Luís y Ana
La primera vez que mamá decidió consolar la tristeza de su hijo Luís.
Luís tenía prisa por crecer. Era normal. Cuando tienes catorce años, la sensación de ser un hombre es arrolladora y jamás vuelves a sentirte así. Es como si a partir de esa edad fueras decreciendo mentalmente.
Su padre murió cuando él era muy niño y su madre se había casado con Andrés diez años después. Las cosas eran difíciles, Luís echaba de menos a su padre pero aprendió a querer a la nueva pareja de su madre. Su padrastro se esforzaba porque el niño estuviera bien, creo que quería sinceramente a Luís pero no puedo saberlo con seguridad.
El día que Luís supo que su madre estaba embarazada, estuvo todo el día metido en su cuarto. No quería compartirla con nadie más. Ya eran demasiados en aquella casa. Se sentía sólo, sin padre y ella era su único vínculo con el mundo del cariño. Ana lo sentó en la mesa del comedor y le dijo:
Luís, quiero que sepas que te quiero muchísimo. He visto la cara que has puesto hoy en la comida, cuando he dicho que ibas a tener un nuevo hermano-. Intentaba hablar con dulzura y medía las palabras que iba diciendo.
Pero mamá, ¿Has olvidado a mi padre? No lo quieres y creo que tampoco me quieres a mí.
No digas eso. Yo voy a quererte siempre. Nada cambiará eso. También quiero muchísimo a tu padre. Entiendo que estés confuso pero aprenderás a querer a tu nuevo hermano. Será como un juguete para ti. Confía en mí, todo irá bien.
Fue una conversación difícil. Luís se durmió entre lágrimas. Ana lloraba también en su habitación, angustiada por la culpa. Quería a Andrés, eso lo tenía claro y aquel hijo era muy deseado. Había rehecho su vida y quería volver a ser feliz al lado de aquel hombre. Quería darle un hijo con todas sus fuerzas pero la actitud de Luís la ponía realmente triste. La muerte de su primer marido había sido algo traumático para todos pero ya era hora de empezar una nueva vida, una existencia feliz.
Andrés era un hombre serio pero se enternecía con cierta facilidad. No había tenido muchas novias, de hecho era algo tímido. Estaba ilusionado con su primer hijo pero también estaba un poco asustado. A Luís le costaba asimilar su presencia y quizá aquel nuevo niño daría más problemas que alegrías. Hacía días que se sentía atrapado en una existencia donde la incertidumbre superaba con mucho a la felicidad.
Andrés y Ana querían que Luís fuera el padrino del bautizo. Les parecía un bonito gesto, una forma de integrarlo en la nueva familia. Luís se negó. A duras penas consiguieron que fuera uno de los testigos. Su nuevo hermano se llamaría Andrés, como su padre.
Los primeros meses fueron realmente difíciles. Luís no se acercaba al niño, apenas lo miraba por encima mientras estaba echado en la cuna. Ana se concentraba mucho en Luís, para que no sintiera celos, pero cuanto más se esforzaba ella, más rechazo parecía experimentar Luís. Era desesperante. Las noches pasaban lentas para el matrimonio que apenas podía dormir por los llantos del bebé. Durante el día, se enfrentaban a la indiferencia y al mal humor de Luís que nunca estaba contento con nada. Era un adolescente difícil.
Un día, mientras Ana daba el pecho al niño, llamó a Luís a su habitación.
Quiero hablar contigo. No sé si eres consciente de lo mucho que nos estás haciendo sufrir a Andrés y a mí.
Tú no eres consciente de lo que estoy pasando yo- contestó Luís-. Su madre sentía el apetito voraz del bebé mientras trataba de enternecer a su otro hijo.
Por favor, ayúdame. No quiero que estés enfadado ni triste. Haría cualquier cosa por ti.
Ya no me quieres- contestó Luís- no intentes arreglarlo- Tenía la vista puesta en el suelo y apenas miraba a su madre mientras hablaban.
No digas eso, mi niño- su pecho hinchado seguía amamantando al bebé. Ven, acércate-. Luís dudo un poco pero acabó acercándose y abrazó a su madre. El niño ocupaba casi todo el espacio, mamando de su pecho derecho. Luís se acomodó como pudo sobre el brazo izquierdo y se quedó rodeando con los brazos el cuello de su madre.
