Luisa, el placer del dolor
Los orgasmos más intensos y numerosos le vinieron a Luisa en una sesión de sado suave. El dolor administrado adecuadamente por un maestro se convirtió en la mejor fuente de placer.
Recogí los informes que se habían acumulado sobre mi mesa a lo largo de la semana y los guardé en el primer cajón. Me había leído algunos, otros los había resumido, y me faltaba echar un vistazo a otros tres. Los muchachos, como les llamaba el jefe, me pasaban los apuntes, notas, fotografías y documentos para que yo redactase un informe que permitiese hacer una película lógica y convincente. El jefe los repasaba y los enviaba a los clientes que nos encargaban el trabajo. Así me pasaba las semanas, los meses y los años desde que cumplí los cuarenta y me asignaron esta función en el equipo. Redactar, escribir. Poner los datos en orden. Darles forma, argumento y deducciones.
Tenía prisa por empezar el fin de semana y olvidarme de los problemas de los demás, que, por empatía, hacía míos hasta el punto de sufrir en mis carnes los cuernos, engaños, y estafas de empleados, socios, esposas y compañeros.
Llamaron al timbre con insistencia cuando ya echaba la llave al cajón de seguridad y cambiaba el código.
Luisa entró sollozando y se metió directamente en mi despacho eludiendo los besos amistosos con los que tenía la costumbre de saludarme. Se desplomó sobre mi sillón y se tapó la cara.
- Buenas tardes. La confianza da asco. Ni dos besos, ni ¿qué tal estás?. Ni consideración para un pobre chupatintas que lleva toda la semana esperando que sean las siete de la tarde del viernes y marcharse a tomar un par de “tintonis”.
- ¡Qué poca delicadeza la tuya! ¿No ves que estoy destrozada?
Luisa era capaz de responder fría y descaradamente aunque estuviese hundida. Nos conocíamos bien y desde hacía mucho tiempo. Fue un amor imposible a causa de la edad. La diferencia entre diez y veinticinco no es la misma que entre treinta y cinco y cincuenta. Así que aquello se enquistó en una relación de las que nunca acaban en nada concreto. Una relación incalificable. Tras mi divorcio, ella se separó de Jorge, un abogado mediocre, y empezamos a vernos de vez en cuando. Casi siempre para tomar algo, confesarnos nuestras frustraciones y sueños o fantasías. A veces, para echar un polvo de misericordia. Estos encuentros se repetían cada vez con frecuencia. Siempre se ha ganado la vida como comercial. Ha vendido casi de todo. Últimamente andaba en el mundo de la lencería, creo.
No sabía bien si sollozaba o renegaba. Se cubría la cara con las manos. Llevaba el cabello, -hoy tocaba pelirrojo-, revuelto, pero brillante.
- ¿Puedo saber a qué viene esta invasión de mis primeros minutos de fin de semana sin aviso previo?
- Porque me han tenido secuestrada veinticuatro horas y no tenía a dónde ir ni a quién explicar mi caso.
- Pues es muy sencillo. Una persona de tu coeficiente intelectual sabe que tiene que ir a la comisaría y poner una denuncia.
- No es tan sencillo. ¿Qué les voy a explicar? ¿No sé ni por donde empezar? Probablemente no me harían ni caso.
- Probemos. Explícamelo a mi y luego evaluamos.
- Es que estoy aquí para eso, para explicártelo y que tu me ayudes.
- Pues empieza, que el camarero ya me habrá preparado el primer “tintoni”.
- No me presiones.
Cerré la boca y la miré esperando la historia sentado en el pico de la mesa. Se echó hacia atrás en el sillón. Se enjugó las lágrimas que le habían corrido el rimel y se compuso la blusa.
“Ayer por la tarde quedé con un cliente para tomar unas cañas después de cerrar una buena venta para una cadena que dispone de tiendas por toda la costa mediterránea.
Le llevé por la zona de Santa María del Mar. Tomamos unas cañas y unas tapas. Lo pasamos bien. El tío es divertido. Tiene un chiste adecuado para cada ocasión. Y es ocurrente. Me reí mucho. Después de echar un par de meadas, entramos en bromas y chistes subiditos de tono”
- ¿Un par de meadas? ¿Qué quieres decir?
