Luis, un hombre sádico (6)

Raquel disfruta de la hija de su deseada Eva que descubre parte del secreto.

Contrastes.

Eva le pidió telefónicamente a Raquel un favor: que esa noche su hija, Lucía, pasase la noche con ella y al otro día por la mañana, de camino al trabajo, la dejase en el colegio. Raquel no podía preguntar, por la prohibición de Don Luis, pero Eva le comentó que tenía un compromiso y no quería que la chica estuviese sola. Raquel notó por el tono de voz que no quería dar explicaciones.

Eva mandó en taxi en su hija pues, según dijo, iba mal de tiempo.

Apareció su estilizada figura en que se marcaban formas breves y sensuales; zapatos de deporte y una mochila completaban aquel conjunto adolescente o preadolescente más bien.

"Ha pasado algo terrible—le contó una locuaz Lucía--. Mamá te llamó para contártelo. Mi padre, que nos había abandonado ha muerto en América del Sur. Creemos que se dedicaba al tráfico de drogas. Pero nos enviaba el suficiente dinero para vivir bien. Al saberlo mamá te llamó para decirte que no podía pagar el alquiler de ese piso tan bueno y que nos tendríamos que mudar".

En resumen, la historia era que Eva, agobiada, no por la muerte de su ex, que para ella estaba muerto y la había humillado yéndose con otras, sino por su cambio de planes de vida, llamó al teléfono que tenía apuntado en el contrato de alquiler. Le comunicó al propietario que aún no conocía que había sufrido una reducción de sus ingresos por el motivo señalado y le anunciaba a Don Luis que dejaría la vivienda, aunque le encantase a ella y a su hija, para buscar en un barrio alejado algo más modesto. Le sorprendió la amabilidad del propietario, le anunció que no se preocupase, se interesó por sus problemas y los de su hija, y le dijo que durante un tiempo podría seguir en la vivienda y más adelante se vería. Le propuso quedar a cenar la noche siguiente sugiriéndole un restaurante especialmente bueno que Eva, aún nueva en la ciudad, no conocía.

Lucía le preguntó a Raquel si Don Luis era guapo, porque su madre se había quedado encantada de su educación y amabilidad. "Parece un caballero de los de antes", le dijo a su hija y fue a la peluquería a "ponerse guapa". El mismo Don Luis le había sugerido que podía enviar a casa de Raquel a la niña al objeto de poder tener una velada sin la presión de tener que madrugar para llevar a la hija al colegio. A Eva le pareció natural; además Raquel le inspiraba confianza y de algún modo quería enamorar a ese señor que sin saber lo guapa que era se mostraba tan extremadamente cortés sin ser empalagoso. Ella sabía que solía gustar a los hombres. Eva no sabía, se decía Raquel al escuchar el relato de la chica, lo bien informado que estaba Don Luis de su anatomía que ella había descrito y aún fotografiado.

Raquel no podía dejar de sonreírse de la situación: ella con aquel ángel encarnado; Eva con Don Luis.

Para ella era un regalo tener aquella criatura boticceliana en su casa. Y Eva sería un placer para Don Luis, sin duda. También resultaba curioso que Don Luis fuese tan comunicativo con Eva como lacónico con ella.

Con ella no hablaba salvo para temas de gestión de los inmuebles; cuando se trataba de las instrucciones personales tan solo se expresaba, bien lacónicamente por cierto, por escrito.

Evidentemente somos mujeres diferentes y tácticas diferentes, se decía. No creyó en ningún momento que Don Luis fuese a enamorarse como un colegial de Eva sino que maquinaba combinaciones interesantes para su placer.

El azar había precipitado tal vez el proceso y puesto a Don Luis en ocasión de poder conquistar mejor a la algo nerviosa Eva.

Lucía se había acostado con una leve blusa, aún no necesitaba sujetador, y unas braguitas celestes. Así la vio entrar desde el baño en la habitación de invitados Raquel. Ella estaba recogiendo la cocina antes de acostarse cuando apareció la niña y le preguntó si podía dormir con ella. "Claro cielo", respondió con toda su amabilidad maternal, Raquel.

