Luis, un hombre sádico (1)

Luis busca sumisas creando una situación de dependencia. No le interesan los clubs, sino actuar como cazador solitario aunque necesita una colaboradora.

Luis, un hombre sádico(I)

Don Luis vive en una ciudad de mediano tamaño desde hace unos años. Es un lugar dónde las clases sociales están bien definidas y la vida es tranquila. Al menos en la superficie del mar social, todo parece calmo. Los malestares, frustraciones, deseos y vías de escape funcionan tras un velo que nadie, en el fondo, quiere descorrer. La gente, en general, no quiere ver, ni entender, ni sentirse reflejada, en el espejo torcido de los vicios ajenos.

Luis está en la cuarentena. Es educado y aparentemente desahogado. Su profesión no es oficialmente conocida, o sea, no es médico, ni notario, tampoco un activo empresario. Vive de sus rentas que deben ser suficientes para no tener que depender de la benevolencia sus conciudadanos. Por otro lado, sabe muy bien, que tampoco le interesa enemistarse con la gente.

Dispone de varias propiedades. Además de su residencia particular que casi nadie conoce alquila varios pisos. En el extrarradio de la ciudad es propietario de una vieja casa que aún continua sin reformar, con apariencia de antigua y bastante aislada. Un jardín abandonado, cercado por una pared de ladrillos vista algo corroidos con yedras con una película de polvo. Patios interiores e incluso un par de sótanos. No está en la ruina, pero no despierta deseo de vivir allá.

En realidad nadie sabe el estilo de vida del caballero pues no es el típico hombre que necesita, neuróticamente, dar cuentas y señales de su vida a la gente. Cumple con las reglas habituales de la cortesía, y punto. No se excede.

Pero tras esa fachada social el Don Luis guarda algunos secretos. Sin llegar a la criminalidad le gusta jugar al límite, en la clandestinidad. Con un cuerpo ciertamente fuerte y una voz de timbre bajo suele imponer su criterio, y su criterio es "todo para mi placer", según él mismo se recita a veces en los pocos momentos en que el supuesto respeto a los demás lo refrena.

Tras horas escuchando música clásica, hojeando libros de historia (solo de la parte que le interesa, los clásicos y en especial las guerras civiles romanas) o visualizando obras de arte acumula necesidad de actuar, de sentir un pedazo de carne a su merced, de manchar cuerpos rosiclaros. No, no le interesan las pieles oscuras de otras etnias. No entiende esos gustos exóticos ni le compensa la baratura de sus servicios.

Cuando alquila alguna de sus viviendas filtra a los inquilinos. Tiene métodos bien diseñados. No le interesa interactuar directamente. Una agente tiene instrucciones muy precisas: solo a señoras atractivas y sin pareja estable aparentemente. ¡Qué de esfuerzos, y sutileza le costó hacerse entender! A una mujer, salvo la encargada de un burdel, le cuesta valorar un cuerpo de mujer como cuerpo. Tampoco él quiere explicitar sus propósitos. Pero encontró en Raquel una colaboradora eficaz.

Raquel, ya endurecida por una prolongada soltería amaba, en secreto a las mujeres. Su timidez y miedo le impidió de joven dar ningún paso. Ahora, a sus 51, tiene que conformarse con fantasías pues, como ella se dice, lo que puede conseguir no le compensa. Ella comprendió al Sr. Luis por lo que dijo y , sobre todopor lo que dejó de decir. Evidentemente el aspecto económico de la operación no tenía interés para él y eso ya lo colocó en otra esfera de otros propietarios.

En cierto modo ella quería participar aunque ni lo dijese ni se lo confesase a sí misma. Él le dijo que quería señoras agradables, que fueran amables con él y quitarse de encima, lo más pronto posible, a las que no cumplieran esos requisitos. Raquel, ante esa demanda tan poco acorde con la moral, se dio por enterada sin necesidad de pedir más aclaraciones. Don Luis le indicó que él le ingresaría en su cuenta la cantidad que él creyese que se merecía; al mirar el extracto bancario Raquel comprendió que era un cliente especial, ahí no cabía hablar de porcentajes sino estar a sus órdenes aunque estas fueran extrañas. Por fin, pensó, podría hacer ese largo viaje que siempre aplazaba por mor de necesidades más ordinarias.

En julio se empezó a anunciar en alquiler una vivienda hermosa, en buen sitio, en un bloque grande, con garaje. Fueron respondiendo interesados. Raquel eliminaba a los hombres alegando que ya estaba comprometida la vivienda. Pero qué hacer con las damas si solo escuchaba una voz. Evaluaba la posibilidad, usando como indicios las respuestas a un hábil interrogatorio, de que fuese del tipo especial que interesaba. ¿A quién?, podemos preguntarnos.