“Pues que nos habíamos tomado ya media docena de cañas y había que mearlas. ¡No estás al día! Ya sabes que yo me caliento mucho y soy una chica fácil cuando he bebido tres cervezas. Él se dio cuenta. Tiene buen ojo el cincuentón. Me cogía la mano, tocaba mi hombro, me asía por la cintura, me daba un besito en el cuello, un mordisquito en la oreja. En fin, que me sacó de mis casillas. En el buen sentido. Me excité. Estaba empapada.“
“El tío no es nada del otro mundo. Normalito. Hasta un poco feo. Lo que pasa es que de tanto mirarlo te acostumbras y hasta le encuentras algún atractivo. El caso es que cuando quise darme cuenta me estaba besando en la boca. ¡Y lo bien que besa el cabrón! Me hacía perder el conocimiento. Y pasó lo que tenía que pasar. Me llevó a un hotel de esos que hay especializados en parejas. Yo me chorreaba. No paraba de tocarme aquí y allá. Con mucho tacto, con disimulo, como si no fuese intencionado. Nada exagerado ni chabacano. Con delicadeza y finura.”
“Nos dieron una habitación rara. Rara para mí. Él debía conocerla muy bien. Lo primero que hizo fue poner la televisión en un canal porno. Eso aún me calentó más. Me fue desnudando mientras me besaba y, cuando quise darme cuenta, estaba tumbada en la cama boca arriba y sólo con la braguita.”
“- Voy a ser tu maestro y tu mi alumna. Estarás a mi disposición. Harás lo que yo te diga. Y si no te castigaré.- me susurró al oído”
“ Estaba tan excitada que ni siquiera respondí. El deseo que hervía entre mis piernas me sometía a sus caprichos. Estuvo hurgando en un pequeño armario unos instantes. Yo me preguntaba que habría allí. Lo supe enseguida. Me ató las manos a la cabecera de la cama con unas cintas de cuero negro; y los pies a la parte de abajo después de quitarme la braguita. Sacó un látigo y me acarició por todo el cuerpo. Me daba leves azotes en los pechos y en los muslos, en el vientre y en la cara. Me producía miedo y a la vez excitación. Me hizo chupar el mango del látigo. Luego lo pasó por mi coño, por mis labios empapados. Me frotó el clítoris muy suavemente y cuando empecé a gemir y a dar esos grititos que me ayudan a correrme como una zorra, me colocó unas pinzas en los pezones. Me dolían un poco, pero al poco tiempo podía soportarlas. Me había cortado el orgasmo, pero lo tenía bullendo en mis entrañas. Introdujo el mango en mi vagina y me emboleó despacio hasta que no pude aguantar más y me corrí . Perdí el conocimiento por unos segundos. El dolor de mis pezones y el gusto ahí abajo eran un cóctel increíble. Se enfadó por correrme sin pedirle permiso. Me pellizcó en los muslos. Me hacía daño. Me golpeó las tetas y también sentí dolor. Sin embargo, el dolor desaparecía enseguida. El ardor que tenía en las entrañas provocaba oleadas de placer que recorrían todo mi cuerpo. Cada vez que gemía me pellizcaba o me golpeaba.”
“- Te estás portando mal. Haces lo que no te mando y no debes hacer nada sin pedirme permiso – me susurró.”
“ Le miré implorante, pero no entendía que le pedía. Probablemente le suplicaba que continuase. Se me saltaron algunas lágrimas. Eso aún le enfadó más. Me puso boca abajo, pero continué atada. Me golpeaba fuerte en las nalgas con la palma de la mano. Los golpes parecían pinchazos. Me producían escozor más que dolor. Mi coño continuaba lanzando chorros de flujo y tenía empapada la cama. Me azotó con el látigo en la espalda, en los brazos y en los muslos. Ahora lo hacía con más fuerza. Me dolía y cuando desaparecía el dolor me brotaba por todas partes un placer suave. Me corrí yo sola frotando la pelvis en la sábana mientras recibía los latigazos. Esta vez le pedí permiso. Me lo concedió pero en esos momentos me golpeaba con más fuerza.”
