Luisa (IV)

La adolescencia como el momento y lugar donde dirigirse en busca del origen de todo el morbo.

Había estado en Cadiz con mis padres, siempre veraneábamos allí, y el hecho de que un par de semanas antes hubiera mantenido aquella charla con Luisa hizo que no viera Cádiz, sus playas y sus mujeres de la misma manera. Como todo en mi vida. Cumplí los catorce, y casi todos los días entre las palabras de Luisa, sus bragas con su coño intuido y el escote, hizo que a cada instante me refugiara en el baño y experimentara con mi polla, masturbándome e imaginando el cuerpo desnudo de ella. Miraba a las mujeres en la playa jugando a adivinar como tendría Luisa los pezones, si serían grandes, rosados, puntiagudos. Imaginaba la forma de sus tetas, del bikini que usaba y de como me gustaría tocarlas, besarlas.

Luisa se había convertido en musa de mis pajas, en el objeto de mi deseo, y ninguna mujer era mas guapa, mas morbosa y mas espectacular que ella. Las demás eran un sencillo consuelo visul para mi, mientras llegaba el día en que pudiera encontrarme de nuevo con ella, a solas, y tratar de rebuscar en sus momentos para disfrutarla yo solo, sin testigos, sin mas

ojos posándose en ella que los mios, en su ropa ligera de verano, en sus gestos y en sus descuidos.

Un martes a finales de agosto de mil novecientos noventa mis padres se desplazaron a otra ciudad por el fallecimiento de un familiar, un tío de mi madre. Yo me quedé en las mismas circunstancias que la vez anterior. Una boda y un funeral, no podía ser más vital la situación. El marido de Luisa si que

estaba en casa, pero

solía

comer fuera y Julio andaba en un campamento scout. Scouts y el cumpleaños de un amigo. Adoraba a ese chico.

Mis padres habían quedado con Luisa en

que

almorzaría

con ella, luego la

ayudaría

a recoger la cocina y me iría a casa a hacer unas tareas que me habían impuesto. Luisa llamó a la puerta (vivíamos puerta con puerta), y apareció ante mí de un modo que no podría haberme decepcionado más. Una camisola suelta, pero que nada dejaba imaginar, unos pantalones que parecía se los hubiera cogido a su marido y unas chanclas horrorosas, la seguí a su casa con una decepción directamente proporcional a la erección que tuve la vez anterior.

Pero mi nivel de observancia debía estar quedándose solo en el aspecto morboso de nuestra relación, porque no me di cuenta que había manchas de pintura en aquella extraña y horrenda ropa que llevaba puesta. Al entrar en el piso se disculpó por estar tan desastrosa y me dijo que estaba pintando una habitación, que quería dedicar esos días a preparar una habitación como estudio.

-Perdona las pintas. De pintora de brocha gorda estoy

-No te preocupes, si necesitas ayuda...

-Qué bueno eres, tal vez mas tarde, ahora vamos a comer. ¿Pero antes te importa si me limpio un poco? que ando muy incómoda con esta ropa

-Claro que no, si quieres vuelvo mas tarde.

-No, que va. Hay confianza. Quédate y entretente con algo mientras salgo, tardo cinco minutos.

Y así la vi desaparecer pasillo adentro. Puse el radar y noté que se abrían puertas pero no se cerraban, que se abrían y cerraban cajones, que había cierto jaleo. Decidí quedarme en el salón, pero pensé que quizás si tenia suerte podría tratar de verla, intuirla, a través de una ventana que desde el lavadero ofrecía la visión de una ventana translucida (exactamente igual a la de mi casa) de su cuarto de baño. Me levanté tan rápido como pude y para allá que fui. Pero no había movimiento, nada que vislumbrara aquella mujer a que deseaba, que admiraba.

Pero hubo algo en lo que no me había percatado, que podría ser casi mejor que una silueta desfigurada a través de la ventana. El cubo de la ropa sucia. Lo abri con entusiasmo y tras ropa de su maloliente hijo, de su estirado marido, un sujetador tenia entre mis manos. Lo olí, lo abracé, lo rocé por el pantalón que resguardaba mi hinchada polla...

-Si quieres tomar un refresco hay en la nevera!! (a gritos)

Un miedo que nunca había sentido se apoderó de mi

, s

olté rápidamente el sujetador, cerré la tapa y me fui al salón.

