudas en poses eróticas danzaban alrededor nuestro. Una danza silente y sublime, destacando por su tamaño y belleza las réplicas de la Venus de milo y el David , la pareja ideal. ¡Qué lugar tan fascinante! Yo me paseaba por toda la estancia con movimientos felinos, sensuales, acariciando y abrazando las esculturas, sintiendo y percibiendo la pasión que el escultor habría impreso al realizarlas.

Los dos estábamos en plenitud. Mario era un gran amante a sus veintiocho años, y yo derrochaba sensualidad a los veinticinco. Su atuendo era encantador: chaqueta negra de cuero, camisa deportiva y pantalón gris Oxford; todo de muy buen gusto. Se veía irresistiblemente bien, su rostro atractivo armonizaba con su físico envidiable: pectorales anchos, vientre firme y marcado, piernas gruesas como de un potro, y sobre todo, poseía un miembro muy apetecible.

Yo, morena de larga cabellera negra, con ese brillo en la mirada como cuando tenía dieciocho; senos que lucían apetecibles y firmes, al igual que mis piernas. Ataviada con un vaporoso vestido de gasa negra que marcaba mis senos redondos, y la parte inferior del vestido apenas cubría mis piernas hasta la mitad, culminando en unos preciosos zapatos de tacones altos.

Sentados en el sofá cada uno con su copa, comenzamos el juego de la seducción. Nuestras miradas se cruzaron, con una lujuria evidente. La suya me provocó un estremecimiento placentero. Me recorrió con la mirada de arriba abajo, y yo crucé las piernas descaradamente para que las apreciara mejor.

Los tacones altos llamaron su atención, los miró con detenimiento. Respondí con una expresión gestual: entreabrí mi boca lentamente… saqué mi lengua traviesa y empecé a juguetearla con parsimonia sobre mis labios carmesí. Después de unos minutos, llevé mi dedo índice hasta mi boca y comencé a chuparlo, y empecé a excitar mi boca, y lo resintió mi conchita que empezó a mojarse ¡mmm! Lo hacía de manera golosa, mientras le enviaba miradas sugerentes.

Se puso de pie inmediatamente como impulsado por un resorte, caminando hasta mí con una espléndida sonrisa. Le sonreí de manera pícara sin retirar el dedo de mi boca. Atinó a tomar mi mano y a acercarla a sus labios, quedando mi dedo en el borde de los suyos. Sin emitir palabra alguna llevé mi mano a su barbilla lampiña y la acaricié, toqué con suavidad su mejilla y traviesamente tomé su mano para acercarla a mi boca. Besé cada dedo suyo y entreabrí mis labios para rozarlos con mi aliento cálido. Sentí como mi sexo se humedecía más al tener el contacto con su mano, con su piel, con su calor. El objeto del deseo estaba a un paso mío, despertándome unas ganas locas por sentirlo muy dentro de mí.

Él puso un cd. La música de sax inundó la estancia y me inspiró a bailar una danza erótica. Me puse de pie y quedamos muy cerca. Entrelazamos los brazos y comenzamos un contoneo lento y sensual. Su mirada me tenía hechizada, me hundí en esos maravillosos ojos y pude ver un alma que clamaba pasión y lujuria. Y ahí estaba yo, dispuesta a ser su gatita mimosa.

Sus manos empezaron a formar figuras sobre mi cuerpo: marcaban el contorno de mis caderas, senos, nalgas, sexo y piernas… Me estremecí gatunamente entre sus brazos, excitándome más y más con cada contacto suyo. Esas fantásticas manos fuertes y suaves eran de lo más hábiles para prodigar caricias, caricias tan intensas que me provocaban escalofríos en la espina dorsal. Un calor inmenso se apoderó de mi sexo y los vellos de mi cuerpo se erizaron.

Enlacé su cuello con mis brazos y atraje su cabeza hacia mí. Lo miré seductoramente y sentí su mirada lasciva. La mía acarició sus ojos, su boca, su cuello, su manzana. Lamí la manzana que tanto me gustaba siempre. Sentí cómo se convulsionaba a la par mía. Apreté su cuerpo al mío y me restregué en él. Mis manos bajaron por su espalda hasta llegar a su trasero, el cual acaricié con frenesí. Sus manos se deslizaron por mi melena larga y tersa, alborotándola amorosamente. Con urgencia acercó su rostro al mío para besar mis labios, mordiéndolos con fuerza pero sin lastimarlos. Nuestras bocas excitadas no querían separarse. Mi lengua jugueteaba con la suya, con sus labios, con el interior de su boca, con pequeños mordisquitos en sus labios. Ese beso se prolongó por mucho tiempo, y en ese beso apasionado hicimos el amor de manera alocada.