“Me puso una crema en la espalda y en los muslos mientras me daba un masaje. Yo quería huir de allí, pero no me atrevía a insinuárselo siquiera. Quería huir y quería que me humillase. Estaba indefensa. A su antojo. Y me gustaba. No sé que hizo, pero durante unos minutos fue al lavabo. Oí el grifo. Yo asustada y excitada a la vez. No sabía que iba a ser de mi. No podía soltarme de mis ligaduras. Regresó y me pasó las cintas del látigo por la espalda y las piernas. Era agradable y relajante. Hasta que puso el mango entre mis nalgas y busco el agujero de mi culo. No me desagradaba, pero me daba miedo. Me hacía daño, pero, como siempre, un dolor que podía aguantar sin quejarme demasiado. Me introdujo el mango y me follaba el culo con aquel trozo de cuero duro. No era muy grueso. Menos que una polla. El escozor del principio desapareció. Creo que iba añadiendo lubricante cada poco porque notaba que me bajaba un líquido por las ingles. Me quedé casi traspuesta porque ya no me dolía y me emboleaba con suavidad. Me lo dejó dentro unos segundos. Y, cuando más relajada estaba, me golpeó las nalgas con fuerza. Esta vez me dolió. Expulsé el mango con el sobresalto y se enfadó. Me azotó de nuevo hasta que hacerme llorar. El dolor no era intenso, pero me escocía y no veía el momento en que acabaría mi deliciosa tortura.”
“- Nadie te ha dicho que puedas llorar.- me recriminó”
“ Me contuve como pude y sentí alivio cuando me aplicó una crema refrescante en las nalgas. Me gustaba. Se colocó sobre mi y metió su polla en mi culo. Me cogía del pelo y tiraba de mi cabeza hacia atrás. Me daba palmadas fuertes en las nalgas y me obligaba a gemir como si me gustase. Sollozaba un poco para protestar por la humillación, pero le obedecía. Me pellizcó los brazos y la cintura. Hacía daño de verdad, pero eché de menos esa sensación cuando paró.”
- ¿Así que has descubierto que eres masoquista?
“No. Yo no soy masoquista. A mi me dolía de verdad. Y no me interrumpas. Volvió a darme la vuelta y me golpeó con el látigo. Lo hacía con fuerza. Me escocían los latigazos. No me atrevía a protestar para que no me diese más fuerte. Me espachurró las tetas hasta hacerme daño. Tocó algo en las pinzas de los pezones y me apretaban un poco más. Me dolían, pero era un dolor extraño. Soportable. Me obligaba a respirar profundamente y me generaba unos fogonazos en las entrañas que me hacían lubricar a raudales. Me dio bofetadas muy humillantes mientras me decía que si lloraba no me dejaría chuparle la polla. Al final, me la metió hasta la garganta y me produjo arcadas. Se enfadó al ver que estaba empapada de flujo. Me puso dos pinzas en los labios del coño cogidas con una cadena. Tiraba de ella de vez en cuando. Pero más que dolor, me daba un gusto extraño, como en los pezones. Volvió a golpearme con el látigo. Lo hacía con más fuerza que antes. Me escocía. Me estaba haciendo pequeñas heridas. El placer me inundaba cuando dejaba de darme los latigazos. Me aplicó una crema en donde se me habían abierto heridas. Supuse que era la misma que me había aplicado en la espalda.”
“Se colocó de rodillas delante de mi. Entre mis piernas. Pensé que me la iba a meter, pero cogió la cadena de las pinzas y tiró. Metió el mango del látigo en mi coño. Me emboleaba suavemente hasta el fondo. Era un mango fino pero largo. Lo metía hasta que topaba con el cuello de mi útero. Lo hacía tan suavemente que me daba mucho gusto. Tenía miedo de correrme y que volviese a golpearme.”
