Luis, un hombre sádico (7)

Raquel, consulta sus dilemas con una amiga de confianza. Sin embargo, otro episodio de aprendizaje la atrapa.

El estreno de Raquel

Se dice que el sadismo y el masoquismo son las dos caras de una misma manía, o trastorno; así serían perfectamente reversibles en el mismo sujeto. Otros autores hablan de entidades independientes y así un sádico lo es fundamentalmente, y no pasa a ser masoquista, ni viceversa. Estas ideas llegaron a la mente de Raquel tras leer algunos artículos en revistas especializadas. Ella no lo tenía claro pero, se decía, lo importante es la experiencia no las teorías.

De todos modos estaba algo confusa. En poco tiempo había realizado actos que en muchos años no se había imaginado capaz y tenía un vínculo fuerte con una persona que era , para una persona común, alguien extraño.

Decidió pedir una opinión. Desde hacía muchos años no hablaba de temas personales con María su antigua amiga. Habían compartido residencia en su época de estudiantes y a pesar de la gran confianza que tuvieron ya apenas se veían. Ella vivía en familia en una ciudad algo alejada y sus intereses eran divergentes. Pero una amistad verdadera no se disuelve por una separación y ella confiaba en ella, en su mente clara y en sus afectos hacía ella, así que le escribió una carta para ponerla en antecedentes.

"¿Qué camino debía seguir en esa encrucijada? Uno: Huir de lo extraño. Cortésmente decirle a don Luis, mientras le devolvía sus papeles, que buscase otra persona para la gestión de sus asuntos y volver a su actividad seria. El otro dejarse deslizar por el plano inclinado y resbaladizo del vicio y el placer", le preguntaba. Seguramente su amiga le aconsejaría un viaje que sirviese para desconectar de esas experiencias y de esas personas que la perturbaban.

Por otra parte temía reproches. Qué le diría la inteligente María cuando leyese que se había dejado azotar privada del sentido de la vista, que había acariciado a una chica menor de edad mientras dormía, que estaba pendiente de alguien que podía ser un maniaco.

María podía representar como voz externa lo que ella se decía también. Esperó la respuesta ansiosa. Esta vez usó el correo tradicional, escrito a mano, con todo lo personal y de riesgo que eso supone. Pero ella podía, a pesar de los últimos años de distanciamiento, poner la mano en el fuego por su amiga.

A los diez días recibió la contestación. Se sentó tranquilamente a leer una carta que quizá le marcase una línea de conducta y un alejamiento definitivo de los escabrosos terrenos sobre los que andaba últimamente. Su sorpresa fue que ella no era la única a la que habían ocurrido cosas extraordinarias.

María le decía "Muchas cosas han cambiado desde nuestras conversaciones en el instituto. Pero también en la vida que me había organizado y que tú decías admirar en cuanto yo era la referencia de una familia. Etc…".

En resumen, María había sufrido un cataclismo familiar, su marido la había abandonado, sus dos hijos se encontraban alejados de ella y tenía un amante que también era "raro". Es decir, un ser que ella no hubiese considerado años atrás como idóneo para una mujer normal, pero que ahora cuando su ex, que reunía todos los requisitos del hombre ideal, la había abandonado, no lo veía tan mal. Este hombre la había convencido para acudir a clubs de intercambio de pareja donde ella varias veces ya se había visto invitada a tener relaciones con personas desconocidas. "Así, pues, mi querida Raquel no soy quien ni para censurar ni para aconsejar", decía al final de su carta que terminaba anunciándole para los próximos meses una visita a la ciudad donde vivía Raquel, el deseo de estar juntas y de visitar algunos lugares de interés

Raquel le dio vueltas en la cabeza a este cambio en la vida de su amiga y deseó estar otra vez con ella. "¿Vendría con ese tipo que la "degradaba"? "se preguntaba mientras miraba las fotografías que tenía en el ordenador de Eva y Lucía. Había muchas formas de gozar fuera de la norma aunque ella no tuviera constancia de que su amiga disfrutase de esos encuentros que le organizaba su amante. Tal vez fuese una revancha contra ese marido que la había desplazado de su vida.

Estaba en su oficina ordenando papeles cuando recibió un mensaje de D. Luis: "mañana deberá estar disponible". Se trataba de un festivo local así que estaría a merced de su señor.

En un segundo, otra instrucción: "prepare comida y bebida transportable en una nevera, como para dos personas".

Raquel se dispuso a preparar la logística. Querría salir de excursión al campo Don Luis y la invitaba?. Umm, eso sería muy convencional y no le cuadraba a la idea que ella tenía. ¿Qué personas iban a comer y beber y dónde? No se imaginaba quef uera en la ciudad pues se podía entrar en cualquier sitio. Así que sería un lugar alejado, en el campo o similar, se dijo.

El domingo, a medio día recibió una instrucción escrita más concreta. Se le decía que debía ir a la vieja casa abandonada en las afueras de la ciudad con su coche. Al llegar Don Luis se iría, no estarían juntos así que debería ser puntual. Había una persona cumpliendo un castigo. Ella debería vigilarla, darle de comer, lavarla pero no conversar con ella. Unas horas después, tras recibir un aviso, ella debía salir e irse mientras Don Luis entraba. No se permitían preguntas ni por supuesto negociar nada.

A Raquel la asaltó una curiosidad tremenda. ¿Quién sería la desobediente? Era un privilegio poder asistir a ese espectáculo y participar como auxiliar de Don Luis. Ella no podía hablarle a la sujeto, pero a lo mejor ésta le decía cosas y podría saber mucho más sobre el Maestro.