Al cabo de un rato el niño dejó de mamar y se quedó dormido en sus brazos. Su pecho estaba casi vacío. Le había crecido bastante durante el embarazo. Entonces cogió un pañuelo librándose un poco de los brazos de Luís y se limpió los restos de leche que manchaban su pezón. Era grande y sonrosado, maternal. Después se tapo aquel gran seno aún cargado de leche. Llevaba un vestido suelto que le permitía amamantar al bebé con cierta comodidad. Se levantó y dejó al pequeño en su cuna. A Ana le gustaba dar el pecho a su hijo. Era un poco doloroso, a veces el niño no se agarraba bien y otras veces, la humedad le producía dolor. Aún así, sentía mucha ternura ver aquella cosa tan pequeña alimentándose y creciendo día a día entre sus brazos.
Luís se sentía un poco desilusionado, desplazado una vez más. Ana abrazó entonces a Luís y lo besó en la frente. Su pecho rozó un poco la cara de su hijo. Entonces fueron juntos a la cama y allí siguieron abrazándose. Luís rompió a llorar, se había sentido muy solo aquellos meses, le faltaba la atención de la madre y lo consumían los celos por el pequeño Andrés. Lloraba abrazado a ella, mojando el pecho de su madre con lágrimas.
No seas tonto- le decía Ana con cariño. Tu hermano necesita atención. No podría sobrevivir sin mí.
Yo también necesito tu atención mamá, necesito lo mismo que él.
Pero tú no eres un bebé, Luís. Pronto serás un hombre.
No me dejes, te necesito. Quiero todo lo que le das a él-. Ahora lloraba más fuerte, como si se hubiera convertido en un bebé él también. Apenas podía hablar.
No llores mi niño, no llores. Haré lo que haga falta porque estés bien.
Luís se tranquilizó un poco al oír aquello. Cogió del costado a Ana y puso su mejilla en el pecho izquierdo. Podía oír como latía su corazón. Estaba un poco acelerado. Entonces cogió aquel pecho y empezó a besarlo por encima del vestido. Ana se sintió un poco indecisa pero no dijo nada. Sentía los labios de aquel niño que ya pronto sería un hombre y acariciaba ese principio de barba que empezaba a tener Luís. No quería verlo triste, así que lo dejó hacer. Entonces el niño metió una de sus manos dentro del vestido de Ana, tratando de sacar fuera una de sus tetas. Ella se revolvió un poco.
- ¡Luís!- protestó ella-. No está bien que hagas eso. Eres muy grande ya. No necesitas que te dé el pecho.
El empezó a sentirse confuso y rompió a llorar otra vez. No sabía si lo que deseaba estaba bien o mal. Simplemente quería hacerlo. Ahora lloraba presa de la culpa y la rabia. Se fue de la habitación como un niño grande y se encerró en su cuarto.
La inocencia de aquella intención dio que pensar a Ana. Entró al baño y se miró al espejo. Sus tetas estaban cargadas y sus pezones eran muy sensibles. Se bajó la parte de arriba del vestido y las observó despacio. Estaban un poco caídas pero su piel seguía siendo tersa y suave. Observo las pequeñas pecas de su escote y se acarició un poco. No pudo evitar excitarse. Sintió como un escalofrío le recorría la espalda, nacía de su nuca y desde allí se adueñaba de todo su cuerpo. Sus manos agarraban su pecho mientras cerraba los ojos con deseo. En ese momento su marido entró al baño. Andrés no esperaba ver aquello. Su mujer se acariciaba delante del espejo. Entonces se acercó por detrás y empezó a besar tiernamente el cuello de Ana. Desde el nacimiento del niño, Andrés se había sentido un poco intimidado, veía a su esposa más como madre que como mujer. Finalmente cogió sus tetas con las dos manos y empezó a amasarlas mientras su boca seguía recorriendo el cuello de la esposa. Ana se dejaba hacer, se miraba al espejo mientras veía como las manos de él recorrían su cuerpo. Habría querido masturbarse pero sentía un poco de pudor. Entonces Andrés cogió a Ana por las caderas y le dio la vuelta. La besó con fuerza, sintiendo la lengua de ella en su propia boca, acarició su mentón con los labios y comenzó a bajar. La respiración de Ana estaba agitada ahora, se movía con fuerza tomando aire. Andrés besó sus tetas y sus pezones y entonces empezó a mamar de su pecho. Hacía poco que había terminado de amamantar al niño así que no había demasiada leche.
