Luis: Sed quis custodiest ipsos custodes?

Luis y Quintín viven una extraña experiencia...

Luis: Sed quis custodiest ipsos custodes?

NOTA: Complaciendo la petición de algunos de mis lectores, escribo esta anécdota en la vida de Luís y Quintín. Entiendo que a un pequeño porcentaje de lectores les moleste mi estilo o mi temática. No entiendo tanto que se me insulte como que se me critique, pero no voy a dejar de escribir mientras haya un solo lector aquí que disfrute leyéndome. A mis seguidores: ¿Y quienes vigilan a los vigilantes?

1 – La cita

Estaba aquella tarde sentado en nuestro banco preferido. Acababa de llegar de entregar unos libros prestados y había quedado con Luís en el jardín antes de que anocheciese para ver comer a los pajaritos y cuidar un poco a aquellos abandonados patos que nadaban en aguas putrefactas. Me pareció que mi compañero se entretenía un poco en bajar (era muy puntual) y dejé la bolsa con comida para los patos en el suelo, a un lado del banco.

Cuando levanté la vista, vi que se sentaba en el otro lado un chico muy guapo, moreno y de ropas modernas pero de muy buen gusto. Ya le había visto pasar por allí alguna vez y nunca me había parecido uno de esos que merodean por el parque buscando rollo. En cuanto se sentó, miró la bolsa con extraño, sacó un cigarrillo y me pidió fuego. Eso de pedir fuego es un recurso demasiado pasado para ligar con alguien, así que no lo tomé como un intento.

  • ¿Tienes hora? – me preguntó -.

  • Sí – le dije un poco cortado -, son algo más de las seis.

  • ¡Vaya! – exclamó -, o los niños se han distraído viendo escaparates o han tomado un autobús equivocado.

  • ¿Esperas a familiares? – pregunté casi de compromiso -; quizá no se hayan dado cuenta de la hora que es; como oscurece antes

Y mirándome con intriga, volvió a bajar su vista hasta el paquete de papel y preguntó acercándose un poco a mí:

  • ¿Tú esperas también a alguien? Aquí hace mucho frío.

  • Sí – le dije -, espero a mi pareja, pero la verdad es que me extraña que se retrase tanto.

  • Así que a los dos nos toca esperar a familiares… - cruzó las piernas y fumó -.

  • Lo que pasa… - le dije - ¡Verás!, es que mi pareja y yo vivimos aquí al lado y me extraña que no haya bajado ya.

  • ¿Es una chica? – preguntó con toda naturalidad -; ¿o es un chico?

No dije nada. Miré avergonzado al frente y aspiré sus bocanadas de humo.

  • Mi pareja es un chico ¿sabes? – me dijo sin rodeos -; tal vez lo conozcas de pasar por aquí. Se llama Tony. No es que le gusten mucho esos patos apestosos, pero les da un rodeo y los ve.

  • Yo suelo venir a estas horas con Luís, mi pareja – le dije -, a ver a los pájaros y a los patos. A él sí le gustan mucho. ¡Bueno – reí -; nos gustan mucho!

  • ¿Luís? – preguntó extrañado - ¿Hablas de ese chico tan guapo y rubio que es un poco…?

  • Sí – le dije -; ese tan guapo y rubito que es un poco retrasado.

  • ¡Jo, tío! – contestó -, pues me gusta tu pareja mucho; ese chico es muy lindo. Yo me llamo Daniel ¿Y tú?

Extendió su brazo y abrió su mano. Su piel era morena y su mirada penetrante. Su sonrisa me dejó extasiado.

  • ¡Ah! – exclamé -, yo soy Quintín.

Mi mirada se desviaba involuntariamente hacia la puerta de nuestra casa con preocupación. Había dejado a Luís vestido y le puse sus zapatillas. Sólo tenía que ponerse el abrigo y bajar.

  • ¿Qué te pasa, Quintín? – preguntó Daniel asustado -; lo habrán llamado por teléfono. No te preocupes.

  • Él nunca se retrasa.

  • Me da no sé qué de verte así – dijo Daniel - ¿Quieres que vayamos a buscarlo? Os invito luego a casa a tomar algo con los chicos.

  • ¿Me acompañarías? – le dije asustado - ¡Sé que pasa algo!

