Lujuria de chocolate
El chef y su joven maestro chocolatero atemperan manjares.
Nota de autor; yo también participé de cierto reto así que como ellos me animo a publicar el resultado. Espero que os guste.
Peché
era el restaurante de moda en París. Surgido de la original mente de un jovencito recién salido de la escuela de alta cocina de la capital francesa se componía de un grupo de profesionales de edades similares a la suya con excepción de chef que dirigía la cocina.
Chef que en esos momentos se había quedado detenido en la entrada mirando embelesado la figura desgarbada y alta del maestro chocolatero que Jean Paul, ese excelente recién graduado había contratado.
Le veía atemperar el dulce sobre el mármol de la encimera donde solía trabajar. Con pulso firme y decidido. A él, la entrepierna empezaba a darle muestras claras de que no era frío lo que sentía. El postre del menú especial del día incluía una suculenta tarta tres chocolates. Una de las especialidades más demandadas del lugar.
El joven maestro era una persona silenciosa. Un joven de cabellos negros rizados y muy moreno. De ojos oscuros, del mismo color que el más amargo de los manjares sobre los que solía trabajar. Las mangas cortas de su ropa de labor dejaban vislumbrar unos brazos sugerentemente fuertes. El delantal negro atado entorno a aquella estrecha cintura daba pistas de un cuerpo firme pero suave como un junco.
El hilo musical que sonaba durante todo el día en el recito empezó a jugarle una mala pasada cuando a través de él empezó a sonar aquella fascinante pero por el tan odiada canción.
Je t'aime moi non plus
y Jane Birkin gemía fingiendo orgasmos y al chef empezando a serle extremadamente dolorosa mantener la erección retenida en la gastada tela de sus pantalones vaqueros.
No sería la primera y, suponía, que tampoco la última en que ese dulce bombón se dejase seducir. Se acercó a él. Le oyó suspirar cuando ciñó los brazos entorno a su cintura moviendo la cadera sensualmente buscando provocar la reacción que deseaba. Le oyó murmurar una pequeña queja y como toda respuesta le mordió el lóbulo de la oreja. Para luego pasarle la lengua por la piel descendente del cuello. Hasta la clavícula.
Desde el primer momento que vio aparecer a aquella persona naciendo a la edad adulta, que abandonaba la niñez y la adolescencia con esa mirada brillante como el más perfecto y lustroso chocolate se sintió atraído como las moscas por la miel.
Tacharlo de irresistible era quedarse corto.
Sigue trabajando le pidió. No te detengas. Añadió. Sus manos se deslizaron por la ropa que le cubría adentrándose por el interior para acariciar sinuosamente la piel que se escondía bajo ellas. Cómo quieres que lo haga, fue lo que se escuchó a continuación. Tres palabras acabaron con toda conversación.
Confío en ti.
Le desabrochó el cordón que le ataba el pantalón para bajarlo con unos pocos movimientos acompañando al descenso de la prenda a la ropa interior. De cintura para abajo lo tenía a su completa merced. Con gesto rápido pasó la yema de un dedo por el chocolate dibujando un corazón. Ese mismo dedo se deslizó por la superficie del pene trazando un sendero por toda su ya inhiesta longitud. Volvió a hacer el mismo recorrido pero esta vez fueron sus propios labios los que untó con aquella azucarada ambrosía.
Se arrodilló ante él. Abrió la boca. Aquel trozo de carne fue desapareciendo en el interior. El dulzor impregnó las papilas. Un estallido de exquisito placer estalló en el interior. A sus oídos un jadeo de él era un coro de ángeles.
Su alma voló hacia el cielo mientras él seguía rendido a sus pies.
Hacia fuera, hacia dentro. La mano del muchacho acarició la piel de su rostro hasta rozar de nuevo los labios para mojarlos de nuevo del material sobre el que trabajaba. Ahora tenía su polla y sus dedos humedecidos por su saliva, por su juguetona lengua.
Subiendo los ojos vio que continuaba con su labor como le había pedido. Como el buen profesional que era. 20 añitos recién cumplidos y uno de los futuros más prometedores dentro del panorama culinario del país.
Necesito... le oyó hablar.
Ahora no. Respondió juguetón.
Tengo. Le volvió a oír protestar.
No es momento. Repitió otra vez.
Me van a... - se incorporó, le hizo darse la vuelta y acalló aquellas palabras con sus labios al mismo tiempo que susurraba.
Shhhh...