- Mi hombre- pensó Ana- se alimenta de mí-. Andrés fue al otro pecho y lo chupó como si estuviera hambriento y bebiera de la fuente de la vida. Sentía la leche caliente entrando en su boca, manando de aquel pezón sonrosado. Ella bajó discretamente una de sus manos y la metió dentro del vestido, levantando la falda. Sus dedos se deslizaron dentro de sus bragas y se masturbó mientras su hombre mamaba de ella. Acabaron follando de pie, con urgencia. Ella se apoyaba con las dos manos en el lavabo mientras subía una de sus piernas para poder ser penetrada. Su coño no era muy peludo y se abría con total entrega al pene de su hombre. Andrés, encorvado sobre Ana, la embestía agarrándola de los muslos. Las piernas de ella estaban un poco coloradas, por la presión que él ejercía con sus manos pero era una sensación agradable. Subía y bajaba con él mientras pensaba que quería hacerlo feliz. Los dos se abandonaron al deseo, al placer de estar copulando como adolescentes, intentando no ser oídos. La espalda del marido era fuerte y ella lo abrazaba sintiendo sus músculos en tensión. Cuando él se corrió, Ana se sintió la mujer más feliz del mundo. El miembro del marido chorreaba esperma dentro de su vagina y se concentró en sentir la humedad y la espesura de todo aquel líquido dentro de ella.
Ambos durmieron bien aquella noche, descansaron como hacía meses que no lo hacían. Ana se despertó de madrugada. Tocó su vientre, como mimando la semilla que Andrés había vertido dentro de ella. Deseó volver a ser madre, volver a ser fecundada por él. Entonces se levantó sin hacer ruido y fue al cuarto de Luís. Estaba oscuro pero podía recorrer aquella casa con los ojos cerrados. Abrió la puerta de la habitación y se metió dentro. Al cabo de un rato, sus pupilas empezaron a dilatarse, acostumbrándose a la oscuridad de aquella habitación casi completamente cerrada. Entonces creyó ver la silueta de su hijo, echado en la cama y sollozando entre sueños. Quizá estuviera soñando, no lo sabía. Mientras escuchaba los débiles gemidos de Luís, sintió un hormigueo en su pecho. Dicen que las tetas de las mujeres pueden crecer cuando escuchan llorar a un niño. Es una forma de estar preparadas para alimentarlo. No sé si eso es cierto pero aquello fue lo que debió sentir Ana, una mezcla de ternura e inclinación por consolar a su hijo. Estuvo un rato allí y después se fue a su cama. Se acostó con aquella idea en la cabeza. Haría lo que fuera porque su hijo estuviera bien. Ya lo había amamantado cuando era un bebé, su marido bebía de su pecho siempre que quería. Pensó que era absurdo negarle eso a su otro hijo. Se sintió bien entonces. Había encontrado una forma de librarlo de la tristeza y se durmió con sensaciones agradables.
Durante los días siguientes no hubo muchas palabras entre Ana y Luís. El la esquivaba y tan sólo respondía a las preguntas de rigor, - como te ha ido el día, - qué quieres para comer- etc Andrés en cambio parecía encontrarse más animado. Volvía del trabajo de buen humor, hablaba con su esposa después de la cena y por la noche hacían el amor tiernamente. Al cabo de los días, Ana descubrió a Luís llorando en su habitación. La puerta estaba entreabierta y vio como su hijo, sentado frente al escritorio, lloraba mirando uno de sus libros del instituto. No pudo evitar entrar al ver aquello. Se acercó a Luís, lo abrazó por los hombros y empezó a besarlo. Luís se libró de aquel abrazo, lleno de rabia y se tumbó en la cama intentando contener el llanto. Ana se sentó al borde de la cama tratando de encontrar palabras de consuelo pero no supo qué decir. Simplemente se quedó allí. Después de varios minutos, Luís se abrazó a la cintura de su madre. Escondía la cabeza en su vientre, sollozando. Ana acariciaba su pelo mientras le hablaba con ternura.
Cuando levantó la vista, Luís vio los ojos marrones de Ana, su piel blanca y su pelo negro corto un poco descuidado. La veía sonreír tratando de calmarlo. Al abrazarla sentía el calor de su carne que aún no había recuperado del todo la figura. Los labios de Ana eran carnosos, sensuales. La miraba con una mezcla de ternura y deseo. Entonces volvió a hundir la cabeza en su vientre.
Me gustaría volver a ser un niño- dijo Luís.
Para mí siempre serás mi niño- respondió ella.
Ojala fuera así- Se sentía triste sin saber muy bien por qué. No conocía los estragos de la adolescencia. Hablaron un rato sobre los estudios, sobre chicas
Ana se sentía relajada. Sentía que volvía a conectar con su hijo, que él volvía a confiarle sus secretos, como cuando era un niño. Estaba claro que ya había crecido. Empezaba a tener cuerpo de hombre y se parecía mucho a su primer marido. Las manos de Luís empezaban a acariciar la espalda de su madre.