Acto seguido, buscó con su boca mis orejas para besarlas con urgencia… el camino de besos llegó hasta mi cuello y se entretuvo un largo rato. Con sus manos acarició lentamente mis senos, bajó el vestido lentamente para liberarlos y recibirlos en sus manos. Los acarició con pasión, luego lamió la aureola de mi pezón, la lengüeteó suavemente, para después apretarlo fuertemente, y con pasión, arrancándome un grito de dolor y placer. Se dirigió al otro seno y repitió la operación. Mi excitación iba en aumento y sentía la necesidad de ser poseída y poseerlo. Pero antes iba a ofrecerle un pequeño numerito que tenía en mente.

Estaba muy erotizada, pero podía prolongar el acto amoroso. Le pedí que me sirviera otra copa de vino y él hizo lo propio con el vodka, así brindamos por ese momento. Se acercó lentamente y me susurro al oído frases muy candentes. Tomé un pequeño sorbo de la suculento bebida.

-Eres una rica hembra, dijo.

-Y tú un apolo que me enloquece y al que voy a llevar al éxtasis, susurré yo.

Posteriormente tomó mi copa y la dejó en una preciosa mesita de marfil. Yo quería proporcionarle todo el placer posible y me esmeraría en ello. Le pedí que apagara las luces dejando solamente una que me iluminara sólo a mi, y que se sentara en el sofá de piel negra, para que disfrutara de mi pequeño show. Sonrió ampliamente y obedeció. Hizo lo que le pedí. Se quitó la chaqueta y el cinturón para estar más cómodo, según mencionó. Ya sentado, copa en mano, se dispuso a presenciar mi numerito.

Fui por un banco de la pequeña cantina que estaba a un costado mío. Lo coloqué en el centro de la luz tenue que me iluminaba y me senté en él. Saqué de mi bolso unos guantes negros largos que cubrían casi todo el brazo y me los enfundé; saqué algunas cosas que me servirían para efecto de hacer más caliente mi espectáculo.

Sentada en el banquillo, encendí un cigarro y lo fumé lentamente mirando a mi espectador silencioso. El humo envolvió la estancia y la luz tenue hacía unos efectos fantásticos con esos hilos de humo. Le lancé algunas bocanadas acompañadas de besos. Lancé el cigarro a un cesto y empecé a bailar cadenciosamente, acariciándome las tetas, apretándolas, marcando círculos, abarcando casi con toda la mano cada una de ellas. Tomé la parte vaporosa del vestido –la falda- y la restregué por mis piernas, metiéndola entre ellas, hasta marcar bien mis caderas y sexo. Lentamente la fui subiendo y dejé a la vista mi sexo. Bueno, casi la totalidad del mismo. Llevaba puestas unas bragas pequeñitas, casi imperceptibles. Hice unos movimientos pélvicos lentos, luego me di la vuelta y dejé al descubierto mis nalgas separadas por el hilo dental de las bragas. Pasé mis manos por encima de ellas agitándome sensualmente. Me eché para adelante y le ofrecí a mi amante mi culito voluptuoso.

Me volví hacia él y me encontré con su mirada lasciva que me devoraba. ¡Oohh! Me calenté sobremanera al ver que había sacado su apetecible miembro del pantalón y lo estaba acariciando con muchas ganas. Me miró a los ojos y luego bajó la mirada hacia su masturbación como ofreciéndomela. ¡Vaya que estaba muy bien dotado! Solamente tres manos podrían haber cubierto totalmente ese vigoroso instrumento. Mi conchita se derretía al mirarlo. Aún con la tentación de sentirlo continué con el bailecito. Bajé el cierre del vestido y me lo quité con lentitud.

Quedé en sostén, bragas y medias (todo negro). Eché a un lado el vestido. Me puse los guantes y comencé a caminar y bailar entre las esculturas, deseando que cobraran vida, e internarme en ese mundo de seres fantásticos y perfectos. Por momentos viajé hasta épocas lejanas danzando con personajes memorables.

Regresé al presente y pasé una pierna por encima del banco, haciendo una escuadra, Restregué mi pubis al cojín de ese objeto alto y estrecho. Mi humedad salió a relucir al quedar mojada esa parte del mueble. Me senté como si fuera una silla de caballo y empecé a cabalgar, imaginando que me montaba esa verga enorme que estaba viendo a tres metros de mí. Mis botes eran cada vez más rápidos, trataba de seguir el ritmo de la masturbación de mi amante. Su rostro estaba desencajado, y echaba hacia atrás la cabeza gimiendo pasmosamente.

