Luis y Natalia
En donde se cuentan antecedentes a la actual situación
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Echando el cuerpo hacia atrás mi mirada alcanzó el espejo de cuerpo entero que ocupaba una de las esquinas del dormitorio y en su reflejo vi a Natalia, llorando mientras nos observaba.
Natalia. Era una de aquellas bellezas rubias de ojos azules que pasaban por mojigatas porque no se juntaban con chicos. Seria y estudiosa, coincidíamos en los trayectos de ida y venida al instituto porque viviamos en calles cercanas del mismo barrio. Nuestras madres se hicieron amigas desde que nosotros éramos unos enanos y cuando crecimos estábamos más unidos que muchos hermanos. El camino que al principio recorríamos acompañados por nuestras madres pasamos a hacerlo juntos cuando nos hicimos suficientemente mayores. En la adolescencia mis hormonas se revolucionaron y el miedo a poder estropear nuestra relación me frenaba cada vez que nos encontrábamos en situaciones propicias para enrollarnos a pesar de que desde hace tiempo era la musa preferente de mis masturbaciones. Sin embargo una noche de encendido alcoholismo me atreví a decirle que me gustaba y quise besarla. Para horror mío me rechazó y me obligó a dejarla en casa. El día siguiente era domingo y desperté al mediodía, resacoso y arrepentido de haber metido la pata. Llevaba apenas cinco minutos despierto, vestía un boxer y la ropa de la noche anterior era un burruño en una esquina. Llamaron a la puerta. Los golpes me acuchillaban como aldabonazos en el cerebro y corrí a abrir antes de que me estallase la cabeza porque pensaba que era mi madre.
Tenía dieciseis años ese domingo y no lo olvidaré jamás. Al abrir vi a Natalia que traía uno de los brebajes de mi madre para la resaca. Se había duchado, tenía la ropa planchada y olía a rosas. Se me pasó la resaca en un instante. La lista de mi madre le había dejado entrar porque nunca hubiera imaginado que Natalia fuese un peligro para su hijo. Era más una hermana que otra cosa y si ella le había pedido un momento a solas para hablar con su hijo no preguntaba nada y se le dejaba entrar hasta la cocina. Ni me avisó que venía, le dejó llegar a mi puerta sin negociaciones.
Traté de recoger y ordenar lo que se pudiese sin darme cuenta de lo penoso de mi estado. El pelo desgreñado, oliendo a sudor y unas ojeras de gigante por no hablar de toda la habitación que era una leonera. Dejé que pasase y se sentase en la silla que usaba para estudiar después de apartar un par de libros que había abandonado allí a su suerte. Cogí el brebaje de mi madre y sin pensarlo mucho me lo tomé de un golpe. El líquido me bajó al estómago ardiendo y revolviéndome por dentro, haciendo que boquease como un pez sin agua. En un par de minutos en los que no tuve el tino de vestirme siquiera Natalia tuvo la paciencia de esperar a que me serenase mientras me miraba con una sonrisa que en aquel momento no supe identificar.
- ¡Luis! - Chilló mi madre desde algún lugar del piso - Me voy al cine con Pilar. Portaros bien.
Escuché la puerta de la calle al cerrarse. Mi madre salía con Pilar, la madre de Natalia, nos abandonaba dejándonos solos un domingo en casa. Una idea bastante peregrina me asaltó, tal vez estimulada por la lucidez que me había dado el antídoto contra la resaca. ¿Estaban nuestras madres compinchadas con Natalia? ¿Acaso querían que... sucediese algo entre nosotros? Entonces me di cuenta de que estaba casi desnudo y me iba a poner la camisa del pijama pero Natalia me detuvo.
- Oye – me dijo – lo de ayer, ¿fue en serio?
Se me cayó el alma a los pies. No había tenido tiempo de reflexionar sobre nada, apenas llevaba veinte minutos despierto ese domingo. Sentía que iba a perder a Natalia también como amiga porque sospechase lo que sospechase lo que no podía imaginar es que Natalia quisiese nada conmigo después del plantón del día anterior.
- No – me excusé – Estaba borracho.
Se me acercó. Demasiado. Olía a hembra, a delicado, a flores, a sexo. Me estaba muriendo de no poder besarla.
- No me mientas. ¿Te gusto?
Aquella chica que de normal era algo tímida estaba tan cerca que solo tenía que adelantar un poco el rostro para que se juntasen nuestros labios. Los ojos azules me miraron a fondo, sin dejarme ningún disfraz para ocultarme.
- Me gustas más que el chocolate – Le dije sincerándome y ella sabía que no había absolutamente nada que me gustase más que el chocolate. Era mi vicio y nunca tenía en casa por el simple hecho de que siempre que había algo me lo comía. Era superior a mí.