-Ya estoy. ¿No vas a tomar nada? (ella)

Mis ojos debieron ser descarados como no podía ser de otro modo. Una camiseta de tirantes, ajustada, sin sujetador, blanca. Un pantalón de deporte gris, muy corto, descalza. Sus pezones apuntaban a mi, ya pude tachar de la lista la duda de cómo serían: puntiagudos y grandes. Si se agachaba en el momento justo no dudo que le vería las tetas.

Mi polla que ya estaba erecta por haber tenido entre mis dedos su sujetador, que alcancé a oler y sentir, iba a reventar. No podría creer que aquella mujer estuviera así, por mucho que lo hubiera soñado, por mucho que lo hubiera deseado. Era un sueño, un sueño cumplido que abría la puerta a más deseos.

Sus tetas estaba baja una camiseta blanca, ajustada pero escotada, que me permitía contemplar sin casi necesidad de descaro aquellas tetas hermosas y turgentes. Aquellos pezones que se adivinaban rosados y de seguro eran puntiagudos de grandes areolas. Noté como me corría, y tuve que pedir permiso para ir al baño a limpiarme la corrida que bajaba por mis muslos.

Al regresar a la cocina ella estaba sentada a la mesa, había servido el gazpacho y un poco de pollo en salsa, refrescos y unas servilletas y cubiertos. Me miraba y yo la miraba, trataba de concentrarme, de no se tan descarado, pero me costaba mucho esfuerzo. Yo tenía catorce años, ella cuarenta, y era la mujer mas hermosa del mundo.

-Te voy a decir algo (ella) y no quiero que te moleste

  • El qué

-A ver, entiendo que estas en un momento complicado. Que estas sufriendo cambios en tu cuerpo y que ahora te fijas en cosas que antes no lo hacias.

-...

-No te estoy regañando, y no lo hago porque no haces nada malo. Creo que sabes de que te estoy hablando.

-No

-¿De verdad quieres que lo diga en voz alta? ¿No prefieres que sigamos hablando como si los dos supieramos de que va esto? Ya te digo que no estoy enfadada, de verdad. Solo quiero que no creas que no me doy cuenta.

-Lo siento

-No lo sientas. Y aunque te he dicho que no te iba a regañar si me gustaria pedirte que tengas mas cuidado.

-No se porque lo dices

-El cubo de la ropa sucia. Te he visto.

El mundo se me venia encima, empecé a llorar como lo que era, un niño. No temía que se lo contara a mis padres, sino a su reacción, a que se enfadara conmigo y dejara de hablarme, de tratarme, de hacerme sentir tan especial, tan único.

-A ver. Entiendo muchas cosas, no voy a cambiarme de ropa cuando se que vienes, no voy a modificar mi manera de ser. Me gusta estar comoda en mi casa, sentirme así. Pero lo del sujetador no me ha parecido bien. Pero, espera, no llores...

Se levanta, se pone a mi lado, lloro y mascullo que no quiero que se enfade, que no lo volveré a hacer.

-Ven, vamos a sentarnos en el salón.

Los dos en el sofa, cada uno mirando de lado al otro. No puedo evitar, a pesar de las lágrimas mirarle las tetas, los muslos, el triangulo que intuyo, su piel,...

-Los chicos a tu edad miran mucho, y lo haceis muy descarados. Cuando voy a la playa, tu no sabes, pero yo hago topless.

La miro sin saber muy bien que está diciendo, pero se que me gusta, aunque no la comprenda del todo.

-¿No sabes que es eso?

-No

-Que soy de las que toman el sol con las tetas al aire. Y me miran, los hombres, algunas mujeres y muchos chicos de tu edad. Son los menos disimulados, pero me da igual. Yo me pongo asi con todas las consecuencias, no me importa. Los hombres de mi edad si, pero vosotros me da lo mismo, se que estais en la edad de descubiri. Tu mismo me dijiste que lo hacias cuando ibas a la playa.

Sigue

-Mira, la verdad es que eso me da igual. Como me da igual que me mires aqui en mi casa, que te fijes en mis tetas, no pasa nada. Como decia mi abuela: "lo que se coman los gusanos, lo disfruten los romanos."

-Lo siento, Luisa. No se...

-Que no se lo diga a tu madre. Pues claro que no!

-Gracias

-Prométeme que no vas a volver a rebuscar en mi ropa sucia. Ademas, te puedes encontrar con algo desagradable. Jejejeje

-Jejej. vale. Lo haré

-Oye, no llores mas.

-Vale