¿No quieres a tu hermano?- le preguntó Ana directamente.
No es que no lo quiera. Pero le prestas tanta atención Me da envidia cuando te veo con él. Lo cambias, lo bañas, le das el pecho
Pero tú eres grande ya, Luís.
No me siento tan grande-. Entonces se hizo un silencio.
¿Quieres que haga lo mismo contigo?- preguntó Ana. Luís sacó la cabeza del vientre de su madre y asintió con la cabeza. Espérame aquí -volvió a decir ella.
Fue a su habitación y regresó con el pequeño Andrés en brazos. Volvió a sentarse al borde de la cama de Luís y se bajó la parte de arriba del vestido para sacarse un pecho. Empezó a dar de mamar al niño con toda naturalidad. Luís veía aquella escena y no pudo evitar sentir ternura. A la misma vez notó que su polla se hinchaba dentro de sus calzoncillos. Hacía algunos meses que había descubierto las erecciones pero aún no sabía muy bien qué hacer con ellas. Nunca se había masturbado pero ahora notaba como sus sienes latían con fuerza. Su polla, aunque aún no demasiado grande por la edad se movía con pequeños espasmos, como si tuviera vida propia.
El pequeño Andrés mamaba del pecho blanco de su madre. Luís se incorporó un poco y empezó a acariciar el otro pecho de Ana. Ella lo miró con una sonrisa y le dijo: - Cuando tu hermano termine, vas tú.
Luís sintió como el nerviosismo se adueñaba de todo su cuerpo pero siguió acariciando aquel pecho. Era grande, redondo y podía notar el pezón a través de la ropa. Estaba impaciente por hacerlo. Lo acariciaba intentando abarcarlo con toda la mano, apretándolo y viendo como se movía por la presión. A la misma vez empezó a besarle el cuello. Me haces cosquillas- dijo Ana. Pasó su lengua por la nuca mientras su mano empezaba a acariciar el vientre.
Al cabo de diez minutos que parecieron eternos, Andrés terminó. Ana se guardó el pecho y llevó al niño a su cuna. Luís seguía tumbado en su cama, sintiendo una erección terrible. Sentía que iba a explotar de alguna manera. Se quitó la camiseta que llevaba puesta, empezaba a sentir calor.
Ana volvió pronto. Se sacó el vestido y lo dejó caer al borde de la cama. Entonces se tumbó y dijo. Estoy lista-. Luís se inclinó sobre ella con un poco de vergüenza y se metió el pezón en la boca. Era grande, prominente y con el contorno bien definido. Lo succionaba con grandes bocanadas. Ella se quejó un momento: - Ay, me haces daño. Tranquilo mi amor, despacio. Tenemos todo el tiempo del mundo-. Supongo que Ana no era consciente de lo que estaba pasando. Allí estaba Luís, un adolescente de doce años, echado sobre su madre casi desnuda, acariciándola. Ella estaba tranquila. Se sentía más madre que nunca, amamantando a sus dos hijos, alimentándolos.
Las manos de Luís recorrían aquellas dos tetas con deseo. Sus manos acariciaban su cintura. Para poder estar más cómodo, se echó completamente sobre Ana. Ella notó el bulto de su entrepierna y como Luís, inconscientemente, acomodaba su pene contra la vagina de ella. Se quedó muy quieta, acariciando el pelo de su hijo que bebía con ansiedad. Chupaba y lamía el pezón, mordía las tetas y besaba el canal que las separaba. Luís estaba cada vez más excitado. Sudaba y su cabeza le decía que debía seguir chupando para que aquella presión desapareciese. Notaba pequeños chorros de leche entrando en su boca. Poco a poco fue separándose del pecho para empezar a besar el vientre desnudo. Besaba su ombligo y cada centímetro de aquel cuerpo.
La situación estaba empezando a desmadrarse. Ana no se dio cuenta hasta que Luís puso su boca sobre su bragas y empezó a besar el monte de Venus. Se le escapó un suspiro. Ella también estaba excitada pero fingía mantener la compostura. Luís era muy niño y dudaba que aquello pudiera pasar a mayores. Entonces tuvo un momento de duda. Quizá debería parar aquello pero empezaba a sentirse muy húmeda. Por un momento, la palabra incesto pasó por su cabeza pero la descartó rápidamente. Ella también sentía muchas ganas de tener sexo y pensaba que Luís, siendo tan niño, no sería capaz de comportarse como un hombre.
