Lujuria de carnaval

Tiempo de carnaval, tiempo de máscaras, tiempo de transgresiones, aunque siendo sincero nosotros no necesitamos del carnaval para echar mano de la máscara y transgredir normas...

Tiempo de carnaval, tiempo de máscaras, tiempo de transgresiones, aunque siendo sincero nosotros no necesitamos del carnaval para echar mano de la máscara y transgredir normas. Nos gusta sobrepasar los límites, romper barreras, reinventarnos cada vez que nuestros cuerpos se acercan. Pero el carnaval ayuda a pasar inadvertidos mezclados entre la multitud.

Así que la otra noche nos tiramos a la calle para divertirnos un rato. Rodeados de un gente variopinta, con un Pierrot de más de 120 kilos por delante, varias brujas perversas a nuestra izquierda y algún que otro pirata con los pelos pintados de colores, nos pusimos a escuchar coplas de carnaval.

Mientras una comparsa cantaba sobre el escenario me coloqué detrás de mi tigresa, muy pegadito a ella, notando su calor en mi pecho y con su culito, duro y elástico, apretado contra mi polla que iba poniéndose dura al compás de la música y los vaivenes de ella. Mientras enterraba mi cara en su pelo, para oler su perfume y darle algún que otro chupetoncito en el cuello, mis manos comenzaron a moverse por su cuerpo como si tuvieran vida propia. La izquierda entró bajo su blusa y empezó a acariciarle los pechos que reaccionaron veloces al toqueteo, y al frío de las manos, poniéndose tensos y lanzando hacia fuera los pezones duros como piedras. Me encanta juguetear con ellos, pellizcarlos entre mis dedos, estirarlos y notar como crecen.

Con la mano derecha me dirigí hacia el sur y, bajo su corta falda, comencé a explorar. Ella, como es habitual, no opuso resistencia y con un suave contoneo abrió las piernas lo suficiente para facilitar mi excursión, a la vez que apretaba más su culo contra mi polla que ya estaba palpitando de lujuria. No se había puesto ningún tanga así que sin el más mínimo obstáculo, empecé a "trabajar". Le introduje dos dedos en la cueva de los deseos y mientras la acariciaba por dentro utilicé el pulgar para excitar su clítoris que respondió, como siempre al instante, transformándose en un ser turgente y cálido que pedía a gritos ser acariciado.

Noté como estaba cada vez más húmeda, caliente, suaves, … mis dedos entraban y salían veloces ahora, despacito un instante después. Jugueteaba con su chochito retorciendo y pellizcando, pellizcando y retorciendo, dando tironcitos de sus labios, abriéndolos y cerrándolos, masajeándolos suavemente. Metiéndole los dedos, uno dos tres, para explorar en su interior en todas direcciones, notando las distintas sensaciones táctiles de su húmeda caverna, suave como la seda por aquí, rugosa un poquito más allá. Durita en un momento, blandita al siguiente. Siempre caliente y húmeda, más que húmeda chorreante como pequeñas cascadas de placer.

Por la tensión de su cuerpo, por sus jadeos, por como apretaba su culo contra mi polla, por como estrujaba mi mano, supe que estaba cada vez más excitada y solo me faltó un último empujoncito para llevarla hasta el orgasmo …. Intenso, profundo, grave, como suelen ser los suyos, acrecentado por el morbo de encontrarnos rodeados de gente que con sus aplausos tapaban sus quejidos. Me llevé la mano a la boca para deleitarme con su sabor y le di a probar a ella que chupó ávida mis dedos y beso mi boca con sus labios que, como siempre que se corre, se habían puesto grandes y carnosos.

Con el cuerpo aún temblando después de la corrida que me había pegado, los muslos mojados por los ríos de placer que me fluían desde la entrepierna y mi propio sabor en la boca nos largamos de la carpa buscando un lugar menos concurrido donde continuar con nuestro "baile" privado.

Tuvimos suerte, la suerte de estar en una zona no demasiado concurrida, y no tardamos en encontrar un lugar adecuado para saciar mi apetito. Entramos en un parque solitario, lleno de vegetación y con varios bancos que podíamos utilizar. Solo tuve que desabotonar su pantalón para que saliera de él su polla erecta que me llamaba a gritos, suplicando que me la comiera.

Me senté en uno de los bancos y empecé a lamerle la puntita, buscando con la punta de mi lengua llenar su orificio, abrirme camino hacia su interior. De ahí pasé a deslizarla arriba y abajo con chupetones y lengüetazos repartidos aquí y allá. Cada vez más caliente y más húmeda, gracias a mis manejos bucales notaba como se excitaba, como la recorrían contracciones y adquiría vida propia.