Dejó una suave luz encendida lateral. Lucía se durmió pronto y Raquel pudo contemplar morosamente aquella suavidad. Las separaciones entre las zonas de su cuerpo, las curvas, los pliegues divinos de una joven. Con suavidad y observando que la chica tenía un sueño confiado y profundo acarició y besó aquel cuerpo. Fueron horas de un deleite suave. Aunque la visión, con su imaginación, de Eva en manos de Don Luis, la excitó y tras apagar la luz se masturbó.

Raquel prepara un buen desayuno a Lucía que apareció ya vestida y preparada para ir al cole. Su cara no expresa la ignorancia de los niños sino la curiosidad. "¿Te he visto unas marcas en el culo? ¿De qué son?", le preguntó sonrojándose por haber dicho "culo". Raquel se quedó paralizada un segundo, inmediatamente respondió. "Umm, tengo un profesor muy estricto y cuando no aprendo la lección me castiga con la regla. Eso ya no se hace, cielo, pero él es de la vieja escuela". Lucía expresó toda su sorpresa:"debe ser muy malo, no. No deberías consentirlo. Mi madre no toleraría que eso pasase. Yo nunca tendré a ese profesor, verdad?". Raquel le dijo que tal vez, pero que no se preocupase, que un cuerpo tan delicado como el suyo sería castigado de otro modo.

Entonces Raquel le oyó decir a Lucía: "mi madre también me castiga". Aquel cuerpo delicado, angelical, que apetecía acariciarlo como a un cachorro y la idea del castigo resultaba chocante. Le preguntó que por qué y qué tipo de castigo. "Mi madre –le respondió Lucía-- tiene en casa un reglamento de mínimos, como ella dice. Si no hago lo mínimo (recoger mi cuarto, abstenerme de ver mi cuota máxima de televisión o de hablar por teléfono) ella dice que me tiene que corregir por mi bien aunque sé que otras niñas hacen lo que quieren". Y…" cómo te castiga?" Lucía continuó contando ingenuamente: "tiene dos tipos, por aburrimiento o por dolor. Aburrimiento haciendo una tarea doméstica o estar encerrada un tiempo solo con mis libros de texto si música ni teléfono o renunciar a una diversión. Ella a veces me da a elegir entre los dos. Los castigos dolor son cachetes en el trasero. No veas lo pesada que es la mano de mi madre. Si le confieso las malas acciones el castigo tiene una "rebaja"". Raquel se quedó asombrada del refinamiento de Eva.

Raquel no podía imaginarse a aquella dulce mujer, Eva, en esa faceta de madre estricta. Ahora, pensó, se ha encontrado con la horma de su zapato. Alguien que va a disciplinarla a ella e imponerle su voluntad.

La pena es que ni Don Luis ni Eva le iban a contar los detalles pero ella tenía a Lucía y su intuición para saber qué estaba pasando.

La verdad es que la situación era interesante: esas suaves y claras pieles incitaban el deseo y el deseo se manifestaba.

A los pocos días llevó la niña al cine, una de esas películas que tanto atraen esa edad. Raquel no se atrevió a preguntarle, en una breve conversación, a Eva sobre su encuentro con Don Luis. Era tabú, tan solo le comentó que Lucía le había pedido que la llevase a ver esa película. A Eva le pareció muy bien y omitió cualquier alusión al tema principal.

Tras ver las aventuras de unos guapos luchadores contra unos malos torpes, y tomando una hamburguesa, Raquel esperaba que Lucía le dijese algo de lo que a ella le interesaba. Dejó que la niña tomase la iniciativa.

"¿Tú conoces al Luis ese? El dueño del piso"; le preguntó. "Sí, claro, es cliente mío", respondió Raquel.

"Parece que ha dejado impresionada a mamá. La noche que dormí contigo él estuvo en casa. Lo noté por que había un olor a colonia de hombre. Y algunas cosas estaban movidas como no lo hace mi madre", continuó Lucía.

Raquel obtuvo, tras pagar el precio de ver una película absurda, el dato relevante: Eva ya era amante de Don Luis:Pero aún quedaba por averiguar qué tipo de amante.