Pretextando que tenía que buscar un hueco para poder enseñar el piso obtenía información y podía quedar con tranquilidad. Como no le interesaba conocer gente a las que luego rechazar _en una ciudad la información puede acabar donde no debe_, a veces sin dar apenas datos de situación exacta de la vivienda (otro de sus trucos era anunciar un piso, pero luego enseñar otro a una manzana exactamente igual, decía, que el referenciado) podía observar a la interesada. No quería que las clientes a las que daba el esquinazo supieran dónde estaba el piso por si acaso. Tras visualizar su especto, si no era de su gusto, la llamaba al móvil pidiendo encarecidas disculpas por un tema urgente ineludible.

Si la mujer precisaba un vistazo más cercano, hacía una breve entrevista y le daba a entender que estaba esperando una respuesta de otra persona. Este caso se daba en raras ocasiones, pues aumentaba el riesgo de que alguien descubriese su juego.

Algunas veces, cuando la mujer era plenamente deseable , Raquel se lanzaba a por todas. Daba la cara e intentaba averiguar cosas, sus puntos débiles. Intentaba que la inquilina no tuviera posibilidades de prórroga. A Don Luis no le apetecía tener perdida para la obra de caridad consigo mismo ese instrumento. El contaba con que el cazador acecha o ataca sin victoria segura. Eso le permitía mantener la tranquilidad. Por otro lado, era un lujo, no una necesidad.

Cuando llamó Eva a media mañana de un martes veraniego la agente sintió un estremecimiento. La sonoridad de la voz la encantó. Esta vez usó un nuevo medio, dar su dirección de correo electrónico con la esperanza de poder verla al menos en fotografía. Alegó estar ocupadísima y que luego le escribiría dándole más información sobre el inmueble. La interesada, ingenuamente dio sus datos. Raquel le mandó un cortés mensaje diciéndole que tenía a varias personas pendientes, que el propietario era muy exigente (evitó dar el nombre adrede). Le mandó una foto del salón, desde un ángulo muy estético y le pidió, le sugirió más bien, una foto para facilitarle el manejo del archivo de clientes pues, como escribió, "un nombre se olvida con mucha facilidad". Eva le mandó una fotografía en que aparecía ella en un parque con una niña de unos doce años, su hija y un perro.

En el perro encontró Raquel un punto dónde infligir preocupación a Eva. Ante la eventual molestias a unos vecinos quisquillosos le preguntó, en otro mensaje, qué tipo de vida llevaba. Eva le contestó diciéndole que era una mujer separada hacía unos meses que había cambiado de ciudad para no tener nada que ver con el entorno de su exmarido. Y que vivía con tranquilidad trabajando en sector de la ropa interior femenina. Raquel detectó que aunque clase media sus medios de vida no eran muy sólidos. A Don Luis no le interesaban vulgares pobretonas pero tampoco mujeres burguesas sin necesidades insatisfechas.

Raquel en la entrevista disimuló su sonrojo al contemplar a esta mujer de 35 años en la plenitud de sus formas. La temperatura algo elevada propiciaba que descubriera muchos centímetros cuadrados de sedosa piel. Se quedó admirada, también, de la hij, que apuntaba a ser una digna sucesora de su madre. "¿Qué estudias, Luisa?" preguntó con amable voz. La chica eludió dar mucha información y prefirió seguir oyendo su música: Apuntaba ya una sensualidad precoz, inconsciente. Pronto, pensaba Raquel mientras escribía en un trozo de cartulina datos, o ya (son tan cerdos), empezarán a mirarla con codicia los chicos y a intentar rozarse con ella. En un momento sintió un poco de ira de pensar que esa suavidad de piel fuese tocada por la mano sudada de un imbécil pero, se dijo, ese desperdicio de belleza es demasiado frecuente.

Raquel planteó un contrato casi anónimo, ella aparecería como arrendadora pues el propietario no quería figurar en ningún sitio. Eva la creyó ingenuamente y se sintió cómoda. Raquel le dio facilidades. No le cobró fianza y le dijo que estaría todo bien. Un día al mes, el propietario, el Sr. Luis, un hombre respetable se pasaría por su casa a cobrarle el alquiler. No, al señor no le gustaba domiciliar cosas en los bancos pues era partidario del método tradicional, le comentó Raquel apreciando las formas que revelaban los pliegues del floreado vestido.

La agente le dio algunas ventajas extra a la nueva inquilina, no tendría que preocuparse de engorrosas gestiones burocráticas con empresas de suministro, etc. Todo seguiría a nombre de Raquel.

Las vio alejarse y en un momento dado caminar cogidas de la mano madre e hija. No parecía , la niña, la típica púber rebelde, sino muy unida a su madre. Raquel imaginó qué pensaría Luis al ver aquel cuerpo bien proporcionado.

(continuará)