Yo estaba deseando bajarme del banco, ir hacia él y fundirnos en un coito enloquecedor. Como posesa, presa de una lujuria incontrolable, tomé el juguetito que ansiaba utilizar. El vibrador tenía casi las mismas dimensiones del miembro de Mario. Antes de masturbarme con él ya que mi conchita estaba deseosa de albergarlo, quise pensar que era su el pene y empecé a lamerlo. Con mi lengua recorrí la ladera y la punta (mirando el miembro de mi amante). Me lo tragaba y lo sacaba, lo sentía frío pero me enloquecía porque era como casi real, grueso, venoso y suave. Lo encendí y empezó a vibrar en mi mano. Me bajé las bragas hasta los pies, y con el pie derecho se las lancé a él. La tomó y con ella cubrió la punta de verga para masturbarse con más energía como si fuera mi yo misma.

Me calenté más. Tomé el consolador y abriendo mis piernas lo más que pude introduje suavemente semejante cosón en mi conchita jugosa. ¡Ahhhh! Diooos mío! Estaba yo temblando. Empecé a introducirla más y más rápido. Como loca la metía y la sacaba. Una y otra vez. Rápido, luego más despacio, dándole vuelta al juguetito, uff!. Presa de fuertes convulsiones, volteé a mirarlo. Su rostro estaba descompuesto, jadeaba "animalescamente". Al verme, quitó de golpe las bragas, lanzándolas a un lado, y comenzó a agitar su larga y gorda polla hacia mí. Ambos como posesos, deseando estar uno encima del otro, él detrás, yo arriba, en sesenta y nueve

Continué con mi frenética masturbación. Con el consolador dentro, hasta el tope, devorándolo, engulléndolo. Echando las piernas hacia arriba, hacia atrás del banco, doblándolas a la altura de mis hombros. Agggghh! Estaba a punto de llegar. Decidí parar y prolongar un poco más ese juego delicioso.

Me levanté del banco y como ebria fui hasta él. Lo miré con ardor y sobrada excitación. Me deshice de las zapatillas de tacón alto y llevé mi pie hasta la ladera de su polla. Él detuvo la masturbación, su miembro parecía ser algo independiente de él, estaba erguido y orgulloso para mi, a punto de explotar. Permitió que restregara mi pie en su cosita rica, y aún sintiéndolo por encima de la media, palpé lo dura y caliente que estaba. Recorrí con mi pie cuan largo era ese hermoso falo.

Pude sentir como se hinchaba más al contacto de mi pie, por varios minutos lo restregué, lentamente, después con más energía… hasta que él me gritó que iba a estallar. Bajé mi pie y le pedí que continuara jalándosela, que la agitara más. Me obedeció y comenzó a meneársela más rápido.

¡Qué placer sentí al observarlo! Me arqueé hacia atrás, mis gritos eran escandalosos ya. Sentí que iba a llegar a la cúspide de esa maravillosa masturbación y un placer exquisito me invadió. "Aghhhh! Termiijjno", grité en medio de escandaloso jadeos. Y en ese momento sentí que un líquido caliente me salpicaba las piernas. Mis espasmos crecieron y terminé en el rostro de Mario. ¡Uff! Rendida, acerté a sentarme en el sofá a su lado, notando que mis medias estaban manchadas con el semen de Mario. Estábamos agotados y sudorosos, pero felices.


El telón cae. Las luces se encienden. Volteo hacia donde está Mario. Él sonríe satisfecho y me dice: "Estuviste genial cariño". Le devuelvo una sonrisita nerviosa. Un asistente nos proporciona batas para cubrirnos. Nos las echamos encima. Del otro lado del escenario se escuchan los aplausos de la gente. Muchos aplausos.

El telón sube y veo a un público por demás eufórico. Parece que ha gustado la obra, se nota en el ánimo de las personas, y hasta puedo percibir la excitación en el aire. Mario y yo nos tomamos de la mano y caminamos hacia el borde del escenario, frente al gentío emocionado. Alzamos los brazos y luego hacemos una reverencia de gratitud y nos despedimos. El telón vuelve a caer. Fin de la obra "Lujuria en blanco y negro".


Soy Tania, actriz de teatro, estoy preparándome para otra función. El recordar la ovación del público me hace sentir satisfecha con los cambios que ha tenido la moral de la sociedad a lo largo del tiempo, porque hace años que comencé en la actuación y el teatro era muy conservador, no era posible presentar una puesta en escena de esta clase. Y pensar que hoy en día el teatro erótico es de lo más común.

Para ti, sensual y angelical amor.