Luis, un hombre sádico (3)

Raquel comienza a visualizar sus objetos de deseo. Desearía tanto pasar a la acción.

El deseo de Raquel.

Son las cinco de la mañana. Hace calor . Raquel está es su cama, sudorosa. Duerme ratos sueltos, agitada, luego en los momentos de vigilia su imaginación la excita; se masturba y luego se adormece de nuevo. A veces se levanta y va hacia su ordenador, donde contempla de nuevo, fascinada ,unas fotos hechas con cámara digital.

Cerca se ve una gran vela, ancha, con un cráter en su cúspide lleno de una laguna sólida de cera.

¿Qué ha pasado para que esta, hasta ahora. ordenada y metódica mujer no duerma con el sueño de las personas honradas y satisfechas con su vida?

En un capítulo anterior vimos, que aprovechando una coyuntura imprevista, Raquel tuvo acceso a una cámara digital de Luis. Luis es un cliente especial que ha absorbido gran parte de su interés vital. Ante la visión de una de las fotos en la cámara, hurtada en el domicilio de Luis, decidió verlas tranquilamente en su ordenador.

Cuando llegó volcó las imágenes. En el ordenador aparecía el día y la hora en que se habían hecho las instantáneas. Raquel comprobó que la fecha era de hacía una semana y un intervalo de unas cinco horas.

Cuando vio la primera fotografía se sorprendió al ver una mujer rubia, vestida de noche con una venda en los ojos. Su piel era blanca y sus miembros armoniosos. Caderas sensuales. Podía ser la misteriosa mujer del aeropuerto, pero Raquel no podía afirmarlo. Contempló durante minutos el dibujo de sus labios; eran tan besables y expresaban esa sensualidad angelical que admiraba en los cuadros del renacimiento italiano.

En las siguientes fotografías, se veía que dicha mujer era atada y se iba descubriendo, poco a poco, su blanca y suave carne. La iluminación era buena, lateral, con un bonito juego de luces y sombras. Don Luis, era de suponer, la ataba y la mantenía sujeta, bien de pie o bien echada de cubito prono sobre un sofá. Por cierto, todo parecían muebles envejecidos y paredes desconchadas, nada que ver con el domicilio de Don Luis o los pisos que alquilaba. A Raquel se le vino la idea de que pudiera ser el interior de la casa de las afueras, abandonada, que poseía su cliente y que ella no había visto.

En una de las fotos aparecía la marca de un latigazo, o eso imaginó Raquel. Luego se iban acumulando las marcas, por decenas por aquel cuerpo de suaves redondeamientos. Qué bello lienzo, pensó Raquel, al contemplar aquella blancura carnal.

Pudo ver que el pubis de la señora estaba depilado y que iban apareciendo en las fotos goterones de cera fundida. Raquel se imaginó las sensaciones de ella. También las de Luis al realizar aquellos actos con la bella. ¿Hubiera ella castigado esa dulzura? Nunca se le hubiera ocurrido, pero ahora, al verla e imaginarse sus gemidos se imaginaba azotando aquel hermoso trasero.

La sesión, tal y que indicaba la información de los ficheros fue larga y D. Luis tuvo tiempo de gozar a su placer de aquella mujer. ¿La penetraría? Bueno, él no aparecía en las fotos pero Raquel no tenía dudas de que era él el sujeto activo.

Raquel en su excitación se le ocurrió depilar su sexo totalmente. Quería sentir algo parecido a la mujer aquella. Le costó por falta de práctica. Luego se contempló desnuda ante al espejo. Aún su cuerpo no había perdido su atractivo aunque le sobrasen unos kilos. Sus pechos eran grandes y llenos con areolas anchas.

También probó a derramar la cera derretida sobre su pubis. El calor irritante mezclado a una masturbación intensa la dejó exhausta. Sentí el deseo de causar esas sensaciones a la dama misteriosa y también sentía, entreverado, el deseo de sentirse en su lugar y que fuera Don Luis quien la castigase de ese o de otros modos más crueles. Ella, pensó, al ser menos joven y bella debería ser tratada peor.

Como se verá a lo largo de esta historia, Raquel pudo, en un verdadero proceso de autoconocimiento, conocer ambas facetas, ser castigadora y castigada.

(continuará)