  • ¡Vamos, tío! – se levantó rápidamente - ¡No me gusta verte así!, pero ya verás como no pasa nada.

Corrimos hacia nuestro portal olvidando junto al banco la bolsa de comida para los patos y, en algunos momentos, Daniel me agarraba fuerte de la mano o me cogía por la cintura:

  • ¡Ya verás! – me dijo mientras subíamos -; seguro que se ha presentado alguna visita o está hablando por teléfono.

Cuando llegamos a nuestra planta, encontré la puerta del piso abierta y las luces encendidas. Corrí hacia dentro y me seguía Daniel (que se veía un poco más preocupado). Entré en casa llamándolo, pero no contestaba. Daniel tiró de mí y entró antes que yo al salón. No había nadie.

  • ¡Deben haber robado! – exclamó -.

Fui hacia el dormitorio llamándolo y me paré en seco en la puerta. Daniel asomó su cabeza por encima de mi hombro para ver:

  • ¡Dios mío! – no le salía la voz - ¡Hagamos algo!

Luís estaba echado boca abajo sobre la cama revuelta en un dormitorio desordenado y destrozado. Le habían quitado las zapatillas y los pantalones y estaba desnudo de cintura para abajo.

Me volví por instinto gritando y me abracé a Daniel que me consoló y me apartó de la puerta.

  • ¡Espera, Quintín! – me dijo nervioso - ¡No mires!

Me quedé echado en la pared del pasillo hasta que oí a Luís hablar alguna cosa. Entonces entré allí y me acerqué a él. Me eché a su lado y lo abracé. Lloraba pero parecía mantenerse tranquilo. Daniel me ayudó a incorporarlo y le limpió el rostro.

  • ¿Qué ha pasado, amor mío? – le pregunté en voz baja - ¿Ha venido gente mala?

No hablaba. Respiraba profundamente y me agarraba tan fuerte que me hacía daño.

  • ¡Vamos, Quintín! – dijo Daniel -. Esto no se va a quedar así. Ayúdame a ponerle la ropa y lo llevaremos a casa. No está demasiado lejos. Ahora no podéis quedaros solos. Tengo un amigo que además de ser gay es policía. Aunque no hable esta criatura, me imagino lo que ha pasado.

  • Eran tres – musitó Luís -; uno era más grande.

Vi claramente cómo Daniel volvía su cara y su cuerpo se encogía silencioso.

  • Tranquilos, tranquilos – nos dijo después -, ya todo ha pasado.

  • Sí, mi vida – le dije tomándole las manos -. Daniel y yo te vamos a vestir y te llevaremos a su casa. Quiero que me lo cuentes todo, pero cuando estés tranquilo. En casa de Daniel estarán su hermano y sus primos. Yo no quiero que mamá sepa esto, pero no podemos quedarnos solos ¿Me comprendes?

  • Yo siempre hago lo que tú me dices, cariño – me contestó -; sé que es lo mejor.

Se acercó Daniel despacio y le habló al oído:

  • Espera un poco, Luís. No pasa nada. Quintín te va a limpiar un poquito con una toalla húmeda y te vamos a poner tus pantalones y tus zapatillas. Ahí afuera está tu abrigo. Verás como en mi casa encontrarás amigos, tomaremos algo y hablaremos más tranquilos, pero quiero que sepas que esos tres malos que han entrado en tu casa van a ir a la cárcel por hacerte daño.

  • Sí, sí – contestó despacio -, quiero irme de aquí.

2 – La reunión

Se adelantó un poco Daniel cuando llegábamos a su casa y le advirtió a su pareja, Tony, y a los niños, que llevaba una visita que había pasado un momento muy malo. Al entrar, el hermano de Tony, Alex, miró a Luís como si oyese algo, se acercó a él y comenzaron a hablar. Los demás mirábamos extrañados y vimos con claridad que Alex se llevaba a Luís hasta el sofá y lo ayudaba a sentarse. Luego, se sentó a su lado.

  • ¿Te gustan los helados, Luís? – le preguntó el pequeño -; los tenemos de todas clases. De fresa también.

  • ¡Uno de fresa! – dijo Luís entusiasmado -, pero que sea pequeño.