Ella se acercó un poco más, menos de un paso más cerca pero demasiado cerca para que pudiese mantener la compostura.
- Quería que me lo dijeses sobrio. Has tardado mucho, nene. - Pero no hacía ningún ademán de besarme o acariciarme. Supe que tenía que hacer algo o retirarme para siempre.
Torpemente acerqué mi mano hasta su rostro y acariciando su mejilla la atraje hasta que nuestros labios se juntaron. Fue un beso casto al principio, reverente, lleno de sentimiento. Poco a poco abrimos los labios y exploramos con nuestras lenguas la boca del otro. Se me inflamó la sangre y cogiéndola de la cintura la levanté en vilo. La senté en la cama y poco a poco la ropa fue desabrochándose. Desnudé sus hombros, la camisa abierta mostrando menos de lo que deseaba. Besé la curva de su cuello, haciendo que le recorriese un escalofrío. La suave piel fue apareciendo conforme se escurría la ropa. Sus tetas eran firmes y las acaricié por encima del sujetador. Jadeaba y temblaba en mis manos. Ambos éramos inexpertos y por eso todo aquello se tornó en algo más bello y especial. Ella sopló en mi oreja, riendo como una niña traviesa, diciendo que lo había visto en una película romántica.
En represalia, mordisqueé el lóbulo de su oreja, arrancandole los primeros grititos. Volvimos a besarnos. Comenzamos a conocernos por debajo de la ropa. Sentíamos que íbamos a llegar hasta el final. Le quité la blusa y la coloqué con cuidado en el respaldo de la silla. Se dejó tumbar y me miraba curiosa mientras mi boca recorría sus hombros, ignoré de momento su sujetador y marqué con un reguero de humedad el camino hasta su ombligo. Gimió nerviosa y acarició mi pelo, aprobando mis avances. Recorrí el camino de vuelta y aprovechando que el cierre del sujetador estaba por delante lo abrí, liberando dos preciosas tetas. Estaba tan asombrado de su belleza que no hacía nada con ellas. Natalia, sonrojada, las acarició y estiró, juntandolas para que abultasen más, ofreciéndomelas. Aquello era tan erótico que a pesar del holgado boxer notaba mi polla estrangulada por la prenda.
Las devoré, recreándome, mordisqueando unas veces, lamiendo como un bebé otras, sobando con las manos casi todo el tiempo. Allí se descontroló todo. Comencé a acelerarme simplemente porque no aguantaba más. Tenía tan tensas las pelotas que me extrañaba que no reventasen. Traté de quitarle la falda con tan mala fortuna que a punto estuve de rasgarla, ni siquiera había desabrochado el cinturón. Ella, más juiciosa, me paró como pudo y se separó de mi, poniéndose en pie, torpe y extremadamente sexi, me hizo el primer estriptis de mi vida. Desnudó su cintura dejando ver poco a poco una de aquellas típicas braguitas blancas de algodón que ahora se tienen por horteras y carcas pero que me pusieron a mil. Yo, completamente anonadado, sentado sobre la cama con un empalme de antología no reaccionaba. Natalia demostró que llevaba algún tiempo planeando aquello, se acercó con paso felino y se sentó a horcajadas sobre mi erección, tapando parcialmente sus pechos, imitando a alguna diva de la televisión de aquella época. A través de la ropa interior nuestros genitales se frotaron y dado el nivel de excitación que llevaba estuve a punto de correrme en seco.
- Por favor Luis – me pidió – Es mi primera vez. Hazlo con cuidado.
Me entró el miedo escénico. Era su primera vez ... ¡y la mía!
- Claro – Respondí con cariño haciéndome el valiente aunque los nervios por poco acaban conmigo. Estaba acojonadito.
Como una gata satisfecha se estiró sobre mi erección, volviendo a frotarse y mirándome con lujuria. De nuevo le acaricié el rostro y para mi sorpresa cogió mi dedo pulgar con sus labios y lo lamió como si fuese un falo, saboreándolo como una piruleta. Bajé el ritmo pero no me detuve, no debía, tenía que satisfacerla como fuese. Pegaba sus pechos a mi torso, aplastandolos de un modo delicioso, piel contra piel. Mi mano izquierda, traviesa, bajó por la espalda hasta posarse atrevida al final de la espalda, apretando ese culo respingón, forzando a que se frotase con más y más fuerza cada vez, acelerando nuestras respiraciones y haciendo que nos dejásemos de tonterías. Volvimos a comernos la boca, devoré también sus pezones, estirándolos, obligándole a gemir de modo quedo. Hice que se levantase solo un poco y deslicé sus bragas unos centímetros pero Natalia estaba más frenética que yo. Me hizo ponerme de pie y me arrancó los boxer dejando libre mi erección.