El mientras tanto, seguía lamiendo por encima de las bragas hasta que uno de sus dedos se escurrió dentro de su vagina. Ana lanzó un gemido al notar como era penetrada. Luís apartó entonces las bragas y puso su boca sobre el pelo negro rizado del coño de ella. El no sabía nada acerca del órgano sexual femenino. Ni siquiera había oído la palabra clítoris. Entonces Ana sujetó con las manos la cabeza de Luís y puso su lengua en el punto exacto. Luís pasaba la lengua, llenando de humedad todo lo que encontraba a su paso, barriendo y peinando aquel coño sabroso. Mientras, su dedo seguía entrando y saliendo de la vagina. Estaba empapado y cuando aceleró el ritmo notó como el cuerpo de su madre se retorcía en la cama a la vez que la vagina se estrechaba con pequeñas contracciones.
Después de los suspiros, Ana dijo_ - ven aquí, mi amor. Ven con mamá-. Luís se echó de nuevo sobre ella y la besó tiernamente. La pelvis de Luís estaba encajada entre las piernas de Ana. Tan solo la ropa podía evitar la penetración. Entonces se bajó el pantalón, por pura comodidad. Le apretaba mucho y se sintió liberado al quitárselo. Empezó a golpear entre las piernas de su madre por puro instinto. Ana ya había perdido completamente el control. Ella también sentía el deseo de ser follada por Luís. Pensaba que nadie mejor que ella podría iniciarlo en las artes del amor. Notaba aquella polla adolescente un poco reseca entre sus muslos. Entonces sentó a Luís sobre la cama y empezó a chupársela. Aún no tenía pelo en la base del pene, su piel era muy suave. Le acariciaba los testículos mientras se metía la polla en la boca, lubricándola, lamiendo primero el glande, estirando con cuidado el frenillo para liberar completamente el prepucio. Con la lengua lamía toda su superficie. Después se la metió completamente en la boca, tragándosela una y otra vez.
Luís estaba fuera de sí, su madre le hacía una mamada con todas las de la ley. No podía imaginar una manera mejor de empezar en el mundo del sexo. La cabeza de Ana subía y bajaba, tan sólo podía ver su pelo. La cabeza se hundía entre sus piernas mientras sentía lametones en la polla. El no sabía que hacer con las manos. Las echaba hacia atrás, se las mordía sin saber muy bien qué hacer con esa explosión de sensaciones.
Al cabo de un rato, Ana se incorporó. Se sentó encima de Luís clavándose su polla en el coño. Empezó a moverse muy despacio, haciendo círculos con la cadera mientras aquel pene la perforaba por completo. No era demasiado grande pero aquel trozo de carne que se le metía dentro, logró arrancarle gemidos que la volvían loca. Luís notó aquel coño tan mojado y caliente que se sintió como si volviera a casa. Ana comenzó a subir y bajar, cogiendo los testículos de Luís y empujándolos contra su vagina. El no paraba de gemir con los ojos cerrados. Se sentía en el cielo. Agarraba las tetas de Ana con fuerza, los atrapaba tensando los músculos mientras ella llegaba hasta su boca y lo besaba metiéndole la lengua. Aquel fue el primer beso de Luís, mientras ella lo follaba cada vez más fuerte. La lengua de ella se enroscaba con la suya mientras ponía las manos en el culo de Ana acompañando el movimiento de penetración. Su polla se perdía, enterrada entre las piernas de ella. El cuerpo de Ana era algo más grande que el de Luís así que ella se frotaba furiosamente los labios mayores del coño contra los testículos del niño.
No hubo tiempo de mucho más. El se corrió sin saber muy bien como. Unos finos chorros de semen saltaron tratando de llegar hasta el útero. Se quedó muy quieto, como paralizado, notando calambres en la pelvis. Fue un polvo morboso y tierno pero a la vez lleno de deseo. La presión y la tristeza habían desaparecido.
Aquella no fue la última vez que Ana y Luís practicaron sexo. Desde aquel momento fue imposible parar. El volvía del colegio con la respiración agitada y se sentaba en el dormitorio de sus padres, esperando a que Andrés terminara de mamar. Después sería su turno. Ella estuvo unos tres años sin que se le retirara la leche del pecho. Era imposible. Daba de mamar a sus dos hijos y a su marido. Era una situación interesante. Los hombres somos así, siempre tratando de volver a ser niños.