Daniel me dijo que le parecía que era lo mejor que podía tomar entonces (algo frío). Lo que no entendí fue cómo sabía Alex lo de los helados de fresa. Me tomó Daniel de la mano y me llevó al dormitorio. Marcó en el teléfono y habló con un tal Manu que quedó en presentarse allí en pocos minutos.

Tony me ofreció algo de beber, pero le pedí un café caliente y los niños estaban todos sentados hablando cosas con Luís. Mientras tanto, Daniel, Tony y yo pensábamos en la cocina qué hacer y Daniel dio la solución:

  • Cuando llegue Manu – dijo -, tenemos que hacer lo posible porque Luís se haga muy amigo de él. Luego le contará lo sucedido. Si Quintín quiere estar con ellos, debemos estar seguros de que eso no impedirá que Luís lo cuente todo. Pasaréis a una salita que tenemos adentro. Hay muchas máquinas y eso, pero es muy cómoda. Después veremos qué haremos. Yo optaría porque durmierais aquí unas noches. La cama de Alex es de matrimonio y estaréis mejor que en casa solos. El resto de las soluciones las tiene que dar Manu.

  • Luís está más asustado que dolorido, creo – les dije -; lo conozco muy bien y no va a querer volver a ese piso. Tendré que hacer algo. Además, mi madre viene todos los lunes a limpiar y no quiero que sepa lo que ha pasado. Tendré que irme allí y arreglar todos los destrozos que pueda.

  • Tengo una idea mejor ¡y no me la rechaces! – dijo Tony -, porque voy a llevarla a cabo. Tú te quedas aquí con Luís a dormir. Estará muy acompañado por Alex. Saldremos a repasar el piso lo antes posible y tomaremos nota de todo. Voy a dejarte el piso nuevo. Así se arreglarán varias cosas. Cuando vuelva Luís, le parecerá que entra en un sitio nuevo; tu madre preguntará y le dirás que has cambiado muchas cosas. En cuanto al dinero… ¡No quiero preguntas!

  • ¡Bueno, acepto!, pero mi madre sí me va a hacer preguntas.

  • Dile a tu madre – ideó Daniel -, que tus amigos han cambiado todos los muebles por unos mejores y te han regalado los que tenían, que están nuevos.

  • ¿Por qué os comportáis así con nosotros? – pregunté -. Nos sentíamos un poco solos y de pronto

  • Las cosas han cambiado para todos, Quintín – me abrazó Tony -; nuestra familia parece que crece más y más. Si queréis formar parte de ella, bienvenidos.

  • Ufff – sollocé -, no siempre encuentra uno a gente como vosotros.

  • Pues alegra esa cara – me dijo Daniel pellizcándome -, cuando conozcas a Alex vas a alucinar.

Salimos al salón y nos encontramos a Luís rodeado de los tres niños comiendo helados y contándose cosas. Reían y jugaban con el pelo dorado de mi niño. No podía creer aquello. Comencé a darme cuenta de que las cosas podían cambiar mucho para nosotros. Estar los dos solos era muy bonito, pero compartir nuestras vidas sin perder nuestra intimidad podría ser muy emocionante. Lo único que me importaba entonces era ver a Luís como si no le hubiera pasado nada. Entonces, se acercó Alex a Tony y le habló muy contento:

  • ¡Papá, papá! – le dijo - ¡Deja que Luís se quede unos días con nosotros!

  • Hijo – respondió Tony con paciencia -; tienes en casa a los primos de Dani y Fernando viene mañana para quedarse unos días ¡Vamos a tener que mudarnos otra vez a otro piso más grande!

  • ¡Porfa, papá!...

Aquella conversación me dejó totalmente confundido y tomé la mano cálida de Daniel y tiré de él otra vez hacia la cocina:

  • ¡Perdóname, Daniel! – le dije -, no quiero meterme donde no me llaman, pero estoy muy confundido.

  • ¡Ya sé lo que me vas a decir! – sonrió y me besó -. Tony y yo somos pareja y Alex es su hermano pequeño adoptado. Los dos son huérfanos y Alex necesita llamar a Tony «papá». Yo soy su «papá Dani». Sus primos, en realidad, son mis dos primos más jovencillos.

  • ¿Y ese Fernando que va a venir?