“- Te doy permiso para que tengas todos los orgasmos que puedas – me dijo”
“ A partir de ese momento, me vino uno tras otro. Tenía el coño que parecía un uns fuente. Me abrasaba por dentro y me corría una y otra vez. O quizá era un solo orgasmo muy largo, inacabable. Me asusté. Estaba a punto de perder el conocimiento. Gemía sin parar para soportar el placer y para incrementarlo con mis propios sonidos. Afortunadamente sacó el mango y mis flujos disminuyeron su caudal. Mis entrañas continuaban convulsionadas. Ardían. Cualquier roce en el coño hubiera desatado un nuevo torrente. Colocó su polla ante mi cara y se masturbó. Me llenó la cara de la lechaza viscosa. Olía fuerte. Me había caído sobre un ojo, en la nariz, la mejilla, la oreja. La recogía con un dedo y me la iba poniendo en los labios. Ordeno que me la comiera.”
“Me dejó tranquila nos minutos. Miraba y sonreía. No decía nada. Después de un buen rato me quitó las pinzas. Me desató y me llevó a la ducha. Ni siquiera me preguntó cómo me encontraba. Me costaba caminar y me escocía todo. El agua y el jabón reavivaron el dolor. Sin embargo, el ardor en mis entrañas no había desaparecido. Continuaba caliente, excitada, lubricando.”
“Bajamos a la calle y buscamos un bar para tomar algo mientras cambiaban las sábanas. Unas cervezas, unos bocadillos y pocas palabras. Me tenía rodeada sin rozarme. Sólo me dijo que estaba muy guapa. Quise insultarle y salir corriendo, pero mis piernas no me respondían. No sé qué me pasaba. Me sometía con su mirada azul. Me gustaba. A su lado me sentía utilizada y protegida.”
“Dormimos hasta media mañana. Nos subieron el desayuno a la cama. Tuve miedo. Miedo y deseo combinados de una manera extraña. Me azotó de nuevo; sin atarme. El mandaba y yo obedecía. Boca arriba, boca abajo. Los golpes eran delicados, casi un masaje. Sólo algún pellizco aquí o allá, alguna palmada fuerte en las nalgas o en las tetas. Me tocó el coño con la mano. Me pellizcó los labios, los mayores y los menores, el clítoris; y de nuevo se desató la tormenta en mis entrañas. El flujo bajaba como un torrente. Me empapé con tres orgasmos seguidos y abrasadores. De nuevo se colocó de rodillas ante mi. Levantó mis piernas y las puso alrededor de su cuello. Me la metió en el culo. No la tiene ni muy gorda ni muy larga, afortunadamente. Me penetró empujando con suavidad y decisión. El flujo me tenía lubricado el culo y continuaba brotando y embadurnaba su polla. Me embestía despacio y se detenía dejándola toda dentro. Aprovechaba para besarme y volverme una estúpida con sus morreos dulces y embriagadores. No sé cuánto tiempo estuvimos así.”
“ – Cada vez que me detengo es para evitar correrme, pero alcanzo un nivel de placer comparable a un orgasmo – dijo susurrando a mi oído.”
“Ese detalle me puso aún más caliente. Tuve la sensación de sentir placer con su polla en mi culo. Creo que volví a lubricar profusamente. Estuve a punto de sentir un nuevo orgasmo. Se dio cuenta y me besó apasionadamente, aunque al final me mordió en el labio hasta hacerme daño. La sacó lentamente. Hubiera preferido que me la dejase dentro. Me estaba gustando. la metió en el coño y realizó los mismos movimientos. Yo me abrasaba. Quería correrme, pero no alcanzaba el nivel. Eso sí, los chorros de flujo continuaban bajando como un río. Pensé que me deshidrataría. Era como un principio de orgasmo que no culmina nunca. Me creaba ansiedad, insatisfacción. Quería correrme. Lo necesitaba. Me pellizcó los pezones con fuerza. Me golpeó las tetas con la mano. Me volvía loca entre el dolor y el placer. Me dolían las piernas de tenerlas tanto tiempo levantadas. No me dejaba cambiar de postura. Aún estuvo así, emboleando y deteniéndose varias veces. Me dejó descansar tumbada boca arriba y se colocó encima. Me miraba fijamente, con autoridad.”
“- Ya es la hora del aperitivo, del vermut le dicen ahora – Me dijo clavándome las pupilas.”