Por supuesto, preparó comida y bebida y entró en el jardín de la casa. La cancela no estaba cerrada con llave. A la hora exacta salía por la puerta Don Luis. Le dio un sobre que contenía unas llaves se marchó sin hablar palabra.

Don Luis seguía un sistema de comunicación curioso; solo hablaba con ella para temas de la gestión de sus bienes, temas de comunidad, pagos de recibos, etc. Sin entrar nunca en temas personales. En materia de disciplina, órdenes y castigos la expresión verbal estaba excluida. Todo se hacía por escrito aunque usando las facilidades de las nuevas tecnologías.

Vio salir el coche de Don Luis y ella entró. Cerró la puerta con llave pues entendió que eso querría su maestro al darle las llaves. La casa por dentro era grande con diversos aposentos. Se notaba que llevaba deshabitada tiempo pero permanecía sólida, con muebles oscuros, antiguos y al estar cuidadosamente cerrada no había un exceso de polvo. ¿Dónde estaría la prisionera y cómo? Raquel comenzó a explorar ese laberinto hasta que llegó a una habitación grande dividida con una pared con el hueco de una puerta. En la primera parte, estaba limpia y había un cómodo sofá y algunos libros en un mueble. Al otro lado el panorama era diferente. De rodillas, con un antifaz en la cara que le impedía ver estaba el cuerpo de una mujer de rodillas sobre paja. Una correa en su cuello y una cadena atada a una argolla encastrada en la pared. En un rincón la taza de un water y en otro una ducha. Todo era de una gran tosquedad con las paredes pintadas de gris oscuro. En una tabla con ganchos diversos utensilios para sesiones sadomasoquistas que no se paró a investigar.

Raquel comprendió: la primera habitación permitía tener control visual sobre la segunda y permitir que el carcelero estuviese cómodo.

El espectáculo la impresionó: se acomodó colgando su ropa en una percha y procedió a dar de comer y beber a la sumisa. Era bonita en la parte que podía observar, sensual, el pelo teñido de rubio, pechos grandes. Tenía el sexo rasurado y unas marcas delataban que había sido flagelada.

Se acercó y le puso un vaso con un refresco en la boca. La chica bebió y le dio las gracias con acento sudamericano. ¡Ah, una extranjera! Con cuidado maternal le fue dando la comida que tenía preparada. Tras darle un dulce sintió la tentación de imitar a Don Luis. En las nalgas de la chica aparecían marcas de azotes. Le dio una buena bofetada. La chica gimió pero su posición no era de huida. De algún modo se lo esperaba, y quien sabe, se lo merecía. Le dio dos o tres más y fue a sentarse.

Imposible leer algunos de aquellos libros viendo al fondo aquel cuerpo disponible. Al rato decidió cumplir la segunda tarea, lavarla. Iba a poder tocar ese cuerpo; sentir al tacto el grado de turgencia de aquellas nalgas, de aquellos pechos, de aquellos labios.

Pensó que lo mejor sería desnudarse ella también, y meterla bajo la ducha: había un bote de gel pero no esponja. Soltó la cadena de la pared y la llevó tirando de ella hasta la ducha. Allí la fue enjabonando con su manos que recorrieron todo aquel cuerpo; sus dedos exploraron las hendiduras de aquella de la que no sabía ni el nombre.

Una vez lavada la volvió a poner sobra la paja. Pensó que habría que lavarla frecuentemente . Cuando volvió al sillón e hizo por tomar otro libro se dio cuenta que estaba excitada. Sabía que ella no podía ver nada, podría masturbarse tranquilamente pero tuvo una idea mejor, o peor, según se mire. Se acercó a ella, desnuda ella también, y sujetando su nuca acercó la boca a su pubis. La esclava comprendió qué se esperaba de ella y sacó la lengua y comenzó a deslizarla por aquella zona. Las siguientes dos horas fueron una orgía de orgasmos para Raquel; ella también hizo poner a la chica a cuatro patas y lamió su sexo y culo, pero sobre todo se hizo dar placer. En algún intervalo descolgó una fusta y la castigó. Le gustaba verla reaccionar al golpe. Quedó exhausta, tanto que tras sentarse en el sillón se quedó dormida, todavía con su sexo húmedo con la saliva de aquella mujer.

Era la primera vez que tenía contacto físico con una mujer quitando algún petting de jovencita algo ñoño fingiendo dar un masaje relajante. También era la primera vez que había castigado a alguien y había sentido la vibración del dolor en otro cuerpo.

Un sms la despertó: Don luis: "llego en 15 minutos. Esté en la puerta preparada para irse". En ese momento un temor ansioso la sobrevino por si Don Luis se daba cuenta de lo que había hecho. Ella no estaba autorizada a recibir placer ni a castigar a la chica. ¿Se lo diría ella? Ni lo dudó. Sabiendo que no podía hacer nada, recogió todo y salió. Eran las 9 de la noche, había pasado allí ocho horas. Al cruzarse con el dueño de la casa miró hacia abajo, sabía que era un signo de culpabilidad pero no pudo tener sangre fría .

Esa noche, a las doce recibió un mensaje que la impresionó: "Vd. ha abusado de mi confianza. Prepárese para un castigo ejemplar". Le ordenaba que dos días después estuviese en el sótano donde fue azotada por primera vez para recibir un "anticipo". Esa noche el recuerdo de la lengua húmeda de la prisionera y de los azotes primeros recibidos se mezclaron hasta provocarle nuevas excitaciones.

(continuará)