  • ¡Jo, Quintín! – agitó la mano - ¡Es un chico de pueblo precioso! ¡Tiene unos ojos verdes y una mirada que te dejan paralizado! Manu es un amigo de Tony; es policía. Nos ayudará. ¡Y falta Ramón! Es nuestro vecino de aquí al lado. Ahora quiero que sepas algo más que es muy importante. En esta casa no existe el pudor. Nadie se avergüenza de ver a nadie desnudo y nos besamos si nos parece conveniente y cuando nos apetece. Si al principio te sientes raro, me lo dices; luego os sentiréis muy bien.

  • Creo, Daniel – le dije -, que si eso es así como lo dices, los dos nos vamos a sentir muy bien. Supongo que quieres decirme que cada uno hace lo que le apetece en cada momento y los papeles siguen estando muy claros.

  • ¡Lo has entendido a la perfección!

  • ¿Y si yo pienso – pregunté indagando - que tú me has hecho un gran favor y que me atraes de cierta manera?

Entonces, se acercó a mí, me tomó las manos entrelazando nuestros dedos y pegó su cuerpo al mío comenzando a besarme con pasión.

  • Si te refieres a esto – me dijo -, no te equivocas. Mi pareja va a seguir siendo Tony.

3 – Non culum batum belli

Llegó poco después Manu y entró en el piso corriendo y buscando; intentando saber de un vistazo lo que había pasado. Viendo a Luís sentado en el salón con los niños, se acercó a él:

  • ¡Luís! - lo abrazó -, ya ves como hay gente buena y gente mala. Tu madre siempre ha tenido razón cuando te decía que no salieras a la calle solo y, mucho menos, de noche. La calle es una guerra y hay que saber luchar. Pero os conozco bien y puedo jurarte que nunca más va a pasarte algo así.

Me sorprendió que Manu conociese a doña Carmen y a Luís. Al menos, eso entendí. Tony y Daniel dieron unos pasos hacia Manu y se ofrecieron a buscar a esos tres indeseables, pero Manu, muy acertadamente, me dijo que me quedase acompañando a los amigos que me habían ayudado, que sabía que Luís le iba a dar muchos datos. Tony los llevó a la salita y cerró la puerta. Nosotros nos encontramos mucho más tranquilos al saber que Manu ya conocía a Luís. Pensamos que ya habría intervenido en más de un problema. La sonrisa de Luís al ver a Manu nos había confirmado su confianza en él.

Hablamos un poco de todo hasta que se abrió la puerta. Manu sonreía acariciando aquella delicada cascada de oro que cubría la cabeza de Luís y éste movía la cabeza como si hubiese salido triunfante de una batalla.

  • Iremos contigo aunque te niegues – le dijo Daniel -, no me importa que me lleves al calabozo por devolverles algo de su medicina a esos hijos de puta.

Y mirándolo Manu de cerca pero sonriente, lo agarró por los huevos con suavidad y le dijo:

- Non culum batum belli, culum batum culum mortis.

Todos nos quedamos callados mirándolo con asombro. No sabíamos qué estaba diciendo. Sacó una radio portátil y dijo unas claves tan ininteligibles como la frase anterior.

  • Ya sé quiénes son esos que se creen machos y valientes y se dedican a dar por culo a chicos inocentes que están desarmados. Son peligrosos. Dejadme a mí que actúe con los policías que ya saben de qué va esto. Un policía macho no hace nada. Vosotros esperad aquí. Luís parece estar bien y se siente cómodo. Cuidadlo. Yo me voy a buscar a esos, pero os juro que les va a doler la cabeza un poco antes de llegar a los calabozos.

  • ¿Y eso que le has dicho antes a Daniel? – le pregunté - ¿Qué significa? ¿Es un lema?

Se echó a reír, se acercó a mí y me besó en los labios.

  • Eres muy guapo Quintín, pero para cuidar a tu pareja, no para ir a luchar contra los cobardes machotes. La traducción de eso, para que la entiendas, sería: Los maricones no van a la guerra; maricón que va, maricón que muere. Lo que pasa es que pienso que esos tres son más maricones que todos nosotros juntos. No puedo beber. Tomaros un vino por mí.

Se dirigió a la puerta y cerró de un portazo. Me pareció que iba muy enfadado por lo ocurrido e iba a darle una buena solución, pero también me pareció un tío al que no le diría que no en una proposición deshonesta.

