Luis y María
Luis está casado y comete el error de acostarse con una antigua amiga
Estaba en el cielo. María, la más inalcanzable de mis tiempos de adolescencia estaba ahora mismo gimiendo ante mis embates. Era una belleza de ébano de labios gruesos y tetas exuberantes. Durante toda mi adolescencia se mostró inmune a mis intentos de seducción. En la escuela llenaba mis sueños de desenfreno. No era extraño que en aquella época fuese una presa a batir. Todos los niñatos del instituto le habíamos tirado los tejos no porque fuese mulata sino porque además de serlo tenía unos ojos azules herencia de su padre que la convertían en objeto de nuestras noches más calenturientas, cuando nos tocábamos con los ojos cerrados y musitábamos su nombre tapados por las sábanas para que nuestros padres no nos viesen si abrían la puerta de repente.
La tenía dominada, aplastada contra la cama, hecha un cuatro, resbalando sobre mi cuerpo, entrelazando sus piernas con las mías en un baile frenético. Se incorporó como pudo, levantándose con fuerza hasta alcanzar mi boca con la suya y gemir su orgasmo en mi garganta.
¡Dame más fuerte, cabrón! - Chilló antes de caer derrumbada en la cama otra vez.
¡Te voy a destrozar! - Respondí encendido y empujándola sujeté sus piernas forzandolas hasta ponerle los pies junto a la cabeza. De ese modo tenía acceso a su coño, estirado e hinchado, húmedo hasta el punto de licuarse y entré violentamente como un misil.
Del arreón que le propiné más que gemir mugió, obligándome a taparle la boca. No quería que los vecinos escuchasen todo aquello justo cuando sabían que mi mujer estaba de viaje de negocios. Sobre todo la alcahueta de la puerta de al lado, cuyo salón lindaba con nuestro dormitorio.
La próxima vez - le dije - tenemos que ir a un hotel - No podía arriesgarme a hacerlo de nuevo en mi casa. Era demasiado peligroso. Si no supiese que Natalia estaba a más de mil kilómetros no habría ni pensado en hacer aquello. Yo amaba a mi mujer por encima de todo pero me había convertido en un gilipollas aquel día, exactamente a las cuatro y veinte de la tarde de un veinte de abril del año dos mil. Porque a parte de lo exótico y el morbo lo cierto es que acostarme con María era un verdadero riesgo. Ella era un volcan, sino que le preguntasen a mi polla que se sentía estrangulada por aquel coñito prieto que parecía succionarla a cada embestida. Pero, ¿realmente valía la pena un polvo por bueno que fuese por traicionar a Natalia? En aquel momento habría dicho que sí, que aquello era demasiado bueno para dejarlo de lado pero ahora... no sé, no lo creo, la verdad.
Ni lo sueñes - Me dijo - Esto se termina aquí. No me vas a volver a tener. No quiero joder a Natalia.
Natalia y María eran amigas. Grandes amigas. Desde que se volvieron a encontrar hace tres años la antigua rivalidad se había convertido en amistad. María se había divorciado un par de años antes y se había incorporado a una gestoría, tratando de reorganizar su vida con el trabajo y decía que no buscaba a nadie. Nadie que no tuviese su amiga por lo visto. Su respuesta me cabreó. La niñata creía que podía probarme un minuto y tener escrúpulos al segundo siguiente. Me la estaba jugando y si estábamos haciendo aquello quería apurarlo durante todo el tiempo que pudiese. De perdidos al río joder, ya dice el refrán que comer y follar todo es empezar.
- ¡Ni hablar! - Respondí - Te voy a follar cuando y donde me dé la gana. Menuda golfa estás hecha.
Acerqué mi rostro al suyo tratando de intimidarla mientras la derretía por dentro a pollazos. Quería que se volviese adicta a mí y solo tenía una oportunidad. En medio de todos aquellos jadeos contenidos y la pasión que amenazaba desbordarse vi que estaba a punto de romper la cuerda porque me devolvió la mirada seria como témpano de hielo. No vi llegar el tortazo que me santiguó la mejilla. Con la sorpresa me hizo retroceder un poco, saliendo de su interior y permitiendo que se incorporase. Me obligó a quedar de espaldas, con mi hombría apuntando al techo y antes de darme cuenta, cuando pensaba que se iba a marchar indignada, dejándome a medias, se empaló con fuerza. Daba pequeños y vigorosos saltitos sobre mi miembro. Al ponerse encima había tomado el control del acto sexual, en ese juego de tira y afloja que yo había iniciado.
- Solo esta vez y ni una más. Natalia es mi amiga y no voy a joderle el matrimonio. Así que fóllame fuerte que no vas a repetir.
Llevó su mano a su coño y se separó con los dedos los labios vaginales para mostrarme en detalle cómo a cada empellón mi polla entraba un poco más. Lo hizo esta vez con violencia, acompañando con fuerza la caída y se penetró hasta la empuñadura. Sentí que temblaba y le llegaba el segundo orgasmo del día. Yo estaba al borde del desbordamiento. No podía responderle porque estaba tratando desesperadamente de contener mi eyaculación. Si solo iba a ser aquella vez tenía que durar lo más que pudiese.
Echando el cuerpo hacia atrás mi mirada alcanzó el espejo de cuerpo entero que ocupaba una de las esquinas del dormitorio y en su reflejo vi a Natalia, llorando mientras nos observaba.