¡Qué bonita! - me dijo y tímida al principio me acariciaba sin apartar la mirada. Nunca pensaba que llegase a ver a Natalia así. Mi polla estaba siendo sacudida con torpeza pero la excitación era tremenda. Decidí devolver caricia con caricia y comencé a acariciarle entre las piernas. Tenía el coño hinchado y húmedo. Empecé con la palma abierta, jugando con los labios vaginales, deslizando las yemas de los dedos. Uno de ellos, curioso, encontró una hendidura y se deslizó lentamente. Natalia boqueó y dejó de acariciarme. No lo sabía pero acababa de rozarle el clítoris, dejandola a punto de caramelo. Me abrazó y acercó su cuerpo al mío mientras se dejaba hacer. Mas audaz cada vez, comencé a explorar la fortaleza enemiga deseoso de vencer sus defensas, que poco a poco se iban desmoronando. Un gemido me indicó que iba por buen camino y aumentando la frecuencia del movimiento introduje el dedo un poco más. Mi mano se llenó de agua mientras Natalia, abrazada a mí, temblaba a punto de caerse. Se había corrido en mis manos. Exultante de gozo el instinto me llevó a ponerla en la cama, presto a introducirme en su interior.
Tuve que hacer un esfuerzo realmente hercúleo para no entrar con violencia. Enfermo de lujuria como estaba todo me pedía barrenar sus defensas con un asalto frontal pero algo me decía que en aquella batalla la delicadeza iba a ser un arma más inteligente. Mi torpeza me hizo errar varias veces en mi objetivo. Quien diga que acertó la primera vez sin problemas es un puto mentiroso y más si tratas de entrar en un coñito virgen por más húmedo que estuviese. Ella estaba ansiosa y entre gemiditos que me enervaban todavía más culebreaba tratando también de encajarse. La punta de mi miembro rozaba una y otra vez su objetivo y con el vaivén y los errores nos íbamos encendiendo cada vez más. Finalmente sentí que me encajaba en algo y poco a poco como una flor su vagina fue cediendo para abrazarme. Estaba estrecha, muy estrecha. Tal vez fuese por mi grosor pero a pesar de la humedad me costaba avanzar. Natalia se quejó por primera vez.
Para un momento – me pidió y como un caballero me detuve hasta que me pidió que siguiese
Volví a empujar en aquel estrecho túnel que me abrazaba con fuerza. Poco a poco avancé hasta sentir el himen.
¿Segura? - Pregunté como un gilipollas. ¿Cómo se me ocurría preguntar aquella idiotez? ¿Es que acaso no había venido ella misma a mi cuarto? - Mierda – Volví a interrumpir rompiendo la magia del momento – Se me ha olvidado el condón.
Luis cariño – me respondió jadeando – como la saques ahora te la corto. ¡Fóllame joder! ¿Qué crees que quiero? ¿Jugar un parchís?
Se me fueron todas las tonterías y empujé. Con fuerza, violento. Natalia chilló, dos, tres veces, siguiendo el ritmo de mis embestidas. Los jadeos, los ojos casi en blanco, el sudor, los espasmos. Todo sucedió en menos de un minuto. Estaba tan caliente que me corrí en unos cuantos meneos, como un cabrón, sin sacarla.
Natalia me reconoció más tarde que no tuvo un orgasmo en aquel momento. Le dolió demasiado pero recuerda con mucho cariño cuando se derritió entre mis dedos un poco antes y se aficionó a los que le proporcioné más tarde cuando la torpeza fue sustituida por la pericia y las caricias mal intencionadas. Cuando follamos en la cama de su madre por la novedad unos meses después, cuando aprendió a exprimirme la polla con la boca, cuando en aquel campamento de viaje de estudios estuvimos a punto de ser pillados por uno de los profesores. Después llegaron algunos desencuentros, desconfianzas de imbéciles y tonterías de niños que rompieron nuestra relación. Hasta hace cinco años cuando ya mayores y resabiados nos volvimos a encontrar en una reunión de antiguos alumnos. No tardó un mes en dejar a su novio y no llegó al año el tiempo que tardamos en casarnos.
Y en aquel momento, cuando María daba saltitos sobre mi polla, ese y otros muchos recuerdos desfilaron por mi conciencia. Se me juntó todo dentro cuando vi su imagen en el espejo, llorando mientras nos observaba.
Era demasiado para asimilarlo. Exploté llenando de semen el coñito de mi amante mulata mientras sin saber qué hacía me dio por gritar un nombre.
- ¡Nataliaaaaa! - Chillé mientras eyaculaba con violencia, un trallazo tras otro de esperma en el caliente coñito de María