  • Es guapo ¿verdad? – me preguntó Daniel -; voy a tener que limpiarte la baba.

Nos echamos a reír y me acerqué a Luís y lo abracé con todo mi cariño y eché su pelo hacia atrás y lo besé.

¡A cenar maricones! – exageró Tony el tono -, que no he perdido media tarde en la cocina para congelarlo ahora.

Pusieron el mantel, los cubiertos, la vajilla… Estaban increíblemente organizados. Mientras tanto y sin embargo, Alex no se separó de Luís.

Los sitios estaban muy bien organizados y la cena era exquisita. Nunca habíamos probado un guiso de carne en dulce. Luís me miraba contento y me hacía un gesto de aprobación y Alex le enseñó cómo mojar mejor el pan en la salsa.

  • Papá – dijo Alex en cierto momento - ¿Me dejarías acostarme esta noche con Luís?

Me sentí extraño aunque no ofendido ni molesto.

  • Y eso, bonito – le contestó Tony -, ¿por qué no se lo preguntas a Quintín?

Y sin pensarlo y sonriendo me dijo:

  • Quintín, Luís me necesita. Está relajado a mi lado. Lo que quiero decir es que si puedo dormir junto a él para que descanse seguro y tranquilo.

Aquel chaval tan hermoso me miraba de tal forma que me desarmaba y lo que me estaba pidiendo era que nos acostásemos los tres juntos. Tuve que pensar la respuesta en un segundo, pero respondí lo más lógico:

  • Vente a nuestra cama, por supuesto. Si eso hace feliz a Luís me hace feliz a mí.

  • ¡Jo, que bueno! – exclamó Alex -; me encanta estar con Luís.

Y Luís, otra vez, sin abrir la boca, se echó sobre mi hombro y me miró sonriente. Cuando se tragó lo que masticaba, me dijo al oído: «¡Gracias!».

  • ¿Qué pasa? – levantó la voz Tony - ¿Aquí todo el mundo comiendo y nadie le dice al cocinero si está bueno?

Luís, adelantándose a todos los que estábamos sentados en aquella acogedora mesa, le dijo:

  • Cuando nadie dice nada y se come esto, es que está riquísimo.

Y después de un poco de charla y algún postre, volvió Luís a acercar su cabeza a la mía y me cogió la mano acariciándola:

  • En este estanque todos los patos son felices porque nadan en agua azul y limpia del mar. Me lo ha dicho Alex y me ha prometido enseñarme más cosas.

Lo abracé despacio y pellizqué luego su cuello. Había entendido perfectamente aquella frase. Me pareció que Luís había dado un paso muy grande.

4 – La noche distinta

Era ya la hora de irse a la cama pero había que hacer algunos ajustes. Los pequeños primos de Daniel dormirían en la cama que había en la salita. Alex, que iba a dormir con «sus papás» Tony y Daniel pasaría a nuestra cama y, tomándome aparte Daniel, me habló claramente:

  • Los niños saben dormir con los niños. Alex, aunque lo parece, no es tan niño y Luís, aunque lo parece, no es tan adulto. Te aseguro que Alex va a enseñar a Luís más de lo que tú piensas. Lo que yo te propongo ahora – me sonrió con picardía – es que si los adultos deberían dormir juntos… que te acuestes con Tony y conmigo.

Me quedé asustado y asombrado de oír algo tan sincero, pero le dije que me gustaría saber antes si Luís querría dormir sólo con Alex.

  • ¡Por supuesto! – me dijo -, pregúntale antes y dile dónde vas a estar, pero te aseguro que si tiene a Alex a su lado, vas a encontrar mañana a un Luís un poquito cambiado.

No pude evitar la sonrisa abierta y besé a Daniel con un sentimiento que no entendía.

Luís me abrazó muy contento y le dije dónde estaría yo toda la noche. Alex (no sé cómo lo sabía), lo sentó en la cama y se arrodilló a quitarle las zapatillas y, luego, cuando Luís abrió sus pantalones, tiró de ellos y los puso doblados sobre una silla.

Ya estaban los dos metidos en la cama cuando me acerqué a Luís y nos tomamos de las manos y nos besamos:

  • Quintín – me dijo -, no te preocupes que estoy aquí con Alex.