“Antes de responderle, me había colocado a cuatro patas y me la estaba metiendo de nuevo. Tenía miedo de sentir placer. Bueno, más que de sentirlo, de que a él no le gustase. No pude soportar las embestidas lentas y profundas. Apreté los dientes pero no pude evitar contraer todos los músculos del coño. Se me escapó una nueva oleada de flujo. Se dio cuenta y me riñó por correrme sin su permiso. Me golpeó en las nalgas sin dejar de mover sus caderas. Eso incrementó el gusto que sentí y los orgasmos se sucedían uno y otro. No me importaba que me diese manotazos mientras tuviese su polla entrando y saliendo con tanta dulzura. Se quedó quieto. La punta de su polla rozaba lo más profundo de mi coño. Me palpitaba y me producía algún espasmo incontrolado. Estuvimos así un buen rato. Finalmente, me calmé y recuperé la serenidad. Salió muy lentamente de mi. Tan lentamente que estuvo a punto de provocarme un nuevo orgasmo. Tenía todo el cuerpo erotizado, enervado, tan sensible que el roce de una pluma me hubiese hecho explotar y morir corriéndome. Me incorporó en la cama y me sentó al borde. Se puso ante mi y me ordenó con un par de bofetadas que se la chupase pero sin tocarle con la mano. Me cogía la cara o me tiraba de los cabellos para darle el ritmo que le gustaba. Me obligó a detenerme en tres o cuatro ocasiones. Supuse que se contenía para prolongar más rato la erección.”
“- ¿Te gusta la lechaza? ¿Te gusta tragártela? – me preguntó aunque yo sabía que era una orden y no le interesaba mi opinión.”
“ Empezó a embestir con más rapidez y profundidad. Yo evitaba como podía que llegase a mi garganta y me provocase nuevas arcadas. La presión sobre mi cabeza y los tirones del pelo me avisaron de lo que llegaba. Tenía media polla dentro de la boca cuando sentí el primer golpe del semen en la parte posterior del paladar. Me la tragué instintivamente. Llegaron dos más. Contuve el esperma en mi boca. Apreté los labios sobre su capullo. Sabía que le daría mucho gusto y expulsaría toda su lechaza. Hasta la última gota. Tenía la boca llena. Me tenía que tragar algo o se me saldría de la boca. Me pasé casi la mitad. La otra mitad la dejé caer por la polla y la volvía a recoger con la lengua o chupándola de nuevo. Se quedó inmóvil. Aún así, aún salió alguna gota más que recogí con la lengua.”
“- ¡Trágatela toda! – me ordenó”
“Nos tumbamos en la cama el uno al lado del otro. Sentí frío y me cubrí con la sábana. No me preguntó en ningún momento cómo me encontraba. No se interesó por mi estado ni por mis llagas hasta que fuimos a la ducha. Le froté con jabón todo el cuerpo y se la chupé hasta que se le despertó de nuevo. Tuve que ducharme sola sin su ayuda a pesar del escozor que me producían las heridas. Antes de secarme me aplicó una crema que me calmó bastante. Me dio un analgésico después de vestirme. Fuimos a comer a una taberna de tapas. Tuve que pagar yo, claro. Él es el cliente. Después fuimos a tomar uno de esos “tintonis” que dices tu. No hablamos de lo que había pasado hasta que nos despedimos. Sólo me dijo que aún tengo que aprender muchas cosas.”
- Bien, y después de esta historia, ¿para qué me quieres a mi? ¿Para qué me explicas tu vida sexual?
- ¿Es que no lo entiendes? ¿No te has enterado de nada? Este tío me ha sometido, me ha raptado durante veinticuatro horas y ha hecho conmigo lo que ha querido. ¿Eso no es un delito? Tu eres el que sabe de estas cosas.
- ¡Vamos a ver Luisa! ¿Cómo le explicas tu a un juez que te han secuestrado si has ido voluntariamente al hotel, si saliste a media noche y después regresaste en vez de escaparte o pedir ayuda?
- ¿No te he dicho que me tenía sometida? Yo no podía escaparme. No tenía voluntad.
- ¿Estás segura? ¿Después de lo que me acabas de contar? ¿Quién te ha secuestrado? ¿El cliente o tu coño?
- Eres un imbécil.
- Muy bien, pues acompaña a este imbécil a tomar el “tintoni” del viernes.
- Estoy baldada.
- ¡Habrá que probar esa técnica! Ya quedaremos un día.