Entonces empecé a meterla y sacarla de mi boca con suavidad, unas veces tragándome solo un poquito y otras empujándola muy adentro. Cuando me di cuenta que la tenía a tope y que era más mía que suya, cuando estuve segura que ya no aguantaba más, la saque de mi boca, la refresqué soplándole suavemente, y me la coloqué entre mis pechos. Allí, apretándola en medio del canalillo, volví a lanzarla en busca del ansiado orgasmo. Mientras el apretaba mis tetas con sus manos yo puse las mías en su culo para atraerlo y controlar sus vaivenes hasta que la excitación le llevó a correrse sobre mí, llenándome los pechos con su semen, aliviando su "angustiosa espera".

Por fin quedamos los dos satisfechos y pensando en el polvo que íbamos a echar en cuanto llegáramos a casa. Así el carnaval sería plenamente mágico, carnal y lujurioso, muy lujurioso.

Después de tomarnos una copita para recuperar fuerzas cogimos el coche y nos encaminamos hacia nuestra guarida. Pero el ambiente estaba muy caldeado y mi tigresa no tenía ganas de esperar.

Así que mientras yo conducía ella se arrellanó cómodamente en su asiento, subió una pierna al salpicadero mientras acercaba peligrosamente la otra a mí y comenzó a tocarse bajo la mini con una mano a la vez que con la otra se acariciaba bajo la blusa los pechos aún pringosos de mi anterior corrida. Se levantó la falda para que yo no me perdiera nada y pudiera ver como se acariciaba el clítoris y se restregaba entre gemidos de placer su húmedo chochito.

A continuación se metió los dedos y empezó a excavar su cueva como si le fuera la vida en ello. ¡Uff! Me estaba poniendo a mil viendo como sus dedos entraban y salían, salían y entraban a un ritmo suave y constante, con lentitud repicada con aceleraciones momentáneas. Girándose un poco para apoyarse entre el asiento y la puerta del coche, empezó a buscar mi entrepierna con su pie izquierdo, frotándome por encima del pantalón.

A la vez que me la ponía dura me enseñaba las tetas ya escapadas del sujetador y la blusa y me dejaba ver su coño cada vez más levantado, más abierto, más húmedo, más apetecible,... se sacaba los dedos chorreantes y se los llevaba a la boca, chupándose a si misma, se los volvía a meter y los sacaba esta vez para mí, para demostrarme que estaba "abierta a sugerencias".

Y solo una "sugerencia" acudía a mi cabeza: follármela allí mismo, sin esperar, sin perdidas de tiempo. Aprovechando que íbamos por una zona tranquila y nada concurrida me desvié a la derecha y aparqué el coche en una callejuela desierta. Nada más soltar el volante me eché sobre ella y fueron ahora mis dedos los que la penetraban dejándole así libertad para que cogiera mi polla y empezara a acariciarla desde la húmeda punta hasta los huevos, entreteniéndose un poquito con ellos y vuelta a subir. Le lamí los pezones duros como piedras y con mi sabor aún en ellos. Le apreté las tetas calientes y turgentes entre mis manos, le pellizqué el culo elástico y sensual como pocos, ... echamos una miradita a nuestro alrededor y comprobamos que estábamos solos así que nos salimos del coche para ganar libertad de movimientos y estar más cómodos.

Ella se tumbo boca arriba sobre el capó, con las piernas levantadas en el aire y la falda arremangada convertida ya en poco más que un cinturón. Lo primero que hice fue agacharme y chuparla con ganas para bebérmela enterita, huuummm como estaba, que delicioso sabor a tigresa en celo. A continuación me incorporé y acercándome al coche empecé a follármela, metiéndole la polla hasta el fondo una y otra vez y sacándola por entero en cada arremetida. Veía como ella acompañaba mis movimientos y como su coño quería seguir a mi polla cada vez que la sacaba, lo veía palpitar de deseo, lo notaba arder de lujuria .... en el momento en que se puso a gemir metí mis dedos en su boca para evitar los gritos que venían acompañando a su orgasmo y me corrí como un poseso dentro de ella.

A pesar de que habíamos intentado no armar demasiado jaleo, algunas luces cercanas se fueron encendiendo y caras curiosas se asomaban a las ventanas. Así que sin terminar de vestirnos, jadeando y pringados, nos montamos en el coche y salimos pitando de allí.