Pero el ambiente en el dormitorio de los «adultos» era un poco distinto. Cerró Daniel la puerta tras de mí y se acercó amenazante Tony. Cuando ya me tuvo cerca, me abrazó y me tiró sobre la colcha quedando él encima:

  • ¿Tú crees que vamos a dormir sin más? -, porque si es así, nos ponemos el pijama.

  • Os juro – les dije – que no pensaba encontrarme con gente como vosotros. Sois todos muy amables y muy guapos. Sólo pienso en que Luís esté a gusto con Alex, pero os digo sinceramente que no me importa lo que pase aquí antes de dormir.

  • Pues para que pase algo, cariño – dijo Daniel -, lo mejor es irse quitando la ropa y metiéndose debajo de la colcha.

No sé cómo pasó, pero nos fuimos quitando la ropa unos a otros. Daniel tenía un color de piel y una mirada que me fascinaban, pero Tony tenía una belleza especial. Sin embargo, los dos me decían que yo estaba buenísimo y que les gustaba mi forma de mirar. Me encontré entre ellos debajo de la colcha y comenzaron a pasar sobre mi cuerpo sus manos. Puse una de las mías sobre cada uno de ellos y me sentí un emparedado muy feliz. Volví mi cara a un lado y a otro y los fui besando como preámbulo, pero todo se iba haciendo más cálido y más íntimo. Mis manos se fueron directamente a sus pollas sin dejar de besarlos y sus manos se alternaban en caricias. Suspiré profundamente y me di cuenta de que no estaba soñando. Si había sido siempre alguien a quien no se le resistía un tío bueno, esta vez me habían ganado entre dos.

Los movimientos fueron cambiando hasta que me encontré sobre Tony mirando sus bellísimos ojos. Abrió sus piernas, cogió mi miembro y lo fue acercando a sus nalgas. Lo fui acariciando y penetrando poco a poco, pero él tiraba de mí. Casi se la pude meter de una vez y me agarró por la espalada. Entonces noté que Daniel se echaba sobre mí y con caricias de éxtasis me fue penetrando. Sentí que no éramos tres; ni siquiera dos. El placer que sentía no sé cómo explicarlo con palabras. Tony sabía perfectamente cómo moverme para que sintiese lo máximo sin llegar a correrme en poco tiempo y el masaje interno de Daniel me daba la sensación de que su miembro me atravesaba y entraba con el mío en Tony.

Como es lógico, los movimientos fueron cambiando y acelerándose y yo giraba mi cuello una y otra vez para besar a los dos hasta que sentí que reventaba. Nunca antes me había corrido así. Yo mismo me preguntaba cuándo iba a dejar de echar más y más leche dentro de Tony y sentía el calor de la leche de Dani, a golpes, dentro de mí.

Pero no todo acabó ahí. Descansamos un poco y se fumaron un cigarrillo. Siguieron las caricias y dijo Daniel que iba un momento al baño a asearse un poco. Salió desnudo y cerró la puerta.

  • Eres especial – me dijo Tony -; es muy difícil encontrar una sintonía como la que hemos encontrado contigo. Cuando Daniel ha ido a asearse es que piensa que esto no ha acabado.

  • A mí no me importa – le dije -, tampoco me he sentido así nunca.

  • Pues ¡venga! – hizo un gesto con la mirada -, ahora te toca a ti y luego voy yo.

Cuando salí al pasillo y antes de entrar en el baño, abrí un poco la puerta del dormitorio de Alex. Me pareció que bajo las ropas de la cama estaba pasando algo parecido.

Cuando creímos que era la hora de descansar, nos abrazamos y nos echamos a dormir.

Por la mañana temprano, sonó el móvil de Tony y me pareció que se incorporaba en la cama y hablaba algo con Manu. Cuando colgó nos dijo que habían encontrado a los «tres machotes» y les habían dilatado un poco algunas partes para la próxima vez. Luego los llevaron a la comisaría, pero nos advirtió de que posiblemente habría juicio y que estaba ya ganado. Corrí a decírselo a Luís, pero cometí el error de no llamar antes de abrir y me acerqué a ellos sonriendo, me metí en la cama y comencé besando a Luís y contándole que Manu ya había encontrado a esos tres, pero acabamos abrazados y acariciándonos los tres.

Me pareció que Luís se movía con más soltura. Alex me guiñó un ojo.