El hilo musical se debía haber atascado porque el francesito seguía cantando y la chiquita gimiendo. Tal y como el muchachito que le volvía loco hacia en esos momentos.
Le tumbó sobre la mesa destrozando su tan elaborado trabajo. Los ojos de su atractivo compañero lucieron un destello de enojo al comprobar como toda su cuidadosa labor había sido directamente echada a perder. Pero al mismo tiempo se abrieron de par en par cuando aquel miembro se adentró en su interior. Su espalda se arqueo mezclando dolor y placer a partes iguales. Movió la cabeza hacia un lado mordiéndose los labios. Cuando volvió a recuperar algo de compostura la mejilla derecha estaba embadurnada de chocolate.
El jefe de cocina se inclinó sobre él mientras se lo follaba. Lamió la piel de su cara deleitándose con la mezcla del dulce, el sudor y la saliva que la mojaban. Movía sus caderas con deliberada lentitud unas veces y con arrebatadora rapidez otras. Apoyó una mano sobre el líquido y luego la llevó a su boca. El jovencito chupó sus dedos como si se tratase de pequeñas pollas. Cuando tuvo tres o cuatro, no estaba seguro, pensó que algo así, de semejante diámetro era lo que debía estarle perforando el ano.
De nuevo se arqueo. Uno de los brazos del de más edad retuvieron la cintura delgada y suculenta de su amante para pegarla a su cuerpo. Le devoró los labios. Pellizcó los pezones con algo de rudeza para endurecerlos y luego atraparlos con sus dientes. Se pegó tanto a él que su vientre servia para masturbar la polla del chico. Que lucía dura y grande. No circuncidada y apetecible para jugar con la piel del prepucio como había estado haciendo minutos antes.
Volvió a oírle gemir. Aproximó sus labios al oído. De nuevo lo lamió para después susurrarle que gimiese su nombre. Y lo hizo. Con voz rota producto de esa garganta seca aquejada de jadeos.
El mismo tenía que hacer enormes esfuerzos para no sucumbir a la estrechez de aquel esfínter que se ceñía a su polla como una garra de hierro. Para no morir derretido como el mismo elemento que manejase aquel niño con tan habilidosa capacidad. Le besó con rabia, con saña, con cariño, con delirio. Con pasión. Con deseo.
Reconociendo la derrota de quien se sabe vencido por un enemigo inesperado.
Continuó haciéndole suyo. Perforando aquel camino ya explorado pero nunca suficientemente seguido. Con el que solía soñar. Primero anhelando descubrirlo, después rogando recorrerlo repetidas veces y, finalmente, suplicando no abandonarlo nunca.
Sus manos embadurnadas de chocolate lo abrazaron contra él. Las piernas entorno a su cintura. Los labios atrapando los suyos. Las uñas surcando la piel de su espalda.
Y un grito gutural surgió de sus entrañas. El cachorro de león rugió mientras eyaculaba entre sus abdómenes para seguidamente gemir ruidosamente al notar como el rey del lugar se derramaba en su interior.
Sendas respiraciones agitadas intentaban volver a retornar a la normalidad mientras labios se sumergían en el dulce sabor del chocolate que impregnaba cada centímetro visible de sus pieles.
El chef alargó una mano para coger de un recipiente próximo un trocito de fruta que iba a decorar la tarta. Lo mojó en un poco más del negro placer, lo situó a escasos centímetros de sus dientes, mordió las hojitas que coronaban la roja pieza y la acercó a la boca de su joven amante.
El otro abrió como una flor sus rosáceos labios y mordió lo que se le ofrecía. Primero lamiendo tímidamente con la punta de la lengua. La atrapó con sus propios dientes movimiento que le sirvió para permitir que el chef volviese a dirigirse a él.
- Yo tampoco te quiero
... - el muchacho rió suavemente. * Sí, yo tampoco te amo.
- asintió conforme.
Podría sacarle unos 15 años pero no importaba en absoluto. El poder afrodisiáco del chocolate invadía cada milímetro de aquel escenario. De aquella persona ante la que había sucumbido y por la que cometía locuras como aquella.
Follar una y otra vez con él. Sobre aquella mesa impregnada del dulce e intenso sabor del amor.
Del sabor del amor prohibido y picante.
Del amor pecaminoso.
Bien sabía el joven Jean Paul Eros, dueño del lugar, joven licenciado de la escuela culinaria cual era el nombre más adecuado para aquel templo.
Peché,pecado.